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GENERALISIMO EMILIO AGUINALDO
(1869-1964)
Drama histórico
Edmundo Farolán
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NARRADOR:
Generalísimo Emilio Aguinaldo. El decía: "La verdad está siempre
encima de toda la decepción y la
falsedad de este mundo."
Durante toda su vida, existía un montón de detractores que escribieron y
hablaron falsedades contra este hombre, y en particular, en su papel extraordinario
durante
Pero Aguinaldo, hombre humilde, hombre religioso, rehusaba confrontarse
ante estos críticos porque sabía que un día, la historia, la historia verídica
y objetiva, le vindicaría.
Escena 1.
La escena comienza en un estado
de alegría, movimiento, efluvio. Hoy es el día de
BAUTISTA: Proclamamos y declaramos con solemnidad en nombre de los habitantes
de Filipinas que tienen el derecho de
ser libres e independientes; que son libres de toda obediencia de la corona de
España; y que toda relación con ella anulada...teniendo firme la confianza en
la protección de
Continúa leyendo otros
nombres. Mientras tanto, los
espectadores y los actores en el auditorio empiezan a gritar "¡MABUHAY SI
HENERAL AGUINALDO! ¡MABUHAY ANG KALAYAAN FILIPINAS! ¡VIVA AGUINALDO! ¡VIVA
FILIPINAS!"El himno nacional filipino se toca y todos cantan:
“Tierra adorada/hija del sol de
Oriente/su fuego ardiente/en ti
latiendo está. Tierra de amores/ del heroismo cuna/ los invasores/ no te
hallarán jamás. En tu azul cielo, en tus
auras/ en tus montes y en tu
mar/esplende y late el poema/ de tu
amada libertad.
Tu pabellón que en las lides/ la victoria ilumino/ no vera nunca apagados sus
estrellas ni su sol. Tierra de dichas, de sol y amores/ en tu regazo dulce es
vivir/es una gloria para tus hijos/ cuando te ofenden por ti morir!”
Otra vez se oyen gritos: ¡VIVA
FILIPINAS! ¡VIVA AGUINALDO!
¡MABUHAY ANG FILIPINAS! ¡MABUHAY ANG KALAYAAN! ¡MABUHAY SI AGUINALDO!
Aguinaldo ahora se levanta solo
en el balcón, las luces del auditorio y la música empiezan a disminuir junto
con el festejo. Cuando todo es silencio,
solo a Aguinaldo se enfoca en el centro del balcón. Los otros actores hacen MUTIS. Los espectadores y actores en el auditorio
toman sus asientos. Cuando todos están sentados y las luces en el auditorio se
apagan, Aguinaldo, solo, con un foco especial iluminando su presencia, dirige
las siguientes palabras, con su normal modestia, tono tranquilo, pero con mucha
deliberación:
Escena 2.
AGUINALDO:
La historia de la humanidad: avaricia, egoismo.
La historia de las naciones: imperialismo, expansionismo, violencia. Más que todo, la violencia, las guerras, la crueldad
entre hombre y hombre. La fuerza y los fuertes explotando a los débiles.
Nosotros los filipinos hemos sido víctimas y títeres de las naciones que se
enorgullecen en llamarse 'democráticas': España. Los Estados Unidos de Norteamérica.
Éramos los filipinos, los peones en sus guerras. Ellos decidieron, teorizaron, planearon,
y nosotros, los pobres explotados, luchamos sus guerras. Idealismo. Todo por el
idealismo. El idealismo de aquel sueño de que si se pudiese existir algún ideal
que se llamara 'democracia' enseñada a nosotros por estos extranjeros.
Pero ya era demasiado tarde cuando nos dimos cuenta que nos manipulaban. Hoy
día, los extranjeros nos siguen manipulando con su propaganda de la democracia
y la libertad. Sí, compatriotas filipinos, la democracia y la libertad. Pero no
para nosotros. Para ellos. La democracia
y la libertad para ellos, los blancos, y no para nosotros, los indios. Cuando
los blancos hablan de la 'libertad de los pueblos del mundo', quieren decir la
libertad suya, la libertad blanca, la democracia de los blancos del mundo.
Yo era joven, demasiado joven. Éramos en aquel tiempo los idealistas, los
jóvenes idealistas. Agoncillo, Basa, Tolentino, Ferrer, Canon.
Creíamos sinceramente al cabrón viejo Dewey
cuando nos dijo: "¡Los Estados Unidos hemos llegado a Filipinas para
proteger a los nativos y soltarles del yugo de España!"
Los Estados Unidos de Norteamérica es riquísima en
sus territorios, su dinero. No necesitan colonias. Creíamos al viejo Almirante Dewey, gringo victorioso contra la armada naval de los
ineptos españoles en
¿Por qué? Porque éramos jóvenes,
jóvenes e idealistas. Luego, nos dimos
cuenta de la manipulación maquiavélica, política. Derramamos nuestra sangre
india para proteger los interese de los blancos, los blancos con sus pieles
delicados, los blancos pieles de los conquistadores norteamericanos.
Escena 3.
La escena traslada a otra parte
del escenario. Aquí vemos al joven
Aguinaldo, 29 años, recibiendo los honores de un Generalísimo abordo el
OLYMPIA. El Almirante Dewey, 62 años, le saluda junto
con una sección de los guardias marinas de honor.Después
de las ceremonias, los dos se sientan y hablan.
AGUINALDO: ¿Es verdad que envió Vd. todos esos telegramas al Cónsul Pratt en Singapore, asegurando
DEWEY: Claro que sí. Nuestro
propósito de venir a Filipinas es protegeros de España. No hay duda ninguna de parte nuestro sobre el asunto del reconocimiento de la
independencia filipina por los Estados Unidos. Todo lo que pedimos es que Vd.
convenza y urja a los filipinos que se levanten contra los españoles y que lo
hagan en una campaña corta y decisiva.
AGUINALDO: (en voz baja y modesta)
Los acontecimientos hablarán por sí mismos. Nuestro problema de momento es material. No tenemos bastantes armas.
Todavía estoy esperando el primer envío de armas del Cónsul Wildman de Hong Kong. No podré
comenzar la campaña hasta que lleguen estas armas.
DEWEY: Tenemos que hacer algo urgente sobre ese asunto. Lo que voy a hacer
para Vd. es enviar un barco en seguida a Hong Kong para sacar esas armas.
Mientras tanto, utilicen las armas confiscadas de los barcos de guerra de
los españoles, y los 62 fusiles y municiones traídos por el Petrel de Corregidor.
AGUINALDO: Gracias Almirante. (Pausa. Con un tono tranquilo y modesto, pero
con una deliberación aguda y directa)
Antes de salir de Hong Kong,
la colonia filipina allí tuvimos una junta donde discutimos la posibilidad de
que, después de la derrota española, los norteamericanos no reconocerán nuestra
independencia, y la posibilidad también de que sucederá otra guerra, esta vez
contra los norteamericanos.
Naturalmente, los norteamericanos nos derrotarán. Hemos sufrido mucho en
las batallas contra los españoles. Además, faltamos armas y municiones y claro,
los norteamericanos, con sus armas superiores y abundantes municiones, nos
derrotarían fácilmente. Siento mucho por esta franqueza, pero mi pregunta es
ésta: en su opinión, ¿tiene alguna base estas preocupaciones nuestras?
DEWEY: (riendo con urbanidad) Me
alegro que sea Vd. franco y abierto conmigo.
Yo creo que los filipinos y los nortemericanos
debieran actuar como amigos y aliados, ¿no cree Vd.? Debemos quitar todo
obstáculo en este camino hacia una alianza mutua, es decir, toda duda y todas
las dificultades. Le aseguro a Vd. que los Estados Unidos reconocerán
Además, yo creo que sería menester que la bandera filipina se alzara a la
vez que la de los Estados Unidos para ganar el respeto y la estima de las otras
naciones.
Las luces desaparecen de esta
escena. El foco ahora al NARRADOR
Escena 4.
La perfidia norteamericana. Perfidia
y traición. Los norteamericanos después de este acontecimiento con Aguinaldo,
se sentaron tranquilos en sus barcos en
Apunta a otra parte del
escenario donde se ilumina una escena que toma lugar en una casa en Hong Kong. Los exilios están
discutiendo planes para
Escena 5.
AGUINALDO:
Tengo absoluta confianza en el espíritu norteamericano. Su historia y su
tradición lo prueba. Los norteamericanos lucharon por su independencia y la
abolición de la esclavitud. Han sido siempre los campeones y libertadores de los
pueblos oprimidos.
AGONCILLO:
Estoy de acuerdo. Creo que los Estados Unidos reconocerán nuestra
independencia. En Cuba, ¿acaso no declararon
la guerra contra España para liberar al pueblo cubano? No veo cómo actuarían de otra manera en
nuestro caso.
SANDIKO:
Tienes razón. Si el gobierno norteamericano propone a llevar a cabo los
principios fundamentales de su constitución, es muy improbable que colonizarán o anexarán las islas.
Yo creo que reconocerán nuestra independencia.
ALEJANDRINO:
No lo sé. Soy un poco sospechoso. Es un riesgo, creo yo. Un gran riesgo
confiar totalmente en los norteamericanos. Un peligroso riesgo, creo yo,
aceptar su invitación en lo que llaman una 'lucha común' contra los españoles. Pero
parece que no tenemos otro remedio. No tenemos armas; no perdemos nada. Además,
son los únicos dispuestos a vendernos armas y municiones, y la ayuda de algunas
tropas.
AGUINALDO:
Dewey quiere que volvamos
a Filipinas para urgir a los filipinos levantarse contra los españoles. Nos
aseguró su cooperación en cuanto a las armas y municiones que necesitamos. Me
dijo que aunque él no tenía la autorización, sin embargo y sin duda me aseguró
que nuestra libertad está garantizada como la de Cuba, con la única condición
que cooperemos con ellos.
Escena 6.
NARRADOR:
Los cubanos. Y mira lo que paso a Cuba.
Comunista y antiamericano. Otra
vez, otra perfidia norteamericana contra los cubanos. Otra vez, la cuestión del expansionismo, el
expansionismo norteamericano. El chauvinismo blanco, la arrogancia intelectual,
la intimidación de los fuertes contra los débiles estos son los instrumentos de
los yanquis en los países del tercer mundo.
Volviendo ahora a la escena filipina.
Pues, como se esperaba, los Estados Unidos dio la espalda a Filipinas. Su
moto, "Libertad a Cuba", no se aplicó en Filipinas. El presidente McKinley no supo lo que sucedió después porque murió
durante su presidencia en manos de un asesino. Filipinas fue víctima de lo que
se llamó “Manifest Destiny"
que algunos de sus consejeros como Teodoro Roosevelt
y Russell Alger inventaron
para justificar el abandono de la política extranjera estadounidense de
"no intervención" en los asuntos de otras naciones.
He aquí algunos comentarios de unos "distinguidos"
norteamericanos sobre su política de
expansión, o mejor dicho, en términos más bien eufemísticos, "la política
del destino americano". Primero, el
Capitán Mahan:
Los actores están situados en
diferentes partes del auditorio. Foco
especial a cada uno cuando llega su turno de hablar.
Escena 6.
MAHAN:
La expansión norteamericana no era un complot premeditado. Nuestros deseos
no tenían nada que hacer con ningún complot. Fue cosa natural, necesaria e
irreprimible.
NARRADOR:
Ahora canta el Secretario del Interior, John M.
Hay.
HAY:
Ningún hombre, ningún partido político podría luchar con éxito contra una
tendencia cósmica.
NARRADOR:
Otro expansionista yanqui, Chauncey Dephew, dijo con certeza lo que era el destino
norteamericano.
DEPHEW:
Está en nuestra sangre ansiar posesiones coloniales; ningún poder mundial puede
impedirlo.
NARRADOR:
Y ahora, el joven impetuoso, el secretario auxiliar del departamento de
Marinas, que después llegó a ser presidente, Teodoro Roosevelt.
ROOSEVELT: (con puño cerrado, rabioso)
El presidente McKinley no tiene firmeza en sus
decisiones. Es necesaria una guerra contra España para liberar a Cuba. ¡No
importan los intereses comerciales!
NARRADOR:
Otro miembro del gabinete, el Secretario de Guerra, Russell
Alger, general en la guerra civil estadounidense.
ALGER:
El Presidente Mckinley debe declarar la guerra
contra España. Si no lo hace, sería un
gran error. Se arruinará no solamente su
reputación como presidente, sino también la reputación del partido republicano.
No importa los deseos del pueblo norteamericano. El congreso debe declarar guerra sin su
consentimiento.
NARRADOR:
Pues, en fin, el congreso norteamericano declaró la guerra contra España
por el asunto de Cuba, con el apoyo de Mckinley,
gracias a los consejos de su gabinete de expansionistas. Pero lo que no adivinaba
McKinley fue el hecho de que la guerra cubana, a
pesar de su propaganda de la libertad de los cubanos oprimidos por España, etcétera,
dio justificación al astuto Roosevelt y compañía a hacer lo mismo en el Pacífico. La
excusa ahora fue que era necesario prevenir un ataque de la flota española
estacionada en Filipinas contra la costa pacífica de los Estados Unidos. Es
decir, una justificacion sin que lo sepa McKinley, para tomar control de las Islas Filipinas. Sí,
damas y señores, ¡la astucia norteamericana!
Pero ¡qué gran broma porque todo el mundo sabía que la flota española en el
Pacífico no valía para nada! Eran unos tres o cuatro barquitos de guerra que no
podía ni viajar entre isla a isla en Filipinas. ¿Cómo entonces podía viajar
esta flota hasta la costa pacífica de los Estados Unidos y más aún atacarla? Mucho
antes de la guerra Hispano-Norteamericana, los expertos navales de Asia ya
habían dicho que la flota española en Manila era deplorable y que estuvo
compuesta de viejos y decrépitos barcos de guerra incapaces de cruzar el
Pacifico. La flota no ejercía ninguna amenaza a la costa norteamericana. La victoria de Dewey
contra Montojo ya fue concluido mucho antes de la
actual batalla en
Filipinas, geográficamente, fue muy ideal. La puerta a la expansión del
Oriente. Y los Estados Unidos, siempre expansionista, siempre andando con negocios,
veía al Oriente como otro gran negocio.
Si, señores, Filipinas, el trampolín para luego saltar y dominar el mercado
asiático.
El profesor George Taylor en su libro América en el Nuevo Pacifico tiene esto
que decir.
TAYLOR: (tono de profesor)
China y Japón tenían que entrar en el mercado mundial para nuestro
beneficio.
NARRADOR:
Lo mismo fue pronunciado por W.H. Seward.
SEWARD: (mirando hacia el porvenir, con un tono profético)
Asomamos hacia un estado más sublime que lo del progreso nacional--la
expansión de nuestras riquezas y el engrandecimiento rápido de nuestros
territorios. El comercio internacional ha traído a nosotros los antiguos
continentes, y han creado necesidades para nuevos puestos y conexiones.
¡Quizás, colonias allá! (apuntando al horizonte)
NARRADOR:
Puedo seguir con numerosos comentarios de los políticos expansionistas que
hablaron del sueño norteamericano, el sueño de la expansión económica, pero ya
hemos oído bastantes comentarios que servirán de base para seguir con este
pequeño documentario histórico del Generalísimo Aguinaldo, víctima de
circunstancias, víctima de la historia filipina. Víctima porque era el presidente en esta
época y claro, responsable de las derrotas, angustias, frustraciones y sufrimientos
del pueblo filipino, y siendo el caudillo, como decía el Presidente Truman, "the buck stops here".
Además, cuando consideramos el hecho
de que la historia filipina fue escrita por los historiadores filipinos
educados en los Estados Unidos, uno se da más cuenta del por qué los americanos
siempre han sido los "buenachones" en las
historias escritas sobre Filipinas, y los españoles, siempre los malvados.
Y así que nuestro héroe era, en realidad, el antihéroe de estos
historiadores. Sí señores, Aguinaldo, el martirio, llevaba en sus hombros los
errores cometidos por sus compatriotas. Aguinaldo, el peón de las fuerzas
imperialistas.
Escena 7.
En casa de FELIPE AGONCILLO, el
primer diplomático filipino. Agoncillo está
escribiendo una carta. Mientras escribe, el magnetofón
en OFF suena lo siguiente:
MAGNETOFON: (voz de Agoncillo, mientras escribe)
27 de mayo de 1898.
Distinguido Generalísimo Aguinaldo. Hay que saber las verdaderas
intenciones de los norteamericanos. Ya les hemos informado que les ayudaríamos
a luchar contra los españoles con el fin de que obtengamos nuestra
independencia de España. Ahora si ganan con la ayuda nuestra, y no reconocen
nuestra independencia e insisten en esclavizarnos o vender nuestro país,
entonces tenemos el derecho de luchar contra contra
ellos para el bienestar de nuestra patria. Tenemos que enviar un representante
a los Estados Unidos para verificar las verdaderas intenciones de los
norteamericanos.
Felipe Agoncillo.
Escena 8.
En el despacho de Aguinaldo en Kawit. Aguinaldo, sentado, escribe.
MAGNETOFON: (OFF mientras escribe voz de Aguinaldo)
7 de Agosto de 1898.
Distinguido amigo, Don Felipe. Es
menester que vaya Vd. a Estados Unidos lo más pronto posible para que sepa el
gobierno de McKinley la verdadera situación aquí en
Filipinas.
Dígale al presidente Mckinley que no debiera
ignorar los sentimientos del pueblo filipino.
Emilio Aguinaldo.
Escena 9.
"Oval Room"
de
AGONCILLO:
Señor Presidente. El gobierno filipino, igual que los Estados Unidos, es un
gobierno democrático. Fue sancionado por el pueblo filipino y nuestro jefe el
general Emilio Aguinaldo fue elegido por sus compatriotas, los ciudadanos
filipinos. Vengo como representante de nuestro gobierno y nuestro jefe el
General Aguinaldo para informarle otra vez a Vd. y al gobierno estadounidense
del hecho de que existimos como una república tal como la de ustedes, una
república soberana e independiente.
Esperamos que esta nación norteamericana lo reconozca en su total soberanía.
MCKINLEY:
I'll
see to it that the American peace commissioners in
INTERPRETE: (traduciendo
simultáneamente al español)
Voy a enviar su mensaje a la delegación norteamericana en París. Le
aconsejo que vaya Vd. Allá para confirmarlo. ¡Bienvenido a los Estados Unidos!
AGONCILLO:
Gracias, señor Presidente.
(Hace mutis)
MCKINLEY: (al intérprete, con tono de
patrón)
If there were
more Filipinos like that chap Agoncillo, there would
be no question about their right to govern themselves.
Escena 10.
(Conferencia de
Los delegados entran y toman sus asientos en el auditorio junto con los
espectadores. Una bandera grande lee: "AMERICAN EPISCOPAL TRIENNIAL
CONVENTION”)
MODERADOR:
Buenos días señores y señoras. Bienvenidos a la conferencia de la iglesia episcopalia. Esta
mañana, tenemos a un huésped especial, el Embajador de
(Aplausos)
AGONCILLO:
Gracias, Sr. Moderator, y gracias, damas y
caballeros, por esta calurosa recepción.
Siento muy honrado hablar aquí sobre la situación política en Filipinas.
Como sabéis muy bien, declaramos hace cuatro meses nuestra independencia de España. Los Estados Unidos,
después de la victoria del almirante Dewey en
El gran problema que existe hoy día es que hay facciones en la política
norteamericana que no reconocen nuestra independencia. Ambos gobiernos los de
Norteamérica y España por medio de sus delegados están ahora en París para
firmar un tratado que se va a ratificar el diciembre de este año.
La ironía aquí es que Filipinas es una nación soberana, y no formamos parte
de las negociaciones. Es decir, no reconocen a Filipinas como una nación
independiente.
Hablé hace unos días con el Presidente McKinley y
me urjo ir a París y hablar con los delegados americanos allá.
Entonces, les ruego a Vds., por parte del gobierno de
Un aplauso cortés del auditorio.
Las luces se disminuyen en el auditorio y en el escenario. Los delegados (en el
auditorio junto con los espectadores) comentan en voz baja. Muchos dan
comentarios positivos del discurso de Agoncillo.
Escena 11.
Delegados de la conferencia en
grupos de dos o tres dando la enhorabuena a Agoncillo,
otros dándole la mano. Otros tomando café y galletas. El Senador Chandler se acerca a Agoncillo.
Centro del escenario.
CHANDLER:
Sr. Agoncillo, soy Senador Chandler. Eso fue un discurso muy emocionante.
AGONCILLO:
Gracias, Senador.
CHANDLER:
¿Cuándo se marcha Vd. para París?
AGONCILLO:
Mañana.
CHANDLER:
Mi colega, el Senador Davis, es uno de los
miembros de
AGONCILLO:
Claro que sí, Senador. No es ninguna inconveniencia.
CHANDLER:
Lo que diría en la carta es que apoyo vuestra causa y que se debiera
reconocer vuestra nación como nación independiente.
AGONCILLO:
Gracias, Senador. Lo aprecio mucho.
Las luces se apagan.
Escena 12.
McKinley está en su campaña para la
reelección. Banderas norteamericanas y banderas con las palabras "VOTE
MCKINLEY", "VOTE REPUBLICAN" por todos lados del escenario y el
auditorio. McKinley dirige su discurso a los
delegados de una conferencia de
El Moderator,
con micrófono en el podio, centro. Los delegados gritando “Mckinley for president!"etc.
MODERATOR: (entre gritos)
Damas y caballeros, tengo el gran honor de presentarles el Presidente de
los Estados Unidos, el president McKinley!
(Gritos y silbidos, y una orquesta tocando la marcha presidencial)
MCKINLEY: (Con una gran sonrisa en su cara, sus manos señalando la ‘V’ para
‘Victoria’. Más gritos y silbidos del
auditorio.)
Gracias, señores, muchas gracias damas y caballeros.
(Una mujer en el auditorio grita: “Te queremos, Sr. Presidente”. Más gritos
y silbidos)
Gracias, muchas gracias. Igualmente,
os quiero mucho. (Gritos y silbidos)
Es un gran honor dirigirles, los delegados de esta conferencia. En el
sentido verdadero del espíritu cristiano, de los metodistas, quisiera comenzar
a contarles un sueño que he tenido.
Hace semanas que he debatido sobre la cuestión de Filipinas. He pedido
consejos por todos lados. Noche tras noche, caminaba en los pasillos de
Ese fue el mensaje de Dios Todopoderosos que me habló en ese sueño. Desde
entonces, ya podía dormir bien.
Las luces se apagan lentamente.
Escena 13.
Se ilumina una parte del escenario.
El “Oval Room”
de
DAVIS:
Buenas tardes, Sr. Presidente.
MCKINLEY:
¿No querrás decir “Buenos días”, Senador?
DAVIS:
Ah, sí, perdón, Sr. Presidente. Siento.
Es que son las 4 de la tarde aquí.
MCKINLEY:
Ah, sí, sí, claro. Se me olvidó. La diferencia de hora ahí
DAVIS: (riendo)
Dos diferentes horas, dos diferentes mundos.
MCKINLEY:
¿Cómo andan las discusiones?
DAVIS:
Muy bien, muy bien. Los españoles necesitan dinero. Están casi
desesperados. Piden treinta millones de dólares para Cuba, Puerto Rico y
Filipinas.
MCKINLEY:
Ofréceles diez. Y si quejan, ofréceles veinte millones como última oferta.
DAVIS:
Comprendo, señor.
MCKINLEY:
Y otra cosa. Hay un tipo que se
llama Agisillo o algo por ese estilo, no sé
pronunciar su nombre. A ver si te causa problemas. Quiere formar parte del
comisionado.
DAVIS:
No se preocupe, Sr. Presidente. Yo me encargo de eso.
MCKINLEY:
Bien. Entonces, termina todos los trámites lo más pronto posible, págales,
y retírate.
DAVIS:
Comprendo, señor.
MCKINLEY:
Bueno, Senador. Nos vemos en el Club
de Chavales aquí en Washington.
DAVIS: (riendo)
Sí, señor. ¿Pagará Vd. por las
bebidas?
MCKINLEY: (riendo)
Claro que sí. Pagará
(Los dos riendo mientras se
apaga lentamente las luces escénicas.)
Escena 14.
París. December 10, 1898.
Ambas comisiones, española y norteamericana, están listos para firmar el
Tratado de Paris. Agoncillo tiene la carta de Chandler en su mano.
Entra Davis con otros miembros de su
delegación.
AGONCILLO:
Senador Davis, soy Felipe Agoncillo
representante de Filipinas. Tengo aquí una carta para Vd. del Senador Chandler.
DAVIS:
Ah, sí, sí. Mucho gusto, Sr. Aguisillo. El Presidente McKinley
habló bien de Vd.
AGONCILLO:
¿De veras? Muy agradecido y muy amable del presidente. Señor, el Senador Chandler me pidió que entregara esta carta a Vd. en
persona. (Le entrega la carta.)
DAVIS:
Ah, claro, mi buen amigo Chandler.
(Lee la carta)
Sr. Aguisillo,
comprendo muy bien sus preocupaciones. Sr. Chandler
expresa sus simpatías. Todo lo que puedo hacer es mencionar esto al comisionado
para una posible discusión. Es que hay otros temas más importantes que tenemos
que discutir con la delegación española. Y ahora mismo me están esperando.
AGONCILLO:
Un pequeño favor, Senador. ¿Me permite participar en las discusiones, o a
lo menos, observar las charlas?
DAVIS:
Voy a ver lo que puedo hacer. Adiós
por ahora.
(Mutis)
(Las luces se apagan. Se nota la frustración en Agoncillo.)
Escena 15.
(Dentro de la sala de
conferencias. Los delegados españoles y norteamericanos se sientan alrededor de
una mesa rectangular.)
DAVIS: (dirigiéndose a los españoles)
Bueno, señores, necesito vuestras firmas en este tratado. Pero antes, me
gustaría dar un breve resumen de los puntos claves en que nos acordamos.
Primero: España cede las islas de Filipinas, Guam y
Puerto Rico a los Estados Unidos. Segundo: Los EE.UU.
pagará a España un total de $20.000000 Tercero: España cede su soberanía sobre
Cuba. Y último: El estado civil y político de los residentes de estos
territorios será determinado por el Congreso de los EE.UU.
(Davis
entrega el tratado a la delegación española. Tiene una sonrisa, más bien
sardónica, en sus labios, como si fuera victorioso en una jugada de póquer. Los
españoles, resignados, firman, sabiendo que no hay otra alternativa. Después de
las firmas, entra un camarero con champán, y todos
hacen un brindís.)
DAVIS:
Señores, un brindis al tratado de París.
DELEGADO ESPAÑOL:
¡Salud y pesetas!
(Todos se ríen y beben el champán. Las luces
se apagan.)
Escena 16.
Esta escena se puede en una de
tres maneras. O una combinación de las tres, porque es un discurso bastante
largo. Primero, Agoncillo puede leer su carta de
protesta, levantado ante un podio, como si hablara directamente a
AGONCILLO:
Excelencias, delegados de
España es absolutamente incapaz de cualquier estado y poder de decidir la
cuestión de ceder las islas Filipinas a los Estados Unidos porque sus fuerzas
armadas fueron completamente derrotadas por las fuerzas armadas de Filipinas, y
el gobierno español cesó de mantener su dominio en Filipinas por hecho y
derecho. La única autoridad que existe ahora en Filipinas es un gobierno
constituido por el pueblo filipino, con la sanción solemne del voto
democrático, la única fuente legal de los poderes modernos.
Bajo estas circunstancias, los delegados españoles en París no tenían
ningún derecho, dentro de los principios de la ley de naciones, a ceder o
transferir posesiones de las cuales no se les pertenecen. España perdió su
dominio y posesión de las Islas Filipinas en la revolución entre 1896 y 1898.
Al ser derrotada, fue menester por parte del gobierno español reconocer al
pueblo filipino y por consecuencia, sus derechos de decidir su propio porvenir.
En el caso de los comisionados de los Estados Unidos, ¿qué derecho tienen de considerarse
árbitros en el asunto del futuro de Filipinas? Debieran actuar con honradez y
de buena fe. Si lo hiciesen, lo cual no lo hicieron, hubieran reconocido el
estado político e independiente de
Lo que es de mal gusto es el hecho de que los americanos dieron al General
Emilio Aguinaldo y los otros líderes filipinos la impresión de que eran aliados
en nuestra lucha por la independencia contra España. Por ejemplo, el Capitán Wood, comandante del USS Petrel, antes del comienzo de la
guerra Hispanoamericana, pidió la cooperación de los filipinos. Igualmente, los
consules americanos, en Singapore,
el Consul Pratt, y el consul Wildman en Hong Kong, y Williams
e Cavite, ofrecieron a reconocer la independencia de
la nación filipina en el momento de triunfarse contra las fuerzas
españolas.
En siete ocasiones, General Aguinaldo fue asegurado por los representantes
del pueblo estadounidense de la independencia filipina.
Primero, el barco de guerra McCulloch fue puesto
por orden de Dewey, a la disposición de los líderes
filipinos en exilio.
Segundo, el almirante Dewey no negó al General
Aguinaldo y a sus compañeros las promesas hechas por sus colegas a los líderes
filipinos cuando subieron en su barco en
Tercero, el Almirante Dewey recibió al General
Aguinaldo cono honores dignos de un jefe supremo de un ejército aliado, y a la
vez, jefe de una nación soberana.
Cuarto, aceptó la cooperación eficaz del ejército filipino.
Quinto, Dewey reconoció la bandera filipina, y la
mandó subir en mar y tierra, y consintió que los barcos filipinos navegaran con
su bandera en lugares bloqueados por la marina estadounidense.
Sexto, recibió notificación de la proclamación formal de la independencia
filipina sin protestar contra ella, ni oponer su existencia.
Séptimo, Dewey entró en relaciones con el pueblo
filipino, sus generales y oficiales nacionales de nuevo gobierno filipino,
reconociendo sin cuestión de este cuerpo incorporado y la soberanía autónoma
del yugo español por medio de su propia fuerza al derrotar el ejército español.
Permitidme hacer un punto perfectamente claro: los filipinos no lucharon
como soldados pagados y mercenarios de los Estados Unidos. Cuando llegaron de Hong Kong, los líderes filipinos
recibieron sólo un pequeño número de armas dado por orden del almirante Dewey. Las armas, municiones y provisiones no eran regalos
de los Estados Unidos. Fueron restos de la guerra Hispano-filipina, algunos de
los cuales adquiridos por galantería, y los demás, por medio de fondos privados
de los patriotas filipinos. En otras
palabras, los filipinos no debieron nada a los norteamericanos.
Es verdad que Manila cayó en manos de los norteamericanos, pero sin la
ayuda y cooperación de los filipinos, y los previos ataques de las tropas de
Aguinaldo, ¿creen Vds. que los norteamericanos hubieran tomado posesión de
Intramuros con tanta facilidad?
El almirante Dewey destrozó la flota española en
la batalla de la bahía de Manila, pero no tenía tropas de desembarco, y bajo
estas condiciones, el apoyo que recibió de los filipinos fue sin duda una
ventaja positiva.
Para resumir: Si los españoles no hubieran transferido a los
norteamericanos los derechos que, en primer lugar, no poseían; si al tomarse
Manila fue el resultado de las previas victorias del ejército filipino; si los
oficiales y representantes del gobierno estadounidense reconocieron la
independencia y la soberanía de Filipinas, ¿cómo es que los norteamericanos
ahora se consideran a sí mismos los árbitros en controlar y administrar el
futuro gobierno de las Islas Filipinas?
Pero me confunden las intenciones del Presidente McKinley:
¿Fue la verdad cuando el Presidente McKinley declaró
con toda solemnidad que no tenía ninguna intención de la expansión territorial en lucharse la
guerra contra España? ¿Fue la verdad cuando declaró que la guerra contra España
era por principios de la humanidad? ¿Fue la verdad cuando dijo que tenía la
solemne obligación de liberar a los pueblos oprimidos? Y en fin, ¿dijo la
verdad cuando declaró que su deseo era proclamar los derechos de soberanía de
aquellos países liberados del yugo de España?
He dicho.
(Las luces se disminuyen)
Escena 17.
McKinley y Davis
hablando por teléfono.
DAVIS:
Sr. Presidente, ¿ha leído la carta de protesta del Sr. Agoncillo?
MCKINLEY:
Sí, bastante largo. ¿Qué dicen los españoles?
DAVIS:
Ya tienen su dinero. Ya no les importa.
MCKINLEY:
(Se disminuye el foco de McKinley y en otra parte del escenario, la luz se enfoca al
NARRADOR)
Escena 18.
NARRADOR:
Pues, ahí lo tienes, damas y caballeros. Una breve historia de la traición
española y norteamericana. ¿Y las víctimas? Aguinaldo y compañía. Es decir,
nosotros, los filipinos. Las pequeñas naciones manipuladas por las grandes y
ricas naciones. Y, ¿detrás de todo esto? El negocio. Los negocios
multinacionales. Sí, señores y señoras, desde que se inventó el dinero, el
dinero empezó a hablar. Y habla fuerte. En particular, el gran dinero. Y se repite
el refrán otra y otra vez: los ricos se enriquecen más y los pobres se
empobrecen más aún. Los ricos explotan a los pobres. Los pobres se cansan de la
explotación y empiezan una revolución. Y
si ganan los pobres, ahora se convierten en los ricos, pero los viejos ricos
son siempre ricos porque tienen su dinero en los bancos suizos. Siempre listos
para pequeñas cosas como una revolución, o una guerra. Y nunca lo pierden
porque tienen mucho del gran Don Dinero.
Y así va la historia, repitiendo en refranes, en pequeñas verdades, todo
parte de la historia de la humanidad, una historia de explotación, decepción,
avaricia, etcétera, etcétera. Y lo que habéis visto aquí es un microcosmos de
la historia humana aplicada en la historia de la revolución filipina, y su
víctima, el presidente Emilio Aguinaldo.
FIN
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