REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


CUESTIONES EN TORNO A LO QUE DECIMOS CUANDO HABLAMOS *

Estanislao Ramón Trives

(Universidad de Murcia)

 

RESUMEN:

 

En este trabajo asumimos que lo que se dice exige su significante textual, que surge de los significantes verbales que se manifiestan en el texto, en función del siempre renovado  orden intersubjetivo, contextual y cotextual, responsable de la orientación integradora hacia el sentido textual, en función de la dinámica merístico-holística de la condición humana. Las entidades lingüísticas, que no precisan de espacio ni de tiempo ni del hablante individual en el microuniverso del sistema, se ven afectadas por esos componentes en el macrouniverso del discurso, en función de la dialéctica topo-lógica del cuadrado semiótico, (Greimas:1966), condicionado por la interiorización mental de la estructura de las cosas, (F. Héritier:2009). Al hablar, se invita a pensar y se dice mucho menos de lo que se implicita, urgidos por el macro silogismo de la convivencia.

 

PALABRAS CLAVE:

Semántica, Pragmalingüística, Sociosemiótica, Teoría cuántica, Lingüística del texto

 

 

ABSTRACT:

 

In this paper we accept that all what we are saying requires its textual signifiant, that arises from the verbal signifiants uttered in the text. This is required by the alwyas new intersubjective, contextual and cotextual order, that has the responsibility for the integrated orientation to the textual meaning, which finally is required by the meristic and holistic dynamics of our human condition. The linguistic entities are independent of the space, of the time and of the individual speaking in the system's microuniverse, but they are determinated by those parameters in the discourse's macrouniverse, which is activated by the topo-logical dialectics of the semiotic quadrate (Greimas:1966), in function of the mental impregnation of the structure of the things, (F.Héritier:2009). When we are talking, we are inviting to think and we are communicating much less of what we must leave implicite, through the urgency of the macrosyllogism of our living together.

 

KEY WORDS:

Semantics, Pragmalinguistics, Sociosemiotics, Quantum theorie, Text linguistics

 

1. Hablar como producción expresivo-comunicativa.

1.1. Mecanismos de puesta en discurso.

1.2. Mecanismos de referenciación: lo endolingüístico y lo exolingüístico en la lengua.

1.2.1. Mecanismos de modalización.

1.2.2. Mecanismos de actorialización.

1.2.3. Mecanismos de espacialización.

1.2.4. Mecanismos de temporalización.

1.2.5. Caracterización general de la producción textual.

 

1.3. Mecanismos holísticos.

1.3.1. Aspectos de macroestructuración utópica convergente.

1.3.2. Aspectos de configuración significante o superestructura utópica del texto.

1.4. Reglas para elaboración de textos.

2. Los textos como reproducción.

2.1. Reglas para la reproducción de textos.

2.2. La comprensión intuitivo-verbal.

 

3. Tipología textual.

3.1. Tipología textual según la macro y la superestructura.

3.1.1 .La configuración de los textos desde la temática, sintópica o sintemática.

3.1.2. La configuración de los textos desde la forma macrosintagmática, diatópica o diatemática.

 

4. Sobre lo que decimos cuando hablamos.

 

           El análisis de la operación verbal discursiva puede ser abordado como producción expresivo-comunicativa o como reproducción o recepción intuitivo-interpretativa, y todo ello en función de los tipos de textos convocados por la competencia textual del hablante en cada momento o situación dialógico-intersubjetiva de su comportamiento verbal. Según cuál sea la perspectiva adoptada, obtendremos una distinta pero complementaria visión de cómo es el comportamiento verbal.

1. Hablar como producción expresivo-comunicativa.

Entendemos que todos los textos entrañan una determinada manifestación o exteriorización verbal, expresión, estén o no realizados en el marco de una planificación textual consciente e intencionada, comunicación. Lo cual hace ver que si bien todos los textos son expresión o performance verbal, no todos los textos son comunicados o expresiones verbales intencionadas, y esto de modo consciente, inconsciente o semi-inconsciente.

En el primer caso, en cierto modo, el hablante se topa con las palabras desde una determinada presión emotivo-intelectiva que alcanza a las palabras, que sólo a posteriori son comunicativas, siquiera sea para el receptor potencial de tales comportamientos verbales, en la medida en que puede entenderlos como insultos, halagos, lamentos, poemas, etc., sin que medie en su producción selección instrumental de las palabras al servicio de control conceptual consciente alguno, ni de las palabras virtuales ni de sus potenciales receptores, para no hablar de los textos oníricos, en los que se excluye por principio cualquier instrumentación consciente de las palabras.

En el caso de los comunicados, el hablante sí parte de las palabras y las utiliza al servicio de un determinado planteamiento cognitivo-praxiológico que consigue transmitir a determinados receptores o grupos de receptores, en función de una cierta selección cognitivo-comunicativa previa.

 

1.1. Mecanismos de puesta en discurso.

Existe una serie de mecanismos de enunciación discursiva o mecanismos de puesta en discurso o mecanismo de discursivización o de puesta en discurso susceptibles de ser estudiados como aspectos de la competencia o intelligenza discursiva. Al reparar en ellos, se puede observar cómo ante un texto no nos encontramos sólo con unidades de un sistema lingüístico dado, neutral en cuanto a las exigencias o expectativas de la intelligenza discursiva, que sin duda interviene en cualquier comportamiento verbal.

Lo cual hace inevitable reparar en el interés que suscita el estudio de la lengua desde la perspectiva discursivo-textual; como razón explicativa o justificativa de la rica disponibilidad o virtualidades verbales al servicio de las más diversas situaciones discursivas. La palabra hecha texto pasa a formar parte inevitable de tres marcos sintagmáticos, en cuyo análisis, desciframiento o explicación la lengua, siendo necesaria, no es suficiente. Me refiero a los tres marcos sintagmáticos siguientes:

 

a. Sintagma situacional enunciativo-discursivo. La palabra hecha texto es puente real o virtual entre hablantes, enunciador y enunciatario.

b. Sintagma contextual. La palabra hecha texto, en cuanto constructo verbal, es puente relacional con respecto a otras realidades distintas del texto, entidad respectiva o enlace espacio-temporal real o cosa verbal entre otras cosas, hechos o constructos.

c. Sintagma cotextual o verbotextual. La palabra hecha texto, en cuanto producto de la performance discursiva o actividad verbal, es un funtivo de la función sintagmática, en la que inevitablemente interviene como componente del decurso, en su desarrollo verbal o despliegue topológico-discursivo entre blancos o silencios o entre los distintos segmentos verbales, con los que comparte una función sintagmática concreta.

 

Todos los condicionamientos o circunstancias sintagmático-discursivos, situacionales, contextuales y, obviamente, verbales o cotextuales, tienen cabida dentro de la consideración del texto como actividad expresivo-comunicativa: quién habla, con quién habla, por qué habla, para qué habla, cómo habla, qué lengua habla,…→Lingüística quántica.

En el texto, como actividad expresivo-comunicativa, se produce, pues, una intersección entre los distintos marcos sintagmáticos o macrosintagmáticos, contextual, enunciativo-situacional y discursivo-verbal, con sus distintas variantes, que condensamos del siguiente modo:

Al analizar la actividad discursivo-verbal, descendiendo un poco más en el análisis, nos encontramos con la necesidad de estudiar los mecanismos de sintagmación suboracional, oracional y secuencial (o, si se quiere, polioracional o interoracional). Observamos que la lengua dispone de paradigmas sintagmáticos operativos, puesto que los paradigmas categoriales son por su naturaleza inferiores en complejidad a los sintagmas de ellos resultantes. La lengua dispone de paradigmas de nombres, de adjetivos... Cada paradigma categorial tiene una nómina de componentes-tipo en función de sus marcas morfológicas, que desencadenan determinadas propiedades virtuales de combinación sintagmático-discursiva.

A la hora de hablar, el hablante dinamiza los paradigmas verbales, poniéndolos en funcionamiento unos respecto de otros y, por ese mismo hecho, cada uno de los componentes de los sintagmas discursivos entran en complicidad entre sí y se sopesan y evalúan las características compartidas de cada componente, dado que la auténtica definición de las características intuitivo-significativas de las entidades verbales de un paradigma no es otra más precisa que la que recibe, al modo intuitivo del funcionamiento verbal, del sintagma o sintagmas discursivos de los que forma o va formando parte.→ Lingüística de los Corpora.

De ese trabajo de evaluación surgen diversos tipos sintagmáticos: sintagmas nominales -cuyo centro es el nombre-, sintagmas verbales -en los que el verbo es el centro-, sintagmas enumerativo-discursivos nominales -en los que el centro sintagmático dominante no es nombre alguno en particular, sino la convergencia diatemática o metonímica de todos ellos-, etc. Ante cualquier sintagma, por anticipación, consciente o inconsciente, mental, observamos que no existe más posibilidad, a la hora de poner en actividad los mecanismos de enunciación, que la materialización verbal de los componentes sintagmáticos en torno al centro o macrocentro sintagmático que intuimos o percibimos como dominante, ya sea desde virtualidades sintagmático-sistemáticas -sintagmas nominales, verbales, etc.-, ya sea desde las virtualidades sintagmático-discursivas -sintagmas reiterativos, acumulativos, etc., metonímicos, en general, donde la previsión sintagmático-sistemática se cerifica o pasa a segundo plano, y se potencia la sintagmática discursiva propiamente dicha, que presupone la sistemática verbal, para ir mucho más allá, produciendo todo efecto de sentidos textuales, mediante mecanismos ajenos al sistema como la repetición enfática, la no identidad o contradicción, la paradoja, la sinonimia de significantes dispares por una suerte de cerificación de su significación sistemático-distintiva-.

En líneas generales, podemos decir que todo enunciado presupone la enunciación de entidades verbales, sea cual sea la complejidad de las unidades dispuestas en un texto, que entraña un darse sintagmático de las palabras, Da-sein verbal, debido a que el hablante ha intuido y expresado, “seleccionado”, una serie de elementos de unos paradigmas verbales concretos, que quedan sujetos, a su vez, a un determinado orden o espacialización sintagmático-textual. La sintagmación es una operación subsecuente o resultante de la enunciación verbal. Nuestras palabras son camino para la convivencia, siempre en dialéctica interlocución intersubjetiva, nunca nada concluso e incomunicable. Nuestra mente, que actúa a impulsos de su energía vital, está en constante dinámica merográfica y holográfica, inmersa en un extraño bucle, en palabras del físico Douglas R. Hofstadter (2008:431), «a mitad de camino entre la inabarcable inmensidad cósmica del espacio-tiempo y el incierto y misterioso titilar de los cuantos, los seres humanos».  (Las cursivas son mías)

Todo sintagma debe ser contemplado en su naturaleza funcional jerárquico-operativa entre los elementos o funtivos que lo integran como una función sintagmática dada. La lengua nos ofrece unos límites de tolerancia en la combinación de unas unidades con otras. Esa combinatoria, estrictamente, tanto en lo tipológico-sintagmático como en lo sintagmático-ocurrencial dado, no tiene más límites que los propios de lo decible, si bien, el comportamiento verbal en cuanto fenómeno cultural compartido transmisible o comunicable, presenta límites derivados de los hechos discursivos mismos, que, en su ir y venir textual, configuran una especie de tipología normativa o consuetudinaria, que, en cierto modo, constriñen el comportamiento discursivo de los hablantes, hasta el punto de que, cuando, pese a su flexibilidad,  se sobrepasan esos límites normativo-consuetudinarios, se tiene la sensación de toparse con algo inusual, desautomatizador, en los términos de V. Sklovski. Lo cual, como ya he señalado en otros lugares, dista mucho de tener que considerar dichos usos discursivos como “desvíos” sistemáticos, al margen de caracterización normativa alguna, como si se tratase de un auténtico “cambio lingüístico”, cuando, en realidad, no son más que usos discursivos dentro de los límites de la sistemática lingüística, para no hablar de los usos discursivos anómalos, auténticos usos sistemático-desviacionistas. Pero en el caso de usos discursivos no anómalos no es lícito hablar de desvíos del sistema sino con respecto a la norma discursiva compartida que emana de los hábitos o usos discursivos, en la medida en que tales usos desviacionistas no hacen sino contravenir la memoria colectiva producida por los hábitos o usos discursivos consuetudinarios, si bien, insistimos, no contravienen expectativas o límites de sistema o de lengua, sino únicamente los límites configurados por los hábitos discursivos que se constituyen en norma en relación con el comportamiento colectivo en torno a las virtualidades designativo-discursivas.

Ahora bien, una cosa es lo que el hablante considera límite usual, sociosemiótico o normativo, y otra son los límites lingüísticos absolutos. La lengua es un “instrumento” que se acomoda a la voluntad del hablante, y, justamente, cuando el hablante se encuentra en situaciones donde, queriendo hallar originalidad o singularidad en una expresión, resulta que el atenerse a los límites fijados, no tanto por los usos discursivos habituales -lo que es más habitual-, sino por la sistemática lingüística, por la lengua, le haría entrar en una sumisión expresivo-comunicativa que se convertiría en obstáculo para sus fines discursivos, en estos casos el hablante transgrede esos límites y obtiene sintagmas novedosos, que podemos considerar agramaticales y que, sin embargo, nos proporcionan un plus significativo-textual. Ese plus significativo puede ser debido a que un núcleo verbal aparezca dominando sobre elementos adyacentes que se subordinan sintagmáticamente a él pero que hacen no esperable su sintagmación, su concordancia o pertenencia a un mismo lugar sintagmático; en tal caso, el problema se centra en la selección léxica practicada en los distintos sintagmas.

En el signema unamuniano Tu pan hecho de aire está ya lludo encontramos una combinación léxica poco frecuente, ya que se unen pan-aire, cuando en realidad estamos habituados a otras combinaciones, pan-harina o voz-aire, en una suerte de pinza conceptuoverbal que nos presenta inédita una significación nueva, un nuevo objeto, en oposición al pan real y a la voz real, que no se acomoda a nada concluso, sino que surge de los paradójicos límites o frontera en la que anida una nueva cualidad delicadísima impregnada de belleza, el pan hecho de aire, la palabra Divina. “Cada metáfora  es el descubrimiento de una ley del universo. Y, aun después de creada una metáfora, seguimos ignorando su porqué. Sentimos simplemente una identidad, vivimos ejecutivamente el ser ciprés-llama”, como tan certeramente hizo ver Ortega en el tomo I de sus Obras Completas, pp. 672-677, a propósito de la poesía del valenciano López Picó, que del ciprés dijo que Es com l’espectre duna flama morta.

Otras veces las barreras verbales pueden ser saltadas transgrediendo no los límites de combinatoria léxica, sino los morfológicos o de constitución gramatical. Generalmente, se hace uso de este recurso cuando existe en el hablante un intento o una necesidad de acomodarse a su necesidad expresiva o intención comunicativa. Hablamos de los sintagmas truncados, interrumpidos o incompletos, cuya expresión oral se produce dejando en suspensión la oración mediante pausas significativo-textuales, reflejadas, en el texto escrito, por los puntos suspensivos o equivalentes: Eso me lo vas a…

Los sintagmas pueden estar elaborados en torno a categorías morfológicas fundamentales (sintagmas nominales o verbales) o pueden ser sintagmas oracionales. En la sintagmación discursiva convergen las cuestiones estrictamente lingüísticas con las exigencias lógico-cognitivas que la actividad verbal, como todo comportamiento humano, reclama para su existencia.

Un sintagma oracional se constituye por los núcleos verbales en torno a un verbo, siempre que éste sea autónomo y no dependiente. Se suele decir que la característica esencial del sintagma oracional está representada por presentar una actualización predicativa nuclear, siendo toda oración, en sí misma, un sintagma predicativo, en la medida en que se predica o dice algo de alguien o de algo (lo que dista mucho de poderse identificar al margen de toda una inferencia lógico-cognitiva).

Cabe poner en tela de juicio que sólo sean predicativos los sintagmas verbales autónomos y no, por ejemplo, los sintagmas nominales autónomos. La gramática, que ha estado al margen de lo textual, a la hora de explicar la frase ha tenido que usar elementos cognitivos que dependen del analizador. Quizá sea más conveniente comprender que, como cualquier núcleo significativo lingüístico, el sintagma nominal tiene con respecto a la textualidad las mismas propiedades que cualquier otro sintagma que aparezca en el mismo contexto. Así, existe una idéntica condición textual (no significativa ni designativa) entre “está lloviendo” y “lluvia” si se utilizan en una misma situación comunicativa y con una idéntica intención.

    El verbo es un núcleo muy rico en morfología, precisamente porque con ello se adapta a las necesidades enunciativo-discursivas modales y tempo-personales más variadas.

En cierto modo, el verbo funciona como el lugar de encuentro o camino necesario, χρήοδε, que hay que recorrer para comprender el papel o función actancial de cualquier unidad relacionada o relacionable con el relator nuclear o verbal de una frase dada, según se hace ver, tan prolija como acertadamente, en Verbe et Phrase, de Jean-Claude Chevalier. En el microuniverso convocado por un relator verbal todas las unidades que se relacionan con él ocupan un lugar respectivo distinto, que entraña función actancial distinta, de unas unidades respecto de otras, con el relator verbal o verbo como núcleo relatorial o punto de encuentro o intersectivo de todos los actantes convocados por dicho núcleo relatorial o verbal dominante, cuyo proceso se articula en los distintos actantes convocados.

 

De cada actante podemos, desde una perspectiva meronímica, preguntar por su papel dentro del escenario específico convocado por el verbo. Establecidas esas, por así decir, relaciones del aire de familia más próximo o específico, propias del régimen interno del núcleo relatorial verbal o verbo, como, por caso, ocurre con la frase [JUAN PUSO SU DINERO EN EL BANCO tres años, en su Ciudad, a las diez de la mañana y con mucho sigilo], donde de cualquiera de los segmentos se puede cuestionar, de una manera merística, partitiva, parcelaria o meronímica, su parte alícuota o papel respecto de PUSO, siendo el caso de que obtenemos respuestas satisfactorias a preguntas como (a), ¿Quién puso su dinero en el banco?, o como (b), ¿Qué puso Juan en el  banco?, y (c), ¿Dónde puso Juan su dinero?. En tales roles queda, por así decir, distribuido el microuniverso convocado por el núcleo relatorial locativo PONER, donde tanto la fuente o motor del proceso traslativo como su objeto y meta están indicados segmentalmente o saturados actancialmente, desde una perspectiva merística, en la medida en que, alícuotamente,  todos participan del proceso, que precisa de todos para su cabal despliegue como proceso actancial locativo.

 

 

Pero el enunciado presentado en su orden lineal explícito y valorado desde su orden estructural mental o subyacente, en los términos de L. Tesnière, desde la que hemos llamado perspectiva meronímica, se sigue expandiendo como proceso vehicular de la relación actancial organizado por JUAN--DINERO--BANCO  en relación con su núcleo relatorial verbal constituido por PONER, hacia universos más complejos, donde la perspectiva respecto de PONER ya no se presenta como meronímica desde cada uno de sus actantes, sino que se le considera como proceso total, ya desde una perspectiva holonímica, donde se desarrollan funciones de marco con distinta incidencia de abarque, puesto que (a',) tres años forma el marco temporal del efecto de PONER (dinero en el banco), mientras que (b'), en su Ciudad, (c'), a las diez de la mañana, y (d'), con mucho sigilo, constituyen el marco que, sucesivamente, va dando cuenta de (b'), dónde SE HIZO la operación bancaria, (c'), a qué hora SE HIZO, y (d'), cómo SE HIZO la operación bancaria. La perspectiva holística permite descubrir nuevas relaciones, pero ya en el ámbito del marco, en el ámbito de lo circunstancial.

 

           Los conceptos de meristicidad (meríxw -dividir-) y holisticidad (̔όλος, -todo-), que se han mostrado como herramientas útiles para el análisis metalingüístico, tanto en la sintaxis nominal, [pars / totum -vino/du vin//el vino/le vin-], como en la sintaxis verbal, [funtor(es) participante(s) o actante(s) / relator  de primer orden o de actancialización -{el profesor puso el sombrero en la percha}- // funtor(es) englobante(s) o circunstante(s) / relator de segundo orden o de circunstancialización -[[{el profesor puso el sombrero en la percha} en clase]-], etc.,  cobran especial relieve al incidir en la perspectiva textual, dado que, sin menoscabo de las caracterizaciones realizadas en el marco de la gramática pre-estructural y generativo-estructural, las entidades verbales adquieren una relevante ubicación integradas en el seno de la textualidad.

           Tradicionalmente, se ha estudiado el fenómeno oracional, dividiéndolo en “oraciones simples”, subdivididas, a su vez, en “oraciones simples por la naturaleza del predicado” y “oraciones simples según la actitud del hablante”, y “oraciones compuestas”, subdivididas, por su parte, en “coordinadas y subordinadas”. Las observaciones de destacados estructuralistas como A. Martinet o E. Benveniste, sobre todo, explícitamente éste último, hacen ver que, lingüísticamente, no es posible dar cuenta de la sintagmática interoracional, al no disponer el sistema lingüístico de una “frasémica”, de modo similar a lo que ocurre para los niveles inferiores a la frase predicativa, nivel teleológico terminal de la sistemática verbal, hasta el punto de que más allá de la frase, lingüísticamente, no hay más que problemas cuantitativos, una frase o varias, sin pertinencia lingüística cualitativa alguna, siendo los elementos verbales entre frases o, en su caso, sintagmas, operadores de paso o transición hacia otras frases o sintagmas, en consonancia con la caracterización de Martinet. Frecuentemente, en determinados planteamientos de raigambre lógico-tradicional, se ha venido haciendo una equivalencia o analogía entre la llamada “oración simple” y la llamada “oración compuesta por subordinación” -dejando aparte las “coordinadas”, por su pluralidad, más acorde con la autonomía suprasegmental y predicativo-significativa-, asimilándolas a las funciones “sustantivas”, “adjetivas” y “adverbiales” en torno a la llamada “frase u oración principal”, en la medida en que determinados nombres -en cualquiera de sus funciones dentro del sintagma predicativo o frase- o el verbo mismo, núcleo predicativo dominante, adquieren, respectivamente, expansiones o caracterizaciones “adjetivas” y “sustantivas”/”adverbiales”, en torno al nombre o verbo, respectivamente. Pero sobre estos planteamientos siempre se puede aducir la perspectiva lingüística estricta que deja fuera de su sistemática la posible “tipología oracional”, pues como muy acertadamente hace ver L. Hjelmslev (1971:153), “la oración principal (seleccionada) y la secundaria (seleccionante) serán entonces no dos tipos de oración, sino dos tipos de “funciones de oración” o dos tipos de variantes de la oración” (Subrayado mío). Con lo cual estamos, con muy atinadas matizaciones, en los planteamientos de una lingüística sistemático-funcional estricta, ya comentados a propósito de Martinet y de Benveniste. Pero el saber lingüístico que penetra la lingüística tradicional y llega a todos los hablantes, lingüistas y no lingüistas, es consciente de que muchos aspectos dejados aparte por la lingüística sistemática con todo rigor y coherencia, pero que la lingüística de todos los tiempos ha percibido, como rasgos de interés, la tradicionalmente llamada “actitud del hablante”, desencadenadora de construcciones asertorio-declarativas, exhortativas, etc., amén de otras construcciones secuenciales observadas en los tratados de retórica, como los silogismos, etc., han supuesto un  reiterado impulso para dar entrada a los estudios más integradores que los centrados estrictamente en la “lengua”, sin llegar nunca al hablar o “condiciones de uso de las unidades de la lengua”, desideratum alcanzable en la perspectiva de los discípulos-editores del Curso de Lingüística General de F. de Saussure, o en la de nuestro insigne Amado Alonso, en su prólogo a la edición de Losada del mencionado Curso, donde se propicia el estudio de sintagmas secuenciales, elementos interoracionales, etc., retazos de operación verbal o discurso, en consonancia con una tradición, nada ciega, que junto a la unidad de la llamada oración simple, ha venido hablando de la unidad de la oración compuesta, bien que contraponiéndola, en distinta forma, como parataxis e hipotaxis, por ejemplo. Ese carácter unitario de la oración compuesta hasta el punto de quererla asimilar a la oración simple, en su resultado discursivo unitario, como auténtica y peculiar Gestalteinheit, y no una mera expansión cuantitativa, se ha ido abriendo paso por doquier, pienso en la Introduction to Symbolic Logic, de Reichenbach, en la Sémantique Structurale, de Greimas, etc., hasta llegar a los actuales planteamientos pragmático-textuales o cognitivo-discursivos.

En efecto, la lengua dispone de elementos conectivos, que al ser instrumentados para obtener un discurso dado, logran unidades de sentido indiscutibles, que merece la pena comentar o explicar. Los sintagmas predicativos en torno a conexiones conjuntivas forman unidades discursivas incuestionables, organizando estructuras sintagmáticas o macrosintagmáticas jerarquizadas en torno a los que en este ámbito no debemos considerar únicamente como  abridores de frase -en la perspectiva lingüística estricta de A. Martinet-, sino como auténticos predicados o núcleos de predicados de segundo orden, siendo así que la actualización discursivo-textual alcanza a cualquier unidad verbal o grupo de unidades verbales, y las características resultantes de la actualización de las virtualidades verbales son ajenas a la lingüística estricta, independientemente de su complejidad verbal. En un ejemplo como “le dieron buena nota ‘porque’ estudiaba mucho” se puede entender que “porque” es el núcleo de un predicado de segundo orden. La resolución de esta cuestión vendría a parafrasearse con  la oración siguiente: “el hecho de que estudiara mucho ‘causó’ el que le dieran buena nota”. Estas transformaciones discursivas serían gratuitas, y no plenamente legítimas, sin otra base cualitativa discursivo-textual o cognitivo-textual, a la que vengo haciendo referencia. De esta forma, las conjunciones funcionan no sólo como puro valor de interrelación de unas frases con otras sino como auténticos núcleos predicativo-dominantes de segundo orden.

Existe una serie de planteamientos que pueden dar respuesta a los problemas emanantes de la inferencia del hablante. Por otra parte, hay que ver también problemas que tienen que ver con la isotopía y que se producen en cada sintagmación: son los mecanismos de isosemización.

Cualquier palabra que forma parte de un sintagma tiene que tener algo en común con el resto de palabras, de tal manera que todas ellas tienen que ser isosémicas. La isosemia se puede fundamentar en  el sistema mismo o desde el contexto o la situación dialógica, pero siempre debe presidir el desarrollo textual. La coherencia de un sintagma viene dada por la isosemia establecida entre sus palabras. En caso de que no exista un buen control de la sintagmación discursiva, se puede incurrir en textos incoherentes no intencionales, textualmente incorrectos, cuando no absurdos, dado que no existe justificación textual para la incoherencia no intencional.

1.1. Mecanismos de referenciación: lo endolingüístico y lo exolingüístico en la lengua.

Otros problemas que merece la pena estudiar son los de los mecanismos de referenciación endo y exotáctica: la lengua posee mecanismos de referenciación, los deícticos, que no identifican nada concreto extralingüístico; el texto, en cambio, es el lugar donde el hablante obtiene la rentabilidad de los mecanismos deícticos de la lengua. También se debe reconocer la existencia de elementos intuitivo-significativo-referenciales o genérico-simbólicos, lexemas, que significan y designan el mundo, en sentido genérico de conjunto de designata,  y que esperan ser puestos en discurso, desde su naturaleza intuitivo-significativa unitaria, bien para expresarnos verbalmente, bien para comunicar o referenciar nuestra experiencia o conceptualización de las cosas extralingüísticas concretas, tanto mediante las palabras o significados verbales cuyos significados/designata están lingüístico-referencialmente emparentados con los conceptos o datos abstraídos del mundo extralingüístico concreto -discurso ortológico-ortonímico-, como mediante las palabras o significados verbales con sus respectivos designata genérico-originarios, que no estando significativo-referencialmente emparentados con los conceptos o datos abstraídos o intuidos -dado que nuestro conocimiento de las cosas no se produce, reflexivoconceptualmente o intuitivamente, sino desde nuestra sociosemiotización  o instalación en un “cultural overlap” extraidiomático dado- del mundo extralingüístico concreto, real o ficcional, son tomados como significantes simbólico-referenciales del sentido discursivo resultante de la renovada experiencia dialéctica ‘hombre<>mundo’ -discurso ortológico-metonímico/metafórico-.

Los mecanismos endotácticos guían al hablante en el flujo discursivo, catafórica, anafórica y diafóricamente.

Los mecanismos exotácticos responden al ‘para qué’ de la práctica del lenguaje. El hombre habla, en innumerables ocasiones, para referirse al mundo y son los mecanismos exotácticos los que nos conducen a aplicar nuestras unidades verbales a nuestra experiencia o conceptualización del mundo extralingüístico. Mediante los mecanismos exotácticos la semántica intensional se hace extensional.

En el texto se produce todo un proceso de identificación de claves de lectura que están mucho más allá de las palabras y que son previas a éstas.  Cuando se dice -ya desde Saussure- que la relación entre significante y significado es estable, esta estabilidad se sigue manteniendo en el texto en tanto que producto resultativo.

Cada vez que se establece una relación directa entre el significante y el significado de un texto, nos encontramos ante un texto transparente o transitivo, que suele llamarse denotativo. Conforme se va oscureciendo dicha relación, el texto se hace opaco e intransitivo, y podemos hablar de textos connotativos.

La pretendida opacidad o transitividad de las unidades verbales está fuera de lo que son problemas lingüísticos. Esas caracterizaciones de textos no afectan internamente a la constitución de las unidades verbales, lo cual no quiere decir que no sean un problema del lenguaje.

           Según Saussure, la lengua es lo constante y hace posible que se den distintos tipos de lenguajes; los lenguajes son los fenómenos que afectan a la comunicación y acarrean el comportamiento verbal en general:

 

 L E N G U A J E (S)

 

     LENGUA

 

 

           La transparencia u opacidad de los textos no pertenece a la lengua, sino que es una característica que afecta a la capacidad deíctico-referencial de las unidades lingüísticas. No afecta, por lo tanto, a las unidades lingüísticas en su constitución interna, sino que las determina en tanto que tendentes hacia el texto mismo. Por ello, debemos decir que la opacidad o transparencia dependen del marco comunicativo, del contexto y de la situación intersubjetiva o dialógica.

           En el uso de los textos utilizamos las unidades lingüísticas caracterizadas por un aspecto significante y otro significado, constituyendo ambos una solidaridad, la cual no está desasida del mundo cultural en el que la lengua es instrumento de comunicación Eso ha podido ser un espejismo inicial de la lingüística saussureana.

    Hay razones para mantenernos en la inmanencia y prescindir de la manifestación textual misma. En muchos tratados lingüísticos desde principios del siglo XX se ha venido considerando que la lengua era un todo y que no necesitaba acudir a nada externo a ella misma para obtener explicaciones. Los tratados de manifestación expresiva o estilísticos fueron quedando más al margen.

    Ahora bien, si la inmanencia es necesaria para la manifestación, lo que no podemos pensar es que una estructura del mundo previa a la cristalización de esa inmanencia, esté totalmente desconectada de esa inmanencia, porque en ese caso la manifestación no serviría para orientarnos en el mundo. La cobertura textual, el contexto cultural, no es ajena a la constitución interna de la lengua ni a su comportamiento verbal. Sin la urgencia comunicativa mal podríamos tener ni lengua ni comunicación lingüística.

    Se puede pensar que ha operado y opera en el comportamiento humano el principio del mínimo esfuerzo: si podemos comunicar sin palabras no las usamos; si tenemos urgencia comunicativa echamos mano de las posibilidades de comunicación de todo tipo. Y es que la necesidad genera el órgano.

    Pero el sistema de comunicación no es ajeno al mundo humano que ha generado esa urgencia comunicativa. El mundo cultural de cualquier lengua preside la constitución interna de esa lengua y la utilización de la misma en los distintos textos, en los distintos momentos de la comunicación. La lengua está en constante dialéctica con el mundo, que la hace ser y que la hace mantenerse, y por eso la lengua también se modifica con el tiempo.

    La pretendida inmanencia, al margen de la aplicación deíctico referencial de las unidades verbales, sólo lo es en un sentido concreto, pero no puede apartarse de ser algo con una referencialidad abstracta o genérica.

           Recordando el planteamiento de Heger conforme a su trapecio, nos encontramos con que, pese a que la inmanencia ha presidido gran parte de la producción lingüística, por parte de la psicolingüística se ha mantenido una segunda relación; se ha mantenido vivo el sentido del ámbito simbólico-referencial de las unidades lingüísticas por la parte del significado. Por esa vía psicolingüística, que podemos ver en el triángulo de Ogden y Richards, se ha seguido manteniendo la conexión entre significante-significado y denotados.

           Los denotados no entran de una manera absoluta en la caracterización del significado pero en algún sentido intervienen en dicha caracterización.

           Se suele decir que los textos absolutamente fantásticos no tienen referente, ni poseen tampoco apoyo en los denotados. Todo el problema del lenguaje metafórico puede ser un gran capítulo que apoye las tesis de la inmanencia. Por ello, se puede hablar de que un texto metafórico, no instrumentado o manipulado, no tiene una única lectura.

    Si pensamos en la teoría de los prototipos, se comprende perfectamente que todos los hablantes clasifican su mundo a través de su lengua; los prototipos referenciales o referentes son el apoyo fundamental de una lengua. La colectividad destaca del conjunto del mundo lo que le interesa. La lengua nace plegada a las necesidades del universo humano y la teoría de los prototipos muestra que cada colectividad hace una distribución prototípica de las características de ese universo. Ese cordón umbilical con el mundo es el que sigue manteniendo la savia comunicativa del universo lingüístico, de tal manera que cuando se corta ese vínculo, la unidad lingüística desaparece. Es lo que ocurrió con el fenómeno de la esclavitud, que al desaparecer, el uso activo del término “esclavo” desaparece o da paso a otros valores alejados del vejatorio origen sociosemiótico del marco tirano/señor//esclavo/siervo.

    Por otra parte, la pretendida opacidad de la lengua no puede ser absoluta porque si lo fuese desaparecería la unidad lingüística. Sin embargo, existe generalmente una cierta opacidad. De este modo, se puede decir que hay, más que opacidad, una situación crítica de las unidades lingüísticas en el texto; y esa situación crítica la provocan las coordenadas contextuales y  situacionales que enmarcan la producción de un texto. En la medida en que desconectamos las claves de esas coordenadas, un texto comienza a resultar más y más opaco.

    La opacidad relativa es una opacidad no lingüística, sino deíctico-referencial: tiene que ver con el destino que voluntaria y fugazmente otorgamos a las unidades lingüísticas que nos sirven en una expresión o comunicación dada.

    Los textos a los que les otorgamos un gran valor estético, creativo,  no ya porque al acceder a ellos encontremos que son textos absolutamente opacos, sino porque al acceder a ellos automáticamente se nos despiertan infinidad de impulsos y valores a los que el texto con su materialidad verbal viene a dar respuesta casi en el límite de lo decible.

    De esta forma, lo que admiramos de un texto de auténtica calidad poética es esa sensación de texto límite, texto único, con vocación de singularidad. Ante un texto realmente poético nos encontramos ante una producción que ha hallado la expresión verbal más adecuada, la que mejor se acomoda a ese universo simbólico.

    El que en un texto los referentes no sean tangibles no quiere decir que no haya otro ámbito de denotados. Cuando el escritor da con la expresión que mejor se acomoda a su universo de denotados es cuando vemos que ese texto fluye con naturalidad y carece de la pretendida artificiosidad.

    Al tratar a un texto poético como desviante, como metaforizante, se tiene una impresión lejana de ese texto, que contradice la experiencia estético-verbal del poeta, que, muy al contrario de lo que el desviacionismo podría hacer ver, cuando topa con la expresión idónea se encuentra cómodo, no tiene conciencia alguna de haberse desviado de su lengua.

    El lector o receptor de ese poema, por su parte,  en la medida en que busca en el poema los usos habidos de las palabras operantes en un poema, mientras se atiene únicamente a la norma verbal o memoria de uso, puede pensar que el poeta es desviante, pero, cuando se encuentra con el poema en su integridad y justeza verbales, percibe la naturalidad del texto mismo y desecha la idea de la desviación verbal para lo que no es sino el mayor de los aciertos dentro de las posibilidades de una lengua dada.

    Como decía Saussure, las palabras remiten a los valores del sistema, pero dejan fuera las cosas. Efectivamente el sistema lingüístico existe: este sistema nace desde las cosas, pero no se pliega absolutamente a ellas. Con las palabras no reflejamos la realidad absolutamente, sino la conciencia de una colectividad a propósito del mundo, los valores o intereses mundomedianos, en los términos de Dawkins (2007 (2006)).

    La carga contenidística de las palabras no nace por generación espontánea, sino que surge del contacto del ser humano con la realidad. Las palabras ponen orden a ese totum indescifrable del universo. Por ello, el hombre introduce mediante su lenguaje un orden en el mundo, en su concepción del mundo. La realidad denotada por las lenguas es la misma pero cada una de ellas expresa el mundo de una manera distinta. Así, el choque con la realidad genera la sistemática de la lengua por pura economía. Y es que, si la lengua fuese tan compleja como la realidad misma, sobraría la lengua y nos bastaría con la realidad.

    Existe un enfrentamiento entre los planteamientos de quienes piensan que la estructura de la lengua es binaria (significante-significado), quedando fuera la realidad (el caos denotado); y los que se adscriben a un planteamiento ternario en la constitución de la lengua. Según éstos, los denotados están en el horizonte de la lengua, de tal manera que si ésta se despega de la realidad carecería de valor, caería. Prueba de ello es la incorporación o caída (o pérdida) de unidades lingüísticas, tanto en la adquisición infantil de una lengua, como en su pérdida senil. Lo que justificaría el hecho de que la lengua no está al margen de los denotados, más allá de su funcionamiento autónomo respecto de ellos.

    En relación con el texto, se ponen en evidencia planteamientos en los que hay que acudir al conocimiento del contexto y de las situaciones, tanto antes como después de la lectura del texto. Por ello, es en el discurso en donde podemos darnos cuenta en mayor medida de que los problemas de la deíxis suben de grado en su interés. No existe ningún discurso desprovisto de problemas deíctico-referenciales, ya que éstos justifican la existencia del texto, y en última instancia de la lengua.

    Estableciendo distintos grados dentro de los textos biunívocos, podemos hablar de textos polirreferenciales, entendiéndolos como aquellos cuya lectura remite a varias posibilidades, frente a los textos que presentan una voluntaria abstracción de todo lo que nos lleve a problemas referenciales. Es este caso último el extremo posible de cerificación de los recursos deíctico-referenciales.

    Pueden existir problemas de referenciación por presencia o por ausencia. Lo más frecuente es que todo discurso posea unos elementos de deíxis. Desde el mismo momento en el que nos salgamos de ellos aparece un discurso esencial, donde los referentes no se pueden concretar.

    El primer analogado para los idealistas es el lenguaje poético. El resto de lenguajes serían usos del sistema que caen en la referenciación, por lo que en ellos la expresión lingüística ha de apoyarse en la referencia.

    La oposición que se establecería sería entre texto poético, en el que todo se dice por su propia materialidad, por su propia construcción interna, enfrentado al texto utilitario en el que todo remite a una referencialidad. Ahondando en cuestiones referidas a la problemática de la referenciación, se puede llegar a establecer una distinción entre los distintos tipos de textos.

 

1.2.1.- Mecanismos de modalización:

Estos mecanismos están incluidos en el marco general de los mecanismos de referenciación exolingüística (junto a los cuales se encuentran los de referenciación endolingüística) y se refieren a todo lo relativo al responsable del discurso.

En todo texto existe un sujeto responsable que se puede referenciar en el texto mismo. Los problemas de modalización discursiva atienden a factores como la búsqueda del responsable del texto y el discernimiento de la causa eficiente que lo genera.

Cada vez que se analice la responsabilidad textual, podemos ver si la producción responde a una autoría real (responsabilidad del hablante) o si hay que atribuírsela a otros autores (en este caso nos encontraríamos, por ejemplo, en el reflejo de los distintos estilos indirectos).

Los mecanismos de modalización nos hablan de la autoría del discurso y son mecanismos referenciales de los que se vale el hablante para hacer ver cómo el autor se hace responsable de los enunciados del texto.

La autoría puede afectar a un autor físico o puede estar delegada en varios autores. En este caso nos encontramos con obras en las que la voz del autor queda en un segundo plano o no se refleja.

Las modalizaciones son los rasgos en los que se matiza lo que es el núcleo de los enunciados que componen un discurso. Existen, pues, enunciados asertivos, de búsqueda o interrogativos, exhortativos, declarativos...

Finalmente, también interesan a la hora de ver la modalización los verbos modales y cualquier otro mecanismo que traduzca la modalidad: los adjetivos en su naturaleza interna o en su disposición sintáctica, los adverbios modales, la elección de determinados sustantivos, etc.

 

1.2.2.- Mecanismos de actorialización:

Los problemas relativos a la identificación actorial nos hablan de quiénes son los responsables de los procesos indicados en un discurso, es decir, quiénes son los actantes que intervienen en un discurso dado.

El hablante puede utilizar unos caracterizadores, que son enunciados estáticos, donde se asignan cualidades a un actante. Luego observamos a ese actante en un discurso dado, cumpliendo los roles que se le han asignado. De este modo, cada actante pasa a ser enunciador activo.

A lo largo de todo el texto es preciso que se dé un mantenimiento de la identidad de ese actante, por ello hay que plantear la concordantia agentium.

En este sentido también cabe hablar de elementos referenciales endodiscursivos que sirven para entender el discurso. También se pueden dar los mecanismos de tipo exodiscursivo que sirven para apoyar el texto en el mundo. De este modo, a la hora de caracterizar a los actantes textuales necesitamos conocer previamente los mecanismos de referenciación.

 

1.2.3.- Mecanismos de espacialización:

La caracterización de los espacios textuales es también un objeto de incidencia en los mecanismos de referenciación. Todo lector debe conocer cuándo empieza y cuándo acaba un texto. Existen unos límites convencionales en determinados casos (por ejemplo, en la estructura del soneto), pero generalmente el límite de un texto está en los límites resultantes. Por ello, el texto es lo que deviene o llega a ser la operación verbal.

La materia verbal de todo texto se puede dar en un doble plano: en el tiempo, si el discurso es oral; en el espacio, si el discurso se ofrece por escrito.

Por otra parte, se puede hablar de la disposición espacial de los distintos términos: si un término aparece sólo una vez tendrá una repercusión diferente con respecto a su aparición variada; su aparición en unas posiciones determinadas se opone a la aleatoria aparición de la palabra; etc.

Los mecanismos de espacialización nos ofrecen una infinidad de datos que podemos obtener a la hora de ubicar el texto en un espacio. Dentro de este marco están los medios según los cuales se entra o se sale del espacio textual: son los llamados embragues espaciales. Todo el texto necesita, como es lógico, una concordantia spatiorum, que dé coherencia al texto en su cabal desarrollo o despliegue sintagmático.

1.2.4.- Mecanismos de temporalización:

En íntima relación con los mecanismos de espacialización encontramos que en todo texto es necesaria también una concordantia temporum, según la cual todo el texto presenta una línea coherente. Y es que los hablantes poseen un claro interés por identificar bien el tiempo del texto.

Dentro del tiempo textual es preciso analizar aspectos como el tiempo de la producción del texto, el tiempo de los distintos elementos textuales, etc.

1.2.5.- Caracterización general de la producción textual:

Como conclusión dentro del capítulo de la producción de textos, es necesario tener presente que el texto es el resultado de una actividad humana. Todo texto es un constructo frente a los objetos que se nos dan previamente.

A la hora de concebir la existencia del texto, debemos recordar que éste no se da si no media previamente la intervención humana: todo texto es algo que resulta ser y ello es palpable en todas sus dimensiones. Ninguna unidad verbal es per se nada hasta que no está dinamizada en un determinado discurso: nada por sí mismo es agente ni paciente en el sistema lingüístico, sino que lo es en un discurso dado; ello mismo se puede decir con respecto a los espacios o los tiempos, que pertenecen al texto en tanto que tal; etc.

El discurso supone también una serie de características cualitativas nuevas que sólo al discurso se deben. Se habla de actantes porque hemos dado un salto cualitativo con respecto a lo que es el sistema: el concepto de actante tiene sentido cada vez que la lengua es utilizada, actualizada.

Si se puede hablar, siguiendo a Tesnière, de actantes y circunstantes en el estudio de la frase, también, análogamente, en el marco de la macrofrase o dinámica interoracionl, narrativa, descriptiva o silogística, que constituye el discurso,  es licito el planteamiento de Greimas (1966), con su muy clarificador modelo actancial, semiótico-estructural, para dar cuenta de las prácticas discursivo-textuales, en estilización o depuración inteligente de las 31 funciones propuestas por Vladimir Propp para el análisis de la narrativa fantástica rusa..

En el discurso, cuando se habla de actantes se entra en un marco de responsabilidades discursivas que no se sustenta sólo en el marco funcional de la frase. Para hablar de un actante discursivo no podemos limitarnos a una frase en la que dicho actante desempeñe una función. El actante discursivo tiene una responsabilidad discursiva global. En un texto se genera una cualificación del personaje y es en el texto donde se pueden pedir responsabilidades discursivas.

En todo texto se utilizan categorías del sistema de la lengua, pero todas ellas son potenciadas cualitativamente desde el mismo momento en el que se actualizan en un texto dado. Los actantes, en la perspectiva textual, adquieren una responsabilidad nueva y se convierten en personajes, más allá de su pura función  sistemático-verbal.

A la hora de comprender la producción de los textos hay, pues, que analizar las cuatro vertientes básicas que todo texto posee:

a.- Los hablantes o interlocutores.

b.- Los actantes.

c.- Los espacios.

d.- Los tiempos.

 

1.3.- Mecanismos holísticos.

Estos mecanismos afectan a la globalidad del texto y justifican el discurso de un modo global y en tanto que actualización del sistema lingüístico.

1.3.1.- Aspectos de macroestructuración utópica convergente.

           Se trata de aspectos de tematización y para estudiarlos podemos acudir al concepto de Teun van Dijk de macroestructura. La macroestructura posee un carácter utópico enfrentando este término al concepto de diatópico. Posee la macroestructura un carácter utópico ya que se encuentra ubicada en un lugar imaginario dentro del propio texto, pertenece a la globalidad de él. Todo conjunto de enunciados que forman un texto tienen algo en común. Su configuración como texto es no sólo por razón física, sino también por razones de orden cualitativo-gestáltico o configuracional. Por ello, se puede establecer la presunción de que todo lo que pertenece a un texto, cumple con una determinada coherencia.

           La macroestructura utópica es el fruto de la producción textual: el usuario cuando habla necesariamente habla de algo. Las lenguas no nacen por generación espontánea y son lenguas de un determinado mundo, de una cultura. Si se acepta que eso ocurre con la lengua, con el texto la necesidad es similar: cuando utilizamos un texto lo hacemos para hablar de algo, y ese algo de que se habla es la tematización textual. El tema de todo texto es una construcción y forma parte de la presuposición de que todo lo que hablamos exige o tiende a ser coherente.

           A la hora de concebir la macroestructura de un texto surgen problemas cognitivos, aparte de los propiamente lingüísticos. Cada vez que se hace uso de la lengua, se realiza dicha labor utilizando la capacidad intelectual del hablante; además, al usar la lengua ésta es instrumentada, y al tomarla como instrumento se establece una comparación entre el mundo y la lengua. Ello es debido al hecho de que el hombre genera su comportamiento verbal  a propósito del mundo y ve el mundo sobre la base de su lengua. Sin embargo, al instrumentar la lengua el hablante ha de superar el alcance de las unidades verbales de virtualidad amplia (nivel noemático) y se ve abocado a tener que reducir esas clases a consideraciones más reducidas y homogéneas.

           El hombre habla con textos, con vocación de coherencia y homogeneidad. Siempre bajo la perspectiva inexcusable del hombre se produce un doble flujo entre la lengua y el mundo:

a. Surge por el mundo:

                      MUNDO             LENGUA á

ø         Ý      

                             HOMBRE

        b. Clasifica y, en cierto modo, crea el mundo de cada lengua:

 

MUNDO   Í        LENGUA  Â MUNDO

                     ¯

                          TEXTO, que, construido desde la lengua, siempre está en relación dialéctica o dinámica respectiva con el HABLANTE, que, a su vez, reconstruye el texto y remite a su {MUNDOÍLENGUA} mediante otro texto, realidad cultural respectiva, abierta a otros textos.

 

                  Con los instrumentos lingüísticos hacemos que la operación verbal  sea homogénea y coherente. El hablante utiliza las palabras en función de sus necesidades cognitivas y las dota de determinados valores conceptuales. Las palabras no son conceptos, pero el hablante al utilizarlas las conceptualiza. En función de la urgencia expresiva o intencionalidad comunicativa el hablante asigna a las palabras determinados valores que confieren a la instrumentación de las palabras características o valores conceptuales adherentes, en virtud de los cuales es posible articular lógico-conceptualmente un discurso dado.

 

                  Las palabras pueden estar sometidas a valores lógicos. Así, existen palabras que aparecen caracterizadas como más extensas que otras, engloban a otras; por otra parte, existen palabras que están en oposición o contraposición entre sí. Por lo tanto, hay una oposición entre el objeto natural (la lengua que está ahí para ser utilizada) y el constructo. El constructo resultante es el texto, cuya procedencia arranca del hablante y tiene como punto final la lengua misma.

 

                  La lengua está elaborada por una serie de diferencias sistemáticas de unas unidades para con otras, pero dichas unidades no poseen valores lógicos. Es en el texto donde son tomadas dichas palabras para que puedan servir a propósito del mundo. Así, en el texto entran ya como valores que se pueden oponer conceptualmente, se presentan como elementos próximos, incluyentes, etc.

 

               El referente perdido con la lengua -para decirlo con las palabras de un importante trabajo de Eric Landowski (1998)- vuelve a ser reencontrado en el texto. Sobre esa base le es posible al receptor reconducir el material verbal presente en un texto para obtener una lectura del mismo, que se sirva y no quede presa de las palabras, cifrando así, en su caso, cuál sea el tema del texto.

 

                  El tema es lo que más inmediatamente interesa de un texto; de ahí la primera y crucial pregunta de “qué dice el texto”.

 

               Todo lector, todo receptor, añade una reconstrucción a través del texto a lo que sabemos del mundo y a lo que conocemos de la lengua. De igual modo, el texto añade una construcción a la lengua en tanto que sistema. Así, podemos decir que hay usos que nos hacen comprender que palabras como “cosa”, “asunto”, etc., son lexemas que demandan una explicación, aunque lingüísticamente tan palabra sea “cosa”, “tema”, “cuestión” como “banco”, “silla”, etc. Sin embargo, a las primeras en el texto les asignamos valores de inclusión.

 

               La parte de conceptualización de la lengua que todo texto entraña puede ser la piedra de toque de las críticas al comentario de texto. Cuando interpretamos los textos, la reconstrucción de ellos está sometida a problemas perentorios y la comprensión mutua es un fenómeno aleatorio. Pero lo que sí podemos distinguir es si una reconstrucción es buena o mala, si se acerca más o menos al texto.

 

               El MUNDO se ofrece a la LENGUA, como objeto natural, con respecto al cual la lengua se constituye como realidad cultural.

 

               La lengua predice el MUNDO y, en cierto modo, lo crea  tornándolo nuestro mundo, MUNDO DEL O PARA EL HOMBRE. El HOMBRE en el TEXTO (constructo verbal) instrumenta la LENGUA para dar respuesta a sus necesidades o exigencias sociosemióticas o expresivo-comunicativas.

 

               La tematización característica de un texto está ligada a la conceptualización del texto, que exige el concurso del hablante en función de sus posibilidades verbales y de sus circunstancias experienciales: lo cual no es hacedero ni al margen del hablante, ni al margen de la lengua, ni al margen de la relación de la lengua/hablante con el mundo.

               El texto es responsabilidad del hablante; la lengua no. Todo lo que se dice a propósito del texto se dice en un sentido cualitativo.

 

               Lo cualitativo es lo que impera en el texto porque no tenemos otro modo de ahormar la actividad humana del lenguaje. Con el texto nos comportamos verbalmente. Éste no es ni lengua ni hablante, sino que del conjunto de ambos surge el elemento cualitativo nuevo que es el texto:

 

                         HABLANTE  «       LENGUA

                                               ß

                         TEXTO®íentidad cualitativaý

 

        1.3.2.- Aspectos de configuración significante o superestructura utópica del texto.

 

           Para abordar este aspecto podemos apoyarnos en el concepto de superestructura de Teun van Dijk. La superestructura es el conjunto de los elementos significantes que convergen. Es algo que procede también de la conceptualización del texto: la lengua no tiene ni macro ni superestructura; está utilizada a propósito del mundo por un hablante, quien la instrumenta para sus fines. La superestructura utópica es el macrosignificante de la macroestructura utópica (que es el componente que se infiere del significado contenido o sentido textual).

La figura que a cada paso adquiere la lengua en un texto es la superestructura. El texto tiene la superestructura que resulta tener, la que se obtiene por convergencia.

El texto puede tener la superestructura de un diálogo, de una narración, de un poema, de un texto oratorio, etc. Esa superestructura sólo se contempla en su totalidad cuando el texto está producido.

La superestructura utópica puede tener microestructuras diatópicas: elementos que van apuntando a esa superestructura. (Por ejemplo, para una dramatización harán falta dramatis personae).

 

1.4.- Reglas para elaboración de textos:

Dentro de la elaboración de un texto operan una serie de reglas que hacen posible el que un emisor pueda codificar la lengua en un mensaje dado. Estas macro reglas de producción son cuatro:

1) Macro regla de omisión.

2) Macro regla de selección.

3) Macro regla de generalización.

4) Macro regla de construcción.

 

En La ciencia del texto, Teun van Dijk, (1980),  explica estas macro reglas y dice que a la hora de elaborar un texto empezamos por omitir datos, dada la condición del texto de ser un todo articulado y selectivo, un todo concluso y finito. Tras el proceso de omisión propio de toda producción, debemos seleccionar lo que nos interesa de entre aquello que ya nos queda. A continuación, se generaliza y, finalmente, se ofrece o  construye la macroestructura.

Este es el proceso que conduce al texto desde un plan inicial previo abstracto o virtual hasta un plan resultante concreto o actual,  el texto. Ahora bien, las cuatro reglas de las que habla Dijk no son operaciones puramente materiales sino que entre ellas se produce  un proceso cualitativo.

2.- Los textos como reproducción:

2.1.- Reglas para la reproducción de textos:

El correlato de la operación de producir es el de reproducir. A la hora de reproducir tenemos una característica distinta con respecto al hecho de la producción de textos: el receptor parte ya del diseño material del texto, mientras que -como veíamos antes- el emisor antes de producir el texto no encuentra nada más que un plan inicial virtual.

En correlación con las macro reglas que se utilizan a la hora de elaborar un texto, cabe plantear las que se usan para reproducirlo, según la propuesta de Walter Kintsch & Teun A. van Dijk (1978: 363-394).

Estas macrorreglas esquematizan las operaciones cualitativas que se producen a la hora de decodificar el plan resultante textual, en la siguiente forma:

1) Macro regla de adición o agregación.

2) Macro regla de desarrollo o integración.

3) Macro regla de particularización o totalización.

4) Macro regla de deconstrucción o análisis y su subsecuente integración o reconstrucción comprensiva.

 

Mientras que en la producción de textos el flujo va desde el mundo hasta el constructo verbal, en la reproducción se va desde el constructo verbal hasta la comprensión e interpretación del texto. Esta operación que se da en las cuatro macro reglas no se da ni en el tiempo ni el espacio. Estas operaciones son envolventes y es necesario considerarlas de un modo cualitativo. Los valores textuales, merced a su carácter cualitativo, proceden del conjunto y no de nada en concreto.

Recordando la interrelación que existía entre la macroestructura y la superestructura, es decir, el significante del texto a través del cual se va a poder acceder al significado que éste posee, no podemos decir que ninguno de los segmentos que componen el texto sean responsables del texto por sí mismos y, por lo tanto, ningún segmento puede ser entendido como la globalidad de la forma o del contenido.

Ahora bien, en todo texto existe una Gestalt, una figura, que es la que nosotros percibimos en virtud de unos esquemas de percepción. Cada oyente posee un entrenamiento cultural que le permite acceder hasta la superestructura, aunque ésta no sea nada tangible sino en el conjunto inferencial interiorizado.

Elegido el qué de un texto (su macroestructura) tenemos muchos caminos para poder adentrarnos en el cómo (superestructura). De igual modo que el hablante selecciona las palabras a propósito de un tema determinado, también le es necesario seleccionar la superestructura, la manera según la cual puede organizar las palabras del sistema: poema, debate, argumentación, etc.

Van Dijk plantea si todos los textos tienen macroestructura y superestructura, si tienen una sola macroestructura y superestructura, si pueden tener varias macro y superestructuras, o si puede haber textos de pura superestructura. Lo más que podemos hacer es enfrentarnos con casos límites.

La lengua, en tanto que sistema, no es un texto; la lengua se hace texto porque existe un hablante que la utiliza. La lengua es el instrumento sui generis y es abierto, o, si se quiere, universalizador o esencializador, es decir, de virtualidad utópicorreferencial. En el texto se dan cita elementos variados: el elemento fónico articulado, el de la cultura en el que está inmerso el emisor, etc.

En la reproducción el receptor se topa con una realidad que no es puramente verbal: el texto no es pura lengua. Todo texto es algo más que una especie de actualización pura de las virtualidades puras de la lengua. Si esta condición se cumpliese todos los textos coincidirían en uno.

Cada texto posee una serie de características cambiantes dado el hecho de que hay una causa eficiente de todo el texto. Mientras que la causa instrumental es la lengua, en el texto la causa fundamental de su existencia es el hablante.

La reproducción de textos puede ser un elemento más abarcador que la interpretación de éstos. Cuando reproducimos un texto hemos ido del texto imput (de entrada) al texto output (de salida). En el camino es donde puede estar incluido el concepto de interpretación:

 

   Texto (input)

     REPRODUCCIÓN

        [interpretación]

   Texto (output)

 

        TRADUCCIÓN

      metatextualización

 

 

En cualquier metatextualización nos vamos a encontrar con otro texto, ya que hablar de un texto es crear un texto diferente del primario. Ahora bien, es necesario que cuando al hablar de un texto se produzca otro, se reconozca el original que propició la nueva producción.

Desde el mismo momento en el que se lee un texto, se adquiere una visión lingüística, ideológica, cultural, etc. Si un texto únicamente fuese lingüístico, se podría llegar a dar una traducción mecánica. Pero como no es así, la reproducción depende del receptor en tanto que persona (con una serie de características culturales).

Se puede pensar que las distintas macrorreglas que intervienen en la producción de un texto tienen un correlato en la reproducción, según ya se ha indicado. En el primer caso partimos de un planteamiento textual hipotético que acaba siendo un texto resultante. El texto es mucho más de lo que materialmente resulta ser. El texto es algo más que su pura materialidad verbal: esconde todos los elementos fundamentales que han intervenido en la producción de ese texto. Todo lo que un texto presupone está precisamente también sometido al azar de la reproducción: podemos identificar las condiciones que han encaminado a un texto o podemos errar a la hora de intentar descifrarlas. Siempre que se comprenda este hecho, se puede aprehender la idea de que hay en el texto una conjunción de problemas que podemos cifrar en el apartado de la comprensión intuitivo-verbal.

 

2.2.- La comprensión intuitivo-verbal:

En este conjunto de problemas que supone la comprensión intuitivo-verbal, la lengua basta al receptor generalmente: la lengua nos ofrece una serie de soluciones para descifrar el texto, aunque no es cierto que todo el texto posea una misma competencia de lengua.

En el reconocimiento que de la lengua hay en un texto interviene lo que la lengua es: una sistemática de fonemas que se interrelacionan con ámbitos de contenido de una manera regular. La lengua está concebida como una asociación entre significantes y significados que terminan trasvasándose al texto mismo.

La lengua lo que hace es dotarnos de elementos clasificatorios del mundo. Existe un cordón umbilical que nunca se rompe entre la lengua y el mundo. En este sentido, el texto ofrece una serie de unidades que se refieren al mundo extratextual mucho más que al mundo extralingüístico.

Si se acepta el hecho de que la lengua es una manera de ver el mundo, ese mundo categorizado por la lengua no está ausente de ese primer momento de aproximación al texto que nos dan las palabras en la recepción. Lo que queda fuera del texto es lo extralingüístico.

El conjunto de problemas en torno a lo que puede ser la comprensión del mundo extradiscursivo que ha motivado la producción del texto, se ofrece al receptor sin que se pueda desechar su estudio. Desde el mismo momento en el que lo desecháramos no existiría una razón para la existencia del texto. Esta idea contradice totalmente la lingüística inmanente y autosuficiente que tanto ha primado en algunos estudios.

Continuando con la relación mundo-texto, se debe comprender el hecho de que la estructura del mundo que ha producido un texto puede ser de dos tipos: real y ficcional. Además, los límites entre lo real y lo ficcional en el hombre son, en realidad, borrosos. Se plantea, pues, una dialéctica entre los datos de la lengua y los datos concretos del mundo. Podemos presuponer el punto de partida de un texto: se trataría de saber por qué existe un texto, por qué existe un mundo instrumentado por la lengua. De esta manera, la labor de reproducción nos conduce hacia el discernimiento del trabajo del hablante como sujeto responsable de la creación de una práctica significante.

Es imposible que se dé un hablante que llegue a aprender un idioma sin el conocimiento de los referentes socioculturales subyacentes a ese idioma: se aprende una lengua cuando se consigue interiorizar en tal lengua el mundo sociocultural extralingüístico que subyace a esa lengua. La materialización de la lengua es el texto y con él hacemos referencia concreta a la realidad sociocultural extralingüística.

 

3.- Tipología textual:

Hay textos que, en lo que suponen de práctica significante, tienen la misión de lograr una identificación designativa más allá de la ambigüedad. Son textos con clara vocación de monosemización de la lengua, son textos monorreferenciales.

Por otra parte, existen textos que, partiendo de supuestos pretendidamente monorreferenciales, poseen una misión contraria: el obtener polivalencia referencial. De estos textos se dice que son discursos vagos. El caso prototípico de textos polirreferenciales es el de los textos poéticos, el lenguaje publicitario, los textos lúdicos -chistes- o el lenguaje político. En cada uno de ellos el emisor se instala en el discurso desde una óptica de ambigüedad más o menos intencionada.

A pesar de la primera apariencia por la que se puede pensar que un texto poético está hecho “para nada”, todo buen poema se propone llegar a los arquetipos, otorgarnos una instantánea de la realidad (como si el poeta fuese el primer hombre). Es éste el sentido de autenticidad, de originalidad, de expresión no usada que poseen determinados textos. El poema en su última esencia tiene que conectarse con la realidad, pero lo que ocurre es que el poeta huye de la monorreferencialidad para incidir en la polirreferencialidad (como esencia de lo poético). En toda producción poética no existe un propósito de desvío; lo que se hace es una búsqueda de los cauces de expresión de un estado de ánimo, instrumentando el sistema lingüístico y ofreciendo una visión de la realidad que intenta materializarse en una determinada expresión: a las vivencias les nacen palabras.

Reproducir un texto pleno, en particular un texto poético,  nos deja casi en la misma situación que el hecho de su producción. Junto a los textos polirreferenciales intencionales existe una amplia nómina de textos que caen en la polirreferencialidad pero sin intención de ello por parte del emisor. El texto polirreferencial establece una clasificación genérica de denotados (heterogénea, vaga). No podemos cifrar el cordón de unión con el mundo extralingüístico, aunque las palabras nos dan una vía de comprensión o intuición de la realidad que propicia la mirilla de la lengua. Nuestro pensamiento, progresiva, pero básicamente, está verbalizado.

El hombre hace uso de las palabras, desde su radical interfaz 'significante-significado',  para interiorizar su experiencia con el mundo. Existe una doble tendencia en torno a la finalidad de la lengua: generalmente se habla “para algo”, pero es posible la existencia de textos que se orientan hacia un “para nada”. La lengua es la sistemática perceptivo-articulatoria y conceptual  resultante de la interiorización y sistematización del diálogo del hombre con su mundo, gracias al control conceptual o tertium comparationis ejercido por el noema, en los términos de Klaus Heger (1976). En relación con el control del hablante sobre su lengua es donde tiene cabida el concepto de noema. Ahora bien, no se debe pensar que lo noemático no interviene en los textos. El nivel noemático es el necesario control en cada uno de los textos, dado que es una conditio sine qua non para poder funcionar lingüísticamente. El ámbito noemático preside el funcionamiento lingüístico comparando lo que nos da la lengua y lo que nos ofrece la realidad extralingüística.

En cuanto a los problemas que se plantean a la hora de establecer una nómina de los distintos tipos de textos, aparece como primera cuestión la determinación de las características propias de la actividad textual. Como dice Cicerón, en De Oratore,

inter conformationem uerborum et sententiarum hoc interest: quod uerborum tollitur, si uerba mutaris; sententiarum permanet, quibuscunque uerbis uti uelis”,

que me permito traducir del siguiente modo,

«la diferencia entre la conformación de las palabras y de las sentencias es la siguiente: la conformación de las palabras desaparece si se modifican tales palabras; en cambio, permanece la conformación de las sentencias, sea cual sea el uso que hagamos de las palabras».

De este modo, hay dos conformaciones (dos Gestalten) diferentes: una, de las palabras (uerborum); y otra, de los tipos sintagmáticos sobre los que se vierten las palabras (sententiarum).

Con esta idea de Cicerón podemos ver que, efectivamente, el hablante tiene la intuición de que con las palabras se producen constructos expresivos que no se reducen a la pura articulación de unas palabras con otras, sino que tales conjuntos construidos con palabras actúan como una especie de horma sobre la que se vierte el conjunto de las palabras seleccionadas.

El hablante, instalado en sociedad, siempre ha tenido el convencimiento de que habla para dialogar, discutir, exponer, describir, contar, expresar sentimientos, etc. Una cosa son los materiales instrumentales de que hace uso el hablante y otra son los materiales que son instrumentados.

El hablante tiene la intuición del valor de las palabras en los sintagmas, así como del sentido resultante de los sintagmas mismos. Conforme a esta concepción, Saussure expresó ya su idea de que todo hablante posee un tipo sintagmático latente, que se fundamenta en la dinámica que va desde las palabras a los sintagmas y desde el tipo sintagmático, subyacente a cada sintagma, sea cual sea su complejidad,  hacia las palabras, según la doble conformación verbo-sentencial intuida ya por Cicerón, como se ha visto, y que podemos presentar como sigue:

UERBORUM

  

CONFORMATIO < horma ≡  modalidad sintagmática

             ↓ ­

 

     SENTENTIARUM

               ↓ ­    

                    

      ¿Qué?  /  ¿Cómo?

Macroestructura /  Superestructura

 

        Lo que se dice en un texto dado exige su significante textual, que surge de los significantes verbales que se manifiestan en el texto, como orientación necesaria hacia el sentido textual pleno. La superestructura hace que el hablante pueda optar, a propósito de un mismo contenido, “qué”, por distintas vías configuradoras.

 

La configuración del “qué” de un texto no existe sin las palabras, pero ello no las hace imprescindibles, ya que el “qué” de un texto dado se puede reproducir sin repetir ni memorizar ni una sola de las palabras que aparecían en dicho texto o incluso sin palabras, en el caso de su variada reproducción figurativa (mímica, pictórica, etc.). Lo importante de la lengua es que nos sirva, que sea instrumento adecuado con respecto al fin expresivo-comunicativo propio del emisor. La comunicación es intrínseca al ser en sociedad y por ello se hace uso de la lengua.

También los hablantes tienen conciencia de que no siempre se pueden decir las cosas de una determinada manera sino que hay que ir cambiando el molde, el medio utilizado. El “qué” de un texto variará según se circunscriba a un cuento, a una carta, a una noticia, etc. Los sintagmas van adquiriendo complejidad conforme se van desarrollando en el texto. El hablante no inventa palabras ni tipos discursivos, sino que, conforme se expresa, hace uso de un doble saber, el de las palabras y el de los tipos discursivos. Ambos, palabras y tipos discursivos, están sujetos a la dimensión histórica. Sin embargo, para su estudio se pueden realizar diversos cortes sincrónicos para así poder llegar a señalar formas estables de ambos grupos. Con respecto al estudio de ambos componentes de la lengua, se pueden establecer problemas de aproximación a los grados de historicidad con la intención de llegar a establecer qué cambia más. Se puede evidenciar que la mayor evolución se da en el léxico, mientras que los tipos sintagmáticos permanecen mucho más estables. Recuérdese la idea de Cicerón en torno al cambio de las palabras.

 

3.1.- Tipología textual según la macro y la superestructura.

Los problemas de tipología textual se deben abordar teniendo en cuenta la existencia de dos tipos de textos: macro y superestructurales. La macroestructura es la convergencia (Ç) de los distintos contenidos; la superestructura supone la visión de la globalidad, de la cobertura de todo el texto (É).

Cuando en uno o varios textos se da una intersección de las unidades verbales (Ç), entonces aparece un contenido común. Por otra parte, se debe establecer la distinción entre la macroestructura dominante, que será únicamente una, y las varias macroestructuras que van conformando la globalidad textual.

Ante una macroestructura extensional se irán dando distintas intensionalidades. El máximo de extensionalidad engloba distintas intensionalidades. Así, en el ámbito léxico, el lexema “rosa” es más intenso que “flor”, cuya extensionalidad es mayor. Por eso, “flor” engloba a “rosa”. Esta reflexión es aplicable al ámbito textual.

 

3.1.1.- La configuración de los textos desde la temática, sintópica o sintemática.

Según su configuración temática, los textos pueden ser:

MACROESTRUCTURALES: Cuando poseen uno o varios temas ampliamente desarrollados. En ellos se cumple la característica esencial a todo ente estructurado como entidad respectiva autónoma o “entidad autónoma de dependencias internas”.

A.1.- Plurimacroestructurales: Presentan desarrollos secuenciales sobre diversas unidades temáticas dentro de un determinado momento cultural o a lo largo de la historia global de la cultura humana: las enciclopedias pueden ser un ejemplo de textos plurimacroestructurales; las obras completas de un autor también pueden participar de estas características plurimacroestructurales, en función de la diversidad de intereses culturales de su autor, etc.

A.2.- Monomacroestructurales: Son desarrollos secuenciales convergentes en una unidad temática determinada: es el caso de las monografías, tesis, planteamientos teóricos monotemáticos, etc.

B.- MICROESTRUCTURALES: Este tipo de textos se da cuando la versatilidad o variabilidad de intereses culturales, aplicativos o instrumentales circunscriben la operación textual a determinados límites verbales de uno o pocos enunciados, fáciles de memorizar o instrumentar, como es el caso del discurso repetido, según los planteamientos lingüístico-textuales de Coseriu, o de funciones textuales necesariamente ejecutables mediante un número limitado de unidades verbales. Es el caso de los refranes, sentencias, máximas, frases hechas, chistes y similares, junto con los de mayor libertad verbal, pero con límite cuantitativo, como los saludos, títulos, anuncios, etc.

      En estos textos se da una relación autónoma esencial interna entre los limitados componentes de su materia verbal, subordinada esencialmente a su textualidad dominante, que no puede entenderse como resultante de la suma de sus componentes -inexistentes en algunos casos en el sistema, como ocurre con el conocido ¡A mi plin!, aducido en mi contribución (1983) al I Congreso de la Asociación     Española de Lingüística Aplicada-,  sino que se han de entender como un inevitable más allá de sus más variados componentes.

 

               B.1.- Plurimicroestructurales: Es el caso de textos articulados mediante distintas microestructuras, sentencias o parágrafos, que se yuxtaponen siguiendo un orden alfabético, numérico o alfanumérico, sin que se pueda extraer la macroestructura de las microestructuras componentes. Representantes de este tipo de textos son los diccionarios alfabéticos al uso; determinados inventarios, etc.

 

3.1.2.- La configuración de los textos desde la forma: macrosintópica, diatópica o diatemática.

 

Es frecuente que un texto esté caracterizado por una macroestructuralidad, es decir, una macrorrelación autónoma de dependencias microestructurales internas, dentro de la cual es razonable plantear una macrorrelación de dependencia entre la macroestructura temática y la superestructura o configuración secuencial o sintagmática, Gestalt, de los componentes macroestructurales de un texto dado.

La estructura del texto es la base sobre la que se articula la lengua y el pensamiento. Dada la existencia de estructuras, se producen comparaciones y desarrollos (mentales, lingüísticos, textuales). Nuestra mente es económica y para funcionar necesita ir conformando las realidades según relaciones cuantitativas de mayor a menor, totum/pars, según relaciones inclusivas del tipo englobante/englobado, general/particular, según relaciones de implicación, de presuposición, de suposición, de alternancia, etc., etc. Y es de este modo como vamos creando las distintas estructuras textuales.

No obstante, como se ha visto, existen textos en los que puede prevalecer ante todo la configuración sintagmática o formal, la superestructura o hiperestructura. Así, en los diccionarios al uso (en los no temáticos) lo que principalmente sobresale es la superestructuralidad o configuración formal: un diccionario tiene una superestructura dominante  (basada en el orden alfabético, numérico o alfanumérico, según los casos) y junto a ella sólo encontramos una larga serie de microestructuras.

Los textos microestructurales que componen un diccionario al uso participan entre sí de un sistema macroestructural, pero están dominados por la configuración formal de sus diversas microestructuras parciales, siendo el resultado de la intersección de sus microestructuras o caracterización de su macroestructura igual a cero (diccionario: MC@0); en cambio, la superestructura o configuración formal sí está claramente determinada en ellos (diccionario: SP@seriación).

 

4. Sobre lo que decimos cuando hablamos.

 

           4.1. En torno a nuestro propósito fundamental, quiero concluir diciendo que, más que propuestas conclusas, lo que nos surgen son una serie de preguntas en torno al comportamiento verbal, que entraña hablar, pero no necesariamente decir. Una ley, por caso, una disposición escrita cualquiera dice, pero no habla. En cambio, el hombre habla insistentemente en su comportamiento en sociedad, aunque no siempre dice lo que habla, puesto que, en muchas ocasiones, habla por hablar, habla para no decir nada, habla por no callar, habla por ganar tiempo, habla por puro divertimento, etc. En ocasiones, además, habla pero no dice lo que habla sino que lo oculta o miente.

4.2. La lengua es indiferente a cualquiera de los discursos o comportamientos en los que interviene, pero es necesaria en todos ellos, puesto que lo ortofórico y lo metafórico, lo eufémico y lo disfémico, lo correcto y lo incorrecto, etc., presupone lo significativo, que emerge siempre o discurre por el cauce inexcusable del sentido utópico de intereses humanos, que tendrá sentido referencial concreto nuevamente en función del marco dinamizador o actualizador de la virtualidad significativa de las palabras, que es el hablante, desde la inconclusa dialéctica que mantiene con sus circunstancias, mediante el inexcusable control noemático que garantiza todo el comportamiento lingüístico. El Universo Humano es respectivo, según hace ver convincentemente Xavier Zubiri en su Estructura Dinámica de la Realidad, y, muy especialmente, en su trilogía sobre la inteligencia sentiente: Inteligencia y realidad (1980), Inteligencia y logos (1982) y, finalmente, Inteligencia y razón (1983).  

 

Cualquier entidad queda identificada por su espacio (E) o tiempo (T) respectivos, donde se identifica la ubicación espacial o temporal de una entidad respecto de otras, según grados topológicos de proximidad o alejamiento, aire de familia, previos a cualquier categorización lógico-intelectiva, según el modo perceptivo-categorial de acuerdo con la perspectiva o umbral de percepción de doble pata o margen inevitable constituido por el espacio y el tiempo, como el ámbito en el que se ubica y desenvuelve cualquier unidad o evento del Universo Humano, de acuerdo, si se quiere, con los planteamientos de la Crítica de la Razón Pura, de Kant, y, muy particularmente, más allá de los planteamientos kantianos, desde la paradójica simbiosis orteguiano-zubiriana, patente en el racio-vitalismo de Ortega, así como en la caracterización de la inteligencia sentiente, por parte de X. Zubiri, en su trilogía, pues, como dice (1980:22), «En la intelección me “está” presente algo de lo que yo “estoy” dándome cuenta. La unidad indivisa de estos dos momentos consiste, pues, en el “estar”». Por eso la palabra es una paradójica unidad perceptivo-intelectiva, cuyas diferencias sensoriales o intelectivas no son entidades absolutas, sino que funcionan a dos caras, en la interfaz o diafaz que machihembra su existencia intersubjetiva:

 

1.[SE ABDUCE QUE SE DA LA LINEA ÓNTICA SUBYACENTE A LAS COSAS] :: SER É TODO Ê generalidad ¹ montón É. DEMASIADO  É MUCHO É PARTE Ê SUFICIENTE.Í ALGO Ê INSUFICIENTE Í POCO.. 2. [SE ABDUCE QUE NO SE DA LA LINEA  ÓNTICA SUBYACENTE A LAS COSAS] :: NADA [<(rem)nata(m)] É VACÍO Ê ausencia, privación, destrucción, desolación…1.2.[No se abduce que se dé la línea óntica subyacente a las cosas] :: no ser, innecesario ser  Ê  vacío….2.2. [No se abduce que no se dé la línea óntica subyacente a las cosas] :: no nada, innecesaria nada Ê esencia, ya que el otro lado de las cosas, su interioridad, no es el vacío, pues, aunque ese otro lado “esté” imperceptible y no ocupe el lugar de la cosa existente, como le ocurre a la energía vital de un cuerpo vivo, es su arquetipo…Paralelamente, podemos parangonar posible/contingente, convergentes en azar, casualidad, virtualidad,..., con necesario/imposible, convergentes en nada, absurdo, vacío,...

           No tengo nada ≡ No tengo cosa alguna ≡ No tengo cosa (semejante) [El étimo originario de nada está en la base subyacente a la propiedad y corrección de los enunciados anteriores, y puede aclarar las cosas a aquellos que acceden a nuestra lengua desde otras]

           4.3. El Hombre en su dilatado contacto dialéctico con el Mundo, interioriza experiencias y las sistematiza y expresa en su comportamiento verbal en contacto con otros Hombres. Tal proceso integrador filogenético, que es subyacente al proceso de maduración ontogenética de cada individuo hablante, es radicalmente tridimensional, HOMBRE↔MUNDO↔LENGUA, y así se mantiene como la atmósfera necesaria al ser vivo, también al hablante, cuya operación verbal se resuelve en pequeñas perturbaciones del aire que respiramos, que son nuestras palabras, al decir de Ortega. En cierto modo, hablamos como respiramos, sin necesidad de ser expertos químicos ni lingüistas ni antropólogos ni nada técnico-científico en particular. 

           4.3.1. Asegurado nuestro, como quien dice, cordón umbilical de la cosmovisión o Weltanschauung que a todos nos es dada a través del legado filogenético de nuestra lengua, dicho proceso filogenético envolvente no nos obliga a rendirle pleitesía en cada momento, como si tuviéramos que renunciar a nuestra condición de creadores verbotextuales, por tener que repetir las mil y una experiencias que han precedido al nacimiento de las palabras, nuestras palabras, “martillo”, por ejemplo, siguiendo la certera reflexión de José Ortega y Gasset.

           No, el proceso filogenético general e integrado en el que cada uno insertamos nuestra individual ontogénesis nos dota de autonomía suficiente como para que no nos sintamos en modo alguno “rehenes del pasado”, si entendemos cabalmente la certera observación de  Ortega, [Al hablar somos modestos rehenes del pasado],  sino libres y dueños de nuestras palabras, dotadas de autonomía semiótica, en solidaria reciprocidad significante↔significado, con autónomo binarismo solidario, con radical virtualidad significativa, y, en cuanto tales,  útiles no sólo para designar cosas o referentes, sino también para crear cosas o referentes de ficción y no ficción –pensemos en las palabras de gratitud, de consuelo, de comprensión, de amor, etc., siempre tan nuevas y no usadas o verdaderas- o fabulación de la más variada índole, en función de nuestra voluntad de decir, voluntad de decir que es radical a toda operación verbal integrada en su desarrollo cabal dentro de una determinada comunidad hablante, como ha demostrado la investigación llevada a cabo por Jean Gagnepain, Du vouloir dire. Traité d’épistémologie des sciences humaines, Paris, 1982-1995, en sus tres volúmenes dedicados al estudio de personas con perturbaciones de habla o carentes de la voluntad o control normales sobre su comportamiento verbal.

           En nuestra aportación a los Estudios ofrecidos a Antonio Quilis, (2005:597-610), ya señalamos que la responsabilidad de los sentidos textuales no se debe a ninguna entidad lingüística en particular, sino que está en función del conjunto, sin excluir del balance final a los protagonistas de la operación verbal, puesto que «l’acte d’observation altère les conditions de l’observation», según el principio de “indeterminación cultural” del comportamiento verbal, de acuerdo con Marc de Smedt (1986:116), al margen de la inescrutabilidad quineana del referente, que, como ya señalamos en otro lugar (1998:165), no es sino estimulo para el comportamiento verbal, dado que hablar como bracear entraña la voluntad de salir a buen puerto en el camino utópico hacia la realidad,  pues si diéramos alcance a la realitas, ensimismados y absortos, quedaríamos presa de ella y carecería de sentido toda acción, incluida la verbal”.

           4.3.1.1. Gracias a mi entusiasta, generosa y sabia hermana Fina, ha llegado a mis manos muy recientemente el no menos entusiasta y vitalista alegato quántico de William Arntz, Betsy Chasse y Mark Vicente (2006), y no me resisto a dejar de aducir algunos de sus muy atendibles planteamientos. Se puede comprender, en mi modesta opinión,  que hagamos algún gesto por incorporar los prometedores postulados de la teoría cuántica a nuestra reflexión noemático-cognitiva y lingüístico-textual, pues si, (o.c.:59-60), John Bell planteó en 1964 que «la idea de que algo sea local, o exista en un lugar concreto, es incorrecta. Todo es no-local, las partículas están íntimamente conectadas en un nivel que trasciende el tiempo y el espacio», ¿cómo no pensar que eso es lo que les ocurre a las entidades lingüístico-significativas, que no precisan de espacio ni de tiempo ni de los hablantes particulares en el microuniverso del sistema, pero que se ven afectadas por esos componentes en el macrouniverso del discurso? Niels Bohr sostenía, como explica Fred Alan Wolf, (o.c.:66),  que «no se trata de que no se puedan medir, es que no existen hasta que se observan. Heisenberg pensaba que había partículas ahí fuera».  Piénsese en la auténtica palabra, según Ortega, la que está cobijada en las mallas del decir en un texto dado,  más allá del no man’s land del sistema verbal. Y es que, en paralelo con el efecto creativo de nuestra implicación en el microuniverso cuántico, (o.c.:64), también la necesaria implicación del hablante,  en el macrouniverso del comportamiento verbal,  en un lugar y tiempo dados y respecto de unos hablantes determinados, crea la realidad verbal y es poética en sentido pleno. Desde ahí podemos contemplar el microuniverso cuántico del sistema lingüístico, cuajado de vectores significativos interconectados o noemas –en los términos de Klaus Heger-, que adquieren realidad objetiva para los sujetos responsables o implicados en un macrouniverso utópicorreferencial o texto dado, en cuya virtud los noemas, preverbales, pasan a ser semas o sememas verbales, en cuanto elementos o partículas de las criaturas utópicotextuales o semánticas, en los términos de Émile Benveniste, al oponer Semiología/Sistema a Semántica/Discurso. De hecho, podemos comprobar, desde los datos de la Lingüística de los Corpora, cómo si las entidades significativas fueran únicamente lo que resulta de los textos dados, se desintegrarían o desaparecerían como energía significativa, constreñidas por la presión del macrouniverso textual, y perderían su liberalidad o aleatoriedad como entidades de ilimitada virtualidad, al no ser locales en el sistema,  sino cuánticas, ubicuas y esencialmente aleatorias, fundamental garantía de la libertad de los hablantes. Pensemos en entidades del sistema verbal como el SI, puro morfema virtual, cuando no virtuema –en los términos de Bernard Pottier-, aseverativo o aseverema, que en los textos adquiere los más variados sentidos.

           4.3.2. Como señalaba Steven Pinker (2003: 310), «Es evidente que el lenguaje afecta a nuestros pensamientos, y no se limita a etiquetarlos porque sí. Y más evidente es aún que el lenguaje es el conducto a través del cual las personas comparten sus pensamientos e intenciones y, con ello, adquieren los conocimientos, las costumbres y los valores de quienes les rodean.».

           4.4. El comportamiento verbal se fundamenta en dos grandes voluntades: (a) La de captar, inteligir, percibir u oír, que es atender o escuchar, para, en definitiva, aprender o  interiorizar eficaz e instructivamente o comprender. (b) La de hacerse oír o comprender, en definitiva, exteriorizar o manifestarse, es decir, hablar. Al fondo de estos planteamientos están las muy densas reflexiones de Wittgenstein, Heidegger y Ortega, con los que tendremos que conversar mucho más de lo que lo hacemos en estas páginas.

           4.4.1. Y, ciertamente, como se suele decir, no se habla a humo de pajas, y, en tal sentido, habría que matizar o, en su caso, entender en sus justos términos las observaciones de Ramón Trujillo (1996), Principios de Semántica Textual, a propósito del supuesto ontologismo referencial que se comete o puede cometer con la locución «al pan, pan, y al vino, vino», que hay que entender desde la perspectiva binarista autonómica del sistema verbal –la langue est un système où tout se tient-, en solidaridad del significante con el significado, sin presencia de los referentes.

           4.4.2. En la operación verbal, cuando se introduce la voluntad de decir, se recupera la perspectiva integrada que más allá de la autonomía autorreferencial o autónomo-significativa recupera su heterorreferencialidad o alteridad sígnica plena, donde aliquid stat pro alio, que, lejos de autosatisfacerse con la mera distintividad inmanente o autorreferencial, debe dar paso a la significatividad con virtualidad designativo-referencial o hétero-referencial, puesto que la lengua significa, pero el hablante, que no es ajeno al comportamiento verbal, designa o verifica, como el que se sirve del índice de su mano, que es su lengua, en cuya sistemática significativa no sólo tenemos tipos significativos, palabras en cualquiera de su categorización nominal, verbal, adjetival, etc.,  sino mecanismos de identificación designativo-concreta, que son los deícticos y toda clase de procedimientos fóricos, anafóricos, diafóricos y catafóricos, que controlan la coherencia y eficacia de la operación verbal en su conjunto con un despliegue isotópico-isosémico por identificación, de acuerdo con lo planteado en mis Aspectos….(1979:218)

             4.4.2.1. En una reflexión que versará sobre "La neología y la recuperación o reconciliación con los referentes o códigos perceptivo-intelectivos mundo medianos", en línea con algunos planteamientos  muy aprovechables de  Dawkins, frente al que hago una lectura de la evolución radical en positivo, ahora que la interculturalidad y los intercambios están a la orden del día, el recurso a la cosmovisión o Weltanschauung se puede esgrimir como muy útil, si no necesario, pues mientras nos movemos dentro de una lengua sola, puede parecer que los referentes no se dan, y no se piensa en ellos como estímulo de cualquier significancia. Pero es verdad, como dice M. Heidegger (1974: 180), que a las reacciones sensorio-intelectivas o significaciones del ser-en-el-mundo que es el ser humano, les nacen palabras. Al hablar, al tiempo que identificamos lo que queremos decir, simultánea e inevitablemente lo diferenciamos o distinguimos de todo lo que silenciamos o dejamos de lado, en la medida en que forma parte de un todo convergente o compartido.

 

           4.5. Douglas R. Hofstadter, en YO SOY UN EXTRAÑO BUCLE, Tusquets, 2008:431, dice certeramente: «¡Pero el no poder ser conscientes de nuestra propia complejidad es una ventaja! Al igual que podríamos caer en una profunda depresión si verdaderamente entendiéramos lo diminutos que somos en comparación con el inmenso universo en el que vivimos, nos volveríamos locos si estuviéramos al tanto de toda esa inconcebiblemente frenética actividad que tiene lugar en nuestro interior. Vivimos en un estado de bendita ignorancia que, al miso tiempo, es un estado de maravillosa lucidez, porque supone navegar por un universo de categorías que hemos creado nosotros mismos, y que funcionan increíblemente bien a la hora de incrementar nuestras posibilidades de supervivencia. <…> En el fondo, nosotros, esos espejismos que se perciben a sí mismos, somos pequeños prodigios de la autorreferencia. Creemos en canicas que se desintegran cuando intentamos hallarlas, pero que son tan reales como una canica auténtica cuando cesamos en su búsqueda. Nuestra naturaleza nos impide comprender del todo su naturaleza. A mitad de camino entre la inabarcable inmensidad cósmica del espacio-tiempo y el incierto y misterioso titilar de los cuantos, los seres humanos, más semejantes a un arco iris o a un espejismo que a una gota de lluvia o a una roca, somos impredecibles poemas que se escriben a sí mismos; vagos, metafóricos, ambiguos y, en ocasiones, insoportablemente bellos».

 

           4.5.1. Con respecto a “ser” frente a “seguir”, a propósito de mi traducción del famoso verso de la estrofa XIII del Cementerio marino, de Paul Valery, Je suis en toi le secret changement, [Dentro de ti yo sigo la secreta mudanza], entiendo que ‘nada es’ y ‘todo está haciéndose’, y, en tal sentido, habiendo meditado bastante sobre las palabras de Cohen y las propias de Valéry, sigo manteniendo ‘seguir’ frente a ‘ser’, sólo sea porque es ‘una lectura posible’ y, en mi opinión, no puede dejar de plantearse. Pero es que, además, entiendo que ‘el que no sigue vivo’ es que está muerto, ‘es un muerto’. En tal caso, ‘ser’ no es sino una palabra que manifiesta la ‘esclerosis del  devenir’ de todo cuanto dura o ‘sigue siendo’, puesto que todo está siguiendo y persistiendo  a lomos del ‘panta réi’. Como seres vivos contingentes, según esto, ‘seguimos siendo’, pero no ‘somos en ningún sentido absoluto’, puesto que aún no somos muertos, el único modo de ser no evolutivo del ser contingente, que sólo se da una vez que se está muerto. La palabra ‘ser’ y ‘Ser’ enlaza con otras palabras que no son sino el resultado de nuestra trayectoria filogenética y ontogenética, histórica y personal, física y cultural, no sólo genética sino también memética, ‘digestión mental o cerebral’ de todo cuanto percibimos o captamos por nuestros sentidos.

 

           4.5.1.1. Tiene, a mi modo de ver, toda la razón Andy Clark (1997 (1999: 263)), cuando a propósito del “pensar sobre el pensar: el efecto del manglar”, nos dice: “Cuando elaboramos un poema, no sólo nos limitamos  a emplear palabras para expresar pensamientos: con frecuencia, las mismas propiedades de las palabras (su estructura y su cadencia) determinan los pensamientos que el poema llegará a expresar”, que es lo que percibimos en Je suis en toi le secret changement, donde Je suis puede ser atribuido tanto a être como a suivre, con las consecuencias comentadas.

 

          

           4.5.1.2. El horizonte significativo de esas palabras nos resulta ‘fractal’, ‘plural’, no monocorde, siendo previsibles tántos y tan variados los estímulos que al entrar en contacto con nosotros nos obligan a una interiorización en filigrana de autentificación que sugiere más, mucho más, de lo que ‘es’ como palabra, la que aflora en la caricatura o filigrana de su significante, que como todos los significantes, valerosos e inexpugnables, se baten constantemente en el ‘campo de batalla del hablar’. [En este sentido, remito a la relación de hablar con oír, escuchar y callar, según la rica reflexión de M. Heidegger (1974: 180-183), ingredientes del conversar en la perspicaz caracterización de Jorge Wagensberg, 2009:79, que entraña “escuchar antes de hablar, hablar después de escuchar”.]

 

            4.5.2. Lo mismo nos ocurre con las palabras de la transcendencia, que en los distintos corpora de que disponemos, incluidos los del lenguaje oral, no es nada aventurado prever una sobreabundancia de representantes u ocurrencias en forma de discurso repetido, en los términos de E. Coseriu, del discurso de la trascendencia. Tal es el caso de ‘Dios’, como palabra singular o nombre propio, también con ‘dios’, como nombre común de todos los ‘dioses’ imaginables. Así podemos encontrarnos muy frecuentemente  [A Dios pongo por testigo, A Dios gracias, Gracias a Dios, A Dios rogando y con el mazo dando, Juro por Dios, Bien sabe Dios, Dios proveerá, Si Dios quiere, ¡Dios mío!, ¡Por Dios!, Vaya con Dios, Adiós,Que Dios le bendiga… ¿He dicho Dios? ¡Dios mío!” –apud J. Wagensberg, 2009:128-, Eso no hay dios que lo entienda, Los dioses confunden a los perdedores, Vive como dios, Es un dios para los suyos, etc.].

 

           4.5.2.1. También ocurre lo mismo con la palabra ‘Diablo’, como nombre singular  o nombre propio, igual que con ‘diablo’, como nombre común de todos los ‘diablos’ que andan por ahí siempre sueltos, figuren de políticos o de sacerdotes, o de mandamases u oficiantes del ‘pseudopensamiento’ o ‘pensamiento único’. Y lo mismo ocurre, inevitablemente, con toda una serie de palabras cuyo referente utópico apenas se colige inferencialmente, como ocurre con ‘todo’, también con ‘nada’, como con ‘yo’ y ‘tú’, etc., que sirven, que funcionan, que ‘siguen siendo útiles’, pero, a Dios gracias, ‘no son’, aunque algunos se empeñen en servirnos lo que ‘está haciéndose’ como lo que ‘ya es’. Lo cual no quiere decir que podamos definir qué es la VIDA, la de todos y la mía, mi personal y querida ‘vida’. “Por lo que se refiere –decía Aristóteles en De anima, libro III, capítulo 6º- al punto y, en general, a todo aquello que actúa como elemento divisorio siendo en sí indivisible, su intelección se realiza del mismo modo que la de la privación.” (Cursivas mías). Y de Ortega, (1914) 2009: 670, podemos aducir  que: ”La distancia que va del dicho al hecho, de pensar algo a ser algo, es la misma exactamente que media entre cosa y yo.”

 

           4.6. Ciertamente es un tranquilizador pensamiento el que formula Michel Raymond en su tan brillante Cro-Magnon toi-même,  Editions du Seuil, 2008:8, cuando dice “L’Homme est un animal, certes assez spécialisé dans les interactions sociales et les raffinements de la culture, mais n’échappant nullement à la règle générale de la biologie évolutive”. Yo, desde mi entroncamiento con el viejo Cro-Magnon, me considero un condensador de energía sin fecha de caducidad.

          

           Cuando el hombre mira las estrellas y piensa en el sucederse de los días y de las noches, se pregunta por el gigantesco entramado energético del que forma parte en armónico funcionamiento asimétrico, que hace que nos movamos y evolucionemos con paso firme y seguro, sin que salgamos disparados a los espacios siderales por un frenazo, sueño o descuido de nuestro Planeta Tierra en su movimiento de traslación a 100.000 km/h o en el de rotación a 1600 km/h, , siendo así que la increíble velocidad de nuestro sistema solar alrededor de nuestra galaxia es de 900.000 km/h, sin que quede libre de fabulosas velocidades nuestra galaxia con respecto a otras galaxias del universo y del universo mismo. Lejos de esas catastróficas y no imposibles consecuencias, observamos que nuestro Planeta evoluciona y se mueve con la precisión de un reloj suizo en medio de tantos medios quánticos indescifrables y descifrables que conforman evolutivamente el Universo.

 

           4.7. Al hablar exteriorizamos nuestras creencias más arraigadas y profundas, pues, como decía Ortega, en el tomo 5 de sus Obras Completas,  ((1940) 1983:302), “el estrato más profundo de nuestra vida, el que sostiene y porta todos los demás, está formado por creencias”.

          

           4.7.1. Por eso creemos en la Vida y en sus prerrogativas y virtualidades, y, sobre todo, desde el acceso que nos permite el umbral humano de nuestra existencia, que hace, por ejemplo, que nos sirvamos del umbral de nuestra visión ocular, no microscópica ni ultramicroscópica, que nos permite saciarnos con esa agua reparadora, que es mucho más que H2O, con sus microorganismos en suspensión (saprofitos y otros).

          

           4.7.2. Por esa razón creemos en las leyes humanas, democráticamente consensuadas o acordadas, que contribuyen a acercarnos a la plena libertad en el ejercicio de la responsabilidad sociosemiótica y ético-moral, y nos proponen castigar al asesino y, en su caso, internar y curar en un psiquiátrico al enajenado o loco que sin intención consciente ni malicia alguna, debido al desorden de su descomposición mental, puede perjudicar a otras personas.

          

           4.7.2.1. Por eso mismo creemos en la vida que se alimenta de la vida, en forma de células madre o de otro tipo celular, puesto que la vida siempre se ha apoyado en la vida en una impresionante, si no indescifrable, malla espiriforme. Por eso podemos comprender –y no penalizar- a la mujer gestante, que no quiere ser madre y se siente embarazada o agobiada por un atropello de violación o vejación, o por un simple error de cálculo o descuido, o porque no ve un futuro airoso para su nasciturus, y quiere desembarazarse de su agobio de gestación no querida. Y puede considerarse de justicia –y un avance social, por tanto- que se reconozca a la mujer su plena responsabilidad y protagonismo para decidir libre y no coercitivamente de su vida, de su cuerpo y de la vida que en ella pueda gestarse o alojarse. Pero ese respeto a la mujer, que es un avance que se refrende por las leyes consensuadas y equilibradas, no le quita modalidad disfórica a ser abortista, siendo como somos parte de la vida humana y respetuosos con  su conatus como especie, y el aborto es un obstáculo indudable. Nuestra conciencia mundomediana de hablantes no deja de plantearnos que no se puede olvidar ni enmascarar que el ejercicio de este derecho “legal”, como, en ocasiones, ocurre con el derecho a la legítima defensa, produce la muerte de vida, y ello  no es nada desdeñable. Para lo cual a nadie le puede extrañar que se insista en la protección del derecho a una gestación digna, de principio a fin, en condiciones plenamente aceptables, tanto del hecho de gestación en sí mismo como de sus consecuencias ulteriores, dada la menesterosidad radical del nasciturus como del neonatus, infans, etc., etc.

 

           4.7.2.2. Podemos estar de acuerdo con la defensa de una sana sexualidad, respetuosa con la realidad vital de cada cual, puesto que es pensable o, si se quiere, digno de tener en cuenta lo que señala Michel Raymond (2008:117): “On découvre plutôt qu’on ne choisit ses préférences sexuelles”, que queda lapidariamente formulado en su manifiesto del buen sentido y respeto a la realidad, la sexual u otra cualquiera, (118): “Mais c’est pourtant bien la Terre qui tourne autour du Soleil, n’en déplaise à l’Inquisition: quelle qu’elle soit, la réalité n’a pas à être escamotée ou remplacée par le reflet d’une opinion ou d’une idéologie”.

          

           4.7.2.2.1. Siendo como somos herederos de los genes egoístas, y no tan egoístas, que en cada uno de nosotros han logrado sobrevivir, podemos creer en la eficacia del señuelo –o inocentada- del placer, del honor, del amor a la “verdad”, del buen gusto o sentido estético y práctico al objeto de que nuestros genes egoístas y, un tanto, caprichosos e infantiles vayan adelante en nuestro caminar cósmico o terrícola. Creo también en nuestro sentido crítico frente a la cretina credulidad mítica perdonavidas, salvavidas y otras, hasta matavidas, para progresar en lo más provechoso al microuniverso energético que somos cada uno de los humanos en el conjunto de la evolución espiriforme permanente desde el Big-Bang que nos puso en órbita, dentro de los sobresaltos de la VIDA de la que formamos parte.

          

           4.8. Podemos considerar al Hombre como motor móvil del Universo en cuanto órgano necesario para subvenir a tantas necesidades como en su constante evolución va teniendo la Vida.

          

           4.8.1. En la condición humana tiene especial relevancia la lealtad hasta el sacrificio a la familia, a los amigos, al ser humano cabal, a todos los seres vivos.

          

           4.8.1.1. Están impregnados de modalidad disfórica la impostura, la esclavitud, el aprovechamiento, la humillación, el servilismo. Todo auténtico ser humano pretende ser fiel a su yo insobornable –que decía Ortega-, aunque lo puedo sacrificar por razones mayores en función del beneficio de todos, de los más.

          

           4.8.2. El ser humano es amante de la polémica, pero odia la guerra o imposición por medios violentos del más fuerte sobre el más débil.

 

           4.8.2.1. Creemos en la persuasión, en las buenas razones, en las convicciones, en la opinión propia y respeto consecuente de las ajenas. Es lo propio del ser humano frente a los brutos, como se hace ver en el De Anima, de Aristóteles.

 

           4.8.3. El ser humano se sabe sujeto de derechos personales e inalienables sin distinción de sexo, edad, religión, lugar, formación o cualquier otra circunstancia, pues, como decía Ortega, “yo soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo yo a ella, tampoco me salvaré yo”.

 

           4.8.3.1. Repugna al ser humano el adoctrinamiento interesado y publicitario en nombre de nada ni de nadie. Nadie tiene por qué avergonzarse del contenido de su pensamiento en libertad. Es un derecho adscribirse a las opiniones que presenten coherencia con nuestras expectativas, no sólo experimentales sino también inferenciales. No puede estar prohibido pertenecer a las gentes que piensan en positivo, más allá de los datos meramente experienciales o sensorio-perceptibles, y podemos ser partidarios de los que veneran la energía vital, que nos produce  el bien de la vida.

          

           4.8.4. Por eso, al ser parte integrante e interesada de la Naturaleza,  es un sarcasmo, más allá del comprensible sentido de optimismo y buen deseo, cruzarse de brazos y no hacer nada para remediar lo que esté en nuestra mano, pues si a la Naturaleza que se dota de nuestras manos no le echamos una mano es que somos mal nacidos, malvados o ignorantes, puesto que lo que está en nuestra mano forma parte de nuestro imperativo categórico para obrar o actuar.

          

           4.8.4.1. En efecto, estando todo y todos en evolución y búsqueda permanente de lo otro, nadie tiene la última palabra de nada ni sobre nada. Al fin y al cabo, en plena teoría cuántica, nuestra mirada siempre contamina su objeto. Y nuestra manera de ver, también para el horizonte de alusividad sémica de la palabra dios y todo a lo que significativamente apunta, es poliédrica, como corresponde al triplete semiótico-cognitivo de lo distintivo o significativo, en cuyo marco nos movemos como pez en el agua, en los términos de Paul Ricœur (1984:96), s1 vs s2; s1 vs ¬s1; s1 vs ¬s2, es decir:

 

SER (LO NECESARIO, LO QUE NO PUEDE NO SER) se opone a PARECER (LO CONTINGENTE, LO QUE PUEDE NO SER), como se opone a NO SER (NO NECESARIO, IMPOSIBLE) o a NO PARECER (NO CONTINGENTE, POSIBLE). Lo cual puede ser visto de la siguiente forma, al modo greimasiano:

 

 

1. El límite de lo POSIBLE es lo CONTINGENTE.

1.1. El límite de lo CONTINGENTE es lo POSIBLE.

LO POSIBLE Y LO CONTINGENTE SUMAN Y CONVERGEN: SON COMPUTABLES, TIENEN PRINCIPIO Y FIN.

 

2. El límite de lo NECESARIO es lo IMPOSIBLE.

2.1. El límite de lo IMPOSIBLE es lo NECESARIO.

LO NECESARIO Y LO IMPOSIBLE SE ANULAN, DIVERGEN: NO SON COMPUTABLES, NI TIENEN PRINCIPIO NI FIN.

 

 

● Lo que puede ser y puede no ser se combinan o convergen en un semismo allegable a {AZAR, VIRTUALIDAD, CASUALIDAD, SUERTE, DESTINO,…}.

● Lo que no puede no ser y no puede ser convergen en un semismo allegable a {VACÍO, NADA, ABSURDO, CERO, NULIDAD,…}./En realidad, no son combinables ni convergentes, y prevalece uno de los dos, al ser incompatibles entre sí, aunque no tengamos ni idea de lo que pueda ser o no ser desde nuestra perspectiva de seres contingentes, que hablan, fabulan, dicen, como respiran, y no saben del otro lado de las palabras fuera del fugaz momento de necesaria verbalización cosificadora, siempre otra y  siempre en busca de lo otro, íntimo o extraño, según se señala supra, 4.5. Sabemos que nos mantenemos más por incontrolados impulsos cósmico-vitales que por el apenas controlable temblor incesante de nuestras palabras.

          

           4.8.4.1.1. El andamiaje o andaderas, por así decir, del comportamiento sociosemiótico humano, que podemos cifrar en el cuadrado semiótico, en lo forma en que fue reformulado y aplicado al comportamiento sociosemiótico humano por A.-J. Greimas (1966), o en el triplete semiótico-cognitivo, en el modo arriba indicado de Paul Ricœur (1984),  echa sus raíces en la propia estructura de las cosas, que siempre son para el hombre, en la raigambre antropológica humana, como se insiste una y otra vez en el excelente volumen dialogado de Françoise Héritier (2009), de la que quiero resaltar las siguientes palabras (2009:100-101; 177): “Aucun moyen n’existe de changer la donne: il y a deux sexes. Cette opposition, fondée sur l’anatomie et la physiologie observables, est la base des oppositions binaires et toujours hiérarchisées que nous connaissons, qu’elles soient concrètes ou abstraites, dans les discours savants ou populaires : le haut et le bas, le plein et le vide, le sec et l’humide, l’actif et le passif, le juste et l’injuste, le dehors et le dedans, l’un et le multiple, etc. On observe par ailleurs qu’il y a une affectation des valeurs du masculin et du féminin à chacun des deux pôles de ces catégories opposables, au moins pour celles qui sont d’usage courant <….> J’ai cherché à comprendre pourquoi toutes les catégories intellectuelles qui nous servent à penser sont connotées positivement et négativement, affectées du signe du féminin et du masculin, et hiérarchisées ; pourquoi ces catégories ne sont jamais égales, et pourquoi le positif est toujours du côté du masculin et le négatif du féminin.<…> La différence des sexes est le fondement inscrit dans le corps. C’est le donné élémentaire incontournable, duquel est abstrait un principe qui est l’opposition de l’identique et du différent, à partir de quoi s’élaborent toute une série de choses, et qui explique la cohérence et le fonctionnement des systèmes de représentation.”

          

           4.8.4.1.2. Pienso en las razones que, sin duda, asistían a M. Heidegger al preguntarse “¿Por qué existe el ser y no más bien la nada? (Warum ist überhaupt Seiendes und nicht vielmehr Nichts?, en su Einführung in die Metaphysik), y la misma petición de principio se comete con la serie positiva o realista que con la serie negativa o nihilista, pero la NADA con los seres suma heterogéneamente mientras que el SER con los seres suma homogéneamente, y yo me adscribo a esta línea teísta, tejida de azar y de necesidad, de responsabilidad humana, de libertad, de necesaria cooperación de todo lo que llega a ser para mantenerse en su ser y cuidar del resto de los seres en un conatus sin desmayo y siempre dinámico. Que muchos eclesiásticos se hayan apoderado del referente utópico del significado de la palabra mágica de dios y lo exploten en su único beneplácito y beneficio, eso es otro cantar, que ni tan siquiera roza el Cantar de los Cantares.

 

           4.9. Pero en el comportamiento verbal, cuando realmente hablamos, no decimos lo que sabemos, sino más bien lo que queremos saber. Claro que no siempre hablamos movidos por la inquietud radical de búsqueda metafórica en la que estamos radicados –discusión entre  Heidegger, preocupado por el SER, y Sartre y, antes, Ortega y Gasset, por el HOMBRE, el Da-sein.

 

           4.9.1. Cuando el hombre habla como un gramófono, repite como un loro y se convierte en reportero de su conciencia o memoria. Pero cuando realmente habla, cuestiona, invita a pensar y dice mucho menos de lo que implicita, y busca complicidad en los demás para formar ese macro silogismo de la convivencia, en busca del SER, del que supuestamente o tal vez necesariamente partimos, como los ojos del SER, las necesarias posiciones de su andadura material, de su objetividad o distanciamiento en la búsqueda de su propia esencia, hasta que se conviertan sus riberas o premisas, en términos de P. Valery, en rumor o insondable caudal de esenciales arquetipos, todas las contingencias, después del devaneo existencial, cuyo único responsable no es otro que el SER.

          

           4.9.1.1. El ser humano habla, cuestiona, emite expresiones de todo y, sobre todo, produce palabras en busca del saber fundamental, y al agotar las evidencias de lo contingente de cuanto se da, genera la hipótesis de la entidad originaria, que no se confunde con ninguna entidad contingente, sino que las trasciende todas. El sentido de la trascendencia, al decir de Ortega, es tan vivo en el ser humano, como el sentido de la vista o cualquier otro sentido, que, evidentemente, como todo lo contingente, puede darse o no darse, igual que hay ciegos y sordos, pese a su carácter excepcional.

          

           4.9.1.1.1. El ser humano, al saberse contingente y responsable de determinadas contingencias de unos u otros actos desde su condición de ser libre en tantos aspectos de su comportamiento existencial, como ser con voluntad de ser o seguir siendo de mil y una maneras, puede tener la tentación de confundir su contingencia con la pura fatalidad del azar, negándose no ya a reconocer la paternidad inmediata, que la genética puede documentar y demostrar, sino a postular un necesario principio entitativo, que siendo previo a todo ser contingente  puede ser una explicación coherente de todo cuanto va siendo en las sucesivas entidades emergentes, incluidos los seres humanos.

          

           4.9.1.2. Es pensable que el puro azar, al margen de principio entitativo alguno, es incapaz de dar cuenta de entidad alguna, por contingente y efímera que esta sea. Y muchos comportamientos verbales son deudores de una Weltanschauung similar. La pura nada, el puro azar, que no es nada entitativo, sino mera contingencia entre seres contingentes, que tan pronto son lo que son como dejan de serlo, no puede ser la explicación de entidad alguna. Pero el puro ser, pura energía, que necesariamente es y distinto, por tanto, de la pura nada entitativa, puede ser entendido como el fulcro o punto de apoyo del desencadenamiento de todas las entidades cambiantes o contingentes, sea cual sea el destino de ellas más allá de su peripecia vital. Realizada esta reflexión, me remito al muy sugestivo capítulo tercero, Dios frente a los filósofos, de la sorprendente y paradójica en su conjunto, e importante obra de Fernando Savater (2007:73-98).

 

           4.10. Hablar, conversar, no es sólo informar. Es proponer, buscar, discurrir, invitar a caminar juntos por un mar de dudas, en la sabia expresión de Ortega, del que intuimos que podemos salir airosos sirviéndonos de la malla de relaciones entabladas o habladas con los demás. Lo convencional, que está en la raíz del comportamiento verbal, como ya señaló Aristóteles e insiste R.W.Langacker (1987:98), como, amablemente, me hace ver José Luis Cifuentes, en consonancia, por otra parte, con sus propios planteamientos (1994), está abierto siempre a nuevos acuerdos con nuestros interlocutores, a nuevas negociaciones, a horizontes utópicorreferenciales nuevos.

          

           4.10.1. Hablar es más que fabular. Es inquirir, investigar, vivir y convivir, es decir,  comunicar, munificados o a salvo de los demás desde nuestro yo insobornable, hecho de palabras, y, a su vez, en unión con los demás, abiertos a ellos desde las palabras mismas.

 

           4.10.2. El esqueleto de lo computable son los números, pero la carne y la sangre de lo computable y no computable son las palabras. A este propósito, viene bien que veamos lo que nos dice Jean-Paul Sartre en Les Mots.

 

           4.10.3. Cuando leemos una receta de cocina, como nos hizo ver A-.J.Greimas, una trazada de carretera o complejo deportivo, un contrato o una constitución, lo que leemos y, por lo tanto, se nos dice,  no hay que buscarlo mucho más allá de las palabras, que se nos presentan como correas de transmisión de todo un tejido de relaciones o principios básicos, como sustancia, cantidad, los qualia o características cualitativas, espacio, tiempo y causalidad (material, formal, eficiente, final y nula o casualidad o azar),….

 

           4.10.3.1. No nos vale descreer de nuestras palabras y renunciar a ellas en su conjunto, por más incrédulos y sólo fieles a nuestro yo insobornable que seamos, puesto que todos intuimos que nuestras palabras en situaciones de extrema necesidad son nuestro último recurso, nuestra única salvación. Las palabras del abogado defensor de un inocente salvan a su defendido, si son coherentes y adecuadas, o lo hunden en la condena, si son torpes, incoherentes o inadecuadas. El grito de Aqua alle corde! salvó a la cúpula de San Pedro de Roma de haberse destrozado estrepitosamente si no hubiese mediado esa voz de alarma frente a la consigna de tirar de las cuerdas en silencio. Las palabras de protesta de los esclavos fueron el acicate fundamental ante los tiranos. Fueron la palanca fundamental para echar abajo el inhumano status de la esclavitud. Las palabras, en fin, son la correa de transmisión de nuestras decisiones y compromisos sociales. Son el ingrediente fundamental del comportamiento sociosemiótico humano.

 

           4.10.3.1.1. Cuando Xavier Zubiri nos dice que “Pienso, luego existo y existo, no colgado de la nada, sino de Dios”, según nos recuerda el muy avanzado pensador judeo-cristiano Jesús Hortelano, en su entrevista concedida a EL MUNDO. CRONICA, 2.08.09, está haciéndonos ver  que la serie óntica es mucho más acorde con cuanto existe que la serie nóntica o nihilista, con la que cualquier existencia, por muy contingente que sea, es incompatible. En cambio, no hay incompatibilidad absoluta entre el ser necesario y el ser contingente, puesto que si el azar y la necesidad gobiernan el universo, cabe pensar en la necesidad del ser como algo prioritario con respecto a la contingencia en el ser, que, como es obvio, para ser, en lo que es contingente, precisa de la no contingencia o necesidad de ser de su origen óntico. En cambio, por muchas cábalas que hagamos, de la nada, como fuente originaria de la contingencia, no puede salir nada. Y no es lo mismo la nada que la antimateria de los físicos quánticos. A la nada no la salva ningún Big Bang, en el comienzo energético-evolutivo de todo cuanto sucede en el universo o en los distintos universos. Claro que el ser humano, que se sabe existiendo en modo contingente –que, en el mejor de los casos, nace, crece, se reproduce y muere-, puede tener la tentación de  pensar que si no existimos como seres necesarios y que procedemos por pura evolución azarosa, desinteresados ya de nuestro origen absoluto, puesto que morituri sumus, ¿para qué vamos a aceptar la existencia de un ser necesario, no sujeto a nuestras contingencias, pero necesario para dar cuenta cabal de la existencia de todo lo contingente que existe en el Universo?- Podemos seguir empeñados en tratar la existencia del ser necesario como algo propio de las religiones, de los que administran o viven de cada una de las religiones, pero nos engañamos si pensamos que lo que toca a la razón de ser de nuestra existencia no nos interesa a todos, o que no nos interesa porque se generan demasiadas paradojas, cuando tan bonito es no dar cuenta a nada ni a nadie, no ya a ningún representante de religión alguna, sino a ningún ser superior a nosotros, llamémosle como le llamemos, cuando tan socorrida es la nada, en forma de azar y necesidad, pero sin recurrir a nada ni a nadie que esté por encima de nuestro ser contingente que, por suerte, es como es, y le basta con ser lo que es, y vivir lo que le toque en suerte vivir, sin otro objeto que el de vivir de la forma más placentera que pueda.

          

           4.10.3.1.2. Ya es hora, creemos, de desmitificar la antirreligión, que cabe desmitificar tanto como la religión oficial de cualquiera de las comunidades humanas. No es lícito mezclar las cuestiones filosófico-cognitivas con las debidas meramente al comportamiento de determinados religiosos o responsables de determinadas religiones. Así como la materia y la antimateria están en el mismo paradigma científico, también la religión –cualquiera de las oficialmente existentes con carácter más o menos coercitivo con respecto al ser humano- está en el mismo paradigma interesado que la antirreligión. No podemos confundirnos por temor a nada ni a nadie, puesto que no nos va a servir de nada que nos aplaudan o nos vituperen, si nuestro yo insobornable nos dice otra cosa. No vaya a ser que por querer meter el dedo en el ojo a los “endiosados” mandamases de las religiones positivas, incurramos en el error de intentar cegar o poner cortapisas en el cabal y libre desarrollo del pensamiento humano.

 

           4.11. Volviendo sobre nuestro propósito fundamental, ¿cómo vamos a saber lo que decimos cuando hablamos, si las palabras que proferimos al hablar no tienen referente alguno, siendo como son constructos mentales, a lo sumo, constructos monumentales o rememorativos de la interiorización de las más variadas experiencias sensorio-perceptivas o intelectivo-axiológicas, con mayor o menor elaboración mental, siempre en utópica asociación referencial o inferencial, según las fuentes perceptivo-intelectivas de nuestra ineludible condición humana? La palabra no es tal sino en la medida en que se depura y, como en todo sistema cognitivo que se precie, se contrae como punto de convergencia de las más variadas circunstancias denotativo-asociativas, nunca ajenas a la voluntad reunificadora del comportamiento verbal humano. Lo que vale para el comprender y observar científicos, en los términos brillantemente planteados por Jorge Wagensberg (2009), vale, a nuestro juicio, para las palabras, en su depuración sistemática y en su aplicación a las más variadas aplicaciones denotativo-señaléticas.   

 

           4.11.1. Al hablar no logramos decir nunca lo que nuestras palabras significan, sino lo que logramos asociar a su significado, en un giro utópico-referencial inexcusable, dada la universalidad o virtualidad del tipo sistemático-verbal -mediante el cual comprendemos- sobre las ocurrencias discursivas -que a cada paso observamos-, en un interminable centelleo ocurrencial, que se ilumina desde el tipo pero no lo agota. ¿No será que las palabras sistemáticas significan siempre más de lo que dicen en un discurso dado?

          

           4.11.2. Al hablar las palabras significan, pero las oraciones que configuran la operación verbal dicen, y, en tal sentido, van más allá de las palabras en su depuración o universalidad sistemática. ¿No será que las palabras, en paralelo con lo señalado por L. Wittgenstein  en su Tractatus,  en las oraciones, son como flechas utópico-referenciales y no meramente sistemático-significativas?

 

           Y dado que el hablar se produce siempre por un hablante concreto y en determinadas circunstancias espacio-temporales, viene bien recordar a Ortega (1914, vol.6:88):

          

           Hoy sabemos que hasta el aire es duro como el acero en cuanto aumentamos nuestra              velocidad. Parejamente nace y existe siempre el hombre, quiera o no, en un “mundo social”, compuesto también de resistencias, de presiones anónimas que se ejercen sobre él: los usos,              costumbres, normas vigentes, etc. El Estado es sólo una de esas presiones sociales, la más fuerte,   la compresión máxima.

          

           4.11.3. También converge con lo anteriormente expuesto y por el mismo Ortega, con toda razón, opinamos, Pierre Bourdieu, en su célebre Ce que parler veut dire, ((1982) 2009:20)), donde -y con ello terminamos, al margen de nuestra discrepancia respecto de la posibilidad de discours formellement corrects mais sémantiquement vides-  nos dice lo siguiente:

 

           Il reste que la science sociale doit prendre acte de l'autonomie de la langue, de sa logique spécifique, de ses règles propres de fonctionnement. On ne peut en particulier comprendre les effets symboliques du langage sans prendre en compte le fait mille fois attesté, que le langage est le premier mécanisme formel dont les capacités génératives sont sans limites. Il n'est rien qui ne puisse se dire et l'on peut dire le rien. On peut tout énoncer dans la langue, c'est-à-dire dans les limites de la grammaticalité. On sait depuis Frege que les mots peuvent avoir un sens sans référer à rien. C'est dire que la rigueur formelle peut masquer le décollage sémantique. Toutes les théologies religieuses et toutes les théodicées politiques ont tiré parti du fait que les capacités génératives de la langue   peuvent excéder les limites de l'intuition ou de la vérification empirique pour produire des discours formellement corrects mais sémantiquement vides. Les rituels représentent la limite de toutes les situations d'imposition où, à travers l'exercice d'une   compétence technique qui peut être très imparfaite, s'exerce une compétence sociale, celle du locuteur légitime, autorisé à parler et à parler avec autorité: Benveniste remarquait que les mots qui, dans les langues indo-européennes, servent à dire le droit se rattachent à la racine dire. Le dire droit, formellement conforme, prétend par là même, et avec des chances non négligeables de succès, à dire le droit, c'est-à-dire de devoir être.<...> Le discours juridique est une parole créatrice, qui fait exister ce qu'elle énonce. Elle est la limite vers laquelle prétendent tous les énoncés performatifs, bénédictions, malédictions, ordres, souhaits ou insultes: c'est-à-dire la parole divine, de droit divin, qui, comme l'intuitus originarius que   Kant prêtait à Dieu, fait surgir à l'existence ce qu'elle énonce, à l'opposé de tous les énoncés dérivés. Constatifs, simples enregistrements d'un donné préexistant.”

 

 

 

 

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