REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


LOS ARTÍCULOS DE “EL POBRECITO HABLADOR”

(V: 2010-2011)

 

Juan Gómez Capuz

 

TORRENTE Y LA TRADICIÓN LITERARIA ESPAÑOLA

 

Las pruebas de Selectividad celebradas esta semana en la Comunidad Valenciana nos han sorprendido a todos con un extraño artículo de opinión, publicado en El Mundo el 15 de marzo de 2011, en el que Lucía Méndez, con la excusa de reflexionar sobre la clase política española, se dedica en realidad a afear la conducta de los miles de españoles que han ido a ver Torrente 4: Crisis letal, sobre la cuestionable premisa de que todos ellos se sienten fascinados por la personalidad del personaje. También cuestiona las interpretaciones intelectuales que se hacen sobre este personaje, en términos de terapia o catarsis de sus defectos. A partir de ahí, llega a la no menos cuestionable conclusión de que nuestra sociedad está enferma y es cada vez más inculta.

Dada mi triple y esquizofrénica condición de seguidor de las películas de Torrente, persona de aceptable nivel cultural (he dado clase a futuros periodistas y sé muy bien que dejan mucho que desear) y profesor durante muchos años de comentario de textos periodísticos de opinión para alumnos de COU y 2º Bachillerato actual, me considero en condiciones de responder. También me anima a ello mi no menos esquizofrénica condición de aficionado “a la buena literatura y al mal cine, de mucho sexo y tiroteo”, como confiesa Vargas Llosa en su artículo de opinión “Y el hombre, ¿dónde estaba?”. La verdad es que llevaba algún tiempo queriendo escribir sobre este tema, y la aparición de este artículo de opinión (que pretende denunciar la incultura pero que, quizá sin quererlo, ha sido pasto de los titulares más amarillistas del tipo “Torrente apatrulla las pruebas de Selectividad”) ha sido la espoleta final para hacerlo.

No pretendo intelectualizar las películas de Torrente acudiendo a citas de Wittgenstein o Freud, en parte porque el pensador más cercano a nuestro grasiento personaje sería Wilhelm Reich. Las películas de Torrente son cine comercial, de distracción, de humor bastante grosero, pero el público tiene derecho a poder disfrutar de ese cine. Ahora y siempre. No se trata de que nuestra sociedad sea ahora más inculta y enferma que antes: hace 30 años triunfaba el cine del landismo, bastante similar, por no decir peor. En los países anglosajones existe toda una trayectoria paralela, que arranca de Porkys, John Belushi y Benny Hill y llega a nuestros días con las sagas de American Pie  y Scary Movie.

 Lo que sí pretendo demostrar en este artículo es que algunos elementos de las películas de Torrente proceden de determinadas corrientes que siempre han tenido gran peso en la tradición literaria española, en particular, la tradición picaresca, el modelo del antihéroe y el esperpento.

En efecto, cuando en los albores del Renacimiento, la literatura europea todavía estaba anclada en historias sentimentales y hazañas de los superhéroes de la época, llamados caballeros andantes, epígonos cada vez más chuscos de los héroes épicos medievales, la literatura española fue la primera en retratar con un sórdido realismo la sociedad del momento. El primer ejemplo lo tenemos en La Celestina, una especie de Arriba y abajo o Downton Abbey con 500 años de adelanto, con personajes que sólo se mueven por el dinero, el poder y el sexo, con un Calisto antiheroico que utiliza las convenciones del amor cortés como tapadera de sus bajos instintos. A partir de ahí surge toda la tradición picaresca. El Lazarillo de Tormes, anónimo por necesidad (aunque seguramente escrito por un culto humanista de la época), hace un repaso de todas las clases sociales y sus defectos, y observamos que muchos de ellos encajan con los que tiene José Luis Torrente, sobre todo en la primera película de la saga: hace pasar hambre a su padre, como el ciego y el clérigo de Maqueda se la hacen pasar a Lázaro; trata a golpes a su fiel escudero Rafi, como hace el ciego; presume de ser policía sin serlo, como el hidalgo presume de una riqueza que ya no tiene. Llama la atención el hecho de que Torrente, en las cuatro películas, siempre se hace acompañar de un “fiel escudero” (Rafi, Cuco, Josito y Rin Rin), rasgo picaresco que a su vez culmina en el Quijote. Y por otra parte nos encontramos con otro de los grandes temas de la tradición picaresca: el contraste entre lo que se es y lo que se aparenta ser, pues ni el hidalgo es rico ni el primer Torrente es policía. Ambos rasgos también están presentes en la brillante saga neopicaresca de El capitán Alatriste de Pérez-Reverte: un capitán que en realidad no es capitán y un joven y fiel escudero Iñigo que acaba siendo el narrador de la historia (la doble condición de fiel escudero y narrador también se puede rastrear en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, e incluso en Sherlock Holmes y Watson).

Se suele decir que una de las mayores aportaciones de la literatura española a la literatura universal es su acendrado realismo y el modelo de antihéroe. Todos los grandes mitos de la literatura española son antihéroes, personas repletas de vicios que van dando tumbos por la vida: Celestina, Lázaro, Don Quijote y Sancho, Don Juan Tenorio, Juanito Santa Cruz, Ana Ozores, Max Estrella (y su infiel escudero don Latino), Martín Marco, Diego Alatriste y Tenorio. Ese modelo de antihéroe fue asimilado por la literatura europea y dio lugar a la novela moderna, de clara estirpe cervantina: desde el Tom Jones de Fielding hasta la pobre Emma Bovary de Flaubert, descrita como un don Quijote con faldas (Ortega dixit). A su vez, la propia tradición literaria española degradó aún más al antihéroe al transformarlo en esperpento. Porque un héroe o un superhéroe nos resulta lejano (y a veces hasta antipático, sobre todo si lleva una carga de moralina), pero en el antihéroe, por muy chusco que sea (como Torrente), podemos reconocernos un poco a nosotros mismos, con nuestras neuras, nuestras limitaciones y nuestros vicios. No es casual que todos los personajes literarios, cinematográficos y televisivos de la modernidad sean antihéroes. Desde los protagonistas de novelas fundacionales como el Ulises de Joyce, La metamorfosis y El proceso de Kafka y El hombre sin atributos de Musil hasta las grandes novelas malditas de los 60 como La conjura de los necios de John Kennedy Toole: ¿acaso no se parecen, casi como dos gotas de agua, el “hombre gordo con bigote y gorra verde de cazador” Ignatius J. Reilly, admirador del clero medieval, la Contarreforma y enemigo de la cultura moderna y nuestro José Luis Torrente Galván, que piensa que nuestro país se ha ido a la mierda por culpa de las minorías? ¿acaso no son ambos machistas, misóginos, groseros, pedorros, racistas y fachas? Y sin embargo, no podemos evitar ver que algo de nosotros está en ellos; como decía el doctor Jeckyll, “ése también soy yo”, y como decía Lennon en Nowhere Man, “¿no es acaso un poco como tú y como yo?”. También son antihéroes grandes personajes cinematográficos, como los interpretados por Chaplin, Bogart, Jerry Lewis y Peter Sellers. El humor inglés también ha cultivado con devoción el personaje del antihéroe torpe pero que conserva un mínimo de dignidad y empatía: Benny Hill, Gorge Roper, Basil Fawlty, Reginald Perrin, la dinastía Blackadder, Mr.Bean, Ali G. Y para que se vea que no se trata de un reducto de hombres machistas y sucios, también tenemos a la torpe y entrañable Bridget Jones, que se emborracha y se cae del taxi, se cae de la bicicleta, se cae de la barca y mete la pata contestando por teléfono “aquí Bridget Jones, diosa del sexo con un hombre entre mis piernas… Ah, mamá, eres tú”.

Porque la mención al humor y a la comedia nos lleva a otro de los aspectos que considero censurable en el artículo de Lucía Méndez. Parece mentira que en una sociedad en la que valen todo tipo de comportamientos y formas de vida, en la que minorías que durante milenios han sido injustamente marginadas se han convertido, casi de la noche a la mañana, en superhéroes, ciertas personas todavía sigan teniendo atávicos prejuicios contra los “cómicos”. Por lo visto, Lucía Méndez aún piensa en los tradicionales “cómicos de la legua”, gente humilde que se ganaba la vida por los pueblos (personas humildes pero brillantes cómicos fueron Plauto, Terencio y Lope de Rueda, y a mucha honra). En cambio, la situación actual ha cambiado. Es difícil imaginar una profesión del mundo del espectáculo en la que se acumulen tantos “cráneos privilegiados” y personas con estudios superiores: Santiago Segura es licenciado en Bellas Artes, al igual que varios de los componentes de Muchachada Nui; cómicos ingleses como los Monty Phyton y Hugh Laurie son licenciados en Cambridge, al igual que Sacha Baron Cohen, alumno de Ian Kershaw; Rowan Atkinson tiene un máster en ingeniería electrónica; y hasta Bud Spencer es licenciado en Derecho (lex dura sed lex ) y su colega Terence Hill, más dialogante, es licenciado en Filología Clásica. Pero a pesar de todo, los cómicos y la comedia siempre han gozado de muy mala fama, desde las épocas de intolerancia religiosa hasta la corrección política de ahora (como denuncia Javier Marías en otro artículo de opinión aparecido en las PAU, “El país que perdió el humor”), pasando por su marginación en los Oscars (donde sólo ganan dramones protagonizados por judíos, gays y retrasaditos mentales). Se piensa que la comedia no aporta nada, cuando en realidad la comedia es un eficaz instrumento de crítica social, ya formulado en el adagio latino ridendo corrigit mores “riendo se corrigen las costumbres”. Desde las sátiras antibelicistas de Aristófanes y los antihéroes de Plauto (cómo se parece su miles gloriosus o “soldado fanfarrón” a nuestro Torrente) hasta las sátiras políticas cinematográficas (en su momento fueron cuestionadas, pero películas como Ser o no ser, El Gran Dictador, Bienvenido Mister Marshall, Uno dos tres, El guateque, La vida de Brian permanecerán siempre en la memoria colectiva como valientes críticas de intolerancias, corrupciones y utopías totalitarias). Algo de ello hay también en las películas de Torrente: en Torrente 3: El protector, la escena de la obra, en la que un inmigrante magrebí con varias partes del cuerpo escayoladas se queja de la falta de medidas de seguridad como casco o andamio ante la crítica del capataz interpretado por Carlos Iglesias/Benito, representa una denuncia de los años de burbuja inmobiliaria, construcción descontrolada y abuso de los inmigrantes sin papeles mucho más cruda, eficaz (y a la vez divertida, como tiene que ser la comedia) que toda una película “tostón” de cine social español (que además casi nadie ve).

Quizá lo que debamos criticar en las películas de Torrente es la falta de matices, la presencia de un personaje que no deja ningún resquicio de empatía, ternura o de humanidad. Se produce el salto indeseado del antihéroe al monstruo. Tan sólo en Torrente 2, nuestro José Luis siente la llamada del amor en el personaje de Inés Sastre y, como don Juan Tenorio, ese noble sentimiento le anima a querer ser mejor persona… hasta que es cruelmente rechazado. Pero ni siquiera de esta manera Santiago Segura ha podido evitar que muchas personas se identifiquen plenamente con un personaje tan negativo. Y eso es quizás lo que se puede detectar como señal de alarma de nuestra sociedad.


 

LAS CAGADAS DEL MES

 

Podría parecer el principio de un mal chiste. Se reúnen un danés, un francés y un austriaco y dicen: “Vamos a cagarla, pero bien. No con medias tintas. Que sea una cagada antológica. Que sea una cagada tan grande que destroce toda nuestra vida profesional y privada”. Y lo han conseguido. Vaya mesecito que llevamos con Lars, Dominique y Arnie.

Claro que para cagarla de esa manera, tampoco hay que ser una lumbrera. Hoy en día, sobre todo si el protagonista es un varón blanco heterosexual y famoso, para cagarla a lo grande basta con alguna de estas tres cosas: hacer pública tu admiración por Hitler; verse implicado en un caso de acoso sexual y/o hacer declaraciones homófobas; verse implicado en casos de corrupción política.

Si tenemos en cuenta que Dominique es de ascendencia judía y que Schwarzenegger tampoco puede meterse en esos fregaos justamente por lo contrario, porque es austriaco (como Adolf) y su padre participó en la II Guerra Mundial en el bando equivocado, podemos comprender que, casi por eliminación, la cagada hitleriana le correspondiera a Lars von Trier. Claro que pertenecer a una de esas hipotéticas razas inferiores o Untermenschen no es óbice para hacer declaraciones pronazis o manifestar una cierta “comprensión” hacia Hitler: Bernie Ecclestone también es de ascendencia judía e hizo alguna declaración favorable a Hitler; incluso Michael Jackson declaró que Hitler no era en el fondo tan malo y que si él (Michael) hubiera vivido en la misma época lo habría podido ayudar (sic) (supongo que ahora que viven los dos en la misma isla desierta, lo podrá hacer). Pero el problema es que la cuestión de los exabruptos prohitlerianos ya venía calentita desde hacía un par de meses con las declaraciones poco éticas y muy etílicas de John Galliano (otro Untermensch  en la terminología nazi) diciendo aquello de “amo a Hitler” (pero esperaré hasta el matrimonio) en ese estado de ebriedad en el que los afectos se disparan. Ahora bien, volviendo a Lars von Trier y su glotal (y global) I understand Hitler, lo que nadie esperaba es que el soporífero director danés se metiera él solito en un jardín, sin que viniera apenas a cuento, aderezado con la “four letter word” obscena que llevaba pintada con Rotring negro en los nudillos. Y además, cada vez que lo quería arreglar, lo cagaba aún más, para desesperación de la bellísima y pijísima Kirsten Dunst (para más inri, de ascendencia alemana), que veía cómo su cantado premio a la mejor actriz se le escapaba de las manos. Parece ser que la única conexión existente con la película Melancholia  era la presencia de música de Wagner en la banda sonora, y ya sabemos aquello de Woody Allen acerca de que si escuchas música de Wagner te entran unas ganas tremendas de invadir Polonia. Lars comprendía a Hitler, pero dudo mucho de que Hitler comprendiera las películas de Lars. También parece ser que la cuestión se debía a los roces de Lars con la directora judía Suzanne Bier, aunque no debemos olvidar que Lars von Trier ha sido vecino durante varios años de Steven Spielberg (máximo exponente de la agitprop  sionista) en un semiadosado y que las discusiones entre ambos eran continuas, como podemos ver en Muchachada Nui. En todo caso, segunda cagada del mes.

Y decimos segunda porque debemos recordar que la movida de Lars von Trier surgió en un momento en el que todavía “coleaba” la primera y mayor cagada del mes de mayo: el acoso sexual de Dominique Strauss-Kahn a una empleada de un hotel de lujo en Nueva York. Según cuentan las crónicas, parecer ser que Dominique, por lo visto ya habituado a estas lides, salió del cuarto de baño completamente desnudo, como un Mihura, tratando de “empitonar” a la desprevenida empleada. La verdad es que tan esperpéntica escena me hace recordar la pelea y persecución de Borat y su amigo gordito en cueros vivos por los pasillos de un hotel de lujo (creo que también en Nueva York), de manera que incluso llegan a irrumpir en un aburrido congreso de agentes inmobiliarios. Con motivo de este episodio, han ido saliendo a la luz toda una serie de aventuras de Dominique. En este caso, la cagada ha sido monumental: tendrá que dimitir de la presidencia del FMI (aunque la policía de Nueva Yok ya le ha abierto una cuenta “naranja”), dice adiós a una hipotética carrera presidencial francesa en competencia con Sarkozy (que a su lado parece un santito) y ya veremos cuanto tiempo pasa entre rejas y sin poder usar el jabón. Primera cagada en la línea temporal del mes y en la escala de Richter.

Cuando parecía que el mes de mayo iba a tocar a su fin, nos encontramos con la tercera cagada. La de Arnold Schwarzenegger y su larga aventura extramatrimonial con una panchita  guatemalteca, fruto de la cual tenemos a un chavalín de 13 años. Aunque bien mirado, eso demuestra que el austriaco y rubio Arnie no tiene prejuicios raciales, y eso es un tanto a favor en un país donde las minorías son casi intocables (al menos sobre el papel, sobre todo en el lenguaje políticamente correcto). Pero Arnold la ha cagado doblemente porque la fidelidad matrimonial es un valor supremo en la cultura norteamericana (la pobre Maria Shriver, del clan Kennedy, ha acabado probando la medicina de su familia) y porque utilizó fondos públicos para ocultar esa larga aventura y otras más. Tercera cagada.

Y mientras, en España, José Mourinho no para de hacer declaraciones incendiarias sin sufrir el más mínimo rasguño, roza el ridículo y el delito, pero sabe quedarse hábilmente en el horizonte de sucesos que separa la pertinaz provocación del agujero negro de la cagada. Acusa a los periodistas, a los árbitros, provoca la defenestración de sus competidores dentro del club, menosprecia a los entrenadores rivales (Él ha ganado una “Chempions” que a mí me daría vengüensa de ganar… ¿Se refería a ésta?) y se permite hablar con parábolas como si fuera un profeta o un iluminado (aún le estoy dando vueltas a aquello de Se vas con perro cazas más e se vas con gato cazas menos, pero cazas y sigo sin entenderlo. Creo que ni Lars von Trier lo entendería). Pero Mourinho nunca la caga. Aprendamos de Mourinho.


 

TOROS, TABACO, VELOCIDAD Y TOCINO

 

No hace falta ser Salvador Sostres o tertuliano de Intereconomía (Deo gratias  no soy ninguna de esas dos “cosas”) para darse cuenta de que las recientes prohibiciones dictadas por el Gobierno central o, en su defecto, por taifas autonómicas de su misma cuerda (como el antiguo tripartito catalán) no son meras improvisaciones y ocurrencias inconexas, como denuncia el carismático Rajoy. Al contrario, todas estas prohibiciones de las corridas de toros, el consumo de tabaco o los límites de velocidad poseen una coherencia intrínseca que muchos ciudadanos no han advertido: se trata de cuestionar las señas de identidad del hombre español heterosexual. Obviamente, todas estas prohibiciones proceden del lobby  ultrafeminista y filogay que antiguamente nutría a la izquierda extraparlamentaria (los sufrí de cerca en mi Facultad de Filología) pero que hoy en día está a punto de hacerse con el control de un desnortado PSOE en caída libre y de cuyas siglas reniegan muchos candidatos. Da la impresión de que quienes cortan hoy el bacalao en el PSOE son gente como De la Vega, Pajín, Zerolo, Carla Antonelli y otros engendros, con la anuencia o connivencia del propio Zapatero (con esta gente, la lista electoral del PSOE en Madrid parece más el cásting de Fama a bailar que un partido político serio, al menos, lo mínimamente “serio” que puede parecer cualquier partido político español, porque en todas las casas cuecen habas). Parece que ya han llegado a primera línea de la política los que ya se “educaron” en la LOGSE, y los que nos dedicamos a la enseñanza lo notamos enseguida (la primera generación LOGSE también se hace notar en el PP, aunque menos, e incluso también en “activistas” que se dejan grabar a cara descubierta y que se muestran en las redes sociales con camisetas de la selección española). Es cierto que Zapatero ha intentando neutralizar su pernicioso efecto resucitando a mansalva viejas glorias de la época felipista, políticos de verdad y con buen nivel cultural, como Rubalcaba o Jáuregui: pero en el fondo son espectros del pasado, convidados de piedra de ese drama romántico que siempre ha sido el PSOE y, por extensión, la propia España.

 En realidad mandan los jóvenes delfines, adalides del feminismo más radical (aun a costa de destrozar el lenguaje) y de la glorificación de la condición gay (aunque suelen ser muy tímidos con los gobiernos de países que condenan a la horca a los homosexuales). También es cierto que en el PP nos encontramos igualmente con la pugna entre un sector más liberal y un sector ultraconservador y ultracatólico que vuelve al jurásico discurso de decir que la masturbación provoca soledad, hastío y ceguera (afirmación manifiestamente falsa si nos atenemos al hecho de que la mayoría de los escritores han conservado la vista). Aunque ahora condene esas absurdas prohibiciones del tabaco y la velocidad, lo más probable es que cuando el PP llegue al poder del estado, también dictamine sus propias prohibiciones a los sufridos ciudadanos. Si nos atenemos a los experimentos con gaseosa que viene haciendo el PP en las comunidades autónomas donde gobierna con mayoría y formas absolutas, sus futuras prohibiciones podrían ser: las lenguas vernáculas, la educación pública, la sanidad pública y los anticonceptivos (sobre todo ahora que Álvarez Cascos ya no es uno de los suyos). Parece que en este país de pandereta sólo valen los extremos.

Si tenemos presente la existencia de este lobby ultrafeminista, filogay y, por extensión, si me apuras, antiespañol y antioccidental, que pugna por dominar (y quizá dinamitar) el PSOE, podemos entender mucho mejor las últimas prohibiciones y darles una interpretación unificada, un marco teórico al estilo de la teoría de la relatividad. Además, observamos con preocupación que estas prohibiciones entran en el peligroso terreno de regular algunos aspectos de la vida privada de las personas (como también lo hace la ley Sinde), procedimiento típico de un Estado que se acerca a lo totalitario, pues no se pueden poner puertas al campo (ni cercas al puticlub). El reciente caso del musical Hair en Barcelona encendió todas las alrmas de quienes nos preocupamos por las libertades públicas: recordemos que el caso llegó al juez por la denuncia de un heroico espectador anónimo que se chivó de que los actores fumaban en un recinto cerrado, anteponiendo la ley a algo que considero mucho más importante: la verosimilitud aristotélica en la representación teatral. Pero lo especialmente grave es que se está abriendo la puerta al método de la “delación anónima”, base de sistemas tan perversos y amorales como la Inquisición, el régimen nazi, el régimen soviético estalinista y ciertas teocracias actuales por las cuales este lobby, paradójicamente ateo, siente gran simpatía. Y además las denuncias anónimas encontrarían un campo abonado en un país donde el deporte nacional sigue siendo la envidia.

La prohibición de las corridas de toros en Cataluña fue un primer paso. El criterio esgrimido de defender la dignidad de los animales y evitar su tortura era una mera excusa. El verdadero objetivo era acabar con uno de los buques insignia de la mentalidad española, masculina y heterosexual (y eso que el mundo “taurino” siempre ha fascinado al colectivo gay). De nada sirvieron las apasionadas defensas de la fiesta nacional por parte de históricos políticos socialistas, atónitos ante la (in)esperada deriva de su propio partido. Supongo que de nada servirá recordar que grandes intelectuales y artistas de la izquierda en la convulsa época de la guerra civil, como Miguel Hernández, Alberti y hasta Lorca, eran grandes entusiastas de la fiesta nacional.

Luego vino la cruzada contra el tabaco. Es cierto que el tabaco es un hábito que tiene consecuencias negativas para la salud, pero también consecuencias “positivas” para los ingresos del Estado en forma de impuestos. ¿Por qué se ha cebado con el tabaco, convirtiendo a sus adictos  en perseguidos que deben ejercer su actividad a la intemperie, al menos a 50 metros de ciertos edificios? ¿Por qué no han seguido igual conducta con el alcohol? Quizá porque este lobby  ha interpretado que “el tabaco es cosa de hombres”. Pero se trata de un axioma bastante discutible: durante mucho tiempo el tabaco también ha sido uno de los signos externos de la liberación y la emancipación femenina, pero las ultrafeministas de ahora, con escasos conocimientos de Historia (y de gramática), lo han olvidado y han vinculado el tabaco con los hombres. Pienso que quizá la clave se encuentre en el alcohol: no ha habido cruzada contra el alcohol porque esta sustancia, igualmente adictiva y peligrosa, es consumida a granel por mujeres de cualquier edad (desde las jovencitas que van de botellón todos los fines de semana y que no se quedan atrás en comparación con sus colegas masculinos hasta las viejecitas que parecen emular las ingestas etílicas de la fallecida Reina Madre de Inglaterra, pasando por las alienadas amas de casa cuarentonas, que lo mezclan alegremente con Prozac) y también por los mariquitas que ahogan en alcohol las penas de sus consuetudinarias y reiteradas rupturas de pareja (el ejemplo de Víctor Sandoval y Nacho Polo, retransmitido diariamente, es un buen ejemplo del estado de postración moral al que ha llegado este país), y eso que antiguamente se decía que el alcohol era cosa de hombres. Por tanto, si había que elegir entre prohibir el alcohol o el tabaco, nuestro lobby  (feroz) lo ha tenido muy claro.

Y finalmente le ha tocado el turno a la velocidad, limitando a un modesto 110 el límite de nuestras grandes vías. Nadie negará que la velocidad es otra de las grandes señas de identidad de la población masculina heterosexual. Las mujeres conducen bien (a pesar de lo que digan los taxistas, núcleo duro de la mentalidad española heterosexual), pero van muy lentas (de nuevo, este lobby ultrafeminista no dice nada sobre aquellos países donde las mujeres ni siquiera pueden conducir, ni lento ni despacio). La velocidad es cosa de hombres y estoy seguro de que Berlusconi, epígono confeso de Marinetti (e inconfeso de Mussolini), jamás habría bajado el límite de velocidad en un país donde el coche es la macchina  por antonomasia.

Y ahora nos preguntamos cuál será la próxima prohibición que dictaminará este lobby ultrafeminista y filogay. Aunque siempre se ha dicho que no se debe mezclar con la velocidad, yo apuesto que la próxima prohibición será el tocino. Razones no faltan: el tocino también es malo para la salud, pues eleva considerablemente el nivel de colesterol; manjares como el tocino, el jamón y chorizo también parecen más propios de la dieta masculina que de la femenina; finalmente, el tocino es un alimento que ofende a otras culturas por las cuales este lobby siente indisimulada admiración. O sea, que lo próximo será el tocino.


 

LA HUELGUITA GENERAL

 

El pasado 29 de septiembre se celebró en España la última Huelga General de la Democracia. A diferencia de otras convocatorias semejantes, ésta resultó bastante floja y descafeinada, quizá porque los sindicatos no se habían movilizado antes (cuando tocaba) y porque el país no está para fiestas.

En mi caso, decidí acudir a trabajar, ya que estoy pagando una hipoteca muy alta, me han recortado el sueldo como a todos los funcionarios y me pareció que la reacción de los sindicatos había sido floja y a destiempo. El problema es que tenía que recorrer 32 kilómetros para acudir a mi puesto de trabajo a las 8.10 de la mañana. Huelga decir que no llegué a tiempo.

Mi primer dilema consistió en la indumentaria. Pensé en ponerme vaqueros, como recomendaron que hicieran los empleados de banca, pero me pareció inútil e inviable por dos razones: primero, porque es normal que un profesor de instituto vaya con vaqueros a clase (a veces agujereados, y hasta con camisetas reivindicativas); segundo, porque hace tiempo que no me entra ninguno de los pocos vaqueros que conservo. Así que decidí ponerme un pantalón normal oscuro y una camisa de verano también oscura, como si fuera un cantautor o alguien que va a un funeral (o ambas cosas a la vez). Huelga decir que mi indumentaria no engañaba a nadie.

El principal problema, no obstante, consistía en intentar disimular las carpetas y libros que habitualmente lleva un profesor. De nuevo mi solución fue bastante poco inteligente. En lugar de llevar el pesado maletín de todos los días, con combinación para abrirlo (mis alumnos piensan que llevo dinero, drogas o una bomba dentro… y les parece muy “molón”), decidí meter lo indispensable en una bolsa grande de la FNAC. Si era un ardid, resultaba muy fácil de descubrir por parte de los piquetes “informativos”: en primer lugar, la tienda de la FNAC no abre hasta las 10 de la mañana, por lo cual yo no  podía venir de haber comprado en la tienda de la FNAC; en segundo lugar, la tienda de la FNAC de Valencia siempre tiene la entrada principal (y a veces también la secundaria) “custodiada” por activistas de las más diversas oenegés que te acosan con manifiestos absurdos e ideales utópicos, con una total pasividad y hasta connivencia de los responsables de la tienda (cuestión que ya he tratado en otro artículo); por tanto, de haber estado abierta, habría sido facilísimo para los piquetes apostarse a la entrada de la FNAC y haber impedido la entrada de los empleados y los potenciales clientes esquiroles (entre otras razones porque la policía nunca se pasa por allí a vigilar, cosa que sí hace en otros grandes almacenes). Mi estratagema de la bolsa de la FNAC era de lo más inoperante y sólo confiaba en una conjunción favorable del destino: que los piquetes “informativos” fueran incapaces de reproducir el proceso silogístico que acabo de enunciar. Y parece ser que así ocurrió pues ni durante el trayecto de ida ni durante el trayecto de vuelta nadie se metió con mi bolsa de la FNAC. Huelga decir que mi tosco ardid acabó siendo todo un éxito.

 El siguiente problema (ya he superado los dos anteriores y me siento como Ulises, aunque no sé si el de Homero o el de Joyce) era el de transporte. Como dijo Buenafuente esa noche o la siguiente, “los transportes públicos irán mal… y el día de la Huelga también”. Si llegar a tiempo con el tren de cercanías para entrar a las 8.10 es de normal una odisea (soy Ulises), el día de la Huelga General, con servicios mínimos que normalmente no se cumplen, resultaría una tarea imposible. Además, hace tiempo que no conduzco (aún conservo el coche pero no lo saco nunca, en parte porque no tiene pasada la ITV, no va la batería y me di de baja del seguro obligatorio) y por todo lo anterior resultaba impensable sacarlo esta vez (además, en los últimos años las infracciones de tráfico son objeto de condenas muy superiores a las de terrorismo internacional, aunque esa es otra historia y tema de otro artículo) y me muevo únicamente con transporte público. Salí con tiempo de casa y empecé a ver grupos de gente apiñados en las paradas de autobús, por lo que decidí ir a pie a la estación (como si fueran los días de Fallas). Por lo visto, los piquetes “informativos” habían empleado el grueso de sus fuerzas (que conste que no me refiero a Cándido Méndez) en impedir la salida de los pocos autobuses acordados previamente en los servicios mínimos y habían dejado “descubiertos” otros muchos flancos (por ejemplo, funcionaban casi todos los bares, aunque hay que reconocer que los bares son sagrados en este país). También vi muy pocos taxis: es curioso, los taxistas siempre van chuleando por ahí, escuchando a Federico (lo cual te deja ya tocado  para el resto del día) y repitiendo hasta la saciedad eso de que “este país lo arreglaba yo en dos patadas”, pero ese día hicieron mutis por el foro. Cuando llegué a la entrada lateral de la estación, de donde salen los cercanías que suelo coger, me llamó la atención que no hubiera nadie (otro flanco descubierto). Y cuando digo nadie, quiero decir nadie: no había piquetes “informativos” que pudieran descubrir el ardid de mi bolsa de la FNAC y me llamaran “ardilla” (cosa que me hubiera extrañado, porque hace tiempo que no como nueces, aunque son buenas para el colesterol y debería comerlas); no había policías que garantizaran el derecho de los que no quisieran hacer huelga; por no haber, no había ni interventores y las cancelas y tornos de los trenes de cercanías estaban completamente abiertas (ese día se colarían más de lo normal). Así que, tranquilamente, con mi uniforme de cantautor y mi bolsa de la FNAC entré en la estación e hice tiempo para el primer tren de los servicios mínimos, el de las 7.53 que me haría llegar 30 minutos tarde al trabajo. Huelga decir que nadie se metió conmigo, en parte porque los que me rodeaban estaban en la misma situación que yo.

Sorprendentemente, el tren acordado por los servicios mínimos (y por el no menos sorprendente acuerdo de última hora entre un gobierno autonómico contra las cuerdas y unos sindicatos contra las cuerdas) salió a su hora y pude llegar tarde al trabajo (aunque no tan tarde como Ulises).

A la vuelta, hacia las dos del mediodía, la misma historia: un tren de cercanías de servicios mínimos atestado de gente, una estación sin interventores, ni piquetes ni policías, un nuevo recorrido a pie por una Valencia desierta y al final llegué a Ítaca. Huelga decir que todo muy normal y sin incidentes. Más que una Huelga General, fue una Huelguita General (y, si me apuras, teniente coronel, o hasta sargento chusquero).

 


 

EL TREN DE CERCANÍAS

 

Viajar en tren ha recuperado parte de su antiguo encanto. Viajar en tren de alta velocidad, por supuesto. Hasta los famosetes entrevistados con ocasión del estreno de la línea de alta velocidad entre Madrid y Valencia reconocían que prefieren el AVE porque de esta manera se evitan las interminables horas de espera y las humillaciones (en nombre de la seguridad) que sufren en cualquier aeropuerto.

Pero viajar en tren de cercanías es otra historia. Lógicamente, no se trata de viajes largos de placer o de negocios, como los del AVE, pero sí la forma habitual de desplazarse al lugar de trabajo por parte de millones de personas en este país. Y como este servicio no da grandes dividendos a las compañías, éstas apenas realizan inversiones en su mejora y el personal tiene que contentarse con trenes anticuados, sucios y lentos.

Pero, con diferencia, lo peor de los trenes de cercanías es la fauna que habita en ellos de manera casi regular, consuetudinaria diríamos. La gente rara y los frikis  que vemos en el metro o el autobús de las grandes ciudades no son nada comparados con los que uno se encuentra en el tren de cercanías. La línea de cercanías Valencia-Xàtiva es pródiga en este tipo de individuos, y curiosamente casi todos ellos suben o bajan en la estación de A. (al igual que yo, aunque en comparación con ellos yo soy casi normal). Veamos algunos ejemplos.

Uno de los más habituales, pues pienso que casi hace la vida en el tren, es el individuo al que denomino El Correcaminos o El del Subidón. Se trata de un hombre de mediana edad, ya muy machacado  por las razones que iremos viendo. Este señor siempre tiene aspecto de haber consumido “sustancias” (como dicen en la tele) y de haberse bebido todos los Red-Bull de un Mercadona. En consecuencia, va siempre inquieto, con una energía desbordante, con las palpitaciones más altas que un periodista en una rueda de prensa de Mourinho. En cuanto llega el tren, quiere ser el primero en entrar, y no sé para qué tanta prisa, si luego se pasa todo el viaje caminando deprisa por todos los vagones del tren, como si necesitara expulsar toda la adrenalina que su cuerpo ha generado. Incluso a veces llega a cambiar de tren a mitad de camino, porque por lo visto acaba cansado de patear el mismo tren. Además, parece que esté todo el día haciendo lo mismo, porque igual lo encuentras a las 8 de la mañana, a la 1 del mediodía o a las 7 de la tarde.

También es muy activo otro personaje al que llamo El Trekkie. Es un individuo enjuto, con aspecto de tener pocas luces, también de mediana edad, que va vestido de deportista y lleva un botellín de agua; al parecer coge el tren de cercanías para desplazarse a otro pueblo y hacer senderismo en algún paraje todavía agreste. El Trekkie también espera con impaciencia la llegada del tren y pugna por ser el primero en entrar. Desconozco si tiene noticia de la existencia de El Correcaminos, aunque vuelvo a insistir en el hecho de que ambos parecen ser oriundos de A.

La frenética actividad y el exhibicionismo de El Trekkie y El Correcaminos contrastan con el disimulo y la ocultación de la que hace gala El señor Ocupado, un señor ya mayor, vestido como antiguamente iban vestidos en los pueblos, y que siempre repite el mismo comportamiento: en cuanto el tren sale de Valencia se mete en el lavabo y no sale hasta que el tren llega a su estación de destino, que en este caso no es A.

Pero si nos habíamos quedado con ganas de “marcha”, El Trekkie y El Correcaminos no son los únicos capaces de animar el tren. Ahora entran en juego las personas procedentes de otros países, que también dan mucho de sí. Los más ruidosos, con diferencia, son una pareja de jóvenes rumanos a los que propongo denominar Los Pimpinela rumanos o Pepa y Avelino de los Cárpatos.  Se trata de una pareja de jóvenes rumanos, hombre y mujer, no sé si payos o gitanos (a pesar de ser profesor de Secundaria, no soy capaz de precisar este detalle étnico), que se pasan todo el trayecto discutiendo a grito pelao. Y como son conscientes de que en el fragor de la discusión podrían llegar a las manos, deciden poner tierra de por medio: lo que hacen es sentarse en los extremos de un mismo vagón, separados por unos veinte metros de distancia, y comienzan la discusión interminable. Se dicen de todo, a voz en grito, por encima de las cabezas de los demás pasajeros, que no dan crédito a la situación. Me gustaría aprender rumano (al igual que Unamuno aprendió danés para leer a Kierkegaard) sólo para tener la satisfacción de poder entender lo que se dicen el uno al otro. Si aprendieran español, tened la seguridad de que esta pareja sería la estrella de los reality shows vespertinos o del flamante nuevo canal GH 24 Horas, un canal tan didáctico e informativo como el que reemplaza en la señal de TDT.

Al margen del guirigay que arman los chinos con sus conversaciones, y que debemos respetar porque hablan una milenaria lengua tonal (en román paladino, que hablan cantando), la contribución extranjera la completa El Mendigo, un magrebí ya entrado en años, con barba canosa de mendigo que ejerce el noble y ya casi desusado arte de la mendicidad retórica. Al igual que El Correcaminos, vive en A. pero se pasa la vida en el tren, a todas horas, entonando una triste y lastimera historia que se inicia con la frase “Soy de tierra de Jordania…”, octosílabo perfecto que parece sacado del Romancero Viejo. Lo curioso es que esa historia en la cual tiene una hija pequeña que pasa hambre le sigue generando pingües beneficios (desde hace tres años que lo “conozco”, la hija pequeña sigue teniendo  nueve meses, porque por lo visto en las lastimeras historias de los mendigos con arte, como él, las personas quedan inmovilizadas en el continuo espacio-tiempo, fenómeno digno de lo investigue Punset).

Por supuesto que hay más gente extraña en el tren de cercanías, pero no quiero alargar en demasía el artículo. Tan sólo quisiera añadir la presencia, sobre todo en las estaciones pequeñas, de unos guardias de seguridad muy democráticos. Y lo digo sin ironía, porque, creyendo quizá que están en una discoteca o en un aeropuerto, miran a todos los pasajeros como si fueran delincuentes en potencia. De nada sirve que algunos vayan bien vestidos, con traje y corbata en el caso de representantes y ejecutivos, o que otros llevemos materiales didácticos que dejan bien a las claras que somos profesores (y por tanto, en la Comunidad Valencia, somos “autoridad pública”, aunque el conseller todavía no nos ha entregados las estrellas de sheriff, da igual que sean de un todo a cien, pues estamos en crisis). Para estos eficientes guardias de seguridad todos somos sospechosos. Y cuando bajas del tren, todavía aturdido después de haber presenciado durante media hora el espectáculo de El Correcaminos, El Trekkie, El señor Ocupado, los Pimpinela rumanos  y el Mendigo, no te queda más remedio que pasar a cancelar el billete “bajo la atenta mirada de Mourinho” (perdón, del segurata, en qué estaría yo pensando).


LAS CANCIONES “CANÓNICAS”

                                               

Uno de los asuntos musicales que mayor obsesión despierta en Internet es la búsqueda y identificación de canciones modernas que reproducen la llamada progresión armónica del Canon en re mayor del compositor barroco alemán Johann Pachelbel.

Es fácil encontrar en la Red extensos catálogos de canciones unidas por ese curioso vínculo, a veces inconsciente y otras veces claramente consciente, premeditado y plagiado. Más aún, en ocasiones se han dado casos de denuncias de los autores de una canción a los de otra (como la denuncia de los autores de Uruguay te queremos ver campeón  contra la cantautora canaria Rosana y su tema Soñaré), sin darse cuenta de que existía una ultima ratio, un modelo primigenio que no era otro que el Canon de Pachelbel. También es curioso y paradójico que el Canon sea hoy una pieza archiconocida, presente en todas las antologías de música barroca y en cualquier CD de adagios y música chill-out, en el hilo musical, en los anuncios televisivos, en las bodas y en las bandas sonoras de películas. Pero se trató de una pieza prácticamente olvidada hasta que el director francés Jean-François Paillard y su Orquesta de Cámara la resucitaron a mediados de los años 60 y Karajan la reinventó en una orquestación posromántica que no tenía nada que ver con el sobrio original barroco de tres violines y un bajo continuo (una versión cercana al original aún se puede escuchar, con un clavicordio como bajo continuo, en la versión de I Musici).

No es mi intención ofrecer un amplísimo listado de las obras musicales modernas que se basan en la progresión armónica del Canon, pues se trata de una información que, como hemos dicho, es fácilmente accesible en Internet. Lo que sí pretendo es reflexionar sobre la variedad de estilos musicales a los que pertenecen todas esas piezas “modernas” que tanto se “parecen” al Canon: baladas, rock progresivo, hard rock, punk, techno, himnos nacionales, himnos futboleros. Tampoco pretendo entrar en sutiles disquisiciones musicológicas sobre ese parecido, pues escaparían a la comprensión de muchos lectores. Quizá mi condición de mero aficionado a la música con conocimientos bastante simplones me permitiría expresarlo en términos más sencillos: cuando se habla de que una canción “se parece” al Canon de Pachelbel, no se refiere a la melodía sino a la armonía, y más específicamente a la progresión armónica, que sería como un común denominador de melodías muy diversas, como una especie de ADN o código de barras que permite identificar melodías en apariencia muy distintas. A algunos lectores la palabra armonía les sonará a acordes y, efectivamente, una de las pruebas más simples y a la vez efectivas para demostrar que una canción tiene la misma progresión armónica que el Canon de Pachelbel es que podemos cantarla mientras tocamos la misma secuencia de arcordes en una guitarra: en concreto la secuencia de acordes DO-SOL-LAm-MIm-FA-DO-FA-SOL. Algunos musicólogos han observados que esta secuencia de acordes o progresión armónica constituye una tendencia natural en la composición, algo así como un “universal musical” o como un equivalente musical del número áureo o divina proporción de la arquitectura.

De las múltiples listas de Internet que mencionan canciones y temas musicales con la misma progresión armónica que el Canon de Pachelbel, me llamó la atención una (www.origenmusic.com/canon-pachelbel2.html) que sitúa como primera “pieza musical moderna” el himno de la Unión Soviética (cuya música vuelve a ser, desde el año 2000, la del himno de la Rusia postsoviética). Efectivamente, si aplicamos la sencilla prueba de los acordes de guitarra citada antes, veremos que encaja perfectamente. Además, es casi seguro de que en este caso se trata de una similitud inconsciente, pues en 1944 nadie conocía el Canon de Pachelbel. Más aún, demuestra algo que iremos corroborando a lo largo de este artículo y que no deja de resultar inquietante: que muchas canciones basadas en el Canon de Pachelbel son himnos o se han convertido en himnos para diversas colectividades (en especial, himnos futboleros). ¿Es posible que esa progresión armónica universal lleve en sus genes la potencialidad de convertirse en himno? Item más: en 1979 un grupo de música disco compuso una canción que en su momento no tuvo especial repercusión, una canción que también fue planteada como un himno, en concreto para la comunidad gay. La canción se llamaba Go West y el grupo Village People: con casi total seguridad, no fueron conscientes del parecido con el Canon, pero la similitud armónica es total, hasta el punto de que es la canción más citada en Internet como “copia” de la progresión armónica del Canon. En 1993 un dúo de música tecno y bailable realizó la cuadratura del círculo: fueron conscientes de la similitud de Go West con el Canon y barruntaron también el parecido armónico con el himno soviético (el tempo lento y solemne y las armonías pachelbelianas del himno soviético también se hacen evidentes en la canción Leningrad de Billy Joel). El resultado fue la versión de Go West  que realizaron los Pet Shop Boys, desplazando al principio de la canción las primeras notas del himno soviético (las connotaciones “soviéticas” son muchísimo más claras en el videoclip de la canción) y haciendo resaltar en diversos momentos las similitudes armónicas con el Canon de Pachelbel. Esta versión se convirtió inmediatamente en un éxito mundial. Posteriormente, Go West  ha acabado siendo una de las canciones más cantadas en los campos de fútbol, confirmando el destino como himnos de las canciones basadas en el Canon.

Las primeras versiones “deliberadas” del Canon proceden de grupos de finales de los 60, justo en la época en que la propia música clásica redescubrió dicho tema musical con las versiones de Paillard y Karajan. Son bien conocidas la versión del grupo de Vangelis y Demis Roussos, Aphrodite´s Child, llamada Rain and Tears  y la curiosa versión góspel de un grupo español llamado Pop Tops en la canción Oh Lord! Why Lord! . Además, ambas mantenían el ambiente barroco del original, con el órgano de Vangelis en el primer caso y con el tono góspel de coral luterano en el segundo. Además del tono barroco, el parecido no es sólo armónico sino también melódico, hasta el punto de que más que ser canciones con la misma progresión armónica se podrían considerar, en términos clásicos, variaciones  del Canon, como las que más tarde compuso otro músico progresivo, Brian Eno, en Discreet Music.

En el completo listado titulado “Johann Pachelbel Canon in D major and popular culture” (www.origenmusic.com/canon-pachelbel2.html) se rastrean incluso canciones anteriores a 1968, comenzando precisamente por el ya citado himno soviético. En este sentido, se citan clásicos de grupos de la Invasión Británica como el puente instrumental barroco que George Martin compuso para la inolvidable In my life  de The Beatles (1965), el coro de la canción music-hall de The Who titulada Pictures of Lily  (1965) y en las baladas corales de Bee Gees tituladas Spick and Specks (1966) y Holiday  (1967), aunque yo añadiría también dos pequeñas joyas pop del grupo de Manchester Herman´s Hermits: The End of the World  y Listen People. La progresión armónica del Canon, según esta fuente y muchas otras, también alcanza a finales de los 60 y principios de los 70 a géneros tan diversos como la balada de cantautor, reflejada por Streets of London  de Ralph McTell, y el glam rock: respecto a este último género, se suelen señalar Changes de David Bowie  y sobre todo All the Young Dudes, escrita por Bowie para Mott the Hoople; ahora bien, sin negar que en ambas se aprecia la progresión armónica del Canon, veo con mayor claridad esta influencia en la canción Saturday Gigs de Mott The Hoople, la cual comparte con All the Young Dudes  el tempo lento y su carácter de canción-himno, algo muy frecuente en casi todas las canciones que plagian el Canon.

En el periodo 1974-1982 la influencia del Canon se refleja en otra dimensión: el empleo de la melodía original de Pachelbel como tema central de bandas sonoras de películas, como son El enigma de Kaspar Hauser  de Werner Herzog (1974), Ordinary People/Gente corriente  de Robert Redford (1980) y Volver a empezar  de José Luis Garci (1982); en esta última, alterna el canon original con versiones modernas como la de Oh Lord! Why Lord! de Pop Tops. En una línea similar, también he detectado que un pasaje coral de estilo entre folk céltico y pre-new age a lo Enya que cierra la cara A de Ommadawn (1978) de Mike Oldfield también tiene la misma progresión armónico; pensaba que era una apreciación muy subjetiva, pero he encontrado una referencia similar en los comentarios de usuarios en la página de Amazon dedicada a Ommadawn .

Los años 80 y 90 conocen otra oleada de canciones que copian la progresión armónica del Canon. Sin duda, el punto de partida de esta segunda oleada es la ya citada Go West de Village People (1979), aunque con casi total seguridad sus autores no fueron conscientes de la semejanza. En algunas canciones de los 80 podemos atisbar semejanzas armónicas: aunque no aparece citada en ninguna lista, yo señalaría algunos pasajes instrumentales de Guess that´s why they called us the blues de Elton John (1982), mientras que en dos canciones bastante más tardías del mismo autor, Live like Horses (1997) y Original Sin (2002) la presencia de la progresión armónica del Canon es mucho más clara. En el ámbito hispánico, documentamos en 1980 otra de las grandes versiones del Canon: Uruguay te queremos ver campeón, de Beto Triunfo y Roberto Da Silva, claro ejemplo de cómo la progresión armónica del Canon se presta a la creación de himnos patrióticos o futboleros. Pero es sin duda la primera mitad de los años 90 el período de mayor concentración de plagios de la estructura armónica del Canon. All Together Now de The Farm (1991) es uno de los ejemplos más paradigmáticos: es el único éxito importante de dicho grupo; el parecido con el Canon no sólo consiste en una idéntica progresión armónica, sino que el sonido de cuerdas pasado por sintetizador con que se abre la canción reproduce exactamente la melodía del Canon; por todo ello, esta canción se convierte en una variación del propio Canon más que en una canción independiente; finalmente, con el tiempo, esta canción se ha convertido en un himno futbolero (del Everton y de la propia selección inglesa en la Eurocopa de 2004). Como expusimos anteriormente, la magnífica versión de Go West  realizada por Pet Shop Boys (1993) consigue hacer explícita la progresión armónica del Canon a la vez que lo vincula con el himno soviético. También de 1993 es Cryin´, balada heavy del grupo Aeroesmith, donde la progresión armónica del Canon es claramente perceptible. Al año siguiente encontramos una nueva vuelta de tuerca del Canon: el grupo Green Day consigue insertar la progresión armónica del Canon en un endiablado tempo acelerado de punk-rock en la canción Basket Case (1994). También de 1994 son dos canciones del grupo brit-pop Oasis citadas con frecuencia como deudoras de la progresión armónica del Canon: Whatever  y Don´t Look Back in Anger, aunque en mi opinión la influencia es mucho más clara en la segunda (donde a su vez se entremezcla con el Imagine  de Lennon, porque en la música moderna, y sobre todo en la de Oasis, no hay nada nuevo bajo el sol). De 1996 son Get me Away From Here I´m Dying  de Belle & Sebastian  y Walking on the Milky Way  de OMD. Del año 2000 es otra variación  del Canon, la célebre Graduation Song (Friends Forever)  de Vitamin C, que, como no podía ser menos, se ha convertido en un verdadero himno de las graduaciones en Estados Unidos (he de confesar que descubrí la canción de casualidad mientras veía Scary Movie 2). Todas estas canciones tienen los mismos acordes de guitarra citados antes, como demuestra en un divertido vídeo satírico el cómico y músico Rob Paravonian. Y la lista sigue con artistas más recientes y de géneros musicales muy diversos desde la música negra, rap y hip-hop (Coolio, Sugarbabes, Alicia Keys en su exitosa y melismática No one) a los crooners y baladistas (To Love You More  de Celine Dion). En este último género, destaca la versión que Phil Collins realizó en 2002 de una antigua balada de Leo Sayer titulada Can´t Stop Loving You: si escuchamos el original de Leo Sayer, no notamos nada peculiar, tan sólo una vaga similitud armónica con el Canon pero poco más; en cambio, en la versión de Phil Collins, la semejanza de la parte lenta de la canción con la progresión armónica del Canon es total, clarísima: nos encontramos ante un fenómeno similar al que ya señalamos con respecto a la versión de Pet Shop Boys del Go West de los Village People: las versiones más recientes toman conciencia del parecido armónico con el Canon y lo enfatizan para tener más éxito comercial; se podría hablar de un fenómeno de repachelbelización de canciones basadas en el Canon. A todo ello podríamos añadir en los últimos años meras variaciones del Canon, tan claras que incluso lo mencionan en el título (An Improvisation on the Canon  de Robin Spielberg, Pachelbel 8000 de Mars).

Podríamos terminar este extenso artículo con un pequeño repaso a las canciones del ámbito hispanohablante que copian la progresión armónica del Canon de Pachelbel. En este sentido, nos ha sido de gran utilidad el Palmera Blog (www.pablogindel.com) del bajista uruguayo que mencionaba el himno futbolero Uruguay te queremos ver campeón  de Triunfo y Da Silva y cómo canciones posteriores como Soñaré  de Rosana se parecían tanto (lo cual motivo una querella por plagio de los primeros a la segunda). En el ámbito hispanoamericano se han observado diversas canciones que copian la progresión armónica del Canon (Volverte a ver  de Juanes, Paloma  de Calamaro, Estoy tan cansado  de Moenia). En cambio, en el pop español peninsular apenas se ha realizado esa misma investigación. Yo apuntaría unas cuantas, representativas, como ya hemos visto, de diversos géneros musicales: en los años 70, siguiendo la moda de Oh Lord! Why Lord!, encontramos que el pasaje recitado de Pedro Ruy Blas en A Los que hirió el amor se apoya en unos acordes de órgano idénticos a la progresión armónica del Canon; en cuanto al techno o pop electrónico, ámbito bastante propicio a copiar la progresión armónica y de bajos del Canon, se podría citar Si esto no es amor  de OBK; en el ámbito del pop comercial, entre épico e intimista, la canción Jugando con el tiempo de Mikel Erentxun (tanto en la progresión armónica como en la propia melodía del canon que surge en el glissando  final del piano) y la canción Nube del elepé Más Guapa de La Oreja de Van Gogh. Incluso se acerca a la progresión armónica del Canon el único éxito de un grupo de la movida, Glutamato Yey-yé y su Todos los negritos tienen hambre y frío. En el ámbito de la balada melódica a la italiana, de gran éxito también en Hispanoamérica, Alejandro Sanz ha sido uno de los compositores que siempre ha estado en el punto de mira de los “cazadores del Canon”: el bajista uruguayo de Palmera Blog cita una canción de su primer disco, Canta para (1991), pero hay una canción de Sanz que desde el principio me fascinó y de la que sospeché su proximidad armónica con el Canon. Se trata de A la primera persona, del elepé El tren de los momentos (2007), canción cuyo tono lento y ambiente barroco (que permite el empleo de un instrumento típico del Barroco, la trompeta, como instrumento solista) son ya una invitación a la progresión armónica del Canon, pues la canción encaja perfectamente con los acordes de guitarra citados al principio del artículo (de hecho, la canción es una especie de melodía continuada donde todas  las partes encajan con la progresión armónica del Canon, que se repite una y otra vez sin descanso). De hecho, esta canción motivó una acusación de plagio, ya que una balada italiana publicada unos meses más tarde, A te  de Jovanotti, era casi idéntica a la canción de Sanz en el tono lento, la melodía de letanía, el paulatino crescendo… y por supuesto, la repetición continuada de la progresión armónica del Canon de Pachelbel, verdadero tertium comparationis  de ambas canciones (como se refleja en la versión italiana de la Wikipedia dedicada al Canon de Pachelbel: http://it.wikipedia.org/wiki/Canone_di_Pachelbel).

Por último, hemos de advertir que la prueba de los acordes de guitarra y el énfasis en que se trata de una similar armonía y no melodía, nos permite excluir de la lista de canciones semejantes al Canon, como también señala con acierto el internauta uruguayo de Palmera Blog, canciones como Let it Be de The Beatles, No Woman No Cry  de Bob Marley, With or Without You de U2 y Torn de Natalie Imbruglia, que pueden tener una cierta afinidad melódica pero son muy distintas en cuanto a los acordes; de hecho, en las listas de internet más actualizadas que sirven de guía al presente artículo, estas canciones están eliminadas. Con esas canciones, los tradicionales “cazadores del Canon” estuvieron equivocados.

Pero aun desechando esas canciones, los ejemplos son muy numerosos y representativos de todos los géneros de la música moderna, pues, quizá, como se dice a veces en Internet, toda la música moderna no es más que una gigantesca variación eterna del Canon de Pachelbel.