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ACERCA DE
Julio César
Sal Paz
(Universidad Nacional de Tucumán – CONICET)
Resumen
Todos comprendemos, en mayor o
menor grado, de manera intuitiva qué es una metáfora y cómo opera. La
utilizamos para transmitir lo que pensamos, para dar nombre a realidades que
hasta el momento no lo tienen, para exponer conceptos que no resultan claros,
es decir, con una intención primordialmente didáctica, descriptiva,
explicativa. En síntesis, la metáfora manifiesta el poder creativo y la
capacidad lingüístico-comunicativa de los hablantes para expresar una situación
en términos de otra. Sin embargo, intentar definirla y distinguirla de otras
figuras retóricas no es una tarea sencilla. Por eso, ha sido y es objeto de
investigación de disciplinas como la teoría literaria, la lingüística, la
filosofía y la psicología, que han procurado abordarla desde diferentes
perspectivas críticas.
El presente trabajo tiene como
objetivo el estudio de la metáfora en el dominio de internet, para dar cuenta
de los procesos cognitivos que vehiculiza su empleo, así como de la creación de
nuevas unidades léxicas que genera, en el marco de una cultura globalizada y de
un mundo intercultural.
Para ello, a partir de
lineamientos metodológicos propios de la lingüística cognitiva y del análisis
del discurso, examinaremos la estructura de naturaleza metafórica del lenguaje
informático vinculado con el concepto ‘internet’.
Palabras clave:
metáforas, internet, ciberespacio.
Abstract
“The Metaphor as a Lexical Construction Resource
within a Digital Context. Preliminary considerations”
We can all intuitively understand, to a greater or lesser degree, what a
metaphor is and how it works. A metaphor is fundamentally employed with
didactic, descriptive and explanatory purposes. This figure of speech is used
to express thoughts, to give a particular name to formerly un-named realities
and to explain difficult concepts. In short, the creative power, the ability to
communicate and the linguistic competence of speakers are proved by the use of
metaphors, i.e. by expressing a situation in terms of another. Nonetheless,
neither defining nor distinguishing a metaphor from other figures of speech is
an easy task. Hence, the metaphor is the object of interdisciplinary research
from diverse fields of knowledge such as literary theory, linguistics,
philosophy and psychology.
The purpose of this paper is to study the metaphor on the internet, the
cognitive processes which allow the use of this figure of speech on the World
Wide Web and the coining of new lexical items as a result of the use of
metaphors within the framework of a global culture in an inter-cultural world.
In order to achieve the formerly expounded purpose the metaphorical
nature of the structure of language in the realm of computing, i. e. language
related to the concept of “internet”, is going to be methodologically analyzed
under the light of cognitive linguistics and discourse analysis.
Key words: metaphor,
internet, cyberspace.
1. Algunas notas sobre la metáfora
“La metáfora, como otros tropos
y figuras,
construye una visión del mundo
y determina su pensabilidad”.
(Vico, apud Pujante, 2003: 210)
En este artículo pretendemos
efectuar un relevamiento de las diversas metáforas de uso frecuente que se
emplean en español para designar a internet. Para ello, recurriremos,
principalmente, a los trabajos desarrollados por Cabrera Paz (2001), Diviani
(2003), Echeverría (1998, 1999), Millán (1997, 1998a, 1998b, 2000a, 2000b,
2004), Núñez Mosteo (2004), Pérez i Brufau (2007), Trejo Delarbre (1996), Villa
(2006), entre muchos otros.
El sustantivo ‘metáfora’ procede del latino metaphŏra, y este del verbo griego μεταφερω que significa
llevar a otra parte, transportar, trasladar, transferir, cambiar, mudar,
trocar, confundir, enredar... Entonces, metáfora significa, literalmente,
traslación o transferencia e indica, etimológicamente, la posición de una cosa
en lugar de otra (Boquera Matarredona, 2005: 15).
Cuando hablamos de metáforas la
referencia al mundo literario y al lenguaje poético resulta inevitable.
El investigador español David
Pujante, en su Manual de retórica
(2003), se expresa sobre ella en los siguientes términos:
Es
la expresión más característica de la retórica. Existe un modo racional de
expresar el mundo, cuya piedra angular es el concepto; y existe una forma
retórica de expresión, basada en la metáfora. Estas formas expresivas no son
ajenas al problema del conocimiento, por lo que podemos incluso decir que la metáfora
es el modo expresivo por excelencia del mecanismo de conocimiento retórico
(Pujante, 2003: 206).
Es decir, desde la tradición
grecolatina -Aristóteles, Cicerón, Quintiliano-, se la ha concebido como el
recurso retórico por antonomasia, como un tropo[1] que opera con relaciones de semejanzas, como una “figura
mediante la cual un signo es sustituido por otro que comparte con el primero,
al menos un rasgo semántico común” (Cardona, 1991: 182). En este sentido,
Azaustre y Casas (2004 [1997]: 83-84) la definen como:
Tropo
por semejanza que se manifiesta en el ámbito de la palabra: sustitución[2]
de un vocablo apropiado por otro inapropiado en virtud de una relación de
similitud entre sus correspondientes conceptos. […] Cuando el término
metaforizado, esto es, el elemento inicial sobre el que actúa el tropo, está
explícito, se habla de metáfora in
praesentia; cuando ha sido omitido estamos ante una metáfora in absentia. En sentido estricto, sólo
esta última modalidad implica una sustitución de conceptos, pues en el caso de
la metáfora in praesentia se produce
una simple identificación de realidades.
Por su parte, María Moliner
(1980, tomo II: 402) la conceptualiza como tropo consistente en “usar las
palabras con sentido distinto del que tienen propiamente, pero que guarda con
éste una relación descubierta por la imaginación; como ‘perlas de rocío’,
‘primavera de la vida’” y Jan Renkema (1999: 134) la entiende como “una forma
del lenguaje figurativo en la cual un objeto o concepto se denota por medio de
otro objeto o concepto. Esta asignación de un objeto o concepto a otro tiene
lugar a partir de ciertas similitudes entre ambos”.
De esta manera, se basa en
correspondencias analógicas que pueden establecerse entre dos objetos o
componentes. Es “el traspaso del sentido recto a otro figurado en una
comparación no expresa o, dicho de otro modo, el proceso por el cual un
significante acepta otro significado ajeno al suyo por medio de una comparación
tácita” [3] (Núñez Cabezas, 2002: 393).
Para Ullman (1972),
representante de la escuela semántica, es una figura retórica con una
estructura muy simple[4]:
Siempre
hay presentes dos términos: la cosa de la que estamos hablando y aquella con
quien la comparamos. En la terminología del Dr. Richards, el primero es el
tenor (tenor); el segundo, el vehículo (vehicle); mientras que el
rasgo o los rasgos que tienen en común constituyen su fundamento (ground)
(1972: 240).
En el ámbito de la pragmática,
para explicar las condiciones que regulan su uso, Escandell Vidal (1996: 194)
propone considerar los siguientes elementos:
1. Cuáles son los mecanismos que la hacen posible.
2. Cuáles son los principios que determinan su producción por
parte del emisor.
3. Cuáles son las estrategias que permiten su reconocimiento e
interpretación correcta por parte del receptor.
Así, Searle (1986) sostiene que
en la metáfora -al igual que en la ironía y en los actos de habla indirectos-
las palabras que utiliza el hablante para comunicar su mensaje no tienen un
significado concreto si se interpretan literalmente. Esto es: no existe una
correspondencia directa entre lo que el enunciador dice y lo que,
efectivamente, quiere comunicar.
Según su perspectiva, presenta
dos propiedades características (Searle, 1979, apud Escandell Vidal, 1996:
203):
1. Es restringida: no puede construirse sobre cualquiera de los sentidos en
que una cosa se asemeja a otra.
2. Es sistemática: puede comunicarse gracias a la presencia de un
conjunto de principios compartido por enunciador y destinatario.
Asimismo, señala que su interpretación
se asienta en la existencia de ciertos patrones de inferencias -que funcionan
regularmente- en los que es posible distinguir tres tipos de estrategias
(Escandell Vidal, 1996: 204):
1. De
reconocimiento: para determinar
si hay que buscar o no una interpretación metafórica.
2. De cálculo: para medir los diferentes valores que pueden asignarse a
la entidad con respecto a la cual dos elementos son semejantes.
3. De restricción: para ceñir las posibilidades calculadas e identificar el
factor concreto que sirve como su fundamento.
Por su parte, Grice (1975)
sugiere que la deliberada transgresión a la máxima de cualidad -‘No diga algo
que crea falso’- da lugar a una serie de tropos y figuras, entre los cuales
ubicamos a la metáfora. En este sentido, la teoría de la relevancia de Sperber
y Wilson advierte que todos los tropos son tipos de enunciados en los que el
emisor expresa abiertamente una creencia que espera que nadie considere
literalmente verdadera. Para los autores (1994: 233-236), mediante la utilización
de actos de habla indirectos, afirmaciones aproximadas y metáforas, el hablante
puede aumentar los efectos contextuales sin que por ello se menoscabe la
relevancia de su uso lingüístico. En el caso concreto de las metáforas, son dos
las características definitorias de su propuesta:
1. interpretan un pensamiento del hablante, que puede ser
complejo y no ser parafraseable mediante una forma literal;
2. se emplean porque alcanzan mayores efectos contextuales que
las correspondientes enunciaciones literales, cuando éstas son determinables.
Al respecto, resulta
esclarecedora la puntualización de Martínez-Dueñas (1993: 54) para quien el
enunciado metafórico
no
tiene valor de verdad, en el sentido convencional, por la razón de que crea su
propia dimensión de aceptación. Es otro valor el que aparece, el del
significado alternativo, que procede de la necesidad lógica de ampliar el
alcance de la expresión.
En consecuencia, la pragmática no se ocupa de la metáfora en
tanto fenómeno literario, sino más bien de su presencia en la lengua común. Es decir, desde un punto de vista
lingüístico-literario, las metáforas se han concebido, tradicionalmente, como
un artificio retórico, como parte del ornato del lenguaje y, por ello, como
algo artificial, cuyo uso se limita al lenguaje de la poesía para expresar y
describir estados anímicos, emociones y sentimientos. Sin embargo, nada más
alejado de la realidad puesto que, como bien señala Lyons (1989: 490), la
metáfora “de ninguna manera se limita a lo que se consideran usos poéticos de
la lengua”. Es un recurso natural y espontáneo que empleamos con frecuencia en
la comunicación diaria y que, por tanto, no se encuentra relegado, en absoluto,
al lenguaje literario, sino que es habitual en el lenguaje cotidiano y, como veremos,
más frecuente de lo que imaginamos en el lenguaje de la informática.
En consonancia con lo
formulado, Lakoff y Johnson (1986), desde un marco psico-cognitivo, manifiestan
que no es sólo una figura retórica sino que constituye un mecanismo cuya base
radica en nuestro sistema conceptual -puesto que para comprender y expresar
situaciones complejas se apoya en aspectos más elementales y conocidos- que
impregnan el uso cotidiano del lenguaje. De esta forma, esencialmente, es un
elemento cultural propio de una lengua.
La
metáfora es, para la mayoría de la gente, un artificio de la imaginación
poética y de la ornamentación retórica, algo que pertenece al lenguaje
extraordinario, más que al ordinario. Además, típicamente, se la ve como
característica sólo del lenguaje, un asunto de palabras, más que de pensamiento
y de acción. Por esta razón, se piensa que uno puede arreglárselas
perfectamente sin metáforas. Hemos encontrado, por el contrario, que prevalecen
en la vida cotidiana, no sólo en el lenguaje, sino también en el pensamiento y
la acción. Nuestro sistema conceptual, en términos del cual pensamos y
actuamos, es fundamentalmente metafórico en su naturaleza (Lakoff y Johnson,
1986: 3).
Helena Calsamiglia Blancafort y
Amparo Tusón Valls en Las cosas del decir (1999) revelan que esta
concepción no es inédita, sino que surge en la antigüedad clásica:
la
metáfora consiste en ‘transferir a un objeto el nombre que es propio de otro’;
también se encuentra en Aristóteles la afirmación del carácter cognoscitivo de
la metáfora ‘que nos instruye y que nos hace conocer’ y el reconocimiento de
que la construcción de metáforas se debe al talento natural de las personas
para ‘saber apreciar las semejanzas’ (1999: 346).
Desde el mismo enfoque crítico,
Rojas Mayer (1994) añade:
al
tratarse de un proceso de elaboración mental en el cual se sustituye un
elemento por otro, el emisor elige, inconscientemente, esa vía como modo de
resumir varias cualidades en un solo nombre, para así evitarse brindar mayores
detalles en su exteriorización verbal de lo que piensa, con un recurso casi
pictórico. Pero por cierto en este proceso, el contexto global y dentro de él
su interlocutor, serán sus cómplices en la identificación del objeto que se
propone, ya que las valoraciones culturales resultan fundamentales para una
interpretación acertada. (Rojas, 1994: 197-198).
Para estos autores, entonces,
la metáfora constituye un modo de pensar el mundo y organizar en forma
coherente un concepto, a través de un vínculo analógico con un objeto de otro
orden. Por lo tanto, no es sólo un recurso retórico característico de un
registro literario[5]:
La
metáfora está en el origen mítico de nuestras religiones (el árbol de la
ciencia, el árbol de la vida), e incluso en la base de los más importantes hallazgos
científicos[6]
(Pujante, 2003: 206).
Lakoff y Johnson, en Metáforas
de la vida cotidiana (1986) postulan tres tipos de estructuras conceptuales
metafóricas:
1. Metáforas
orientacionales: sistematizan una
red global de conceptos en relación con otros. Nacen de nuestra interacción con
el mundo físico. Se vinculan, mayormente, a la orientación espacial:
arriba/abajo, derecha/izquierda, dentro/fuera, delante/detrás,
profundo/superficial, central/periférico. Ej.: ‘estatus alto’, ‘cuesta abajo’,
‘alta fidelidad‘, ‘bajos instintos’ ‘levantar el ánimo’ ‘tener un bajón’,
‘amanecer con el pie izquierdo’, ‘estar a la derecha del Padre’, etc.
2. Metáforas
ontológicas: categorizan un
fenómeno de forma peculiar mediante su consideración como entidad, sustancia,
recipiente, individuo, etc. para tornar sus rasgos constitutivos más concretos
y tangibles. Ej.: ‘El cerebro humano es un recipiente’: ‘no cabe en la cabeza
de nadie’, ‘me entran los contenidos a presión’; ‘¿tenés algo en mente?’, etc.
3. Metáforas
estructurales: organizan una
actividad o noción en términos de otra. Desde una metáfora central van
generándose nuevas que sirven para explicar aspectos parciales, pero que son
consistentes con la metáfora inicial global. Es decir, permiten entender un
dominio de la experiencia a partir de otro, por medio de una proyección (mapping)
de los elementos constitutivos del dominio origen a los del dominio destino.
Ej.: ‘un discurso es un tejido’: ‘se puede perder el hilo’, ‘las ideas
están mal hilvanadas’, ‘falta un hilo conductor’, ‘este argumento está bien
tramado’, ‘el cuento tiene un nudo y un desenlace’, ‘se atan cabos’, ‘se hila
muy fino’, etc.
Por su parte, para Calsamiglia
Blancafort y Tusón Valls (1999: 346-347) el uso metafórico del lenguaje posee
-además de la función ‘estética’
y ‘cognitiva’ ya abordadas-
poder ‘persuasivo’, ‘expresivo’ y ‘epistémico’, puesto que, por un lado, supone inteligencia, ingenio
y sensibilidad para asociar situaciones diversas, y por otro, a veces, obedece
a la necesidad de explicar atributos abstractos o difíciles de describir.
Finalmente, siguiendo a Lázaro
Carreter (1977) diferenciaremos las metáforas ‘lingüísticas, léxicas o fósiles’ -expresiones que
originalmente fueron metáforas, pero que han dejado de serlo y se han
incorporado a la lengua (hoja de papel, cabeza de ajo, cuello de botella)- de
las ‘literarias’ -formas que
pertenecen al habla, como modalidad individual de un escritor o de un hablante.
Desde otra perspectiva -aquella
que contempla el tipo de analogía entre el elemento de origen y el de destino,
es decir, la clase de sustitución que se efectúa-, Martínez Amador (1953)
distingue cuatro variedades de metáforas:
1. Entre seres animados: ‘ese hombre es un zorro’, ‘esa
mujer es una hiena’, etc.
2. Entre cosas inanimadas: ‘la cumbre del poder’, ‘la
nave del estado’, etc.
3. De lo inanimado a lo animado: ‘la familia es el
pilar de la sociedad’, etc.
4. De lo animado a lo inanimado: ‘el gusano de la
conciencia’, etc.
En síntesis, la metáfora se
manifiesta como una entidad que impregna el lenguaje cotidiano y se instaura
como un dispositivo válido para entender concepciones, realizar razonamientos
abstractos y estructurar un campo de significado y de experiencia emergente. De
ahí, la importancia que asume en el ámbito tecnológico y en el de la
comunicación electrónica. En otras palabras, cuando nos encontramos frente a
nociones complejas y frente a situaciones nuevas que no se hallan claramente
ubicadas en nuestro universo de sentido y de significación, se torna
imprescindible captarlas mediante conocimientos que distinguimos con mayor
claridad.
A
continuación, analizaremos e intentaremos agrupar y jerarquizar algunas de las
múltiples metáforas referidas a la web de las que como hablantes nos
valemos para comprender su funcionamiento. Debemos advertir que, a partir de la
clasificación efectuada por Lakoff y Johnson, en la mayoría de los casos
estaremos frente a metáforas estructurales.
2.
Internet: diferentes denominaciones metafóricas para un mismo fenómeno
“Ninguna metáfora única
transmite completamente
la naturaleza del espacio cibernético”.
(Rheingold, 1996: 82)
2.1. Internet como laberinto y telaraña
En
el contexto de la actual de la ‘Sociedad de la información y del conocimiento’,
frente al rol hegemónico que se le ha otorgado a las ‘nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación’, las metáforas para aprehender el fenómeno
‘internet’ se han multiplicado. En consecuencia, la reflexión sobre ellas puede
conducirnos a vislumbrar las representaciones sociales[7] que gravitan en torno a su construcción, así como las
expectativas que generan en los usuarios.
Indudablemente,
una de las figuras que se ha asentado de modo dominante en el discurso sobre
internet ha sido la del ‘laberinto’:
“sendero que se bifurca en infinitas posibilidades de recorrido, gigantesco
entramado de caminos, bibliotecas y textos que, a menudo, desembocan en rutas
sin salida” (Diviani, 2003).
Al
respecto, el DRAE puntualiza:
(Del lat. labyrinthus, y este del gr. λαβύρινθος).
Es una de las obras más
antiguas del pensamiento humano. Ha sido edificado, históricamente, con
diversas estructuras -piedras, arbustos, espejos, trazos y, actualmente, por
bits- y alude a variados órdenes de representación simbólica -rituales,
mágicos, lúdicos. No obstante, a pesar de estas diferencias, lo que caracteriza
a cualquier laberinto es su condición arquitectónica de proyectar una salida
que, a veces, sólo puede hallarse gracias a la valiosa colaboración de un
‘buscador’:
Ahora
bien, junto a esta metáfora, existe otra muy difundida: la de la ‘telaraña’. Precisamente,
Es evidente, que las dos metáforas con que suele
representarse a la red, en general, pretenden apuntalar y enfatizar el carácter
descentralizado, polifacético y ramificado del sistema tecnológico […]. Sin
embargo, a la lógica laberíntica, en la que cabe la posibilidad de construir
mapas, le sucede la telaraña como entramado de líneas sin referente y sin
sentido, en donde el sujeto se vuelve objeto - botín del sistema. La condición
de perderse o de no encontrar salida, transforma al laberinto en telaraña.
(Diviani, 2003).
2.2. Internet como malla[9] o red[10]
‘Red’
es otra de las metáforas que empleamos como expresión sinonímica de internet
-relacionada sólo parcialmente con las anteriores- para dar cuenta de la
pluralidad de nodos que, en su interior, se entrelazan y configuran infinidad
de ramificaciones. La voz, que tiene algunos siglos de existencia, es descripta
por el DRAE como:
(Del lat. rete).
Para
completar esta caracterización, acudiremos a José Antonio Millán (2000a) quien
consuma una atrayente historia del término, cuyos pasajes más importantes,
transcribimos en la siguiente cita:
En latín, rete era el nombre de una malla hecha con
fibras separadas de tejido, que podía tener muy distintos usos: la caza de
aves, la captura de peces, servir de recipiente para objetos, etc. Con ese
mismo sentido pasó a muchas lenguas romances, entre ellas al español donde se
encuentra ya en torno al año 1000 (bajo la escritura reth). Red, tal y
como ahora la escribimos y pronunciamos, nos acompaña por lo menos desde el
siglo XII […] El hecho de estar compuesta por muchos hilos que se entrecruzaban
hizo que empezaran a emplearse usos metafóricos: se podía hablar de una red de
espías, de una de distribución, etc. Es decir, de cosas conectadas de forma
compleja, aunque no tuvieran relación física. […] Cuando llegaron los sistemas
de radiodifusión fue común denominarlos redes. Y cuando en 1969 se diseñó un
sistema de comunicación seguro entre ordenadores se le dio un nombre que
también contenía a la red: ARPANET (la ‘abuela’ de
Por su parte, A. Mattelart (1995) en un novedoso
artículo titulado “Tiempos del ingenioso. Una lectura comunicativa de
Cervantes” señala:
el lenguaje médico es el que alumbrará un vocablo central en
el análisis de los procesos de comunicación: el de red. Este concepto, que
primero se aplicó a la composición reticular de la piel, sólo pasará a formar
parte del lenguaje de las vías de comunicación en el transcurso del siglo XIX,
[…] con la llegada y la implantación de redes de ferrocarriles.
Con todo, el carácter y la naturaleza de las redes
han ido modificándose, dado que a cada época le corresponde un paradigma
comunicacional particular. Así, frente a la red de caminos, propia del universo
vital de Don Quijote de
Es decir, el
concepto de internet se asienta en la gran metáfora de la ‘Red de redes’:
millones de puntos de información esparcidos por la faz de
2.3.
Telépolis: internet como el tercer entorno
El filósofo español Javier
Echeverría en su obra Los Señores del Aire: Telépolis y el Tercer Entorno
(1999) parte de la consideración de que las nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación (TICs) están posibilitando un escenario “que
difiere profundamente de los entornos naturales y urbanos en los que
tradicionalmente han vivido y actuado los seres humanos” (1999: 14). En
consecuencia, plantea un nuevo modelo de espacio social al que denomina ‘tercer
entorno’ (E3) -en contraposición a la existencia de otros dos, (E1) y (E2)-, en
donde puede florecer la ‘Sociedad de
Así, el ‘primer entorno’ (E1) es aquel que se
estructura próximo a la physis, al ambiente natural del ser humano que
incluye al campo, a la montaña, a las costas, al mar, a los lagos, a los ríos,
etc., donde se ha desarrollado una modalidad de sociedad que, genéricamente, se
denomina ‘sociedad agraria’. El cuerpo, el clan, la tribu, la familia, las
costumbres, los ritos, las técnicas de producción, la lengua, la propiedad...,
representan algunas de sus formas sociales características (1999: 28).
Por su parte, el ‘segundo entorno’ (E2) es el que gira
alrededor de la polis, del escenario de la ciudad y del pueblo; es un
espacio urbano, social y cultural, en el que se ha desplegado como modelo
canónico la ‘sociedad industrial’. El vestido, el mercado, el taller, la
empresa, la industria, el estado, la nación, la iglesia, el poder, la
economía…, son algunas de sus diversas formas sociales constitutivas (1999:
42).
El ‘tercer entorno’ (E3), telépolis, es un nuevo ámbito social
en construcción, básicamente artificial y posibilitado por una serie de
tecnologías -telefonía, televisión, dinero electrónico, redes telemáticas,
tecnologías multimedia, videojuegos y realidad virtual- que modifican las
relaciones sociales y culturales de E1 y E2.
La interrelación de esas siete
tecnologías con la coordenada témporo-espacial conforma el ‘tercer entorno’, al
que otros autores califican como espacio ‘informacional’, ‘electrónico’,
‘digital’ o ‘ciberespacio’.
Tabla I
PRIMER ENTORNO E1 |
SEGUNDO ENTORNO E2 |
TERCER ENTORNO E3 |
Campo |
Ciudad |
Ciberespacio |
Physis |
Polis |
Telépolis |
Natural |
Urbano |
Electrónico |
Sociedad
agraria |
Sociedad
industrial |
Sociedad
informacional |
A partir del análisis de las
estructuras y características de cada uno de los entornos en tanto espacios de
interrelación humana, Echeverría consigue establecer veinte contrastes entre
los dos primeros -considerados como una unidad porque las diferencias que
presentan no son tan marcadas- y el emergente E3:
Tabla II
ASPECTOS |
PRIMER Y SEGUNDO ENTORNO (E1 Y E2) |
TERCER ENTORNO (E3) |
Carácter
matemático (distancia/situación) |
Proximal |
Distal |
Recintual |
Reticular |
|
Esencia
física |
Material |
Informacional |
Presencial |
Representacional |
|
Natural |
Artificial |
|
Sincrónico |
Multicrónico |
|
Extensión |
Compresión |
|
Movilidad
física |
Fluencia
electrónica |
|
Circulación
lenta |
Circulación
rápida |
|
Asentamiento
en tierra |
Asentamiento
en aire |
|
Estabilidad |
Inestabilidad |
|
Localidad |
Globalidad |
|
Naturaleza
epistémica |
Pentasensorial |
Bisensorial |
Memoria
natural interna |
Memoria
natural externa |
|
Analógico |
Digital |
|
Diversificación
semiótica |
Integración
semiótica |
|
Índole
social |
Homogeneidad |
Heterogeneidad |
Nacionalidad |
Transnacionalidad |
|
Autosuficiencia |
Interdependencia |
|
Producción |
Consumo |
(Adaptado de Echeverría, 1999: 145)
Es decir, ‘Telépolis’ es un neologismo acuñado por Javier Echeverría (1998) para
explicar el funcionamiento de internet, a partir de la metáfora de la ciudad
global:
Telépolis es una nueva forma social de interacción a
distancia posibilitada por las nuevas tecnologías -informáticas, electrónicas,
telecomunicativas, semióticas…-Telépolis modifica profundamente las actividades
sociales de los pueblos y de las ciudades: la política, la guerra, el derecho,
la banca, el comercio, la producción, el consumo, la reproducción, la ciencia,
el arte, la religión, la información, la documentación, la comunicación, la
enseñanza, la medicina, el deporte, el espectáculo, el ocio, el sexo, etc. Las
tecnologías aludidas modifican la práctica de dichas actividades siempre en un
mismo sentido, que puede quedar resumido mediante el prefijo ‘tele’, añadible
hoy en día a casi todas ellas (1998: 8).
Así,
‘tele’, que proviene de la voz griega τηλε y que,
según el DRAE significa “a distancia”, se une a diferentes morfemas léxicos
para resignificar los contornos de la metrópoli telemática:
La
vida privada y la vida íntima se adaptan a su vez a este entorno reticular de
interacción a distancia. Surgen nuevas ventanas -aparatos de radio, pantallas
de TV-, puertas -teléfonos, interfaces telemáticas-, cajones -CD-Rom, CDI- y
cerraduras -tarjetas y claves de acceso, passwords-
que abren o cierran las conexiones con Telépolis. La ciudad global se superpone
a las ciudades y a los países a través de todo un entramado de cables,
conexiones, telepuertos y torres de comunicaciones, pero también las telecasas
y las teleoficinas se superponen a las casas y oficinas clásicas (1998b: 8-9).
En síntesis, E3 es un nuevo
espacio-tiempo social. Su estructura influye sobre las actividades que se
producen en su seno, razón por la cual resulta imprescindible adecuarse a ella,
diferenciándola muy claramente de la de los espacios sociales tradicionales,
representada en los escenarios E1 y E2. Por tanto, el cambio tecnológico es un
factor medular de este tercer entorno. De ahí el ritmo vertiginoso de
transformación que viene experimentando en las últimas décadas (1999, 155).
2.4. Internet como ciberespacio
“Internet, el ciberespacio,
es un mundo
donde interactúan y conviven
todos los mundos posibles”.
Héctor Bentolila (2005)
El
antropólogo español Joan Mayans i Planells (2003) considera que el ‘ciberespacio’ es “un entorno que,
aunque creado tecnológicamente, sólo puede entenderse desde su dimensión
social”. Es un espacio cuya lógica no se corresponde con la de la geografía
física, puesto que una de sus especificidades más importantes es la carencia de
centro, de atalayas privilegiadas desde las que enunciar. Esto se debe a la
estructura en red, modular y escalable que ostenta.
El
DRAE abriga la expresión desde su edición
Lo ciber adopta, entonces, un
sentido similar al aportado, en muchos casos, por los calificativos ‘virtual[14]’, ‘electrónico’[15], ‘digital’[16] o ‘telemático’[17].
Por
su parte, el investigador mejicano Edgar Gómez Cruz en Las metáforas de Internet (2007) advierte que:
Si se comenzara por establecer el contexto lingüístico en el
que se originó el concepto de ciberespacio, habría que decir que éste proviene
de la unión de dos vocablos que académicamente resultan complejos por los
diferentes significados que se les han dado en distintos contextos: éstos son
cibernética y espacio. Los estudios ‘cibernéticos’ inaugurados por Norbert
Wiener en su célebre Cybernetics, or Control and Communication in the Animal
and Machina, de 1948, establecen un primer acercamiento académico al término
(Gómez Cruz, 2007: 27).
Es decir, las TICs posibilitan
la creación de un nuevo espacio -(virtual[18], electrónico[19], digital, telemático), al que preferimos denominar,
siguiendo a Joan Mayans i Planells (2002), ciberespacio-, en el que las interacciones propias de la vida social
se producen a través de flujos electrónicos a distancia y en red.
Ahora bien, este flamante
ámbito tiene elementos muy particulares que lo distinguen de cualquier otro: no
es físico ni geográfico, sino, como ya dijimos, social. Por esta razón, constituye
un lugar alternativo construido por las redes informáticas donde se desarrollan
las más variadas prácticas sociales, la mayoría de las cuales son mediadas por
la palabra, son discursivas. En última instancia, las personas allí no hacen
otra cosa más que entrar, buscar, salir, encontrarse, charlar, discutir,
enamorarse, navegar por miles de mares de información, expresarse y
fundamentalmente, comunicarse.
Al respecto, Gutiérrez Martín
(2003) señala:
internet
no sólo ha modificado sustancialmente las interacciones sociales, sino que se
ha convertido, además, en un escaparate de culturas, en un espacio
complementario o alternativo donde relacionarse, gracias a la digitalización y
a la convergencia de tecnologías y lenguajes. Ha dejado de ser una herramienta
de comunicación y transmisión de información, como el telégrafo o el teléfono,
para transformarse en entorno virtual donde además de almacenar y consultarse
información, se establecen contactos interpersonales, se compra y se vende, se
discute, se aprende, se realizan actividades de ocio, se cometen crímenes, se
forman grupos, comunidades virtuales e incluso identidades que no son una
réplica de las del mundo real (2003: 27).
Pero si apuntamos que el
ciberespacio para su creación supone la intervención de máquinas, entonces, tal
como propone Mayans, nace en 1832 con el telégrafo de Samuel Morse. De este
modo, lo ciberespacial no son las computadoras en sí mismas, sino lo que ocurre
y se puede hacer a través de ellas.
En palabras de Burbules y
Callister (2001):
cada
vez más se describe la red como espacio público, un lugar donde la gente se
reúne a debatir, como lo harían en el ágora de la antigua Grecia o como lo
hacen en los consejos deliberantes de los municipios contemporáneos. Se la
describe como un entorno cooperativo donde los investigadores y creadores
comparten ideas, construyen nuevos conceptos e interpretaciones, diseñan nuevos
productos; y también como uno de los principales motores del crecimiento del
contexto global, que abarca muchos emplazamientos de espacio y tiempo
particulares y promueve relaciones humanas exclusivas, que sólo son posibles en
ese entorno. No como un sucedáneo de la ‘interacción real cara a cara,’ sino
como algo distinto, de características singulares y claras ventajas -así como
desventajas- respecto de las mismas (2001: 19).
Por su parte, Lamarca Lapuente
(2006) puntualiza que:
El
ciberespacio es pues, un sistema de sistemas; un medio de conexión de cosas y
personas; una convergencia de productos humanos (materiales y espirituales); un
vasto territorio donde concurren máquinas, individuos y grupos sociales, y
donde se almacenan, intercambian y confluyen ideas y obras, datos, libros,
periódicos, cartas, imágenes, programas de ordenador, videos y música de
cualquier tiempo y lugar; un foro de encuentro para el intercambio personal,
íntimo, público, masivo y comercial; y un nuevo espacio para la interacción
humana (finanzas, comercio, educación, investigación, asociaciones y ONGs,
empresas, comunidades globales o locales, etc.). En suma, un mundo paralelo al
mundo real, una imagen especular al otro lado de las pantallas o una nueva
dimensión de éste que se constituye como el reino de la comunicación, la
información, el entretenimiento y el ocio, el comercio, el arte, la cultura, la
educación, la investigación, la cooperación, la competencia, etc.
De lo enunciado hasta el
momento pueden desprenderse los dos rasgos característicos de este tercer
entorno o ciberespacio: la ‘no materialidad física’ -no depende ni se basa en
categorías geográficas, desterritorialización, en términos de Lévy (1996)- y el
ser un ‘espacio practicado’ -en
este punto los estudios del ciberespacio se enlazan directamente con la
pragmática, que analiza el uso de la lengua o la lengua en uso, dentro de un
contexto de situación. La expresión ‘espacio practicado’, tal como explica
Mayans (2002: 240), fue definida por Michel de Certau en 1988 y se refiere a
aquel espacio que está socialmente poblado o es socialmente significativo.
Es
decir, internet -el ciberespacio o Telépolis- es, entonces, no sólo una
novedosa estructura arquitectónica, sino un espacio ciudadano. En él podemos visitar ‘sitios’[20] concretos, que no siempre están limpios porque pueden
contener ‘spam’ o ‘virus informáticos’ contaminantes.
Estos numerosos edificios, que conforman el paisaje de la inconmensurable urbe
digital, ostentan ‘dirección
electrónica’[21] o ‘URL’[22], ‘dominio’[23], ‘portales’[24] y ‘ventanas’[25], que actúan como elementos constitutivos de sus fachadas.
Por tanto, cada portal de la
compleja Telépolis, se nos presenta como un umbral misterioso que puede ‘abrirse’ y ‘cerrarse’, para permitirnos el ‘acceso’ o ‘restringirnos’ el paso obligándonos a ‘salir’. Así, la ciudad se reduce a la
metáfora de la puerta, que se encuentra al alcance de la mano, de un solo ‘clic’[26].
En consecuencia, el
ciberespacio es un entorno o escenario sin cuerpo y sin geografía, delimitado
sólo por las prácticas y las presencias construidas. Por eso, ante todo, es
social. En este punto coincidimos con la caracterización efectuada por Joaquín
Aguirre Romero (2004) quien lo entiende como:
un
espacio virtual de interacción […], un espacio-sistema relacional. A diferencia
de otros tipos de espacios, que pueden ser utilizados para distintas funciones,
pero que tienen una naturaleza física primaria, el ciberespacio surge
directamente como un espacio relacional. Dos personas pueden encontrarse en un
lugar y comenzar allí algún tipo de relación, pero ese espacio estaba ahí antes
y seguirá después de que esa relación termine. El ciberespacio existe solamente
como espacio relacional; su realidad se construye a través del intercambio de
información; es decir, es espacio y es medio. Una red sin interacción entre sus
miembros deja de ser una red; la red existe porque existen relaciones entre sus
integrantes. […] El ciberespacio surge en y por la comunicación, de ahí su
doble naturaleza de espacio y medio.
Acordamos con esta forma de
concebirlo porque pone énfasis en el aspecto relacional o interaccional más que
en lo meramente tecnológico.
2.4.1. Internet como carretera o autopista
El
ciberespacio está colmado de caminos que se ramifican en innumerables
direcciones para transportarnos a infinidad de sitios o páginas web.
Estas vías de comunicación constituyen la esencia de la metáfora de la ‘autopista informática’ o ‘supercarretera de la información’,
cuya autoría se le atribuye a Al Gore, ex Vicepresidente de los Estados Unidos
durante la administración Clinton (1993-2001). Este fue el leitmotiv con
el cual promovió un plan de desarrollo tecnológico en su país, que recibió como
eco y contrapunto, desde el ámbito de
Desde
esta perspectiva, internet está conformada por numerosas rutas por las que
circulan datos y documentos en múltiples direcciones, que pueden quedar en ‘cola’[27] a la espera de procesamiento. Gracias a los ‘enlaces’[28], conseguimos transitar de un punto a otro. En horas pico,
el ‘tráfico’[29] aumenta y se originan embotellamientos, por lo que como
cibernautas nos vemos obligados a disminuir la ‘velocidad’ y a desplazarnos por la web de manera
dificultosa. Finalmente, si nos extraviamos o deseamos encontrar un atajo,
contamos con la posibilidad de recurrir a un ‘mapa’. En ocasiones, algunos caminos suelen estar cerrados al
tráfico porque se encuentran en ‘construcción’[30].
2.4.2. Internet como océano o mar
Sólo de manera metafórica puede comparársela con una
telaraña, en vista de que no hay un punto de convergencia de sus millares de
hilos invisibles. Más bien, quizás, podría considerársela como una especie de
enorme y creciente océano, en el que confluyen numerosos riachuelos pero con la
diferencia de que quien incursiona en el mar que es internet puede quedarse con
un chorrito de la información que hay allí, o empaparse, incluso hasta
ahogarse, en dosis inconmensurables de datos de toda índole (Trejo Delarbre,
1996).
La
cita con la que abrimos este apartado nos revela que desde los primeros años de
expansión de internet, esto es, desde mediados de la década de los noventa,
comenzó a popularizarse una de las metáforas conceptuales que gravita hoy con
mayor fuerza en el imaginario colectivo: la de la web concebida como un
gran océano o mar de información en el que los ‘usuarios’[31] –‘cibernautas’[32] o ‘internautas’[33]- somos los ‘navegante’[34] que piloteamos una embarcación. Para ello, contamos con la
posibilidad de efectuar dos tipos de desplazamientos: uno pasivo, que consiste
en dejarnos llevar por la corriente de datos, y otro activo, que reside en
timonear la nave hacia ‘canales’[35] o ‘puertos’[36] definidos. Durante la travesía, nos valemos de un software
al que denominan, justamente, ‘navegador’[37] y, en ocasiones,
anotamos las vicisitudes y peripecias del viaje en un ‘cuaderno de bitácora’ -weblog[38]-, o leemos las indicaciones de otros ‘capitanes’ o webmasters[39]. Frecuentemente, cuando ‘cargamos’[40]/’subimos’[41]/’colgamos’[42] información o cuando ‘descargamos’[43]/’bajamos’[44] datos o programas estamos expuestos a las peligrosas
acciones de los ‘piratas’ o hackers[45].
A
continuación, presentamos un cuadro de nuestra autoría que sintetiza lo
expuesto. En todos los casos, designaremos al dominio destino ‘ciberespacio’,
ya que sostenemos que esa denominación es la que condensa el nivel más general
e integrador del objeto.
Tabla III
DOMINIO ORIGEN: ESPACIO FÍSICO |
DOMINIO DESTINO: CIBERESPACIO |
Lugar |
Sitio/página
web |
Dirección/ubicación
geográfica |
Dirección
electrónica/URL/dominio |
Objetos/cosas |
Documentos/archivos |
Forma
del espacio |
Laberinto/telaraña/red/carreteras/océano |
Movimiento |
Clic
-entrar/salir, abrir/cerrar, avanzar/retroceder, subir/bajar- |
Caminos
o rutas |
Enlaces
o vínculos |
Automóvil |
Computadora |
Conductor |
Usuario |
Velocidad |
Rapidez
de conexión |
Distancia |
Clic |
Tránsito/tráfico |
Flujo de datos en circulación |
Mapas
geográficos |
Mapas
de sitios |
Paseo/Tour |
Paseo/Tour virtual |
Navegación |
Consulta
de información en la red |
Nave |
Computadora |
Navegante |
Usuario/internauta/cibernauta |
Cuaderno
de bitácora |
Weblog/Blog |
Capitán |
Webmaster |
Pirata |
Hacker o intruso informático |
Puertos
de origen y destino |
Puertos
de entrada y salida (Puerto USB) |
Cargar/descargar |
Guardar
información en |
Ayudantes |
Navegador
(Internet Explorer) y buscador (Google) |
3. A
“Ciertamente, Internet supone toda una
revolución.
Algunos han considerado a Internet
como un nuevo medio en el que viajar,
comparable a los tradicionales tierra,
mar y aire.
Otros han ido aún más lejos y han
hablado de Internet
Como un nuevo continente o un nuevo
planeta
Con sus descubridores, navegantes
(cibernautas),
piratas (hackers), colonos, etc.
Sin embargo, hoy por hoy,
ateniéndonos a lo que tenemos,
y no a lo que podría suceder,
deberíamos admitir que estamos en la
prehistoria de Internet
y apenas hemos inventado ‘la rueda’ de
esta nueva era”.
(Monereo, 2005: 8)
A lo largo de estas páginas
hemos analizado el valor que revisten las metáforas en la tarea de
conceptualizar materiales, actividades y roles referidos a internet. Así,
descubrimos creatividad en diversas formas metafóricas y recurrencia de
estructuras y nociones vinculadas a un modo particular de conocer y categorizar
el mundo, advertido por Lakoff y Johnson (1986). El uso de metáforas que
relacionan la red con un espacio -que es arriba (los archivos se suben a la web),
que está integrado por objetos y sujetos, que adopta distintas representaciones
(normalmente, de agua, laberinto, autopista)- supone una invariable del
continuo orientacional, ontológico, estructural, postulado por los autores.
De la misma manera, comprobamos
que los motivos por los que optamos por algunos usos metafóricos, en desmedro
de otros, están arraigados en nuestro cuerpo, en nuestra interacción con las
cosas del mundo y con los demás en un contexto culturalmente definido (Lakoff y
Johnson, 1986). En consecuencia, esta razón revela, por ejemplo, porqué en el
ámbito argentino empleamos mouse y no su traducción, que es de uso
frecuente en España, o por qué asumimos la metáfora del océano, más que la de
la autopista, condicionados, quizás, por las enormes dificultades técnicas de
las conexiones, que alejan el dominio de origen del dominio blanco.
Por eso, coincidimos con
Angenot (1982, apud di Stefano, 2006: 34) para quien la metáfora no puede ser
estimada solamente con los criterios de la inteligibilidad analógica sino que,
como parte de un discurso ideológico (tecnocentrista o apocalíptico), hay que
contemplar en ella las prolongaciones alusivas que sugiere.
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[1] Tropo. (Del lat. tropus, y este del gr. τρόπος).
[2] Para la teoría psicoanalítica estos procesos de
sustitución se relacionan con mecanismos de represión y enmascaramiento del
deseo, que dan lugar a la irrupción de la cadena inconsciente en la cadena
manifiesta del discurso (Palleiro, 2008: 111), mientras que, en cambio, desde
el campo de la filosofía, Paul Ricoeur (1975, apud di Stefano, 2006:11), dirá
que en la metáfora no habría una mera sustitución de un término por otro, sino
una tensión entre ambos; de modo que, en realidad, el término sustituido no
desaparece de la significación, sino que emerge una tensión entre éste y el
metafórico.
[3] No obstante, siguiendo a Mortara Garavelli,
advertiremos que las relaciones entre la metáfora y la comparación no son,
“simples, y menos aún se dejan reducir a las dimensiones de los enunciados o a
la presencia/ausencia del signo explícito de la comparación, la conjunción como” (2000: 182)
[4] Empero, coincidimos con Mortara Garavelli (2000:
183), para quien la metáfora es, de todos los hechos retóricos, “el que se
presta mejor a un reconocimiento intuitivo, sin necesidad de nociones teóricas
previas”. En este sentido, “es bien sabido que cualquier hablante está
dispuesto a aceptar como ‘posibles’, a condición de entenderlos en sentido
figurado, enunciados que consideraría inaceptables e incluso absurdos en
situaciones lingüísticas normales”. Así, “la metáfora y el uso figurado se
convierten en una sola cosa: la especie acaba por coincidir con el género”.
[5] Creemos que esta novedad en su conceptualización
se relaciona, en el ámbito de la lingüística, con un cambio de foco desde la
semántica a la pragmática.
[6] Al respecto, Cristián Santibáñez (2009) en un
interesante artículo que analiza el valor persuasivo de la metáfora expresa:
“no sólo en las expresiones cotidianas se ocupan las metáforas. En las ciencias
ocurre lo mismo. Incluso las metáforas que vienen incrustadas en los dichos,
los proverbios y las expresiones idiomáticas, son utilizadas en este ámbito con
fines argumentativos”.
[7] El concepto de representaciones sociales
-originado en el campo de la psicología- fue definido por Moscovici (1986:
679-710) como una modalidad de conocimiento, cuya función es la elaboración de
los comportamientos y la comunicación entre los individuos, con el objeto de
hacer inteligible la realidad. Son conocimientos de sentido común que tienen
dos caras: una figurativa y otra simbólica (Jodelet, 1986: 470-494). Pueden
caracterizarse, además, como entidades operativas para el entendimiento, la
comunicación y la actuación cotidianas; conjuntos más o menos estructurados o
imprecisos de nociones, creencias, imágenes, metáforas y actitudes con los que
los actores definen situaciones y llevan a cabo sus planes de acción (Jodelet,
ibid.).
[8] Hace unos años, cuando todavía se creía necesario
traducir World Wide Web al español, José Antonio Millán tuvo la
ocurrencia de proponer como alternativa -en el I Congreso Internacional de
[9] Malla. (Del fr. maille).
[10] En rigor de verdad, creemos que este término fue,
en el origen, una catacresis, es decir, una metáfora inevitable. David Pujante
explica que “se hace necesario el traslado metafórico cuando no existe una
expresión propia, cuando hay un hueco expresivo que llenar. Ya sea por carencia
o debilitamiento, hemos de entender la catacresis como el fenómeno que conduce
a reutilizar significativamente, extendiendo su alcance, elementos con previa
existencia en una lengua, evitando el esfuerzo de crear nuevas formas” (2003:
217).
[11] Personaje de la mitología grecolatina. Era una joven mortal
de la región de Lidia conocida por su talento en el telar. Consciente de su
habilidad, se autoproclamó superior a los dioses en el oficio de tejer. Sus
dichos ofuscaron a Palas Atenea, patrona de las artesanías y de las hilanderas,
quien organizó un concurso entre la dos. Si bien la diosa admitió que la obra
de su adversaria era perfecta, se enfadó por la irrespetuosa elección del
motivo -los amores de los dioses-, lo que hizo que terminara transformándola en
una araña.
[12] El Diccionario
de
[13] El término ciberespacio tiene un origen literario,
en la ciencia ficción. Fue William Gibson quien, en 1984 en su novela Neuromante,
lo acuñó dentro del género llamado ciberpunk. Una vez más, la ficción
científica imaginó una historia probable del futuro en la que existe una
realidad ‘virtual’, donde “allí no es allí” y se experimenta una “alucinación
consensuada […] diariamente por billones de operadores legítimos, en todas las
naciones” (1991: 56-57), al estilo Matrix. La noción, a pesar de estar
bastante difundida, merece ser definida con precisión, tarea que intentaremos
realizar a lo largo del presente apartado.
[14] Virtual. (Del lat. virtus, fuerza, virtud).
1. adj. Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de
presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real. V. foco virtual/imagen
virtual/realidad virtual (DRAE, 2001).
[15] Electrónica. (De electrónico).
[16] Digital. (Del lat. digitālis). 1. adj.
Perteneciente o relativo a los dedos. 2. adj. Referente a los números dígitos y
en particular a los instrumentos de medida que la expresan con ellos. Reloj
digital (DRAE, 2001).
[17] Telemática. (Del ingl. telematics, acrón.
de tele- e informatics, informática).
[18] El empleo de la palabra ‘virtual’ conlleva “una
serie de implicaciones que desaconsejan su utilización como concepto analítico
y descriptivo. Por un lado, se observa la tendencia a vincular la idea de lo
virtual dentro de un tipo de tecnología para la diversión y el entretenimiento
que lo trivializan. Por otro, existe en los usos populares de la palabra -en
referencia, precisamente, a productos como internet, las computadoras y los
videojuegos, una vinculación directa a la palabra real. De hecho, real funciona
como lo que podríamos llamar su opuesto semántico pragmático, aunque Lévy
(1999) demuestre etimológicamente que esta oposición no es tal. Esto quiere
decir que, en los usos cotidianos y de sentido común, la palabra y la idea de
lo virtual se empareja con su opuesto pragmático que es lo real” (Mayans i
Planells, 2002: 233-234). En consecuencia, el término difícilmente pueda dejar
de evocar una noción de irrealidad y evasión, por lo que consideramos que tiene
una marcada connotación peyorativa que obstaculiza la descripción de las
prácticas discursivas surgidas a partir del advenimiento de internet.
[19] Como expusiéramos en el apartado anterior, el
filósofo español Javier Echeverría (1999) postula la existencia de un espacio
electrónico, al que denomina tercer entorno (telépolis), en contraposición a los otros dos grandes ambientes
sociales, la naturaleza (physis) y la ciudad (pólis).
[20] (Del lat. situs, -us, infl. por sitiar).
[21] (Del lat. directĭo, -ōnis).
[22] Localizador Uniforme de Recurso (Uniform
Resource Locator). Secuencia de caracteres, que respetan un formato
estándar, empleada para nombrar documentos o imágenes y facilitar su
localización. Dirección única de cada uno de los recursos de información
disponibles en internet. (Adaptado de Wikipedia).
[23] (Del lat. dominĭum).
[24] (De puerta).
[25] (Del lat. ventus).
[26]
[27] Palabra, tomada del inglés, que se emplea para
indicar que un conjunto de datos está a la espera de procesamiento. Esta
situación grafica lo que ocurre con los vehículos en la entrada de las grandes
ciudades cuando se producen atascamiento por la congestión del tránsito.
(Adaptado de Millán, 1998b).
[28]
[29] (
[30] Concepto que se utiliza para aludir a los sitios web
que se encuentran en proceso de finalización, a falta de algún detalle, o
sencillamente, a los que fueron ideados pero aún no realizados. Su hallazgo al
otro extremo de un enlace que nos interesa es una experiencia frustrante
(Millán, 1998b).
[31] En informática, este término se utiliza con
especial relevancia. Prueba de ello, son las 275.000.000 de referencias que google
devuelve al buscarlo. Sin embargo, no figura en el DRAE con la acepción de
‘navegante de internet’.
[32] 1. com. Persona que navega por ciberespacios
(DRAE, 2001).
[33] Al igual que ‘usuario’, el vocablo ‘internauta’ no
fue incorporado por
[34] (
[35]
[36] (Del lat. portus).
[37] (Del lat. navigātor, -ōris).
[38] ‘Armario, junto al timón, donde está la brújula’. Se
emplea, a menudo, en la locución ‘cuaderno de bitácora’, “libro en que se
apunta el rumbo, la velocidad, las maniobras y demás accidentes de la
navegación”. A partir de esta expresión, se ha tomado la voz ‘bitácora’ para
traducir el término inglés weblog (de web + log(book);
abreviado, blog), que significa “sitio electrónico personal, actualizado
con mucha frecuencia, donde alguien escribe a modo de diario sobre temas que
despiertan su interés y donde quedan recopilados asimismo los comentarios que
esos textos suscitan en sus lectores” (DPD, 2005).
[39] Término usado comúnmente para referirse a las
personas responsables de un sitio web específico, encargadas del diseño,
redacción, edición y publicación de contenidos.
[40] (Del lat. vulg. carricāre, y este del
lat. carrus, carro). 20. tr. Inform. Almacenar en la memoria principal
de un ordenador el programa o programas que se vayan a utilizar (DRAE, avance
de la vigésima tercera edición).
[41] (Del lat. subīre, llegar, avanzar,
arribar). 6. tr. Inform. colgar (introducir información en una página web)
(DRAE, avance de la vigésima tercera edición).
[42] (Del lat. collocāre,
colocar). 7. tr. Inform. Introducir una información en una página web
para su difusión. (DRAE, avance de la vigésima tercera edición).
[43] (Del lat. discarricāre). 9. tr. Inform.
Transferir información desde un sistema electrónico a otro (DRAE, avance de la
vigésima tercera edición).
[44] (De bajo). 5. tr. Inform. descargar (transferir
información) (DRAE, avance de la vigésima tercera edición).
[45] En español, se ha traducido, en su sentido
inicial, como ‘fanático del ordenador’, ‘adicto’, etc. y en el sentido
transgresor, -ya sea en su modalidad delictiva o no- como ‘intruso’ o ‘pirata’.
No obstante, este último término no debería usarse como sinónimo de hacker
porque, normalmente, significa otra cosa: el que comete infracciones contra la
propiedad intelectual o industrial -por ejemplo, usando o difundiendo copias no
autorizadas de un programa-, pero ‘intruso’ o, si se quiere, ‘intruso
informático’, funciona bastante bien (Millán, 2000b).
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