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ALGUNAS PRECISIONES SOBRE EL
NACIONALISMO DE MANUEL BARTOLOMÉ COSSÍO Y
Jesús Fernando Cáseda Teresa
(IES Valle del
Cidacos. Calahorra.
RESUMEN: Se aborda el concepto de Nacionalismo en Manuel Bartolomé Cossío y
en
PALABRAS CLAVE: Nacionalismo, Manuel Bartolomé
Cossío, Generación del 98.
ABSTRACT: The concept of
Nationalism is dealt with by Manuel Bartolomé Cossío and the 98 Generation
having as background the affinities and discrepancies among their conceptions.
KEY WORDS: Nationalism, Manuel Bartolomé Cossío,
98 Generation.
Manuel Bartolomé Cossío no tuvo ningún problema en considerarse español,
en reivindicar su condición y en su ideario pedagógico, especialmente en sus
clases de Historia y de Historia del Arte y plantear constantemente el estudio
de la condición de español y el sentimiento de lo hispanista. Sin duda es hijo,
por educación y formación, del siglo XIX, cuando tanto arraigaron los
nacionalismos entre los intelectuales, desde la época romántica,
Respecto a
“Tomo aquí los términos castizo y casticismo en la mayor amplitud de su
sentido corriente.
Castizo
deriva de casta, así como casta del adjetivo casto, puro. Se aplica de
ordinario el vocablo casta a las razas o variedades puras de especies animales,
sobre todo domésticas, y así es como se dice de un perro que es “de buena
casta”, lo cual originariamente equivalía a decir que era de raza pura,
íntegra, sin mezcla ni mixticismo alguno.” [1]
Se extiende, al
principio de su estudio, en el significado que ha tenido y tiene la voz “castizo” y concluye que, como suele
ocurrir, los términos quedan contaminados por otras voces y terminan por
adquirir significados que nada tienen que ver con el originario. Si castizo significa puro, entiende Unamuno, esta cualidad no es excluyente y para
afirmarse no necesita negar todo lo que no es ella misma. Así se refiere con
desprecio a lo “diferencial”:
“Este mismo furor que por buscar lo diferencial y distintivo, domina a
los individuos, domina también a las clases históricas de los pueblos. Y así
como es la vanidad individual tan estúpida que, con tal de originalizarse y
distinguirse por algo, cifran muchos su orgullo en ser más brutos que los
demás, del mismo modo hay pueblos que se vanaglorian de sus defectos. Los
caracteres nacionales de que se envanece cada nación europea son muy de
ordinario sus defectos. Los españoles caemos también en este pecado.” [2]
Tampoco, según él, el
término castizo puede descansar en lo
histórico de la tradición, en un tradicionalismo que se define, precisamente,
por la negación de la verdad histórica y por recrear tiempos pretéritos,
completamente distorsionados y manipulados con un fin muy claro: justificar
deseos del presente. De ahí su idea acerca de
“Mil veces he pensado en aquel juicio de Schopenhauer sobre la escasa utilidad
de la historia y en los que lo hacen bueno, a la vez que en lo regenerador de
las aguas del río del Olvido. Lo cierto es que los mejores libros de historia
son aquellos en que vive lo presente, y, si bien nos fijamos, hemos de ver que
cuando se dice de un historiador que resucita siglos muertos, es porque les
pone su alma, los anima con un soplo de la intrahistoria eterna que recibe del
presente.” [3]
Su concepto de
“Al comprender el presente como un momento de la serie toda del pasado,
se empieza a comprender lo vivo de lo eterno, de que brota la serie toda, aun
cuando queda otro paso más en esta comprensión, y es buscar la razón de ser del
“presente momento histórico”, no en el pasado, sino en el presente total
intrahistórico; ver en las causas de los hechos históricos vivos revelaciones
de la sustancia de ellos, que es su causa externa.”[4]
Según Unamuno, resulta
ridículo hablar de raza, como concepto fisiológico, y menos todavía en España,
que viene a ser una mezcla de muchos pueblos. Hay, sin embargo, “casta española”, porque existen los
casticismos espirituales y Castilla en buena medida acoge el concepto más puro
o castizo de lo español. De tal modo, en la literatura española, lo castizo, lo
verdaderamente castizo “es lo de la vieja cepa castellana”. De tal modo:
“Si Castilla ha hecho la nación española, ésta ha ido españolizándose
cada vez más, fundiendo más cada día la riqueza de su variedad de contenido
interior, absorbiendo el espíritu castellano en otro superior a él, más
complejo: el español. No tienen otro sentido hondo los pruritos del
regionalismo más vivaces cada día, pruritos que siente Castilla misma; son
síntomas del proceso de españolización de España, son pródromos de la honda
labor de unificación. Y toda unificación procede al compás de la diferenciación
interna y al compás de la sumisión del conjunto a una unidad superior a él.”
[5]
La explicación que
encuentra Unamuno a la multiplicación de nacionalismos periféricos, cada vez
más reivindicativos es, por tanto, muestra evidente de la consistencia de
España; al contrario de lo que se podría pensar. Por ello, considera que “la labor de españolización de España no está
concluida, ni mucho menos, ni concluirá, creemos, si no se acaba con
casticismos engañosos, en la lengua y en el pensamiento que en ella se manifiesta
en la cultura misma”.
Del mismo modo, Cossío no
busca una España romántica o pintoresca, sino la esencia de lo español,
representada por Castilla como espacio geográfico esencial y Toledo como ejemplo y ámbito particular. De la típica ciudad
castellana dice a este respecto que es “la
que ofrece el conjunto más acabado y característico de todo lo que han sido la
tierra y la civilización genuinamente españolas” resumiendo su paisaje los
accidentes más típicos de la meseta castellana[6]. Toledo se convierte, así,
en la única ciudad española que contiene una inagotable y espléndida serie de
monumentos arquitectónicos de casi todas las edades y en un perfecto crisol de
estilos. Pero Toledo, El Greco y su pintura más representativa, El entierro del Conde de Orgaz, son
muestras de la más clara y evidente concepción castiza en el sentido
unamunesco:
“Y así, apartándose de la intencionada novela picaresca, cae el Entierro
del Conde de Orgaz en la psicología ardiente y conceptuosa, pero, sobre todo,
austera de la castiza mística española del siglo XVI, en medio de la cual se
fraguaba. El idealista y, más que evangélico, apocalíptico humanismo, con que
debió nutrirse el Greco en Italia, idealismo que transpira además en sus
primeras obras, así como en las escasas noticias de sus contemporáneos, dejóse
penetrar rápidamente, al llegar a Castilla, por aquel otro humanismo nacional,
más horaciano, apacible y familiar, de fray Luis de León y por el típico
misticismo español.” [7]
Este misticismo define,
según Cossío y también Unamuno, el espíritu castellano. Es, en tal sentido, castizo o puro en el pensamiento místico al que dedica la parte final de su
ensayo En torno al casticismo. Cree
Unamuno que dicho misticismo nace como una negación de las propias pasiones,
asentando pues la individualidad sobre ciertas renuncias, siempre dolorosas. Y
sobre ello eleva el concepto del “cognosce
te ipsum”, curiosamente muy cercano a algunos presupuestos krausistas:
“Robustísima en ellas la afirmación de la individualidad (cosa muy
distinta de la personalidad) y del libre albedrío; grandísima la cautela con
que bordean el panteísmo. Y es tan vivo en esta casa este individualismo
místico, que cuando en nuestros días se coló acá el viento de la renovación
filosófica postkantiana, nos trajo el panteísmo krausista, escuela que procura
salvar la individualidad en el panteísmo, y escuela mística hasta en lo de ser
una perdurable propedéutica a una vista real que jamás llega.” [8]
Curiosa a todos los
efectos esta relación y concomitancia que realiza Unamuno entre el misticismo
español y el postkantismo krausista por vía de un individualismo reivindicado
como fundamental. También Cossío es consciente de esta relación y por ello
también reivindica el misticismo del Greco y, en justa correspondencia con lo
anterior, su casticismo en los términos exactamente explicitados por Miguel de
Unamuno. Véase a este respecto este párrafo que transcribo entresacado del
final del libro De su jornada:
“Alto y raro ejemplo este que el Greco nos ofrece contra la falsa idea
usual del casticismo. Un extraño, un cretense, recriado en Italia, despertando,
oreando, encauzando, fijando la eterna tradición de la pintura patria; abriendo
el surco, para que en él siembre y recoja el más grande, el más universal y humano,
y por esto el más castizo de los puros pintores españoles; impregnando de
tristeza a sus héroes, en los mismos días en que Cervantes forjaba su
eternamente castizo Caballero de la Triste Figura.”[9]
Castilla, Toledo, Don
Quijote, El Greco: símbolos del casticismo y de lo español, de un nacionalismo
reivindicado a la vez que defensa del individualismo pero también de lo
popular, con cierta concepción paternalista de la sociedad y cierto
posicionamiento folklorista también en Cossío. El folk, el volk y la raza,
aunados en los conceptos previos a las ideologías totalitaristas del XX, hunden
sus raíces en el nacionalismo del XIX. Pero tanto Unamuno en su concepción de
“Para el refinado, la ancha visión unitaria de las corrientes
universales, que en el acervo artístico popular vienen a hundirse; la profunda
emoción de este coral gigantesco, en que el arte del pueblo, totalmente
objetivo y por objetivo, como el coro de la tragedia, justo y piadoso, funde
las disonancias, suaviza las estridencias, corrige las aberraciones, depura los
caprichos personales, elimina cuanto repugna a la castidad de su naturaleza
original y de su alma colectiva”.[10]
[1] En torno al casticismo, edic de Jon Juaristi, Madrid, Biblioteca Nueva, 1996, p. 49
[2] Ibídem, p. 65.
[3] Ibídem, p. 67
[4] Ibídem, p. 74
[5] Ibídem, p. 77
[6] De su jornada, op. Cit., p. 230 y ss.
[7] Ibídem, p. 247.
[8] Ibídem, p.131
[9] Ibídem, p. 250
[10] Ibídem, p 253
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