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INTERTEXTUALIDAD, INFLUENCIA, RECEPCION, TRADUCCION Y
ANALISIS COMPARATIVO
Monique Nomo Ngamba Amougou
(Universidad de
Duala. Camerún)
ABSTRACT
The purpuse of this article is
to show the importance of the global approach and the interdisciplinarity in Comparative
studies. The notions of intertextuality, influency, reception and
traduction are not contradictory and can
be of a great interest for Comparative studies if they are porperly used and
incorporated in a global approach. Indead, a literary text can only be
understood if it is considered in its plurality which supposes intertextuality,
influency, reception and traduction.
KEYWORDS: Intertextuality,
Influency, Reception, Traduction, Comparatism.
El término de intertextualidad fue
desarrollado inicialmente en el ámbito de los estudios teórico-literarios,
cuando Julia Kristeva lo propuso como análogo al término intersubjetividad
de Mijail Bajtin. En un trabajo que dedicó a Bajtin en 1966[1],
Kristeva introdujo dicho término para referirse a las huellas, citas o
alusiones a otras obras literarias que pueden observarse en cada texto[2].
Bajtin sostenía que el hombre es un ser dialógico, inconcebible sin el otro e
impregnado de alteridad, y que la novela es un producto “heteroglósico”,
producto del cruce de muchos lenguajes[3]. Al
comentar las ideas de Bajtin, Kristeva escribe lo siguiente: “Tout texte se construit comme mosaïque de
citations, tout texte est absorption et transformation d’un autre texte. A la
place de la notion d’intersubjectivité s’installe celle d’intertextualité, et le langage poétique se lit, au moins, comme double[4]“. Así lo cree
también Claudio Guillén, quien opina que el concepto de influencia
individualiza la obra literaria, mientras que el término intertexto implica
sociabilidad literaria en su cruce con otras creaciones anteriores[5].
La
palabra literaria, por ello, no es algo fijo, sino un diálogo de varias
escrituras. Dicho diálogo se produce entre tres lenguajes: el del escritor, el
del destinatario (ya sea intratextual o extratextual) y el del contexto
cultural anterior o actual. Por ello, la palabra literaria es doble, y puede
ser considerada de modo vertical o de modo horizontal: horizontalmente, la
palabra se relaciona con el sujeto de la escritura y con el destinatario;
verticalmente, con el texto al que pertenece y con otros textos anteriores[6].
Roland
Barthes recoge esta idea, y aclara que la “intertextualidad” no tiene nada que
ver con la antigua noción del primer comparatismo francés de fuente o de
influencia:
“Tout texte est un intertexte; d’autres textes sont présents en lui, à des niveaux
variables, sous des formes plus ou moins reconnaissables; les textes de la
culture antérieure et ceux de la culture environnante; tout texte est un tissu
nouveau de citations révolues. Passent dans le texte, redistribués en lui, des
morceaux de codes, des formules, des modèles rythmiques, des fragments de
langage de lui. L’intertextualité, condition de tout texte, quel qu’il soit, ne
se réduit évidemment pas à un problème de sources ou d’influences; l’intertexte
est un champ général de formules anonymes, dont l’origine est rarement
répérable, de citations inconscientes ou automatiques, données sans guillemets[7]“.
La
intertextualidad no se considera sólo como una manifestación textual claramente
perceptible de las “relaciones de hecho”, sino que hace referencia a la
constitución del sistema general de la literatura, según el cual cada obra sólo
puede existir en relación con las demás. Asimismo toda obra literaria se
construye sobre las obras literarias anteriores, ya sea para continuar sus
características o para rebatirlas, y en ese sentido todo texto es un intertexto[8].
El
concepto de intertexualidad ha sido aplicado después en el ámbito de los
estudios comparativos. A este respecto, Claudio Guillén advierte contra el
peligro de que la concepción sobre la intertextualidad se mantenga en un plano
estrictamente teórico. En efecto, la idea de que todo texto es un intertexto
puede inducir a prescindir de los análisis concretos en los que se pongan de
manifiesto las relaciones entre las distintas obras. Por ello, Guillén cree
necesario elaborar un método para investigar las relaciones entre distintos
poemas, ensayos o novelas.
En
esta línea, Guillén propone dos vías de aplicación de la intertextualidad al
análisis comparativo: en primer lugar, hay que considerar una línea cuyos
extremos son la alusión y la inclusión, es decir, la simple alusión o
reminiscencia implícita de otras obras y la inclusión explícita de palabras,
formas o estructuras temáticas ajenas; y en segundo lugar, y con respecto a la
inclusión de palabras, es preciso distinguir una vía que va de la citación a la significación. La citación sería un tipo de inclusión que se limita
a evocar autoridades sin que dicha cita intervenga decisivamente en el
contenido fundamental de la obra. La significación se produciría cuando la obra
se construye en torno a las palabras citadas, que se convierten en el núcleo
semántico de la misma.
En
otras ocasiones no se produce una cita más o menos literal de otro texto, sino
que hay simplemente alusiones. En
todos estos casos, el diálogo intertextual se cumple plenamente en el espacio
psíquico del lector, que debe relacionar las obras y apreciar las diferencias
de planteamiento que presentan.
Por
otra parte, el primer comparatismo francés dio mucha importancia al concepto de
influencia, que hoy podríamos
relacionar con la noción, posteriormente acuñada, de intertextualidad[9]. De
hecho, el comparatismo ha venido desarrollando otros conceptos que se
relacionan también con el ámbito de la intertextualidad, como el de la imitación, la recepción y el efecto.
Ulrich Weisstein relaciona estos conceptos con el productor y el receptor de la
comunicación literaria. Mientras que Guillén se refiere a la intertextualidad sin
distinguir estos polos, Weisstein, que no usa el término “intertextualidad”,
dedica un capítulo de su Introducción a
Weisstein
propone establecer claramente los límites entre esos dos ámbitos, que, a su
juicio, no siempre han sido respetados por los comparatistas franceses,
separando nítidamente el polo de la autoría, en el que se incluyen la
influencia y la imitación, del de la recepción y el efecto. La distinción de
Weisstein tiene que ver con la perspectiva que adopte el comparatista: los
estudios sobre la influencia o la imitación se centrarían en la actividad
creadora del autor que se ve influido por otro o que lo imita, y los de
recepción o efecto en la repercusión de un determinado autor en otros países.
En
su opinión, las concordancias literales (las inclusiones de Guillén) son una forma de influencia muy superficial,
y pertenecen más bien al ámbito de la recepción; es decir, es preferible
analizarlas a la hora de valorar el efecto de un autor en otro país (pero
pueden analizarse también desde la perspectiva del autor que cita)[12]. En
cualquier caso, y aunque es posible considerar esa doble perspectiva, la
frontera trazada por Weisstein tiene unos límites difusos, puesto que también
la influencia y la imitación requieren de la recepción previa. Por ello, esas
dos perspectivas del comparatista pueden intercambiarse con facilidad[13].
Por
lo que respecta al concepto de influencia, presupone la existencia tanto de la
obra de partida como de la obra sobre la que ésta influye. Tal como afirma
María Moog-Grünewald, el estudio de las influencias y de los efectos ha sido
tan importante en el comparatismo (sobre todo en el francés), y hay tanta
bibliografía dedicada a ello, que una visión de dicha bibliografía puede hacer creer que la investigación de
la influencia y del efecto no es solamente asunto preferido de la
comparatística, sino que la comparatística es simplemente investigación de las
influencias y de los efectos[14].
En
una comunicación presentada en el segundo Congreso de
Guillén
esquematiza el proceso de la comunicación literaria mediante el siguiente
esquema teórico: A - A1 - B - B1, donde A y B son respectivamente el primer y
el segundo autor considerados, y A1 y B1 sus obras. Pues bien, entre el autor A
y su obra A1 se sitúa a juicio de Guillén el aspecto psicológico del proceso
creador; entre la obra A1 y el autor B el aspecto psicológico del proceso de
recepción, y entre el autor B y la nueva obra B1 un nuevo aspecto psicológico
del proceso creador, enriquecido por el proceso previo de recepción. Por ello,
Guillén desvía el concepto de “influencia” hacia el ámbito psicológico,
asociándola a una fase del momento creador, en el cual el autor puede verse
influido psicológicamente por otro autor o autores.
En
consonancia con las ideas defendidas por Croce, Guillén considera que toda obra
de arte es absolutamente única e irrepetible, totalmente diferente de las
demás. Por eso, la influencia no es para Guillén un resultado final, sino
solamente un proceso, y su efecto no puede estudiarse en las propias obras
literarias, sino que, para comprenderla en su totalidad, sería necesario
adentrarse en el dificultoso campo de la psicología de la creación.
En
este aspecto, Weisstein se muestra totalmente en desacuerdo con Guillén. Para
Weisstein, la fuente sería el origen y la influencia el resultado final.
Weisstein propone usar el término fuente “solamente para hacer referencia a los
modelos temáticos, es decir, a los temas que posean un valor material, pero cuya
naturaleza sea de índole preliteraria”[17],
mientras que la “influencia” es el aspecto plenamente literario que puede
observarse en el estudio de las propias obras. Tan desafortunado le parece a
Weisstein considerar que las influencias sólo se dan entre las obras. Por eso,
el estudio de las influencias literarias requiere tomar en consideración no
sólo las obras en sí, sino también sus autores, aunque la atención principal
debe fijarse siempre en la relación de las obras entre sí[18].
A
juicio de Weisstein, Guillén ha caído en un pecado de omisión, al ocultarse a
sí mismo y a los destinatarios de sus trabajos que lo que él denomina
“influencia” no es otra cosa que lo que se conoce normalmente con el nombre de
inspiración.
Weisstein
define la inspiracion en las palabras siguientes:
“Se trata [...] de un estado de ánimo del
que nosotros mismos no podemos saber nada a no ser que el poeta nos permita
adentrarnos en su mundo espiritual en el momento de la creación.
Científicamente es imposible deducir ese estado de ánimo, por lo que el camino
señalado por Guillén resulta intransitable[19]”.
Para
resumir todo lo dicho anteriormente, reconocemos con Guillén que en un intento
de salvaguardar la originalidad y la individualidad específica de cada obra de
arte, es importante acudir no sólo al concepto de influencia psicológica que
Weisstein identifica con la inspiración, sino también remitir todas las influencias al ámbito de la
tradición y la convención literarias. Son éstas propiedades comunes (la primera
entendida en sentido diacrónico y la segunda en sentido sincrónico) que
incluyen los contenidos y las formas de expresión supraindividuales de las que
parte cada autor. Coincidimos con Weisstein, sin embargo, en su idea de que es
necesario comprobar en cada caso si las influencias colectivas son suficientes
para explicar las semejanzas de forma y contenido entre distintas obras[20].
Nos parecen
también importantes las posturas de J. Kristeva que señalaba que todo texto se
construye como un mosaico de citas, como la absorción y transformación de otro
texto en el que el escritor entabla un diálogo tácito o explícito con textos
anteriores[21];
y de Bakhtin que considera la novela como una “heteroglosia” o un cruce de
varias lenguas que se presentan en continuo diálogo. El autor representa este
lenguaje, conversa con él, y la conversación penetra dentro de la imagen del
lenguaje y lo dialogiza desde dentro. Para Bakhtin, la novela como género no
responde a un sistema homogéneo, uniforme o lineal, ni un discurso de un autor
que representa el mundo que él imagina, sino que constituye un fenómeno
profundamente dialógico, un lugar de encuentro de diferentes discursos. El acto
de lectura viene a ser un proceso dialógico en el que el lector no se enfrenta
a un lenguaje o un estilo único, sino a un sistema de lenguajes
interrelacionados[22].
M.
Riffaterre hace una propuesta más equilibrada cuando afirma que una obra
presenta un nivel de lectura vertical o intratextual, que une el significante y
el significado, y una serie de relaciones horizontales e intertextuales con
palabras y códigos culturales exteriores a él[23]. Lo
que Riffaterre entiende por intertextualidad es lo que Gerard Genette denomina
transtextualidad, o relación de copresencia entre dos o más textos, la
presencia efectiva de un texto en otro o el conjunto de categorías generales o
trascendentes –tipos de discurso, modos de enunciado, géneros literarios, etc.-
del que depende cada texto singular[24].
En cuanto a A.
Jefferson, considera que el concepto de intertextualidad cumple una función
central específica en la novela como género literario. Partiendo de una
perspectiva estructuralista o semiológica, al reconocer que el “yo” que se
acerca al texto representa una pluralidad de otros textos o códigos, Jefferson
separa los términos influencia e intertextualidad. Para ella, la influencia
suele deberse a un acto inconsciente, mientras que la intertextualidad implica
una actividad consciente. Jefferson añade que la conciencia de la influencia
puede llevar a la intertextualidad y a su libertad, pero la intertextualidad no
puede llevar a la influencia[25].
En
cuanto al concepto de imitación,
Weisstein recuerda que la historia del arte y de la literatura se ha movido
siempre entre los polos de la imitación y la originalidad. Así, en el
clasicismo, la imitación creativa gozaba de gran prestigio (aunque se tratara
de un arte imitativo que pretendiera superar el modelo imitado), mientras que
en el Sturm und Drang, el
Romanticismo, el Surrealismo o el arte actual es rechazada mayoritariamente.
Durante muchos siglos, la imitatio de
los autores clásicos ha tenido una gran importancia en la educación. A los
alumnos se les ponían ejercicios consistentes en crear textos imitando el
estilo de los autores mejor considerados. En algunas épocas, la imitación del
estilo de los autores clásicos no se limitaba a los ejercicios escolares, sino
que era una pretensión de los autores maduros de cualquier ámbito, incluido el
literario.
Hay
algunas formas literarias relacionadas con la imitación. El plagio, o imitación consciente sin citar
la fuente, se ha considerado inaceptable en todas las épocas, aunque a veces es
difícil determinar los límites entre el plagio y la reestructuración creadora.
El género burlesco, en el que se
intenta ridiculizar un estilo fácil de imitar, puede considerarse una variante
cómica de la imitación. En el pastiche
se mezclan rasgos formales de diversas obras y se presentan de forma ligera. La
parodia pretende difamar los modelos
artísticos que imita irónicamente (lo que la diferencia de la sátira y la caricatura, cuyos modelos son tomados de la propia vida)[26].
Por
otra parte, los comparatistas han venido desarrollando a partir de los años
setenta los estudios de recepción. A
finales de los sesenta, se instauró en Alemania la denominada Escuela de
Constanza, en torno al romanista Hans Robert Jauss y al anglicista Wolfgang
Iser, que insistieron respectivamente en los aspectos diacrónicos y sincrónicos
de la recepción[27].
Con el desarrollo de la denominada “Estética de la recepción”, el comparatismo
empezó a interesarse por los estudios de la recepción.
Si
durante mucho tiempo los estudios críticos se han orientado a establecer el
sentido único de los textos, la estética de la recepción llama la atención
sobre la “lectura plural” que se puede hacer y que de hecho se hace de los
textos. En este sentido, los estudios comparativos de la recepción se fijan
especialmente en la variedad de formas en que los textos son recibidos en
distintos momentos y países.
Como
ya hemos comentado, Weisstein dedica un capítulo de su Introducción a
La
recepción de una obra extranjera por un escritor determinado es para Weisstein
un asunto digno de ser tratado por los comparatistas. La forma más directa de
apropiación de una obra extranjera se produce cuando el receptor de la misma
domina el lenguaje en que está escrita, aunque a este respecto siempre hay
gradaciones. En ocasiones se produce lo que Robert Escarpit denomina “traición
creadora”, concepto referido a las interpretaciones erróneas de las obras
literarias[28].
En determinadas ocasiones los lectores de otro país o de otra época dan a la
obra un sentido diferente al que pretendió darle el autor. Así, novelas
destinadas a adultos, como los Viajes de
Gulliver, de Jonathan Swift, o Robison
Crusoe, de Daniel Defoe, se convierten en lecturas infantiles, mientras que
Alicia en el país de las maravillas,
de Lewis Carroll, se considera una lectura propia de adultos. Por otra parte,
al traducir las obras es muy difícil no cometer esa traición creadora, pues
para ello sería necesario que el traductor conociera a la perfección el
ambiente socio-cultural en el que la obra fue escrita y todas las connotaciones
de su lenguaje (de ahí lo acertado del dicho traduttore traditore). Sobre esta traducción y su importancia en
los analisis comparativos volveremos más adelante.
No
todos los autores sostienen los mismos principios que Weisstein a propósito de
la recepción. Mientras que Weisstein
cree necesario separar nítidamente el ámbito de la autoría y el de la
recepción, Yves Chevrel considera, que el concepto de recepción sustituye a las
nociones de influencia o fortuna, englobándolas en una
perspectiva más vasta[29].
Por
otro lado, los estudios sobre la recepción deben prestar atención a las formas
precisas en que se aprehenden los textos. Generalmente, cuando un texto es
publicado en un país extranjero es sometido a una serie de manipulaciones que
en cierta forma permutan su sentido[30]. De
igual manera, todo lo que tenga que ver con las introducciones, notas o
comentarios que presentan al autor extranjero, desempeña un papel importante de
mediación. En muchas ocasiones las traducciones no ofrecen el título original,
la fecha de la primera edición o el nombre del traductor, y cambian algo tan
importante como es el mismo título de la obra para aclimatarlo a la
sensibilidad del público receptor. Todos estos aspectos, que influyen en la
recepción de una determinada obra en un país extranjero, son objeto importante
de investigación del comparatista centrado en los estudios de recepción.
Chevrel
propone además que en ciertas ocasiones que lo merezcan, la investigación se
interese por el contenido de las bibliotecas privadas de los autores, por los
préstamos de las bibliotecas públicas, en los archivos de las aduanas y de la
censura política que prescribe determinadas obras, etc.
Los
campos de investigación de la recepción son múltiples y están todavía sin
precisar. Chevrel recuerda además la importancia que tienen las instituciones
educativas y culturales y el discurso crítico en la formación de los cánones
literarios y en la delimitación de los “valores literarios”, aspecto que
también puede ser estudiado por los comparatistas centrados en la recepción.
Llama también la atención sobre la necesaria interdisciplinariedad de los
estudios de la recepción, que no sólo adquieren una perspectiva literaria, sino
que han de tener en cuenta las contribuciones de la historia, de la sociología,
de la psicología o de las teorías de
la información y de la comunicación[31].
Otro
aspecto interesante para el comparatismo, relacionado con el ámbito de la
recepción, es el del intermediario (transmetteur, intermediary), institución o personaje que pone en contacto a un
autor con las obras extranjeras que desconocía. El papel del intermediario se
ve muchas veces subordinado a cuestiones de índole comercial (el afán lucrativo
de las editoriales) o de situaciones políticas (por ejemplo, las tensas
relaciones entre Francia y Alemania durante el siglo XX) que entran en el
ámbito de la sociológía[32]. En
muchas ocasiones, la ciudad multilingüe (Venecia, Viena, Budapest...) actúa
como intermediario[33].
En
opinión de Weistein, por otra parte, la investigación científica de la
recepción ha de estar más encaminada hacia la historia que hacia la crítica
literaria, poniendo de manifiesto la fortuna variable que diversos escritores
han tenido en otros países a lo largo de la historia. Sólo así es posible
determinar el eco de los clásicos, el problema de la fama, de su duración y de
la inmortalidad literaria[34].
Se
suele tener por clásico al escritor cuyas obras logran salir del limbo en el
que caen al poco tiempo de la muerte del autor, rozando la línea del olvido y
pasando a la posteridad. En ocasiones, la fama llega tras la publicación
póstuma de las obras del escritor, o los escritores son más apreciados tras su
muerte de lo que lo eran en vida (como es el caso de Bécquer, quien decía tener
la sensación de que sería más y mejor leído tras su muerte que en vida). En
este sentido, resultan interesantes los casos de redescubrimiento de determinados artistas olvidados o poco
apreciados por parte de artistas posteriores que se sienten identificados con
ellos y rehabilitan su obra (caso de los existencialistas, que propiciaron el
resurgimiento de Dostoievski, de Tolstoi y de Ibsen, o de la rehabilitación de
Góngora por parte de la generación del 27 española).
Otro
aspecto relacionado con la recepción al que el comparatismo ha dedicado su
atención es al de la imagen de las naciones extranjeras que aparece en la
literatura de cada país. Este tipo de investigación de las images o mirages ha sido
cultivado por Carré y su discípulo Guyard, quien dedica a ello un capítulo
entero de su obra La littérature comparée[35].
También lo hacen Pichois y Rousseau en su obra La Literatura Comparada[36]. Y
aunque más recientemente el investigador holandés Hugo Dyserinck ha querido
reivindicar este ámbito como una rama importante del comparatismo, a juicio de
otros autores, como Weisstein, el ámbito en cuestión cae fuera de lo puramente
literario[37].
El
fenómeno de la traducción resulta
también muy importante para
Guillén,
por otro lado, se muestra de acuerdo con los autores agrupados en torno a la
teoría de los polisistemas de Itamar Even-Zohar, algunos de los cuales, como
Antonio Lefevere o José Lambert, intentan incorporar el conocimiento de las
traducciones al estudio preciso de los sistemas históricos[40]. La
traducción no deja de ser una selección de un determinado texto, realizada por
alguno de los estratos que configuran los polisistemas literarios. La obra
traducida adquiere por ello una valoración específica, y colabora en la
determinación de las reglas y modelos que componen su sistema literario. Cada
generación suele realizar nuevas traducciones de los clásicos que considera
dignos de recuperar, y éstas suponen siempre una nueva interpretación.
Por
otra parte, y en lo que atañe al aspecto propiamente lingüístico de la
traducción, Guillén advierte que sólo el estrato fónico es en rigor
intraducible, pues los estratos prosódico, morfo-sintáctico y semántico se
pueden reproducir sin demasiada dificultad en otras lenguas. Y en el estrato semántico,
incluso las más ricas imágenes pueden ser traducidas.
Como se puede
notar, el término influencia, aunque es uno de los más utilizados para
establecer relaciones generales entre diversos autores, o para aludir de forma
general a la existencia de paralelismos textuales, intertextuales o incluso no
literarios, es un concepto sumamente confuso y ambiguo, porque no define el
grado de coincidencia que se da entre varios discursos, el tipo de la misma o
la naturaleza de esa asociación, pues una obra puede presentar huellas, ecos o
alusiones claras de otra sin que esto se deba a una casualidad directa sino a
otro tipo de coincidencias. Y como muy bien señala A. Blecua, ninguna creación
literaria se identifica con otra y es absolutamente distinta de todas[41].
Claudio Guillén
corrobora estas ideas al afirmar que la historia literaria se forma a partir
del estudio de la totalidad de las relaciones de una obra con otras, y no de la
causación mecánica o de la similitud, por lo que ninguna categoría de estudio
sobre la obra literaria se puede estudiar de forma independiente, sino como
parte de un sistema[42].
[1] Cfr. J. Kristeva, “Bakthine, le mot, le dialogue et le
roman”, en Critique, 239, 1969, pp.
438-465.
[2] A propósito de los origenes, el desarrollo y la
definición del concepto de “intertexto cfr. L. Somville, “Intertextualité”, en
M. Delcroix y F. Hallyn, Introduction aux
études littéraires, París, Duculot, 1990, 2ª ed., pp. 113-131.
[3] Cfr. M. Bajtin, Estética
de la creación verbal, México, Siglo XXI, 1982, p. 334 y Claudio Guillén, Entre lo uno y lo diverso. Introducción a
[4] Cfr. J. Kristeva, “Bakthine, le mot, le dialogue et le
roman”, cit., p. 146.
[5] Cfr. C. Guillén, Entre lo uno y lo diverso. Introducción a
[6] Cfr. ibid.
y Claudio Guillén, Entre lo uno y lo
diverso. Introducción a
[7] Cfr. R. Barthes, “Texte (théorie du)”, en Encyclopedia Universalis, París, 1968,
XV, p. 1015 c. (citado por Claudio Guillén, Entre
lo uno y lo diverso. Introducción a
[8] Recuérdese la ya comentada propuesta de Harold
Bloom, quien basa su idea de la intertextualidad en el concepto de misreading o mala lectura. Bloom opina
que toda poesía es un escenario de intertextualidad, de forma que cada nuevo
texto se enfrenta siempre a los textos anteriores en una dialéctica regida por
la angustia de la influencia. Cfr. H.
Bloom, The Ansiety of Influence. A theory
of poetry, cit. y H. Bloom, A Map of Misreading, cit.
[9] Como recuerda Yves Chevrel, los estudios de
influencia ocuparon un importante lugar en las obras más destacadas del
comparatismo francés (a las que ya nos hemos referido), como las de Paul Van
Tieghem (La littérature comparée, de
1931), Marius-François Guyard (La
littérature comparée, de 1951), Claude Pichois y André-M. Rousseau (La
littérature comparée, de 1967), Simon Jeune (Littérature générale et Littérature comparée, de 1968), o la
reformulación en 1983 de la obra de Pichois y Rousseau, en colaboración con
Pierre Brunel (Qu’est-ce que
[10] Cfr. U. Weisstein, Introducción a
[11] Cfr. ibid.,
pp. 180-200.
[12] Cfr. ibid.,
164 y ss.
[13] De hecho, otros comparatistas, como María
Moog-Grünewald, al referise al fenómeno de la imitación de los autores clásicos
por parte de los autores del Clasicismo francés la considera “una forma de
recepción extraordinariamente libre y autocreadora”, situándola por lo tanto,
al contrario que Weisstein, en el ámbito de la recepción. Cfr. al respecto M.
Moog-Grünewald, “Investigación de las influencias y de la recepción”, en M.
Schmeling (ed.), Teoría y praxis de
[14] Cfr. ibid.,
p. 69.
[15] Cfr. U. Weisstein, Introducción a
[16] Cfr. C. Guillén, “The Aestetics of Influence Studies
in Comparative Literature”, en Comparative
Literature: Proceedings of the Second Congres of the ICLA, publicado por W.
P. Friederich, Chapell Hill, University of North Carolina Press, 1959, 2 vols.,
vol I., pp. 175-193.
[17] Cfr. U. Weisstein, Introducción a
[18] Cfr. ibid.,
p. 170.
[19] Cfr. ibid.,
p. 174.
[20] Cfr. ibid.,
pp. 175-176.
[21] Cfr. J.
Kristeva, “Bakhtine, le mot, le dialogue et le roman”, cit., p. 440.
[22] Cfr. M. Bakhtin,
“The Word in the Novel”, en Comparative
Criticism, 2, 1980, pp.
213-220, pp. 216‑217.
[23] Cfr. M.
Riffaterre, “On the Complementarity of Comparative Literature and Cultural
Studies”, en C. Bernheimer (ed.), Comparative
Literature in the Age of Multiculturalism, cit., pp. 66-73.
[24] Genette distingue cinco tipos de
relaciones transtextuales: la intertextualidad, la paratextualidad, la
metatextualidad, la hipertextualidad y la architextualidad. Cfr. G. Genette, Palimpsestos:
La literatura en segundo grado, Madrid, Taurus, 1989. Vid.
además M. Riffaterre, “On the Complementarity of Comparative Literature and
Cultural Studies”, cit.
[25] Cfr. A.
Jefferson, “Intertextuality and the poetics of fiction”, en Comparative Criticism, 2, 1980, pp. 235-250.
[26] Cfr. ibid.,
p. 161. Vid. además M. Moog-Grünewald, “Investigación de las influencias y de
la recepción”, cit., pp. 86-87.
[27] Cfr. especialmente al respecto H.
R. Jauss, “
[28] Cfr. R. Escarpit, Sociologie
de la littérature, París, P.U.F., 1964.
[29] Cfr. Y. Chevrel, “Los estudios de recepción”, cit.
p. 148.
[30] Cfr. ibid.,
pp. 162-165. Como ejemplo de la
manipulación a que son sometidos los textos extranjeros que son traducidos,
Yves Chevrel popone el caso de las antologías de los relatos del autor serbio
Yvo Andric titulados El elefante del
visir y de los de Désiré Kosztolányi tiulados El ojo del mar, que han sido incluidos en una colección francesa
caracterizada por ofrecer textos procedentes “De países extraños”, como figura
en la portada de todas las obras incluidas en la misma. De esta forma, los dos
autores son catalogados como escritores exóticos incluso antes del inicio de la
lectura.
[31] Cfr. ibid.,
pp. 170-185.
[32] Cfr. al respecto R. Escarpit, Sociologie de la littérature, cit.
[33] Cfr. C. Guillén, Entre lo uno y lo diverso. Introducción a
[34] Cfr. U. Weisstein, Introducción a
[35] Op. cit.
[36] Op. cit.
[37] Cfr. H. Dyserinck, “Zum Problem der ‘images’ und
‘mirages’ und ihrer Untersuchung im Rahmen der vergleichenden
Literaturwissenschaft”, en Arcadia,
1, 1996, pp. 107-120 y U. Weisstein, Introducción
a
[38] Cfr. al respecto F. Botton-Burlá, “La traducción”,
en P. Brunel e Y. Chevrel, Compendio de
Literatura Comparada, cit., pp. 329-346; E. Torre, Teoría de la traducción literaria, Madrid, Síntesis, 1994; U.
Weisstein, Introducción a
[39] Cfr. C. Guillén, Entre lo uno y lo diverso. Introducción a
[40] Cfr. A. Lefevere, “Theorie littéraire et littérature
traduite”, en CaRCL, IX, 1982, pp.
137-156 y J. Lambert, “Théorie de la littérature et théorie de la traduction en
France (1800-1850)”, en PT, II, 4,
1981, pp. 161-170.
[41] A. Blecua, “La literatura, signo
historico literario”, J. Romera Castillo (ed.), La literatura como signo, Madrid, Playor, 1981, pp. 110-144.
[42] Cfr. C. Guillén, Entre lo uno y lo diverso. Introducción a
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