REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


JAMAICA KINCAID Y LA CONSTRUCCION DE

LA IDENTIDAD CARIBEÑA

 

Audy Yuliser Castañeda Castañeda
(Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico de Caracas)

 

RESUMEN

 

El presente trabajo examina los aspectos relativos a la construcción de la identidad caribeña, tal y como se evidencia en la obra de la escritora Jamaica Kincaid, A Small Place.  La escritora, oriunda de la pequeña isla de Antigua, en el corazón del Caribe, plantea elementos de pugna en la conformación de la identidad de los habitantes de dicha isla, los cuales aquí son analizados a la luz de la opinión de diversos pensadores latinoamericanos.  Se concluye con un planteamiento que relaciona los conceptos de identidad y de “otredad”.

 

Palabras clave: caribe; identidad; otredad; pensamiento latinoamericano

ABSTRACT

 

This paper examines elements related to the construction of the concept of a Caribbean identity, as evidenced in the literary work A Small Place, penned by Antiguan writer Jamaica Kincaid, who presents elements of struggle that define the conformation of the identity of the inhabitants of Antigua, and compared to the opinions of several latinoamerican thinkers.  The paper concludes with the idea that the concepts of identity and “otherness” may well be related.

 

Key words:  the Caribbean; identity; otherness; latinoamerican thought

 

INTRODUCCIÓN

 

          Mucho se ha discutido sobre la unidad y diversidad cultural que caracteriza a la historia de la región Caribeña.  Existen numerosos puntos de divergencia tales como los idiomas, las religiones, los sistemas educativos, las costumbres, las etnias, los modos de explotación de la tierra, la arquitectura, el diseño de las ciudades, la apariencia y actitud de los pobladores, entre otros. Entre los puntos de convergencia caben destacar tres tipos: (a) sociales (el continuo crecimiento de la población y su composición social heterogénea; (b) económicos (la dificultad para satisfacer las crecientes demandas del pueblo); y (c) políticos (la independencia de los países conquistadores y la continua inestabilidad de los gobiernos locales).  Estos problemas, según lo propone Gilkes (1989), parecen surgir de una historia común de resistencia frente a la dominación extranjera, y del implacable efecto devastador del analfabetismo, la pobreza y la violencia.

 

          Ya que el Caribe comprende un área tan diversa y conflictiva, resulta sorprendente que haya surgido tal profusión de novelistas, poetas, cuentistas y ensayistas, de gran repercusión a nivel mundial. La literatura del Caribe surge como una fuerza dividida entre las élites y el pueblo común; es una literatura producto de la imaginación de escritores oriundos de esta región pero que desde el exilio la mayoría han procurado la búsqueda de una identidad, reinventando de este modo una visión del pasado colonial consistente con lo que José Martí ha denominado como una “América Mestiza”.

 

          Entre la proliferación de obras literarias y autores en el Caribe de habla inglesa, destaca Jamaica Kincaid, al ser una escritora contemporánea, y oriunda de la pequeña isla de Antigua, bastante próxima a Venezuela. La América Latina y el Caribe comparten una misma historia de sometimiento, luchas, muertes y explotación por parte de unos conquistadores/exploradores/misioneros venidos desde Europa.  Kincaid ha sido ampliamente estudiada por los críticos desde la publicación de su primer trabajo, At the Bottom of the River, en 1983.  Como muchos novelistas y poetas del Caribe anglosajón, ha publicado sus obras desde el exilio en Nueva York. Su estatus de exiliada se manifiesta en gran parte de sus obras, caracterizadas por un distanciamiento de su pasado y su presente personal. Kincaid critica la pequeñez sofocante de su nativa isla Antigua, no sin contrastarla con la ignorante opulencia de los Estados Unidos. 

 

          Por extensa que sea la obra de Jamaica Kincaid, un examen de algunas de sus obras con respecto al aspecto de la identidad Caribeña resultaría insuficiente si no se toman en cuenta otros elementos de importancia. Por ejemplo, el contexto actual presenta la existencia de dos fenómenos que parecen contradictorios entre sí: la globalización y el desarrollo endógeno. La globalización se ha caracterizado por la expansión de las interrelaciones entre los pueblos del mundo, sus instituciones y culturas, así como por el desarrollo de lo que Mato (2003) identifica como una “creciente conciencia de globalización” (p. 30). La globalización va más allá de sus implicaciones a nivel económico, se trata de un proceso complejo a nivel mundial que ha interconectado a todo el planeta desde los ámbitos social, político y hasta cultural.  Por supuesto, y aunque así no lo parezca en una primera mirada, no se trata de un proceso de homogeneización, pues así como hay alguna tendencia hacia ella, también se estimulan las diferenciaciones, por ejemplo, revitalizando los valores autóctonos, así como de identificaciones étnicas, de género, de condición social, de localidad, entre otros. Mato comenta al respecto que la globalización “implica ante todo establecimiento y desarrollo de nuevas interconexiones, y densificación y creciente relevancia de las ya existentes.” (p. 36). 

          No pretendemos tratar el tema del desarrollo endógeno, por razones de espacio principalmente.  Cabe señalar, no obstante, nuestra idea de que con todo y una especie de tendencia hacia la homogeneización del mundo, hay también un creciente interés por demarcar y proteger las particularidades de cada región o país, a través de esfuerzos por preservar aquellos elementos que constituyen su patrimonio. No existe una cultura más importante que otra, ni mejor ni más cierta o verdadera. Todas las culturas son importantes y todas son ciertas y verdaderas, pues en cada una de ellas hay conocimientos que pueden ser útiles para el resto de la humanidad. También hay manifestaciones estéticas que el mundo debe conocer, apreciar, admirar y preservar. Nos suscribimos así a los planteamientos de Sequera (2004), para quien la identidad de una nación, región o grupo étnico “está siempre contenida en los elementos que constituyen su patrimonio cultural (…) [donde] se reflejan los usos y las costumbres del grupo que lo conformó y por eso es importante su cuidado y mantenimiento” (p. 40).  Sin el ánimo de considerarnos unos optimistas románticos sin remedio, nos remitimos a la advertencia que Arráiz Lucca (s/f) hace con respecto al valor de la cultura local dentro de un mundo globalizado.  Dice el autor que aquellas manifestaciones de cultura local que no tengan posibilidades de ser promocionadas a través de técnicas sofisticadas de mercadeo no lograrán traspasar el ámbito local; sucede que las singularidades regionales, religiosas, étnicas, entre otras, se han fortalecido; así, “la uniformidad va a encontrar en la acera de enfrente la singularidad defendiendo lo suyo y, a su vez, esa misma singularidad intentando colocar su identidad en el concierto global.” (p. 41).

 

          Nuestra discusión entonces, procurará explorar los diferentes aspectos que conforman la construcción de una identidad Caribeña, sobre la base de algunas obras escritas por Jamaica Kincaid, y apoyándonos en lo que varios pensadores latinoamericanos han considerado con respecto al tema de la identidad. 

 

La búsqueda de la identidad en el Caribe anglófono

 

          La búsqueda de una identidad, de nuevas definiciones y valores se ha puesto en evidencia en diversas manifestaciones culturales en el mundo.  En particular, y refiriéndonos al área del Caribe anglófono, se ha apreciado esta tendencia en su literatura producida a partir de la segunda mitad del siglo XX, donde se tratan temas como la transición y la evolución social, la importancia de la historia, entre otros. En las obras literarias de la región los autores se apropian de la lengua de los conquistadores en nuevas formas, adaptando el léxico, la sintaxis y aspectos prosódicos al paisaje tropical, a los ritmos traídos por los esclavos desde África, para así intentar captar, en la medida de lo posible, el significado de la experiencia propia del Caribe. Así, una gran parte de la literatura del Caribe anglófono parece reflejar, según Gilkes, “una unidad intercultural e interracial EN PUGNA” (p. 283).

 

          El lenguaje parece ser el legado colonial más obvio y permanente, en especial para aquellos países bajo el control del Imperio Británico.  Mucha de la literatura producida en el Caribe anglófono es escrita en inglés. Ya que el lenguaje “proporciona los términos que pudieran constituir la realidad” así como “los nombres por los cuales el mundo sería ‘conocido’” (Ashcroft, Griffiths y Tiffin, 1995, p. 283), probablemente los efectos del lenguaje en un país colonizado trascienden la función básica de la lengua como comunicación, y adquieren así un significado más cultural. Ngugi Wa Thiong’o (1995) parece referirse a esto cuando escribe que “la lengua trae consigo la cultura, y la cultura lleva en sí, particularmente a través de la oralidad y la literatura, un conjunto de valores por los cuales nos percibimos a nosotros mismos y a nuestro lugar en el mundo” (p. 290).

 

          Con respecto al lugar predominante del lenguaje del Imperio Británico en el Caribe, ha habido varias reacciones, siendo dos las más comunes: rechazo o subversión.  El proceso de descolonización radical es una buena demostración de la primera alternativa, y se centra en la idea de que una identidad debe afianzarse en el desplazamiento o la dispersión del idioma del colonizador. Por otro lado, usar la lengua traída por el conquistador puede convertirse en un mecanismo de subversión cuando se le usa para resistir el imperialismo. En fin, que el lenguaje lleva consigo la cultura, y la cultura implica los valores a través de los cuales la gente percibe su lugar y su identidad en el mundo. La percepción que la gente tiene de sí misma afecta su visión de la cultura, la política, la producción de bienestar social, así como su relación con el medio natural y sus semejantes.

 

          Tal y como las otras ‘nuevas literaturas en inglés’ provenientes de África, Australia, Canadá o Estados Unidos, la literatura del Caribe anglófono está enraizada en el lugar de su concepción. El artista del Caribe vive en un mundo comparativamente al desnudo, donde la arquitectura monumental del Viejo Mundo no tiene cabida, por lo cual requiere encontrar nuevas formas de expresión. Antonio Benítez-Rojo ha argumentado, por su parte, que el Caribe, con sus identidades en conflicto, es una ‘isla que se repite’, una región inestable suspendida entre culturas, ‘el último meta-archipiélago’. Es un área que fluye como ‘el caos espiral de la Vía Láctea’, limitada en su geografía, y unida por una historia común de esclavitud.  Históricamente el desarrollo de la escritura creativa en el Caribe ha sido divisorio, por ser la alfabetización privilegio de las élites, y para las masas la profesión de escritor significaba alejarse de sus raíces culturales basadas en una tradición oral.

          Con respecto al lenguaje Frantz Fanon (1986) afirma que éste fue el elemento central para el establecimiento de una identidad caribeña.  Según este psicólogo, la imposición de un lenguaje alienígena constituye un factor clave para el colapso nervioso y la psicosis que cundió a sus pacientes colonizados. La lengua del imperialismo tuvo un impacto particular sobre el Caribe. Mientras que en África hubo conflicto entre las lenguas autóctonas y los idiomas impuestos por los europeos, en el Caribe no hubo ni siquiera de dónde elegir, haciendo de sus habitantes seres sin vínculos con su tierra, su historia, sus ancestros, ni consigo mismos. La población ‘negra’ debía aprender una lengua que los devaluaba, una lengua en la que la palabra ‘negro’ denotaba la fuerza bruta, en tanto que la palabra ‘blanco’ venía a ser lo moral e intelectual. 

 

           Posteriormente surge en el Caribe el Creóle a partir de la lengua del colonizador, pero no se constituyó en un idioma alternativo, sino más bien una ‘nueva forma de ser’, pues ‘cada dialecto es una manera de pensar’.  Las formas del Creóle comenzaron a surgir hacia finales del siglo XVIII, lo cual permitió a los esclavos de diferentes tribus comunicarse en formas diferentes a las de sus amos. Los hijos de los colonizadores aprendieron el Creóle de sus nanas, y así éste se infiltró en la sociedad caribeña en su totalidad.

 

          Para los propósitos de nuestra discusión, la obra de Jamaica Kincaid responde a una hipótesis según la cual el lenguaje, además de ser comunicación, es también cultura. La comunicación crea cultura: la cultura es una forma de comunicación. El lenguaje lleva en sí la cultura, y la cultura a su vez implica, especialmente a través de la oralidad y la literatura, los valores por medio de los cuales la gente se percibe a sí misma y se da cuenta cuál es su posición en el mundo. De acuerdo a cómo cada persona se percibe a sí misma, se verá afectada su visión de la cultura, la política, la producción de bienestar social, así como su relación con la naturaleza y sus semejantes.

 

La Historia como elemento conformador de la identidad

 

          Es bien sabido que el Caribe es una región donde las comunidades aborígenes fueron virtualmente exterminadas, sustituidas posteriormente por gentes de África, Asia y Europa; no obstante, los estudiosos concuerdan en afirmar que se ha establecido una identidad distintiva que a su vez ha hecho aportes a las culturas globales, incluyendo aquellas de los países de donde vinieron originalmente sus antepasados. La región a primera vista no parecería campo propicio para la gran proliferación de obras literarias que la caracteriza. Es rural, y bastante deprimida a nivel económico.  Está fragmentada en pequeñas islas y en áreas discontinuas a lo largo de la costa del continente americano. No existe una lengua común, pues los países del Caribe han heredado lenguas tan diversas como el inglés, el castellano, el francés, el holandés, lenguas que han sido luego modificadas en formas criollas que son diferentes en cada pequeña área. Incluso en la era postcolonial, territorios próximos geográficamente se mantienen separados por tradiciones culturales diferentes. 

 

          Mientras en el Caribe los holandeses, ingleses y franceses prácticamente exterminaron a las poblaciones indígenas, los españoles en tierra firme se mantuvieron firmes a la idea de la “inferioridad” del aborigen, razón suficiente para imponer sus formas de gobierno, lengua y religión. Curiosamente, según lo comenta Karlos Navarro (2000), se desataba en Latinoamérica una polémica sobre la esencia de lo humano y su relación con los indígenas del continente. Los conquistadores, comenta el autor, negaron a los indígenas su estatus antropológico, calificándolos como seres “naturalmente inferiores”, incapaces de organizarse socialmente según los estándares europeos, y pecadores que practicaban la idolatría, la sodomía y la barbarie. Así entonces se planteó el primer problema importante relativo a la construcción de la identidad, si bien a partir de una perspectiva eurocéntrica: ¿eran los indígenas o no parte de la especie humana?

          Las implicaciones de esta pregunta resultaron muy serias, ya que esto decidiría el destino de los aborígenes de tierra firme americana, ¿serían seres humanos, y por lo tanto, súbditos del rey de España, o serían simplemente una “subespecie”, que no merecería tal supuesto honor de súbditos del Rey?

          Mientras que ocurría este debate filosófico, personificado en la llamada disputa de Valladolid, entre Bartolomé de las Casas (quien sostenía el carácter humano de los aborígenes) y Juan Ginés de Sepúlveda (avocado a la hipótesis opuesta), la caña de azúcar pronto dominó la vida y cultura de todo el Caribe. La caña de azúcar se introdujo en la isla de la Española en 1522, y su cultivo implicó un trabajo intenso en las llamadas plantaciones, y para lograr una mayor productividad, los colonizadores trajeron entre cuatro y cinco millones de esclavos desde África. Estos esclavos, desprovistos de sus culturas y lenguas autóctonas, forman parte del Caribe contribuyendo a la enorme diversidad de la región, y a la dificultad de definir una identidad Caribeña propiamente dicha. 

          La situación del Caribe con respecto a la heterogeneidad se hace aún más marcada con la llegada de trabajadores desde la India, China, Portugal e Irlanda, una vez que la esclavitud fuera abolida hacia 1834.  La era de la plantación marcó profundamente a la región, donde el poder estaba en manos de una élite de elegidos (predominantemente caucásica) establecida sobre la base de su color de piel, y no por mérito alguno. Sin embargo, y a pesar del dominio de una élite, la cultura distintiva, generadora de una identidad sincrética y colorida, venía siendo creada por la despojada mayoría negra.

          El debate entre Sepúlveda y Las Casas revolucionó las ideas existentes hasta aquel momento histórico acerca del universo y la historia de la humanidad. El mundo no se caracterizaba, como creían entonces, por poseer una unidad cultural. No obstante, aún hoy en día se continúan estudiando la naturaleza de las cosas, el ser, la posición del ser humano en el mundo, así como los aspectos históricos, culturales y de  muchos otros ámbitos, con criterios establecidos en Europa, es decir, con una visión completamente eurocéntrica de las cosas, posiblemente en detrimento de una reflexión y pensamiento propiamente latinoamericanos. 

          Si existe tal carencia de ideas propias, ¿será acaso posible hablar de una identidad caribeña, o latinoamericana? Leopoldo Zea expone su propuesta, según la cual las ideas no son originales porque produzcan sistemas exóticos o nuevos, sino porque resultan de la necesidad de dar respuesta a los problemas de una realidad y tiempo determinados.  Así, según lo cita Navarro (2000), para Zea “tal filosofía debe partir del hombre latinoamericano, proyectarse a la universalidad y ofrecer soluciones a los problemas tanto del latinoamericano, como de los demás pueblos”.

          Acaso no sean los filósofos latinoamericanos quienes hayan alcanzado esta meta, sino tal vez hayan sido los novelistas, cuentistas, ensayistas y poetas de Latinoamérica y el Caribe. Nuestra hipótesis se fundamenta en el supuesto según el cual los productores de literatura de la región han recreado en ficción su realidad histórica, aportando elementos de originalidad, autenticidad, crítica al pasado y al presente.  Originalidad en el planteamiento de sus historias y el uso del lenguaje del opresor, y autenticidad al expresar lo específico, lo local.  Estos elementos los encontramos en las obras de Kincaid, por citar un ejemplo particular.

          Al plantearnos el análisis del problema de la construcción de la identidad, hemos recurrido a una novelista de la región Caribe anglófona, en lugar de un filósofo, pues la filosofía en Latinoamérica, salvo en pocas excepciones, se ha reducido a la repetición mecánica de esquemas foráneos, en detrimento de una reflexión auténtica y original.

Identidad, Globalización y Localismo

 

          Siendo la obra literaria de Jamaica Kincaid referente a su realidad como nativa de una pequeña isla del Caribe, producto de su reflexión personal desde el exilio, cabe preguntarse cómo una ciudadana del mundo, residente en un país que ha impuesto sus modos de producción, forma política, idioma, costumbres e ideologías, tiene algo que aportar con respecto al tema de la identidad.  Muchos han sido los estudiosos de las preguntas relativas a la identidad de los pueblos, entre ellos citaremos a Nelly Arenas (1997) quien hace una serie de planteamientos que vale la pena considerar.

 

          Arenas afirma que las preguntas relacionadas a la identidad de los pueblos se han venido formulando en Latinoamérica desde el siglo XVI, pero que en la actualidad debido a la globalización tecnológica se han difundido más ampliamente. La socióloga venezolana hace un recorrido histórico del concepto de identidad latinoamericana desde la modernidad hasta la actualidad. Remonta el origen del concepto de identidad a la aparición de los Estados Nacionales en las postrimerías del siglo XVII.  Cita a Kennedy (1993) al relatar cómo cada Estado Nacional establece su identidad a través de símbolos, culto a los próceres patrios, y el establecimiento de una lengua nacional que sustituyera las variantes regionales.  Examinando el fenómeno ocurrido en Latinoamérica, y en el Caribe en particular, como lo relatan los escritores de la región en sus obras literarias, no creemos que se haya establecido una identidad particular, pese a los esfuerzos conscientes de los conquistadores por imponer sus símbolos culturales y religiosos, su idioma y su organización política. Intuimos, en cambio, una fuerte resistencia por parte de las etnias oprimidas, en particular de aquellas que sobrevivieron al exterminio barbárico.  Arenas lo establece claramente cuando afirma que la democracia, como instrumento de organización política impuesto a los pueblos colonizados, en realidad lo que logró fue solapar algunas formas sociales que no encajaban en ese marco, lo cual ha traído crisis de identidad en la región, a tal grado que los escritores, para ser reconocidos, se exilian voluntariamente de su país natal.

 

          La independencia de las naciones del Caribe y Latinoamérica propició la necesidad de encontrar una identidad nacional propia, inventando así símbolos identitarios para la respectiva nación. Arenas cita a Ortiz (1995), quien explica el caso de Brasil, con el carnaval, la samba y el fútbol. Pero nos preguntamos, ¿acaso así sucedió en el Caribe, y en particular, en la pequeña isla de Antigua?

 

          La identidad, según lo que plantea Arenas, parece ser un refugio que ha “oscurecido nuestro presente” y ha “demonizado lo extranjero” (p. 7). Es un concepto de la identidad desde unos parámetros o códigos cerrados, cuando la realidad globalizada de nuestros días obliga a reconocer la interacción con otras culturas, la pugna entre lo mundialmente aceptado y las propias peculiaridades locales. 

 

          Arenas recomienda una “visión posmoderna” de la identidad, donde disciplinas o áreas como la literatura, la sociología y antropología tienen mucho que decirnos sobre quiénes somos. Si bien la obra de Jamaica Kincaid no se inscribe en el ámbito latinoamericano, sí lo hace en el caribeño. En particular su ensayo largo titulado A Small Place (Un Pequeño Lugar) plantea ideas muy interesantes con respecto a quiénes son los habitantes de Antigua, y cómo han establecido una lucha interna por encontrar una identidad propia como pueblo.  Antigua es una pequeña isla cuya actividad principal es el turismo, inevitablemente interconectada culturalmente. La identidad pasa a ser un concepto guiado por lo socio-comunicacional. Arenas cita a García Canclini (1994), quien proporciona bases para una construcción del concepto de identidad desde una perspectiva posmoderna, entre ellas caben mencionar (a) la identidad es construida históricamente, por lo tanto es un valor relativo al tiempo y lugar; (b) las identidades étnicas y nacionales vienen dadas por la forma en que se imagina que se viven, de allí que el imaginario proveniente de obras como la de Jamaica Kincaid sean de gran interés; (c) la identidad cultural de una nación es multicultural e híbrida, surgida de las identidades particulares de quienes la conforman; y (d) la identidad es condicionada cada día más por las transnacionales en su afán homogeneizador de los gustos y creencias.

 

          Arenas plantea la necesidad de repensar el concepto de identidad, para referirse a lo que Octavio Paz ha llamado la “otredad”, concepto discutido ampliamente en los denominados Estudios Poscoloniales. Al mirarse a sí mismo en “el otro”, se deslindan las barreras y las pugnas por afirmar la propia identidad y diferenciarla de la de otras personas.  Incluso en el ámbito académico se ha profundizado hoy en día la creencia de que la literatura constituye un elemento inseparable del elemento cultural. La realidad de la literatura y como los docentes perciben su utilidad dentro del contexto académico son puntos álgidos de reflexión ya que cuando se incorporan elementos de diversas culturas, se fomenta la multiculturalidad y la tolerancia y respeto por otras manifestaciones de valores, de creencias, sistemas de vida y formas de ver el mundo. Esto contribuye, a nuestro modo de ver, al fomento de la paz y armonía a nivel mundial.  De ninguna manera atenta contra la identidad propia, que no se circunscribe a un ámbito meramente local. García Canclini se refiere a esto como un espacio o localización mucho más “tolerante y multifocal”.

 

Jamaica Kincaid, A Small Place, y la Identidad

 

          La primera impresión al comenzar a leer A Small Place es preguntarse qué tipo de texto es éste: ¿la trascripción de una conversación, una historia corta, una reflexión, un ensayo, propaganda turística, una anécdota, un reclamo? Es todo eso y no lo es. Jamaica Kincaid procuró en esta obra reflejar o articular una identidad propia, la identidad de un nativo de la isla de Antigua, exigiendo un pasado auténtico en sustitución de la inevitable otredad, impuesta y sufrida desde la llegada de los colonizadores ingleses. Para ello, construye un texto organizado en cuatro secciones,  cuatro miradas a la isla de Antigua, “un pequeño lugar”, cuatro perspectivas desde ángulos diferentes.  Compartiremos algunas reflexiones en torno a esta obra, y en función de los siguientes aspectos: (a) la universalidad como mecanismo de poder; (b) el cuestionamiento de la historia y de la visión de la historia; y (c) la educación como aculturación.

En la primera sección, la voz narrativa se dirige a una segunda persona (TÚ), en una especie de diálogo/no diálogo entre una persona nativa de Antigua y un turista, posiblemente un hombre blanco venido de los Estados Unidos o de Europa.  El recorrido desde el aeropuerto hasta el hotel constituye una travesía histórica donde planos naturales, instituciones, viviendas, la opulencia y la pobreza se conjugan para mostrar al visitante la existencia de un gobierno y hasta de embajadas, tal y como es en el mundo “civilizado”.

Una visión de la universalidad como mecanismo de poder vuelve a evidenciarse en la segunda parte de la obra, al juzgar a los residentes nativos como incapaces de entender y aplicar los principios que harían funcionar su país de manera eficiente, como cualquier otro país civilizado. 

La manera como se perpetúa el poder de los colonizadores indudablemente presenta dos ángulos, desde la historia y desde la educación.  En la obra se cuestiona continuamente y a viva voz, a quien quiera y pueda oírla, la visión de la historia que se ha inculcado en la isla a través de la educación, de los libros, de las instituciones de poder. Para el turista y para el nativo, éste último adoctrinado en la escuela, la historia que conocen de los libros es la historia de cómo se enriqueció el Occidente gracias al ingenio y arrojo de inventores y exploradores; esta visión es rápidamente contrastada con la realidad de la explotación de los esclavos, una realidad por siempre oculta y/o ignorada, pues ¿acaso no se trata de ver “the greater good” que representa la “civilización”? La voz narrativa no sólo cuestiona la historia por su carácter ideológicamente al servicio del poderoso, del dominante, sino que también usa la lengua del opresor en sus mismos términos para revertir el rechazo y el maltrato, y crear así una sensación de no pertenencia, de displacement, de desplazamiento, de otredad, de extrañamiento.

Relativo a la educación como aculturación y su interrelación con la historia, es interesante observar cuidadosamente el devenir de la biblioteca de la isla, a mi juicio, un símbolo ideológico de la dominación colonial, del nativo de Antigua antes y después del proceso colonizador.  Antes, en palabras de Bhabha, los habitantes eran educados para convertirse en “blancos, pero no tanto”. En el pasado la biblioteca estaba ubicada en una de las calles importantes de la isla, justo en la parte superior del edificio del Departamento de Tesoro, en el centro de toda la actividad política y económica de la isla. Posterior a la independencia, y además dañado el edificio por las fuerzas de la naturaleza, la sede de la biblioteca se traslada a la calle del mercado, un lugar donde los libros no caben, y se dañan. Ya no hay colonizadores británicos, pero la isla es ahora cuna de la criminalidad, la ignorancia, la corrupción, la ruina y la desidia.

Pero no todo está perdido: aún queda un elemento unificador, un elemento conciliador que no depende de la historia, ni de las letras, ni del odio, ni del “otro”, ni de los “ingleses mal educados”, ni de la incapacidad de los isleños. Nada opaca la profusión de colores, olores, sabores, sensaciones táctiles, sonidos, sol, mar, arena, verdor, esplendor, así como la avasallante fuerza de la naturaleza con la que la isla parece haber sido bendecida.

Después y a pesar de toda la violencia, de toda la abrumadora y aplastante banalidad y el aburrimiento desesperante y depresivo, de la cruel realidad de lo cotidiano, es la naturaleza, en plena e imponente polirritmia la que logra unir al nativo y al turista en igualdad de condiciones: exonerados del rencor, de la historia, de la civilización, ambos TÚ y YO somos tan sólo seres humanos. 

 

CONCLUSIONES

 

          La obra de Jamaica Kincaid, en particular su amplio ensayo titulado A Small Place, evidencia la búsqueda de la identidad caribeña, en medio de la necesidad de superar los traumas del pasado, cuestionando lo que no está bien en el presente, resistiendo la imposición de una cultura, lengua y costumbres por parte de los colonizadores, buscando un color propio a través del lenguaje, y propiciando la reconciliación y el reconocimiento de la existencia del otro en igualdad de condiciones. No se trata del debate sobre si el “otro”, representado en el pasado por el aborigen del continente americano, sería o no miembro de la raza humana.  Tampoco se trata de las diferencias raciales, exacerbadas por el sistema económico y social de la plantación en el Caribe. Se trata de la realidad universal de la existencia de un entorno geográfico y natural, con sus propias cadencias, realidad que ante los desastres naturales y la majestuosidad de los paisajes, unen a todos los seres humanos como uno, sin importar de dónde vienen, qué lengua o costumbres tengan. La construcción de la identidad en tiempos posmodernos, donde la globalización tecnológica ha impuesto un vertiginoso ritmo en las comunicaciones, se trata de reconocer al “otro”, sin abandonar las particularidades locales.

 

REFERENCIAS

 

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