|
LEER EL TIEMPO EN EL ESPACIO:
Javier Rodríguez Pequeño
(Universidad Autónoma de
Madrid)
Mercedes Rodríguez Pequeño
(Universidad de
Valladolid)
Resumen
En este trabajo se analiza la importancia que tiene el espacio como
representación de una época en la obra narrativa de Miguel Delibes y de
Francisco Umbral. Queremos analizar de qué manera y con qué finalidad, el
espacio, punto de apoyo para el personaje y el conflicto, se convierte en
un instrumento válido para la construcción de la trama y de los motivos
temáticos en las novelas urbanas vallisoletanas de Delibes y de Umbral de
la segunda mitad del siglo XX.
Abstract
In this work we analyze the importance that takes the space as a
representation of a time in the narrative work of Miguel Delibes and of
Francisco Umbral. We want to analyze of what way and with what purpose,
the space, point of support for the personage and the conflict, turns
into a valid instrument for the construction of the plot and of the
thematic motives into the urban novels in Valladolid of Delibes and of
Umbral of the second half of the 20th century.
Palabras clave:
Narrativa, Delibes, Umbral, Tiempo, Espacio.
La relación
profesional y personal entre Miguel Delibes y Francisco Umbral fue temprana y
constante, desde su encuentro en El Norte
de Castilla, periódico vallisoletano, donde el maestro dio al alumno las
primeras lecciones de periodismo. Esa relación se mantuvo a través de las permanentes sugerencias literarias de uno a
otro, vertidas en un extenso intercambio epistolar, fiel testimonio, además, de
una perdurable amistad que alcanzó un alto grado de familiaridad y, a pesar de
algunos desencuentros, conservó el respeto y la admiración mutua.
Desde el primer momento, Francisco Umbral vio
a Miguel Delibes como su “hermano mayor”, y con él se ha sentido identificado
siempre. Por esta razón escribió en 1969 uno de los primeros libros dedicados a
su obra, Miguel Delibes, publicado en
1970, porque, como confiesa en el prólogo, le consideraba “una de las claves
culturales de la vida española contemporánea y una de las claves íntimas de mi
vida”. Un libro en el que hay biografía, crítica y evocación, y que ha sido
punto de partida para los estudios posteriores, y en particular para este
artículo.
Existen, pues, un vínculo profesional
periodístico y literario, y una íntima amistad. Por otros motivos aparecen
emparejados en esta pequeña reflexión, pues aun siendo escritores con
procedimientos y técnicas narrativas sustancialmente distintas, algunas de sus
obras proporcionan rasgos para un oportuno panorama comparativo, puesto que en
ellas se da una coincidencia espacial y temporal. Ambos vivieron en Valladolid
en los años anteriores a la guerra, los de la guerra y primera posguerra,
incluso en los años cincuenta y sesenta, y precisamente esta ciudad y esta
época aparecen como referente en algunas de las novelas de ambos escritores.
Entre las numerosas claves temáticas que la narrativa de cada uno de estos
escritores puede ofrecernos, nuestra propuesta está limitada a analizar de qué
manera y con qué finalidad, el espacio, punto de apoyo para el personaje y el
conflicto, se convierte en un instrumento válido para la construcción de la
trama y de los motivos temáticos en las novelas urbanas vallisoletanas de
Delibes y de Umbral. Ya apuntaba Asunción Castro, refiriéndose a la narrativa
de José Mª Merino que “el espacio contribuye, pues, a fijar la personalidad, e
identifica a los individuos que lo habitan” (2000: 228).
Es reiterativo, y tal vez innecesario,
recordar que la narrativa de Delibes está dedicada al pueblo, al campo y a la
ciudad, siendo Castilla, en gran parte de su obra, el escenario y preocupación
constante. Ya en el primer acercamiento a la obra delibiana, la agudeza de
Francisco Umbral acierta al señalar la ciudad de Valladolid como la síntesis de
Castilla y divide la obra hasta entonces escrita por Delibes en dos grandes
familias: la urbana provinciana y la rural (1970: 79). Y en esta primera
crítica, muy sagaz, aunque Umbral la defina como no académica, considera a Delibes
“el máximo cronista de la provincia española después de Clarín y Valera” (1970:
62).
Son varias las novelas de Delibes cuya
acción transcurre en una ciudad de provincias. Con la particularidad, como
constata Nicolás Miñambres de que “si Miguel Delibes tiene a Castilla como
espacio real, Valladolid se transforma a veces en escenario subjetivo. Si
exceptuamos El hereje (1998), con el
Valladolid del siglo XVII como localización, casi nunca la ciudad aflora en las
páginas del novelista como marco objetivo, pero sus límites urbanos son claros”
(2003:93). Efectivamente, en las novelas que tienen a Valladolid como punto de
referencia, la ciudad no está evocada de forma expresa, (el autor era reacio a
que el nombre de Valladolid apareciera en sus novelas, hasta que en El hereje la nombra casi cien veces) y
sólo en alguna se ve más claramente, frente a la explícita denominación
geográfica de la ciudad en la obra de Umbral. Valladolid se esconde, principalmente,
en las siguientes novelas de Delibes[2]:
Mi idolatrado hijo Sisí (1953)
La hoja roja (1959)
Aún es de día (1959)
Cinco horas con Mario (1966)
Madera de héroe (1987)
Diario de un jubilado (1995)
Delibes confiesa la complejidad de sus
preocupaciones: “Yo he lastrado mi obra con una preocupación moral, esto es
que, a mi inquietud estética, he unido una inquietud ética, que si literalmente
es irrelevante, busca de alguna manera un perfeccionamiento social” (El
autor y su obra: Miguel Delibes, p. 17 El
subrayado es nuestro). Cabe pensar, pues, que ante la creación de estas novelas
urbanas, Delibes, convertido en el cronista de su sociedad, con una constante crítica
a la burguesía de aquellos años, se preguntase qué personajes debía elegir,
porque sabemos muy bien que él ha manifestado que su novela es ante todo novela
de personaje. Pero no nos cabe ninguna duda de que tenía también muy claro en
qué lugar situar la trama, qué tipo de ciudad debía tener como referente; su
ciudad, de la que nunca quiso salir y de la que tenía un conocimiento profundo.
Hemos de reconocer que la trama de estas novelas está situada en el único
espacio posible y con los personajes idóneos.
La crítica semiológica aplica la
denominación de socio-semiótica cuando se interesa por la atención al entorno
urbano que la narrativa presenta como símbolo social compartido (Gottdiener, 1994). Siguiendo este
criterio, Agustín Cuadrado[3]
hace una lectura del entorno urbano en las novelas de Delibes con el fin de
presentar cómo funciona este proceso de comunicación y, al mismo tiempo,
escuchar el diálogo que establecen dichos espacios y sus habitantes. Es el
método más adecuado, y del que ya nos hicimos eco en nuestro análisis de El tesoro (Rodríguez Pequeño, 2010),
para comprender el significado del espacio y su relación con los personajes y
la trama en su alcance social. En esta obra se distingue claramente que estamos
ante un espacio entendido como lugar
practicado y no como un lugar
antropológico, siguiendo la terminología de Augé (2004).
Veamos,
pues, la interrelación del espacio urbano con la dimensión social, puesto que
uno de los principales significados de la geografía urbana de Miguel Delibes es
que habla de justicia social. El estudio de los personajes urbanos nos
permite ponerlos en relación con el espacio, y descubrir cómo emerge la ciudad
definida por una sociedad clasista y con una doble moral (Vázquez Fernández, 2007).
En Madera de héroe los personajes
constituyen el símbolo de una época (años veinte y treinta del siglo XX) y
Gervasio, el protagonista, “apenas
tendría interés sin el fondo familiar y social que contribuye a
caracterizarlo”, como el propio autor reconoce en Los niños, pues “la
crispación y dureza de estos años están reflejados con objetividad y sin
paliativos en este libro” –Madera de héroe-, que él considera la novela
más ambiciosa que ha escrito.
Y en
este sentido, el “naturalismo machacón” de Aún
es de día muestra el ambiente
de Valladolid en la inmediata posguerra. A diferencia de su opinión sobre la
novela citada anteriormente, Delibes no estaba muy satisfecho de esta novela y,
sin embargo, entre otros rasgos, de ella consigue salvar, y alcanza gran mérito,
su particular recreación de la vida social del barrio de San Andrés. En esta
obra se establece una relación directa entre el espacio físico y los hombres
que lo habitan, en mutua correspondencia de miseria física y miseria moral, porque la guerra aparece como telón de
fondo, entendida como desolación, hambre y ruina[4].
Sebastián lleva una triste y monótona vida “regular y gris” (p. 9). El frío de
las casas –casas desamparadas y sucias parecían “una pocilga; periódicos rotos,
cucarachas muertas, mondas de naranja y de cacahuetes se amontonaban en la
cocina, entremezclados con las bolas de porquería de ratón” (p. 12). El
jolgorio, la alegría del barrio le parecía puro artificio para envolver las
penas y miserias, y ambas descripciones, de las casas y del barrio, no
responden más que a una crónica social
de carácter simbólico, porque lo que predomina en las calles es el “viento
helado” de la posguerra.
En
esta dimensión socio-espacial incide asimismo el motivo temático de la
burguesía provinciana de los años sesenta, de ideología conservadora, que aparece en Mi idolatrado hijo Sisí, La hoja roja y Cinco horas con Mario, presentados como una crónica de la evolución
política, social y religiosa de la ciudad. Con una burguesía cargada de un
sólido egoísmo y carente de valores políticos, morales o religiosos (Cuadrado,
2010), la ciudad se convierte en el elemento transmisor de sus problemas,
delineando su evolución. Encontramos en La
hoja roja: “Perdido en la noche urbana, pensó de nuevo en Lucita y en sus
paseos vespertinos, cuando él analizaba las bocas de riego y las papeleras
públicas y los rincones con inmundicia y ella le regañaba: ‘No estás trabajando
ahora, Eloy” (p. 13). Efectivamente, el espacio urbano está irremediablemente
unido a su trabajo y está presentado en función de mostrar la situación
laboral.
Mi idolatrado hijo Sisí es la intensa crónica
social de una ciudad en plena guerra civil, de la misma manera que en La hoja roja, también de forma
implícita, muy discreta y agazapada, la ciudad –que es Valladolid, aunque
podría ser cualquier otra ciudad de provincias- es el mero soporte donde presentar
una situación política y social de la posguerra. En La hoja roja, los dos personajes, el viejo y la criada, actúan en
un ámbito real, un espacio vivido, y la escasa descripción de la realidad
geográfica de la ciudad está contrarrestada con la potenciación de los
interiores, fríos y desangelados. El ambiente gris de la ciudad vallisoletana
se reafirma porque “fuera, se descolgaba la nieve fúnebremente. En las ramas
entumecidas de los plátanos se formaba una leve cenefa”, descripción con la que
el narrador da el tinte sombrío de
Apuntaba Umbral ya en sus primeros
juicios críticos de 1970, y posteriormente en su artículo “Drama rural, crónica
urbana” (1994), que en las novelas de Delibes, Valladolid aparece como la
ciudad imperial, la romántica, la liberal, la falangista, y finalmente, la
consumista (en Diario de un jubilado).
Esta acumulación de factores conlleva al autor a la intensa crónica histórico-social que le
posibilita El hereje, novela que el
autor dedica a “Valladolid, mi ciudad”, y en la que describe la situación, la
actividad, los movimientos, incluso las calles y el espíritu de la ciudad,
testigo del paso del tiempo. En esta novela la representación geográfica en
donde se concentra la acción está en función de la reconstrucción de la
historia de Valladolid y de la creación de una atmósfera asfixiante,
tormentosa, y con decidida insistencia en la intolerancia, pero está excluida
de nuestro corpus porque el tiempo en el que transcurre la acción es otro.
Aunque
en la obra delibiana no faltan rasgos autobiográficos (García Domínguez, 2010) –como
la apoyatura en la figura de su padre en La
hoja roja, y en su propia vida en Madera
de héroe- es evidente que el recurso de la localización en una ciudad
provinciana tiene un objetivo documental-social de significativo alcance. Esta
soterrada intención crítica del autor, no siempre burlada a la censura, nos
permite acercar estas novelas, encuadradas en la parcela urbana, al género de
crónica.
Podríamos
pensar que al tratarse de una crónica social, predominarían los espacios
públicos, pero no es así. La particularidad de esta localización es que
concentra la acción en espacios interiores habitables de la ciudad, en espacios
privados de un íntimo mundo burgués, en
fuerte contraste con el paisaje exterior
urbano de las novelas de Francisco Umbral. En estas novelas de Delibes los
elementos de localización, cuando aparecen, son ámbitos de actuación de los
personajes, y estos y el singular
cronotopo le imprimen una dimensión social. En Cinco horas con Mario, Menchu asocia -en las escasas ocasiones en
las que aparecen- espacios públicos y clase social: “Créeme, Mario, todavía me
duelen las plantas de los pies de patear las calles, y si llovía, a los
soportales, y si helaba, al calorcillo de los respiraderos de los cafés. Sinceramente,
¿tú crees que ése era plan para una chica de clase media más bien alta? (p. 48).
Los
espacios interiores son recintos ideológicos, sociales y económicos. En Mi idolatrado hijo Sisí el despacho es
un recinto sagrado (también en Cinco horas con Mario); el comercio, un
ámbito económico, un negocio de objetos que pertenecen al confortable ámbito burgués;
el dormitorio es lugar de discusión, o de reproches, en Mi idolatrado hijo Sisí y en Cinco horas con Mario, y la casa, el ámbito de la mujer. Construye
ámbitos de actuación asfixiantes, lugares de desencuentros y discusiones. La cocina es el espacio del
servicio, de la clase baja, aunque a veces sea lugar de cálido encuentro, el de
don Eloy y
El espacio familiar, que acoge un
amplio material ideológico social, está en función de la caracterización del
personaje, como pilar básico de la crónica social, política y moral. Es decir,
que a pesar de ser un espacio familiar, se convierte en el recurso constructivo
elemental para la creación de un ámbito social, colectivo y no individual.
Desde 1960 Umbral se interesó y
publicó varias reseñas sobre la obra de Delibes (Aparicio Nevado, 2009) y es el
que mejor ha entendido el carácter de las novelas urbanas de Delibes: “El
narrador casi nunca describe la ciudad, sólo lo imprescindible, no se detiene
en el gran lienzo urbano, lo que para Delibes cuenta y le interesa es el
paisaje interior, porque es la suya una novela burguesa de interiores, no de
calles y plazas” (Umbral, 1994::67). Con esto queda todo dicho, porque poco
añade el hecho de que Delibes nos confiese que “las primeras vivencias que
guardo de Valladolid son las relativas al Campo Grande… Yo veía y sentía el
Campo Grande desde que tenía unos meses y me sacaban al balcón. Después, a la
hora del paseo, no había más que cruzar la calzada y ya estabas en el parque”
(García Domínguez, 2010:52), pues en pocas ocasiones aparecen los parques: de
soslayo en La hoja roja, y a través
de los paseos de Lorenzo cuando acompaña a Tadeo el poeta, en Diario de un jubilado, paseo convertido
en un suplicio, muy alejado del plácido deambular y vivir, sentir y emocionarse
por plazas y calles, que, sin embargo, vivimos en la narrativa umbraliana.
Nos
parece muy acertado el criterio de García Posadas cuando define Cinco horas con Mario como “crónica de
un desastre cotidiano” -definición a la que nos sumamos y hacemos extensible a
las aquí reseñadas-. Miguel Delibes es un cronista de las características
negativas de la sociedad en la que vive, precisamente por su desintegración
ética e ideológica.
De forma instintiva, con una evidencia
que se antepone como un resorte insistente, se nos impuso la comparación del
tratamiento del espacio vallisoletano de Delibes con el que aparece en muchas
de las obras de Umbral, en las que, como ya hemos dicho, se da una coincidencia
espacio-temporal. Si en el caso de
Delibes podemos hablar de “espacio” como lugar practicado (Certeau, 1984: 117),
ante la narrativa de Umbral sería más apropiado hablar de “lugar” como símbolo
del espacio antropológico, así definido por Marc Augé y considerado “al mismo
tiempo principio de sentido para aquellos que lo habitan y principio de inteligibilidad
para aquel que lo observa” (2004:58).
Los
libros -novelas o memorias- de Francisco Umbral en los que la geografía urbana
de Valladolid es fundamental son todos
los que acogen como núcleo temático la infancia, adolescencia y primera
juventud del protagonista, que son de marcado carácter autobiográfico, porque
se corresponden con los años en los que el autor vivió en esta ciudad. Lugares
identificatorios, constitutivos de identidad individual, relaciones e
históricos (Augé, 2004:58). Así pues, tenemos idéntico cronotopo en:
Balada de gamberros (1965)
Memorias de un
niño de derechas (1972)
Los males
sagrados (1973)
Las ninfas (1976)
Los helechos
arborescentes (1980)
Las ánimas del
purgatorio. (1982)
Giganteas (1982)
El hijo de Greta
Garbo (1982)
Capital del dolor (1996)
Los cuadernos de
Luis Vives (1996)
La forja de un
ladrón (1997)
En
estas novelas de Francisco Umbral hay una concepción vital y lírica de la
ciudad que potencia la relación mundo-yo, mediante una geografía real que
alcanza un nivel general y universalizador. Además, ofrece un sutil tratamiento
del territorio que sirve para garantizar la verosimilitud testimonial y humana
del texto, al tiempo que permite una interpretación del espacio, que remite a
cuatro aspectos: al político-social y moral, como en las novelas de Delibes,
pero también al cultural, y al laboral, aunque ahora nos limitemos, al entrar
en el marco comparativo con las novelas de Delibes, al territorio social de la marginación, la humillación, y la
constatación de las clases sociales (Rodríguez Pequeño, 2010), pues el lugar se
mira como un “pedazo de la propia historia”.
Umbral
viaja hacia el pasado atravesando diversas fases del desarrollo social, y los
enclaves urbanos de Valladolid son los pilares que generan una trama espacial
de carácter autobiográfico, y que además intervienen en la construcción de su
identidad. ¿De qué sutiles recursos, vitales y literarios se sirve nuestro
autor? El conjunto de elementos culturales, comportamientos y símbolos que el
escritor describe en la geografía urbana funcionan como sustrato que fundamenta
su sentimiento de identificación. Como apunta la corriente constructivista, la
identidad no se hereda, sino que se construye; es algo dinámico, adaptable, y
de esta manera el conflicto de identidad al que se enfrenta Francisco Umbral,
su deseo de definirse a sí mismo, viene dado por el afán de pertenencia a un
grupo cultural determinado y cuya formación requiere, además, de un proceso de
carácter social.
Si de forma general, la identidad se
afirma en la relación interpersonal, en el caso de Francisco Umbral la
narración de historias se explica como un proceso social y existencial, que
actúa sobre el sujeto y su entorno, según explica Ana Arendt en The Human Condition (1958). Potenciada en
sus obras, en la dimensión geográfica encuentra el alcance cultural, político,
social, moral, sexual y laboral para la creación de su propia identidad, su
propia manera de ser, pensar y hacer. Son muchos los antropólogos –Michel
Jackson en The Politics of Store telling
(2202) o John D. Niles en Homo Narrans
(1999)- que inciden en la “interpretación del impulso narrativo del narrador
protagonista y su construcción de una identidad narrativa[5].
El tema de la propia identidad, con múltiples variaciones en su invención
narrativa, es reiterado en la obra umbraliana, aunque ahora nos limitemos a su
búsqueda en el espacio geográfico, urbano y vallisoletano.
El
estudio sobre el espacio y el tiempo de Ernst Cassirer, en Antropología filosófica (1945), nos recuerda que el espacio
perceptivo es el habitable por el hombre pensante y contiene elementos de la
experiencia óptica, acústica, táctil y kinestésica. Teniendo en cuenta esta
reflexión definitoria, podemos afirmar que el espacio perceptivo de Delibes
pertenece a la experiencia acústica. Escucha lo que los demás dicen para captar
el habla coloquial y hacer hablar a sus personajes. A ello suma sus excelentes
virtudes de narrador (González, 2010), pues basa su narración en la experiencia
viva y directa para captar las múltiples voces, la polifonía desbordante de sus
personajes (Umbral, 1970) en el marco socio-espacial preciso, urbano o
rural.
Umbral
funde en la poderosa palabra, -junto a la singular memoria, la vivencia y la
asombrosa erudición- la inquisitiva mirada. El espacio perceptivo de Umbral
contiene, predominantemente, elementos de la experiencia óptica, sin olvidar
que ofrece un material lingüístico obsesiva y deliberadamente personal, una
palabra intensamente trabajada de la que emerge su peculiar estilo. Si decimos
que Delibes escucha y basa sus excelentes dotes de narrador en la experiencia
viva y directa, Umbral aquilata su mirada a la actualidad más vibrante, siempre
con la misma instancia enunciativa, y con la particularidad de que interpone
interesadas mediaciones artísticas. Los miopes, como Zola, incluso los ciegos
como Milton o Borges, saben sublimar su limitación. A las múltiples voces empleadas
por Delibes, que responden a un amplio abanico social, se corresponde la
intensa mirada de Umbral, el talento visual que va más allá de una realidad
aparente (Rodríguez Pequeño, 2010).
Francisco
Umbral nos recuerda que Balada de gamberros, Las ninfas y Memorias
de un niño de derechas son “tres colores del arco iris para un mismo
paisaje”: la infancia, a la que se acerca con “infinitas miradas y luces” que
le aclaran las cosas y enriquecen su personalidad. Efectivamente, la geografía
vallisoletana le proyecta muchos colores, muchas luces y él ejerce sobre ella
múltiples miradas. He aquí la radical diferencia con la fabulosa capacidad de
“poner voces” de Delibes, y que el propio Umbral denominó, con su terminología
ajena a la crítica académica,
“ventriloquismo literario” (1970:63).
En la
narrativa de Umbral aparece una sola voz, en singular o en plural, pero muchas
miradas. El niño-adolescente no muestra una visión única de la ciudad, porque
reconoce que todo tiende a reproducir esa estructura dual –“que en los libros
chinos de mi primo se llamaba el ying y el yang”. (Los Cuadernos de Luis Vives, p.17),
y que él considerará sublimidad o necesidad, grandeza y miseria, amor y rencor,
sueños y odios, paraíso e infierno. Todo, lo deseado y lo prohibido, lo bueno y
lo malo, sucede en el mismo espacio acotado de la ciudad, aunque no al mismo
tiempo.
El autor rememora cómo en la corta
infancia republicana, Francesillo participa del primer ceremonial de la
grandeza en el espacio geográfico que se inicia en el camino de su casa, en la
calle de San Blas, hasta el Ayuntamiento,
edificio en el que había una biblioteca municipal, acogedora, surtida,
libre y concurrida, en la que se siente importante (El hijo de Greta Garbo). Aquella fue la geografía de lo sublime.
Pero poco tiempo después, aquellos espacios de libertad y grandeza se
convierten para el protagonista en el escenario de la incomprensión de la
guerra (Capital del dolor).
En contraste con el protector espacio
infantil de la biblioteca, la calle es el lugar irascible, por el que camina,
inquieto, el Francesillo adolescente. Enseguida, tras disfrutar de la grandeza,
sobrevino la inquietud, llegó el desahucio de la vida, el desalojo de las
seguridades primeras, y se da cuenta de que el mundo no le pertenece, porque en
la calle, parece que hay un dueño absoluto de todo, un hombre solo y sombrío (El hijo de Greta Garbo, p. 62).
La
visión geográfica, en su vida adolescente, que coincide con la posguerra,
adquiere otros matices, porque comprueba que la geografía de la ciudad espeja
la división social. La diferencia social del niño que procede de una burguesía
modesta venida a menos, evidentemente, está explicitada, de forma plástica y
tremendamente sugerente, en acontecimientos, juegos, objetos, como cuando en Memorias de un niño de derechas
constata, ante la bicicleta, como signo de riqueza, que “ellos eran los de las
bicicletas y nosotros los de las chapas de gaseosa” (112), y lo mismo con el
balón -de reglamento o de trapo-, o con la ropa, blanca, de unos, o del Auxilio
social, la de otros. Y tiene una percepción precoz de la diferencia social en
su propia casa, ante la discriminación que observa entre su primo y él, al
único que envían a hacer recados. De la misma manera, comprueba que la visión
geográfica muestra la división social.
Insiste en el infierno que para él suponía atravesar las
calles con el cesto de la compra, que escondía entre sus ropas, frente al
momento de sublimidad que representaba, para el aspirante a poeta, pasear por
la calle Santiago. Por unas calles se siente artista, por otras, humillado, pues
la ciudad está configurando el interior del personaje. De ahí el valor
simbólico de los espacios urbanos, porque no sólo los transita, sino que los
habita y los produce, creando la ciudad con sus propias emociones.
El
paseo hacia la catedral herreriana, para la misa dominical, entraba dentro de
su itinerario social. El adolescente snob no pierde la oportunidad de mezclarse
con la gente bien de la ciudad, por eso va a
Asimismo, el camino hacia el barrio de las
prostitutas, además de la trasgresión que representa el descubrimiento del sexo
en su adolescencia, incide en la construcción de un yo consciente de la
diferencia entre estas mujeres y las que asisten a misa de una en
En la
obra de Umbral la geografía muestra su dimensión social que deja traslucir las
propias vivencias del personaje, por tanto, con mayor carga existencial, y
permite encuadrarlas dentro del género de ficción autobiográfica, lejano del
género de crónica urbana de las novelas de Delibes. La narrativa de Umbral
alcanza los tres conceptos necesarios para analizar la narrativa espacial: la
práctica espacial (lo percibido), las representaciones de espacio (lo
concebido) y los espacios representacionales (lo vivido), y es un discurso de
construcción identitaria.
Como señalaba Víctor Frankl (1977)
“hoy no nos enfrentamos ya, como en los tiempos de Freud, con una frustración
sexual, si no con una frustración existencial”. Umbral busca una solución a la
concepción de su mundo, y sobre todo, de si mismo, busca una identidad bien
integrada para evitar caer en un vacío existencial. En la configuración de esa
identidad, de ese ser uno mismo, entra la construcción socio-cultural, y de
manera relevante en Umbral, a través de su obra, la dimensión geográfica, pues
el interés del autor responde a la consideración de Laing (1961) de que “la
identidad es el sentido que un individuo da a sus actos, percepciones, motivos
e intenciones (…). Es aquello por lo que uno siente que es ‘el mismo’, en este
lugar y en este tiempo”.
La identidad geográfica de Umbral con
la ciudad de Valladolid le proporciona una fortaleza ideológica, un modelo de
mundo convincente. La búsqueda de una identidad es el motor propulsor de muchas
de sus novelas, que le sirve, en primer lugar, para autodefinirse, y no menos
deliberado, para construir una imagen ante los demás.
Así
pues, resumidas algunas de las múltiples interpretaciones de muchas obras en
muy pocas páginas, podemos concluir que es evidente que el localismo de la
acción en una ciudad provinciana –Valladolid, tanto en Delibes como en Umbral-
interesa porque la dimensión local y/o personal tienen validez universal. “Una
ojeada a la literatura universal nos permite apreciar en seguida que los
grandes escritores han sido localistas e incluso autobiográficos” (Umbral,
1970:91). Y en los textos aparecen materiales ideológicos -“ideologemas”- que
permiten incorporar la singularidad de la obra al proceso vital de la
interacción, tal como se da en la concreción de la vida histórico-social
(Medvedev, 1977).
Ya sea a través de la presentación de la
vida de una ciudad de forma “estática”, parada “azorinianamente en el tiempo”, en
las novelas de Delibes, (Umbral, 1970),
o de una ciudad en la que el movimiento es constante, con el fin de
presentar rápidamente el cambio social o moral, en la obra de Umbral, en ambos
casos, el lugar repercute en los personajes, y sirve para interpretar el mundo,
la ideología, la sociedad y la propia identidad.
En
ambos narradores hay un contagio de la sustancia espacial en el personaje
literario, en uno, mediante un atento escuchar, y en otro, mediante la memoria
visual. En el mundo urbano de Delibes surgen muchas voces, en el de Umbral,
muchas miradas. La crónica social presente en la obra de Delibes ha dado lugar
a la denominación de novela burguesa, y
otra modalidad genérica surge cuando Umbral utiliza el recurso de la ficción
autobiográfica, elaborando una novela intimista. “Cada género posee su espacio
específico… Y a la inversa: cada espacio posee “su” género, que puede ser
identificado por una trama espacial –por su geografía: por un mapa- que le es
propia” (Moretti, 2001: 34).
Ante el particular aspecto destacado
en esta selección de novelas de Miguel Delibes y de Francisco Umbral,
reconocemos la autoridad de Bajtin cuando refiriéndose a Walter Scott,
sentenció que hemos de saber “leer el tiempo en el espacio” (Bajtin, 1998:247),
y que el fundamento espacial que teorizó en el cronotopo confirma que “lo que
ocurre depende estrechamente del dónde ocurre” (Moretti, 2001: 70).
Referencias bibliográficas:
Arendt,
Ana, The Human Condition,
Augé, Marc. Los no
lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad.
Traducción del original francés (1992) de Margarita Mizraji, Barcelona, Gedisa,
2004.
Álvarez-Blanco, Palmar. “Tiempo de duelo en Cinco horas con Mario: el paisanaje como
territorio no vigilado” en Mª. Pilar Celma (ed.) Miguel Delibes, pintor de espacios, Madrid, Visor, 2010, pp.
95-110.
Aparicio Nevado, Felipe. “La distancia identificada:
Umbral crítico de Miguel Delibes” en Bénédicte de Buron Brun (ed.). Francisco Umbral: una identidad plural,
Pau, Université de Pau et des Pays de l’dour et Editions Utriusque Vasconiae,
2009, pp. 175-189.
Ardavín, Carlos X. (ed.). Valoración de Francisco Umbral. Ensayos críticos en torno a su obra.
Gijón: Llibros del Pexe, 2003.
Bajtin, M. Estética
de la creación verbal. México, Siglo XXI, 1998.
Candau, Antonio. Las
provincias de la literatura. Valladolid: Universitas Castellae, 2002.
Cassirer, Ernst. Antropología filosófica, México, Fondo de Cultura Económica, 1945.
Cuadrado, Agustín (2010). “Mi idolatrado hijo Sisí: una relectura socioespacial de la novela
urbana de Miguel Delibes” en María Pilar Celma (ed.). Miguel Delibes, pintor de paisajes, Madrid, Visor, pp.25-44.
Castro Díez, Asunción. “La orilla oscura de la conciencia”,
en Ángeles Encinar y Kathleen M. Glenn (eds.). Aproximaciones críticas al mundo narrativo de José María Merino,
León, Edilesa, 2000, pp. 225-243.
Certeau, Michel de. The
practice of Everyday Life. Traducido del francés por Steven Randall, Berkeley, University of
California Press, 1984.
García
Domínguez, Ramón. Miguel Delibes de
cerca. Barcelona, Destino, 2010
Genette, Gérard. “Espace et lengage”. Figures I. París:
Seuil, 1966.
Genette,
Gérard. “La littérature et l’espace”. Figures
II . París: Seuil, 1969.
Gottdiener,
Mark. The Social Production of Urban
Space,
González García, José Ramón, “Miguel Delibes: las virtudes
del narrador” en Gaceta Cultural. Ateneo
de Valladolid, 2010.
González García, José Ramón. “La nostalgia del lugar en Volver al mundo de J. Á. González Sainz” en Mª Pilar Celma Valero y Carmen
Morán Rodríguez (eds.). Geografías
fabuladas. Trece miradas al espacio en la última narrativa de Castilla y León,
Marid, Iberoamericana, 2010, pp. 211-226.
Jackson,
Michael. The Politics of Storytelling,
Lee, Cheng
Chan. “Tradición e
identidad: una invención narrativa en El
heredero” en Confluencias, Spring
2010, volume 25, number 2, pp. 70-80.
Lee, Cheng Chan. “El lugar identificatorio: un espacio
liminal en El heredero de José Mª
Merino” en Mª Pilar Celma Valero y Carmen Morán Rodríguez (eds.). Geografías fabuladas. Trece miradas al
espacio en la última narrativa de Castilla y León, Marid, Iberoamericana,
2010, pp. 57-69.
Lefebvre, Henri. La
producción del espacio, Barcelona, Anthropos, 1984.
Moretti, Franco Atlas
de la novela europea 1800-1900. Madrid: Trama Editorial. (1ª
edición en italiano de 1997), 2001.
Popeanga, Eugenia (coord.). Ciudad en obras. Metáforas de lo urbano en la literatura y en las artes,
Bern, Meter Lang AG, 2010.
Rodríguez Pequeño, Mercedes. “El conflicto del espacio
rural/urbano en la configuración de los personajes en la narrativa de Miguel
Delibes. Análisis de El tesoro”
en María Pilar Celma (ed.). Miguel Delibes, pintor de paisajes, Madrid,
Visor, 2010, pp.113-127
Rodríguez Pequeño, Mercedes. “La intertextualidad
geográfica inconsciente en la narrativa de Francisco Umbral”, en prensa.
Rubio Martín, María. “Travesía literaria por Los Mundos de Delibes” en Mª Pilar Celma Valero (ed.). Miguel Delibes, pintor de espacios,
Madrid, Vidosr Libros, 2010, pp.71-96
Umbral, Francisco .“Prólogo” a La hoja roja. Madrid, Salvat, 1969.
Umbral, Francisco. Miguel
Delibes, Madrid, Epesa, 1970.
Umbral, Francisco. “Drama rural, crónica urbana”. En Miguel Delibes. Premio Letras Españolas
1991. Dirección General del Libro, Centro de las Letras españolas, eds.
Madrid: Ministerio de Cultura, pp. 63-72. (1994)
Vázquez Fernández, Mª Isabel. Miguel Delibes, el camino de sus héroes. Madrid, Pliegos, 2007.
[1] Este artículo se ha realizado en el marco del Proyecto de Investigación “Ampliación del
estudio de los espacios reales y espacios imaginarios en la narrativa
castellano y leonesa reciente (1980-2009) (código VA009A10-1) financiado por
[2] Lamentablemente queda fuera de este corpus urbano La sombra del ciprés es alargada (1948)
en la que la construcción literaria de la ciudad de Ávila conlleva sugestivas
connotaciones simbólicas. También hemos relegado Diario de un cazador (1955), aunque aúna lo rural y lo urbano, y Las guerras de nuestros antepasados
(1975), de escasa ambientación urbana. Y por esta razón, de excesiva reducción
espacial, consideramos también en esta
nota a pie de página y no en el corpus central, El príncipe destronado (1973). Evidentemente, puesto que pretendemos
acotar la localización temporal en ambos autores, tenemos que dejar fuera de
nuestro análisis El hereje. Aunque se
ajusta perfectamente a la definición de crónica en tanto que relato de
acontecimientos históricos, no lo hace en cuanto a nuestra consideración de
retrato social urbano contemporáneo del autor.
[3] Agustín Cuadrado, primero en su tesis doctoral Las prácticas cotidianas castellanas: hacia
el imaginario cartográfico de Miguel Delibes, (en prensa), y posteriormente
en su artículo centrado en la novela Mi
idolatrado hijo Sisí (2010).
[4] La sombra de la guerra se vislumbra también
en Mi idolatrado hijo Sisí, El
príncipe destronado y Madera de héroe.
[5] Cfr. “Tradición e identidad: una
invención narrativa en El heredero”
de Cheng Chan Lee, en Confluencia,
Spring, 2010, volume 25, number 2, pp. 70-80, y Cheng Chan Lee, “El lugar
identificatorio: un espacio liminal en El
heredero de José Mª Merino”, en Mª Pilar Celma Calero y Carmen Morán
Rodríguez (eds.). Geografías fabuladas.
Trece miradas al espacio en la última narrativa de Castilla y León, Madrid,
Iberoamericana, 2010, pp. 57-69. Y José Ramón González. “La nostalgia del lugar
en Volver al mundo de J.Á.
González Sainz” en Mª Pilar Celma Valero
y Carmen Morán Rodríguez (eds.). Geografías
fabuladas. Trece miradas al espacio en la última narrativa de Castilla y León,
Madrid, Iberoamericana, 2010, pp. 211-226.
|