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APROXIMACIÓN A
UNA POÉTICA DE
Emilia Morote
Peñalver
(IES Felipe de Borbón. Ceutí. Murcia)
This article offers a brief analysis of
the contemporary poet J. R. Barat’s poetry. Along his six commented books, not
only does the poet shows his deepest human worries in a serene and, sometimes,
ironic and self-critical reflection, but also manages to turn the creative
process into something more than a mere verbal activity.
We emphasize some constants in his
poetry: firstly, the man’s unhappiness due to the unavoidable mortal destiny;
secondly, the poet’s vitality, optimism and hope deposited in the poetry,
synonymous of beauty, and in his personal vocation for living; and, eventually,
the clear and elegant expression.
Palabras clave: hombre, vida,
muerte, poesía y expresión clara y elegante.
El poeta Juan
Ramón Barat (Borbotó, Valencia, 1959), licenciado en Filología Clásica e
Hispánica, alterna su labor como docente con numerosas participaciones en
cuantas actividades culturales se le solicitan (conferencias, recitales…). Un
Humanista, un hombre sencillo, culto, de carácter afable, vitalista y excelente
comunicador que desliza sobre su obra una honda preocupación por la vida que le
lleva a convertir la lírica en género no sólo de expresión de emociones sino de
reflexión en torno a los grandes interrogantes y temas universales, no sin
dejarse impregnar por cuantas voces filosóficas y poéticas de diversas
corrientes pueden ayudarle en la formación de un estilo propio, aun sin
abandonar esa mirada atenta a lo cotidiano y simple que forma parte de la
experiencia.
Autor de obra caudalosa, premiada y atenta
a los tres grandes géneros, tanto para el lector adulto como para el
infantil-juvenil. Barat se ha prodigado en numerosas antologías con otros
autores, entre las que podrían citarse las más recientes: Quijote cabalga entre versos, Madrid,
2005; Espirelia
IV. Murcia, 2006; Poetas en
blanco y negro contemporáneos. Madrid, 2008; Vida de perros.
Logroño, 2008; Antología del Premio
Leonor de Poesía. 25 Aniversario (1981-2006). Soria, 2008; y Nuevas voces y viejas escuelas en la poesía
española (1970-2005). Granada, 2008. Asimismo, no ha dejado de
colocar sus versos y artículos en revistas dentro y fuera de España, como Abalorio, Sol
Negro, Papeles de Urs, Agua, Pasos, Ateneo I de Mayo, Baquiana, Presencia o Buxía, arte y
pensamiento.
Centrados sólo en su obra lírica, el
poeta atesora ya una larga lista de títulos en su cuenta y de premios y
reconocimientos que la avalan; y descubrimos que no pocos no han llamado aún a
las puertas de la imprenta. Destaquemos, entre tantos, por la extraordinaria
calidad poética de sus obras: Premio Internacional de Poesía “Ciudad de
Torrevieja”, Alicante, 2002, y Premio al mejor libro de poesía en
La literatura de Barat no pertenece al
mundo de la evasión; su lectura nos transforma, nos hacer reflexionar y nos
devuelve al mundo enseñándonos a vivir. Lejos del exhibicionismo culturalista
de los novísimos, su fascinación por los clásicos grecolatinos o los autores de
nuestra edad dorada (sobre todo, Quevedo, con su fina ironía y su preocupación
existencial, además de Góngora, San Juan de
Barat contempla la literatura no sólo
como un espejo (imagen tan del gusto del poeta) donde la sociedad pueda verse y
el individuo, reconocerse; sino, sobre todo, como un instrumento útil para la
reflexión y hedonista por el placer estético que procura en el uso y dominio de
la palabra. No escribe; esculpe con palabras la luz, el silencio, la belleza, el
tiempo, la noche y hasta la muerte.
Es la suya una poética de la existencia
donde confluyen el tono irónico; el elegíaco, en el lamento por la pérdida de
la vida y la belleza; el de desengaño y angustia, por la vacuidad de una
existencia que conduce irremediablemente a la muerte; el tono sereno y
escéptico; el vitalista y esperanzado, en la alternativa o resistencia al poder
devastador e intransigente del paso del tiempo, lo que le lleva a una
invitación al carpe diem, e incluso
al carpe noctem; y el tono humilde y
biográfico, en un yo poemático que deja constancia de una honda preocupación,
de una resistencia a la asunción callada de lo absurdo del destino, y de
exaltación de la vida, la belleza y las propias experiencias más gratas y
cercanas como soplo de aliento esperanzador.
La coartada del lobo (2000), que ve la luz cuidadosa y
certeramente prologado por P. Felipe S. Granados, será el primer eslabón
publicado de esa poética. Poemario que, de manera muy somera, atiende, en sus
dos mitades, al amor y la muerte, respectivamente.
La infelicidad que se deriva, de un
lado, de la personal asunción de la intrascendencia de la vida, y de otro, de
la ignorancia del amor como fuerza redentora; la soledad; el sinsentido de la
muerte, como interpretación final tras la lectura del libro de la vida con
capítulos dedicados al amor, la pasión y la belleza; la vacuidad de la
existencia, que se identifica, tras la muerte, con la nada; y la falta de
lógica en el movimiento incesante de la máquina destructora del tiempo no abandonan
sus versos en la primera parte, “La
coartada”, y serán el pretexto para una coartada poderosa: el amor, aunque se
ignore (Desventurado aquel/ que tu
esplendor ignora), o iguale sus fuerzas con la muerte como las dos únicas
certezas firmes en el mar de escepticismo y pesimismo del poeta que dan sentido
a una existencia estúpida y absurda
(“O la muerte”).
Entre las muestras de entrega a la
amada, de renovado gesto de aliento de su amor (“La coartada”) y la expresión
de la certeza de que el amor –en la línea quevedesca de poeta existencial-
vencerá más allá de la muerte (aun admitiendo la ilógica del poder destructor
del tiempo), el poeta invita a la amada al pleno goce de los sentidos en una
bella y personal versión del carpe diem
horaciano transformado en carpe noctem,
o al pleno goce místico de San Juan de
Los tópicos clásicos (carpe diem, beatus ille o locus amoenus) hallan su cauce expresivo
en una combinación de heptasílabos y endecasílabos, además del verso roto (como
expresión formal de la fuerza destructora de la muerte, la soledad o la
tristeza), de los encabalgamientos (que enfatizan términos esenciales en ”Pues”
o traducen fuertes emociones en “O la muerte”), la plasticidad de los
desplazamientos de versos en el pentagrama de la estructura métrica del poema
con valor caligramático (“Ceniza”), y de bellas y selectas metáforas, algunas
de carácter surrealista, en “Entre los dos”, “Epitalamio”, “Ceniza” o “Éxodo”.
“Del lobo”, segunda mitad, parte del
elemento simbólico lobo, esta vez,
con su carga de agresividad minorada. De esa manera, el lobo o el hombre (homo homini lupus), sin coartada (basada
en la fuerza del amor), es reducido al absurdo, víctima de fuerzas oscuras,
malignas como la soledad, la tristeza, el pesimismo o la falta de esperanza (Abismo y soledad y noche triste,/ donde
mueren las últimas estrellas/ del cielo sin aurora de ti mismo, en “Sin
aurora”). Del lobo no queda ya coartada, no queda el amor, sinónimo de
esperanza: el sentido de la vida del hombre es saber que se vive para morir,
por lo que se sabe condenado a la derrota
(“Extraño”). Es nuestra desdicha saber que vivimos para morir.
Ante esta seguridad de vivir derrotado
por el tiempo, de estar de prestado en esta vida, el poeta lanza su queja por
no encontrar quien explique el porqué de tanto sufrimiento si, finalmente, nos
vemos abocados a la muerte, a la nada, y su queja por lo injusto de una vida
que arrebata todo cuanto primero te ofrece (“Por qué”).
Este fuerte sentimiento de queja y
derrota se traduce formalmente en la mayor frecuencia del verso roto y la
ironía; ambos recursos presentes en el poema “Gramática del tiempo”, donde la
sintaxis caótica de la vida no puede ser ordenada por la inútil gramática del tiempo. La existencia del hombre es la
biografía de una derrota.
Como todos ustedes (2002) tiene como
principal referente al ser humano que, visto desde cualquier perspectiva (1ª,
2ª ó 3ª personas), soporta la existencia como una pesada carga de dolor,
tristeza, opresión, falsedad, desamparo, crueldad e injusticia. En definitiva,
un ser cualquiera (yo, tú, él…), anónimo, desconocido, sujeto a la triste
realidad del paso inexorable de las horas, de las imposiciones de la sociedad y
del destino mortal. Si bien, un ser también alentado por el deseo de vivir, por
lo que no faltan en el libro referencias al amor, el placer del silencio, del
campo, de la lectura o de los más simples actos cotidianos que alcanzarían el
rango de brotes de inmortalidad (“Clase teórica sobre la inmortalidad”).
La queja, la burla, la expresión de
lamento o amargura, la ironía a veces son vías para caminar buscando una explicación,
una respuesta, un orden, un sentido, en definitiva. El poeta siente la
necesidad de cuestionarse la realidad, su existencia, y dar su propia
respuesta, que no es sólo el discurso de un método, sino la expresión de una
vocación, vocación por vivir.
Breve discurso sobre la infelicidad (2003) es una invitación a la reflexión
en torno a las más íntimas preocupaciones del poeta (el porqué y para qué de la
existencia humana), de las que se libera en el acto de la escritura, campo conceptual
siempre presente en sus poemarios.
Montado sobre estos pilares básicos, su
discurso deja espacio para la crítica y la insistencia en la búsqueda del
silencio y la verdad, así como para el uso de símbolos (perros, verano) y la
ironía como recursos formales de fuerza y eficacia persuasivas.
Los poemas son los argumentos del
discurso cuya tesis es la convicción de la infelicidad como sentimiento
inherente al ser humano desde que nace, para la que adopta el recurso de la
escritura como una suerte de exorcismo que lo aleje de los demonios que lo
angustian.
En “Declaración de intenciones”,
composición que abre el poemario, el poeta declara su propósito de buscar la
verdad que da sentido a lo absurdo de la existencia en el silencio, en el
camino hacia uno mismo, haciendo una particular recreación del beatus ille de Fray Luis. Encierra una
crítica al paso indiferente, falto de reflexión y meditación del hombre por la
vida, que se repite en “Sesión continua” y en “Hoja de reclamaciones”, donde
martillea al hombre vacío de compromiso con sus propios ideales, falto de
humanidad, que no merece la gloria de vivir.
“SOS”, “Versión definitiva”, “Estimado
lector” y “Fe de vida” tratan el tema de la escritura como catarsis del dolor
que conlleva la existencia.
El devenir del ser hacia la nada no
impide ni el vitalismo ni el escepticismo.
Poemas más discursivos, con menos
atención a la metáfora. Ya desde el título, el autor predispone al lector a un
libro de tono discursivo, de hondura reflexiva y de actitud, a veces,
conmovedora, sobre todo si tenemos en cuenta la preocupación esencial que
recorre todo el poemario, y para la que su agnosticismo no halla alivio en la
certeza que, para otros, emana de la fe religiosa.
El discurso ha necesitado de un receptor, lo
que permite la tensión, a la vez que se vuelve subjetivo cuando aparece el yo. Tono reflexivo, de queja, de lamento
y sentencioso a veces (“Instrucciones maternas”) junto a un tono vitalista.
El ser absurdo, recreado con la imagen
del perro extraviado, en un escenario
nocturno es una constante en su poesía. Ese ser absurdo, de existencia vacua y sin
un compromiso con sus propias convicciones, que se identifica en “Hoja de
reclamaciones” (con tono sentencioso y de castigo) quizá con aquel lobo de su primer libro (Siempre fuiste uno más de la manada).
Entretanto, el yo poético reflexiona, y
en “Misión imposible” busca la adhesión del lector y adopta entonces un tono
aforístico y de arenga para subrayar sus grandes temas y preocupaciones: la
imposibilidad de negociar una tregua con el tiempo y con la muerte, para lo
cual ni el amor es un argumento poderoso; la certeza de lo cual sume al poeta
en el desamparo, que se acentúa con el dolor que conlleva saber que la vida no
se repite y que la muerte no nos devuelve a la vida. Pero vuelve al yo y siente la amenaza de su doble, un
impostor (“Interrogación retórica”), y de los símbolos de destrucción (“El
verano”).
Otras veces su discurso se vuelve
didáctico (“Clase de astronomía”), pero para incidir en el tema del eterno
retorno y, por ende, en la intrascendencia del ser, tema tratado con el amargo
sabor de la derrota en “Del sentimiento trágico”.
Piedra primaria (2004). Poemario
dividido en tres partes, cada una de las cuales está compuesta por 12
composiciones en las que, formalmente, destaca la polimetría de sus versos y el
enfoque desde sendas personas del verbo.
Siguiendo una estructura circular, se
inicia con el acto simbólico y con reminiscencia cinematográfica de alzar la
piedra en mano para, una vez convertido el hombre en dios, iniciar su andadura
por la existencia; devenir matizado por el acto reflexivo del poeta, interesado
y preocupado por temas universales (la muerte, el tiempo, el sentido de la
vida, el amor) desde una actitud existencialista y barroca, si bien enriquecida
con el toque personal de un autor preocupado por la exquisitez, el virtuosismo,
el dominio preciso y elegante del lenguaje, no reñidos con la sencillez de la
expresión y la profundidad del pensamiento, coherente con su más íntima
preocupación personal y humana.
Se cierra esa estructura con el poema
que da título a todo el poemario, “Piedra primaria”, donde el poeta, con una
actitud serena, y deslizando sus versos sobre los resortes constantes de la
interrogación, la enumeración, la metáfora, el símbolo, hace cómplice al lector
de su agnosticismo ante los grandes interrogantes que han azuzado la conciencia
del hombre.
El pretexto de las citas y dedicatorias
y las ligeras variaciones de textos de otros autores; la polimetría, con la
alternancia de versos predominantemente heptasílabos y endecasílabos; la
diversidad en los referentes culturales que actúan como un sólido poso en el
horizonte lejano del poeta (desde la imagen móvil cinematográfica de “Homo
erectus”, la imagen fija de bodegón en “La manzana” o de una cámara en “Instantánea”,
la topografía casi mítica de “Templo sin dioses”, hasta la música),
caracterizan este poemario junto a la variada lista de referencias literarias
(Quevedo, Neruda, César Simón, Buero Vallejo, Shakespeare, Miguel D’Ors, Cavafis,
Benedetti, Bécquer,
Barat parte de la base de que todo es
fugaz (el tiempo, la belleza, la vida…), de modo que, ante la indefinición del
futuro, al que el hombre se enfrenta sin garantía, queda la libertad para construirse a sí mismo a cada instante.
Esa piedra
primaria (sílex) será el símbolo
de la edificación de la existencia, de la estructura o entramado social como
base de una evolución, de un progreso. En un poema narrativo como “Homo erectus”
la acción –alzarse y levantar el brazo- es el acto que libera al hombre de su
angustia, de su inseguridad. Y es el poeta el que, con el dominio que de la
existencia le proporcionan sus versos, acabará convirtiendo al lector,
finalmente, en cómplice de sus preocupaciones y, al mismo tiempo, de sus
esperanzas.
Frente al acto primitivo básico, en el
poema que cierra el poemario siguiendo una estructura circular, es ahora el
poeta mismo el que convierte su voz, la palabra, en piedra primaria, y, en un acto libre, alza su voz reflexiva, serena,
sin estridencias, para cuestionarse el sentido de la verdad, de la vida misma y
de la muerte como redención.
Y no hay tregua para la angustia y el
desasosiego que provocan la conciencia del carácter fugaz, efímero del tiempo,
concepto que concreta con la imagen ciénaga
infinita, acentuando y materializando en la espesura del barro esa
sensación de angustia que domina la existencia del hombre y, por ende, del
poeta. Quizá la única verdad sea la certeza de la muerte y de lo efímero de la
vida, cuyo simbólico poder inicial queda anulado, desmitificado con la certeza
de quien la identifica con un falso
templo.
“La fosa” viene a ser, con un tono
ligeramente desafiante, una sentencia firme, un aviso serio, sin sentimentalismo,
sin titubeos, sin grietas en el corazón. Confundidas la vida y la muerte en una
misma imagen, se muestra la convicción de que, mientras vivimos, nos causa
dolor, desasosiego y tristeza el ser conscientes de que todo lo que nos rodea nos
recuerda la muerte. Todo es una reproducción
facsímil de la muerte./ Una iconografía del dolor.
Barat deja su impronta personal en
metáforas que salpican de modernidad temas clásicos como la muerte, la vida
como devenir, el sentido de la misma, su transcendencia.
“Walking around reverse” supone la
primera aparición del término hombre alejado
del primitivo homo que encabezaba el
libro. La imagen del hombre que camina desamparado, extraviado en la oscuridad
y en solitario, angustiado por el paso callado y agobiante del tiempo (bajo el silencio cóncavo del tiempo) se
convierte en símbolo crítico de una civilización deshumanizada y alienante, de
ahí que se niegue la existencia de la voz,
de la palabra como único elemento humanizador y redentor del dolor, al tiempo
que con ese destino oscuro se
sugiere, quizá, la negación de Dios como guía efectivo. El poeta tendrá que
tomar la palabra para redimirnos.
“Perros”, siguiendo con la temática
existencial de sus versos, incide en el tema de lo absurdo de la vida. En un
guiño al poema de Dámaso Alonso (“Insomnio”), aun sin preguntar a Dios, el
poeta describe la vida con la desagradable imagen simbólica de unos perros absurdos y furibundos que merodean sin rumbo por las calles, a la intemperie,
en soledad y un día tras otro. Barat, al contrario que D. Alonso, no pregunta a
Dios por el sentido absurdo de un vivir con dolor, desasosiego y con el miedo,
la incertidumbre, la inseguridad que causa el no saber a qué asirse para
explicarlo.
De nuevo, no caben ni la queja airada
ni la distorsión: entre pregunta y pregunta se desliza, en contraste con la
atmósfera oscura, temible e inhóspita del día a día de la existencia, un hálito
de esperanza, un asidero en la belleza que se desprende de un locus amoenus de hermosas luminarias, brisa
apacible y jardines en silencio.
Desde la seguridad que transmite este espacio, el poeta se cuestiona, siempre
sereno, el sentido de la vida y de los miedos atávicos del hombre.
“Extensión cero”, estructurado sobre el
recurso de la descripción enumerativa y la imaginería de metáforas
surrealistas, presenta las premisas de las que parte su escritura, los
argumentos de la tesis “lo absurdo de la vida”: la atmósfera nocturna,
silenciosa, pesada, angustiosa; el asalto constante y pertinaz de la duda, el
escepticismo vital; la incertidumbre ante lo desconocido, lo no definido (el
más allá, la trascendencia); la constatación del doloroso e inevitable paso del
tiempo y la ausencia de la palabra, de la voz humana.
“Panorámica” es un poema de transfondo clásico,
de raíz culturalista, que reflexiona sobre la naturaleza del ser humano (Todos ellos parecen insectos diminutos /
bajo el palio morado de los astros) y el sentido de su existencia.
En “Historia abreviada de la humanidad”,
con el recurso de la metáfora de la vida como una batalla en la partida de
ajedrez, se ofrece una visión pesimista y crítica del progreso de la humanidad
basado en el caos y la sinrazón, en la lucha por la supervivencia y el poder a
costa de la vida de otro y de la inconsistencia de los valores que se
preconizan, con dominadores y dominados, con los sufrimientos que ello
comporta.
“Recóndita armonía”, sin abandonar la
actitud crítica y pesimista, y recogiendo el título homónimo del aria de Tosca de Puccini, exalta la belleza como
algo efímero y utópico que redime al hombre de esa indigna tarea de ser hombres. La belleza es, para el poeta, un sueño inalcanzable.
“Instantánea” aúna lo cotidiano con la
profundidad del pensamiento. Recordando a Buero Vallejo en El tragaluz, una instantánea, la imagen fija de una cámara se
convertirá en el hecho que desencadene el descubrimiento de una verdad
incontrovertible: la intrascendencia de la vida humana, acentuada por el paso
del tiempo.
“Templo sin dioses” es una visión
crítica e irónica de la incapacidad del hombre para explicar el sentido de la
vida, su razón de ser y existir, y que, en una actitud primitiva, reacciona
temblando ante lo que no comprende.
“Apunte”, composición breve en versos
heptasílabos, es una nota de esperanza en esta primera parte cargada de
pesimismo. Es la expresión del modo como desea vivir: con la inocencia que lo
aleje del dolor, de la angustia de no saber el sentido de la existencia ni
cuándo ha de llegar la muerte, sin otra preocupación que la de vivir respirando
la belleza, por ende, la poesía.
En la segunda parte el poeta se
desdobla en un alter ego en un juego
de espejos que hace que el poema se refleje en el lector.
En “Registro de la propiedad
existencial”, sin melancolía, nerviosismo, alteración o angustia, recrea de
modo original el tópico horaciano fugit
irreparable tempus. El lenguaje jurídico al servicio del tópico le confiere
un tono serenamente sentencioso y convincente en ese diálogo ficticio con el
lector. El tiempo decomisa tus bienes, tus memorias, así como la decrepitud es
el expolio final de tu vida.
“El rastro de Yorik”, en un juego de
espejos, somete al lector al experimento de ser observado por su propia
calavera, poniendo así a descubierto el sinsentido de su vida, mostrándolo como
muerto en vida.
“Hijo mío”, de nuevo, es una recreación
de un tópico clásico: carpe diem. Tomando
como interlocutor ficticio a su hijo, el poeta le invita a ser feliz, a huir de
la oscuridad y dejar que los sentidos disfruten de lo creado para el deleite
humano: la flor, el agua, el vino y el amor. Y, como si este poema fuese una
continuación del anterior, el padre advierte al hijo de que no se deje engañar
por la locura (como Hamlet) que diseña su estrategia en esa oscuridad de la que
hay que huir, que son las miserias de la humanidad.
Ese mismo tópico lo encontramos en “Litograma”,
donde, esta vez, un viajero se detiene ante el epitafio de un hombre que, como
el mismo lector, alguna vez soñó con la inmortalidad. Y el poeta lo invita a
hacer un alto en el camino y darse cuenta de que la vida, cuando la miramos (cielo, nubes, pájaros, caricia del aire), ofrece un breve fulgor de eternidad, como si
fuese un milagro.
En “Todos los destinos se llaman Ítaca”,
como Ulises, el poeta conmina al lector a no abandonar su destino, a eludir los
cantos de las sirenas perversas que
te desvían de tu senda y te conducen a
una muerte sin prodigio, y a depositar su esperanza en la luz del amor, la fuerza ciega que te hace persistir/ y
eludir cada noche la locura.
El nihilismo del poeta se deja ver, de
nuevo, en “Previsión de futuro”, donde se carga de razón para recordarnos
nuestro fatal destino, el sentido trágico de nuestra existencia.
“Poema del desasosiego” es un intento
de desengañar al lector y convencerlo de la indiferencia del mundo hacia el
hombre, por tanto, de la soledad de su existencia.
En “Diagnóstico”, el poeta, mirando a
los ojos del lector, diagnostica la serenidad de quien se sabe uno más en este
mundo y agradece simplemente estar vivo, ver la luz como una recompensa que,
quizá, no sea merecida.
“El retrovisor” se vale de un objeto
cotidiano que se presta al juego de espejos tan del gusto del poeta. En él, un
conductor avanza en solitario desde la tarde hasta que, llegada la noche, ésta
le devuelve –a través del retrovisor- una nueva imagen, dolorosa. El hombre ve,
a través del espejo, su propia dolorosa desaparición. Se trata de una
recreación del tópico del paso del tiempo que todo lo devora. El caminante es
ahora un conductor que, a través de un simple espejo retrovisor, observa qué
deja atrás. La imagen reflejada es la constatación de que el final de la vida
es el final de todo, y no queda nada tras la muerte.
El tema universal de la inexorabilidad
de la muerte lo recrea ahora en “Tú”, donde el poeta recuerda al lector que su
vida es puro azar y que tiene fecha de
caducidad, como un producto de mercado perecedero.
La tercera parte del libro tiene como
eje la primera persona, un yo que puede
ser el de cualquier hombre.
“Disciplina” nos remite desde el título
a esa ley que el poeta se impone en su labor creadora, y a algo más: en la
línea de M. D’Ors, los dos versos finales buscan la sorpresa y obligan a una
nueva lectura del poema. Desde la atalaya de su habitación, el poeta contempla
la dureza de la vida, la triste y dolorosa realidad. Ante esto, su tarea es
poner orden en estos datos buscando la armonía, la musicalidad, la perfección,
que es la poesía. Frente al dolor y la ira del exterior, la calma y el orden en
el interior.
“Exposición de los hechos” es un poema
descriptivo basado en el recurso de la enumeración y en la búsqueda de la
sorpresa en el último verso. El transcurrir del tiempo, la belleza de la
naturaleza en todas sus formas (captada con todos los sentidos), el amor de su
esposa, la ternura de sus hijos son su vida. Y su contrapunto, el acecho
permanente e inevitable de la muerte.
Estos dos poemas anteriores, por sí
mismos, bien podrían conformar toda una poética: su preocupación por el sentido
y, a veces, el sinsentido de los actos humanos, la exposición y sometimiento de
la belleza de cuanto nos rodea (aun lo más aparentemente insignificante) al
progresivo e inevitable deterioro a que lo somete el lento transcurrir del
tiempo, la certera redención del amor de quienes lo rodean y el desafío angustioso
y constante (mirándolo a los ojos) de la muerte.
Principios, pues, de una estética
clásica y existencialista, aun con atisbos de modernidad (en los finales
sorpresivos), si bien ya era un rasgo de la literatura epigramática clásica,
sin dejar de lado las auto-referencias al quehacer poético del yo poemático.
En “Lo demás”, la luz que se desprende
de los ojos de la amada da sentido a su vida y es, al mismo tiempo, el agua que
repara su sed, su ansia de encontrar explicaciones a los porqués de la vida.
Frente a esa luz que se desprende de
los ojos de la amada en el poema anterior y que da sentido a su vida, sólo
quedan desorden, caos, abismo, intemperie, una vida sin sentido, sometido a los
rigores y dolores del paso del tiempo.
En “Locus amoenus”, descrito con
elementos constantes como agua, gorriones, cielo, álamos, aire, fuente y luz, el poeta se
confiesa poseído por una luz altísima
que le alumbra esa belleza, la luz del creador, del hacedor de versos, con los
que puede detener ese tiempo que le angustia.
“Oda patética”. Dividida su existencia
en dos mitades, observa cómo lo que eran sospechas
juveniles se han convertido en certidumbres
axiomáticas: la vanidad que envenena al hombre, la belleza esquiva, la
soledad que acentúa su angustia vital por el paso del tiempo y la muerte que lo
acecha.
Y, de nuevo, la poesía como redención
en “Ejercicios de supervivencia”, donde trata de convencerse de que el acto de
escribir es una acto de fe y su manera de sobrevivir a las pesadillas (que almacena en su alma), a las preocupaciones e
interrogantes que le llevan a cuestionarse hasta su propia identidad como
poeta.
Confesiones de un saurio (2004), dividido
en cuatro secciones (Hoja de servicios, Colección particular, Se admiten
sugerencias y Latitud cero), nos orienta la lectura con sendas citas de Luis
Cernuda, Octavio Paz, Juan Gelman y Antonio Machado como pretexto. Aun así, no
deja de mostrar sus preocupaciones personales constantes en su obra, además de pinceladas
de su trayectoria vital y poética. Y sin olvidar la labor poética como
redentora.
Desde sus inicios, se presenta el poeta
con su hoja de servicios, unos poemas
que documentan la trayectoria vital y profesional, marcada por su preocupación
existencial por la machacona presencia o recuerdo de u na muerte segura como
destino final, et in Arcadia ego,
afirma en uno de sus títulos.
El recuerdo de los momentos felices
borrados por el paso del tiempo es recogido en varios poemas: “La cocina”, “El
río” y “La morera”, por ejemplo.
En “La cocina”, el mundo edénico de la
infancia es arrastrado por la corriente del agua
funeral del tiempo, que todo lo arrastra. Ahora, las únicas verdades del
hombre son la soledad y el silencio, que acompañan al poeta para, en sus
versos, rescatar del olvido aquel pasado feliz.
En “La morera”, el poeta, desdoblado en
mendigo (símbolo de muerte en la literatura contemporánea de Cernuda o J. R.
Jiménez), refleja su obsesión por la muerte, aquí más estética que corpórea.
Los recuerdos felices de la niñez, simbolizados en la morera (con un valor
iniciático: inicio de la vida y descubrimiento de la felicidad y el placer
sensual), se han convertido en un osario
de sombras.
Frente al pasado -la infancia-, la
vuelta a la realidad procura dolor. En “Sonambulismo crónico”, cuando en sus
sueños deja paso a la realidad, aparecen la tristeza y la lucha por lograr el
sueño apacible.
Frente a la noche y las sombras, que
nos llevan al luto y la tristeza, la luz y el color (con predominio del azul)
forman parte del microcosmos de la infancia, de su pasado concreto.
La
vida es analizada y reflexionada: es una contienda hombre-tiempo en “Pugilato”;
se desea alejada de imposiciones o dogmas de ningún tipo, con pleno goce de la
libertad hasta para adentrarse en el peligro en “Música pastoral”; tiene fuerza
destructiva en “La vida”, donde se identifica con la imagen de una mala perra que mastica los huesos del
alma del poeta; es objeto de ironía en “Bodegón”, donde la esperanza de
inmortalidad depositada en la pintura de un lienzo se ve abatida por la carcoma
que devora tanto el lienzo como la mano del pintor; es presa de la muerte que,
como una amante ciega, está en
cualquier parte esperando (“La muerte”) o es una sucesión de bienvenidas y
despedidas en “Escena familiar”.
El
origen y el destino del hombre inquietan al poeta. Y en medio, la vida como un oscuro sendero de sombras. El poeta toma
el relevo al saurio, antepasado milenario en los orígenes de la vida, desde el
momento en que se despertó en aquél su instinto depredador, devastador, nada
civilizado. De aquel atroz reptil sólo
quedará, finalmente, el rostro
inexpresivo de la nada (“Confesiones de un saurio”).
“Latitud cero” representa el punto
intermedio a partir del cual se regresa al punto de partida. Esa vuelta le
permite reconocer la fuerza del olvido, para así aceptar que lo importante es
el conocimiento, el encuentro con uno mismo.
Pero también tiene cabida el contrario,
cuya existencia se hará necesaria para realzar la belleza de algo (“Antónimos
complementarios”).
Lo sencillo y simple se eleva a
categoría. En una versión original del carpe
diem, con un locus amoenus
cotidiano, “Ciencias naturales” es una invitación al goce de lo sencillo que
nos rodea: No hay épica en la muerte. / Y
la vida es tan solo/ este frágil y efímero fluir.
Malas compañías (2006), estructurado
en cinco secciones (Amarga miel del sueño, Malas compañías, La hermosa lumbre,
Liquidación de existencias y Rosas amarillas), es una toma de contacto con la
realidad inmediata, que despierta en el poeta su sentido crítico, irónico y
sarcástico, a veces, recurriendo intencionadamente a un léxico poco habitual en
la poesía, más propio del área de la
economía o el comercio; y, al mismo tiempo, un bellísimo y emotivo ejercicio
lírico que, unas veces, retoma y recrea con ingenio y delicadeza elementos
simbólicos de la tradición poética -el mar, el río, la rosa-; otras, incorpora objetos
cotidianos que eleva a la categoría de símbolos, como las gafas, los higos o el
árbol, y, en otras ocasiones, juega con expresiones lexicalizadas y comunes a
las que asocia una reflexión profunda, como agua
sin gas, en son de paz, dirección asistida o recurso de desamparo.
Se atreve el
poeta a examinar y valorar su propia labor creadora en un ejercicio de autocrítica
y no sin ironía, que le llevará, en “Post scriptum”, a la defensa de que no hay
nada original en poesía, pues ya todo ha sido dicho ya antes y mejor. Por otra
parte, “Axioma” establece un principio tanto vital como estético: la sencillez
y la claridad para la expresión de los sentimientos, los recuerdos y los sueños
que pueblan nuestro interior, y que atesoran la vida. Pero la autocrítica más
severa se plantea en “Moción de censura”, donde se autocalifica como un vil impostor, y en “Pavana para un
infante difunto”, donde sus versos resultan inútiles, pues ya no remedian la
muerte de un niño sometido a la enseñanza que atiende al sentido común de lo
reglado y establecido como únicamente valioso.
La muerte, el tiempo, el olvido, la
sociedad que basa su desarrollo en la usura o en la agresión a otras vidas, e
incluso uno mismo quizá sean esas malas compañías que lacran la existencia.
La amarga lucha del hombre con el tiempo y la
muerte (convertida en un acompañante insolente, de malos hábitos –escupe- en “Malas
compañías”) encuentra asideros en los sueños y utopías (“Amarga miel del
sueño”, “Que está bien escondida”); en el recuerdo de aquello que se hace
perdurable (el olor de la madre en “Exclusiva”); en la esperanza de permanencia
y lucha frente a lo perecedero de la vida simbolizada en un simple objeto
cotidiano (“Las gafas”); en la invitación a vivir ahorrándonos los suplicios
innecesarios que ya el cotidiano vivir nos proporciona como individuos de una
sociedad (“Deja de darle vueltas”); en la autocrítica de quien reconoce la
estupidez de vivir la vida a medias, con miedos (“Agua sin gas”); en el deseo
de vivir y disfrutar de la belleza y el amor de los seres queridos (“En son de
paz”); o en la exaltación de la propia capacidad vital del hombre (“La hermosa
lumbre”, “La niebla”, “Carne”). Y, sobre todo, en la celebración de la vida y
la belleza, simbolizadas con la rosa y la luz (Toma la rosa./ Estrújala sin miedo/ contra la noche./ Y no cierres los
ojos / cuando su luz estalle.)
La poesía de Barat no puede transitar
por el mundo sin credenciales clásicas, barrocas y existencialistas. Lo cual no
es un impedimento para, en ocasiones, abrir la mano al humanismo renacentista o
a una poetización de lo cotidiano y del quehacer poético tan del gusto de
corrientes actuales. Existencialista y barroco, en los temas; renacentista, en
el equilibrio emocional; contemporáneo en el lenguaje, el juego intertextual y
el efecto sorpresivo de los últimos versos, Barat ofrece, en su conjunto, una
poética de la existencia donde aúna la experiencia lectora, las preocupaciones
humanas y el dominio del lenguaje que, más allá de los símbolos y de una mera
actividad verbal, convierte en un espectáculo visual, emotivo y vitalista desde
lo simple y cotidiano hasta las sombras y elementos redentores como la palabra,
la poesía, el amor y la belleza.
La tapia
Contra la blanca tapia de la casa
aquella tarde el sol
lamía con su luz las
buganvillas.
En la radio sonaba
una música dulce de verano
y flotaba en el aire
el olor de la albahaca. […] (Confesiones de un saurio)
Bibliografía
-
La coartada del
lobo,
Lorca, Espartaria, 2000.
-
Como todos
ustedes, Alicante, Aguaclara, 1ª edición, 2002.
-
Breve discurso
sobre la infelicidad, Soria, Excma. Diputación Provincial de Soria, 2003.
-
Piedra primaria, Gijón, Ateneo
Jovellanos, 2004.
-
Confesiones de un
saurio, Alicante, Agua Clara, 2005.
-
Malas compañías, Madrid,
Asociación de Escritores y Artistas Españoles, 1ª edición, 2006.
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