REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Corona de flores, Javier Calvo

(Mondadori, Barcelona, 2010)

 

 

          Hay un hombrecillo mirándolo con cautela, cejijunto y armado con un garrote. El hortelano, probablemente.

          - Ahora sí que te he pillado, xitxarel·lo. –El hombre pone una mueca de astucia–. ¿Qué vienes a llevarte hoy, eh?

          El hortelano se acerca con el garrote. Roca da la vuelta a la carreta y sube al pescante. Evitando levantar la cabeza para que el otro no le pueda ver la cara.

          - No corris, no –dice el hortelano, blandiendo el garrote en gesto amenazador–. Que tú y yo tenemos que hacerla petar, hombre.

          Roca pincha el trasero del burro para que eche a andar, pero el animal elige ese momento para sentarse. Con parsimonia. Doblando primero las patas de atrás y luego las de delante. Y así se queda, repantigado en medio del pastizal.

          El hortelano abre el saco que hay en la parte de atrás y suelta una palabrota.

          - Collons! Què es això?

          Por más que Roca lo pincha y le atiza con el palo, el burro se niega a moverse. Antes de que pueda hacer nada, tiene al hortelano encima, dándole con el garrote. Sentado en el pescante, Roca intenta protegerse con los brazos de la lluvia de golpes.

          - Fill de puta! ¡Asesino! –grita el hombre–. ¡Que yo te conozco! ¡Eres el cabronazo ese que sale en los periódicos!

(pp. 187-188)

 

 

          Menelaus Roca cierra con cuidado el libro. Se trata probablemente de un códice perdido durante las décadas posteriores a su escritura, alrededor del siglo VIII, lo cual explicaría que no hubiera pasado a integrar la tradición. Y, sin embargo, mientras lo abre para leerlo por segunda vez, a Roca le da la impresión de que hay algo fuera de lugar en la leyenda del códice. Sentado en la cama, se hurga en los bolsillos en busca de papel y una mina de carbón y se pone a bosquejar una traducción de la conversación de la niña con Daciano:

         

          NO SON LOS ÍDOLOS DE GAYO AURELIO VALERIO LAS FORMAS EN QUE EL SEÑOR QUIERE SER AMADO, DIJO LA NIÑA CON MUCHA INTELIGENCIA, PUESTO QUE NUESTRA IGLESIA NOS ENSEÑA A CONSTRUIR EL ALTAR SOBRE LA TUMBA, Y LA BASÍLICA SOBRE EL ALTAR, DE MANERA QUE LOS HUESOS NUNCA ESTÉN LEJOS DE LAS RODILLAS QUE REZAN, PORQUE EL HIJO CRECE SIEMPRE CERCA DE LA MADRE, Y SE NUTRE DE SUS MAYORES AUNQUE SE HAYA HECHO ÉL MISMO TAMBIÉN HOMBRE, Y ES POR ESO QUE AL PUEBLO Y A LA PARROQUIA DE CADA UNO LO LLAMAMOS MADRE Y REZAMOS POR ÉL, DE LA MISMA MANERA LA ROCA Y EL ÁRBOL QUE NOS VIERON NACER HAN DE VERNOS MORIR, Y ASÍ ES COMO DIOS LO QUIERE, QUE SIGAMOS EL MODELO DE IESUS EL CRISTO, Y NO ABJUREMOS DE NUESTRA IGLESIA PARA ABRAZAR A ÍDOLOS DE TIERRAS LEJANAS.

 

          El fragmento entero le resulta extraño, con su alejamiento poético de la ortodoxia teológica. Hay algo ambiguo en la nomenclatura, como si el autor hubiera querido extender o difuminar el sentido de los términos. «La parroquia de cada uno» («VICUS QUISQUEM»), por ejemplo, se refiere con probabilidad al lugar donde se acude para el rezo, pero la expresión también alude a la aldea o al vecindario, o incluso al lugar que uno tiene cerca o que le es cercano. Por «ECCLESIA NOSTRAM» el lector puede imaginar que se está hablando de la iglesia de san Pablo, a quienes los primeros cristianos tenían como patriarca, pero también al templo local. Los «mayores» («PARENTES») que lo nutren a uno pueden ser sus ancestros, por supuesto, pero también los lugares de procedencia. Varias páginas más adelante, estando la niña ya en su celda, pronuncia un sermón para los feligreses que le vienen a adorar.

 

          DE NADA HABÉIS DE PREOCUPAROS MIENTRAS NO OS ALEJÉIS DE LOS PILARES DE VUESTRA FE, LES DIJO LA NIÑA. PORQUE ASÍ HA PERDURADO NUESTRA IGLESIA Y ASÍ LLEGAREMOS A LOS ÚLTIMOS DÍAS. Y UNO DE LOS CREYENTES LE PREGUNTÓ: ¿ACASO NO HEMOS DE PREOCUPARNOS DE DETENER LA MANO DEL QUE PROMETE DARTE MARTIRIO? Y LA NIÑA, MUY SERENA, DIJO: NO HABÉIS DE PREOCUPARO POR MÍ, PORQUE YO VIVIRÉ EN MIS HUESOS Y EN MIS CENIZAS, Y VOSOTROS VENDRÉIS A VERME IGUAL QUE EL AVE VUELA UNA Y OTRA VEZ A SU NIDO, PORQUE DE ESA FORMA LOS VERDADEROS CREYENTES LO HEMOS HECHO DESDE LOS TIEMPOS DE IESUS CHRISTUS, ADORANDO A LOS SANTOS DEL LUGAR.

 

          De nuevo le asaltan las dudas acerca del término «pilares» («CREPIDINIS»), así como de la expresión «los santos del lugar» («SANCTUS LOCI»). Sentado bajo el dosel, Menelaus Roca comprende que tiene delante un espacio cerrado. Uno de esos espacios impermeables donde la conciencia solamente puede entrar de espaldas. Caminando a ciegas hacia el pasado, mirando desde la perspectiva inversa, igual que ciertos recuerdos que la mente ha borrado vuelven a ser accesibles cuando uno desanda sus pasos. El códice es el inicio de todo: pasado y futuro confluyendo en un único remolino.

(pp. 288-289)