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Ideología y narratividad. Comentario crítico sobre el libro de T.
van Dijk (1998): “Ideology. A multidisciplinary approach”
Baltasar Fernández-Ramírez
(Universidad de
Almería)
Resumen. El artículo está construido a partir
de una lectura crítica del citado libro de Teun van Dijk. Los objetivos son
varios y no están cerrados. Pretendo tanto resituar el libro en un contexto
de reflexión postmodernista, como ir apuntando ideas propias para contribuir
a un planteamiento contemporáneo de los estudios del discurso. Van Dijk asienta
su concepto de ideología en tres pilares -individuo, grupo y discurso-, los
cuales sirven para estructurar también este artículo. Revisaré, por tanto,
de manera crítica, estos tres elementos clave, además de introducir algunas
sugerencias sobre el concepto de ideología y sobre las implicaciones prácticas
del libro de van Dijk.
Palabras clave. Estudios del discurso.
Postmodernismo. Construccionismo social. Representación social.
Abstract. The paper is elaborated through
a reading of the book by Teun van Dijk. There are several and open goals.
I try to relocate the book in a postmodernist context of thinking, so as to
make suggestions for contributing to an actual vision of discourse studies.
Van Dijk supports his concept of ideology in three pillars: individual, group,
and discourse. The three will be used also to structure this paper. Therefore,
I will critically discuss these three key elements, introducing also some
suggestions on the concept of ideology and the practical implications of van
Dijk’s book.
Key Words: Discourse studies.
Postmodernism. Social construccionism. Social representation.
Introducción
Este artículo
tiene por objetivo analizar críticamente el libro de Teun van Dijk, Ideology.
A multidisciplinary approach, editado en Londres por Sage en el año
1998. El autor no requiere presentación, al contrario que el modesto psicólogo
social de
La revisión de la
mencionada obra es una oportunidad para profundizar en una perspectiva
sociolingüística de los estudios del discurso, para intentar resituar al autor
en un contexto de análisis postmodernista y para descubrir las dificultades y
posibles contradicciones de mi propia perspectiva. Evidentemente, recomiendo al
lector que acuda al original para hacerse una composición propia sobre las
propuestas de van Dijk, y que entienda el presente trabajo como un ejercicio de
crítica de alguien que siente admiración por el eminente colega.
La propuesta
teórica de van Dijk descansa sobre tres pilares (individuo, grupo y discurso),
a los cuales dedica sendos bloques de capítulos. Para no apartarme de la
estructura de la obra, en los comentarios que siguen, dedicaré un apartado a
cada uno de estos temas clave, precedidos por una breve discusión sobre el
concepto de ideología. Finalizaré con algunas implicaciones para la práctica de
la investigación sobre el discurso.
Entrando ya en el
libro, mi impresión general es que las propuestas y asunciones de van Dijk se me
antojan correctas, puesto que están bien documentadas en un cuerpo de literatura
actualizado, al menos en Psicología. También es cierto que la corriente
principal de
La obra es por
ende ambiciosa en exceso. Pretende explicarlo todo y ser además coherente, pero
la ciencia social, en general, no procede de este modo, sino por modelos
teóricos específicos, bien en un nivel paradigmático o en teorías de alcance
medio. Aunque parezca que todo está dicho en alguna parte de la obra, que todos
los interrogantes encuentran respuesta, no puede proponer una teoría con
proposiciones sin fin, puesto que luego sólo utilizará en la práctica aquellas
que formen el núcleo de su pensamiento o sirvan ad hoc para resolver algún problema específico accesorio. Así, a
pesar de la parafernalia cognitivista, el núcleo teórico está en el conflicto
de intereses intergrupal: “…las ideologías se desarrollan como consecuencia
funcional de los conflictos de intereses que emergen de objetivos, preferencias
o derechos que son vistos como mutuamente incompatibles” (p. 73). Núcleo, por
cierto, que debe mucho, o casi todo, a la experiencia de investigación del
autor en las cuestiones del conflicto intergrupal (prejuicio, racismo),
contexto en el que la denominada teoría del conflicto realista tiene una
aceptación muy extendida[2].
Concepto de
ideología
Las ideologías “son
creencias sociales compartidas por colectivos o grupos sociales específicos”
(p. 48) (ideas sobre quiénes somos nosotros y ellos, las posiciones sociales,
normas y roles, etc.); la ideología es una representación social, lo cual puede
ser interpretado como el proceso de elaboración de creencias, normas, valores,
etc., a través de la interacción grupal, o como el producto de este proceso; la
ideología reúne todo lo que tiene que ver con los intereses del grupo, de tal
modo que ambos conceptos (ideología y grupo) se definen mutuamente, a pesar de
afirmar también que no todos los grupos desarrollan una ideología. Dicho de
otro modo, la ideología sería un tipo especial de representación social, es
decir, de sistema de creencias compartidas socialmente[3].
Sin embargo, van
Dijk es confuso en otras partes. Así, las ideologías son “la base de las
representaciones sociales compartidas por un grupo… permiten organizar la
multitud de creencias sociales sobre un tema” (p. 8). No se identifican, pues,
con la representación ni con las creencias, sino que preexisten a estos otros
conceptos, son su base (¿?). Y luego, apela a las estructuras cognitivas
(creencias, opiniones, proposiciones…), que están en la base individual de la
ideología, afirma[4]. No
acaba por tanto de decidir si las ideologías son las creencias compartidas por
el grupo, u otro elemento preexistente que determina y ayuda a comprender el
desarrollo de dichas creencias compartidas. En otra parte, identifica
completamente ideología con los intereses del grupo, con el riesgo de
introducir un sesgo sociologicista, como veremos después.
Si somos
coherentes con el concepto clásico, debemos acordar que la ideología es un
sistema de creencias específico, lo cual introduce la necesidad de discutir si
todos los sistemas de creencias son ideológicos o no (van Dijk rechaza esta
identificación, planteando las relaciones intergrupales conflictivas como el
contexto de la producción ideológica). Por otra parte, parece difícil separar
los conceptos de sistema de creencias y sistema de valores, y deberíamos
sugerir más bien que la ideología es un tipo de representación social en la que
se combinan creencias y valores, que sirve al grupo para dar explicación de
algún área de cuestiones de su interés y para dotarle de señas de identidad.
Claro que, utilizando estos términos, qué necesidad tenemos del concepto de
ideología, si ya disponemos de los conceptos de sistema de creencias, sistema
de valores y representación social (de hecho, ideología no es un término común
en los manuales de Psicología social, de los que el autor toma buena parte de
sus ideas sobre psicología de los grupos).
Personalmente, creo
que podemos aceptar que se trata de representaciones sociales, y así mantener
una perspectiva dinámica, según la cual, la ideología es un proceso de
construcción social sujeto a cambio. Por tanto, no tendría sentido una idea convencional
de causalidad lineal simple (del modo “el sistema de valores determina el
desarrollo de creencias”, por ejemplo), puesto que todo formaría parte de un
sistema complejo y dinámico de características emergentes. Y creo que debemos dejar
una puerta abierta para cuestionar el propio concepto de “ideología”, como
reificación de cierta teoría sociológica que busca coherencia en un supuesto
núcleo central de las ideas del grupo, el cual no existe sino como
interpretación que realiza el teórico o el ideólogo, mas no en las
formulaciones (proposiciones, mensajes) que emiten los miembros particulares
del grupo de manera específica.
El individuo (el
sesgo individualista)
Van Dijk podría
estar confundiendo lo que significa una perspectiva psicosocial. Aunque sea
posible reescribir sus ideas en términos psicosociales, no basta con una “joint psychological-sociological account”
de la mente social en su contexto social (p. 6). La base psicosocial es
construccionista y grupal por definición (Blanco y de
Van Dijk se
muestra preocupado de no caer en un reduccionismo individualista, argumentando
que la ideología es a la vez individual (énfasis en las estructuras cognitivas)
y social (énfasis en la producción grupal). Sin embargo, sus propias palabras
le traicionan: “… no deberíamos olvidar que no es el grupo, la organización o
cualquier otra estructura social abstracta la que condiciona, influencia o
constriñe directamente las prácticas ideológicas, sino el modo en que los
miembros sociales las representan, entienden o interpretan” (p. 137). Pero
antes: “…no existe tal cosa como una ideología personal o puramente individual…
son esencialmente sociales, esto es, compartidas por miembros de grupos o
colectivos de personas” (p. 29) [6].
Además, deja
clara su prevención frente a una hipótesis narrativa, tan acorde con ciertas posiciones
postmodernistas. Aunque afirma que las ideologías pueden organizarse como una
“historia” (story, narración), las
“estructuras narrativas y argumentativas caracterizan el discurso en el que
estas creencias pueden ser usadas, pero no las creencias en sí mismas” (p. 67).
El discurso queda así como consecuencia, manteniendo la preexistencia de unos supuestos contenidos mentales que se definen
en términos de estructuras cognitivas (aisladas del contexto comunicativo –es
decir, discursivo, narrativo, interactivo– en el que se producen y en el que
tienen sentido). Por cierto, un contexto que ni siquiera tiene un valor propio
en la producción de la ideología, sino como “modelos del contexto” que tiene el
individuo, interfaces entre la situación, el individuo y el conocimiento social
compartido.
Aunque conceptos
como esquema, guión o red son útiles, personalmente desconfío de su virtualidad
y de cómo han sido construidos dentro de la propia Psicología cognitiva. En
cierto modo, no son más que “metáforas de la metáfora”, tal como se predica de
los mapas cognitivos en Psicología ambiental[7].
Sólo me convencerán si pueden ser descritos en términos discursivos
(narrativos) y sólo en cuanto tengan implicaciones prácticas en la toma de
decisiones individual o planificada. E igual puede pasar con el concepto de
ideología. En una perspectiva política, cada grupo instrumentaliza en discursos
los recursos disponibles en el medio cultural para ganar posiciones o
defenderse en sus conflictos de intereses. Esto invalida la idea de una
supuesta línea causal del tipo ideología-actitud-conducta, por ejemplo, o una
hipótesis procesual como ideología-lucha-cambio. En cada momento puede suceder
de maneras diferentes, según convenga a los intereses actuales del grupo o
según evoluciona la situación. La interacción entre estos elementos e incluso
los elementos mismos son emergentes. Por un lado, dependen de la
instrumentalización que hace el grupo; por otro, son impredecibles, las
narraciones se reescriben sobre la marcha y ningún discurso es ajeno a la
revisión narrativa. Incluso es revisable la idea de que los intereses son
previos a la argumentación que se utiliza en su defensa, puesto que sólo
alcanzarán rango de intereses aquellas cuestiones que puedan ser definidas
(narradas) dentro de los discursos reinantes. Es decir, las narraciones
posibles dotan de sentido a los intereses que pueden ser válidamente
perseguidos[8].
El grupo (el
sesgo grupal)
En abierta
contradicción con las posiciones individualistas del autor en la primera parte
de la obra, se descubre el núcleo de su pensamiento en su perspectiva grupal,
en un segundo reduccionismo que lleva a una identificación completa entre
“grupo” e “ideología”. Así, define ideología como “…teorías ingenuas básicas de
la vida social, y especialmente de los grupos, y sus relaciones con otros grupos”
(p. 91), o predica la consistencia ideológica del hecho grupal, mientras la
niega en el individuo, utilizando como símil la gramática, cuyas reglas se
esperan para el idioma común, y no para la práctica individual. El
reduccionismo es evidente cuando viene a la idea de que “grupo” e “ideología”
se definen mutuamente, en un conjunto de conceptos que incluyen conocimiento
mutuo, opiniones compartidas, sentimientos de pertenencia, representaciones
sociales, identidad social y acción colectiva[9].
Grupo, intereses
y conflicto realista son las piezas clave del autor, deudor otra vez de la
investigación sobre prejuicio étnico y la teoría del conflicto realista.
Después de un buen número de definiciones y matices a lo largo de la primera
parte de la obra, de estructuras cognitivas y de representaciones sociales en
donde cabe de todo (creencias, valores, actitudes, juicios…), en la práctica,
confunde o reduce la ideología a “aquello que va en los intereses del grupo”
(p. 114 y ss.), o también, “…es más adecuado adoptar un concepto general de
ideología, y asumir que las ideologías por definición representan los intereses
de un grupo social específico” (p. 169); o por último, sugiere que la primera
función de la ideología es la coordinación para lograr los intereses del grupo,
y sólo de modo secundario, para legitimar socialmente la posición de dominio
cuando se ve amenazada.
La tesis del
conflicto realista es razonable, intuitiva, y cuenta con la aceptación de buena
parte de los especialistas en prejuicio y en relaciones intergrupales (Aronson,
2000). En la disputa por recursos limitados, los miembros de cada grupo
defienden sus intereses y las posiciones de dominio a través de discursos que
legitiman la posición propia y deslegitiman la adversaria. Sin embargo, se ignora
que la ideología también se asume como seña de identidad, como un modo de
acceso y de aceptación por el grupo. El supuesto conflicto queda entonces como
una creencia estereotipada más, que el individuo asume junto a las restantes
creencias, valores y usos del grupo. El conflicto adquiere un valor
instrumental, nuevamente no más que otra narración, que ofrece justificaciones
para asumir o legitimar valores, perdiendo utilidad como hipótesis sobre el
origen del sistema de valores y de la ideología.
El discurso
(realismo frente a narratividad)
Van Dijk recupera
su perspectiva individualista (psicologista-mentalista) cuando plantea el
problema del discurso. El discurso sólo es un medio de reproducción de la
ideología (ni único ni suficiente), asumiendo nuevamente que es algo subyacente
y previo, sin reparar en que su “conjunto de creencias compartidas” se expresan
como lenguaje o no son[10].
Reconociendo la
complejidad y la dificultad de teorización, creo que, en nuestro idioma, se
refiere a un mensaje complejo, articulado y exhaustivo que trata de transmitir
una perspectiva propia global sobre algún suceso u objeto suficientemente
significativo. Es decir, “pronunció un discurso” o “defiende un discurso”. En
el sentido sociológico, con Berger y Luckmann (1968), el concepto se asocia con
el “universo de discurso” o el “universo simbólico”. “Discurso” está cercano a
la idea del sistema de creencias y valores, rechazando que la ideología tenga
un carácter mentalista, sino fundamentalmente narrativo (discursivo).
En este punto, mi
opción es mantener un punto de partida coherente y estricto a través de una
perspectiva narrativa. No hay más allá del texto. La ideología y la creencia son
en la medida que se expresan, son lo expresado. El resto son entelequias
mentalistas o sociologistas. El universo de discurso es el conjunto de
narraciones que están siendo dichas, no un ente mental en absurda forma de
bolsa o cajón en el que están depositados no se sabe qué contenidos que luego
toman forma a través de los textos. No hay contenido sino en los textos. La
producción de un texto no responde meramente a un contenido previo de la
hipotética “bolsa”, sino a un contexto de producción condicionado y explicado
en el hecho mismo de su producción; y luego, una vez creado al mundo en forma
de texto, este se suma al resto de la narración ideológica (nota 10, de nuevo).
Van Dijk, sin
embargo, identifica el discurso con la producción escrita o hablada (text and talk) a través de lo que el
autor denomina “un acto de comunicación”. afirma que las ideologías no pueden
ser interpretadas directamente del hecho aislado del texto producido, puesto
que la comprensión del mismo requiere una interpretación de múltiples factores
de contexto que condicionan el significado, asumiendo una opción epistemológica
convencional no discursiva: el texto como síntoma o precipitado de la supuesta
ideología subyacente. Mi posición es que, una vez enunciado, la virtualidad del
texto condiciona al emisor, que ya no puede sino asumir lo dicho y darle
coherencia con el resto de sus ideas. Las palabras están cargadas de
significados y valores que escapan a la intención del emisor y se vuelven en
referencias que le condicionan posteriormente, o que son interpretadas por los
lectores del mensaje, ganando nuevos significados que tienen valor referencial
incluso para el emisor inicial, en bucles de profecías autocumplidas o
“autonegadas” (self-fulfilling and self-falsified prophecies). Es el
contexto el que condiciona, enmarca, determina y da sentido al modo en que se
produce el texto, y no los supuestos contenidos mentales previos (puros,
previos a todo texto). Una vez pronunciado, el texto se vuelve independiente,
queda escrito, y el emisor se convierte en lector de su propio texto (Ricoeur),
en intérprete que se redefine a sí mismo a través de la lectura de sus propias
palabras.
Implicaciones
prácticas
Inicialmente,
podríamos sentirnos tentados de aplicar una perspectiva realista convencional
al análisis del texto. Si el texto es el reflejo de una supuesta ideología
subyacente (estructuras cognitivas), podríamos descifrarlo mediante el análisis
de contenido, creando categorías de contenidos que pudieran ser aplicadas de
manera estandarizada para analizar el texto en términos de frecuencias,
correlatos y medidas similares. Sin embargo, me resulta absurdo pretender fijar
un conjunto de categorías unívocas (con un solo significado operacional),
puesto que cada contenido del texto será interpretado (es decir, significará
cosas diferentes) de manera peculiar por cada lector o grupo de lectores.
Incluso la unidad de contenido puede cambiar, los elementos relevantes del
contexto ser diferentes, etc. El único objetivo legítimo de un sistema de
categorías de este tipo sería el esfuerzo por confirmar las propias
expectativas e hipótesis del investigador, en un planteamiento convencional de
investigación confirmatoria. Sin embargo, no deja de ser chocante reducir el
análisis del texto al hecho de comprobar que mis categorías de interpretación
puedan ser rastreadas en el mismo. Más que confirmación teórica, parece un
signo de autocomplacencia por parte del investigador, y siempre queda la duda
de que mis categorías teóricas previas no hayan actuado como sesgos desde el
mismo momento de la selección de las unidades de contenido, al modo de una
profecía autocumplida.
Creo que pueden
derivarse dos sugerencias prácticas de la obra de van Dijk para el objetivo de
analizar el discurso, teniendo en cuenta las estrategias de control ideológico
y las estructuras del texto relevantes para el análisis.
van Dijk se mueve
en el terreno de las relaciones intergrupales conflictivas, en el que la
ideología sirve como instrumento de legitimación de la posición de los grupos
dominantes (y deslegitimación de los dominados) en defensa de sus intereses,
dentro de un contexto de recursos limitados (conflicto realista) (p. 115 y
ss.). (Igual se predica de los grupos dominados que tratan de legitimar la
posición propia y deslegitimar la ajean utilizando un discurso
contraideológico.)
Entre las
estrategias de control ideológico, el autor menciona (p. 108): dividir a los
grupos no dominantes, “prevenir” la solidaridad intragrupal, eliminar las
alternativas ideológicas, evitar el acceso al discurso público, asumir parte de
la contraideología moderadamente, y enfatizar o diluir partes del discurso
ideológico según su grado de inconsistencia con los intereses populares. (En
síntesis: divide y vencerás, mantén a los demás en la ignorancia y manipula tu
imagen pública.)
Los medios de
comunicación hacen un papel central en esta disputa ideológica, contribuyendo a
difundir y normalizar las posiciones de cada grupo. Según opina van Dijk, los
medios tienen un sesgo propio hacia las ideologías dominantes en la elección y
la preparación de las noticias. Con independencia del objeto específico de
estudio en el que se apliquen estas ideas, algunas preguntas de investigación
podría ser: ¿cómo los medios contribuyen a la creación y difusión de una
ideología dominante?, ¿cómo la información caracteriza a los grupos dominados o
adversarios para que resulten deslegitimados?
En cuanto al modo
de proceder con el análisis del discurso, sabemos que el texto es susceptible
de ser analizado de maneras diversas, atendiendo a cuestiones estructurales, semánticas
o contextuales. La hermenéutica enseña que la interpretación es una empresa
insegura y peculiar, puesto que es el resultado de la interacción compleja
entre lector, texto y contexto y se presta a relecturas continuas (Gergen,
1989; Ricoeur, 1997). No obstante, podemos asumir el riesgo si reconocemos
nuestro papel dentro del análisis (yo, por ejemplo, soy un investigador
sensibilizado hacia la presión social que recibe cierto grupo estigmatizado
sobre el que centro mis intereses de investigación, no formo parte de este
grupo, parto de presupuestos teóricos narrativos postmodernos, soy un psicólogo
social, etc.).
van Dijk apunta
otra dificultad, al señalar que “una expresión ideológicamente relevante en un
discurso puede no serlo en otro, o puede cumplir una función ideológicamente
opuesta en otro momento”, sugiriendo que el análisis del discurso “…necesita
tener en cuenta todos los niveles del texto y el contexto, así como el bagaje
social amplio del discurso y la interacción” (p. 210). En concreto, de los
elementos que el autor propone para el análisis del discurso, podemos escoger
los siguientes como útiles para propósitos de investigación:
· posición gráfica
del texto (en el caso de la prensa, por ejemplo)
· morfología
(neologismos…)
· sintaxis
(agencia, pronombres…)
· semántica
(significados, lenguaje respetuoso -polite-, roles semánticos,
definición de la situación, lo implícito y lo explícito)
· estructuras
esquemáticas (planteamiento, nudo y desenlace; premisas y conclusiones;
antecedentes, método, resultados y conclusiones)
· estructuras
retóricas (las figuras de estilo como recursos para enfatizar significados en
contextos de persuasión).
Igualmente, para
el análisis del contexto, el autor propone las siguientes categorías que
podrían tener interés en un trabajo de investigación:
· dominio del
discurso (médico, educativo, político…)
· funciones
(legitimación, defensa, control)
· localización
(lugar, hora y fecha)
· circunstancias
(orden dentro de la secuencia de acción)
· objetos
relevantes (elementos que definen el escenario y los roles sociales)
· roles (del participante
–oyente, orador, tertuliano…–, profesional –profesor, juez, policía…–, social
–amigo, enemigo, aliado, colega…–)
· afiliación y
membrecía (pertenencia grupal)
· los otros (los no
presentes, sobre los que trata el discurso).
En conclusión
Si hacemos caso
al profesor van Dijk, y a mi propia experiencia como autor, deberíamos
arrepentirnos de todo lo que dejamos escrito. Tales son las dificultades, las
sutilezas, las cuestiones y las dudas. También para el que firma estas breves
reflexiones y apuntes. El profesor van Dijk es una referencia ineludible en los
estudios del discurso, lectura obligada para los que nos iniciamos en este
campo de trabajo y para aquellos que busquan alternativas al modelo de ciencia
convencional que sigue imperando en nuestras universidades. Su posición teórica
quizá no sea tan arriesgada como sería mi deseo, y confía demasiado en
propuestas teóricas que exigen una revisión a la luz de planteamientos acordes
con nuestros tiempos postmodernos. Creo que el discurso como metáfora tiene un
potencial aún mayor para abrir nuevos modos de entender nuestras ciencias
sociales, e incluso para derribar muchas leyendas y falacias asociadas a la
ciencia positivista convencional (el progreso, la acumulación de conocimientos,
la búsqueda desinteresada de la verdad, la objetividad, la neutralidad, etc.),
a sus bases epistemológicas y a sus métodos de trabajo, reducidos hasta la
simpleza por no pocos colegas de la academia y sin duda por el común de la
calle. Nos alegrará, no obstante, emprender el esfuerzo de estudiar y
reflexionar sobre otras obras más recientes de nuestro autor, y las que falten
por llegar.
Referencias
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(1990). Redescubrir el grupo social.
Madrid: Morata.
[1] Los trabajos en castellano de los profesores Tomás
Ibáñez (2001, 2005), Lupicinio Iñiguez (2006) o Florencio Jiménez Burillo
(1997), sirven como marco de mi perspectiva teórica, aunque tomo ideas de un
buen número de autores (Foucault, Rorty, Gadamer…).
[2] La hipótesis del conflicto es deudora de los
conocidos trabajos de Muzafer Sherif (1936). Véanse también los estudios de
Lawrence Bobo (1988) sobre conflicto realista en el contexto de las relaciones
interétnicas.
[3] El concepto de representación social ha sido
elaborado modernamente por Serge Moscovici (1988) y sus seguidores partiendo
del concepto clásico de Emile Durkheim. A grandes rasgos, viene a resumir la
idea de que el grupo elabora conjuntamente creencias y opiniones sobre algún
objeto o asunto social relevante, a través de una dinámica de comunicación y
elaboración de significados. El resultado del proceso, la representación
social, pertenece tanto al individuo como al grupo, y no es en puridad
individual ni grupal aisladamente. Esta idea encaja correctamente con lo que entendemos
por una perspectiva psicosocial.
[4] Suponer que los procesos sociales pueden ser
reducidos a estructuras cognitivas es un modo de negar virtualidad a un nivel
social de realidad. El siguiente paso sería suponer que, claro, todo está en el
cerebro, luego toda psicología puede ser reducida a procesos fisiológicos o
neurológicos. ¡Y, por qué no, a química! Con todo mis respetos a los químicos,
les desafío a explicar químicamente las diferencias entre el amor caballeresco
medieval, el amor romántico del s. XIX y el amor entre adolescentes o
divorciados en nuestros días.
[5] Que los conceptos de “creencia”, “esquema
cognitivo” o “valor”, resulten útiles para “comprender” cosas que a veces nos
suceden, no los convierte en estructuras psicológicas evidentes. Sería más bien
cierto tipo de ilusión psicológica de autoconvencimiento, en un caso de
profecía que se cumple a sí misma.
[6] En una visión limitada de la perspectiva
psicosocial, lo psicológico y lo sociológico existen como entidades sustantivas
independientes. La interacción de ambos tipos de entidades sería el objeto del
análisis psicosocial. Al contrario, desde una perspectiva interaccionista
(construccionista), existen procesos de interacción grupal en los que se
generan productos emergentes que configuran el ámbito de análisis de psicólogos
y sociólogos. Esta es la clave de la perspectiva psicosocial. Lo otro no deja
de ser una extraña suma de reduccionismos psicologicistas y sociologicistas.
[7] Un mapa cognitivo es una representación mental de
la imagen que tenemos de un espacio por el que hemos transitado (Aragonés,
2000). Por el modo en que parecemos razonar en nuestro desplazamiento por los
espacios, los psicólogos ambientales hipotetizan la existencia de algo así como una representación mental.
La representación es una metáfora, puesto que no sabemos lo que hay en el
cerebro. Más aún, cuando pedimos a una persona que dibuje el mapa de un lugar,
intentará trasladar al papel algo así
como lo que parece que tiene en la cabeza. Metáfora
de la metáfora, obligada por la demanda de la tarea. Si me pides que
dibuje, dibujaré, ¡lo cual no quiere decir que tenga un dibujo en la cabeza! El
mismo razonamiento podemos aplicar a los conceptos relacionados con el de
“esquema cognitivo”, para no caer en la ilusión de que estamos tratando con
verdaderas estructuras psico(neuro)lógicas.
[8] Ibáñez (1996: 37) retrae hasta Heidegger la
llamativa idea de que somos víctimas de cierta ilusión egocéntrica, al
considerar el lenguaje como un instrumento a nuestro servicio, sin reparar en
que el lenguaje se constituye en marco de posibilidades que encauza, moldea y
constriñe nuestro discurso. Foucault (1969) destaca las implicaciones capitales
de lenguaje al definir las condiciones de posibilidad de lo que podrá ser dicho
o pensado válidamente.
[9] El autor peca aquí de una visión clásica,
abandonada ya, según la cual, la clave del grupo es la acción colectiva en pos
de la consecución de determinados fines grupales. Desde los trabajos de Henri
Tajfel y John C. Turner, hace ya tiempo que el grupo se define por criterios de
categorización social e identidad (Turner, 1990), y no de intereses comunes
(Sheriff, 1967); igual que en las ciencias organizacionales, ya no se piensa
que las metas estructuran la organización (teoría racionalista clásica), sino
al contrario, la estructura de relaciones políticas grupales determina las
metas posibles (teoría política) (Pfeffer, 1998).
[10] Harold Garfinkel (1967) utiliza el concepto de
reflexividad para señalar cómo la propia conversación está definiendo sobre la
marcha los significados y las reglas de comportamiento. En su carácter
“preformativo”, el discurso se basta para producir realidad social, ¡y sentar
implícitamente las reglas que permiten seguir creando realidad social! No
necesitamos instancias previas ocultas para comprender los significados del
texto. El texto, como contexto de sí mismo, fija los significados (Iñiguez,
2006).
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