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JAMAICA KINCAID Y LA CONSTRUCCION DE
LA IDENTIDAD CARIBEÑA
Audy Yuliser Castañeda Castañeda
(Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico de Caracas)
RESUMEN
El presente trabajo examina los aspectos relativos a
la construcción de la identidad caribeña, tal y como se evidencia en la obra de
la escritora Jamaica Kincaid, A Small
Place. La escritora, oriunda de la
pequeña isla de Antigua, en el corazón del Caribe, plantea elementos de pugna
en la conformación de la identidad de los habitantes de dicha isla, los cuales
aquí son analizados a la luz de la opinión de diversos pensadores
latinoamericanos. Se concluye con un
planteamiento que relaciona los conceptos de identidad y de “otredad”.
Palabras clave: caribe;
identidad; otredad; pensamiento latinoamericano
ABSTRACT
This paper examines elements related to the
construction of the concept of a Caribbean identity, as evidenced in the
literary work A Small Place, penned
by Antiguan writer Jamaica Kincaid, who presents elements of struggle that
define the conformation of the identity of the inhabitants of Antigua, and
compared to the opinions of several latinoamerican thinkers. The paper concludes with the idea that the
concepts of identity and “otherness” may well be related.
Key words: the
INTRODUCCIÓN
Mucho se ha discutido sobre la unidad y diversidad cultural
que caracteriza a la historia de la región Caribeña. Existen numerosos puntos de divergencia tales
como los idiomas, las religiones, los sistemas educativos, las costumbres, las
etnias, los modos de explotación de la tierra, la arquitectura, el diseño de
las ciudades, la apariencia y actitud de los pobladores, entre otros. Entre los
puntos de convergencia caben destacar tres tipos: (a) sociales (el continuo
crecimiento de la población y su composición social heterogénea; (b) económicos
(la dificultad para satisfacer las crecientes demandas del pueblo); y (c)
políticos (la independencia de los países conquistadores y la continua
inestabilidad de los gobiernos locales).
Estos problemas, según lo propone Gilkes (1989), parecen surgir de una
historia común de resistencia frente a la dominación extranjera, y del
implacable efecto devastador del analfabetismo, la pobreza y la violencia.
Ya que el Caribe comprende un área tan diversa y
conflictiva, resulta sorprendente que haya surgido tal profusión de novelistas,
poetas, cuentistas y ensayistas, de gran repercusión a nivel mundial. La
literatura del Caribe surge como una fuerza dividida entre las élites y el
pueblo común; es una literatura producto de la imaginación de escritores
oriundos de esta región pero que desde el exilio la mayoría han procurado la
búsqueda de una identidad, reinventando de este modo una visión del pasado
colonial consistente con lo que José Martí ha denominado como una “América
Mestiza”.
Entre la proliferación de obras literarias y autores en el
Caribe de habla inglesa, destaca Jamaica Kincaid, al ser una escritora
contemporánea, y oriunda de la pequeña isla de Antigua, bastante próxima a
Venezuela.
Por extensa que sea la obra de Jamaica Kincaid, un examen
de algunas de sus obras con respecto al aspecto de la identidad Caribeña
resultaría insuficiente si no se toman en cuenta otros elementos de
importancia. Por ejemplo, el contexto actual presenta la existencia de dos
fenómenos que parecen contradictorios entre sí: la globalización y el
desarrollo endógeno. La globalización se ha caracterizado por la expansión de
las interrelaciones entre los pueblos del mundo, sus instituciones y culturas,
así como por el desarrollo de lo que Mato (2003) identifica como una “creciente
conciencia de globalización” (p. 30).
La globalización va más allá de sus implicaciones a nivel económico, se trata
de un proceso complejo a nivel mundial que ha interconectado a todo el planeta
desde los ámbitos social, político y hasta cultural. Por supuesto, y aunque así no lo parezca en
una primera mirada, no se trata de un proceso de homogeneización, pues así como
hay alguna tendencia hacia ella, también se estimulan las diferenciaciones, por
ejemplo, revitalizando los valores autóctonos, así como de identificaciones
étnicas, de género, de condición social, de localidad, entre otros. Mato
comenta al respecto que la globalización “implica ante todo establecimiento y
desarrollo de nuevas interconexiones, y densificación y creciente relevancia de
las ya existentes.” (p. 36).
No pretendemos tratar el tema del desarrollo endógeno, por
razones de espacio principalmente. Cabe
señalar, no obstante, nuestra idea de que con todo y una especie de tendencia
hacia la homogeneización del mundo, hay también un creciente interés por
demarcar y proteger las particularidades de cada región o país, a través de
esfuerzos por preservar aquellos elementos que constituyen su patrimonio. No
existe una cultura más importante que otra, ni mejor ni más cierta o verdadera.
Todas las culturas son importantes y todas son ciertas y verdaderas, pues en
cada una de ellas hay conocimientos que pueden ser útiles para el resto de la
humanidad. También hay manifestaciones estéticas que el mundo debe conocer, apreciar,
admirar y preservar. Nos suscribimos así a los planteamientos de Sequera
(2004), para quien la identidad de una nación, región o grupo étnico “está
siempre contenida en los elementos que constituyen su patrimonio cultural (…)
[donde] se reflejan los usos y las costumbres del grupo que lo conformó y por
eso es importante su cuidado y mantenimiento” (p. 40). Sin el ánimo de considerarnos unos optimistas
románticos sin remedio, nos remitimos a la advertencia que Arráiz Lucca (s/f)
hace con respecto al valor de la cultura local dentro de un mundo
globalizado. Dice el autor que aquellas
manifestaciones de cultura local que no tengan posibilidades de ser
promocionadas a través de técnicas sofisticadas de mercadeo no lograrán
traspasar el ámbito local; sucede que las singularidades regionales,
religiosas, étnicas, entre otras, se han fortalecido; así, “la uniformidad va a
encontrar en la acera de enfrente la singularidad defendiendo lo suyo y, a su
vez, esa misma singularidad intentando colocar su identidad en el concierto
global.” (p. 41).
Nuestra discusión entonces, procurará explorar los
diferentes aspectos que conforman la construcción de una identidad Caribeña,
sobre la base de algunas obras escritas por Jamaica Kincaid, y apoyándonos en
lo que varios pensadores latinoamericanos han considerado con respecto al tema
de la identidad.
La búsqueda de la identidad en el Caribe anglófono
La búsqueda de una identidad, de nuevas definiciones y
valores se ha puesto en evidencia en diversas manifestaciones culturales en el
mundo. En particular, y refiriéndonos al
área del Caribe anglófono, se ha apreciado esta tendencia en su literatura
producida a partir de la segunda mitad del siglo XX, donde se tratan temas como
la transición y la evolución social, la importancia de la historia, entre
otros. En las obras literarias de la región los autores se apropian de la
lengua de los conquistadores en nuevas formas, adaptando el léxico, la sintaxis
y aspectos prosódicos al paisaje tropical, a los ritmos traídos por los
esclavos desde África, para así intentar captar, en la medida de lo posible, el
significado de la experiencia propia del Caribe. Así, una gran parte de la
literatura del Caribe anglófono parece reflejar, según Gilkes, “una unidad
intercultural e interracial EN PUGNA” (p. 283).
El lenguaje parece ser el legado colonial más obvio y
permanente, en especial para aquellos países bajo el control del Imperio
Británico. Mucha de la literatura
producida en el Caribe anglófono es escrita en inglés. Ya que el lenguaje
“proporciona los términos que pudieran constituir la realidad” así como “los
nombres por los cuales el mundo sería ‘conocido’” (Ashcroft, Griffiths y
Tiffin, 1995, p. 283), probablemente los efectos del lenguaje en un país
colonizado trascienden la función básica de la lengua como comunicación, y
adquieren así un significado más cultural. Ngugi Wa Thiong’o (1995) parece
referirse a esto cuando escribe que “la lengua trae consigo la cultura, y la
cultura lleva en sí, particularmente a través de la oralidad y la literatura,
un conjunto de valores por los cuales nos percibimos a nosotros mismos y a
nuestro lugar en el mundo” (p. 290).
Con respecto al lugar predominante del lenguaje del Imperio
Británico en el Caribe, ha habido varias reacciones, siendo dos las más
comunes: rechazo o subversión. El
proceso de descolonización radical es una buena demostración de la primera
alternativa, y se centra en la idea de que una identidad debe afianzarse en el
desplazamiento o la dispersión del idioma del colonizador. Por otro lado, usar
la lengua traída por el conquistador puede convertirse en un mecanismo de
subversión cuando se le usa para resistir
el imperialismo. En fin, que el lenguaje lleva consigo la cultura, y la cultura
implica los valores a través de los cuales la gente percibe su lugar y su
identidad en el mundo. La percepción que la gente tiene de sí misma afecta su
visión de la cultura, la política, la producción de bienestar social, así como
su relación con el medio natural y sus semejantes.
Tal y como las otras ‘nuevas literaturas en inglés’
provenientes de África, Australia, Canadá o Estados Unidos, la literatura del
Caribe anglófono está enraizada en el lugar de su concepción. El artista del
Caribe vive en un mundo comparativamente al desnudo, donde la arquitectura
monumental del Viejo Mundo no tiene cabida, por lo cual requiere encontrar
nuevas formas de expresión. Antonio Benítez-Rojo ha argumentado, por su parte,
que el Caribe, con sus identidades en conflicto, es una ‘isla que se repite’,
una región inestable suspendida entre culturas, ‘el último meta-archipiélago’. Es
un área que fluye como ‘el caos espiral de
Con respecto al lenguaje Frantz Fanon (1986) afirma que
éste fue el elemento central para el establecimiento de una identidad
caribeña. Según este psicólogo, la
imposición de un lenguaje alienígena constituye un factor clave para el colapso
nervioso y la psicosis que cundió a sus pacientes colonizados. La lengua del
imperialismo tuvo un impacto particular sobre el Caribe. Mientras que en África
hubo conflicto entre las lenguas autóctonas y los idiomas impuestos por los
europeos, en el Caribe no hubo ni siquiera de dónde elegir, haciendo de sus
habitantes seres sin vínculos con su tierra, su historia, sus ancestros, ni
consigo mismos. La población ‘negra’ debía aprender una lengua que los
devaluaba, una lengua en la que la palabra ‘negro’ denotaba la fuerza bruta, en
tanto que la palabra ‘blanco’ venía a ser lo moral e intelectual.
Posteriormente surge
en el Caribe el Creóle a partir de la lengua del colonizador, pero no se
constituyó en un idioma alternativo, sino más bien una ‘nueva forma de ser’,
pues ‘cada dialecto es una manera de pensar’.
Las formas del Creóle comenzaron a surgir hacia finales del siglo XVIII,
lo cual permitió a los esclavos de diferentes tribus comunicarse en formas
diferentes a las de sus amos. Los hijos de los colonizadores aprendieron el
Creóle de sus nanas, y así éste se infiltró en la sociedad caribeña en su
totalidad.
Para los propósitos de nuestra discusión, la obra de
Jamaica Kincaid responde a una hipótesis según la cual el lenguaje, además de
ser comunicación, es también cultura. La comunicación crea cultura: la cultura
es una forma de comunicación. El lenguaje lleva en sí la cultura, y la cultura
a su vez implica, especialmente a través de la oralidad y la literatura, los
valores por medio de los cuales la gente se percibe a sí misma y se da cuenta
cuál es su posición en el mundo. De acuerdo a cómo cada persona se percibe a sí
misma, se verá afectada su visión de la cultura, la política, la producción de
bienestar social, así como su relación con la naturaleza y sus semejantes.
Es bien sabido que el Caribe es una región donde las
comunidades aborígenes fueron virtualmente exterminadas, sustituidas
posteriormente por gentes de África, Asia y Europa; no obstante, los estudiosos
concuerdan en afirmar que se ha establecido una identidad distintiva que a su
vez ha hecho aportes a las culturas globales, incluyendo aquellas de los países
de donde vinieron originalmente sus antepasados. La región a primera vista no
parecería campo propicio para la gran proliferación de obras literarias que la
caracteriza. Es rural, y bastante deprimida a nivel económico. Está fragmentada en pequeñas islas y en áreas
discontinuas a lo largo de la costa del continente americano. No existe una
lengua común, pues los países del Caribe han heredado lenguas tan diversas como
el inglés, el castellano, el francés, el holandés, lenguas que han sido luego
modificadas en formas criollas que son diferentes en cada pequeña área. Incluso
en la era postcolonial, territorios próximos geográficamente se mantienen
separados por tradiciones culturales diferentes.
Mientras en el Caribe los holandeses, ingleses y franceses
prácticamente exterminaron a las poblaciones indígenas, los españoles en tierra
firme se mantuvieron firmes a la idea de la “inferioridad” del aborigen, razón
suficiente para imponer sus formas de gobierno, lengua y religión. Curiosamente,
según lo comenta Karlos Navarro (2000), se desataba en Latinoamérica una
polémica sobre la esencia de lo humano y su relación con los indígenas del
continente. Los conquistadores, comenta el autor, negaron a los indígenas su
estatus antropológico, calificándolos como seres “naturalmente inferiores”,
incapaces de organizarse socialmente según los estándares europeos, y pecadores
que practicaban la idolatría, la sodomía y la barbarie. Así entonces se planteó
el primer problema importante relativo a la construcción de la identidad, si
bien a partir de una perspectiva eurocéntrica: ¿eran los indígenas o no parte
de la especie humana?
Las implicaciones de esta
pregunta resultaron muy serias, ya que esto decidiría el destino de los
aborígenes de tierra firme americana, ¿serían seres humanos, y por lo tanto,
súbditos del rey de España, o serían simplemente una “subespecie”, que no
merecería tal supuesto honor de súbditos del Rey?
Mientras que ocurría este
debate filosófico, personificado en la llamada disputa de Valladolid, entre
Bartolomé de las Casas (quien sostenía el carácter humano de los aborígenes) y
Juan Ginés de Sepúlveda (avocado a la hipótesis opuesta), la caña de azúcar
pronto dominó la vida y cultura de todo el Caribe. La caña de azúcar se
introdujo en la isla de
La situación del Caribe
con respecto a la heterogeneidad se hace aún más marcada con la llegada de
trabajadores desde
El debate entre Sepúlveda
y Las Casas revolucionó las ideas existentes hasta aquel momento histórico
acerca del universo y la historia de la humanidad. El mundo no se
caracterizaba, como creían entonces, por poseer una unidad cultural. No
obstante, aún hoy en día se continúan estudiando la naturaleza de las cosas, el
ser, la posición del ser humano en el mundo, así como los aspectos históricos,
culturales y de muchos otros ámbitos,
con criterios establecidos en Europa, es decir, con una visión completamente
eurocéntrica de las cosas, posiblemente en detrimento de una reflexión y
pensamiento propiamente latinoamericanos.
Si existe tal carencia de
ideas propias, ¿será acaso posible hablar de una identidad caribeña, o
latinoamericana? Leopoldo Zea expone su propuesta, según la cual las ideas no
son originales porque produzcan sistemas exóticos o nuevos, sino porque
resultan de la necesidad de dar respuesta a los problemas de una realidad y
tiempo determinados. Así, según lo cita
Navarro (2000), para Zea “tal filosofía debe partir del hombre latinoamericano,
proyectarse a la universalidad y ofrecer soluciones a los problemas tanto del
latinoamericano, como de los demás pueblos”.
Acaso no sean los
filósofos latinoamericanos quienes hayan alcanzado esta meta, sino tal vez
hayan sido los novelistas, cuentistas, ensayistas y poetas de Latinoamérica y
el Caribe. Nuestra hipótesis se fundamenta en el supuesto según el cual los
productores de literatura de la región han recreado en ficción su realidad
histórica, aportando elementos de originalidad, autenticidad, crítica al pasado
y al presente. Originalidad en el
planteamiento de sus historias y el uso del lenguaje del opresor, y
autenticidad al expresar lo específico, lo local. Estos elementos los encontramos en las obras
de Kincaid, por citar un ejemplo particular.
Al plantearnos el
análisis del problema de la construcción de la identidad, hemos recurrido a una
novelista de la región Caribe anglófona, en lugar de un filósofo, pues la
filosofía en Latinoamérica, salvo en pocas excepciones, se ha reducido a la
repetición mecánica de esquemas foráneos, en detrimento de una reflexión
auténtica y original.
Identidad,
Globalización y Localismo
Siendo la obra literaria de Jamaica Kincaid referente a su realidad como
nativa de una pequeña isla del Caribe, producto de su reflexión personal desde
el exilio, cabe preguntarse cómo una ciudadana del mundo, residente en un país
que ha impuesto sus modos de producción, forma política, idioma, costumbres e
ideologías, tiene algo que aportar con respecto al tema de la identidad. Muchos han sido los estudiosos de las preguntas
relativas a la identidad de los pueblos, entre ellos citaremos a Nelly Arenas
(1997) quien hace una serie de planteamientos que vale la pena considerar.
Arenas afirma que las preguntas
relacionadas a la identidad de los pueblos se han venido formulando en
Latinoamérica desde el siglo XVI, pero que en la actualidad debido a la
globalización tecnológica se han difundido más ampliamente. La socióloga
venezolana hace un recorrido histórico del concepto de identidad
latinoamericana desde la modernidad hasta la actualidad. Remonta el origen del
concepto de identidad a la aparición de los Estados Nacionales en las
postrimerías del siglo XVII. Cita a
Kennedy (1993) al relatar cómo cada Estado Nacional establece su identidad a
través de símbolos, culto a los próceres patrios, y el establecimiento de una
lengua nacional que sustituyera las variantes regionales. Examinando el fenómeno ocurrido en
Latinoamérica, y en el Caribe en particular, como lo relatan los escritores de
la región en sus obras literarias, no creemos que se haya establecido una
identidad particular, pese a los esfuerzos conscientes de los conquistadores
por imponer sus símbolos culturales y religiosos, su idioma y su organización
política. Intuimos, en cambio, una fuerte resistencia por parte de las etnias
oprimidas, en particular de aquellas que sobrevivieron al exterminio
barbárico. Arenas lo establece
claramente cuando afirma que la democracia, como instrumento de organización
política impuesto a los pueblos colonizados, en realidad lo que logró fue
solapar algunas formas sociales que no encajaban en ese marco, lo cual ha
traído crisis de identidad en la región, a tal grado que los escritores, para
ser reconocidos, se exilian voluntariamente de su país natal.
La independencia de las naciones del
Caribe y Latinoamérica propició la necesidad de encontrar una identidad
nacional propia, inventando así símbolos identitarios para la respectiva
nación. Arenas cita a Ortiz (1995), quien explica el caso de Brasil, con el carnaval,
la samba y el fútbol. Pero nos preguntamos, ¿acaso así sucedió en el Caribe, y
en particular, en la pequeña isla de Antigua?
La identidad, según lo que plantea
Arenas, parece ser un refugio que ha “oscurecido nuestro presente” y ha “demonizado
lo extranjero” (p. 7). Es un concepto de la identidad desde unos parámetros o
códigos cerrados, cuando la realidad globalizada de nuestros días obliga a
reconocer la interacción con otras culturas, la pugna entre lo mundialmente
aceptado y las propias peculiaridades locales.
Arenas recomienda una “visión
posmoderna” de la identidad, donde disciplinas o áreas como la literatura, la
sociología y antropología tienen mucho que decirnos sobre quiénes somos. Si
bien la obra de Jamaica Kincaid no se inscribe en el ámbito latinoamericano, sí
lo hace en el caribeño. En particular su ensayo largo titulado A Small Place (Un Pequeño Lugar) plantea ideas muy interesantes con respecto a
quiénes son los habitantes de Antigua, y cómo han establecido una lucha interna
por encontrar una identidad propia como pueblo.
Antigua es una pequeña isla cuya actividad principal es el turismo,
inevitablemente interconectada culturalmente. La identidad pasa a ser un
concepto guiado por lo socio-comunicacional. Arenas cita a García Canclini
(1994), quien proporciona bases para una construcción del concepto de identidad
desde una perspectiva posmoderna, entre ellas caben mencionar (a) la identidad
es construida históricamente, por lo tanto es un valor relativo al tiempo y
lugar; (b) las identidades étnicas y nacionales vienen dadas por la forma en
que se imagina que se viven, de allí que el imaginario proveniente de obras
como la de Jamaica Kincaid sean de gran interés; (c) la identidad cultural de
una nación es multicultural e híbrida, surgida de las identidades particulares
de quienes la conforman; y (d) la identidad es condicionada cada día más por
las transnacionales en su afán homogeneizador de los gustos y creencias.
Arenas plantea la necesidad de
repensar el concepto de identidad, para referirse a lo que Octavio Paz ha
llamado la “otredad”, concepto discutido ampliamente en los denominados
Estudios Poscoloniales. Al mirarse a sí mismo en “el otro”, se deslindan las
barreras y las pugnas por afirmar la propia identidad y diferenciarla de la de
otras personas. Incluso en el ámbito
académico se ha profundizado hoy en día la creencia de que la literatura
constituye un elemento inseparable del elemento cultural. La realidad de la
literatura y como los docentes perciben su utilidad dentro del contexto
académico son puntos álgidos de reflexión ya que cuando se incorporan elementos
de diversas culturas, se fomenta la multiculturalidad y la tolerancia y respeto
por otras manifestaciones de valores, de creencias, sistemas de vida y formas
de ver el mundo. Esto contribuye, a nuestro modo de ver, al fomento de la paz y
armonía a nivel mundial. De ninguna
manera atenta contra la identidad propia, que no se circunscribe a un ámbito
meramente local. García Canclini se refiere a esto como un espacio o
localización mucho más “tolerante y multifocal”.
Jamaica Kincaid, A Small Place, y
La primera impresión al
comenzar a leer A Small Place es
preguntarse qué tipo de texto es éste: ¿la trascripción de una conversación,
una historia corta, una reflexión, un ensayo, propaganda turística, una
anécdota, un reclamo? Es todo eso y no lo es. Jamaica Kincaid procuró en esta
obra reflejar o articular una identidad propia, la identidad de un nativo de la
isla de Antigua, exigiendo un pasado auténtico en sustitución de la inevitable
otredad, impuesta y sufrida desde la llegada de los colonizadores ingleses. Para
ello, construye un texto organizado en cuatro secciones, cuatro miradas a la isla de Antigua, “un
pequeño lugar”, cuatro perspectivas desde ángulos diferentes. Compartiremos algunas reflexiones en torno a
esta obra, y en función de los siguientes aspectos: (a) la universalidad como
mecanismo de poder; (b) el cuestionamiento de la historia y de la visión de la
historia; y (c) la educación como aculturación.
En la
primera sección, la voz narrativa se dirige a una segunda persona (TÚ), en una
especie de diálogo/no diálogo entre una persona nativa de Antigua y un turista,
posiblemente un hombre blanco venido de los Estados Unidos o de Europa. El recorrido desde el aeropuerto hasta el
hotel constituye una travesía histórica donde planos naturales, instituciones,
viviendas, la opulencia y la pobreza se conjugan para mostrar al visitante la
existencia de un gobierno y hasta de embajadas, tal y como es en el mundo
“civilizado”.
Una
visión de la universalidad como mecanismo de poder vuelve a evidenciarse en la
segunda parte de la obra, al juzgar a los residentes nativos como incapaces de
entender y aplicar los principios que harían funcionar su país de manera
eficiente, como cualquier otro país civilizado.
La
manera como se perpetúa el poder de los colonizadores indudablemente presenta
dos ángulos, desde la historia y desde la educación. En la obra se cuestiona continuamente y a
viva voz, a quien quiera y pueda oírla, la visión de la historia que se ha
inculcado en la isla a través de la educación, de los libros, de las
instituciones de poder. Para el turista y para el nativo, éste último
adoctrinado en la escuela, la historia que conocen de los libros es la historia
de cómo se enriqueció el Occidente gracias al ingenio y arrojo de inventores y
exploradores; esta visión es rápidamente contrastada con la realidad de la
explotación de los esclavos, una realidad por siempre oculta y/o ignorada, pues
¿acaso no se trata de ver “the greater good” que representa la “civilización”? La
voz narrativa no sólo cuestiona la historia por su carácter ideológicamente al
servicio del poderoso, del dominante, sino que también usa la lengua del
opresor en sus mismos términos para revertir el rechazo y el maltrato, y crear
así una sensación de no pertenencia, de displacement,
de desplazamiento, de otredad, de extrañamiento.
Relativo
a la educación como aculturación y su interrelación con la historia, es
interesante observar cuidadosamente el devenir de la biblioteca de la isla, a
mi juicio, un símbolo ideológico de la dominación colonial, del nativo de
Antigua antes y después del proceso colonizador. Antes, en palabras de Bhabha, los habitantes
eran educados para convertirse en “blancos, pero no tanto”. En el pasado la
biblioteca estaba ubicada en una de las calles importantes de la isla, justo en
la parte superior del edificio del Departamento de Tesoro, en el centro de toda
la actividad política y económica de la isla. Posterior a la independencia, y además
dañado el edificio por las fuerzas de la naturaleza, la sede de la biblioteca
se traslada a la calle del mercado, un lugar donde los libros no caben, y se
dañan. Ya no hay colonizadores británicos, pero la isla es ahora cuna de la
criminalidad, la ignorancia, la corrupción, la ruina y la desidia.
Pero no
todo está perdido: aún queda un elemento unificador, un elemento conciliador
que no depende de la historia, ni de las letras, ni del odio, ni del “otro”, ni
de los “ingleses mal educados”, ni de la incapacidad de los isleños. Nada opaca
la profusión de colores, olores, sabores, sensaciones táctiles, sonidos, sol,
mar, arena, verdor, esplendor, así como la avasallante fuerza de la naturaleza
con la que la isla parece haber sido bendecida.
Después
y a pesar de toda la violencia, de toda la abrumadora y aplastante banalidad y
el aburrimiento desesperante y depresivo, de la cruel realidad de lo cotidiano,
es la naturaleza, en plena e imponente polirritmia la que logra unir al nativo
y al turista en igualdad de condiciones: exonerados del rencor, de la historia,
de la civilización, ambos TÚ y YO somos tan sólo seres humanos.
CONCLUSIONES
La obra de Jamaica Kincaid, en particular su amplio ensayo
titulado A Small Place, evidencia la
búsqueda de la identidad caribeña, en medio de la necesidad de superar los
traumas del pasado, cuestionando lo que no está bien en el presente,
resistiendo la imposición de una cultura, lengua y costumbres por parte de los
colonizadores, buscando un color propio a través del lenguaje, y propiciando la
reconciliación y el reconocimiento de la existencia del otro en igualdad de
condiciones. No se trata del debate sobre si el “otro”, representado en el
pasado por el aborigen del continente americano, sería o no miembro de la raza
humana. Tampoco se trata de las
diferencias raciales, exacerbadas por el sistema económico y social de la
plantación en el Caribe. Se trata de la realidad universal de la existencia de
un entorno geográfico y natural, con sus propias cadencias, realidad que ante
los desastres naturales y la majestuosidad de los paisajes, unen a todos los
seres humanos como uno, sin importar de dónde vienen, qué lengua o costumbres
tengan. La construcción de la identidad en tiempos posmodernos, donde la
globalización tecnológica ha impuesto un vertiginoso ritmo en las
comunicaciones, se trata de reconocer al “otro”, sin abandonar las
particularidades locales.
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