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COMUNICACIÓN Y MEDIO AMBIENTE:
MIGUEL DELIBES DE CASTRO
Para Juan Sebastián Fernández Prados y
Hermelindo Castro por su colaboración
Javier
Fornieles, María
Ferriz, Inmaculada Urán
(Universidad de Almería)
Sin duda, a la hora de plantear estos asuntos,
contamos en nuestro país con una figura clave: Miguel Delibes de Castro. Dos
factores explican su influencia. Por una parte, destaca su trayectoria en el
Consejo Superior de investigaciones Científicas y la gestión realizada como
director en
La entrevista con Delibes de Castro, que publicamos
a continuación, se realizó en abril de 2009. Se centra precisamente en los
procesos comunicativos que trasladan la necesidad de proteger nuestro entorno
natural a la opinión pública. En la entrevista se habla del valor que la
comunidad científica concede a la divulgación, de las relaciones entre la
ciencia y los medios de comunicación, así como del impacto de los medios
audiovisuales y de los libros que han influido incluso en las decisiones de los
legisladores, entre otros temas.
Investigar hoy día la relación que existe entre la
comunicación y los problemas medio ambientales no es desde luego una cuestión
menor. En este punto, conviene recordar que el debate, por la importancia de los
problemas tratados, no se produce sólo en los centros académicos. Tiene lugar
en las redacciones de los medios y en las decisiones que adoptan los ciudadanos
apelados directamente en la vida cotidiana por la publicidad o por la industria
audiovisual. En esa coyuntura es preciso, por tanto, trasladar las hipótesis de
los investigadores a un público mucho más amplio y emplear unas herramientas de
comunicación muy diferentes. Y ello exige una labor especialmente difícil por
la complejidad de la materia, por la multitud de factores implicados en el
análisis de nuestro ecosistema y por la dificultad para valorar con rigor las
relaciones que existen entre las actuaciones del hombre y la naturaleza.
Al margen de sus méritos como investigador, el reconocimiento
de Delibes se apoya en el hecho de que ha sabido captar la importancia y las
características de los trabajos de divulgación. Probablemente, su colaboración
en la labor pionera desarrollada por Félix Rodríguez de
Asimismo, Delibes destaca por sus habilidades
comunicativas, por su capacidad para dirigirse a un público no especializado.
Sus libros tienen, en efecto, la virtud de exponer con sencillez las cuestiones
más difíciles y sus ensayos se convierten siempre en una obra amena que atrapa
al lector. Delibes utiliza sobre todo con maestría la anécdota y el relato
personal de los hallazgos y de las peripecias de los científicos. De esta forma,
capta el interés del público y trasmite un mensaje directo: la admiración que
debemos sentir por el investigador, por su curiosidad y su capacidad para
afrontar determinados retos, y el reconocimiento por la influencia y por los
beneficios que la ciencia aporta a la sociedad. Se trata, sin duda, de una
constante en los escritos y en las conversaciones de Delibes como muestran, más
adelante, los comentarios sobre el trabajo de Rachel Carson.
Los rasgos mencionados se completan además con el
acierto de Miguel Delibes para buscar la imagen que permita entender mejor la verdadera
posición que el hombre ocupa en el planeta o la complejidad de los procesos
medioambientales. Si algo caracteriza el discurso ecologista, ha sido
precisamente la habilidad para hacer comprensible una realidad alejada de
nuestra experiencia inmediata. La creación de nuevas imágenes y metáforas
constituye una pieza básica en este proceso. Delibes conoce bien la importancia
de esta labor y participa activamente en ella. De este modo, la capa de ozono, por
ejemplo, puede ser presentada en sus escritos de forma diferente como una
especie de ‘crema’, un ‘paraguas’ o como una ‘ropa tazada’ en un intento
progresivo de mejorar nuestra percepción del fenómeno y para superar el
malentendido que crea el término ‘agujero’.
A las razones anteriores –la capacidad para llegar
a un público no especializado, mucho más amplio- se añade otro factor decisivo
que explica la importancia de las tareas efectuadas por Delibes en el campo de
la divulgación. Hablar del medio ambiente implica mover conductas, agitar la
conciencia de la ciudadanía. Las estrategias verbales, los argumentos, los
recursos dialécticos dirigidos a persuadir al lector desempeñan en
este apartado un papel básico. Nos encontramos así con otro de los
rasgos que distingue la obra de Delibes. Pocos escritores resultan tan eficaces
a la hora de exponer sus opiniones. Ineludiblemente, el lector se siente atrapado por la ecuanimidad
de sus argumentos y las continuas advertencias sobre sus propias dudas o sobre la
dificultad para establecer conclusiones definitivas sobre nuestro ecosistema.
Sin necesidad de acudir a otras fuentes, el lector de esta entrevista puede
apreciar la frecuencia con que Delibes utiliza palabras como ‘pienso’, ‘creo’ o
‘quizás’ para modular su pensamiento y hallar la interpretación más razonable.
Son cuestiones que merecería la pena abordar con
detalle. Pero un ejemplo puede servirnos, al menos, para apreciar la destreza como
escritor de Miguel Delibes. Recordemos, en este sentido, el título del libro
redactado con su padre: La tierra herida.
¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? Difícilmente encontraríamos unas
palabras más apropiadas para dirigir un mensaje claro y contundente al lector.
La personalización que encierra la palabra ‘herida’
avanza ya el deseo de mostrar la estrecha relación de los seres humanos con la
naturaleza y del bien más preciado, nuestra propia salud, con el futuro del
ecosistema en el que nos integramos. A su vez, el término ‘herida’ recoge la conveniencia de mantener una prudente esperanza
para mover a la acción y evitar el rechazo que puede provocar una postura
demasiado pesimista. Y en la misma dirección se mueve la pregunta ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? La
cuestión así planteada encierra una advertencia expresada en el único lenguaje
que la sociedad del bienestar es capaz de entender: la apelación a los propios
intereses y a la incertidumbre sobre la estabilidad de los privilegios que
disfrutamos. A su vez, el termino ‘heredarán’
acepta la imagen equívoca, complaciente, del hombre como dueño del planeta para
acentuar su responsabilidad y para señalar que son sus posesiones, sus bienes,
los que se encuentran en peligro. Y nos recuerda que hablamos de problemas que
pueden presentarse a largo plazo, pero que sus consecuencias van a afectar a
las personas que apreciamos más que a nuestra propia vida. La advertencia se
subraya además desde la imagen incluida en la portada: dos niñas avanzan en
medio de una niebla espesa protegidas con una mascarilla. Nos recuerdan así que
el peligro se produce a escala global, la amenaza para nuestra salud, la
indefensión de las próximas generaciones, así como la incapacidad para ver con
claridad las consecuencias en el futuro de nuestros actos. Finalmente, no
podemos olvidar que nos hallamos ante un mensaje que se carga de nuevos
sentidos si pensamos que el libro se presenta precisamente como un diálogo entre
dos generaciones, entre un padre y un hijo, los dos Miguel Delibes.
No quisiéramos concluir sin hacer una última
reflexión. Por medio de la expresión vir
bonus dicendi peritus la retórica insistía en la importancia del prestigio
moral del orador como una piedra angular sobre la que descansa el discurso. En
las líneas anteriores hemos hablado de la eficacia y de las estrategias
empleadas por Miguel Delibes de Castro. Es el momento de recordar también que
las habilidades comunicativas del escritor y del hombre de ciencia no se
apartan un ápice, en este caso, de las consideraciones realizadas por
Quintiliano sobre la personalidad del orador.
Entrevista a Miguel Delibes
de Castro
Pregunta. ¿Cómo
se valoran hoy día las tareas de divulgación? ¿Tienen una buena aceptación por
parte de los científicos?
Respuesta. El debate en la comunidad científica sobre esta cuestión se produce a
veces sólo de forma tácita, pero evidentemente existe. En los treinta, treinta
y tantos años que llevo investigando, ha habido, sin duda, un cambio muy
notable. Al principio, divulgar se veía de una forma más bien peyorativa. E,
incluso, los que nos dedicábamos a ello lo hacíamos con cierta sensación de
culpa. La percepción ha ido cambiando y la divulgación está siendo cada vez más
estimada. En parte por algo que creo que existe ya en todo el mundo: el
convencimiento de que resulta muy importante que la conciencia de estos asuntos
esté presente en los medios y la necesidad también de ‘vender’ la ciencia como
un producto más. Esto ha hecho que la presencia en los medios de comunicación
sea muy valorada. En el CSIC, por ejemplo, hacen unos resúmenes recogiendo la
presencia en los medios de quienes trabajamos en el CSIC y, lógicamente, salen
mucho más o salimos mucho más en los medios los que divulgamos o damos
conferencias, que aquellos que se limitan a realizar su labor seria y callada
en un laboratorio.
En algún lado leí que la ciencia estaba en el
mercado, básicamente, desde el final de
P. La importancia creciente que tiene la divulgación
científica ¿puede encerrar alguna contrapartida, algún peligro?
R. ¿Peligro? Bueno, yo pienso que existe un riesgo aunque se trata de una
percepción muy personal. Si la gente joven, muy brillante, en el momento de
mayor actividad científica, interrumpe ese proceso para dedicarse a divulgar, creo
que podría ser un inconveniente. En
cambio, pienso que a otras edades, por ejemplo a la mía, cuando ya te tomas
todo con mucha más tranquilidad, me parece que es una virtud centrarte en otros
temas.
Por otra parte, creo que los científicos contamos
también con una ventaja. Entendemos mejor lo que hacemos y somos capaces de
contarlo mejor que un mediador, que un comunicador. Pero el inconveniente, por
otro lado, radica en que las labores de comunicación son cada vez más
profesionales. Y ser profesional de dos cosas a la vez, hoy día, resulta muy
difícil, muy complicado.
P. ¿Se
realizan actividades para formar a los profesionales de los medios, para salvar
esa laguna que hay entre la ciencia y los trabajos de divulgación?
R. No, creo que
no. Imagino que se está refiriendo más a formar a la prensa, a los medios; no a
acercar a los científicos al periodismo, sino a hacer más científicos a los
periodistas. Pienso que sí ha habido alguna iniciativa, desde luego no
exclusivamente relacionada con el medio ambiente. En el CSIC han sacado durante
años las becas de comunicación científica. Yo he tenido, y tengo, varias amigas
periodistas, que lo son porque han pasado varias temporadas en Doñana para
aprender lo que hacíamos y para aprender cómo contarlo, y que luego, veinte
años después, te siguen llamando cuando tienen alguna duda sobre lo que van a publicar.
En el CSIC, por tanto, sí se puede decir que había
una escuela de periodismo científico. Hay además una escuela de El País, en la que colabora ENRESA (una
empresa de residuos radioactivos), y que este año creo que imparte seminarios
de formación para periodistas ambientales. Es como una universidad de verano,
pero para periodistas ‘rigurosos’, que entiendan que el residuo radioactivo
debe estar bien guardado, y que eso es ecológicamente plausible, mientras que
no hacer un cementerio de residuos resulta una opción peor.
P. ¿Hay en Hispanoamérica contribuciones semejantes
a la suya a la hora de divulgar los temas medioambientales?
R. Quizás, en el
caso de Hispanoamérica, deberíamos hablar más bien de divulgación de la ciencia
en general. En el aspecto científico, tanto México como Argentina, por lo menos
en algunas etapas de su historia reciente, han sido mucho más potentes que
nuestro país. España ha mejorado mucho por el contexto en el que estamos y
porque se ha hecho un esfuerzo grande en los últimos veinticinco años. Pero,
antes de esto, los hombres de ciencia en Hispanoamérica eran más competentes que
nosotros, y realizaban muy buenas tareas de divulgación científica.
Recuerdo ahora, por ejemplo, un médico argentino,
fisiólogo, Marcelino Cereijido, autor de varios libros sobre la historia de la
ciencia reciente en su país. Entre sus
obra destaca La nuca de Houssay. Houssay era un médico argentino, premio Nobel, con
el que Cereijido trabajó. Y recuerdo también un libro de José Sarukhán, Las musas de Darwin, editado por el
Fondo de Cultura Económica con motivo del bicentenario de Darwin.
Quizás las obras relacionadas con el medio
ambiente, semejantes a las que yo he escrito, resultan un tanto más lejanas,
extrañas, en Hispanoamérica. Se diría que se trata de un problema que se
percibe como vinculado más bien al Primer Mundo. Cuando yo escribí La naturaleza en peligro, varios amigos
lo llevaron a Sudamérica y a Hispanoamérica, a diferentes universidades, porque
no había nada escrito por un autor, directamente en español, y les parecía un
libro muy novedoso.
P. En el
mundo más desarrollado desde el punto de vista económico sí parece que se han
producido grandes avances al menos a la hora de trasmitir los problemas
medioambientales a la opinión pública. ¿Cuál es su opinión?
R. Sí, la verdad
es que se ha producido un gran cambio. Cuando me esfuerzo por ser optimista,
optimista de voluntad, uno de los argumentos que siempre saco a colación son
las diferencias que se pueden observar si comparamos la situación de la primera
Cumbre de Estocolmo, en 1972, con la situación actual, donde todo el mundo
habla de esto y los países tienden a tener ministerios de medio ambiente, consejerías o vicerrectorados de sostenibilidad en las
universidades. Quizás si cambiara tanto en los próximos setenta años, habría
que procurar que no sólo hubiera modificaciones en el aspecto más epidérmico,
en pretender trasmitir la sensación de estar preocupados, sino sobre todo en
los hábitos.
Es cierto que en todo este crecimiento hay mucho de
moda, lo cual a mí me preocupa un poco. Ahora, cuando llega el momento de la
crisis y afirmas que ya hay ministerios de medio ambiente, puede ocurrir precisamente
que desaparezcan. En todos lados se dice que lo que hay que hacer es producir
y, bueno, lo que no se pueda contabilizar en puestos de trabajo, en pesetas o
en euros parece que no cuenta, que no existe, y tienes la impresión de que lo
logrado no era algo tan consistente como yo pensaba.
La comunidad científica tiene que abrirse a la
prensa. Pero ¿qué factores, qué hechos o qué obras cree que han sido decisivos
para que también los medios de comunicación empiecen a interesarse por las
cuestiones medioambientales hasta convertirla en una sección habitual?
R. Desde luego se
ha trabajado mucho para que así ocurriera. Los científicos en esto han tenido o
hemos tenido un papel importante. Todo empezó hacia 1950. Y entre 1950 y 1980
encontramos ya un montón de estudios sueltos, dispersos, de científicos que se
preocupaban por el medio ambiente. Ahí está, por ejemplo, un libro clave, La primavera silenciosa, de Rachel Carson.
En el año 2000 se hizo una encuesta en E.E.U.U. preguntando por el libro más
influyente de la segunda mitad del siglo XX, y ganó abrumadoramente esta obra.
Raquel Carson era oceanógrafa, bióloga marina. Empezó a ver que se morían los
pájaros de su jardín con los insecticidas, se puso a trabajar y escribió un
libro demoledor. El título es significativo: la primavera se ha vuelto
silenciosa porque no hay pájaros. La obra provocó una polémica enorme porque
entonces el negocio del DDT estaba en alza. La desprestigiaron, pero el
presidente Kennedy ordenó una encuesta, para averiguar si su tesis era cierta o
no. Los científicos acreditaron que sus ideas parecían ser verdaderas y se creó
Luego surgieron otros libros importantes. Antes de que la naturaleza muera (1964),
escrito por Jean Dorst, sobre la situación de los parques nacionales en el
mundo. Charles S.Elton publicó The
Ecology of Invasions by Animals and Plants (1958), en el que señalaba que
hay invasiones peores que las invasiones militares. Destacó también la obra de
Paul R. Ehrlich, La bomba de población
(1968), en la que se apuntaba el peligro que suponía el crecimiento de la
población, y que originó, en 1972, el Informe Meadows, En torno a los límites del crecimiento. A pesar de sus errores, al
ser encargado al Instituto Tecnológico de Massachussetts, la obra generó una
gran polémica e influyó desde luego en los gobiernos.
El desarrollo de los estudios medioambientales
desde los ochenta ha sido espectacular. Desde que nace la biología de la
conservación hasta el momento actual, se ha convertido en un campo de
investigación muy activo. Ahora quizá, haya 20 ó 30 revistas científicas internacionales de medio
ambiente, sumamente citadas, como Biological
Conservation, Conservation Biology, o las posteriores, Biodiversity and Conservation, Animal
Conservation. Se trata de publicaciones cuyo índice de impacto no para de
subir y que superan a todas las tradicionales, en las que yo publicaba de joven
y que eran de zoología o revistas como Wildlife
Management.
A todo esto se ha unido las Cumbres como la de Río,
en 1992, en la que figuraban ya más de 150 presidentes o jefes de estado. Y el
punto final ha venido, sin duda, con Al Gore.
En todo este proceso los científicos han tenido un
papel muy importante. En
P. Hoy se habla mucho de biodiversidad. ¿Qué le
parece el término?
R. Para explicarlo, quizás convendría retroceder un poco en el tiempo.
Hacia 1980 los científicos se reunieron en una sociedad de biología de la
conservación. A veces los teóricos nos dicen que eso no es una disciplina
científica, nos preguntan por qué la biología de la conservación es diferente.
Y los que la crearon responden lo siguiente: “porque una masa crítica de
expertos nos hemos puesto de acuerdo en decir que somos biólogos de la
conservación, que existe un problema global, mundial, y que lo queremos abordar
con nuestros conocimientos, que deben ir más allá de la biología e incluye la
comunicación, la economía y otros muchos asuntos”. De este modo, los
científicos crean
Poco después, surge biodiversidad, un término, en cierto modo, de marketing, de mercado, pues se trataba de buscar una palabra que se
dijera igual o de forma parecida en francés, inglés, alemán, italiano, español,
y que fuera sólo una, y que la gente lo pudiera asociar inmediatamente a
problemas ambientales. Así surge biodiversidad. La usó por vez primera Edward
O. Wilson en una publicación, aunque se lo sugirió otra persona. Wilson llamó Biodiversity a un libro que editaba, y
dos ó tres años después, en
P. Aparte
de los libros o las revistas, habría hoy que tener en cuenta el género de los
documentales y su importancia a la hora de transmitir unas ideas. Algunos
documentales, ¿le han llamado especialmente la atención?
R. Muchos. Me
parece, incluso, que en los temas de medio ambiente hay tal cantidad de
documentales, y tan buenos, que se desdibujan y se mezclan en la memoria. La
gente muchas veces ya no sabe quién lo ha hecho. Pienso ahora en ese tópico
español de hablar de ‘los documentales de la
A mí, en el tema de los documentales, lo que más me
preocupa es que estamos hablando de una cultura ‘fácil’, lo cual supone, en
parte, una ventaja pues permite un consumo inmediato. Pero hay tal riqueza, por
otra parte, en este terreno, que el problema es más de exceso, de que puedas llegar
a decir “pues otro más”, y que ya no te lleguen a emocionar, a pesar de que se
han hecho pensando sobre todo en conmover.
Creo, en fin, que los documentales son muy
importantes porque llegan a la gente. En España, por ejemplo, fue Rodríguez de
Ahora bien, los documentales tienen el
inconveniente de que son muy superficiales. No quiero decir que lo sean en sus
contenidos, sino que sólo rascan la superficie del que los usa. En este
sentido, para educar, pienso que el libro es un arma más poderosa. Podríamos
decir que los libros profundizan más, pero que los documentales son los que
abren los caminos. En definitiva, creo que los documentales, en gran medida,
han servido para sensibilizar a la sociedad, pero que para educarla haría falta
o cambiar los documentales -lo cual se empieza a hacer- o publicar más libros y
tratar de conseguir que la gente leyera más, algo que resulta complicado.
P. Me
gustaría hacerle al menos una pregunta sobre el libro publicado con su padre,
R. La verdad es
que a mí me cuesta escribir. Me cuesta porque ejerzo una fuerte autocensura. Quiero
siempre que estén muy bien, quizá por ser hijo de escritor. La naturaleza en peligro, por ejemplo,
me llevó mucho tiempo escribirlo, aunque disfruté haciéndolo.
En este caso, hablo ahora de
No estoy seguro de cómo surgió la idea de escribir
el libro. Quizá le pidieron a él una actualización de su discurso de ingreso en
Empezamos grabando en agosto, en las vacaciones de
verano, y de hecho yo me dedicaba a transcribir. Pero pasar la charla a un
ordenador resultaba lentísimo, y decidimos hablar del tema, que yo tomara unas
notas y sobre ellas esbozar las preguntas y respuestas, y corregir.
Fue una conversación muy franca, donde a veces nos
peleamos y yo me esforcé por mantener esas discrepancias. “No irás a poner eso”,
me comentaba; y yo le replicaba “pues sí, lo debemos poner porque para llegar a
la gente, tenemos que decir que nosotros somos igual que ellos, que tenemos las
mismas dudas y no escribirlo desde un plano superior”. Dejamos, en fin,
muchísimo redactado en ese mes de agosto y hablado todo. Yo me llevé a Sevilla
lo que teníamos, acabé de escribir lo que habíamos hablado en
septiembre-octubre, y en noviembre ya se lo dimos al editor.
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