REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


ALGUNAS PRECISIONES SOBRE EL NACIONALISMO DE MANUEL BARTOLOMÉ COSSÍO Y LA GENERACIÓN DEL 98

 

Jesús Fernando Cáseda Teresa

(IES Valle del Cidacos. Calahorra. La Rioja)

                             

 

RESUMEN: Se aborda el concepto de Nacionalismo en Manuel Bartolomé Cossío y en la Generación del 98 según la percepción de su momento y las afinidades y divergencias entre sus concepciones.

PALABRAS CLAVE: Nacionalismo, Manuel Bartolomé Cossío, Generación del 98.

 

ABSTRACT: The concept of Nationalism is dealt with by Manuel Bartolomé Cossío and the 98 Generation having as background the affinities and discrepancies among their conceptions.

KEY WORDS: Nationalism, Manuel Bartolomé Cossío, 98 Generation.

 

         

          Manuel Bartolomé Cossío no tuvo ningún problema en considerarse español, en reivindicar su condición y en su ideario pedagógico, especialmente en sus clases de Historia y de Historia del Arte y plantear constantemente el estudio de la condición de español y el sentimiento de lo hispanista. Sin duda es hijo, por educación y formación, del siglo XIX, cuando tanto arraigaron los nacionalismos entre los intelectuales, desde la época romántica, la Convención de Viena, tras el periodo bonapartista –1815- y también durante la explosión nacionalista desde mitad del XIX. Pero todo ello sin estridencias, sin que el considerarse español supusiera, para Cossío, la negación de nada ni la afirmación excluyente de todas las demás nacionalidades.

 

          Respecto a la Generación del 98, se han publicado muchas y diversas interpretaciones acerca de su condición, su afirmación y negación del nacionalismo español y de los nacionalismos periféricos. De hecho, la nómina de escritores que la conforman, como se ha repetido hasta la saciedad, procede del extrarradio y ni uno solo de sus miembros tiene origen castellano. Sin embargo, convirtieron en mitos a Castilla, a don Quijote, como su ideal y símbolo y al casticismo como su pensamiento, en términos bien explícitos del propio Miguel de Unamuno. Se ha hablado mucho sobre el significado de “casticismo” en el sentido utilizado por el escritor de Bilbao. No tendría, en principio, una connotación racial demasiado contundente y, por el contrario, aludiría a ciertos comportamientos consagrados por los usos y las costumbres. De tal modo expresa en su obra que toma el término en una forma amplia:

 

          Tomo aquí los términos castizo y casticismo en la mayor amplitud de su sentido corriente.

          Castizo deriva de casta, así como casta del adjetivo casto, puro. Se aplica de ordinario el vocablo casta a las razas o variedades puras de especies animales, sobre todo domésticas, y así es como se dice de un perro que es “de buena casta”, lo cual originariamente equivalía a decir que era de raza pura, íntegra, sin mezcla ni mixticismo alguno.” [1]

 

          Se extiende, al principio de su estudio, en el significado que ha tenido y tiene la voz “castizo” y concluye que, como suele ocurrir, los términos quedan contaminados por otras voces y terminan por adquirir significados que nada tienen que ver con el originario. Si castizo significa puro, entiende Unamuno, esta cualidad no es excluyente y para afirmarse no necesita negar todo lo que no es ella misma. Así se refiere con desprecio a lo “diferencial”:

 

          Este mismo furor que por buscar lo diferencial y distintivo, domina a los individuos, domina también a las clases históricas de los pueblos. Y así como es la vanidad individual tan estúpida que, con tal de originalizarse y distinguirse por algo, cifran muchos su orgullo en ser más brutos que los demás, del mismo modo hay pueblos que se vanaglorian de sus defectos. Los caracteres nacionales de que se envanece cada nación europea son muy de ordinario sus defectos. Los españoles caemos también en este pecado.” [2]

 

          Tampoco, según él, el término castizo puede descansar en lo histórico de la tradición, en un tradicionalismo que se define, precisamente, por la negación de la verdad histórica y por recrear tiempos pretéritos, completamente distorsionados y manipulados con un fin muy claro: justificar deseos del presente. De ahí su idea acerca de la Historia que expresa con meridiana claridad:

 

          Mil veces he pensado en aquel juicio de Schopenhauer sobre la escasa utilidad de la historia y en los que lo hacen bueno, a la vez que en lo regenerador de las aguas del río del Olvido. Lo cierto es que los mejores libros de historia son aquellos en que vive lo presente, y, si bien nos fijamos, hemos de ver que cuando se dice de un historiador que resucita siglos muertos, es porque les pone su alma, los anima con un soplo de la intrahistoria eterna que recibe del presente.” [3]

 

          Su concepto de la Intrahistoria –tantas veces repetida- queda por tanto formulada como una recreación de la historia, del alma de la historia, de su vida y de su pensamiento. Más o menos lo que hace Azorín, también, en casi todas sus obras, quien mejor llevó a cabo el concepto intrahistórico unamunesco. La mejor definición que de ello he encontrado la ofrece el propio Unamuno en la misma obra:

 

          Al comprender el presente como un momento de la serie toda del pasado, se empieza a comprender lo vivo de lo eterno, de que brota la serie toda, aun cuando queda otro paso más en esta comprensión, y es buscar la razón de ser del “presente momento histórico”, no en el pasado, sino en el presente total intrahistórico; ver en las causas de los hechos históricos vivos revelaciones de la sustancia de ellos, que es su causa externa.”[4]

 

          Según Unamuno, resulta ridículo hablar de raza, como concepto fisiológico, y menos todavía en España, que viene a ser una mezcla de muchos pueblos. Hay, sin embargo, “casta española”, porque existen los casticismos espirituales y Castilla en buena medida acoge el concepto más puro o castizo de lo español. De tal modo, en la literatura española, lo castizo, lo verdaderamente castizo “es lo de la vieja cepa castellana”. De tal modo:

 

          Si Castilla ha hecho la nación española, ésta ha ido españolizándose cada vez más, fundiendo más cada día la riqueza de su variedad de contenido interior, absorbiendo el espíritu castellano en otro superior a él, más complejo: el español. No tienen otro sentido hondo los pruritos del regionalismo más vivaces cada día, pruritos que siente Castilla misma; son síntomas del proceso de españolización de España, son pródromos de la honda labor de unificación. Y toda unificación procede al compás de la diferenciación interna y al compás de la sumisión del conjunto a una unidad superior a él.” [5]

 

          La explicación que encuentra Unamuno a la multiplicación de nacionalismos periféricos, cada vez más reivindicativos es, por tanto, muestra evidente de la consistencia de España; al contrario de lo que se podría pensar. Por ello, considera que “la labor de españolización de España no está concluida, ni mucho menos, ni concluirá, creemos, si no se acaba con casticismos engañosos, en la lengua y en el pensamiento que en ella se manifiesta en la cultura misma”.

 

          Del mismo modo, Cossío no busca una España romántica o pintoresca, sino la esencia de lo español, representada por Castilla como espacio geográfico esencial y Toledo como  ejemplo y ámbito particular. De la típica ciudad castellana dice a este respecto que es “la que ofrece el conjunto más acabado y característico de todo lo que han sido la tierra y la civilización genuinamente españolas” resumiendo su paisaje los accidentes más típicos de la meseta castellana[6]. Toledo se convierte, así, en la única ciudad española que contiene una inagotable y espléndida serie de monumentos arquitectónicos de casi todas las edades y en un perfecto crisol de estilos. Pero Toledo, El Greco y su pintura más representativa, El entierro del Conde de Orgaz, son muestras de la más clara y evidente concepción castiza en el sentido unamunesco:

 

          Y así, apartándose de la intencionada novela picaresca, cae el Entierro del Conde de Orgaz en la psicología ardiente y conceptuosa, pero, sobre todo, austera de la castiza mística española del siglo XVI, en medio de la cual se fraguaba. El idealista y, más que evangélico, apocalíptico humanismo, con que debió nutrirse el Greco en Italia, idealismo que transpira además en sus primeras obras, así como en las escasas noticias de sus contemporáneos, dejóse penetrar rápidamente, al llegar a Castilla, por aquel otro humanismo nacional, más horaciano, apacible y familiar, de fray Luis de León y por el típico misticismo español.” [7]

 

          Este misticismo define, según Cossío y también Unamuno, el espíritu castellano. Es, en tal sentido, castizo o puro en el pensamiento místico al que dedica la parte final de su ensayo En torno al casticismo. Cree Unamuno que dicho misticismo nace como una negación de las propias pasiones, asentando pues la individualidad sobre ciertas renuncias, siempre dolorosas. Y sobre ello eleva el concepto del “cognosce te ipsum”, curiosamente muy cercano a algunos presupuestos krausistas:

 

          Robustísima en ellas la afirmación de la individualidad (cosa muy distinta de la personalidad) y del libre albedrío; grandísima la cautela con que bordean el panteísmo. Y es tan vivo en esta casa este individualismo místico, que cuando en nuestros días se coló acá el viento de la renovación filosófica postkantiana, nos trajo el panteísmo krausista, escuela que procura salvar la individualidad en el panteísmo, y escuela mística hasta en lo de ser una perdurable propedéutica a una vista real que jamás llega.” [8]

 

          Curiosa a todos los efectos esta relación y concomitancia que realiza Unamuno entre el misticismo español y el postkantismo krausista por vía de un individualismo reivindicado como fundamental. También Cossío es consciente de esta relación y por ello también reivindica el misticismo del Greco y, en justa correspondencia con lo anterior, su casticismo en los términos exactamente explicitados por Miguel de Unamuno. Véase a este respecto este párrafo que transcribo entresacado del final del libro De su jornada:

 

          Alto y raro ejemplo este que el Greco nos ofrece contra la falsa idea usual del casticismo. Un extraño, un cretense, recriado en Italia, despertando, oreando, encauzando, fijando la eterna tradición de la pintura patria; abriendo el surco, para que en él siembre y recoja el más grande, el más universal y humano, y por esto el más castizo de los puros pintores españoles; impregnando de tristeza a sus héroes, en los mismos días en que Cervantes forjaba su eternamente castizo Caballero de la Triste Figura.”[9]

 

          Castilla, Toledo, Don Quijote, El Greco: símbolos del casticismo y de lo español, de un nacionalismo reivindicado a la vez que defensa del individualismo pero también de lo popular, con cierta concepción paternalista de la sociedad y cierto posicionamiento folklorista también en Cossío. El folk, el volk y la raza, aunados en los conceptos previos a las ideologías totalitaristas del XX, hunden sus raíces en el nacionalismo del XIX. Pero tanto Unamuno en su concepción de la Intrahistoria, como Cossío en la suya del arte popular, defienden el privilegio de lo espontáneo, la supremacía de lo universal, pero en conjunción con lo particular, con el respeto al individuo y a la región, a la nación, ... Este equilibrismo bienintencionado esconde en realidad cierto utopismo y así se considerará – y se criticará- sin tardar mucho tiempo. Por ello estas palabras que a continuación transcribo vinieron a ser una suerte de último canto del cisne antes de que, finalmente, estallaran con crudeza los antagonismos de una sociedad absolutamente rota en dos y conflictivamente fracturada:

 

          Para el refinado, la ancha visión unitaria de las corrientes universales, que en el acervo artístico popular vienen a hundirse; la profunda emoción de este coral gigantesco, en que el arte del pueblo, totalmente objetivo y por objetivo, como el coro de la tragedia, justo y piadoso, funde las disonancias, suaviza las estridencias, corrige las aberraciones, depura los caprichos personales, elimina cuanto repugna a la castidad de su naturaleza original y de su alma colectiva”.[10]

 

 

         

 



[1] En torno al casticismo, edic de Jon Juaristi, Madrid, Biblioteca Nueva, 1996, p. 49

[2] Ibídem, p. 65.

[3] Ibídem, p. 67

[4] Ibídem, p. 74

[5] Ibídem, p. 77

[6] De su jornada, op. Cit., p. 230 y ss.

[7] Ibídem, p. 247.

[8] Ibídem, p.131

[9] Ibídem, p. 250

[10] Ibídem, p 253