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¡QUE NO SE TE VAYA
Irene López Rodríguez
(
Resumen: El
campo semántido tejido en torno al concepto “cabeza” está compuesto de
numerosos vocablos que a priori parecen guardar poca o nula relación con el
sentido prototípico de parte del cuerpo. Al analizar el fenómeno de extensión
semántica conocido como polisemia, no obstante, se observa que la generación de
nuevos sentidos se cimenta en operaciones metafóricas y metonímicas de
naturaleza conceptual que reflejan el uso que el ser humano hace de una parte
de su cuerpo para entender el medio que le rodea.
Palabras clave:
campo semántico, cabeza, polisemia, metáfora y metonimia
Abstract:
The semantic field of “head”
consists of many terms that at first sight hold no relation with the
prototypical sense of body part. When analysing the linguistic phenomenon of
semantic extension known as polysemy, however, it can be observed how the
generation of new senses is built upon metaphorical and metonymic operations of
conceptual nature that reflect the use that human beings make with one part of
their bodies in order to understand their surrounding universe.
Key
words: semantic field, head,
polysemy, metaphor and metonymy
El Diccionario de la Real Academia Española[1]
define cabeza como “parte superior
del cuerpo del hombre y superior o anterior de muchos animales, en la que están
situados algunos órganos de los sentidos e importantes centros nerviosos”. Esta
definición recoge el sentido prototípico[2]
del vocablo cabeza, es decir, su significado
primario, que se remonta al latín vulgar capitia,
procedente del latín caput y éste a
su vez del indoeuropeo Kaput-
(Corominas y Pascual, 1980, pp. 711-12).
No obstante, se trata tan sólo de una de las acepciones del vocablo cabeza a juzgar por otros usos
frecuentes que recogen los diccionarios como cabeza de ajo, cabeza de la
nación, cabeza de alfiler, cabeza de un río o tener buena cabeza, donde cabeza
denota el bulbo de una planta, la persona que gobierna un país, la extremidad
roma de un objeto y origen e inteligencia, respectivamente. En otras ocasiones,
distintos vocablos han extendido sus significados para referirse al mismo concepto prototípico
de cabeza: olla, regadera, maceta, azotea
o coco, por mencionar algunos ejemplos.
La
relación de polisemia que se establece en ambos casos, es decir, la asociación
entre un significante cabeza que da
origen a distintos significados (e.j. bulbo de planta, origen) y la relación
entre significantes diversos (e.j. olla, azotea) que generan un mismo
significado cabeza parece a simple
vista no tener relación alguna; siendo un mero producto de la arbitrariedad de
la lengua. No obstante, como se pretende demostrar, dichas relaciones superficialmente
inconexas están motivadas por un sustrato metafórico y metonímico de naturaleza
conceptual que se materializa en el plano de la lengua por medio de usos figurados
concretos.
El presente
trabajo se enmarca dentro del campo de la lingüística cognitiva y estudia el
proceso de extensión semántica generado en torno al concepto cabeza. A partir del postulado
cognoscitivo que considera que una gran parte del lenguaje es el resultado de
la interacción física del ser humano con el medio que le rodea (Lakoff y
Johnson, 1980; Lakoff y Turner, 1989; Lakoff 1993, 1996; Gibbs, 1994), se analiza el sustrato físico que subyace en
la motivación de los distintos vocablos pertenecientes al campo semántico de la
cabeza. Por medio de redes léxicas se ilustra el mecanismo sistemático de las
motivaciones existentes entre los distintos sentidos generados por el término cabeza así como los vocablos más frecuentes
que denotan el significado cabeza.
Debido
a la gran variación existente en el mundo hispanohablante, se maneja un corpus
representativo de las distintas variedades del español actual con el fin de
demostrar la naturaleza universal de los mecanismos conceptuales que operan en la
extensión semántica. Junto al Diccionario
de la Real Academia Española, para la elaboración de este estudio se ha
consultado el corpus del español actual en versión electrónica (www.crea.es) así
como diccionarios de modismos, dichos y jergas que aparecen recogidos en la
bibliografía al final de este trabajo.
I.- Arbitrariedad versus motivación
En Curso de lingüística general Saussure
apunta que una de las características esenciales que definen al signo lingüístico
es la arbitrariedad (1990, pp. 100-110). En otras palabras, la relación que se
establece entre los dos elementos indisolubles de un signo lingüístico, a
saber, entre un significante (i.e. la secuencia de fonemas o letras) y un
significado (i.e. el concepto o imagen mental) es convencional. Ciertamente, no
parece existir ningún tipo de motivación entre el significante /c/ /a/ /b/ /e/
/z/ /a/ y el concepto de “parte superior del cuerpo del hombre y otros
animales”. Dicha asociación se establece a partir de un acuerdo tácito entre
una comunidad de hablantes con el fin de facilitar la comunicación, como se
demuestra al comparar distintas lenguas: head
(inglés), tête (francés), kopf (alemán), testa (italiano), hoofd
(holandés) o cabeça (portugués).
Sin
embargo, a pesar de que a priori las palabras son arbitrarias, es decir,
consideradas dentro de la totalidad universal del sistema de la lengua, como ya
apuntara Hjelmslev, “consideradas a posteriori, las palabras pierden gran parte
de su arbitrariedad” (1961, p. 96). Tal es el caso de las onomatopeyas, que
imitan los sonidos que representan, como el tic-tac
del reloj o el guau-guau del perro
(Bueno, 1994, p. 15); los topónimos que designan las características propias de
un lugar, como Bellotar y Encinar, para referirse a la población
donde abundan las bellotas y encinas (Jiménez, 2007, p. 547) o los epónimos,
palabras derivadas a partir del nombre de una persona, objeto o lugar, por
ejemplo bárbaro, que originariamente
denotaba a los pueblos que invadieron el Imperio Romano; hamburguesa, alimento procedente de la ciudad alemana de Hamburgo o
rebeca, nombre de una chaqueta
popularizada por una actriz en la película de Hitchcock titulada Rebeca.
De
hecho, una palabra como cabeza
proyecta ya en la lengua latina su significado primario corporal al terreno
bélico para denotar al líder que idea las estrategias militares y dirige a los
soldados en el campo de batalla. Tal extensión de significado parece responder
no sólo a las creencias médicas que situaban la capacidad intelectual en la
cabeza sino también a la posición delantera que muchos jefes militares ocupaban
en el campo de batalla. Obviamente, al situarse al frente de las tropas, la
cabeza de los líderes militares era la primera parte visible para el enemigo al
avanzar los ejércitos. Pero incluso una extensión menos transparente como la
existente entre olla en la acepción
de cabeza puede remontarse a la época
romana, cuando debido a la semejanza entre la forma del utensilio de cocina con
la parte del cuerpo se forjó la asociación. Así, pues, a pesar de que la voz
española cabeza procede del latín caput, otras lenguas romances como el
francés y el italiano derivan su equivalente de cabeza de la voz latina testa
(e.j. francés tête, italiano testa), que significa olla. Huellas de esta transferencia
metafórica permanecen en el español en la acepción de olla como cabeza, tan frecuente en expresiones como estar mal de la olla o se le va la olla y
más explícitamente en el cultismo testa
y su derivado testarudo (Mortara,
1980, p. 167).[3]
Dejando
a un lado las onomatopeyas, que son producto de imitaciones acústicas, la motivación
arraigada en la historia de los distintos pueblos que han contribuido a la
formación de la lengua española no parece reflejar ningún tipo de regularidad
en la extensión léxica y, por tanto, tan sólo un enfoque diacrónico permite
desvelar las causas del origen de ciertos significados. No obstante, a
diferencia de los topónimos y epónimos arriba mentados, la relación que se
establece entre cabeza (parte
corporal) y cabeza (líder militar) u olla (utensilio de cocina) y olla (cabeza) transciende la anécdota
histórica al estudiarse en relación con otros vocablos que forman el campo
semántico de “cabeza”.
II.- Polisemia y redes léxicas
La
noción de que los hablantes de una lengua son capaces de cumplir sus
necesidades comunicativas con un número limitado de partículas léxicas es harto
conocida (Piquer, 2004, p. 90). Debido al principio básico de la economía del
lenguaje, ciertos elementos lingüísticos son altamente productivos, es decir,
generan múltiples significados. Tal es el caso de múltiples sufijos y prefijos
que operan en procesos de formación de palabras, como cabezota, cabezonería, cabezón o encabezamiento así como de numerosas palabras que extienden sus
sentidos. Por ejemplo, cabeza en su
acepción primaria de “parte del cuerpo” expande su significación para denotar
una “res”. Asimismo, el término maceta,
que originariamente se refiere a un “recipiente de barro para criar plantas”
pasa a denotar también “cabeza”.
El
fenómeno lingüístico a través del cual una palabra tiene dos o más significados
relacionados se conoce con el nombre de polisemia. Esta extensión de
significados a partir de un mismo lexema no suele ser aleatoria, sino que se
rige por mecanismos de diversa naturaleza. Considérense los ejemplos anteriores
pertenecientes al campo semántico de la “cabeza”:
En el
primer caso, el término cabeza en su sentido
prototípico de “parte del cuerpo” extiende su significado para referirse a un
animal; en el segundo, el vocablo maceta,
cuyo significado primario designa un recipiente para las plantas, amplía su
acepción para denotar la parte corporal cabeza.
Mientras que en el primer caso se genera un nuevo significado basado en una
asociación de contigüidad (i.e. metonimia), la relación de semejanza (i.e.
metáfora) es responsable de la creación de la nueva acepción de cabeza en el segundo ejemplo.
Estos
procesos asociativos de metonimia y metáfora que generan un buen número de los
significados de un mismo término están relacionados no sólo con el sentido
prototípico del que emanan sino también con muchos
otros de los sentidos que configuran el campo semántico de la cabeza. Dichas
relaciones suelen representarse por medio de redes léxicas, es decir, estructuras
gráficas construidas alrededor del significado prototípico de una palabra a
partir de la cual surgen varios radios con distintos sentidos que reflejan el
tipo de relación que mantienen con su base.
Figura 1. Red léxica en torno al significante
“cabeza” generando distintos significados
Figura 2. Red léxica en torno al
significado “cabeza” generada en torno a distintos significantes
Como
se observa en la figura 1, del concepto prototípico “cabeza” emanan distintos
significados que se refieren a entidades tan diversas como un animal, un bulbo
de una planta, la parte superior de una cama o inteligencia. De manera pareja,
la figura 2 ilustra un buen número de significantes como melón, pelota o azotea que han extendido su significado
primario de fruta, objeto redondo de juego y parte superior de una casa para
designar el órgano corporal “cabeza”.
Al
examinar ambas redes léxicas se aprecia que en las relaciones establecidas
entre el nódulo central con el nódulo externo operan mecanismos metafóricos y
metonímicos. Así, por ejemplo, el sentido base de cabeza como “parte del cuerpo” extiende su significado para denotar
el bulbo de un ajo a través de una metáfora de tipo visual. La misma semejanza
física parece operar en la transferencia del significado literal de pelota como un objeto de forma
redondeada a su uso figurado de “cabeza”.
No
obstante, estos mecanismos metafóricos y metonímicos generadores de nuevos
significados no operan de manera individual, sino sistemática, a juzgar por las
interrelaciones que se establecen entre los distintos vocablos que componen el
campo semántico de la “cabeza”. Efectivamente, el mismo procedimiento
metafórico que rige la transferencia de un significado pelota como “objeto redondo de juego” a un significado pelota como “cabeza” se aplica en los
sentidos figurados de “peonza”, “calabaza” o “melón” ya que, en mayor o menor
medida, todos estos objetos guardan una cierta similitud física con la parte
del cuerpo a la que se refieren. Pero, además, el hecho de que dentro de este
conjunto de palabras se puedan establecer dos categorías diferenciadas: alimentos
(i.e. calabaza, melón), por un lado, y objetos de juego (i.e. pelota, peonza),
por otro, pone de manifiesto un nuevo tipo de relación sistemática entre varios
de los vocablos que conforman un mismo campo semántico.
A la
luz de estas agrupaciones sistemáticas, resulta evidente que los mecanimos
metafóricos y metonímicos responsables del proceso de extensión semántica
operan no en el nivel nivel lingüístico, sino en el conceptual. En otras
palabras, metáforas como calabaza o melón son realizaciones concretas de un sustrato conceptual de
naturaleza metafórica que identifica a tales frutas con una cabeza debido,
entre otros factores, a la semejanza en la forma y a ciertas propiedades de
dichos frutos con la parte del cuerpo “cabeza”.
III.- Metáfora y metonimia. Nivel
conceptual y nivel lingüístico
Tradicionalmente,
se ha definido la metáfora como una figura retórica con una finalidad esencialmente
ornamental o estética (Ortony, 1993; Gibbs,
1994; Lakoff y Johnson, 1999). Las teorías clásicas desde Aristóteles tienden a
considerar la metáfora a partir de su sentido etimológico de transferencia de
significado, es decir, como un uso translaticio
Esta
visión tradicional fundamentada en la arbitrariedad del lenguaje, no obstante,
ha quedado parcialmente invalidada a la luz de los estudios cognitivos que
revelan la sistematicidad que subyace en numerosas metáforas empleadas en la
vida cotidiana (Lakoff y Johnson, 1980; Johnson, 1987; Gibbs, 1994 inter alia ). Efectivamente, metáforas
que a priori pueden parecer inconexas desde el punto de vista lingüístico como poner a alguien por las nubes, levantar la moral, arriba ese ánimo o estar de
bajón, tener la moral por los suelos,
estar de capa caída y estar hundido, comparten un esquema
conceptual que asocia la felicidad y la tristeza con la orientación espacial de
situarse arriba o abajo, respectivamente. Esta asociación tiene sus raíces en
la experiencia corporeizada, es decir, en las relaciones motosensoriales que el
ser humano establece con su entorno. Existen, efectivamente, ciertos estados
físicos y emocionales que implican físicamente una orientación vertical donde
la posición hacia arriba connota favorablemente por oposición a la situación
hacia abajo, que se asocia de manera negativa. Así, por ejemplo, la salud y la
enfermedad pueden implicar la habilidad de permanecer levantado frente a la
postración en la cama; mientras que la autoestima a menudo se exterioriza con
la cabeza alta y el cuerpo recto, a diferencia de la falta de ésta, que suele
ir acompañada de cabeza gacha y cuerpo encorvado. Dichas vivencias tan comunes
que implican la orientación vertical del cuerpo quedan asociadas positiva o
negativamente dependiendo de si los estados físicos y emocionales son o no
favorables para el individuo.
Debido
a la existencia de un esquema mental originado en experiencias motosensoriales,
se establece una distinción entre metáforas conceptuales y metáforas
lingüísticas. La metáfora conceptual pertenece al plano de la mente y
representa un mecanismo cognitivo por medio del cual se establecen
correspondencias sistemáticas entre distintos dominios (el dominio fuente y el
dominio meta) basadas en experiencias corporales (Barcelona, 2000). Retomando
el ejemplo anterior, la relación de verticalidad asociada con los estados
anímicos de felicidad y tristeza se representa mediante las metáforas conceptuales LA FELICIDAD ES ESTAR ARRIBA/LA TRISTEZA ES
ESTAR ABAJO (Lakoff y Johnson, 1980, p. 35). Por otro lado, las metáforas lingüísticas
como levantar la moral o tener la moral por los suelos son la
materialización concreta en la lengua de las metáforas conceptuales.[4]
La
misma distinción entre mente y lengua funciona en la metonimia. En efecto, la
metonimia utiliza el mismo mecanismo conceptual de proyección que la metáfora,
sólo que dicha operación mental es interna ya que tiene lugar dentro de un
dominio conceptual—frente a la metáfora, que utiliza dos dominios. Por ejemplo,
en BMW ha despedido a cientos de
trabajadores la metonimia consiste en una proyección conceptual interna al
dominio de la compañía que ha realizado el despido, en la que el dominio fuente
es la compañía y el meta quienquiera que esté a cargo de la política de
regulación de empleo en la misma. El proceso mental opera dentro del dominio de
la compañía, que engloba a la compañía per se y a la persona encargada de
personal que trabaja en dicha compañía. El proceso mental que subyace en esta
metonimia lingüística suele expresarse como INSTITUCIÓN POR PERSONA RESPONSABLE
(Lakoff y Johnson, 1980, p. 38).
No
obstante, la distinción entre metáfora y metonimia resulta a veces problemática
ya que ambos fenónemos suelen interactuar (ver Barcelona, 2000; Goossens, 1990;
Radden, 2000; Ruiz de Mendoza, 1997). El uso figurado de olla en expresiones como estar
mal de la olla o se le va la olla
participa de metáfora y de metonimia. La metáfora actúa al establecerse una
semejanza entre una olla con una cabeza; mientras que el proceso metonímico
está implicado en el uso de la olla (i.e. cabeza) en expresiones como estar mal de la olla o se le va la olla para referirse a la falta de cordura, debido a
la creencia de que el comportamiento racional se localiza en la cabeza. Esta
interacción entre metáfora y metonimia ha llevado a algunos lingüistas a acuñar
el término ”metafonimia” (Goossens, 1990, p. 323) o “metáforas basadas en
metonimias” (Radden, 2000, p. 93).
IV.-Metáforas y metonimias que comparten el
significante “cabeza”
La palabra
cabeza ha extendido su sentido prototípico
de parte del cuerpo para designar realidades tan variadas como animal
ovino, principio
o parte extrema de una cosa, extremidad
roma y abultada, opuesta a la punta, de un clavo, alfiler, etc., parte superior del corte de un libro, parte superior del armazón de madera y barrotes
de hierro en que está sujeta la campana, cumbre o parte más elevada de un monte o sierra, origen, principio de algo que discurre o fluye,
juicio, talento y capacidad, persona,
res, capital de una población
principal, listón de madera que
se machihembra contrapeado al extremo de un tablero para evitar que éste se
alabee, extremo de la hoja de tabaco
que la une al tallo, corona del
reloj, capítulo de un libro o escrito, encabezamiento, persona que gobierna o preside y persona de mayor responsabilidad en una familia que vive reunida. Todos
estos sentidos que emanan de la voz cabeza pueden parecer a simple vista un tanto inconexos; sin embargo,
forman una red léxica organizada en torno a procedimientos metafóricos y metonímicos.
La relación entre un objeto, en el sentido de esquema de Langacker (1991,
2000), y sus partes es la operación más frecuente de naturaleza metonímica.
Se tiende a concebir las entidades físicas como “gestalts” (Kövecses y Radden,
1998, p. 49) compuestos de varios elementos y con límites bien definidos.
Esta concepción permite dos tipos de metonimias muy comunes: LA PARTE POR
EL TODO, también llamada sinécdoque, y EL TODO POR LA TARDE (Lakoff y Johnson,
1980, p. 36). El uso de la cabeza como sustituto del cuerpo en su totalidad,
reflejo del primer tipo de metonimia, permite agrupar un buen número de extensiones
semánticas como animal
ovino, res,
persona, persona que gobierna o preside y persona de mayor responsabilidad en una familia que vive reunida.
En las tres primeras acepciones, el proceso metonímico opera por sustitución
del cuerpo del animal y la persona por su cabeza. En los sentidos de gobernante
y máximo responsable familiar, no obstante, la voz cabeza no denota sólo a la persona que lleva las riendas de una organización
o familia, sino que hay implicaciones de liderazgo y poder. Efectivamente,
la operación metonímica PARTE POR TODO interactúa con el esquema de imagen
de la verticalidad ARRIBA-ABAJO (Lakoff, 1987), que permite la conceptualización
del poder como una posición elevada. De hecho, las metáforas conceptuales
TENER CONTROL ES ESTAR ARRIBA y NO TENER CONTROL ES ESTAR ABAJO (Lakoff y
Johnson, 1980, p. 15), plasmadas en la lengua en expresiones tan frecuentes
como tener todo bajo control, estar
encima de alguien, estar bajo su mandato, está sobre mí en la empresa u ocupar un lugar superior en una compañía,
poseen una clara base física ya que, por ejemplo, en sistemas de gobierno
antiguos el rey estaba físicamente en una posición elevada como en el trono,
mientras que los vasallos tenían que arrodillarse o hacer una genuflexión,
es decir, adoptar una postura físicamente inferior. En este sentido parece
existir una correlación metafórica entre la cabeza como parte superior del
cuerpo con el poder debido a la posición elevada.
Los significados de juicio, talento
y capacidad expresados por el significante cabeza se originan a través de una metonimia inversa a la anterior,
a saber, EL TODO POR LA PARTE (Ibarretxe, 2002, p. 473). El locus de la razón, la inteligencia y el
sentido común se encuentra en la mente, que es un componente de la cabeza.
Se produce así un subtitpo de relación metonímica LA CABEZA POR LA MENTE (Pascual,
1998-99) que pertenece a la estructura metonímica general EL TODO POR LA PARTE.
Enunciados como tiene muy buena cabeza
para su edad o tiene cabeza para
las matemáticas emplean la parte del cuerpo cabeza
para referirse a una facultad intelectual que reside dentro de ella, en concreto,
en la mente.
[5]
El sentido locativo transmitido en el uso figurado de cabeza
como origen o principio de algo que discurre o fluye
(e.j. la cabeza de un río, la cabeza de la manifestación), capital de una población principal y parte de la cama se ajusta al esquema metonímico
PARTE DEL CUERPO POR LUGAR (Svorou, 1993) que, a su vez, es un subtipo de
la metonimia ENTIDAD POR LUGAR (Ibarretxe, 2002, p. 477). La cabeza puede
proporcionar acceso a una determinada ubicación. En el caso de la parte de
la cama, el hecho de que al dormir, la cabeza se oriente hacia este determinado
lugar puede justificar el uso figurado de cabeza
para esta parte del mobiliario. No obstante, también es posible ver una motivación
metafórica basada en la protuberancia de la cabeza y su proyección hacia la
parte más saliente de la cama (ver Piquer, 2004, p. 195). El uso un tanto
obsoleto de cabeza en el sentido
de capital de un lugar opera mediante la interacción de una doble metonimia
con origen metafórico. Primero, como se analizó, la relación basada en la
verticalidad entre el poder y la orientación de la cabeza genera la asociación
cabeza-poder. Después, el hecho de que en la capital residan los mandatarios
y los órganos de gobierno, origina la metonimia PARTE POR TODO (i.e. CABEZA
POR CUERPO) donde la cabeza representa las personas al poder, que, al habitar
en un determinado lugar activan la metonimia PARTE DEL CUERPO POR LUGAR. Finalmente,
la noción de origen o principio de algo que discurre o fluye plantea la disyuntiva
de si la entidad es humana o no. En el caso se tratarse de una realidad humana
como, por ejemplo, cabeza
de la manifestación podría funcionar la metonimia CABEZA POR CONTROL/LIDERAZGO,
es decir, la cabeza sustituye a una cualidad asociada con ella. Sin embargo,
algunos estudios señalan (Ibarretxe, 2004; Piquer, 2004, p. 195) que se trata
de una motivación metafórica basada en la proyección de un cuerpo animal en
vez de humano para generar este tipo de sentidos figurados donde la cabeza
se adhiere al axis horizontal. Se trata de una explicación bastante plausible
teniendo en cuenta la existencia de la metáfora cola para referirse a la línea de personas que esperan su turno para
realizar una actividad. Quizás sea el cuerpo animal el germen de la noción
de cabeza en su acepción de origen
de río u otra entidad que discurre; tratándose, por tanto, de proyecciones
de naturaleza metafórica.
Las acepciones de cabeza como parte
superior, ya sea de un clavo, un martillo, una viga, un monte, una campana,
una hoja, capítulo de un libro o cualquier otro objeto que se ajuste al eje
de la verticalidad se originan a partir del esquema de imagen de orientación
ARRIBA-ABAJO. En su interacción con el medio que le rodea, el ser humano utiliza
con frecuencia su propio cuerpo como instrumento de medición, a juzgar por
unidades de medida como “pies”, “pulgadas” o “brazas”. Dado que la cabeza
representa la parte más elevada del cuerpo, ésta se proyecta sobre la zona
de mayor altitud de un objeto; originándose así los sentidos metafóricos de
cabeza para referirse a la parte superior
de una entidad.
La semejanza física entre la cabeza con otros objetos puede engendrar metáforas
visuales del tipo cabeza de ajo
y cabeza del reloj. Obviamente, la apariencia
más o menos redondeada de la cabeza se asimila a la forma circular del bulbo
del ajo y de la esfera del reloj. La misma motivación visual también parece
intervenir en el sentido de cabeza
como parte superior de un clavo, tornillo, chincheta o cualquier otro instrumento
que termine en forma redondeada.
V.- Metáforas y metonimias en torno al
significado “cabeza”
El
campo semántico tejido en torno al concepto “cabeza” es claramente prolífico a
juzgar por la existencia de términos tan dispares como adoquín, azotea, bola, bombo, cacerola, cafetera, calabaza, calavera, casco, cresta, chape, chaveta, chimenea, chincheta, coca, coco, crisma, huevo, lúcuma, maceta, mate, materia gris, melón, mollera, olla, pelota, pinza, piojera, pipo, peluca, peonza, pepino, perola, regadera, seso, sesera, tambor, terraza, testa, tiesto, tornillo, tuerca, tutuma, ukelele, zambomba o zapallo, entre otros muchos, que designan metafóricamente dicha
parte corporal (ver Díez Velasco, 2005; Foment, 1998; González, 2008; Oroz, 1949;
Flórez, 1969).
Se
trata de vocablos que, en mayor o menor medida, comparten ciertos rasgos con la
cabeza: ya sean físicos como la redondez (e.j. bola, calabaza, casco, coca, coco) o la forma ovalada (e.j. huevo, melón, pepino, zapallo, peonza); ya sean funcionales, es decir, especie de recipientes que
albergan diferentes substancias (e.j. cafetera,
olla, maceta, regadera) o acciones
que se ejecutan sobre la cabeza (e.j. crisma).
A veces subyacen motivaciones basadas en la orientación de verticalidad, o sea,
debido a que la cabeza es la parte más alta del cuerpo (e.j. azotea, terraza) o en la composicionalidad, es decir, se toman elementos
que integran la cabeza (e.j. mollera,
seso, sesera, piojera, peluca).
A
pesar de estas semejanzas pertinentes a objetos individuales o, a lo sumo, a
grupos reducidos, resulta sorprendente que realidades pertenecientes a ámbitos
tan diversos como la vivienda, los juegos, los utensilios de cocina, los
instrumentos musicales, las herramientas de construcción, las frutas y
verduras, y, en menor medida, otros órganos corporales, converjan para denotar
la cabeza. De hecho, aunque la semejanza física puede explicar un buen número
de estas metáforas como, por ejemplo, casco,
olla o coco; otras muchas, sin embargo, no poseen un substrato visual tan
marcado, como en el caso de azotea, adoquín o ukelele, por lo que la formación del campo semántico podría parecer
en un principio un tanto aleatoria.
No obstante, un análisis composicional de estas metáforas que designan a la
cabeza muestra que el sema común inherente a todas ellas es la falta de
racionalidad e incluso la locura (Oroz, 1949, p. 87; Pascual, 1998-1999, pp.
113-124). Efectivamente, a pesar de que ciertas metáforas pueden emplearse de
manera positiva para ensalzar la inteligencia o capacidad intelectual de un
individuo (e.j. tener un buen coco para
las matemáticas, tener buen seso,
mucha materia gris), todas ellas, sin
excepción, se emplean con matices negativos para representar la falta de
cordura. En este sentido, se trata de metáforas de base metonímica dado que el
órgano corporal al que se refieren sustituye el comportamiento racional popularmente
ubicado en la cabeza. No en vano, numerosas partes del cuerpo tienden a usarse
metonímicamente para representar algún tipo de capacidad física o intelectual con
la que se asocian (Díez Velasco, 2005). Así, pues, la mano se relaciona con el
trabajo y la ayuda (e.j. manos a la obra,
echar una mano); el ojo y el oído,
con la vista y la audición (e.j. tener un
buen ojo/tener un buen oído)
mientas que el labio y la lengua con la facultad para hablar (e.j. tener buena labia, tener la lengua muy suelta).
Partiendo
de que las metáforas de la cabeza se originan en una relación metonímica entre
el órgano corporal con la capacidad de racionalidad asociada con éste, es
necesario partir de la concepción física de cabeza como parte del cuerpo para
desentrañar el origen conceptual de los vocablos pertenecientes al campo
semántico de la cabeza. El cuerpo en su totalidad tiende a ser conceptualizado
a través del esquema de imagen de un contenedor debido a la experiencia física
que el ser humano tiene con su cuerpo como especie de recipiente que contiene
distintos líquidos como el sudor, la sangre, la orina o las lágrimas (Johnson,
1987). A través de una activación metonímica de la PARTE POR EL TODO la
estructura mental del cuerpo como contenedor se extrapola al órgano de la cabeza.
Efectivamente, la cabeza representa también una especie de receptáculo que
alberga distintos órganos y fluidos. Esta construcción mental del contenedor
permite agrupar una serie de metáforas que representan utensilios destinados a
guardar líquidos como cacerola, cafetera, olla, perola, regadera así como tiesto y maceta—al fin y
al cabo albergan plantas que necesitan agua.
A su
vez, dentro de este sistema conceptual emerge un subsistema en torno a
recipientes que sirven para calentar líquidos: el café en el caso de la
cafetera, y sopas o guisos con la cacerola, la olla y la perola. El elemento de
temperatura se corresponde físicamente con la reacción del calentamiento del
cuerpo en estados emotivos como el enfado, la tristeza o el acto sexual; en otras
palabras, estados que suelen implicar falta de racionalidad. Efectivamente,
existen numerosas expresiones idiomáticas articuladas en torno a las metáforas
conceptuales LA RAZÓN ES FRIALDAD y LA FALTA DE RAZÓN ES CALOR (Niemeier,
1997), siendo los casos más ilustrativos tener
la cabeza caliente y tener la cabeza
fría. Son múltiples las situaciones de emotividad que conllevan el
calentamiento corporal y comportamiento irracional. La metáfora EMOCIONES
INTENSAS SON EXCESO DE CALOR (Lakoff y Johnson, 1980) de la que se desprenden
casos como EL ENFADO ES UN FLUIDO CALIENTE EN UN CONTENEDOR (Gibbs et al.,
2004), materializada en expresiones idiomáticas como estar que echa humo, estar a punto de
explotar, estar a punto de reventar, los
ánimos estaban calientes o hervirle
la sangre a uno, o EL DESEO SEXUAL ES UN FLUIDO CALIENTE EN UN CONTENEDOR (Kövecses, 2000), reflejado en estar caliente, arder de pasión o consumirse
de pasión, evocan la imagen de un recipiente repleto de líquidos que debido
a un exceso de calor necesitan ser expelidos. La imagen del contenedor, por
tanto, se complementa con el exceso de temperatura ligado a estados emotivos y
de ahí que las metáforas lingüísticas de cacerola, cafetera, olla y perola ponen de manifiesto falta de cordura.
El factor de temperatura caliente, sin embargo, no subyace en los
sentidos figurativos de regadera, tiesto y maceta. En este caso, el esquema de imagen del cuerpo como
contenedor refuerza la noción de pérdida de fluidos ante la ausencia de
cubiertas que eviten su escape. De hecho, a diferencia de la cacerola, la
cafetera, la olla o la perola, que cuentan con una tapa, ni la regadera, ni el
tiesto ni la maceta son recipientes completamente cerrados. Al contrario, todos
ellos tienen alguna abertura que permite el escape de líquidos. Esta noción de
pérdida de fluidos refleja la metáfora conceptual LA PÉRDIDA DE UN OBJETO o
SUBSTANCIA ES PÉRDIDA DE CONTROL (Lakoff y Johnson, 1980, p. 90), reflejada en
metáforas tan comunes como perder las
riendas, perder el hilo, perder comba, perder control, perder aceite, estar mal del
riego y, por supuesto, perder la
cabeza. Como la cabeza se conceptualiza como un contenedor lleno de
líquidos, la pérdida de éstos resulta en un desequilibrio corporal y, por ende,
mental. En este sentido, tanto regadera
como tiesto y maceta en sus acepciones metafóricas ponen de relieve la pérdida de
la facultad de control y, por tanto, de nuevo, comportamiento irracional.
Una nueva subcategoría cimentada en torno al esquema de imagen de
la orientación ARRIBA-ABAJO abarca los vocablos azotea, terraza, chimenea y adoquín. Se trata de palabras que en su sentido literal denotan
partes de una vivienda; reflejando así la metáfora conceptual EL CUERPO HUMANO
ES UN EDIFICIO (Hines, 1999; Lakoff, 1991, p. 192), que se concretiza lingüísticamente
en metáforas como las puertas del corazón,
el buzón (por la boca) o las ventanas (por los ojos). A excepción
del adoquín, que es un material usado en la construcción y que funciona
metonímicamente para denotar la cabeza, la azotea, terraza y chimenea
representan las partes superiores de una vivienda. Existe, por tanto, una
correlación física entre la parte más elevada de una casa con la percepción
humana de que la cabeza es la parte más alta del cuerpo (Oroz, 1949, p. 90). Al
mismo tiempo, el esquema de imagen del contenedor arriba señalado podría
intervenir en los usos figurados de azotea,
terraza e inclusive chimenea dado que una vivienda consta de
paredes, suelo y tejado o techo; correspondiéndose, por lo tanto, con un espacio
cerrado lleno de muebles. En efecto, expresiones como tener la cabeza mal/bien amueblada
sugieren la identificación del mobiliario con los órganos necesarios para el
correcto funcionamiento de la cabeza. En este sentido, el hecho de que la
chimenea y, generalmente, la terraza y azotea, suelan carecer de mobiliario
podría connotar la noción de pérdida o ausencia que opera en las metáforas de
recipientes analizadas anteriormente; reforzando, por lo tanto, el sentido de
falta de juicio.
Las metáforas de la comida conforman un grupo numeroso dentro del
campo semántico de la cabeza. La calabaza y dos de sus variantes, el mate y la
tutuma, la coca, el coco, el huevo, la lúcuma, el melón, el pepino, el zapallo
e incluso el hueso o semilla de la fruta, es decir, el pipo presentan una forma
redondeada u ovalada que se asemeja a esta parte del cuerpo. Aparte del
mecanismo visual, todos estos comestibles se caracterizan por estar cubiertos,
bien con cáscaras bien con pieles; apuntándose nuevamente al esquema de imagen
del contenedor. A esto se añade que se trata de alimentos caracterizados por
una relativa oquedad, especialmente teniendo en cuenta que muchos de ellos se
vacían a la hora de ser comidos. Este espacio vacío parece sugerir carencia;
relacionándose de este modo con las metáforas anteriores que subrayan la
pérdida de fluidos y ausencia de mobiliario y, por lo tanto, falta de la
facultad de razonar. Ciertamente, sin excepción, todas las metáforas de
comestibles portan connotaciones peyorativas refiriéndose a personas faltas de
inteligencia o que se comportan de manera insensata.
La carestía de sustancia sugerida por la relativa oquedad de estos
tipos de comida enlaza, a su vez, con la metáfora conceptual que identifica a
las personas con diversos tipos de alimentos. La metáfora LAS PERSONAS SON
ALIMENTOS (Lakoff, 1987; Adams, 1990; Hines, 1999) equipara a los seres humanos
con distintos tipos de sustancias comestibles dependiendo de las cualidades a
resaltar. En términos generales, el empleo de frutas y verduras, debido su
relativa ligereza, suele conllevar cierto menosprecio e insignificancia frente
a productos cárnicos que, al tener un mayor aporte calórico, connotan
favorablemente. Metáforas como vegetar o
ser una patata, en sus acepciones
metafóricas de estado físico caracterizado por la merma absoluta de
psicomotricidad y cosa de poca calidad o mal funcionamiento, contrastan con poner toda la carne en el asador y tener mucha chicha que marcan esfuerzo,
determinación e importancia. Por medio de un encadenamiento metonímico que
engarza la cabeza con el intelecto y éste a su vez con la actuación de la
persona, el uso de frutas, verduras y huevos[6] parece ponderar la idea de
insignificancia y torpeza de un individuo; correspondiéndose así con el sema
común de falta de racionalidad del campo semántico de la cabeza.
Objetos relacionados con el juego como la bola, la pelota y la peonza destacan
otra vez el componente visual que motiva gran número de las metáforas de la
cabeza. Al estar acotados por todos los lados estos juguetes guardan cierta
relación con el esquema de imagen de la cabeza como contenedor. Además, el
hecho de que el manejo de estos juguetes implique pericia o destreza con el
control enlaza con la metáfora conceptual
PÉRDIDA DE UN OBJETO O SUBSTANCIA ES PÉRDIDA DE CONTROL, que constituye uno
de los pilares de metáforas como maceta o regadera, mencionados
antes. Indudablemente, expresiones como se le va bola/pelota/peonza
denotan pérdida de control de estos juguetes y, por tanto, falta de raciocinio.
Varias partes de la cabeza
se emplean de manera figurada para representar la cabeza en su totalidad.
Tal es el caso de términos como mollera,
seso, sesera, crisma, casco, cráneo, calavera, materia gris, peluca, chape, cresta y piojera, que operan por medio de la metonimia PARTE POR TODO. Se produce
un encadenamiento metonímico dado que un constituyente de la cabeza aparece
en lugar de dicha parte del cuerpo que, a su vez, sustituye la capacidad intelectual
tradicionalmente asociada con ésta. Por un lado, se presentan órganos internos
(i.e. mollera, seso,
sesera, crisma, casco, cráneo, calavera, materia gris) y, por otro, externos (i.e.
peluca, chape, cresta y piojera). A su vez, dentro de los órganos
internos, funcionan metáforas de tipo visual en crisma, casco y cráneo debido a la forma similar entre
el cerebro y un yelmo. En el caso de los órganos externos, el rasgo común
es la vellosidad. Sin embargo, mientras que peluca
y chape parten del dominio capilar
humano; cresta procede del mundo
animal ya que son los gallos y otras aves quienes tienen una especie de moño
o copete en la cabeza, activándose, por lo tanto, la metáfora conceptual LAS
PERSONAS SON ANIMALES (Kövecses, 2000), que proyecta características de los
animales en los seres humanos. En cuanto a piojera,
la cabeza aparece conceptualizada a través de la metonimia CONTENEDOR POR
CONTENIDO dado que la cabeza se representa como un lugar que alberga a los
piojos. Este entramado metonímico y metafórico para designar a la cabeza porta,
por lo general, sentidos neutros. De hecho, con la excepción de piojera y calavera, que, independientemente del contexto connotan negativamente
debido a la idea de suciedad, inanición y muerte que conllevan, los demás
vocablos pueden indistintamente referirse a la presencia o ausencia de comportamiento
racional (e.j. tener buen/mal
seso, tener mucha/poca materia gris). Cuando
se insertan en expresiones idiomáticas con el sentido de irracionalidad o
locura, los marcos contextuales suelen emanar de esquemas conceptuales ya
analizados.
El esquema de imagen del contenedor se activa al insertar partes de la cabeza
en marcos contextuales con verbos relacionados con fluidos como sorber,
secar, beber o reblandecer. La
asimilación de la cabeza como un recipiente lleno de líquidos implica que
la capacidad racional es el resultado del equilibrio de fluidos frente a la
pérdida de líquidos que conlleva falta de juicio. Expresiones idiomáticas
como tener sorbido el seso, secársele a alguien el seso/la sesera/la mollera/la materia gris,
tener seco el cráneo, tener el seso reblandecido o beberse el seso se basan en verbos de absorción
para transmitir la idea de falta de líquidos que riegan el cerebro y, por
tanto, el mal funcionamiento de la capacidad intelectiva del individuo.
La acción de drenaje que subyace en estos usos figurados se manifiesta por
igual en unidades fraseológicas estructuradas en torno a la dureza o blandura
de los órganos que componen la cabeza, especialmente, el cerebro. Tener la
mollera/el seso/el cráneo duro/blando; ser duro/blando de mollera; endurecerse/ablandarse el seso parecen sugerir procesos relacionados con los fluidos
ya que un exceso de líquidos produce el ablandamiento de un órgano mientras
que la sequedad resulta en el endurecimiento. Nuevamente, por tanto, aparece
la noción de desequilibrio corporal relacionada con la falta de juicio.
Siguiendo con la construcción mental de la cabeza como contenedor, aparecen
expresiones ligadas a la temperatura, concretamente al exceso de calor. Verbos
como calentar, explotar o extallar suelen acompañar a usos metonímicos
de partes de la cabeza: calentarse a
alguien los sesos, explotar la sesera
o extallar la mollera; poniendo
así de relieve una vez más las metáforas
Al asignar a partes de la cabeza propiedades como sequedad y humedad, frialdad
y calor se conceptualiza dicha parte del cuerpo como un objeto cuya posesión
implica la tenencia de raciocinio, mientras que la pérdida de éste supone
falta de juicio. Perder el seso/la mollera e írsele el seso a uno, por ejemplo, reflejan la metáfora
La existencia de materiales de construcción como tuerca, tornillo, pinza,
chaveta y chincheta, cuyos sentidos figurados refieren a la cabeza, reflejan
la metáfora visual establecida entre la forma redondeada y parte más elevada
del cuerpo que es la cabeza con el extremo más abultado de estos objetos.
El empleo de piezas de ensamblaje obedece a la existencia de metáforas conceptuales
como
Finalmente, varios instrumentos musicales denotan metafóricamente el órgano
de la cabeza. La posible semejanza visual entre el ukelele, el tambor, el
bombo y la zambomba con esta parte del cuerpo parece radicar en la imagen
de contenedor, ya que todos estos instrumentos constan de una especie de receptáculo.
La conexión semántica entre la falta de racionalidad con estos instrumentos
parece responder a la oquedad de su interior. De hecho, en las metáforas alimenticias
se vio cómo el componente hueco se relaciona con falta de substancia y, por
extensión metafórica, carencia de entendimiento. Un razonamiento similar opera
en las acepciones metafóricas de ukelele,
tambor, bombo y zambomba, puesto
que tienden a denotar personas carentes de entendimiento o poco flexibles
en sus ideas y opiniones.
VI.-Conclusión
El campo semántido tejido en torno al concepto
“cabeza” está compuesto de numerosos vocablos que a priori parecen guardar poca
o nula relación con el sentido prototípico de parte del cuerpo. Al analizar el
fenómeno de extensión semántica conocido como polisemia, no obstante, se
observa que la generación de nuevos sentidos se cimenta en operaciones
metafóricas y metonímicas de naturaleza conceptual que reflejan el uso que el
ser humano hace de una parte de su cuerpo para entender el medio que le rodea.
El enfoque experiencialista, por tanto, permite descubrir la motivación, sistematicidad
e interrelaciones que subyacen en los procesos de creación léxica. La variedad
y disparidad de palabras que o bien designan a la cabeza o bien emplean la voz
cabeza para designar otra realidad, lejos de ser producto de la arbitrariedad
de la lengua, están arraigadas en la esencia más material del ser humano: su
cuerpo.
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[1] Se empleará a partir de ahora la abreviatura D.R.A.E.
[2] Utilizo el término “prototípico” siguiendo la
terminología de Rosch (1977, 1978) acerca de la categorización, donde se define
el prototipo como el miembro típico de una categoría con la que se relacionan
otros miembros basándose en la motivación. Otros autores definen el significado
prototípico como el “significado ideal” (Herskovits, 1986) o o el “sentido
nuclear primario” (Austin, 1961).
[3] Mortara (1980, p. 167) apunta que
“El término latino testa (del que
deriva la palabra italiana testa,
“cabeza”, y también las castellanas testa
y testarudo) significaba
originalmente “caparazón de tortuga”; por extensión pasó a designar cualquier
recipiente cóncavo, y, particularmente, la <<olla de barro>>; de
aquí surgió la metáfora por caput. El
origen metafórico de testa sólo se
halla a través de la historia de la palabra y no por comparación sincrónica con
su sinónimo (cabeza, capo).”
[4] Siguiendo las convenciones de
[5] Barcelona (1997, p. 43) señala que la asociación
con la inteligencia se realiza con la cabeza, no con la mente porque en la
sabiduría popular la inteligencia es un atributo conectado con la principal
función de la cabeza, que es pensar. Así pues, Barcelona considera que los usos
metonímicos de cabeza en las
acepciones de juicio, sentido, capacidad e inteligencia
se desprenden de la metonimia conceptual CABEZA POR FUNCIÓN.
[6] En Uruguay se utilize “huevo” para referirse a una
persona torpe.
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