REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


ECOS DE LA ÉPOCA DEL JAZZ EN LOS ESTADOS UNIDOS

Antonio Daniel Juan Rubio

(IES Pedro Peñalver. El Algar. Murcia)

 

Resumen

 

El historiador Maldwyn Jones describió a los años veinte en los Estados Unidos como una época de prosperidad sin parangón en la historia. Fue una década en la que se experimentó un crecimiento industrial, se encontraba fácilmente un puesto de trabajo, y el estilo de vida cambió drásticamente. Entonces, ¿por qué la supuesta prosperidad no alcanzó a todo el mundo?

Los nuevos métodos de producción, la cadena de montaje y los avances científicos contribuyeron a asombrosos aumentos en la producción en serie. El crédito masivo al consumidor y niveles bajos de tasación se combinaron para estimular la economía y alcanzar así niveles de consumo hasta entonces desconocidos.

Sin embargo, la naturaleza normalmente boyante de la economía en los años veinte y la creciente disponibilidad de bienes de consumo crearon la falsa impresión de que ésta era una década de prosperidad para todos. Por desgracia, no todos los grupos sociales compartieron el mismo nivel de prosperidad. Entre los grupos que normalmente se hallaban excluidos podemos encontrar a las mujeres, a los afro-americanos, y a los granjeros.

Un estudio más cuidadoso de esta época nos revelará qué país tan diverso eran los Estados Unidos en los años veinte, y nos proporcionará una amplia perspectiva sobre esta época tan contradictoria de la historia norteamericana. Se intentará presentar u enfoque claro y práctico de la supuesta prosperidad económica de la década.

 

Palabras clave:

Prosperidad económica, depresión, conflictos sociales, cultura de masas, consumismo.

 

 

Abstract

 

Historian Maldwyn Jones has described the 1920s in America as an era of unparallel prosperity. It was a decade in which businesses made huge profits, jobs were generally easy to find, and standards of living rose appreciably. Then how did it come to be possible that this alleged prosperity was not reached nationwide?

New production methods, the innovation of the assembly line, and the adoption of scientific management techniques were all factors which led to stunning increases in productivity. Widespread consumer credit and low levels of taxation combined to create an economy stimulated by new levels of consumerism.

Nonetheless, the generally buoyant nature of the economy in the 1920s and the unprecedented availability of consumer goods have tended to create the impression that this was a decade of prosperity for all. However, it is clear that certain groups did not share in the general economic well-being. The groups which usually tended to remain outside the prosperity included women, African-Americans, and farmers.

Further thoroughly examination of life in the 1920s will reveal what a truly diverse country America was, and provide a degree of perspective on this decade of phenomenal economic progress. But by merely reading this paper, we will aim at providing a clear focus on the supposed affluence of the decade.

Keywords:

Economic prosperity, depression, social clash, mass culture, consumerism.

 


 

 

La década que transcurre entre el final de la Primera Guerra Mundial (1919) y el inicio de la Gran Depresión (1929) ocupa sin duda un lugar destacado en la historia americana. Imágenes de esta época incluyen a chicas bailando Charleston, hombres jóvenes y prósperos haciendo carreras en pulcros coches descapotables, y músicos de jazz actuando en clubes o en bares clandestinos en los que el alcohol circulaba libremente a pesar de la prohibición.   

Los “Felices Años Veinte” es una frase que se usa para describir la década de 1920 que hace énfasis en el dinamismo social, artístico y cultural de la época. La normalidad retornó a la política, la música jazz floreció, las chicas jóvenes redefinieron a la mujer moderna, y el arte resurgió. Aunque se suele asociar la década con prosperidad económica, ésta no fue distribuida por igual para todos ya que muchos grupos sociales y zonas quedaron excluidos.

Rechazando lo que percibían como puritanismo victoriano de sus antepasados, aquellos que estaban incluidos entre los jóvenes incendiarios son recordados por su espíritu despreocupado y su atrevido comportamiento sexual, obteniendo para la época etiquetas tales como “Felices Años Veinte” o la “Época del Jazz”.

Después de una pequeña recesión económica que siguió a la Primera Guerra Mundial, la década se asoció con un crecimiento económico espectacular. Los Estados Unidos se convirtieron en la primera sociedad consumidora del mundo. Y el producto más frecuentemente consumido en los años veinte fue el automóvil. El crecimiento de la industria del automóvil estimuló a otras industrias, y también condujo al desarrollo del moderno sistema de carreteras que hoy se conoce.

El boom económico creó miles de nuevos puestos de trabajo en centros industriales y comerciales en el norte. Las mujeres ocuparon muchos de estos nuevos trabajos, tales como empleos de secretarias y telefonistas. La moda femenina reflejó el cambio en el estatus político y económico de la mujer. La decimonovena enmienda extendió el derecho a votar a las mujeres y reflejó un cambio en el papel de la mujer en la sociedad norteamericana que continua hoy día.

Los años veinte fueron también un periodo en el que los protestantes blancos anglosajones (WASP) de la América rural intentaron reafirmarse. Este proceso se desarrolló de formas diferentes. Una de ellas fue la introducción de los controles de inmigración.

El final de la inmigración en masa fue un intento de evitar que los Estados Unidos fueran invadidos por multitudes del este y centro de Europa. Esos inmigrantes se asociaban normalmente con ideales anti-Americanos tales como el socialismo y el comunismo.

La intolerancia de los WASP hacia otros grupos alcanzó su cénit con el resurgimiento del Ku Klux Klan. El KKK no sólo era anti-africano sino también anti-semítico y anti-católico. La América WASP también se reafirmó a través de la Prohibición. La decimoctava enmienda a la Constitución fue la culminación de un largo proceso de presión. La Prohibición, también llamada el “Experimento Noble” fue un fracaso total. No sólo se ignoró casi por completo, sino que incluso dio paso al crecimiento del crimen organizado.

Los años veinte fueron una década de cambios sociales y conflictos culturales. Para muchos norteamericanos, el crecimiento de las grandes ciudades, el surgimiento de una cultura de consumo, y la revolución en moral y costumbres, representaba una liberación de las restricciones victorianas del pasado. Pero para otros, los Estados Unidos parecían estar cambiando a peor. El resultado fue una encubierta guerra cultural, en la que una sociedad plural discutía sobre temas tales como la inmigración, la raza, o el KKK.

Esta oposición a las tendencias modernas chocaba frontalmente con el desarrollo de la industria cinematográfica. Los Estados Unidos lideraron la producción mundial de películas. Hollywood se convirtió en el centro de atención tanto nacional como internacional por ser el hogar de las estrellas del celuloide (Douglas Fairbanks, Charlie Chaplin, o Rudolf Valentino).

La década también se asoció con otros bienes de consumo modernos tales como frigoríficos, lavadoras, máquinas de coser y la radio. La radio se convirtió en el principal recurso para los medios de comunicación como fuente principal de entretenimiento y noticias.

La época se distinguió a su vez por varios inventos y descubrimientos de extraordinaria importancia, un crecimiento industrial sin precedentes, una demanda exagerada de consumo, y cambios significativos en el estilo de vida. La diversión y el entretenimiento se cultivaban en el jazz y la música en claro desafío de los horrores de la Primera Guerra Mundial, que aún estaba presente en la mente de la gente.

Pero el momento decisivo de la época fue el comienzo de la Gran Depresión a partir de octubre de 1929. Incluso antes del crac de Wall Street, varios indicadores de una recesión económica se aparecieron. El precio de las acciones dejó de subir, había sobre-producción y los trabajadores eran despedidos. El crac de Wall Street de 1929, que sirvió para marcar el final de una era, meramente aceleró lo que ya estaba sucediendo. Hacia 1930, los Estados Unidos y el mundo occidental habían entrado en la depresión económica más severa que el mundo moderno había conocido.

Si pensáramos en imágenes típicas de los años veinte, éstas incluirían los bares clandestinos, las chicas jóvenes, Al Capone, la Prohibición, los automóviles, y la cultura del consumo, entre otras. A través de estas imágenes populares, esta colorida década todavía resuena entre generaciones que nunca la experimentaron. Desde una perspectiva cultural e histórica, los años veinte se caracterizaron por un profundo choque de culturas.

Los Estados Unidos se habían transformado de una economía regional agraria en una de las economías industriales urbanas más poderosas del mundo. El granjero rápidamente dio paso al industrial, al capitalista y al empresario. En una creciente sociedad de consumo, el ocio y el placer eran superpuestos al trabajo duro y a la abnegación.

A pesar de todos estos avances sociales y económicos, la década fue sancionada con la más severa depresión que la nación jamás había experimentado. Lo que aquí y ahora nos preguntamos es cómo fue posible que una de las décadas más prósperas en todos sus ámbitos (económico, social, y cultural) en la historia de los Estados Unidos terminara con tal depresión.

Por lo que a la metodología se refiere, hemos de señalar llegado este punto que será eminentemente práctica, globalizadora e integradora. Si lo enfocamos desde un punto de vista socio-cultural, se trata de una época determinada que no puede entenderse como una concatenación de hechos aislados sino, más al contrario, entrelazados y relacionados entre sí.

De esta forma, nos concentraremos primero en lo global y más genérico, como pueda ser la contextualización de la época, para ir pasando poco a poco a desgranar lo más práctico y concreto de la misma en cuanto a los cambios sociales y culturales se refiere. 

Analizaremos y examinaremos cuidadosamente esta década tanto en sus aspectos positivos como negativos. Entre los positivos, podemos mencionar aspectos tan conocidos como los siguientes: el boom económico, la primera sociedad de consumo del mundo, disponibilidad de bienes de consumo, producción en cadena de automóviles, cambios en el papel de la mujer, desarrollo de la industria del cine, innovaciones tecnológicas e inventos. Entre los negativos, podemos mencionar los siguientes aspectos más desconocidos: restricción a la inmigración, Prohibición, crimen organizado, discriminación racial, época del gángster, y la Gran Depresión.

Para llevar a cabo dicho análisis, empezaremos nuestra investigación presentando un cuadro general de la década en esta introducción, dando algunas ideas o pinceladas para poder entender mejor dicha época. Luego pasaremos a contextualizar la época tanto desde un punto de vista socio-político como cultural dentro de un marco teórico de desarrollo para poder establecer posteriormente una línea de debate y análisis. Una vez presentadas y analizadas tanto las ideas generales de la década como su contextualización, nos concentraremos en el estudio de las figuras más relevantes de la época que hicieron posible todos los cambios experimentados.

Posteriormente, pasaremos a un análisis exhaustivo y minucioso de las consecuencias y resultados que dichos cambios tuvieron en la vida cotidiana del país, y por extensión en el mundo entero. Finalmente, concluiremos nuestra exposición con las conclusiones más relevantes de nuestro detallado estudio de la época.

Una imagen general de la década no se puede ilustrar sin la asociación que emerge como la clave de los años veinte: las calles de Nueva York celebrando el retorno de Charles Lindbergh de su vuelo solitario a París cruzando el Atlántico en 1927, o todo el papel arrojado al suelo en la bolsa en los nefastos días de la Gran Depresión. Fue sin duda una era de contradicciones.

Las batallas deportivas eran la principal preocupación de los años veinte, una época en la que la búsqueda de la normalidad y la creencia en la posibilidad de la felicidad condujo a un gran número de ciudadanos a dar la espalda a la lucha política.

La nueva década estaba en sus albores cuando el presidente Warren C. Harding asumió el poder. Harding reunió en su administración a tres de los hombres más capaces del momento, quienes le conferirían mucho de su carácter a la época: Andrew William Mellon, Charles Evans Hughes, y Herbert  Hoover.

La principal medida acometida por la administración Harding fue la sustitución del arancel “Underwood” por el arancel “Fordney – McCumber” en 1922, que impuso las más altas contribuciones conocidas hasta entonces. Aún nadie soñaba con establecer un estado de bienestar. La prosperidad americana dependía fuertemente de su voluntad y habilidad para gastar.

Gracias a Henry Ford, el automóvil conoció su existencia. El “Modelo T” fue el automóvil más vendido hasta 1926. Pero los métodos de Ford fueron copiados y superados por sus competidores, sobre todo por el gigante General Motors. Los años comprendidos entre 1927 y 1929 vieron el resurgimiento de la industria del motor tal y como la conocemos hoy día. En la cima estaban las grandes firmas monopolistas: General Motors, Ford y Chrysler.

No había malas perspectivas en los años veinte ya que el mercado parecía que era boyante. La cadena de montaje hizo que los coches fueran increíblemente baratos, los salarios aumentaran espectacularmente, y el crédito estuviera disponible con las condiciones más baratas. La demanda de materiales destinados a la fabricación de automóviles se elevó, estimulando a estas industrias auxiliares y los rápidos avances tecnológicos.

Pero quizás los resultados sociales fueran incluso más impresionantes que los económicos y más importantes a largo plazo. El coche empezó a romper la antigua división entre la ciudad y el campo. El movimiento empezó con la próspera clase media urbana. La gente comenzó una tendencia que cubriría el país de moteles y restaurantes que servían comida caliente y bebidas.

Todavía más importante fue el impacto que el coche tuvo en la vida cotidiana. Llegó a usarse para todo tipo de viajes cortos, para ir al trabajo o de tiendas, funciones que previamente habían cumplido el tranvía o el ferrocarril. Hizo posible una nueva forma de vida: amplios suburbios comenzaron a extenderse por todas partes para beneficio de la industria de la construcción. Bajo la ley federal de autopistas, fondos federales sufragaban el 50% de las nuevas autopistas construidas. El conductor  no sólo se convirtió en el símbolo de los años veinte, sino que además se transformó en su eje central.

Había incluso otras formas en las que el consumo estimuló la industria americana hasta abundancias desconocidas. La popularidad del cine produjo un nuevo gran negocio cuando Hollywood tomó forma. La radio era una palabra mágica para los jugadores del mercado de valores. La demanda de alcohol se incrementó realmente por la Prohibición y colocó millones de dólares en los bolsillos de contrabandistas, y gángsteres declarados como el más famoso Al Capone. 

Los muy ricos vivían en una espiral de fiestas, yates, pieles, y cosméticos según la leyenda forjada por el escritor estadounidense F. Scott Fitzgerald en su novela más representativa de la época “El Gran Gatsby”. La casi completa exclusión de productos europeos actuó además como un estímulo a la industria norteamericana.

Lo que se puede denominar el pánico cultural del período de posguerra se expresó en afirmaciones cada vez más severas de la superioridad norteamericana y en un temor de la infiltración extranjera. Los grandes empresarios ya no creían en la necesidad de mano de obra extranjera ya que había suficientes desempleados estadounidenses para sus propósitos. Asimismo las organizaciones sindicales temían la continua importación de mano de obra barata de ultramar.

El resultado fue una serie de leyes intransigentes: la ley de inmigración de 1919, la ley de cuotas de 1921, y la ley “Johnson – Reed” de 1924. La inmigración en masa de la zona asiática (Japón, China, Indochina) fue totalmente excluida, y de cualquier otra parte excepto el norte y oeste de Europa se hizo extremadamente restrictiva.

El espíritu con el que la puerta dorada se cerró de golpe fue magistralmente expresado por el senador Albert Johnson: “No hay duda de que la mezcla de nacionalidades se ha desacreditado. No hay duda de que los americanos están insistiendo en todas partes en que su tierra ya no ofrecerá asilo libre e ilimitado al resto del mundo”.[1]

Por descontado que nadie previó las trágicas consecuencias que esta ley tendría nueve años más tarde, cuando Bartolommeo Vanzetti escuchó que sus apelaciones para un nuevo juicio habían sido desestimadas, y que tanto él como su compinche, Nicola Sacco, iban a ser ejecutados. Habían sido hallados culpables de asesinar y robar a un jefe de correos en Massachussets. 

Este caso se hizo famoso porque los defendidos eran anarquistas, evasores de impuestos e inmigrantes, y porque el juez mostró excesivo prejuicio en contra de ellos, todo ello típico de Estados Unidos en los años veinte. Su caso provocó la primera rebelión seria contra la estrechez y el conservadurismo de la vieja guardia republicana de posguerra.

Sin embargo este episodio no fue más que un bochorno para la política exterior americana, pero las dificultades extremas estaban en el propio país. Las administraciones de Harding y Coolidge eran conscientes de la necesidad de cooperación de algún tipo con las potencias europeas, aunque tuvieran que moverse con extrema cautela por miedo de alarmar a los aislacionistas.

El aislamiento en su sentido más estricto era imposible. Los Estados Unidos, que ahora eran el acreedor mundial, tenían demasiados intereses en ultramar que proteger. Además estaba la cuestión de las deudas de guerra. Los norteamericanos querían que les pagasen en tanto que los antiguos aliados (Gran Bretaña, Francia, Italia, y Bélgica) consideraban ofensiva esta insistencia.

El Congreso estableció una Comisión de Deudas de Guerra encabezada por los ministros de Estado (Hughes), del Tesoro (Mellon), y de Comercio (Hoover), mostrándose tan comprensivos como les era posible. Pronto el dinero se dirigió de Alemania a sus antiguos enemigos como reparaciones de guerra y de esta forma hallaban el camino de vuelta a los Estados Unidos.

Entonces llegaron los escándalos. Por un momento pareció como si el poder republicano se estuviera diluyendo. La recesión de posguerra había herido profundamente a los granjeros, recortando las exportaciones a la mitad y disminuyendo los precios. Las elecciones de 1922 fueron buenas para los progresistas y malas para la vieja guardia republicana.

Afortunadamente para el partido, Calvin Coolidge era justo lo que la situación requería. Era un hombre de gran integridad personal, un político veterano como Harding pero a la vez más limpio y con más fuerza voluntad que el propio Harding.  Por consiguiente, fue fácil para él y su partido ganar las elecciones de 1924, ya que el gran boom de los años veinte aún no decrecía.

Mientras tanto los años de prosperidad de Coolidge rodaban alegremente. Era una época feliz y esperanzadora. El aspecto más controvertido de la vida americana en esa época fue sin duda la Prohibición. Y de inmediato el gran experimento entró en dificultades atroces. El Congreso nunca dispuso de fondos suficientes para pagar a un adecuado número de agentes del orden. Como resultado, la tentación de pasar alcohol de contrabando a los Estados Unidos por mar o por tierra, o en dirigir bares clandestinos, o negocios de contrabando fue irresistible.

Todo ello fue especialmente tentador para las bandas florecientes de Nueva York y Chicago. El crimen profesional organizado aumentó tan provechosamente gracias a la Decimoctava Enmienda que ha sido un gran negocio desde entonces. El chantaje y los asesinatos del hampa se hicieron demasiado comunes, y nadie era castigado. Otra ley, la “Ley Volstead” fue aprobada para hacer respetar la Decimoctava Enmienda.  Pero incluso el asunto de la Prohibición parece menos importante que la recién descubierta capacidad de la economía norteamericana para crecer a través de los inventos y la fabricación de bienes de consumo.

Se estaban llevando a cabo experimentos para modernizar los gobiernos estatales, sobre todo en Nueva York donde el notable gobernador Al Smith estaba reuniendo alrededor suyo una generación de igualmente notables hombres y mujeres jóvenes que pronto se darían a conocer por todo el mundo: Harry Hopkins, Frances Perkins, Robert Moses, y Franklin D. Roosevelt.

Incluso el sur empezó a mostrar signos de vida. Pronto se descubrió que el nuevo KKK más allá de su talento para aterrorizar a judíos, católicos, y negros en zonas rurales, no tenía otra cosa que ofrecer más que escándalos de lujuria, corrupción e hipocresía sexual.

La administración republicana no creía en la ayuda directa a los granjeros y cuando un programa de ayuda se aprobó en el Congreso, Coolidge lo vetó. Por vez primera en la historia, cientos de granjeros comenzaban a hundirse, cambiando entonces la tierra por la ciudad.

 A pesar de todo a suficientes votantes les iba bien en 1928 como para hacer posible la re-elección de Coolidge si él lo hubiese deseado, pero no fue así. Los republicanos invariablemente miraron entonces a Herbert Hoover, quien había modernizado la industria norteamericana como ministro de Comercio, acelerando por tanto la prosperidad.

Aunque a los republicanos de base les desagradaba por su timidez, frialdad, y desdén por la clase política, le necesitaban. Él era el republicano más popular, el único hombre capaz de batir al demócrata más popular, Al Smith. Las elecciones demostraron que muchos estados del país aún eran abiertamente hostiles hacia los políticos de ciudad y a los católicos.

Pero lo que derrotó a Al Smith fue la prosperidad. Hoover expresó que la eliminación permanente de la pobreza estaba a la vuelta de la esquina. Él claramente lo creía: era energético, capaz, y lleno de planes. Habló de dos coches por cada casa del país. La gente le creyó y le votó.

Pero las fuerzas que iban a destruir la prosperidad de Coolidge ya estaban en marcha. Por descontado que las primeras señales de los problemas aparecieron en 1926, cuando la venta de casas empezó a estancarse. La causa más probable de la disminución de ventas fue el hecho de que el mercado se estaba saturando.

Claro que había cientos de millones de norteamericanos que necesitaban una casa mejor de la que jamás dispondrían, pero no tenían dinero. Hacia 1926, aquellos que tenían dinero ya habían adquirido sus casas o hipotecas, y aunque nuevos compradores entraban al mercado cada año, no eran lo suficientemente numerosos para sostener el boom.

Un titubeo en el sector de la construcción era una mala señal. Otros siguieron rápidamente. A finales del verano de 1929, la demanda se había ralentizado tanto que todos los índices principales de la producción industrial estaban decreciendo. A finales de los años veinte, dos factores hicieron que el impacto de esta recesión fuera catastrófico.

En primer lugar, la filosofía de gobierno del tridente Harding – Coolidge – Hoover prohibía que el gobierno federal tomara cualquier acción preventiva y por tanto, lo había privado de cualquier instrumento de acción.

Y, en segundo lugar, el gobierno federal podría haber actuado por medio de un programa extensivo de gasto público para mantener el empleo y estimular la demanda. Por desgracia, tales políticas eran aún impensables. La larga tradición jeffersoniana prohibía al gobierno americano usar su poder de esa forma. Los ingresos del gobierno debían dedicarse a extinguir la deuda pública.

Así que si se quería evitar una recesión tan dañina, el sector privado tendría que actuar. Lamentablemente no estaba preparado para ese papel. Por tanto, actuó pero todo lo que hizo fue convertir una fluctuación menor en una catástrofe. La peor crisis del capitalismo estaba servida.

Pero la crisis no se puede realmente achacar a los empresarios. Es a la rama financiera del sistema a la que debemos dirigir nuestra mirada si queremos entender lo que sucedió. Por desgracia, los norteamericanos no entendieron sus negocios correctamente en los años veinte. El establecimiento de un Sistema de Reserva Federal no era suficiente por sí mismo. 

La enorme riqueza de dinero que la maquinaria industrial norteamericana generó tan abundantemente se disipó en miles de pequeños bancos dirigidos de forma amateur y corredores de bolsa. Incluso en los días de prosperidad de Coolidge, se cerraban más de seiscientos bancos al año.

Un aspecto positivo de la enorme riqueza generada fue el Acuerdo Dawes, un préstamo internacional que rescató a Alemania del abismo en el que la controversia de las reparaciones la habían sumergido. Fue un acto de habilidad política en el que Wall Street invirtió en préstamos a Alemania con absolutamente poca consideración sobre si alguna vez recuperaría el dinero o no.

Wall Street consiguió beneficios libre de cargas por los servicios prestados. Mientras tanto, a la industria americana se le abandonó a su suerte en búsqueda de recursos. Afortunadamente, sus beneficios eran tan elevados que no representaba ningún problema. Los banqueros desviaron su atención y fondos de Alemania a los Estados Unidos, lo cual tuvo un efecto devastador para el país.

La inyección de los vastos recursos de Wall Street al mercado activó una espiral positiva. El precio de las acciones seguía subiendo, era irresistible. No había posibilidad, o al menos eso parecía, de perder. Entonces la clase media se zambulló sin remisión. Hacia finales del verano de 1929, había aproximadamente 9 millones de inversores individuales en el mercado.

Era la oportunidad de oro para los estafadores. Algunos de ellos meramente eran banqueros incompetentes o corredores de bolsa que pensaban que entendían algo de economía. De buena fe aconsejaron a sus ignorantes a la vez que ansiosos clientes que compraran, que lo compraran casi todo. Por consiguiente, los precios empezaron a dispararse.

Así es como pintaban las cosas en el momento de la inauguración de Herbert Hoover en marzo de 1929. La enorme burbuja bursátil estaba todavía hinchándose, y las pocas mentes frías del país entendieron perfectamente que tarde o temprano la situación estallaría.

El Fondo de Reserva Federal hizo un último y tímido intento de desanimar a los jugadores elevando la tarifa que se aplicaba a los préstamos bancarios y sugiriendo que los bancos federales no deberían prestar dinero a sus clientes para operaciones bursátiles de ninguna naturaleza.

Pero el boom siguió su proceso. Las acciones cambiaban ahora de manos a precios que jamás ningún dividendo podría justificar. Hacia finales de verano, los depósitos estaban asfixiados con bienes no vendidos, y las empresas estaban empezando a disminuir su producción.

Al principio los especuladores no se dieron cuenta de que la subida de precios pronto se reanudaría. Pero no lo hizo, y entre septiembre y octubre la bola de vendedores creció. Llegó entonces un día, el 23 de octubre de 1929, en el que de repente parecía que todo el mundo vendía. Más de seis millones de acciones cambiaron de manos, y los precios se desplomaron. El día siguiente fue recordado como el “Jueves Negro”, la ola de ventas continuó, y sólo la intervención de un consorcio de banqueros evitó que los precios de las acciones se colapsaran por completo.

Pero miles de pequeños inversores ya estaban arruinados. El presidente Hoover sintió que era su responsabilidad hacer una declaración tranquilizadora: “El negocio principal del país, la producción y distribución de materias primas, está construido sobre una base próspera y fuerte”.[2]

Al siguiente martes el colapso era total. Parecía como si toda la moderna estructura norteamericana industrial y empresarial estuviera deshaciéndose. El consorcio de banqueros fue incapaz de capear la tormenta. Una gran parte de los ahorros de una generación entera se esfumó. La prosperidad de Coolidge había llegado a su fin y las consecuencias fueron devastadoras. El descalabro bursátil destruyó el crédito, nadie confiaba ya en los bancos o en los corredores de bolsa.

Los consumidores de clase media de repente tuvieron que economizar. Con frecuencia sólo podían conseguir dinero en efectivo vendiendo sus posesiones por lo que les ofrecían, y el efecto acumulativo de esas ventas forzadas ayudó a reducir los precios y por tanto las ganancias.

Pero todavía estaba peor la gente con hipotecas. La industria inmobiliaria se desplomó. Incluso aquellos que todavía tenían dinero en el banco, pocas deudas, y buenos salarios se vieron afectados por el pánico y dejaron de gastar. Se hizo difícil a las empresas y corporaciones pedir prestado el dinero que necesitaban para poder mantener sus negocios. Como resultado, pronto las empresas empezaron a despedir a sus trabajadores y poco después a cerrar sus puertas.

Hoover vio el peligro y actuó para prevenirlo. Durante el resto de su mandato presidencial, no paró de actuar sin descanso, haciendo más que cualquier otro presidente en ninguna otra crisis económica. Su mala fortuna fue que hiciera lo que hiciera  nunca parecía que hiciese nada.

Mientras tanto, mandó buscar a los líderes de la comunidad industrial y los persuadió para que no bajaran los salarios o despidieran a sus trabajadores. Estaba firmemente convencido de que con un poco de tiempo y paciencia los malos tiempos pasarían y una prosperidad renovada volvería.

El resto del mundo sintió el efecto del desastre americano. Es importante recordar que, a lo largo de los años veinte, Estados Unidos había sido la única de todas las naciones industrializadas que parecía solidamente próspera. Sobre todo, había sido la única fuente importante de capital inversor y la única fuente del dinero que se necesitaba para las reparaciones de la guerra.

En 1930, un nuevo arancel, el “Smooth – Hawley”, se promulgó. Un millar de economistas firmaron una petición suplicando al presidente que vetara el proyecto arancelario. Pero en su lugar, lo convirtió en ley. Quizás ésta fue la más controvertida acción en la carrera de Hoover ya que fue interpretada como una confesión pública de que había perdido por completo el control de la política económica del país.

Tal y como los economistas habían sospechado, el arancel fue el último golpe de gracia para el comercio mundial. Los socios comerciales de Norteamérica elevaron barreras arancelarias contra el país como medida de protección. Ahora ya no podía haber ninguna esperanza de re-estimular la producción norteamericana por medio de la demanda extranjera y, a su vez, tampoco habría ninguna posibilidad de re-estimular la producción extranjera por medio de la demanda norteamericana.

Hoover lanzó una moratoria en verano sobre la deuda internacional pero, aunque había aligerado levemente la presión sobre las economías europeas, no fue suficiente. El público norteamericano estaba determinado a conseguir su dinero y el colapso de sus posibilidades fue una mancha más en contra de Hoover. Sus proclamas de esperanza se recibían ahora con escepticismo.

Así que no sorprende comprobar que los empresarios pronto se olvidaran de sus promesas y empezaran a recortar salarios, horas de trabajo y a despedir a sus trabajadores. Rápidamente la única curva ascendente de las estadísticas fue la del desempleo. La prosperidad de los años veinte nunca había sido tan universal como se había proclamado, ni su nivel tan elevado.

De todos modos, más norteamericanos que nunca habían ganado suficiente dinero para disfrutar de algunos de los lujos, artículos, y comodidades de la vida moderna. Ahora, millones de estadounidenses, se encontraban privados de todo: trabajo, posesiones, o incluso casa. El hambre era una amenaza real y la malnutrición una hecho cotidiano de la vida en el mayor país productor de alimentos del mundo.

Tan malos como el hambre, el cansancio y el frío, eran la humillación y la desesperación. Se buscaba trabajo desesperadamente, no caridad, pero a menudo se veían obligados a solicitarla. Y con frecuencia no la obtenían pues no había suficiente para todos. La verdad cruel era que la sociedad norteamericana estaba desastrosamente organizada para tratar tal emergencia.

Hoover, quien se había ganado su reputación organizando la alimentación de los niños hambrientos en la Europa en guerra, ahora se encontraba con sus compatriotas, que si aún no estaban pasando necesidad, en muchos casos sería así más pronto que tarde. La misión del gobierno federal era conseguir que la maquinaria productiva funcionara de nuevo sin destrozar la fibra moral de la ciudadanía.

Los poblados de chabolas que emergieron alrededor de las grandes ciudades, donde las familias empobrecidas buscaban refugio, eran conocidos por el sobrenombre de “Hoovervilles”. Mientras tanto, la economía continuaba girando decreciendo a pasos agigantados. Entonces algunos investigadores del Senado empezaron a publicar todos los fraudes y negligencias que Wall Street había tolerado mientras las cosas iban bien.

En su desesperación y disgusto, los norteamericanos no abandonaron su sistema político. Más al contrario, le dieron una nueva oportunidad. En las elecciones de 1930, los demócratas tomaron el control de la Cámara de Representantes y llegaron a estar a un sólo escaño de controlar el Senado también. Había llegado la hora del antiguo gobernador de Nueva York, Franklin D. Roosevelt. Pero esa es otra década, otra época y otro periodo de la historia norteamericana.

 

 

Conclusiones

 

A lo largo de este trabajo hemos pretendido analizar y recopilar los hechos más destacados, desde un punto de vista socio-cultural, de una de las décadas más atrayentes y relevantes de todo el siglo veinte en la historia de los Estados Unidos.

Como hemos podido comprobar, esta época no sólo presentaba multitud de avances, y aspectos positivos para la sociedad en general, sino que también acarreó algunos aspectos negativos quizás no tan conocidos y tan publicitados como fueron las confrontaciones sociales y culturales que marcaron el devenir de la década. Por tanto, de las conclusiones obtenidas por los ecos que nos dejaron los años veinte, extraemos como más significativos los datos que ahora detallamos.

Si en el siglo diecinueve, los Estados Unidos eran principalmente una sociedad rural y agraria desentendida de los asuntos internacionales, en el siglo veinte se convirtió en un país urbano sumamente industrializado y con una creciente involucración en asuntos internacionales y en comercio exterior. En resumen, el país se hallaba a las puertas de la modernidad.

Los años veinte fueron una década en la que no hubo ni grandes eventos significativos ni catástrofes humanitarias, al menos hasta el crac bursátil de 1929. Con todo, fue una de las épocas más significativas en la historia del país debido a todos los cambios sociales y culturales que se produjeron en la sociedad.

La década se hizo famosa por una serie de imágenes, e iconos: la época del jazz, la Generación Perdida, el Renacimiento Harlem, las flappers, la radio y el cine, los bares clandestinos, el crimen organizado, los cosméticos, la nueva mujer y el nuevo negro, o la sociedad de consumo.

Fue también una década de grandes nombres, de héroes para la posteridad: Charles Lindbergh, Babe Ruth, Bobby Jones, Henry Ford, Louis Armstrong, John D. Rockefeller, Robert Millikan, Henry Luce, Al Capone, Margaret Sanger, WEB Du Bois, Duke Ellington, HL Mencken, Alfred A. Knopf, Mae West, Maurice Prendergast, Gutzon Borglum, Frank L. Wright, F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Clara Bow, o Charlie Chaplin entre muchos otros.

Como reacción a la desilusión creada después de la Primera Guerra Mundial, los norteamericanos abandonaron las viejas ideas y adoptaron nuevos modelos y conceptos. Aunque también fue una época de graves conflictos y divisiones: prohibicionistas contra anti-prohibicionistas, ciudad contra campo, nativistas contra extranjeros, o católicos contra protestantes.

Desde 1922 hasta 1929, la economía experimentó un gran auge, creciendo así el producto interior bruto en más de un cuarenta por ciento. La mayor parte de este crecimiento tuvo lugar gracias a industrias que producían bienes de consumo, los cuales proliferaron por todo el país comercializados por vendedores y publicistas como forma de satisfacer los deseos y necesidades de todos los consumidores.

Sin embargo, la posibilidad de tener un país moderno asustó a muchos ciudadanos. Las viejas creencias chocaban con los descubrimientos científicos y con las nuevas prácticas sociales. La gente discutía sobre la legitimidad del darvinismo o la existencia de Dios, sobre los peligros del jazz, o sobre los esfuerzos del gobierno federal por imponer la prohibición.

Como consecuencia de estos temores, se produjeron en el país dos fenómenos totalmente descontrolados. Por un lado, el llamado miedo al comunismo, que llevó a la detención y deportación de numerosos ciudadanos inocentes por el mero hecho de ser comunistas, y que condujo a las primeras leyes federales que restringieron la inmigración. Y por otro, el resurgimiento del Ku Klux Klan que comenzó un reinado de terror contra católicos, judíos, inmigrantes, y minorías en general.

En esta década, los Estados Unidos comenzaron a fraguar su dominio como potencial industrial a nivel mundial. Multitud de empresas florecieron por todo el país con la consiguiente demanda de mano de obra, lo que atrajo tanto a agricultores y a la población negra sureña, como a inmigrantes, a los que no siempre se les recibía con los brazos abiertos.

De todas las fábricas que aumentaron la producción de bienes, la que más destacó fue la automovilística, doblando la producción anual de coches en unos años. Pero con la introducción de la electricidad y otros avances tecnológicos, la industria eléctrica también prosperó, incorporando aparatos electrónicos en los hogares, como frigoríficos, congeladores, aspiradoras, hornos, o radios. 

El país se convirtió en la primera nación del mundo en fomentar y cultivar la cultura de consumo, vendiendo ingentes cantidades de productos que les hacían la vida más fácil y cómoda a los ciudadanos. Esta producción se vio a la vez aumentada por la instauración universal de la cadena de montaje, creada por Henry Ford en su fábrica de coches.

Los trabajadores norteamericanos se convirtieron en los mejor pagados del mundo, con lo que podían adquirir todos los productos que había en el mercado. La clave para esta cultura de consumo y prosperidad era la tecnología. Aparte de la cadena de montaje, los motores eléctricos reemplazaron a los de vapor como fuente principal de energía para las fábricas, y éstas contrataban a expertos para maximizar el rendimiento de sus trabajadores de la nueva maquinaria 

A pesar de la abundancia de productos y a toda la riqueza generada, aún había grandes capas de la sociedad norteamericana que no se vieron beneficiados por esa supuesta prosperidad nacional. Las capas que menos notaron esta riqueza fueron principalmente inmigrantes en las ciudades industriales del norte y agricultores en el sur.

Los inmigrantes se vieron explotados por sus capataces, trabajando jornadas interminables con unos salarios mínimos, principalmente en fábricas, mataderos, y fundiciones de acero. A su vez, los agricultores trabajaban de sol a sol ganando apenas lo justo para comer. La supuesta riqueza generada por los republicanos nunca alcanzó a estos grupos.

En lugar del tradicional pago al contado, se extendió y popularizó el pago a plazos que alteró para siempre la vida cotidiana del país. El lema era “vive ahora, y paga mañana”, un mañana del que estaban convencidos que sería mejor que el presente, incluso con más dinero en los bolsillos. El ciudadano medio se endeudó irremediablemente con el nuevo sistema de pago sin tener una planificación económica real para el futuro.

El dominio republicano de toda la década desafió a la tradicional noción del estado como órgano regulador, dando paso al libre comercio y al capitalismo desenfrenado instaurando de ese modo una política liberal en la economía.

La prohibición se aceptó como una característica central de la década junto a los contrabandistas y a los bares clandestinos. Como consecuencia de la prohibición, el crimen organizado floreció, convirtiéndose en un negocio multimillonario debido a la imperiosa necesidad de beber. Las calles de las ciudades se convirtieron en escenarios de los sanguinarios enfrentamientos entre bandas rivales de gánsteres, liderados por la banda de Al Capone.

A la misma vez, un sentimiento de frivolidad y excitación recorría las grandes urbes del país. Los eventos deportivos florecieron, los ciudadanos comenzaron a ir al cine y a escuchar la radio, e incluso las artes florecieron alcanzando un nivel inusitado hasta entonces.

Los deportes se convirtieron en una pasión nacional conforme la gente disponía de más dinero para adquirir entradas para los espectáculos y tenía más tiempo libre. Millones de ciudadanos se hicieron seguidores deportivos con lo que se tuvieron que construir a toda prisa nuevos estadios y pabellones deportivos, siendo el golf uno de los deportes más populares.

El culto popular hacia los deportes de masas, y sobre todo a sus figuras deportivas se convirtieron en una válvula de escape a la cadena de montaje de la fábrica. Jack Dempsey, Bill Tilden, Red Grange, Babe Ruth, o Bobby Jones, fueron los cinco grandes deportistas de la época.

Otro asunto espinoso de la década fue el tratamiento al sexo, con lo que los antiguos códigos victorianos se resquebrajaron. La floreciente industria cinematográfica exploró la obsesión colectiva por el sexo con películas y títulos provocativos y sugerentes. Las obras de teatro y las novelas se centraban en el adulterio, y los nuevos tabloides presentaban con deleite historias de amor. Ésta fue una década reaccionaria en la que los jóvenes desafiaban abiertamente a sus progenitores sobre lo que se consideraba una conducta social apropiada.

También fue una época de rebelión para las mujeres en la que continuaron el proceso de romper con las antiguas convenciones sociales. La nueva mujer fumaba en público, bebía libremente, iba a fiestas nocturnas, y conducía automóviles a gran velocidad. Esta mujer sintió un deseo de liberación social y cultural, sumado a los logros políticos de principios de la década con el reconocimiento público al derecho a voto y a la participación en el proceso democrático.

Las flappers, como comúnmente se les denominaba, se cortaron el pelo al estilo de los chicos, cambiaron su vestuario acortando la longitud de los vestidos, y abusaron de productos cosméticos de belleza que sólo una generación antes se consideraban obscenos. Las chicas gozaban de la nueva permisividad libremente en la que podían discutir sobre sexo abiertamente.

Los escritores y los artistas también reflejaron los grandes cambios sociales y culturales de la época a la vez que se inspiraban en dichos cambios. Es en esta década cuando encontramos una extensa lista de autores, y novelistas que dejaron su particular huella: Robert Frost, William Faulkner, Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, o Sinclair Lewis, entre muchos otros.

Unido a este auge artístico, encontramos el crecimiento y expansión de la música jazz. Los años veinte marcaron el inicio del florecimiento del jazz por todo el país. La gente cantaba y bailaba las nuevas canciones, lo que supuso también un cambio en los gustos sobre el tipo de baile preferido. Música y bailes expresaban un sentimiento de placer y deleite que eran la extensión del espíritu jovial y libre de la época. Todo ello no hizo más que contribuir a un mayor enfurecimiento de la generación anterior que no terminaba de aceptar los nuevos cambios.

La década de los años veinte significó asimismo el esplendor de la industria cinematográfica y de Hollywood en particular. Si en la década anterior nadie conocía a los actores de la época, en ésta actores y actrices se hicieron mundialmente famosos y ricos. Todo el mundo conocía los nombres de Charlie Chaplin, Buster Keaton, Laurel and Hardy, Roscoe Fatty Arbuckle, Clara Bow, Louise Brooks, Mary Astor, o Mary Pickford, entre otros.

No obstante, la ilusión de todo un país de una prosperidad sin fin terminó bruscamente el 24 de octubre de 1929.  El crac bursátil sumió al país en la mayor y más  profunda depresión de toda su historia. El gran sueño americano se vio reducido a cenizas en pocos meses.

Esta depresión convenció al público de que ciertas medidas federales de auto-control se hacían necesarias para proteger y preservar el estado de bienestar. La depresión fue el terrible precio que tuvieron que pagar por su falso sentido de la prosperidad y por el supuesto bienestar de los felices años veinte.

Estos años fueron una época en la que la mayoría de los norteamericanos se sentían bien, se habían olvidado de los ecos de la primera guerra mundial, y comenzaban a vivir sus propias vidas a lo largo de un periodo de aparente riqueza y prosperidad.

El crac bursátil que llevó a la posterior gran depresión supuso un final de pesadilla a un supuesto cuento de hadas lleno de prosperidad, riqueza, y felicidad para todos. Aún así, muchos norteamericanos tuvieron el privilegio de formar parte de este periodo al que se conoce con el nombre de los “Felices Años Veinte”.

Finalmente, de todo lo expuesto se pueden extraer algunos interrogantes sugerentes, susceptibles de ser analizados más en profundidad en futuros estudios, como por ejemplo:

·       ¿por qué se implantó la prohibición y cuáles fueron sus efectos en el país?

·       ¿fue realmente ésta época de liberación para la mujer, y cómo mejoró su posición en la sociedad?

·       ¿de qué manera representó el jazz el espíritu de la época?

·       ¿por qué tuvo tanta repercusión el cine como válvula de escape?

·       ¿qué tuvieron en común todas las administraciones republicanas de los años veinte y por qué tuvieron tanto éxito?

·       ¿qué factores contribuyeron a la prosperidad económica de la época, cómo se creó y por qué aún persistía la pobreza?

·       ¿fueron los Estados Unidos un país intolerante y reaccionario?

·       ¿se pudo evitar el crac bursátil y la posterior depresión?

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

ALLEN, F. L. Only Yesterday: An Informal History of the 1920s. New York: Harper & Brothers, 1931.

ANDRIST, R. K. The American Heritage: History of the 20’s & 30’s. New York: American Heritage Publishing, 1970.

BOSH, A. Historia de Estados Unidos. Barcelona: Crítica, 2005.

BROGAN, H. The Penguin History of the United States. London: Penguin Books, 1990.

DIVINE, R. A. America: Past and Present. New York: Longman, 1982.

ELSON, H. W. History of the USA. New York: Macmillan Company, 1904.

FONER, E. The New American History. Philadelphia: Temple University Press, 1997.

HERNÁNDEZ ALONSO, J. J. Los Estados Unidos de América. Historia y Cultura. Salamanca: Ediciones Almar, 2002.

HOFSTADTER, R. The Structure of American History. New Jersey: Prentice Hal, 1973.

JENKINS, P. Breve Historia de Estados Unidos. Madrid: Historia Alianza Editorial, 2005.

JENNINGS, F. The Creation of America: Through Revolution to Empire. Cambridge: CUP, 2000.

JOHNSON, P. History of the American People. Phoenix: Phoenix Giant, 1997.

LINK, A. S. American Epoch: A History of the United States since the 1890’s. New York: Alfred A. Knopf, 1955.

LUCAS, J. The Radical Twenties. New Jersey: Rutgers University Press, 1999.

MAIDMENT, R. The United States in the 20th Century: Key Documents. London: Hodder & Stoughton, 1998.

MAUROIS, A. Historia de los Estados Unidos. Barcelona: Círculo de Lectores, 1972

MORRIS, R. B. Encyclopedia of American History.  New York: Harper & Row, 1965.

NEVINS, A. A History of the American People from 1492. London: OUP, 1965.

O’CALLAGHAN, B. An Illustrated History of the United States. New York: Longman, 1997.

O’NEAL, M. J. America in the 1920’s. New York: Facts on File, 2006.

SCHULLER, G. The Swing Era. Oxford: Oxford University Press, 1989.

THYPIN, M. A History of the United States. New York: Entry Publishing, 1982.

TRAYNOR, J. Mastering Modern United States History. New York: Palgrave Master Series, 2001.

ZINN, H. A People’s History of the United States.  Harlow: Longman, 2003.

 

 



[1] Hugh Brogan. The Penguin History of the USA. London: Penguin, 1990, p. 512

[2] Hugh Brogan. The Penguin History of the USA. London: Penguin, 1990, p. 526