REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Ideología y narratividad. Comentario crítico sobre el libro de T. van Dijk (1998): “Ideology. A multidisciplinary approach”

 

Baltasar Fernández-Ramírez

(Universidad de Almería)

 

Resumen. El artículo está construido a partir de una lectura crítica del citado libro de Teun van Dijk. Los objetivos son varios y no están cerrados. Pretendo tanto resituar el libro en un contexto de reflexión postmodernista, como ir apuntando ideas propias para contribuir a un planteamiento contemporáneo de los estudios del discurso. Van Dijk asienta su concepto de ideología en tres pilares -individuo, grupo y discurso-, los cuales sirven para estructurar también este artículo. Revisaré, por tanto, de manera crítica, estos tres elementos clave, además de introducir algunas sugerencias sobre el concepto de ideología y sobre las implicaciones prácticas del libro de van Dijk.

 

Palabras clave. Estudios del discurso. Postmodernismo. Construccionismo social. Representación social.

 

Abstract. The paper is elaborated through a reading of the book by Teun van Dijk. There are several and open goals. I try to relocate the book in a postmodernist context of thinking, so as to make suggestions for contributing to an actual vision of discourse studies. Van Dijk supports his concept of ideology in three pillars: individual, group, and discourse. The three will be used also to structure this paper. Therefore, I will critically discuss these three key elements, introducing also some suggestions on the concept of ideology and the practical implications of van Dijk’s book.

 

Key Words: Discourse studies. Postmodernism. Social construccionism. Social representation.

 

 

Introducción

Este artículo tiene por objetivo analizar críticamente el libro de Teun van Dijk, Ideology. A multidisciplinary approach, editado en Londres por Sage en el año 1998. El autor no requiere presentación, al contrario que el modesto psicólogo social de la Universidad de Almería que escribe estas páginas. Aunque mi trayectoria de especialización tiene que ver con campos aplicados de la intervención social, soy académico, y mi interés por los problemas epistemológicos me ha llevado a defender y adscribirme a un planteamiento teórico postmodernista[1]. Mi perspectiva es construccionista, porque entiendo todo producto social y cultural como el resultado de procesos de creación de significados que emergen dentro de situaciones de interacción social; narrativa, pues entiendo todo conocimiento como una práctica social que responde en primer lugar a una lógica literaria o discursiva; crítica, por cuanto cuestiono por principio toda narrativa científica, académica o política, como sospechosa de cumplir funciones retóricas para mantener ciertas situaciones de poder y privilegio de los grupos que las defienden; y radical, en un esfuerzo de coherencia intelectual, necesario para una reflexión crítica exhaustiva y para desvelar las inconsistencias del discurso propio.

La revisión de la mencionada obra es una oportunidad para profundizar en una perspectiva sociolingüística de los estudios del discurso, para intentar resituar al autor en un contexto de análisis postmodernista y para descubrir las dificultades y posibles contradicciones de mi propia perspectiva. Evidentemente, recomiendo al lector que acuda al original para hacerse una composición propia sobre las propuestas de van Dijk, y que entienda el presente trabajo como un ejercicio de crítica de alguien que siente admiración por el eminente colega.

La propuesta teórica de van Dijk descansa sobre tres pilares (individuo, grupo y discurso), a los cuales dedica sendos bloques de capítulos. Para no apartarme de la estructura de la obra, en los comentarios que siguen, dedicaré un apartado a cada uno de estos temas clave, precedidos por una breve discusión sobre el concepto de ideología. Finalizaré con algunas implicaciones para la práctica de la investigación sobre el discurso.

Entrando ya en el libro, mi impresión general es que las propuestas y asunciones de van Dijk se me antojan correctas, puesto que están bien documentadas en un cuerpo de literatura actualizado, al menos en Psicología. También es cierto que la corriente principal de la Psicología está contestada desde dentro, y los modelos y conceptos teóricos que nuestro autor utiliza pueden ser criticados o existen alternativas. Sin embargo, es difícil plantearle críticas muy específicas, puesto que el autor es sensato, reflexivo y concienzudo, y sus capítulos exponen ideas de manera sistemática, de tal modo que todo parece encontrar respuesta o todas las polémicas parecen tener su pequeño hueco en algún rincón del texto, a pesar de que muchas de estas respuestas pueden parecer soluciones ad hoc.

La obra es por ende ambiciosa en exceso. Pretende explicarlo todo y ser además coherente, pero la ciencia social, en general, no procede de este modo, sino por modelos teóricos específicos, bien en un nivel paradigmático o en teorías de alcance medio. Aunque parezca que todo está dicho en alguna parte de la obra, que todos los interrogantes encuentran respuesta, no puede proponer una teoría con proposiciones sin fin, puesto que luego sólo utilizará en la práctica aquellas que formen el núcleo de su pensamiento o sirvan ad hoc para resolver algún problema específico accesorio. Así, a pesar de la parafernalia cognitivista, el núcleo teórico está en el conflicto de intereses intergrupal: “…las ideologías se desarrollan como consecuencia funcional de los conflictos de intereses que emergen de objetivos, preferencias o derechos que son vistos como mutuamente incompatibles” (p. 73). Núcleo, por cierto, que debe mucho, o casi todo, a la experiencia de investigación del autor en las cuestiones del conflicto intergrupal (prejuicio, racismo), contexto en el que la denominada teoría del conflicto realista tiene una aceptación muy extendida[2].

Concepto de ideología

Las ideologías “son creencias sociales compartidas por colectivos o grupos sociales específicos” (p. 48) (ideas sobre quiénes somos nosotros y ellos, las posiciones sociales, normas y roles, etc.); la ideología es una representación social, lo cual puede ser interpretado como el proceso de elaboración de creencias, normas, valores, etc., a través de la interacción grupal, o como el producto de este proceso; la ideología reúne todo lo que tiene que ver con los intereses del grupo, de tal modo que ambos conceptos (ideología y grupo) se definen mutuamente, a pesar de afirmar también que no todos los grupos desarrollan una ideología. Dicho de otro modo, la ideología sería un tipo especial de representación social, es decir, de sistema de creencias compartidas socialmente[3].

Sin embargo, van Dijk es confuso en otras partes. Así, las ideologías son “la base de las representaciones sociales compartidas por un grupo… permiten organizar la multitud de creencias sociales sobre un tema” (p. 8). No se identifican, pues, con la representación ni con las creencias, sino que preexisten a estos otros conceptos, son su base (¿?). Y luego, apela a las estructuras cognitivas (creencias, opiniones, proposiciones…), que están en la base individual de la ideología, afirma[4]. No acaba por tanto de decidir si las ideologías son las creencias compartidas por el grupo, u otro elemento preexistente que determina y ayuda a comprender el desarrollo de dichas creencias compartidas. En otra parte, identifica completamente ideología con los intereses del grupo, con el riesgo de introducir un sesgo sociologicista, como veremos después.

Si somos coherentes con el concepto clásico, debemos acordar que la ideología es un sistema de creencias específico, lo cual introduce la necesidad de discutir si todos los sistemas de creencias son ideológicos o no (van Dijk rechaza esta identificación, planteando las relaciones intergrupales conflictivas como el contexto de la producción ideológica). Por otra parte, parece difícil separar los conceptos de sistema de creencias y sistema de valores, y deberíamos sugerir más bien que la ideología es un tipo de representación social en la que se combinan creencias y valores, que sirve al grupo para dar explicación de algún área de cuestiones de su interés y para dotarle de señas de identidad. Claro que, utilizando estos términos, qué necesidad tenemos del concepto de ideología, si ya disponemos de los conceptos de sistema de creencias, sistema de valores y representación social (de hecho, ideología no es un término común en los manuales de Psicología social, de los que el autor toma buena parte de sus ideas sobre psicología de los grupos).

Personalmente, creo que podemos aceptar que se trata de representaciones sociales, y así mantener una perspectiva dinámica, según la cual, la ideología es un proceso de construcción social sujeto a cambio. Por tanto, no tendría sentido una idea convencional de causalidad lineal simple (del modo “el sistema de valores determina el desarrollo de creencias”, por ejemplo), puesto que todo formaría parte de un sistema complejo y dinámico de características emergentes. Y creo que debemos dejar una puerta abierta para cuestionar el propio concepto de “ideología”, como reificación de cierta teoría sociológica que busca coherencia en un supuesto núcleo central de las ideas del grupo, el cual no existe sino como interpretación que realiza el teórico o el ideólogo, mas no en las formulaciones (proposiciones, mensajes) que emiten los miembros particulares del grupo de manera específica.

El individuo (el sesgo individualista)

Van Dijk podría estar confundiendo lo que significa una perspectiva psicosocial. Aunque sea posible reescribir sus ideas en términos psicosociales, no basta con una “joint psychological-sociological account” de la mente social en su contexto social (p. 6). La base psicosocial es construccionista y grupal por definición (Blanco y de la Corte, 1996): interacción dentro del grupo y carácter emergente de los productos grupales (valores, normas, significados, etc.). Los constructos cognitivos son un resultado en el individuo, un producto más de la dinámica interaccionista, y no la base sobre la cual se fundamenta. Tanto los productos o resultados individuales (constructos psicológicos) o societales (constructos sociológicos) podrían ser entendidos como epifenómenos, reificaciones y entelequias que sólo tienen sentido dentro del proceso grupal, y nunca como realidades independientes[5].

Van Dijk se muestra preocupado de no caer en un reduccionismo individualista, argumentando que la ideología es a la vez individual (énfasis en las estructuras cognitivas) y social (énfasis en la producción grupal). Sin embargo, sus propias palabras le traicionan: “… no deberíamos olvidar que no es el grupo, la organización o cualquier otra estructura social abstracta la que condiciona, influencia o constriñe directamente las prácticas ideológicas, sino el modo en que los miembros sociales las representan, entienden o interpretan” (p. 137). Pero antes: “…no existe tal cosa como una ideología personal o puramente individual… son esencialmente sociales, esto es, compartidas por miembros de grupos o colectivos de personas” (p. 29) [6].

Además, deja clara su prevención frente a una hipótesis narrativa, tan acorde con ciertas posiciones postmodernistas. Aunque afirma que las ideologías pueden organizarse como una “historia” (story, narración), las “estructuras narrativas y argumentativas caracterizan el discurso en el que estas creencias pueden ser usadas, pero no las creencias en sí mismas” (p. 67). El discurso queda así como consecuencia, manteniendo la preexistencia de unos supuestos contenidos mentales que se definen en términos de estructuras cognitivas (aisladas del contexto comunicativo –es decir, discursivo, narrativo, interactivo– en el que se producen y en el que tienen sentido). Por cierto, un contexto que ni siquiera tiene un valor propio en la producción de la ideología, sino como “modelos del contexto” que tiene el individuo, interfaces entre la situación, el individuo y el conocimiento social compartido.

Aunque conceptos como esquema, guión o red son útiles, personalmente desconfío de su virtualidad y de cómo han sido construidos dentro de la propia Psicología cognitiva. En cierto modo, no son más que “metáforas de la metáfora”, tal como se predica de los mapas cognitivos en Psicología ambiental[7]. Sólo me convencerán si pueden ser descritos en términos discursivos (narrativos) y sólo en cuanto tengan implicaciones prácticas en la toma de decisiones individual o planificada. E igual puede pasar con el concepto de ideología. En una perspectiva política, cada grupo instrumentaliza en discursos los recursos disponibles en el medio cultural para ganar posiciones o defenderse en sus conflictos de intereses. Esto invalida la idea de una supuesta línea causal del tipo ideología-actitud-conducta, por ejemplo, o una hipótesis procesual como ideología-lucha-cambio. En cada momento puede suceder de maneras diferentes, según convenga a los intereses actuales del grupo o según evoluciona la situación. La interacción entre estos elementos e incluso los elementos mismos son emergentes. Por un lado, dependen de la instrumentalización que hace el grupo; por otro, son impredecibles, las narraciones se reescriben sobre la marcha y ningún discurso es ajeno a la revisión narrativa. Incluso es revisable la idea de que los intereses son previos a la argumentación que se utiliza en su defensa, puesto que sólo alcanzarán rango de intereses aquellas cuestiones que puedan ser definidas (narradas) dentro de los discursos reinantes. Es decir, las narraciones posibles dotan de sentido a los intereses que pueden ser válidamente perseguidos[8].

El grupo (el sesgo grupal)

En abierta contradicción con las posiciones individualistas del autor en la primera parte de la obra, se descubre el núcleo de su pensamiento en su perspectiva grupal, en un segundo reduccionismo que lleva a una identificación completa entre “grupo” e “ideología”. Así, define ideología como “…teorías ingenuas básicas de la vida social, y especialmente de los grupos, y sus relaciones con otros grupos” (p. 91), o predica la consistencia ideológica del hecho grupal, mientras la niega en el individuo, utilizando como símil la gramática, cuyas reglas se esperan para el idioma común, y no para la práctica individual. El reduccionismo es evidente cuando viene a la idea de que “grupo” e “ideología” se definen mutuamente, en un conjunto de conceptos que incluyen conocimiento mutuo, opiniones compartidas, sentimientos de pertenencia, representaciones sociales, identidad social y acción colectiva[9].

Grupo, intereses y conflicto realista son las piezas clave del autor, deudor otra vez de la investigación sobre prejuicio étnico y la teoría del conflicto realista. Después de un buen número de definiciones y matices a lo largo de la primera parte de la obra, de estructuras cognitivas y de representaciones sociales en donde cabe de todo (creencias, valores, actitudes, juicios…), en la práctica, confunde o reduce la ideología a “aquello que va en los intereses del grupo” (p. 114 y ss.), o también, “…es más adecuado adoptar un concepto general de ideología, y asumir que las ideologías por definición representan los intereses de un grupo social específico” (p. 169); o por último, sugiere que la primera función de la ideología es la coordinación para lograr los intereses del grupo, y sólo de modo secundario, para legitimar socialmente la posición de dominio cuando se ve amenazada.

La tesis del conflicto realista es razonable, intuitiva, y cuenta con la aceptación de buena parte de los especialistas en prejuicio y en relaciones intergrupales (Aronson, 2000). En la disputa por recursos limitados, los miembros de cada grupo defienden sus intereses y las posiciones de dominio a través de discursos que legitiman la posición propia y deslegitiman la adversaria. Sin embargo, se ignora que la ideología también se asume como seña de identidad, como un modo de acceso y de aceptación por el grupo. El supuesto conflicto queda entonces como una creencia estereotipada más, que el individuo asume junto a las restantes creencias, valores y usos del grupo. El conflicto adquiere un valor instrumental, nuevamente no más que otra narración, que ofrece justificaciones para asumir o legitimar valores, perdiendo utilidad como hipótesis sobre el origen del sistema de valores y de la ideología.

El discurso (realismo frente a narratividad)

Van Dijk recupera su perspectiva individualista (psicologista-mentalista) cuando plantea el problema del discurso. El discurso sólo es un medio de reproducción de la ideología (ni único ni suficiente), asumiendo nuevamente que es algo subyacente y previo, sin reparar en que su “conjunto de creencias compartidas” se expresan como lenguaje o no son[10].

Reconociendo la complejidad y la dificultad de teorización, creo que, en nuestro idioma, se refiere a un mensaje complejo, articulado y exhaustivo que trata de transmitir una perspectiva propia global sobre algún suceso u objeto suficientemente significativo. Es decir, “pronunció un discurso” o “defiende un discurso”. En el sentido sociológico, con Berger y Luckmann (1968), el concepto se asocia con el “universo de discurso” o el “universo simbólico”. “Discurso” está cercano a la idea del sistema de creencias y valores, rechazando que la ideología tenga un carácter mentalista, sino fundamentalmente narrativo (discursivo).

En este punto, mi opción es mantener un punto de partida coherente y estricto a través de una perspectiva narrativa. No hay más allá del texto. La ideología y la creencia son en la medida que se expresan, son lo expresado. El resto son entelequias mentalistas o sociologistas. El universo de discurso es el conjunto de narraciones que están siendo dichas, no un ente mental en absurda forma de bolsa o cajón en el que están depositados no se sabe qué contenidos que luego toman forma a través de los textos. No hay contenido sino en los textos. La producción de un texto no responde meramente a un contenido previo de la hipotética “bolsa”, sino a un contexto de producción condicionado y explicado en el hecho mismo de su producción; y luego, una vez creado al mundo en forma de texto, este se suma al resto de la narración ideológica (nota 10, de nuevo).

Van Dijk, sin embargo, identifica el discurso con la producción escrita o hablada (text and talk) a través de lo que el autor denomina “un acto de comunicación”. afirma que las ideologías no pueden ser interpretadas directamente del hecho aislado del texto producido, puesto que la comprensión del mismo requiere una interpretación de múltiples factores de contexto que condicionan el significado, asumiendo una opción epistemológica convencional no discursiva: el texto como síntoma o precipitado de la supuesta ideología subyacente. Mi posición es que, una vez enunciado, la virtualidad del texto condiciona al emisor, que ya no puede sino asumir lo dicho y darle coherencia con el resto de sus ideas. Las palabras están cargadas de significados y valores que escapan a la intención del emisor y se vuelven en referencias que le condicionan posteriormente, o que son interpretadas por los lectores del mensaje, ganando nuevos significados que tienen valor referencial incluso para el emisor inicial, en bucles de profecías autocumplidas o “autonegadas” (self-fulfilling and self-falsified prophecies). Es el contexto el que condiciona, enmarca, determina y da sentido al modo en que se produce el texto, y no los supuestos contenidos mentales previos (puros, previos a todo texto). Una vez pronunciado, el texto se vuelve independiente, queda escrito, y el emisor se convierte en lector de su propio texto (Ricoeur), en intérprete que se redefine a sí mismo a través de la lectura de sus propias palabras.

Implicaciones prácticas

Inicialmente, podríamos sentirnos tentados de aplicar una perspectiva realista convencional al análisis del texto. Si el texto es el reflejo de una supuesta ideología subyacente (estructuras cognitivas), podríamos descifrarlo mediante el análisis de contenido, creando categorías de contenidos que pudieran ser aplicadas de manera estandarizada para analizar el texto en términos de frecuencias, correlatos y medidas similares. Sin embargo, me resulta absurdo pretender fijar un conjunto de categorías unívocas (con un solo significado operacional), puesto que cada contenido del texto será interpretado (es decir, significará cosas diferentes) de manera peculiar por cada lector o grupo de lectores. Incluso la unidad de contenido puede cambiar, los elementos relevantes del contexto ser diferentes, etc. El único objetivo legítimo de un sistema de categorías de este tipo sería el esfuerzo por confirmar las propias expectativas e hipótesis del investigador, en un planteamiento convencional de investigación confirmatoria. Sin embargo, no deja de ser chocante reducir el análisis del texto al hecho de comprobar que mis categorías de interpretación puedan ser rastreadas en el mismo. Más que confirmación teórica, parece un signo de autocomplacencia por parte del investigador, y siempre queda la duda de que mis categorías teóricas previas no hayan actuado como sesgos desde el mismo momento de la selección de las unidades de contenido, al modo de una profecía autocumplida.

Creo que pueden derivarse dos sugerencias prácticas de la obra de van Dijk para el objetivo de analizar el discurso, teniendo en cuenta las estrategias de control ideológico y las estructuras del texto relevantes para el análisis.

van Dijk se mueve en el terreno de las relaciones intergrupales conflictivas, en el que la ideología sirve como instrumento de legitimación de la posición de los grupos dominantes (y deslegitimación de los dominados) en defensa de sus intereses, dentro de un contexto de recursos limitados (conflicto realista) (p. 115 y ss.). (Igual se predica de los grupos dominados que tratan de legitimar la posición propia y deslegitimar la ajean utilizando un discurso contraideológico.)

Entre las estrategias de control ideológico, el autor menciona (p. 108): dividir a los grupos no dominantes, “prevenir” la solidaridad intragrupal, eliminar las alternativas ideológicas, evitar el acceso al discurso público, asumir parte de la contraideología moderadamente, y enfatizar o diluir partes del discurso ideológico según su grado de inconsistencia con los intereses populares. (En síntesis: divide y vencerás, mantén a los demás en la ignorancia y manipula tu imagen pública.)

Los medios de comunicación hacen un papel central en esta disputa ideológica, contribuyendo a difundir y normalizar las posiciones de cada grupo. Según opina van Dijk, los medios tienen un sesgo propio hacia las ideologías dominantes en la elección y la preparación de las noticias. Con independencia del objeto específico de estudio en el que se apliquen estas ideas, algunas preguntas de investigación podría ser: ¿cómo los medios contribuyen a la creación y difusión de una ideología dominante?, ¿cómo la información caracteriza a los grupos dominados o adversarios para que resulten deslegitimados?

En cuanto al modo de proceder con el análisis del discurso, sabemos que el texto es susceptible de ser analizado de maneras diversas, atendiendo a cuestiones estructurales, semánticas o contextuales. La hermenéutica enseña que la interpretación es una empresa insegura y peculiar, puesto que es el resultado de la interacción compleja entre lector, texto y contexto y se presta a relecturas continuas (Gergen, 1989; Ricoeur, 1997). No obstante, podemos asumir el riesgo si reconocemos nuestro papel dentro del análisis (yo, por ejemplo, soy un investigador sensibilizado hacia la presión social que recibe cierto grupo estigmatizado sobre el que centro mis intereses de investigación, no formo parte de este grupo, parto de presupuestos teóricos narrativos postmodernos, soy un psicólogo social, etc.).

van Dijk apunta otra dificultad, al señalar que “una expresión ideológicamente relevante en un discurso puede no serlo en otro, o puede cumplir una función ideológicamente opuesta en otro momento”, sugiriendo que el análisis del discurso “…necesita tener en cuenta todos los niveles del texto y el contexto, así como el bagaje social amplio del discurso y la interacción” (p. 210). En concreto, de los elementos que el autor propone para el análisis del discurso, podemos escoger los siguientes como útiles para propósitos de investigación:

·    posición gráfica del texto (en el caso de la prensa, por ejemplo)

·    morfología (neologismos…)

·    sintaxis (agencia, pronombres…)

·    semántica (significados, lenguaje respetuoso -polite-, roles semánticos, definición de la situación, lo implícito y lo explícito)

·    estructuras esquemáticas (planteamiento, nudo y desenlace; premisas y conclusiones; antecedentes, método, resultados y conclusiones)

·    estructuras retóricas (las figuras de estilo como recursos para enfatizar significados en contextos de persuasión).

Igualmente, para el análisis del contexto, el autor propone las siguientes categorías que podrían tener interés en un trabajo de investigación:

·    dominio del discurso (médico, educativo, político…)

·    funciones (legitimación, defensa, control)

·    localización (lugar, hora y fecha)

·    circunstancias (orden dentro de la secuencia de acción)

·    objetos relevantes (elementos que definen el escenario y los roles sociales)

·    roles (del participante –oyente, orador, tertuliano…–, profesional –profesor, juez, policía…–, social –amigo, enemigo, aliado, colega…–)

·    afiliación y membrecía (pertenencia grupal)

·    los otros (los no presentes, sobre los que trata el discurso).

En conclusión

Si hacemos caso al profesor van Dijk, y a mi propia experiencia como autor, deberíamos arrepentirnos de todo lo que dejamos escrito. Tales son las dificultades, las sutilezas, las cuestiones y las dudas. También para el que firma estas breves reflexiones y apuntes. El profesor van Dijk es una referencia ineludible en los estudios del discurso, lectura obligada para los que nos iniciamos en este campo de trabajo y para aquellos que busquan alternativas al modelo de ciencia convencional que sigue imperando en nuestras universidades. Su posición teórica quizá no sea tan arriesgada como sería mi deseo, y confía demasiado en propuestas teóricas que exigen una revisión a la luz de planteamientos acordes con nuestros tiempos postmodernos. Creo que el discurso como metáfora tiene un potencial aún mayor para abrir nuevos modos de entender nuestras ciencias sociales, e incluso para derribar muchas leyendas y falacias asociadas a la ciencia positivista convencional (el progreso, la acumulación de conocimientos, la búsqueda desinteresada de la verdad, la objetividad, la neutralidad, etc.), a sus bases epistemológicas y a sus métodos de trabajo, reducidos hasta la simpleza por no pocos colegas de la academia y sin duda por el común de la calle. Nos alegrará, no obstante, emprender el esfuerzo de estudiar y reflexionar sobre otras obras más recientes de nuestro autor, y las que falten por llegar.

 

Referencias

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Aronson, E. (2000). El animal social. Introducción a la psicología social, 8ª ed. Madrid: Alianza.

Berger, P.L. y Luckmann, T. (1969). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu.

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Turner, J.C. (1990). Redescubrir el grupo social. Madrid: Morata.

 



[1] Los trabajos en castellano de los profesores Tomás Ibáñez (2001, 2005), Lupicinio Iñiguez (2006) o Florencio Jiménez Burillo (1997), sirven como marco de mi perspectiva teórica, aunque tomo ideas de un buen número de autores (Foucault, Rorty, Gadamer…).

[2] La hipótesis del conflicto es deudora de los conocidos trabajos de Muzafer Sherif (1936). Véanse también los estudios de Lawrence Bobo (1988) sobre conflicto realista en el contexto de las relaciones interétnicas.

[3] El concepto de representación social ha sido elaborado modernamente por Serge Moscovici (1988) y sus seguidores partiendo del concepto clásico de Emile Durkheim. A grandes rasgos, viene a resumir la idea de que el grupo elabora conjuntamente creencias y opiniones sobre algún objeto o asunto social relevante, a través de una dinámica de comunicación y elaboración de significados. El resultado del proceso, la representación social, pertenece tanto al individuo como al grupo, y no es en puridad individual ni grupal aisladamente. Esta idea encaja correctamente con lo que entendemos por una perspectiva psicosocial.

 

[4] Suponer que los procesos sociales pueden ser reducidos a estructuras cognitivas es un modo de negar virtualidad a un nivel social de realidad. El siguiente paso sería suponer que, claro, todo está en el cerebro, luego toda psicología puede ser reducida a procesos fisiológicos o neurológicos. ¡Y, por qué no, a química! Con todo mis respetos a los químicos, les desafío a explicar químicamente las diferencias entre el amor caballeresco medieval, el amor romántico del s. XIX y el amor entre adolescentes o divorciados en nuestros días.

[5] Que los conceptos de “creencia”, “esquema cognitivo” o “valor”, resulten útiles para “comprender” cosas que a veces nos suceden, no los convierte en estructuras psicológicas evidentes. Sería más bien cierto tipo de ilusión psicológica de autoconvencimiento, en un caso de profecía que se cumple a sí misma.

[6] En una visión limitada de la perspectiva psicosocial, lo psicológico y lo sociológico existen como entidades sustantivas independientes. La interacción de ambos tipos de entidades sería el objeto del análisis psicosocial. Al contrario, desde una perspectiva interaccionista (construccionista), existen procesos de interacción grupal en los que se generan productos emergentes que configuran el ámbito de análisis de psicólogos y sociólogos. Esta es la clave de la perspectiva psicosocial. Lo otro no deja de ser una extraña suma de reduccionismos psicologicistas y sociologicistas.

 

[7] Un mapa cognitivo es una representación mental de la imagen que tenemos de un espacio por el que hemos transitado (Aragonés, 2000). Por el modo en que parecemos razonar en nuestro desplazamiento por los espacios, los psicólogos ambientales hipotetizan la existencia de algo así como una representación mental. La representación es una metáfora, puesto que no sabemos lo que hay en el cerebro. Más aún, cuando pedimos a una persona que dibuje el mapa de un lugar, intentará trasladar al papel algo así como lo que parece que tiene en la cabeza. Metáfora de la metáfora, obligada por la demanda de la tarea. Si me pides que dibuje, dibujaré, ¡lo cual no quiere decir que tenga un dibujo en la cabeza! El mismo razonamiento podemos aplicar a los conceptos relacionados con el de “esquema cognitivo”, para no caer en la ilusión de que estamos tratando con verdaderas estructuras psico(neuro)lógicas.

[8] Ibáñez (1996: 37) retrae hasta Heidegger la llamativa idea de que somos víctimas de cierta ilusión egocéntrica, al considerar el lenguaje como un instrumento a nuestro servicio, sin reparar en que el lenguaje se constituye en marco de posibilidades que encauza, moldea y constriñe nuestro discurso. Foucault (1969) destaca las implicaciones capitales de lenguaje al definir las condiciones de posibilidad de lo que podrá ser dicho o pensado válidamente.

 

[9] El autor peca aquí de una visión clásica, abandonada ya, según la cual, la clave del grupo es la acción colectiva en pos de la consecución de determinados fines grupales. Desde los trabajos de Henri Tajfel y John C. Turner, hace ya tiempo que el grupo se define por criterios de categorización social e identidad (Turner, 1990), y no de intereses comunes (Sheriff, 1967); igual que en las ciencias organizacionales, ya no se piensa que las metas estructuran la organización (teoría racionalista clásica), sino al contrario, la estructura de relaciones políticas grupales determina las metas posibles (teoría política) (Pfeffer, 1998).

[10] Harold Garfinkel (1967) utiliza el concepto de reflexividad para señalar cómo la propia conversación está definiendo sobre la marcha los significados y las reglas de comportamiento. En su carácter “preformativo”, el discurso se basta para producir realidad social, ¡y sentar implícitamente las reglas que permiten seguir creando realidad social! No necesitamos instancias previas ocultas para comprender los significados del texto. El texto, como contexto de sí mismo, fija los significados (Iñiguez, 2006).