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LOS
ARTÍCULOS DE “EL POBRECITO HABLADOR”
(V: 2010-2011)
Juan Gómez Capuz
TORRENTE
Y LA TRADICIÓN LITERARIA ESPAÑOLA
Las pruebas
de Selectividad celebradas esta semana en la Comunidad Valenciana nos han
sorprendido a todos con un extraño artículo de opinión, publicado en El
Mundo el 15 de marzo de 2011, en el que Lucía Méndez, con la excusa de
reflexionar sobre la clase política española, se dedica en realidad a afear la
conducta de los miles de españoles que han ido a ver Torrente 4: Crisis
letal, sobre la cuestionable premisa de que todos ellos se sienten
fascinados por la personalidad del personaje. También cuestiona las
interpretaciones intelectuales que se hacen sobre este personaje, en términos
de terapia o catarsis de sus defectos. A partir de ahí, llega a la no menos
cuestionable conclusión de que nuestra sociedad está enferma y es cada vez más
inculta.
Dada mi triple
y esquizofrénica condición de seguidor de las películas de Torrente, persona de
aceptable nivel cultural (he dado clase a futuros periodistas y sé muy bien que
dejan mucho que desear) y profesor durante muchos años de comentario de textos
periodísticos de opinión para alumnos de COU y 2º Bachillerato actual, me
considero en condiciones de responder. También me anima a ello mi no menos
esquizofrénica condición de aficionado “a la buena literatura y al mal cine, de
mucho sexo y tiroteo”, como confiesa Vargas Llosa en su artículo de opinión “Y
el hombre, ¿dónde estaba?”. La verdad es que llevaba algún tiempo queriendo
escribir sobre este tema, y la aparición de este artículo de opinión (que
pretende denunciar la incultura pero que, quizá sin quererlo, ha sido pasto de
los titulares más amarillistas del tipo “Torrente apatrulla las pruebas de
Selectividad”) ha sido la espoleta final para hacerlo.
No pretendo
intelectualizar las películas de Torrente acudiendo a citas de Wittgenstein o
Freud, en parte porque el pensador más cercano a nuestro grasiento personaje
sería Wilhelm Reich. Las películas de Torrente son cine comercial, de
distracción, de humor bastante grosero, pero el público tiene derecho a poder
disfrutar de ese cine. Ahora y siempre. No se trata de que nuestra sociedad sea
ahora más inculta y enferma que antes: hace 30 años triunfaba el cine del
landismo, bastante similar, por no decir peor. En los países anglosajones existe
toda una trayectoria paralela, que arranca de Porkys, John Belushi y
Benny Hill y llega a nuestros días con las sagas de American Pie y Scary Movie.
Lo que sí pretendo demostrar en este artículo
es que algunos elementos de las películas de Torrente proceden de determinadas
corrientes que siempre han tenido gran peso en la tradición literaria española,
en particular, la tradición picaresca, el modelo del antihéroe y el esperpento.
En efecto,
cuando en los albores del Renacimiento, la literatura europea todavía estaba
anclada en historias sentimentales y hazañas de los superhéroes de la época,
llamados caballeros andantes, epígonos cada vez más chuscos de los héroes
épicos medievales, la literatura española fue la primera en retratar con un
sórdido realismo la sociedad del momento. El primer ejemplo lo tenemos en La
Celestina, una especie de Arriba y abajo o Downton Abbey con
500 años de adelanto, con personajes que sólo se mueven por el dinero, el poder
y el sexo, con un Calisto antiheroico que utiliza las convenciones del amor
cortés como tapadera de sus bajos instintos. A partir de ahí surge toda la
tradición picaresca. El Lazarillo de Tormes, anónimo por necesidad
(aunque seguramente escrito por un culto humanista de la época), hace un repaso
de todas las clases sociales y sus defectos, y observamos que muchos de ellos
encajan con los que tiene José Luis Torrente, sobre todo en la primera película
de la saga: hace pasar hambre a su padre, como el ciego y el clérigo de Maqueda
se la hacen pasar a Lázaro; trata a golpes a su fiel escudero Rafi, como hace
el ciego; presume de ser policía sin serlo, como el hidalgo presume de una
riqueza que ya no tiene. Llama la atención el hecho de que Torrente, en las
cuatro películas, siempre se hace acompañar de un “fiel escudero” (Rafi, Cuco,
Josito y Rin Rin), rasgo picaresco que a su vez culmina en el Quijote. Y por
otra parte nos encontramos con otro de los grandes temas de la tradición
picaresca: el contraste entre lo que se es y lo que se aparenta ser, pues ni el
hidalgo es rico ni el primer Torrente es policía. Ambos rasgos también están
presentes en la brillante saga neopicaresca de El capitán Alatriste de
Pérez-Reverte: un capitán que en realidad no es capitán y un joven y fiel
escudero Iñigo que acaba siendo el narrador de la historia (la doble condición
de fiel escudero y narrador también se puede rastrear en El nombre de la
rosa, de Umberto Eco, e incluso en Sherlock Holmes y Watson).
Se suele
decir que una de las mayores aportaciones de la literatura española a la
literatura universal es su acendrado realismo y el modelo de antihéroe.
Todos los grandes mitos de la literatura española son antihéroes, personas
repletas de vicios que van dando tumbos por la vida: Celestina, Lázaro, Don
Quijote y Sancho, Don Juan Tenorio, Juanito Santa Cruz, Ana Ozores, Max
Estrella (y su infiel escudero don Latino), Martín Marco, Diego Alatriste y
Tenorio. Ese modelo de antihéroe fue asimilado por la literatura europea y dio
lugar a la novela moderna, de clara estirpe cervantina: desde el Tom Jones
de Fielding hasta la pobre Emma Bovary de Flaubert, descrita como un don
Quijote con faldas (Ortega dixit). A su vez, la propia tradición
literaria española degradó aún más al antihéroe al transformarlo en esperpento.
Porque un héroe o un superhéroe nos resulta lejano (y a veces hasta antipático,
sobre todo si lleva una carga de moralina), pero en el antihéroe, por muy
chusco que sea (como Torrente), podemos reconocernos un poco a nosotros mismos,
con nuestras neuras, nuestras limitaciones y nuestros vicios. No es casual que
todos los personajes literarios, cinematográficos y televisivos de la
modernidad sean antihéroes. Desde los protagonistas de novelas fundacionales
como el Ulises de Joyce, La metamorfosis y El proceso de
Kafka y El hombre sin atributos de Musil hasta las grandes novelas
malditas de los 60 como La conjura de los necios de John Kennedy Toole:
¿acaso no se parecen, casi como dos gotas de agua, el “hombre gordo con bigote
y gorra verde de cazador” Ignatius J. Reilly, admirador del clero medieval, la
Contarreforma y enemigo de la cultura moderna y nuestro José Luis Torrente
Galván, que piensa que nuestro país se ha ido a la mierda por culpa de las
minorías? ¿acaso no son ambos machistas, misóginos, groseros, pedorros, racistas
y fachas? Y sin embargo, no podemos evitar ver que algo de nosotros está en
ellos; como decía el doctor Jeckyll, “ése también soy yo”, y como decía Lennon
en Nowhere Man, “¿no es acaso un poco como tú y como yo?”. También son
antihéroes grandes personajes cinematográficos, como los interpretados por
Chaplin, Bogart, Jerry Lewis y Peter Sellers. El humor inglés también ha
cultivado con devoción el personaje del antihéroe torpe pero que conserva un
mínimo de dignidad y empatía: Benny Hill, Gorge Roper, Basil Fawlty, Reginald
Perrin, la dinastía Blackadder, Mr.Bean, Ali G. Y para que se vea que no se
trata de un reducto de hombres machistas y sucios, también tenemos a la torpe y
entrañable Bridget Jones, que se emborracha y se cae del taxi, se cae de la bicicleta,
se cae de la barca y mete la pata contestando por teléfono “aquí Bridget Jones,
diosa del sexo con un hombre entre mis piernas… Ah, mamá, eres tú”.
Porque la
mención al humor y a la comedia nos lleva a otro de los aspectos que considero
censurable en el artículo de Lucía Méndez. Parece mentira que en una sociedad
en la que valen todo tipo de comportamientos y formas de vida, en la que
minorías que durante milenios han sido injustamente marginadas se han
convertido, casi de la noche a la mañana, en superhéroes, ciertas personas
todavía sigan teniendo atávicos prejuicios contra los “cómicos”. Por lo visto,
Lucía Méndez aún piensa en los tradicionales “cómicos de la legua”, gente
humilde que se ganaba la vida por los pueblos (personas humildes pero brillantes
cómicos fueron Plauto, Terencio y Lope de Rueda, y a mucha honra). En cambio,
la situación actual ha cambiado. Es difícil imaginar una profesión del mundo
del espectáculo en la que se acumulen tantos “cráneos privilegiados” y personas
con estudios superiores: Santiago Segura es licenciado en Bellas Artes, al
igual que varios de los componentes de Muchachada Nui; cómicos ingleses como
los Monty Phyton y Hugh Laurie son licenciados en Cambridge, al igual que Sacha
Baron Cohen, alumno de Ian Kershaw; Rowan Atkinson tiene un máster en
ingeniería electrónica; y hasta Bud Spencer es licenciado en Derecho (lex
dura sed lex ) y su colega Terence Hill, más dialogante, es licenciado en
Filología Clásica. Pero a pesar de todo, los cómicos y la comedia siempre han
gozado de muy mala fama, desde las épocas de intolerancia religiosa hasta la
corrección política de ahora (como denuncia Javier Marías en otro artículo de
opinión aparecido en las PAU, “El país que perdió el humor”), pasando por su
marginación en los Oscars (donde sólo ganan dramones protagonizados por judíos,
gays y retrasaditos mentales). Se piensa que la comedia no aporta nada, cuando
en realidad la comedia es un eficaz instrumento de crítica social, ya formulado
en el adagio latino ridendo corrigit mores “riendo se corrigen las
costumbres”. Desde las sátiras antibelicistas de Aristófanes y los antihéroes
de Plauto (cómo se parece su miles gloriosus o “soldado fanfarrón” a
nuestro Torrente) hasta las sátiras políticas cinematográficas (en su momento fueron
cuestionadas, pero películas como Ser o no ser, El Gran Dictador, Bienvenido
Mister Marshall, Uno dos tres, El guateque, La vida de Brian permanecerán
siempre en la memoria colectiva como valientes críticas de intolerancias,
corrupciones y utopías totalitarias). Algo de ello hay también en las películas
de Torrente: en Torrente 3: El protector, la escena de la obra, en la
que un inmigrante magrebí con varias partes del cuerpo escayoladas se queja de
la falta de medidas de seguridad como casco o andamio ante la crítica del
capataz interpretado por Carlos Iglesias/Benito, representa una denuncia de los
años de burbuja inmobiliaria, construcción descontrolada y abuso de los
inmigrantes sin papeles mucho más cruda, eficaz (y a la vez divertida, como
tiene que ser la comedia) que toda una película “tostón” de cine social español
(que además casi nadie ve).
Quizá lo que
debamos criticar en las películas de Torrente es la falta de matices, la
presencia de un personaje que no deja ningún resquicio de empatía, ternura o de
humanidad. Se produce el salto indeseado del antihéroe al monstruo. Tan sólo en
Torrente 2, nuestro José Luis siente la llamada del amor en el personaje
de Inés Sastre y, como don Juan Tenorio, ese noble sentimiento le anima a
querer ser mejor persona… hasta que es cruelmente rechazado. Pero ni siquiera
de esta manera Santiago Segura ha podido evitar que muchas personas se
identifiquen plenamente con un personaje tan negativo. Y eso es quizás
lo que se puede detectar como señal de alarma de nuestra sociedad.
LAS
CAGADAS DEL MES
Podría
parecer el principio de un mal chiste. Se reúnen un danés, un francés y un
austriaco y dicen: “Vamos a cagarla, pero bien. No con medias tintas. Que sea
una cagada antológica. Que sea una cagada tan grande que destroce toda nuestra
vida profesional y privada”. Y lo han conseguido. Vaya mesecito que llevamos
con Lars, Dominique y Arnie.
Claro que
para cagarla de esa manera, tampoco hay que ser una lumbrera. Hoy en día, sobre
todo si el protagonista es un varón blanco heterosexual y famoso, para cagarla
a lo grande basta con alguna de estas tres cosas: hacer pública tu admiración
por Hitler; verse implicado en un caso de acoso sexual y/o hacer declaraciones
homófobas; verse implicado en casos de corrupción política.
Si tenemos
en cuenta que Dominique es de ascendencia judía y que Schwarzenegger tampoco
puede meterse en esos fregaos justamente por lo contrario, porque es austriaco
(como Adolf) y su padre participó en la II Guerra Mundial en el bando
equivocado, podemos comprender que, casi por eliminación, la cagada hitleriana
le correspondiera a Lars von Trier. Claro que pertenecer a una de esas
hipotéticas razas inferiores o Untermenschen no es óbice para hacer
declaraciones pronazis o manifestar una cierta “comprensión” hacia Hitler:
Bernie Ecclestone también es de ascendencia judía e hizo alguna declaración
favorable a Hitler; incluso Michael Jackson declaró que Hitler no era en el
fondo tan malo y que si él (Michael) hubiera vivido en la misma época lo habría
podido ayudar (sic) (supongo que ahora que viven los dos en la misma isla
desierta, lo podrá hacer). Pero el problema es que la cuestión de los
exabruptos prohitlerianos ya venía calentita desde hacía un par de meses con
las declaraciones poco éticas y muy etílicas de John Galliano (otro Untermensch en la terminología nazi) diciendo aquello de
“amo a Hitler” (pero esperaré hasta el matrimonio) en ese estado de ebriedad en
el que los afectos se disparan. Ahora bien, volviendo a Lars von Trier y su
glotal (y global) I understand Hitler, lo que nadie esperaba es que el
soporífero director danés se metiera él solito en un jardín, sin que viniera
apenas a cuento, aderezado con la “four letter word” obscena que llevaba
pintada con Rotring negro en los nudillos. Y además, cada vez que lo quería
arreglar, lo cagaba aún más, para desesperación de la bellísima y pijísima
Kirsten Dunst (para más inri, de ascendencia alemana), que veía cómo su cantado
premio a la mejor actriz se le escapaba de las manos. Parece ser que la única
conexión existente con la película Melancholia era la presencia de música de Wagner en la
banda sonora, y ya sabemos aquello de Woody Allen acerca de que si escuchas
música de Wagner te entran unas ganas tremendas de invadir Polonia. Lars
comprendía a Hitler, pero dudo mucho de que Hitler comprendiera las películas
de Lars. También parece ser que la cuestión se debía a los roces de Lars con la
directora judía Suzanne Bier, aunque no debemos olvidar que Lars von Trier ha
sido vecino durante varios años de Steven Spielberg (máximo exponente de la agitprop sionista) en un semiadosado y que las
discusiones entre ambos eran continuas, como podemos ver en Muchachada Nui.
En todo caso, segunda cagada del mes.
Y decimos
segunda porque debemos recordar que la movida de Lars von Trier surgió en un
momento en el que todavía “coleaba” la primera y mayor cagada del mes de mayo:
el acoso sexual de Dominique Strauss-Kahn a una empleada de un hotel de lujo en
Nueva York. Según cuentan las crónicas, parecer ser que Dominique, por lo visto
ya habituado a estas lides, salió del cuarto de baño completamente desnudo,
como un Mihura, tratando de “empitonar” a la desprevenida empleada. La verdad
es que tan esperpéntica escena me hace recordar la pelea y persecución de Borat
y su amigo gordito en cueros vivos por los pasillos de un hotel de lujo (creo
que también en Nueva York), de manera que incluso llegan a irrumpir en un
aburrido congreso de agentes inmobiliarios. Con motivo de este episodio, han
ido saliendo a la luz toda una serie de aventuras de Dominique. En este caso,
la cagada ha sido monumental: tendrá que dimitir de la presidencia del FMI
(aunque la policía de Nueva Yok ya le ha abierto una cuenta “naranja”), dice
adiós a una hipotética carrera presidencial francesa en competencia con Sarkozy
(que a su lado parece un santito) y ya veremos cuanto tiempo pasa entre rejas y
sin poder usar el jabón. Primera cagada en la línea temporal del mes y en la
escala de Richter.
Cuando
parecía que el mes de mayo iba a tocar a su fin, nos encontramos con la tercera
cagada. La de Arnold Schwarzenegger y su larga aventura extramatrimonial con
una panchita guatemalteca, fruto
de la cual tenemos a un chavalín de 13 años. Aunque bien mirado, eso demuestra
que el austriaco y rubio Arnie no tiene prejuicios raciales, y eso es un tanto
a favor en un país donde las minorías son casi intocables (al menos sobre el
papel, sobre todo en el lenguaje políticamente correcto). Pero Arnold la ha
cagado doblemente porque la fidelidad matrimonial es un valor supremo en la
cultura norteamericana (la pobre Maria Shriver, del clan Kennedy, ha acabado
probando la medicina de su familia) y porque utilizó fondos públicos para
ocultar esa larga aventura y otras más. Tercera cagada.
Y mientras,
en España, José Mourinho no para de hacer declaraciones incendiarias sin sufrir
el más mínimo rasguño, roza el ridículo y el delito, pero sabe quedarse
hábilmente en el horizonte de sucesos que separa la pertinaz provocación del
agujero negro de la cagada. Acusa a los periodistas, a los árbitros, provoca la
defenestración de sus competidores dentro del club, menosprecia a los
entrenadores rivales (Él ha ganado una “Chempions” que a mí me daría
vengüensa de ganar… ¿Se refería a ésta?) y se permite hablar con
parábolas como si fuera un profeta o un iluminado (aún le estoy dando vueltas a
aquello de Se vas con perro cazas más e se vas con gato cazas menos, pero
cazas y sigo sin entenderlo. Creo que ni Lars von Trier lo entendería).
Pero Mourinho nunca la caga. Aprendamos de Mourinho.
TOROS,
TABACO, VELOCIDAD Y TOCINO
No hace
falta ser Salvador Sostres o tertuliano de Intereconomía (Deo gratias
no soy ninguna de esas dos “cosas”) para
darse cuenta de que las recientes prohibiciones dictadas por el Gobierno
central o, en su defecto, por taifas autonómicas de su misma cuerda (como el
antiguo tripartito catalán) no son meras improvisaciones y ocurrencias
inconexas, como denuncia el carismático Rajoy. Al contrario, todas estas
prohibiciones de las corridas de toros, el consumo de tabaco o los límites de
velocidad poseen una coherencia intrínseca que muchos ciudadanos no han
advertido: se trata de cuestionar las señas de identidad del hombre español
heterosexual. Obviamente, todas estas prohibiciones proceden del lobby ultrafeminista y filogay que antiguamente
nutría a la izquierda extraparlamentaria (los sufrí de cerca en mi Facultad de
Filología) pero que hoy en día está a punto de hacerse con el control de un
desnortado PSOE en caída libre y de cuyas siglas reniegan muchos candidatos. Da
la impresión de que quienes cortan hoy el bacalao en el PSOE son gente como De
la Vega, Pajín, Zerolo, Carla Antonelli y otros engendros, con la anuencia o
connivencia del propio Zapatero (con esta gente, la lista electoral del PSOE en
Madrid parece más el cásting de Fama a bailar que un partido político
serio, al menos, lo mínimamente “serio” que puede parecer cualquier partido
político español, porque en todas las casas cuecen habas). Parece que ya han
llegado a primera línea de la política los que ya se “educaron” en la LOGSE, y
los que nos dedicamos a la enseñanza lo notamos enseguida (la primera
generación LOGSE también se hace notar en el PP, aunque menos, e incluso
también en “activistas” que se dejan grabar a cara descubierta y que se
muestran en las redes sociales con camisetas de la selección española). Es
cierto que Zapatero ha intentando neutralizar su pernicioso efecto resucitando
a mansalva viejas glorias de la época felipista, políticos de verdad y con buen
nivel cultural, como Rubalcaba o Jáuregui: pero en el fondo son espectros del
pasado, convidados de piedra de ese drama romántico que siempre ha sido el PSOE
y, por extensión, la propia España.
En realidad mandan los jóvenes delfines,
adalides del feminismo más radical (aun a costa de destrozar el lenguaje) y de
la glorificación de la condición gay (aunque suelen ser muy tímidos con los
gobiernos de países que condenan a la horca a los homosexuales). También es
cierto que en el PP nos encontramos igualmente con la pugna entre un sector más
liberal y un sector ultraconservador y ultracatólico que vuelve al jurásico
discurso de decir que la masturbación provoca soledad, hastío y ceguera
(afirmación manifiestamente falsa si nos atenemos al hecho de que la mayoría de
los escritores han conservado la vista). Aunque ahora condene esas absurdas
prohibiciones del tabaco y la velocidad, lo más probable es que cuando el PP
llegue al poder del estado, también dictamine sus propias prohibiciones a los
sufridos ciudadanos. Si nos atenemos a los experimentos con gaseosa que viene
haciendo el PP en las comunidades autónomas donde gobierna con mayoría y formas
absolutas, sus futuras prohibiciones podrían ser: las lenguas vernáculas, la
educación pública, la sanidad pública y los anticonceptivos (sobre todo ahora
que Álvarez Cascos ya no es uno de los suyos). Parece que en este país de
pandereta sólo valen los extremos.
Si tenemos
presente la existencia de este lobby ultrafeminista, filogay y, por
extensión, si me apuras, antiespañol y antioccidental, que pugna por dominar (y
quizá dinamitar) el PSOE, podemos entender mucho mejor las últimas
prohibiciones y darles una interpretación unificada, un marco teórico al estilo
de la teoría de la relatividad. Además, observamos con preocupación que estas
prohibiciones entran en el peligroso terreno de regular algunos aspectos de la
vida privada de las personas (como también lo hace la ley Sinde), procedimiento
típico de un Estado que se acerca a lo totalitario, pues no se pueden poner
puertas al campo (ni cercas al puticlub). El reciente caso del musical Hair
en Barcelona encendió todas las alrmas de quienes nos preocupamos por las
libertades públicas: recordemos que el caso llegó al juez por la denuncia de un
heroico espectador anónimo que se chivó de que los actores fumaban en un
recinto cerrado, anteponiendo la ley a algo que considero mucho más importante:
la verosimilitud aristotélica en la representación teatral. Pero lo
especialmente grave es que se está abriendo la puerta al método de la “delación
anónima”, base de sistemas tan perversos y amorales como la Inquisición, el
régimen nazi, el régimen soviético estalinista y ciertas teocracias actuales
por las cuales este lobby, paradójicamente ateo, siente gran simpatía. Y además
las denuncias anónimas encontrarían un campo abonado en un país donde el
deporte nacional sigue siendo la envidia.
La
prohibición de las corridas de toros en Cataluña fue un primer paso. El
criterio esgrimido de defender la dignidad de los animales y evitar su tortura
era una mera excusa. El verdadero objetivo era acabar con uno de los buques
insignia de la mentalidad española, masculina y heterosexual (y eso que el mundo
“taurino” siempre ha fascinado al colectivo gay). De nada sirvieron las
apasionadas defensas de la fiesta nacional por parte de históricos políticos
socialistas, atónitos ante la (in)esperada deriva de su propio partido. Supongo
que de nada servirá recordar que grandes intelectuales y artistas de la
izquierda en la convulsa época de la guerra civil, como Miguel Hernández,
Alberti y hasta Lorca, eran grandes entusiastas de la fiesta nacional.
Luego vino
la cruzada contra el tabaco. Es cierto que el tabaco es un hábito que tiene
consecuencias negativas para la salud, pero también consecuencias “positivas”
para los ingresos del Estado en forma de impuestos. ¿Por qué se ha cebado con
el tabaco, convirtiendo a sus adictos en
perseguidos que deben ejercer su actividad a la intemperie, al menos a 50
metros de ciertos edificios? ¿Por qué no han seguido igual conducta con el
alcohol? Quizá porque este lobby
ha interpretado que “el tabaco es cosa de hombres”. Pero se trata de un
axioma bastante discutible: durante mucho tiempo el tabaco también ha sido uno
de los signos externos de la liberación y la emancipación femenina, pero las
ultrafeministas de ahora, con escasos conocimientos de Historia (y de
gramática), lo han olvidado y han vinculado el tabaco con los hombres. Pienso
que quizá la clave se encuentre en el alcohol: no ha habido cruzada contra el
alcohol porque esta sustancia, igualmente adictiva y peligrosa, es consumida a
granel por mujeres de cualquier edad (desde las jovencitas que van de botellón
todos los fines de semana y que no se quedan atrás en comparación con sus
colegas masculinos hasta las viejecitas que parecen emular las ingestas
etílicas de la fallecida Reina Madre de Inglaterra, pasando por las alienadas
amas de casa cuarentonas, que lo mezclan alegremente con Prozac) y también por
los mariquitas que ahogan en alcohol las penas de sus consuetudinarias y
reiteradas rupturas de pareja (el ejemplo de Víctor Sandoval y Nacho Polo,
retransmitido diariamente, es un buen ejemplo del estado de postración moral al
que ha llegado este país), y eso que antiguamente se decía que el alcohol era
cosa de hombres. Por tanto, si había que elegir entre prohibir el alcohol o el
tabaco, nuestro lobby (feroz) lo
ha tenido muy claro.
Y finalmente
le ha tocado el turno a la velocidad, limitando a un modesto 110 el límite de
nuestras grandes vías. Nadie negará que la velocidad es otra de las grandes
señas de identidad de la población masculina heterosexual. Las mujeres conducen
bien (a pesar de lo que digan los taxistas, núcleo duro de la mentalidad
española heterosexual), pero van muy lentas (de nuevo, este lobby
ultrafeminista no dice nada sobre aquellos países donde las mujeres ni siquiera
pueden conducir, ni lento ni despacio). La velocidad es cosa de hombres y estoy
seguro de que Berlusconi, epígono confeso de Marinetti (e inconfeso de
Mussolini), jamás habría bajado el límite de velocidad en un país donde el
coche es la macchina por
antonomasia.
Y ahora nos
preguntamos cuál será la próxima prohibición que dictaminará este lobby
ultrafeminista y filogay. Aunque siempre se ha dicho que no se debe mezclar con
la velocidad, yo apuesto que la próxima prohibición será el tocino. Razones no
faltan: el tocino también es malo para la salud, pues eleva considerablemente
el nivel de colesterol; manjares como el tocino, el jamón y chorizo también
parecen más propios de la dieta masculina que de la femenina; finalmente, el
tocino es un alimento que ofende a otras culturas por las cuales este lobby
siente indisimulada admiración. O sea, que lo próximo será el tocino.
LA
HUELGUITA GENERAL
El pasado 29
de septiembre se celebró en España la última Huelga General de la Democracia. A
diferencia de otras convocatorias semejantes, ésta resultó bastante floja y
descafeinada, quizá porque los sindicatos no se habían movilizado antes (cuando
tocaba) y porque el país no está para fiestas.
En mi caso,
decidí acudir a trabajar, ya que estoy pagando una hipoteca muy alta, me han
recortado el sueldo como a todos los funcionarios y me pareció que la reacción
de los sindicatos había sido floja y a destiempo. El problema es que tenía que
recorrer 32 kilómetros para acudir a mi puesto de trabajo a las 8.10 de la
mañana. Huelga decir que no llegué a tiempo.
Mi primer
dilema consistió en la indumentaria. Pensé en ponerme vaqueros, como
recomendaron que hicieran los empleados de banca, pero me pareció inútil e
inviable por dos razones: primero, porque es normal que un profesor de
instituto vaya con vaqueros a clase (a veces agujereados, y hasta con camisetas
reivindicativas); segundo, porque hace tiempo que no me entra ninguno de los
pocos vaqueros que conservo. Así que decidí ponerme un pantalón normal oscuro y
una camisa de verano también oscura, como si fuera un cantautor o alguien que
va a un funeral (o ambas cosas a la vez). Huelga decir que mi indumentaria no
engañaba a nadie.
El principal
problema, no obstante, consistía en intentar disimular las carpetas y libros
que habitualmente lleva un profesor. De nuevo mi solución fue bastante poco
inteligente. En lugar de llevar el pesado maletín de todos los días, con
combinación para abrirlo (mis alumnos piensan que llevo dinero, drogas o una
bomba dentro… y les parece muy “molón”), decidí meter lo indispensable en una
bolsa grande de la FNAC. Si era un ardid, resultaba muy fácil de descubrir por
parte de los piquetes “informativos”: en primer lugar, la tienda de la FNAC no
abre hasta las 10 de la mañana, por lo cual yo no podía venir de haber comprado en la tienda de
la FNAC; en segundo lugar, la tienda de la FNAC de Valencia siempre tiene la
entrada principal (y a veces también la secundaria) “custodiada” por activistas
de las más diversas oenegés que te acosan con manifiestos absurdos e ideales
utópicos, con una total pasividad y hasta connivencia de los responsables de la
tienda (cuestión que ya he tratado en otro artículo); por tanto, de haber
estado abierta, habría sido facilísimo para los piquetes apostarse a la entrada
de la FNAC y haber impedido la entrada de los empleados y los potenciales
clientes esquiroles (entre otras razones porque la policía nunca se pasa por
allí a vigilar, cosa que sí hace en otros grandes almacenes). Mi estratagema de
la bolsa de la FNAC era de lo más inoperante y sólo confiaba en una conjunción
favorable del destino: que los piquetes “informativos” fueran incapaces de
reproducir el proceso silogístico que acabo de enunciar. Y parece ser que así
ocurrió pues ni durante el trayecto de ida ni durante el trayecto de vuelta
nadie se metió con mi bolsa de la FNAC. Huelga decir que mi tosco ardid acabó
siendo todo un éxito.
El siguiente problema (ya he superado los dos
anteriores y me siento como Ulises, aunque no sé si el de Homero o el de Joyce)
era el de transporte. Como dijo Buenafuente esa noche o la siguiente, “los
transportes públicos irán mal… y el día de la Huelga también”. Si llegar a
tiempo con el tren de cercanías para entrar a las 8.10 es de normal una odisea
(soy Ulises), el día de la Huelga General, con servicios mínimos que
normalmente no se cumplen, resultaría una tarea imposible. Además, hace tiempo
que no conduzco (aún conservo el coche pero no lo saco nunca, en parte porque
no tiene pasada la ITV, no va la batería y me di de baja del seguro
obligatorio) y por todo lo anterior resultaba impensable sacarlo esta vez
(además, en los últimos años las infracciones de tráfico son objeto de condenas
muy superiores a las de terrorismo internacional, aunque esa es otra historia y
tema de otro artículo) y me muevo únicamente con transporte público. Salí con tiempo
de casa y empecé a ver grupos de gente apiñados en las paradas de autobús, por
lo que decidí ir a pie a la estación (como si fueran los días de Fallas). Por
lo visto, los piquetes “informativos” habían empleado el grueso de sus fuerzas
(que conste que no me refiero a Cándido Méndez) en impedir la salida de los
pocos autobuses acordados previamente en los servicios mínimos y habían dejado
“descubiertos” otros muchos flancos (por ejemplo, funcionaban casi todos los
bares, aunque hay que reconocer que los bares son sagrados en este país).
También vi muy pocos taxis: es curioso, los taxistas siempre van chuleando por
ahí, escuchando a Federico (lo cual te deja ya tocado para el resto del día) y repitiendo hasta la
saciedad eso de que “este país lo arreglaba yo en dos patadas”, pero ese día
hicieron mutis por el foro. Cuando llegué a la entrada lateral de la estación,
de donde salen los cercanías que suelo coger, me llamó la atención que no hubiera
nadie (otro flanco descubierto). Y cuando digo nadie, quiero decir nadie:
no había piquetes “informativos” que pudieran descubrir el ardid de mi bolsa de
la FNAC y me llamaran “ardilla” (cosa que me hubiera extrañado, porque hace
tiempo que no como nueces, aunque son buenas para el colesterol y debería
comerlas); no había policías que garantizaran el derecho de los que no
quisieran hacer huelga; por no haber, no había ni interventores y las cancelas
y tornos de los trenes de cercanías estaban completamente abiertas (ese día se
colarían más de lo normal). Así que, tranquilamente, con mi uniforme de
cantautor y mi bolsa de la FNAC entré en la estación e hice tiempo para el
primer tren de los servicios mínimos, el de las 7.53 que me haría llegar 30
minutos tarde al trabajo. Huelga decir que nadie se metió conmigo, en parte
porque los que me rodeaban estaban en la misma situación que yo.
Sorprendentemente,
el tren acordado por los servicios mínimos (y por el no menos sorprendente
acuerdo de última hora entre un gobierno autonómico contra las cuerdas y unos
sindicatos contra las cuerdas) salió a su hora y pude llegar tarde al trabajo
(aunque no tan tarde como Ulises).
A la vuelta,
hacia las dos del mediodía, la misma historia: un tren de cercanías de servicios
mínimos atestado de gente, una estación sin interventores, ni piquetes ni
policías, un nuevo recorrido a pie por una Valencia desierta y al final llegué
a Ítaca. Huelga decir que todo muy normal y sin incidentes. Más que una Huelga
General, fue una Huelguita General (y, si me apuras, teniente coronel, o hasta
sargento chusquero).
EL TREN DE CERCANÍAS
Viajar en
tren ha recuperado parte de su antiguo encanto. Viajar en tren de alta
velocidad, por supuesto. Hasta los famosetes entrevistados con ocasión del
estreno de la línea de alta velocidad entre Madrid y Valencia reconocían que
prefieren el AVE porque de esta manera se evitan las interminables horas de
espera y las humillaciones (en nombre de la seguridad) que sufren en cualquier
aeropuerto.
Pero viajar
en tren de cercanías es otra historia. Lógicamente, no se trata de viajes
largos de placer o de negocios, como los del AVE, pero sí la forma habitual de
desplazarse al lugar de trabajo por parte de millones de personas en este país.
Y como este servicio no da grandes dividendos a las compañías, éstas apenas
realizan inversiones en su mejora y el personal tiene que contentarse con
trenes anticuados, sucios y lentos.
Pero, con
diferencia, lo peor de los trenes de cercanías es la fauna que habita en ellos
de manera casi regular, consuetudinaria diríamos. La gente rara y los frikis
que vemos en el metro o el autobús de
las grandes ciudades no son nada comparados con los que uno se encuentra en el
tren de cercanías. La línea de cercanías Valencia-Xàtiva es pródiga en este
tipo de individuos, y curiosamente casi todos ellos suben o bajan en la
estación de A. (al igual que yo, aunque en comparación con ellos yo soy casi
normal). Veamos algunos ejemplos.
Uno de los
más habituales, pues pienso que casi hace la vida en el tren, es el individuo
al que denomino El Correcaminos o El del Subidón. Se trata de un
hombre de mediana edad, ya muy machacado
por las razones que iremos viendo. Este señor siempre tiene aspecto de haber
consumido “sustancias” (como dicen en la tele) y de haberse bebido todos los
Red-Bull de un Mercadona. En consecuencia, va siempre inquieto, con una energía
desbordante, con las palpitaciones más altas que un periodista en una rueda de
prensa de Mourinho. En cuanto llega el tren, quiere ser el primero en entrar, y
no sé para qué tanta prisa, si luego se pasa todo el viaje caminando deprisa
por todos los vagones del tren, como si necesitara expulsar toda la adrenalina
que su cuerpo ha generado. Incluso a veces llega a cambiar de tren a mitad de
camino, porque por lo visto acaba cansado de patear el mismo tren. Además,
parece que esté todo el día haciendo lo mismo, porque igual lo encuentras a las
8 de la mañana, a la 1 del mediodía o a las 7 de la tarde.
También es
muy activo otro personaje al que llamo El Trekkie. Es un individuo
enjuto, con aspecto de tener pocas luces, también de mediana edad, que va
vestido de deportista y lleva un botellín de agua; al parecer coge el tren de
cercanías para desplazarse a otro pueblo y hacer senderismo en algún paraje
todavía agreste. El Trekkie también espera con impaciencia la llegada
del tren y pugna por ser el primero en entrar. Desconozco si tiene noticia de
la existencia de El Correcaminos, aunque vuelvo a insistir en el hecho
de que ambos parecen ser oriundos de A.
La frenética
actividad y el exhibicionismo de El Trekkie y El Correcaminos
contrastan con el disimulo y la ocultación de la que hace gala El señor
Ocupado, un señor ya mayor, vestido como antiguamente iban vestidos en los
pueblos, y que siempre repite el mismo comportamiento: en cuanto el tren sale
de Valencia se mete en el lavabo y no sale hasta que el tren llega a su
estación de destino, que en este caso no es A.
Pero si nos
habíamos quedado con ganas de “marcha”, El Trekkie y El Correcaminos
no son los únicos capaces de animar el tren. Ahora entran en juego las personas
procedentes de otros países, que también dan mucho de sí. Los más ruidosos, con
diferencia, son una pareja de jóvenes rumanos a los que propongo denominar Los
Pimpinela rumanos o Pepa y Avelino de los Cárpatos. Se trata de una pareja de jóvenes rumanos, hombre
y mujer, no sé si payos o gitanos (a pesar de ser profesor de Secundaria, no
soy capaz de precisar este detalle étnico), que se pasan todo el trayecto
discutiendo a grito pelao. Y como son conscientes de que en el fragor de
la discusión podrían llegar a las manos, deciden poner tierra de por medio:
lo que hacen es sentarse en los extremos de un mismo vagón, separados por unos
veinte metros de distancia, y comienzan la discusión interminable. Se dicen de
todo, a voz en grito, por encima de las cabezas de los demás pasajeros, que no
dan crédito a la situación. Me gustaría aprender rumano (al igual que Unamuno aprendió
danés para leer a Kierkegaard) sólo para tener la satisfacción de poder
entender lo que se dicen el uno al otro. Si aprendieran español, tened la
seguridad de que esta pareja sería la estrella de los reality shows
vespertinos o del flamante nuevo canal GH 24 Horas, un canal tan
didáctico e informativo como el que reemplaza en la señal de TDT.
Al margen
del guirigay que arman los chinos con sus conversaciones, y que debemos
respetar porque hablan una milenaria lengua tonal (en román paladino, que hablan
cantando), la contribución extranjera la completa El Mendigo, un magrebí
ya entrado en años, con barba canosa de mendigo que ejerce el noble y ya casi
desusado arte de la mendicidad retórica. Al igual que El Correcaminos,
vive en A. pero se pasa la vida en el tren, a todas horas, entonando una triste
y lastimera historia que se inicia con la frase “Soy de tierra de Jordania…”,
octosílabo perfecto que parece sacado del Romancero Viejo. Lo curioso es que
esa historia en la cual tiene una hija pequeña que pasa hambre le sigue
generando pingües beneficios (desde hace tres años que lo “conozco”, la hija
pequeña sigue teniendo nueve
meses, porque por lo visto en las lastimeras historias de los mendigos con
arte, como él, las personas quedan inmovilizadas en el continuo espacio-tiempo,
fenómeno digno de lo investigue Punset).
Por supuesto
que hay más gente extraña en el tren de cercanías, pero no quiero alargar en
demasía el artículo. Tan sólo quisiera añadir la presencia, sobre todo en las
estaciones pequeñas, de unos guardias de seguridad muy democráticos. Y lo digo
sin ironía, porque, creyendo quizá que están en una discoteca o en un
aeropuerto, miran a todos los pasajeros como si fueran delincuentes en
potencia. De nada sirve que algunos vayan bien vestidos, con traje y corbata en
el caso de representantes y ejecutivos, o que otros llevemos materiales
didácticos que dejan bien a las claras que somos profesores (y por tanto, en la
Comunidad Valencia, somos “autoridad pública”, aunque el conseller
todavía no nos ha entregados las estrellas de sheriff, da igual que sean
de un todo a cien, pues estamos en crisis). Para estos eficientes guardias de
seguridad todos somos sospechosos. Y cuando bajas del tren, todavía aturdido
después de haber presenciado durante media hora el espectáculo de El
Correcaminos, El Trekkie, El señor Ocupado, los Pimpinela rumanos y el Mendigo, no te queda más remedio
que pasar a cancelar el billete “bajo la atenta mirada de Mourinho” (perdón,
del segurata, en qué estaría yo pensando).
LAS
CANCIONES “CANÓNICAS”
Uno de los
asuntos musicales que mayor obsesión despierta en Internet es la búsqueda y
identificación de canciones modernas que reproducen la llamada progresión
armónica del Canon en re mayor del compositor barroco alemán Johann Pachelbel.
Es fácil
encontrar en la Red extensos catálogos de canciones unidas por ese curioso
vínculo, a veces inconsciente y otras veces claramente consciente, premeditado
y plagiado. Más aún, en ocasiones se han dado casos de denuncias de los autores
de una canción a los de otra (como la denuncia de los autores de Uruguay te
queremos ver campeón contra la cantautora
canaria Rosana y su tema Soñaré), sin darse cuenta de que existía una ultima
ratio, un modelo primigenio que no era otro que el Canon de Pachelbel.
También es curioso y paradójico que el Canon sea hoy una pieza archiconocida,
presente en todas las antologías de música barroca y en cualquier CD de adagios
y música chill-out, en el hilo musical, en los anuncios televisivos, en las
bodas y en las bandas sonoras de películas. Pero se trató de una pieza
prácticamente olvidada hasta que el director francés Jean-François Paillard y
su Orquesta de Cámara la resucitaron a mediados de los años 60 y Karajan la
reinventó en una orquestación posromántica que no tenía nada que ver con el
sobrio original barroco de tres violines y un bajo continuo (una versión
cercana al original aún se puede escuchar, con un clavicordio como bajo
continuo, en la versión de I Musici).
No es mi
intención ofrecer un amplísimo listado de las obras musicales modernas que se
basan en la progresión armónica del Canon, pues se trata de una información
que, como hemos dicho, es fácilmente accesible en Internet. Lo que sí pretendo
es reflexionar sobre la variedad de estilos musicales a los que pertenecen
todas esas piezas “modernas” que tanto se “parecen” al Canon: baladas, rock
progresivo, hard rock, punk, techno, himnos nacionales, himnos futboleros.
Tampoco pretendo entrar en sutiles disquisiciones musicológicas sobre ese
parecido, pues escaparían a la comprensión de muchos lectores. Quizá mi
condición de mero aficionado a la música con conocimientos bastante simplones
me permitiría expresarlo en términos más sencillos: cuando se habla de que una
canción “se parece” al Canon de Pachelbel, no se refiere a la melodía sino
a la armonía, y más específicamente a la progresión armónica, que
sería como un común denominador de melodías muy diversas, como una especie de
ADN o código de barras que permite identificar melodías en apariencia muy
distintas. A algunos lectores la palabra armonía les sonará a acordes
y, efectivamente, una de las pruebas más simples y a la vez efectivas para demostrar
que una canción tiene la misma progresión armónica que el Canon de Pachelbel es
que podemos cantarla mientras tocamos la misma secuencia de arcordes en
una guitarra: en concreto la secuencia de acordes DO-SOL-LAm-MIm-FA-DO-FA-SOL.
Algunos musicólogos han observados que esta secuencia de acordes o progresión
armónica constituye una tendencia natural en la composición, algo así como un
“universal musical” o como un equivalente musical del número áureo o divina
proporción de la arquitectura.
De las
múltiples listas de Internet que mencionan canciones y temas musicales con la
misma progresión armónica que el Canon de Pachelbel, me llamó la atención una (www.origenmusic.com/canon-pachelbel2.html)
que sitúa como primera “pieza musical moderna” el himno de la Unión Soviética
(cuya música vuelve a ser, desde el año 2000, la del himno de la Rusia
postsoviética). Efectivamente, si aplicamos la sencilla prueba de los acordes
de guitarra citada antes, veremos que encaja perfectamente. Además, es casi
seguro de que en este caso se trata de una similitud inconsciente, pues en 1944
nadie conocía el Canon de Pachelbel. Más aún, demuestra algo que iremos
corroborando a lo largo de este artículo y que no deja de resultar inquietante:
que muchas canciones basadas en el Canon de Pachelbel son himnos o se han
convertido en himnos para diversas colectividades (en especial, himnos
futboleros). ¿Es posible que esa progresión armónica universal lleve en sus
genes la potencialidad de convertirse en himno? Item más: en 1979 un grupo de
música disco compuso una canción que en su momento no tuvo especial
repercusión, una canción que también fue planteada como un himno, en concreto
para la comunidad gay. La canción se llamaba Go West y el grupo Village
People: con casi total seguridad, no fueron conscientes del parecido con el
Canon, pero la similitud armónica es total, hasta el punto de que es la canción
más citada en Internet como “copia” de la progresión armónica del Canon. En
1993 un dúo de música tecno y bailable realizó la cuadratura del círculo:
fueron conscientes de la similitud de Go West con el Canon y barruntaron
también el parecido armónico con el himno soviético (el tempo lento y solemne y
las armonías pachelbelianas del himno soviético también se hacen evidentes en la
canción Leningrad de Billy Joel). El resultado fue la versión de Go
West que realizaron los Pet Shop
Boys, desplazando al principio de la canción las primeras notas del himno
soviético (las connotaciones “soviéticas” son muchísimo más claras en el
videoclip de la canción) y haciendo resaltar en diversos momentos las
similitudes armónicas con el Canon de Pachelbel. Esta versión se convirtió
inmediatamente en un éxito mundial. Posteriormente, Go West ha acabado siendo una de las canciones más
cantadas en los campos de fútbol, confirmando el destino como himnos de las
canciones basadas en el Canon.
Las primeras
versiones “deliberadas” del Canon proceden de grupos de finales de los 60,
justo en la época en que la propia música clásica redescubrió dicho tema
musical con las versiones de Paillard y Karajan. Son bien conocidas la versión
del grupo de Vangelis y Demis Roussos, Aphrodite´s Child, llamada Rain and
Tears y la curiosa versión góspel de
un grupo español llamado Pop Tops en la canción Oh Lord! Why Lord! .
Además, ambas mantenían el ambiente barroco del original, con el órgano de
Vangelis en el primer caso y con el tono góspel de coral luterano en el
segundo. Además del tono barroco, el parecido no es sólo armónico sino también
melódico, hasta el punto de que más que ser canciones con la misma progresión
armónica se podrían considerar, en términos clásicos, variaciones del Canon, como las que más tarde compuso
otro músico progresivo, Brian Eno, en Discreet Music.
En el
completo listado titulado “Johann Pachelbel Canon in D major and popular
culture” (www.origenmusic.com/canon-pachelbel2.html)
se rastrean incluso canciones anteriores a 1968, comenzando precisamente por el
ya citado himno soviético. En este sentido, se citan clásicos de grupos de la
Invasión Británica como el puente instrumental barroco que George Martin
compuso para la inolvidable In my life
de The Beatles (1965), el coro de la canción music-hall de The Who
titulada Pictures of Lily (1965)
y en las baladas corales de Bee Gees tituladas Spick and Specks (1966) y
Holiday (1967), aunque yo
añadiría también dos pequeñas joyas pop del grupo de Manchester Herman´s Hermits:
The End of the World y Listen
People. La progresión armónica del Canon, según esta fuente y muchas otras,
también alcanza a finales de los 60 y principios de los 70 a géneros tan
diversos como la balada de cantautor, reflejada por Streets of London de Ralph McTell, y el glam rock: respecto a
este último género, se suelen señalar Changes de David Bowie y sobre todo All the Young Dudes,
escrita por Bowie para Mott the Hoople; ahora bien, sin negar que en ambas se
aprecia la progresión armónica del Canon, veo con mayor claridad esta
influencia en la canción Saturday Gigs de Mott The Hoople, la cual
comparte con All the Young Dudes
el tempo lento y su carácter de canción-himno, algo muy frecuente en
casi todas las canciones que plagian el Canon.
En el
periodo 1974-1982 la influencia del Canon se refleja en otra dimensión: el
empleo de la melodía original de Pachelbel como tema central de bandas sonoras
de películas, como son El enigma de Kaspar Hauser de Werner Herzog (1974), Ordinary
People/Gente corriente de Robert
Redford (1980) y Volver a empezar
de José Luis Garci (1982); en esta última, alterna el canon original con
versiones modernas como la de Oh Lord! Why Lord! de Pop Tops. En una
línea similar, también he detectado que un pasaje coral de estilo entre folk
céltico y pre-new age a lo Enya que cierra la cara A de Ommadawn (1978)
de Mike Oldfield también tiene la misma progresión armónico; pensaba que era
una apreciación muy subjetiva, pero he encontrado una referencia similar en los
comentarios de usuarios en la página de Amazon dedicada a Ommadawn .
Los años 80
y 90 conocen otra oleada de canciones que copian la progresión armónica del
Canon. Sin duda, el punto de partida de esta segunda oleada es la ya citada Go
West de Village People (1979), aunque con casi total seguridad sus autores
no fueron conscientes de la semejanza. En algunas canciones de los 80 podemos
atisbar semejanzas armónicas: aunque no aparece citada en ninguna lista, yo señalaría
algunos pasajes instrumentales de Guess that´s why they called us the blues
de Elton John (1982), mientras que en dos canciones bastante más tardías del
mismo autor, Live like Horses (1997) y Original Sin (2002) la
presencia de la progresión armónica del Canon es mucho más clara. En el ámbito
hispánico, documentamos en 1980 otra de las grandes versiones del Canon: Uruguay
te queremos ver campeón, de Beto Triunfo y Roberto Da Silva, claro ejemplo
de cómo la progresión armónica del Canon se presta a la creación de himnos
patrióticos o futboleros. Pero es sin duda la primera mitad de los años 90 el
período de mayor concentración de plagios de la estructura armónica del Canon. All
Together Now de The Farm (1991) es uno de los ejemplos más paradigmáticos:
es el único éxito importante de dicho grupo; el parecido con el Canon no sólo
consiste en una idéntica progresión armónica, sino que el sonido de cuerdas
pasado por sintetizador con que se abre la canción reproduce exactamente la
melodía del Canon; por todo ello, esta canción se convierte en una variación
del propio Canon más que en una canción independiente; finalmente, con el
tiempo, esta canción se ha convertido en un himno futbolero (del Everton y de
la propia selección inglesa en la Eurocopa de 2004). Como expusimos anteriormente,
la magnífica versión de Go West
realizada por Pet Shop Boys (1993) consigue hacer explícita la
progresión armónica del Canon a la vez que lo vincula con el himno soviético. También
de 1993 es Cryin´, balada heavy del grupo Aeroesmith, donde la progresión
armónica del Canon es claramente perceptible. Al año siguiente encontramos una
nueva vuelta de tuerca del Canon: el grupo Green Day consigue insertar la
progresión armónica del Canon en un endiablado tempo acelerado de punk-rock en
la canción Basket Case (1994). También de 1994 son dos canciones del
grupo brit-pop Oasis citadas con frecuencia como deudoras de la progresión
armónica del Canon: Whatever y Don´t
Look Back in Anger, aunque en mi opinión la influencia es mucho más clara
en la segunda (donde a su vez se entremezcla con el Imagine de Lennon, porque en la música moderna, y
sobre todo en la de Oasis, no hay nada nuevo bajo el sol). De 1996 son Get me
Away From Here I´m Dying de Belle
& Sebastian y Walking on the Milky
Way de OMD. Del año 2000 es otra variación del Canon, la célebre Graduation Song
(Friends Forever) de Vitamin C, que,
como no podía ser menos, se ha convertido en un verdadero himno de las
graduaciones en Estados Unidos (he de confesar que descubrí la canción de
casualidad mientras veía Scary Movie 2). Todas estas canciones tienen
los mismos acordes de guitarra citados antes, como demuestra en un divertido
vídeo satírico el cómico y músico Rob Paravonian. Y la lista sigue con artistas
más recientes y de géneros musicales muy diversos desde la música negra, rap y
hip-hop (Coolio, Sugarbabes, Alicia Keys en su exitosa y melismática No one)
a los crooners y baladistas (To Love You More de Celine Dion). En este último género,
destaca la versión que Phil Collins realizó en 2002 de una antigua balada de
Leo Sayer titulada Can´t Stop Loving You: si escuchamos el original de
Leo Sayer, no notamos nada peculiar, tan sólo una vaga similitud armónica con
el Canon pero poco más; en cambio, en la versión de Phil Collins, la semejanza
de la parte lenta de la canción con la progresión armónica del Canon es total,
clarísima: nos encontramos ante un fenómeno similar al que ya señalamos con
respecto a la versión de Pet Shop Boys del Go West de los Village
People: las versiones más recientes toman conciencia del parecido armónico con
el Canon y lo enfatizan para tener más éxito comercial; se podría hablar de un
fenómeno de repachelbelización de canciones basadas en el Canon. A todo
ello podríamos añadir en los últimos años meras variaciones del Canon, tan
claras que incluso lo mencionan en el título (An Improvisation on the Canon de Robin Spielberg, Pachelbel 8000 de
Mars).
Podríamos
terminar este extenso artículo con un pequeño repaso a las canciones del ámbito
hispanohablante que copian la progresión armónica del Canon de Pachelbel. En
este sentido, nos ha sido de gran utilidad el Palmera Blog (www.pablogindel.com) del bajista
uruguayo que mencionaba el himno futbolero Uruguay te queremos ver campeón
de Triunfo y Da Silva y cómo canciones
posteriores como Soñaré de Rosana
se parecían tanto (lo cual motivo una querella por plagio de los primeros a la
segunda). En el ámbito hispanoamericano se han observado diversas canciones que
copian la progresión armónica del Canon (Volverte a ver de Juanes, Paloma de Calamaro, Estoy tan cansado de Moenia). En cambio, en el pop español peninsular
apenas se ha realizado esa misma investigación. Yo apuntaría unas cuantas,
representativas, como ya hemos visto, de diversos géneros musicales: en los
años 70, siguiendo la moda de Oh Lord! Why Lord!, encontramos que el
pasaje recitado de Pedro Ruy Blas en A Los que hirió el amor se apoya en
unos acordes de órgano idénticos a la progresión armónica del Canon; en cuanto al
techno o pop electrónico, ámbito bastante propicio a copiar la progresión
armónica y de bajos del Canon, se podría citar Si esto no es amor de OBK; en el ámbito del pop comercial, entre
épico e intimista, la canción Jugando con el tiempo de Mikel Erentxun
(tanto en la progresión armónica como en la propia melodía del canon que surge
en el glissando final del piano)
y la canción Nube del elepé Más Guapa de La Oreja de Van Gogh. Incluso
se acerca a la progresión armónica del Canon el único éxito de un grupo de la
movida, Glutamato Yey-yé y su Todos los negritos tienen hambre y frío. En
el ámbito de la balada melódica a la italiana, de gran éxito también en
Hispanoamérica, Alejandro Sanz ha sido uno de los compositores que siempre ha
estado en el punto de mira de los “cazadores del Canon”: el bajista uruguayo de
Palmera Blog cita una canción de su primer disco, Canta para mí (1991),
pero hay una canción de Sanz que desde el principio me fascinó y de la que
sospeché su proximidad armónica con el Canon. Se trata de A la primera
persona, del elepé El tren de los momentos (2007), canción cuyo tono
lento y ambiente barroco (que permite el empleo de un instrumento típico del
Barroco, la trompeta, como instrumento solista) son ya una invitación a la
progresión armónica del Canon, pues la canción encaja perfectamente con los acordes
de guitarra citados al principio del artículo (de hecho, la canción es una
especie de melodía continuada donde todas las partes encajan con la progresión armónica
del Canon, que se repite una y otra vez sin descanso). De hecho, esta canción
motivó una acusación de plagio, ya que una balada italiana publicada unos meses
más tarde, A te de Jovanotti, era
casi idéntica a la canción de Sanz en el tono lento, la melodía de letanía, el
paulatino crescendo… y por supuesto, la repetición continuada de la progresión
armónica del Canon de Pachelbel, verdadero tertium comparationis de ambas canciones (como se refleja en la
versión italiana de la Wikipedia dedicada al Canon de Pachelbel:
http://it.wikipedia.org/wiki/Canone_di_Pachelbel).
Por
último, hemos de advertir que la prueba de los acordes de guitarra y el énfasis
en que se trata de una similar armonía y no melodía, nos permite
excluir de la lista de canciones semejantes al Canon, como también señala con
acierto el internauta uruguayo de Palmera Blog, canciones como Let it Be
de The Beatles, No Woman No Cry
de Bob Marley, With or Without You de U2 y Torn de Natalie
Imbruglia, que pueden tener una cierta afinidad melódica pero son muy distintas
en cuanto a los acordes; de hecho, en las listas de internet más actualizadas
que sirven de guía al presente artículo, estas canciones están eliminadas. Con
esas canciones, los tradicionales “cazadores del Canon” estuvieron equivocados.
Pero aun
desechando esas canciones, los ejemplos son muy numerosos y representativos de
todos los géneros de la música moderna, pues, quizá, como se dice a veces en
Internet, toda la música moderna no es más que una gigantesca variación eterna
del Canon de Pachelbel.
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