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EXORCISMOS DEL LENGUAJE. LETANÍAS E INCOMUNICACIÓN: VOCES
DE CHERNÓBIL.
(Universidad de
Murcia)
Keywords:
Abstract: Nowadays political
rhetoric use a lot of words without referential meanings. In fact, there a lot
of social and political problems in our democracies but this kind of political
discourses seem to ignore them. Politicians use the same words with untrue
contents and people are starting to accept this linguistic fact. Voices from Chernobyl, by Svetlana
Alexievich, is an important example about unsolved problems in our consecrated
democracies from an economical and political point of view. Some compiled
testimonies from affected areas by radiations reflect incredible sufferings by
this lack of resources and infraestructures. For this reason, these human
sufferings are indescribable and their linguistic structures have particular
characteristics by not valuing the performative applications of language.
Palabras clave: Chernóbil (Chernobyl) – ellipsis
– censura – incomunicación – significados referenciales – depresión – retórica
política – Alexiévich.
Resumen: Frente a la actual retórica política
de discursos informativamente previsibles donde la deslexicalización de los
conceptos es cada vez más frecuente, existen publicaciones marginales que
reflejan crudos testimonios de realidades objetivables no contempladas por los
discursos mediáticos de las actuales socialdemocracias. La inefabilidad del
dolor se transcribe entonces en una fragmentación recurrente de estructuras
expresivas, más allá de la mitificación de convenciones lingüísticas tan
repetidas en la dinámica comunicativa de los discursos políticos, cada vez más
homogéneos y significativamente más asépticos. Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich, recopila muchos de los
testimonios de las víctimas y sus familiares
que quedaron en el olvido tras la crisis del escape nuclear de Chernóbil
en 1986. La formalización comunicativa de estos testimonios revela la
impotencia del significado lingüístico para expresar la desolación
psicoemocional de generaciones frustradas y sin esperanza, sin apenas apoyos
político-económicos, lejos del triunfalismo democrático que generan los
discursos políticos de nuestras democracias en otros ámbitos
institucionalizados.
Hay una serie de
realidades objetivables que actualmente rozan la exclusión informativa y
argumentativa de los debates intelectuales, académicos y periodísticos dentro
de nuestras sociedades occidentales[i].
La bibliografía editada en estos últimos
años sobre algunos genocidios recientes en países emergentes rompe un horizonte
de expectativas benefactoras y epifánicas sobre la política social de los
sistemas democráticos[ii];
sobre todo si las responsabilidades ejecutoras
penetran en una zona límbica, en exceso indefinible, para los propios
medios de comunicación e investigadores.
Bajo la deslexicalización de conceptos
deontológicos como “interculturalidad” o “globalización” [iii],
que han ido edulcorando retóricas educativas e institucionales, se diluye un
orden anómico de estructuras mediáticas que descarta el reconocimiento de
notables crisis estructurales en las coyunturales políticas occidentales,
además de cualquier atisbo significativo
de autocrítica en sus procesos de expansión económica. Un análisis
sociológico o político sobre estructuras de poder dominante imposibilita
cualquier reinterpretación sobre los propios sistemas democráticos; se sataniza
la multiplicidad de formas organizativas que generan otras culturas, por
desgracia cada vez más homogéneas, y se beatifican las legislaciones que
promulgan las estructuras de organización democrática, independientemente de
las consecuencias geopolíticas y demográficas que conllevan las estrategias de
intervención estatal, colonial o macroeconómica de gran parte de los países
occidentales. No es solamente el veto mediático a determinados problemas
sociales de notable envergadura, sino también una predisposición generalizada a
devaluar el pasado político, advirtiendo que la decadencia de sus sistemas de
gobierno eran un síntoma de su genética podredumbre estructural, nada que ver
con la presupuesta eficacia de las democracias y la solvencia irrefutable de sus
ortodoxias económicas, amparadas por una terminología cuya extensionalidad
semántica domina gran multitud de contextos comunicativos: globalización, mercantilismo, democracia, protocolos, cumbres,
transacciones, negociación, diálogo social.
La defensa de los derechos civiles, tan
reivindicados por los propios discursos de nuestros líderes, queda subyugada
bajo esta perversión lingüística de deslexicalizaciones recurrentes puesto que
subrayan órdenes verosímiles de realidades imaginarias frente a evidencias
comprobadas de otras realidades sociales deprimidas, alegales, sin cobertura
mediática apenas y olvidadas institucionalmente.
La facticidad de estas últimas podría
transgredir la mitificación de unos programas democráticos con propensiones
utópicas de eterna perdurabilidad y dogmáticamente irremplazables[iv]:
el poder represivo de mafias organizadas y su influencia en las directrices
fácticas del poder estatal, el mercado trasnacional de armamento, la
financiación de redes terroristas, la endogamia hereditaria de los liderazgos
políticos, la frecuente disgregación de ONGs sin objetivos unitarios o la
carencia de una estructura de Estado en la supervisión expansiva de empresas
deslocalizadas en cualquier continente agravan las desigualdades económicas
dentro de las sociedades del Viejo Continente.
Las declaraciones catalépticas que, de
los contaminados por el accidente nuclear de Chernóbil, ha ido recopilando
Svetlana Alexiévich a lo largo de estos últimos veinte años solivianta la
retórica formalizada de deferencia moral tan próspera que auguran las
democracias actuales por el mero hecho de denominarse “democracias”. La falacia argumentativa retroalimentada por
continuas deslexicalizaciones a través de patrones textuales específicos
(parlamentos, comparecencias, reportajes, ruedas de prensa, debates
institucionales) como asideros conceptuales de la libertad de expresión oculta,
sin embargo, la expresión de muchas libertades civiles claudicadas que apenas
interpretamos si no es tras los vestigios de testimonios estragados que
revelan testigos y víctimas[v]
de genocidios, hambrunas y corruptelas institucionales seculares.
Desde el trabajo de campo de periodistas,
antropólogos y etnógrafos, resurge en ocasiones la emergencia de discursos no
normalizados[vi],
pues son ajenos a la convención presuntamente racionalizada de una modalidad
expositiva y argumentativa iterativa, a los que no impele el uso de categorías
conceptuales vacías ya de un significado referencial - equidad, civilidad, justicia social, alianza de civilizaciones,
democracia, tolerancia, bienestar social, igualdad, derechos civiles, fuerzas
democráticas, conquistas sociales, etc…- para expresar la ilusión de una
realidad monológica[vii].
Después de los años, las consecuencias
retributivas e infraestructurales de la
catástrofe de Chernóbil desbordan ya cualquier posible estrategia de
intervención humanitaria[viii]
o de regeneración económica en gran parte de las aldeas castigadas por la
radiación. Mientras, el olvido lapida la irregularidad operativa de las medidas
paliativas gubernamentales sobre los afectados y sus familias[ix].
Por otro lado, el veto a la publicación, filmación o grabación de los
testimonios de las víctimas, a pesar del reconocido incremento del número de
enfermos, de la significativa carencia de medios sanitarios y de contingentes
de abastecimiento, por ejemplo, impide la puesta en crisis de esa obsesiva
percepción blindada e impoluta que los gobiernos ruso y ucraniano han de
difundir desde sus políticas y legislaciones. Tampoco se nos permite así
reinterpretar la congénita supremacía moral de los sistemas democráticos en
Europa y Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial[x].
La deslexicalización de algunos
conceptos se produce por su pérdida de radiación semántica cuando las realidades denotadas ni
siquiera se aproximan a los referentes sociales del sujeto que sobrevive en un
complejo heterodoxo de experiencias transculturales, convivencias mestizas,
violencia estructural, conflictos étnicos, clasismos laborales y desigualdades
económicas injustificables. Sin embargo, a través de la actual retórica
política se revela una tendencia hacia la homogeneización de las
diferencias culturales, políticas y lingüísticas
en las sociedades emergentes y en las economías de mercado desarrolladas[xi].
Por tanto, los discursos académicos y la oratoria parlamentaria se tornan homogéneos, homoestáticos, sin retrospectiva
histórica apenas, con intrigas previsibles, formalizados desde una frecuencia
abusiva de eufemismos asépticos y consensuados ideológicamente, que convergen
uno tras otro, carentes de completitud significativa, lastrados a una pérdida del sentido de la realidad
según intereses pragmáticos y eminentemente macroeconómicos[xii].
La pragmática discursiva de estas
coyunturas políticas no pertenece a la
insondable memoria de sentimientos angostos que predomina en los testimonios de
Chernóbil: testimonios que somatizan pseudoafasias catalizadas por una irreversible
condena a muerte, diagnosticada de generación en generación, encrudecida por el
abandono institucional, por las escasas denuncias mediáticas y por el veto a
las investigaciones etnográficas[xiii].
Reconocemos en la obra de Alexiévich que
la inefabilidad expresiva no es ya una restricción
estrictamente sintáctica o morfológica sino la máxima exploración perceptiva de
una realidad social que vislumbra toda clase de anatomías indescriptibles sobre
la depresión y el dolor terminal[xiv].
“La zona …
Es un mundo aparte. Otro mundo en medio del resto de la Tierra. (…) Hemos
perdido este futuro. En esos cien años ha pasado el GULAG de Stalin, Auschwitz
… Chernóbil… El 11 de septiembre de Nueva York … Es inconcebible cómo se ha
dispuesto esta sucesión de hechos, cómo ha cabido en la vida de una generación,
en sus proporciones. (…) En Chernóbil se recuerda ante todo la vida “después de
todo”: los objetos sin el hombre, los paisajes sin el hombre. Un camino hacia
la nada, unos cables hacia ninguna parte.” (Voces de Chernóbil, p. 49)
Lo
discursivo es eminentemente lo que no es pronunciado y la conmoción empática
con la víctima es prácticamente inasible[xv].
Ante la completitud devastada de la contingencia, no queda otra posibilidad
comunicativa que la digresión, la elipsis de períodos oracionales[xvi],
la discreción de sustantivos, la anulación hipotáctica de marcadores
discursivos, el análisis metalingüístico a lo largo de los segmentos
oracionales para reconocer la catalización de un sentido comunicativo a veces
indescifrable para el receptor[xvii].
La modalidad expositivo-argumentativa
queda subsumida por una fragmentada exposición de topicalizaciones inconexas,
de puntos suspensivos, de períodos sintácticos unimembres sin coherencia
argumentativa pues las indexicalizaciones se mutan en analogías para describir
los efectos traumáticos de Chernóbil, pero que nunca describen en realidad su
topología, ni la actuación del Ejército durante los primeros meses, ni las
afecciones más frecuentes de los liquidadores, ni la situación sociofamiliar
actual de los contaminados.
La elipsis oracional tiene una amplitud
semántica intensional, pues el contenido elidido no requiere tan sólo un
estudio lingüístico-formal interrelacionado con el resto de mecanismos de
cohesión gramatical, sino que además la elipsis reproduce una compleja
sintomatología depresiva; así la extensionalidad semántica presupuesta por la omisión de materia significante
transcribe sin embargo la oculta intensionalidad que trasciende lo
eminentemente traducible por la facultad del lenguaje.
“Cuando
comprendí esto experimenté una fuerte conmoción. Yo misma descubrí algo.
Comprendí que Chernóbil se hallaba más allá de Kolimá, de Auschwitz. Y del
holocausto. ¿Me expreso con claridad? El hombre armado de un hacha y un arco, o
con los lanzagranadas y las cámaras de gas, no había podido matar a todo el
mundo. Pero el hombre con el átomo … En esta ocasión toda la Tierra está en
peligro. Yo no soy un filósofo y no me voy a poner a filosofar. Mejor le cuento
lo que recuerdo.” (Ibídem, p. 78)
Desde la verosímil construcción ideológica
que subordina el progreso tecnológico al progreso social en nuestras culturas
occidentales, se invalida
coyunturalmente esta letanía de dramas sociales irresolubles que, en
algún momento, quedaron exentos del discurso racionalizador de las ciencias sociales (sociología,
antropología, psicología o ciencias económicas) y consecuentemente de la
retórica política de nuestras democracias[xviii].
La variabilidad interminable de estos temas genocidas, letales y de violencia
estructural ha ido quedando extinta de la productividad mediática tras la caída
del muro: la intromisión de catexias psíquicas discursivizadas por medio de una
sintaxis fragmentada, tan próxima a la catalepsia emocional, al silencio traumático[xix]
del entumecimiento[xx],
podría condicionar de ahora en adelante la interpretación estereotípica que
relaciona inexorablemente “democracia” a “sistema de libertades” o a “justicia social”. En realidad, el
conocimiento social de certezas e incertidumbres como Chernóbil,
contraproducentes para la fetichización colectiva de la defensa de la
democracia y de los mercados globalizados, inicia una re-lectura de los
actuales sistemas de gobierno inversa al evangelizador humanismo de los
actuales discursos políticos que relega a los enfermos terminales, a las
víctimas del terrorismo o a los parados, por ejemplo, a un estadio ontológico
inextricable, marginal e irreversible, frente a deslexicalizaciones
homogeneizadoras como ciudadanía.
“Creíamos
en nuestra suerte; en el fondo de nuestra alma todos somos fatalistas, y no
boticarios. No racionalistas. La mentalidad eslava. ¡Yo confiaba en mi buena
estrella! ¡Ja, ja, ja! Y hoy soy un inválido de segundo grado. Enfermé
enseguida. Los malditos “rayos”. Ya se sabe. Hasta entonces no tenía ni
siquiera una ficha en la clínica. ¡Que los parta un rayo! Y no era yo solo. La
mentalidad. Yo, un soldado, he cerrado una casa ajena, he allanado una casa
ajena. Es un sentimiento que … Es como si espiaras a alguien. O la tierra en la
que no se puede sembrar. Una vaca que da con el morro en la verja, pero la
valla está cerrada; la casa, bajo candado. La leche gotea el suelo. ¡Es un
sentimiento que …!” (Ibídem, p. 212)
La aleatoriedad topológica de los
mecanismos de cohesión (anafóricos y catafóricos) se invierte en una suspensión
espontánea de secuencias formales, transcrita en la elisión de deícticos que
habrían de formalizar contextualizaciones espaciales y temporales para lograr
un discurso ubicado en un mundo real. Sin embargo, estos testimonios recrean
una posibilidad de mundo intensionalizado que se aleja de la fisicidad
indexical del entorno para trascender a otra interpretación holística de lo
humano que admite el sinsentido semántico de lo pronunciado como exorcización
de todos los males cainitas que han ido aconteciendo después del accidente
nuclear.
La extraterritorialidad del yo sublima
esa pertenencia a un lugar físico irrevocable y perpetuo de la que el sujeto no
puede evadirse; lo no dicho y lo dicho ni siquiera redimen ya, ni siquiera
regeneran nuevos horizontes de expectativas epifánicas como promete todo
programa político democrático en los países desarrollados.
Como ajenos al mundo de los vivos, se
comprende que los testimonios constituyen una clase de sociocentrismo cultural
representado desde los márgenes comunicativos por las interrupciones
involuntarias del discurso, cediendo siempre a la reveladora endogénesis de los
trastornos psicoemocionales que lindan con límites expresivos asemánticos: los
espacios en blanco, las elisiones enfáticas, las pausas prolongadas y una
prosodia sin aposiciones. La fragmentación explícita del sentido oracional
induce a una cronificada sedición del lenguaje humano como reflexión conceptual
y como ficción semántica de existentes posibilidades de mundo.
“El
mundo se ha partido en dos: estamos nosotros, la gente de Chernóbil, y están
ustedes, el resto de los hombres. ¿Lo ha notado? Ahora entre nosotros no se
pone el acento “yo soy bielorruso” o “soy ucraniano”, “soy ruso” … Todos se
llaman a sí mismos habitantes de Chernóbil. “Somos de Chernóbil”. “Yo soy un
hombre de Chernóbil”. Como si se tratara de un pueblo distinto. De una nación
nueva.” (Ibídem, p. 111).
La especificidad formal de la selección
sintagmática, interrumpida por la propia
enajenación sintomática de las patologías, re-escribe una retórica discursiva
de silencios, contrastando significativamente con la pseudo-racionalidad de los
discursos deslexicalizados: aquellos que proceden de las conversas e infalibles
sociedades democratizadas. La posibilidad de decir o no decir y el
reconocimiento colectivo de que la modalidad expositivo-argumentativa del habla
es improductiva para reproducir toda una sintomatología represiva y doliente
suceden tras el acatamiento sacrificado de una existencia convulsa y tortuosa,
tras la resignación enfermiza de que las democracias fracasan y delegan
sencillamente en el olvido[xxi].
En ocasiones, el relato de las crisis
sociales como experiencia biográfica y heterobiográfica sobrepasa en cualquiera
de sus posibles manifestaciones discursivas la iterativa expresividad de un
manierismo político para el que el lector occidental ya está adiestrado. Los testimonios que
Alexiévich recoge de forma segmentada no profundizan en la denuncia o en la
execrable descripción de las desgracias colectivas; no hay una intención de
grabar la memoria de la catástrofe como estigma imperecedero sobre las
conciencias depuradas de administradores, juristas o políticos, sino más bien una
memoria, involuntariamente devota del aislamiento comunicativo, que transcribe
borraduras, incoherencias sintácticas y todo un anecdotario secuencial que
repite términos y fractura sintácticamente su linealidad predicativa.[xxii]
Aparentemente es la manifestación más
acusada de los lindes inefables del lenguaje como prevaricación del mundo; sin
embargo, para los afectados, ni siquiera existe un mundo que prevaricar cuando
cualquier facultad comunicativa se produce en un contexto de continua supervivencia
hostil, donde se agotaron las reivindicaciones legales, las denuncias en los
medios o las promesas irreverentes de tantas comisiones políticas. La retórica
de los discursos pragmáticos acaba y comienza la retórica del silencio: el
descrédito, definitivo, de toda interacción comunicativa con una intención
socializadora[xxiii].
“Los primeros
días, la cuestión principal era: “ ¿Quién tiene la culpa?” Necesitábamos un
culpable. (…) Luego, cuando ya nos enteramos de más cosas, empezamos a pensar:
“¿Qué hacer?”, “¿Cómo salvarnos?”. Y ahora, cuando ya nos hemos resignado a la
idea de que la situación se prolongará no un año, ni dos, sino durante muchas
generaciones, hemos emprendido mentalmente un regreso al pasado, retrocediendo
una hoja tras otra. (…) No era un incendio como los demás, sino como una luz
fulgurante. Era hermoso. Si olvidamos el resto, era muy hermoso. No había visto
nada parecido en el cine, ni comparable.” (Ibídem, p. 173).
La autoría no está marcada
significativamente por una creatividad anómica que exorciza el dolor, va más
allá de la sublimación psicoconductual. La resignación abnegada de una condena
a muerte injusta, no natural, es solamente el condicionante; en verdad sucede
que la enfermedad de por vida conduce a la indolencia, al abandono revelador de
un lenguaje afectado; se vulnera definitivamente toda grandilocuencia
artificiosa y se socava en los deslindes de lo no dicho, en lo que está por
decir apropiadamente, irradiando
balbuceos paratácticos y toda una inadecuación semántica, aunque crucial, entre los párrafos.
Elididos los mecanismos de cohesión
gramatical, las repeticiones y las restricciones léxicas redundan en lo no
inscrito como posibilidad expresiva de la inanición y la inacción. Y el desastre
como tal se pronominaliza. Es apenas nombrado como un renuevo del pecado
original. Es intangible a lo largo de todos los testimonios, somatizados por la
renuncia intergeneracional a la vida presentida como plenitud idealizada,
rescatando sin embargo la mitificación judeocristiana de una vida como ascenso
inconsolable al cadalso donde
definitivamente habrá justicia verdadera.
“Su
amigo … Su amigo me contó que todo allí era terriblemente interesante,
divertido. Leían versos, cantaban y tocaban la guitarra. Los mejores ingenieros
y científicos fueron allí. La élite de Moscú y Leningrado. Se dedicaban a
filosofar. La Pugachova fue a actuar ante ellos. En el campo. (…) Los llamaba
“héroes”. Todos los llamaban “héroes” (Llora)(…) Su amigo murió el primero.
Bailaba en la boda de su hija, hacía reír a todo el mundo con sus chistes.
Cogió una copa para hacer un brindis y se derrumbó. Y … Nuestros hombres …
Nuestros hombres mueren como en la guerra, pero en tiempos de paz.” (Ibídem, p. 200).
Desde el período crítico de la Guerra
Fría hasta la actualidad, la sobreproducción de inversiones en recursos
publicitarios, propagandísticos y tecnológicos favorece la querencia de un
orden liberal de la economía[xxiv],
sublimando y anestesiando posibles difusiones informativas de deficiencias
estructurales y corruptelas ideológicas[xxv];
en caso de filtración mediática, se
ficcionalizan estas realidades como costes previsibles de toda dinámica
procesual de naturaleza democrática[xxvi].
“Llegó
una nube muy negra. Un aguacero. Los charcos se volvieron amarillos. Verdes.
Como si les hubieran echado pintura. Decían que era por el polen de las flores.
No corríamos por los charcos, sólo mirábamos.
La abuela
nos encerraba en el desván. Se ponía de rodillas y rezaba. Y nos decía:
“¡Rezad! Esto es el fin del mundo. Es el castigo de Dios por nuestros pecados”.
Mi
hermano tenía ocho años, yo seis. (…) Mi madre se viste a menudo de negro. Con
un pañuelo negro. En nuestra calle cada día entierran a alguien. Lloran. Oigo
la música y corro a casa para rezar, recito el Padre Nuestro. Rezo por mi madre
y por mi padre”. (Ibídem, p.
259).
Esta verbalización semánticamente extensional
se infiere en otros ejemplos significativos, resolviendo que la experiencia
traumática y depresiva impide la automatización de estructuras lingüísticas
adecuadas a una progresión temática lineal; se niega involuntariamente la
racionalización comunicativa de aquello que sobrepasa los trasvases culturales
de clase ética, moral y religiosa, aprendidos además como rasgos exclusivamente
antropogénicos. Ahora el análisis de
esta retórica discursiva se focaliza en cómo asimila el sujeto la derrota
definitiva para expresar un discurso, no centrado en la argumentación
deductiva, por ejemplo, ni en la descripción costumbrista, ni en la
exposición historicista. El receptor
debe recomponer las omisiones históricas y contextuales, siendo la ausencia
notable de procedimientos formales de cohesión la actualización irrefutable de
una mortificada recurrencia a los recuerdos exasperantes y perturbadores,
inéditos en otra cualquier geografía.[xxvii]La
carencia de transitividad lingüística de lo real a lo comunicable se repite
también en los testimonios de algunos liberados judíos de Birkenau. No hay
posibilidad de mundo verosímil expresable cuando los condenados han padecido
durante largos períodos de su vida la amenaza sibilina de la muerte[xxviii]:
“En
el bloque 12 el Dr. Goltz de París, el Dr. Horeau de Cany (Normandía) y yo
hemos hormado una asociación (…) Allí nos relejamos, tomamos nuestra cena
cuando hemos organizado algo especial. Apartamos los cadáveres, para tener
sitio y ponemos la olla de patatas, casi tocando los muertos porque la mesa no
es muy ancha”.[xxix]
“Robar se
convirtió en un arte, una virtud, algo para enorgullecerse. Le llamábamos
organización (…) había muchos que organizaban la ración de pan del vecino, sin
tener en cuenta si podría morir de hambre como consecuencias, o los zapatos del
compañero de cama sin importarles si unos pies sangrantes les condenaban al
crematorio. Robando pan, zapatos, agua, robadas una vida para ti mismo incluso
a expensas de otras vidas.”[xxx]
“La vida
en Auswichz era una cuestión de organizar, (…) Si tomábamos algo, debería ser
de los muertos. ¿Para qué le servían sus ropas o sus raciones a los muertos? Mi
madre en el hospital tenía muchas oportunidades para coger pan o una ocasional
loncha de queso o de salchichón de un cadáver… Robar a los vivos o a los
semivivos era acelerarles el camino hacia la muerte.”[xxxi]
Los actuales discursos políticos
re-construyen realidades sociales que han de ajustarse a unas necesidades
organizativas motivadas por la sacralización de las economías
globalizadas y por la presunta defensa de libertades individuales. Sin embargo,
el reduccionismo mediático de un modelo teórico, comunicativamente universal y
de validez pragmática incuestionable, no repara en la existencia de una
heterogeneización cultural dentro de grupos sociales que asisten al declive
estructural de este modelo político tan fetichizado[xxxii].
Las palabras de Beatriz Hairabedian, testigo del genocidio armenio entre 1915 y
1923[xxxiii],
convergen en el sociocentrismo cultural propio de las víctimas que sobreviven
ajenas a las benefactoras estrategias de
actuación política del Estado:
“Mis
abuelos maternos, Norma y Garabet, que, cuando fueron deportados, perdieron a
cinco hijos por el desierto. Tardaron cinco años en llegar desde su pueblo de
Guiria a Líbano. Los niños iban muriendo por el camino de hambre, sed, peste y
otras infecciones, y los enterraban en el desierto. Mi abuelo nos contó con
todo tipo de detalles, cómo murió cada uno de ellos. No ocultaba nada de lo que
sufrió y presenció. El único tema tabú era el de las violaciones: eso ni
siquiera lo mencionaba.”[xxxiv]
La indiferencia moral de los poderes
estatales a nivel internacional incluso ante el número de afectados, el aumento
de patologías concretas y la escasa bibliografía de estudio de la propia
catástrofe describen las voces de Chernóbil como un azaroso error puntual en
las contingencias económicas y tecnológicas de nuestra posmodernidad, sin
necesidad de rebatir el funcionamiento altamente tecnológico de nuestros
sistemas de producción, garantes de la moral globalizadora que emerge de los
regímenes democráticos[xxxv].
Mientras en Europa se conmemoran los triunfalismos de las revoluciones y las
virtudes deontológicos del “Estado del Bienestar”, en muchas aldeas bielorrusas
misteriosamente se multiplican los cementerios.
“Un año
después de la catástrofe, alguien me preguntó: “Todos escriben. Y usted que
vive aquí, en cambio no lo hace. ¿Por qué?” Yo no sabía cómo escribir sobre
esto, con qué herramientas, desde dónde enfocarlo (…), de Chernóbil querríamos
olvidarnos porque ante él nuestra conciencia capitula. El mundo de nuestras
convicciones y valores ha saltado por los aires (…) La zona…Es un mundo aparte.
Otro mundo en medio del resto de
Estos testimonios profundizan en la maximización
de la vacuidad, en la indefensión lingüística, pues la intensidad del dolor de
las pérdidas y los sufrimientos físicos de enfermedades congénitas usurpan la
racionalidad del sentido acomodaticio que tenemos de las realidades posibles
imaginadas para el lector. Solamente nos queda ahora el compromiso de reproducir
fragmentariamente lo que trasciende la puridad de lo comunicable; lo que ha
sido extraído de quienes conocen realmente la muerte tan de cerca.
Indudablemente, la cronicidad de las enfermedades de abuelos a nietos, de padres
a hijos.
“Le salían
por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba con sus propias
vísceras. Me envolvía la mano con una gasa y la introducía en su boca para
sacarle todo aquello de dentro. ¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible contar
esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni siquiera soportarlo!... Todo esto tan
querido… Tan mío … Tan … No le cabía ninguna talla de zapatos. Lo colocaron en
el ataúd descalzo.”(Ibídem, p.
XXXI)
“Ya no temo a la muerte. A mi propia muerte.
Pero no tengo claro cómo voy a morir. Vi
morir a un amigo. Se hizo grande, se hinchó. Como un tonel. Y mi vecino.
También estuvo allí. Un operador de grúa. Se volvió negro, como el carbón, y se
secó hasta el tamaño de un niño. No tengo claro cómo voy a morir. Si pudiera
elegir mi muerte, pediría que fuera común y corriente. No como las de
Chernóbil. Y, sin embargo, lo que sí sé seguro es que con mi diagnóstico no se
dura mucho. Al menos sentir que llega el momento…Y una bala en la frente…”
(Ibídem, p 63).
[i] Es lícita la referencia a títulos que, en estos
últimos años, desde una perspectiva sociológica y antropológica weberiana revisan
las carencias estructurales de las actuales democracias demostrando la
falacia semántica de conceptos clave en los discursos políticos mediatizados
como globalización, igualdad social o
estado del bienestar. Ni la UE, ni
los presupuestos sociopolíticos de intervención estatal del G-20, ni los
finiseculares acuerdos económicos del Tratado de Maastricht parecen haber resuelto problemas sociales
fundamentales en las actuales potencias occidentales: desigualdades económicas,
exclusión social y xenofobia, financiación del terrorismo, censura en los
medios, deslocalización industrial, regulación de la inmigración, fracaso escolar,
entre otros. Vid, Mann, M. El lado oscuro de la democracia,
Valencia, Universitat de Valéncia, 2009; Todorov, T. El miedo a los bárbaros, Barcelona, Sociedad Unipersonal. Galaxia
Gutenberg, 2009; Ritzer, G. La
Mcdonalización de la sociedad. Un
análisis de la racionalización en la vida cotidiana, Barcelona, Ariel
Sociedad Económica, 2008; Townshead Ch., Terrorismo.
Una breve introducción, Madrid, Alianza, 2008; Chomsky, N. La cultura del terrorismo, Madrid,
Editorial Popular, 2002.
[ii] Basados en
investigaciones etnográficas y en reportajes periodísticos censurados por
cadenas europeas, son muchos los estudios que profundizan en la organización de
masacres y genocidios en África y Sudamérica por parte de una acción directa o
indirecta de gobiernos occidentales; vid,
Torgovnik, J. Consecuencias previstas:
niños de Ruanda nacidos de la violación, Barcelona, Blume, 2009; Gourevich,
P. Queremos informarle de que mañana
seremos asesinados con nuestras familias: historias de Ruanda, Barcelona,
Debate, 2009; Feierstein, D. Seis
estudios sobre genocidio: análisis de las relaciones sociales: otredad,
exclusión, exterminio, Madrid, Editores del Puerto, 2008; El genocidio como práctica social: entre el
nazismo y la experiencia argentina, Madrid, FCE, 2007; Linda, M. Un pueblo traicionado: el papel de Occidente
en el genocidio de Ruanda, Madrid, Fundación Interpón, 2007; Clavero, B. Genocidio y justicia: la destrucción de las
Indias ayer y hoy, Barcelona, Marcial Pons, 2002; Gil Gil A. El genocidio y otros crímenes internacionales,
Valencia, UNED (Centro asociado de Alzira), 1999.
[iii] Vid,
Turner, T. “Clase, cultura y capitalismo. Perspectivas históricas y
antropológicas de la Globalización”, en
Marquina Espinosa, A. (comp.), El
ayer y el hoy: Lecturas de antropología política (I), Madrid, UNED, 2008,
pp. 397-441; Rodríguez Ferrándiz, R. Apocalypse
Show. Intelectuales, televisión y fin de milenio, Alicante, Universidad de
Alicante, 2001, pp. 57-154; Eagleton, T. Las
ilusiones del posmodernismo, Barcelona, Paidós, 1997.
[iv] En ese transvase entre mundo real y estructuras
lingüísticas se produce una inversión de roles funcionales, pues la retórica
reconstruye ahora un mundo que es lingüístico, prevaricado, meramente
proyectivo, ajeno al empirismo y a la facticidad perceptibles. Vid, Arduini, S. “La no evidencia de la
verdad: Política y Retórica”, en Quintiliano
y la formación del orador político, La Rioja, Instituto de Estudios
Riojanos. Ayuntamiento de Calahorra, 1998, pp. 27-40. Sobre la autonomía de la
Retórica política como un discurso catalizador de realidades verosímiles, de
idoneidad análoga a los discursos de la Ciencia, vid, Gil-Albarellos, S.
y Rodríguez Pequeño, M. “Carácter
retórico de la Historia en el siglo XIX”, en Emilio Cautelar y su época. Actas del I Seminario Emilio Castelar y su
época. Ideología, Retórica y Poética, Cádiz, Universidad de Cádiz, 2001,
pp. 369-378; Albaladejo Mayordomo, T. “Retórica y Cultura: a propósito de la
Oratoria Política”, en Ibídem, pp.
11-26.
[v] Vid,
Menéndez, Eduardo L., “Contrapunto I: Desaparición y olvido: las posibilidades
de la memoria”, en El ayer y el hoy: Lecturas de
antropología política (I), cit, ant, pp. 31- 50.
[vi] Además del caso que nos ocupa ( Voces de Chernóbil, de Svetlana
Alexiévich), podemos reseñar otros trabajos de campo que enfatizan el olvido de
las víctimas tras graves crisis políticas y económicas, en muchas ocasiones,
desembocando en una violencia estructural ilimitada dentro de sus sociedades; vid, Alfonso, M. Welcome to hell: crónicas, antecedentes y reflexiones en perspectiva
acerca de la matanza y la masacre en Bosnia-Herzegovina, Alicante,
Ediciones de Ponent, 2001; Lanzmann, Ch. Shoah,
Madrid, Arena Libros, 2003; Kira, R. Más
terrible que la muerte: masacres, drogas y la guerra de Estados Unidos en Colombia,
Barcelona, Paidós, 2005; Jagielski, W. Historias
del Cáucaso, Barcelona, Debate, 2009.
[vii] La
concreción de temas consensuados por los partidos en debates televisivos, por
ejemplo, la recurrencia a los eufemismos y, en ocasiones, el uso de la censura
mediática vislumbran un contenido monológico y estabilizador que puede tutelar
cualquier orden social donde no hay nuevos sentidos críticos aparentes sobre
categorías conceptuales imbricadas en nuestras interrelaciones comunicativas -
racismo, corrupción, desempleo, garantías sociales, nuevas tecnologías-. Vid, Castilla del Pino, C. Temas. Hombre, cultura y sociedad,
Barcelona, Península, 2002, pp. 83-86; Wolf, Eric R. Europa y la gente sin historia, México, FCE, 2000, pp. 323-464.
[viii] Vid,
Rodríguez-Carmona, A. “La cooperación en zonas rurales: ¿Por qué fracasan los
proyectos de desarrollo?”, en Ballarín, P. y Bascones, L. M. (eds.) Desarrollo y cooperación en zonas rurales de
América Latina y África. Para adentrarse en el bosque, Madrid, Los Libros
de la Catarata, pp. 219-239; Bretón Solo de Zaldívar, V. “Las organizaciones no
gubernamentales y la privatización del desarrollo rural en América Latina”, en
Moreno Feliu, P. (comp.) Entre las
gracias y el molino satánico. Lecturas de antropología económica, Madrid,
Ediciones UNED, 2004, pp. 463-483
[ix] Vid,
Kostin, I. Chernóbil: confesiones de un
reportero, Barcelona, Edafos, 2006; Mittica, Pier de Paolo, Chernobyl: Herencia oculta, Castellón,
Ellago Ediciones, 2006; Beck, U. Sobre el
terrorismo y la guerra, Barcelona, Paidós, 2003; Alexiévich, S. La plegaria de Chernobyl: crónica del futuro,
Barcelona, Casiopea, 2002.
[x] Vid,
Zárate Martín, M. A. y Rubio Benito, Mª T. Geografía
humana. Sociedad, Economía y Territorio, Madrid, Editorial Universitaria
Ramón Areces, 2005, pp. 196-198.
[xi] Por el contrario, numerosos estudios de retórica
política subrayan el autobiografismo, la influencia de la externalidad
referencial, la visión retrospectiva y la afectación de sintaxis y adjetivación
que caracterizaban el discurso político decimonónico; vid, Martínez Arnaldos, M. y Molina Martínez, J. L. La transición socio-literaria del
Neoclasicismo al Romanticismo en el Diario (1827-1838) de José Musso Valiente,
Madrid, Nostrum, 2002; Cenizo Jiménez, J. “Retórica e ideología en un discurso
de Castelar”, en Hernández Guerrero, J. A. (ed), Emilio Castelar y su época. Ideología, retórica y poética, cit, ant, pp. 167-181.
[xii] Carlos Castilla del Pino denomina a este vacío de
significado como un proceso cognitivo de
incomunicación extensional donde el
concepto pervive en el discurso como un mero significante, ausente de
semanticidad, intransitivo. Sin proyección semántica, apenas determina nuevos
significados sobre otros conceptos o
segmentos del cotexto; vid, La incomunicación, Barcelona, Península,
2001, pp. 87-89. Vid, Narotzky, S.
“El afecto y el trabajo: la nueva economía, entre la reciprocidad y el capital
social”, en Moreno Feliu, P. (comp.) Entre
las Gracias y el Molino Satánico. Lecturas de antropología económica,
Madrid, UNED, 2004, pp. 405-409.
[xiii] Vid,
Litvinenko, A. y Felshtinski, Y. Rusia
dinamitada. Tramas secretas y terrorismo de Estado en la Federación Rusa,
Barcelona, Alba, 2009, pp. 146-200.
[xiv] Sobre las limitaciones metodológicas del etnógrafo
por imposiciones políticas tras la Primera Guerra Mundial, vid, Conklin, H.
“Etnografía”, en Fernández Moreno, Nuria (comp.) Lecturas de Etnología: Una introducción a la comparación en
Antropología, Madrid, UNED, 2008, pp. 321-344.
[xv] Vid,
Keleman, S. Anatomía emocional: la estructura de la experiencia
somática, Bilbao, Editorial Desclee de Brouwer, 2003; Sánchez Sánchez, T. La psicosomática: del silencio de las
emociones a la enfermedad, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2009.
[xvi] Vid,
Paredes Duarte, M. J. Perspectivas
semánticas de la elipsis, Madrid, Arcolibro, 2009; Hernández Terrés, J. M. La elipsis en la teoría gramatical,
Murcia, Universidad de Murcia, 1984.
[xvii] Los textos
seleccionados se corresponden a la edición ya citada anteriormente; Voces de Chernóbil, Madrid, Siglo XXI,
2006. La autora omite en numerosas ocasiones la autoría de los testimonios con
la intención de que su obra se interprete como el coro de un réquiem más que
como un riguroso estudio estadístico de naturaleza etnográfica. Por esta razón,
omitimos también en los ejemplos seleccionados los nombres para respetar esa
intencionalidad literaria con carácter elegiaco.
[xviii] Vid,
Bellow, S. Todo cuenta. Del pasado remoto
al futuro incierto, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2009, pp. 123-124.
[xix] La producción de textos eminentemente descriptivos
revela una experiencia recurrente sobre mundos sensoriales complejos; el
silenciamiento de fragmentos discursivos presupone una traumatización del
sentido interpretativo de ese mundo. Asistimos a una inequívoca prueba de
extrañamiento formal donde cesa el curso reflexivo entre símbolo y cosa
representada. Realmente comienza otra configuración lingüística de lo humano
que rompe con todo pacto cultural normativizado en las relaciones sociales de
cualquier comunidad entre hablantes; vid,
Jacob, F. El juego de lo posible,
México, FCE, 2005, pp. 84-85.
[xx] Para un estudio
de la creación literaria como reproducción sistemática de algunas patologías
mentales: vid, Brown, T. y Roberts,
L. “Memories are Made of This:
temporality and practitioner research”, en British
Educational Research Journal, Vol. 26, Nº 5, 2000, pp. 649-659; Milrod, B. “A 9 year-old with conversion
disorder, successfully treated with psychoanalysis”, en Institute Journal of Psychoanalysis, 83,2002, pp. 623-631
[xxi] Más cerca de la inusual purgación que de la
denuncia, más cerca del suicidio que del alivio farmacológico, la lengua de los
afectados de Chernóbil disecciona fragmentos de realidades devastadas; el
psiquiatra Carlos Castilla del Pino, consciente de la inefabilidad lingüística,
con su heterónimo suicida, Onofre,
discurre del mismo modo por estos derroteros explorando lo que es racionalmente
o irracionalmente comunicable : “Lo que
no sé decir es precisamente lo que no puedo decir, y ello es cualquiera cosa
que hace referencia a mí mismo con el ánimo bien dispuesto a la adecuada
relación con el prójimo. Y si hoy, sin aditamiento histérico alguno, con
profunda gravedad he procedido a exponerme ante ustedes (…) Tengo por seguro,
no obstante, que las narraciones de muertes y muertos que siguen instarán al
lector a una inmediata inferencia acerca del autor de las mismas, y quiero en
este sentido prevenirle sobre posibles errores. Por ejemplo: es obvio que toda
descripción de una realidad es de dimensiones vastas y por principio
inabarcable. Se dice muchas veces la vacuidad de que sólo lo objetivo es real.
Con ello se pretende denigrar al sujeto como sospechoso desvelador de lo real.
Pero esto es un grosero error. El sujeto es una parte de lo real también, y al
decir sujeto no me refiero a la corporeidad del mismo – a su bulto, digámoslo
así -, sino a lo que siente y piensa”. Cf.
Discurso de Onofre, Madrid, Tusquets, 1999, pp. 79-110.
[xxii] No hay líneas que leer, sino que son las
entrelíneas las que prenden en las omisiones de predicados; asistimos al
discurso cataléptico de un neurótico que desafía continuamente el sentido
racional de la información; como si la posible reinterpretación perceptual de
su mundo radicara en la desmembración lógico-conceptual de aquellos usos
sociales aprendidos desde su nacimiento; vid,
Pasqualini, G. La clínica como relato,
Buenos Aires, Publikar, 1998, p. 61.
[xxiii] Especifiquemos que la irreconciliable relación
entre sentir y escritura que experimentan escritores románticos nos introduce
en esta reflexión donde la transgresión formal de géneros y patrones habilita
nuevas formas de verbalización; sin duda, es la constatación de una voluntad
irrefrenable para sublimar la temible reflexión existencial que no ceja en el
escritor: la realidad no se agota en el signo así que la escritura es
intencional y sintética, no abismática. La ficcionalización literaria es
entonces una elucubración filosófica sobre los propios límites de la realidad.
La modalización categorial del sujeto parece ocultar infinitas posibilidades de
significación y ese recelo contumaz asedia a la escritura normativizada hasta
re-crearla: “Por el contrario, vivimos
como tomando prestado a cada instante lo que es de cada instante, sin poder ni
siquiera pensar que ese instante es todo. Ningún instante es propiamente nuestro.”(Cf.
Valéry, P. Cuadernos (1894-1945),
Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007, p. 145). Si los Cuadernos del poeta francés se constituyen en una transición
genérica entre ensayo y aforismo es por la iniquidad moral que le supone
representar lo experimentado desde la brevedad del significante, esto es, desde
la prevaricación que per se sobrevive
en la escueta analogía formal. La escritura parece, en definitiva, frivolizar
con la intensidad emocional de las vidas: “Mi
vida se detuvo. Podía respirar, comer,
beber y dormir; de hecho, no podía no respirar, no comer, no beber y no dormir.
Pero no había vida en mí porque no tenía
deseos cuya satisfacción me pareciera razonable (…) Ni siquiera podía desear
conocer la verdad, pues adivinaba ya en qué consistía. La verdad era que la
vida es un absurdo. Era como si hubiera vivido mucho tiempo y, poco a poco,
hubiera llegado a un abismo y ahora viera claramente que delante de mí no había
nada excepto mi ruina”. (Cf.
Tolstói, L. Confesiones, Barcelona,
Acantilado, 2008, p. 31). Verdaderamente, ante la clarividencia de que la
ficcionalización de lo escrito no sublima el sentir devastador de incompletitud
ante las experiencias en vida, resurge la necesidad de romper con los
convencionalismos: “Pero es indudable que
pretender escribir una novela de ideas significa imponerse limitaciones: la
estrechez de miras de nuestra cultura es enorme. (…) Y cuando la trama, el
modelo y la vida interior de un libro están tan claros para el lector como para
el propio autor, quizás haya llegado el momento de echar a un lado el libro,
como si ya hubiera pasado su momento, y empezar algo nuevo.” (Cf. Lessing, D. El cuaderno dorado, Madrid, Punto de Lectura, 2008, pp. 11-27.); “La cambiante sabiduría de las sucesivas
generaciones descarta ideas, reexamina hechos, arrincona teorías. Sin embargo,
el artista apela a aquella parte de nuestro ser que no depende del saber; a
aquello que poseemos como don y no como adquisición, y que, en consecuencia, es
más resistente y duradero. Pero todas –realismo, romanticismo, naturalismo, e
incluso el extraoficial sentimentalismo, del que resulta tan difícil librarse
como de los pobres-, todos esos dioses, deben, tras un breve período de
camaradería, dejarlo solo, incluso en el mismo umbral del templo, con los
balbuceos de su conciencia y la aguda percepción de las dificultades de su
tarea.” (Cf. Conrad, J.
“Prefacio” de El Negro del “Narcissus”,
Madrid, Alianza, 2008, p. 11-13; pp. 9-15.) No olvidemos la reflexión literaria
de Broch al atormentar los últimos días de la existencia de Virgilio: el
lenguaje en su máximo ejercicio descriptivo intenta emular inútilmente la
compleja fisicidad de la materia que existe en el mundo: “ (…) la palabra se cernía sobre el universo, se cernía sobre la nada,
flotaba más allá de lo expresable y lo inexpresable, y él sobrecogido por la
palabra y rodeado por su rumor se cernía sobre la palabra; no obstante, cuanto
más penetraba él en ese mar de sonido y era penetrado por él tanto más
inaccesible y grande, tanto más pesado e inaprensible se tornaba la palabra, un
mar cerniéndose, un fuego cerniéndose, pesado como el mar y leve como el mar,
sin dejar por ello de seguir siendo palabra: (…)”. (Cf. Broch, H. La muerte de
Virgilio, Madrid, Alianza Literaria, 1999, p. 482).
[xxiv] Esta puesta en crisis sobre la infabilidad
sistémica de los actuales procesos comunicacionales (mass-media, parlamentos
políticos, propaganda, sistemas informáticos conversacionales –chat, e-mails,
foros, blogs o messengers- , discurso cinematográfico, instrucción educativa,
por ejemplo) entronca paradójicamente con los continuos debates epistemológicos
y metodológicos que la ciencia adopta continuamente para reconocer la
subjetividad de sus límites; mientras que, en el orden social de las
reflexiones académicas, de los medios de comunicación o de los foros
universitarios, cualquier posición
crítica ante la decadencia funcional de las actuales democracias carece de
discusión formal como si la mera crítica a las posibles actuaciones
gubernamentales e institucionales derrocara
las virtudes del modelo teórico: “ De este modo, cuando una regla queda
establecida, lo que debemos buscar antes que nada son los casos en que esta
regla tenga más posibilidades de fallar. De ahí, entre otras razones, el
interés de los hechos astronómicos, el del pasado geológico; yendo muy lejos en
el espacio, o bien muy lejos en el tiempo, podemos encontrar nuestra reglas
habituales completamente trastornadas, y estos grandes cambios nos ayudarán a
ver mejor o a comprender los pequeños cambios que pueden producirse más cerca
de nosotros, en el pequeño rincón del mundo donde estamos obligados a vivir y a
obrar.” (Cf. Poincaré, H. Sobre la ciencia y su método, Barcelona,
Sociedad Unipersonal. Círculo de Lectores,
1997, p. 41). Aunque verdaderamente el modelo teórico existe en función
de su praxis: “En realidad, cualquier consistencia que perdure un largo período
de tiempo habría de ser considerada no como una virtud metodológica, (…), sino
como un signo alarmante de que no se están produciendo nuevas ideas y de que la
teorización está llegando a su fin. Sólo la doctrina de que las teorías están
únicamente determinadas por los hechos podría haber persuadido a la gente de
que la falta de ideas es loable y de que sus consecuencias son un hecho esencial
del desarrollo de nuestro conocimiento.” (Cf.
Feyerabend, P. K., Los límites de la
ciencia. Explicación, reducción y empirismo, Barcelona, Paidós, 1999, p.
75).
[xxv] Recordemos, por ejemplo, el asesinato de la
periodista Anna Politkovskaya en 2006; la pasividad mostrada por el gobierno de
Medvédev hacia la eficacia y celeridad de las investigaciones en multitud de
casos como el anterior denota un alto grado de escepticismo social hacia las
propias instituciones públicas en estos últimos años. Según el periódico El Mundo de 08/10/ 2009, más de 250
periodistas han sido asesinados desde 1991 en territorio ruso. Vid, Politkóvskaya, A. Diario Ruso, Barcelona, Galaxia
Gutenberg, 2008; Litvinenko, A. y Felshtinski, Y. Rusia dinamitada. Tramas secretas y terrorismo de Estado en la
Federación Rusa, cit, ant, pp. 203-246.
[xxvi] La analogía estructural y sistémica entre
complejidad físico-química de la materia y complejidad social redefine desde
esta última década un horizonte de estudios antropológicos, sociohistóricos y
psicológicos basado en la reflexividad y en la capacidad autocatalítica de las
organizaciones sociales: “Desde la perspectiva de los últimos años del siglo
XX, la dinámica social inaugurada puede contemplarse, comparativamente, como un
proceso denso y de efectos muy intensos. (…), estamos ante una evolución que
permite prefigurar las sociedades del futuro como conglomerados complejos,
caracterizados por múltiples rasgos y facetas, con estructuras sociales
compuestas que serán más sofisticadas y variadas que las propias de modelos
anteriores. De ahí la dificultad para tipificar a este tipo de sociedades por
un solo rasgo definidor, como ocurrió con las sociedades agrarias o las
industriales. Lo cual no obsta para que la dimensión tecnológica tenga un
carácter estructurador más prevalerte, como culminación de una línea
perfectamente identificable en el curso del devenir social” (Cf.
Tezanos, J. F., La sociedad
dividida. Estructuras de clases y desigualdades en la sociedades tecnológicas,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, pp. 73-74); vid,
Litvinenko, A. y Felshtinski, Y. op, cit, ant, pp. 203-246; Nadal Ariño, J., “El futuro de
las tecnologías de la comunicación y la información y sus impactos sociales”,
en Tezanos, J. F. (ed.) Los impactos
sociales de la revolución científico-tecnológica. Noveno Foro sobre tendencias
sociales, Madrid, Editorial Sistema, 2007, pp. 237-272.
[xxvii] La serie documental Shoah (catástrofe en
yiddish), del realizador francés Claude Lanzmann, estrenada en 1985, comprende
una serie de testimonios escalofriantes que los supervivientes de los campos de
exterminio de Birkenau, Treblinka y Austwichz, entre otros, relatan en un
primer plano fijo, ante el objetivo de la cámara: la brevedad sintagmática, la
enumeración detallista de los comportamientos de la SS, la zafiedad de los
ambientes descritos entre interrupciones y exabruptos, por ejemplo, configuran
todo un paralenguaje al margen de la
secuenciación de la entrevista planificada. Los testimonios fluyen con una
complejidad discursiva que utiliza los rasgos paralingüísticos para intentar
hilvanar una lógica discursiva que continuamente se derrumba por la gravedad
traumática de los temas narrados. La circunstancialidad y la contextualización
de los asesinatos a veces se entiende desde la proxémica confinada a la
turbación desesperada de rostros ateridos y compungidos, a gemidos siseantes
que interfieren en la estructura significante de la progresión textual.
[xxviii] En esa exploración del dolor insondable que se
expresa con estructuras fragmentadas, paralingüísticas, no ajenas a la
oralidad, pero omitiendo concretas referencias deícticas, existe un paralelismo
formal con la mística de textos religiosos; confesiones que, al margen de la
búsqueda del placer intelectual o de una finalidad ecuménica, profundizan en
esa comunión entre el sujeto y lo mistificado a partir de un estilo de frases
inconclusas, utilizando metáforas y símbolos reiterativos : “Pero en los años
de decadencia del mundo antiguo esa indagación fue siendo paulatinamente
desplazada por la búsqueda de la felicidad. El interés por el sentido del
cosmos fue cediendo gradualmente su espacio al interés por el sentido de la
vida. Las Confesiones de San Agustín
respondían obviamente a esta demanda del nuevo clima intelectual. Pero esto no
debe hacernos olvidar que el sentido de la palabra “confesiones” en el libro
así titulado de San Agustín no implica tan sólo la mera exhibición de
intimidades, a lo cual se limitan exclusivamente, por ejemplo, las Confesiones de Rousseau. En la versión
latina del libro de los Salmos y del Evangelio de San Juan, (…), el verbo confiteri no significa sólo lo que hoy
solemos entender por “confesar” sino también “dar testimonio”. (Cf. Garrido, M., “Introducción” en Uña
Juárez, A. (ed.) de San Agustín, Las Confesiones, Madrid, Tecnos, 2007,
pp. 25-26; pp. 23-29.
[xxix]
Cf. Nahom, M. Birkenau, the Camp of Death, Tuscalosa,
The University of Alabama Press, 1989, pp. 92-93, cit. en Moreno Feliu, P.
“Organizar: suspensión de la moralidad y reciprocidad negativa”, en Moreno
Feliu, P. (comp), Entre las Gracias y el
Molino Satánico: lecturas de antropología económica, cit, p. 392.
[xxx] Perl, G. I was a Doctor in
[xxxi] Hart, K., en Ibídem, p. 71.
[xxxii] vid, Bruneteau, B., El siglo de los genocidios. Violencias, masacres y procesos genocidas
desde Armenia a Ruanda, Madrid, Alianza, 2007; D´Almeida, F. El pecado de los dioses. La alta sociedad y
el nazismo, Madrid, Taurus, 2008.
[xxxiii] Las características formales que este tipo de
manifestaciones reproduce no están exentas de una necesaria analogía con
testimonios registrados por médicos y antropólogos a enfermos terminales que
presienten la inminencia de la muerte: “Mihran trabaja en un hospital de
Barcelona, es hombre observador de la vida y de la muerte, que le rodean
diariamente, y establece curiosos paralelismos entre las fases por las que pasa
el enfermo que se entera de que se acerca su final y por las que ha transitado
el pueblo armenio desde 1915 hasta hoy. (…) Con el tiempo, algunos se dejaron
arrastrar por la impotencia y la rabia y cometieron actos terroristas que nada
aportaron a la situación. En la tercera fase, en la que estamos ahora, el
pueblo armenio está sumido en un estado de tristeza en el que nada se puede
hacer, y la historia lo condena al olvido.” (Cf. Gurriarán, J. A. Armenios.
El genocidio olvidado, Madrid, Espasa Calpe, 2008, p. 172).
[xxxiv] Ibídem,
p. 109.
[xxxv] Vid,
Moreno, I. “Globalización, mercado, cultura e identidad”, en Moreno Feliu, P.
(comp.) op, cit, ant, p. 485-514.
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