|
ÉTICA
Y LENGUAJE:
José
Miguel Hernández Terrés
(Universidad de Murcia)
Resumen
Se trata
en este trabajo de dar cuenta de las implicaciones antropológico-comunicativas presentes
en la explicación de uno de los llamados trascendentales del ser de la
filosofía escolástica, a partir de la explicación actualizada dada del concepto
de “verum” por el filósofo y teólogo suizo H. U. von Balthasar.
Palabras clave: Filosofía
del lenguaje, vedad, mentira, antropología lingüística, Pragmática lingüística
Abstract
It is in
this work to account for communicative anthropological implications in the explanations
of one of so-called transcendental properties of being of scholastic philosophy,
from the current explanation of the concept of
verum by the Swiss philosopher and theologian H. U. von Balthasar.
Key words: Philosophy of language, truth, lie, linguistic anthropology, linguistics Pragmatics
0.
Tratamos en este trabajo de dar cuenta de la presencia del lenguaje humano en
la personal explicación y actualización que realizó el filósofo y teólogo H. U.
von Balthasar del tema de los trascendentales del ser. No es mi intención
entrar de lleno en el tratamiento del tema de los trascendentales del ser en sí
mismo, sino simplemente hacerme cargo del hecho de que en la explicación del
“verum” el filósofo suizo introduce una dimensión que creo puede interesar
plenamente a la teoría del lenguaje, y ser pertinente para el esclarecimiento
de algunas de las cuestiones de plena actualidad de la lingüística teórica y/o
lingüística general; y esto en la medida en que el autor de referencia no sólo
explica el tema de fondo, la verdad del ser, con una nitidez y profundidad
realmente admirables, sino, y sobre todo, por el hecho de que interpreta la
relación entre sujeto y objeto a
propósito de la verdad en términos comunicativos tales que los estudiosos de la
comunicación y del lenguaje humano podemos entender muy cercanos a algunos de
nuestros campos de interés. Ha de tomarse, por tanto, este trabajo con todas
las cautelas necesarias, por cuanto quien lo escribe no es un filósofo, sino un
lingüista que más bien piensa en su comunidad científica. Y en esta se suele
mantener una actitud de permanente apertura a nuevas perspectivas de estudio,
al mismo tiempo que se suele ser consciente de las limitaciones de cada una de
las parcelas que conforman nuestra disciplina. La amplísima parcelación de los
estudios lingüísticos no empece el hecho, simple pero seguro, de que más allá
de las concreciones de nuestros intereses científicos puntuales, estamos
hablando siempre de una realidad en sí misma única y, en cierto sentido previa,
a todas y cada una de esas concreciones particulares que pueden interesarnos
legítimamente por una u otra razón. Y desde este hecho, una mirada a ciertos
asuntos propios de la lingüística más esencial desde cierta filosofía del
lenguaje creemos que puede ayudar a aclarar un poco algunas cuestiones.
Pues
bien, hoy en día son escasas las reflexiones que se dirijan a esa dimensión
única y previa. O, dicho de otra manera, tenemos muchas lingüísticas y pocas
filosofías del lenguaje, o teorías del lenguaje. Y sin quitar ni un ápice de
legitimidad, valor e importancia a ese sinfín de intereses científicos
particulares y fragmentados de la lingüística contemporánea, no parece que sea
ocioso que volvamos a adoptar renovadas perspectivas universales que, además,
bien pudieran iluminar y ayudar a extraer mejores conclusiones en algunas de
las parcelas o ámbitos propios de la lingüística contemporánea.
El
título del trabajo no debe llevar a confusión. Como hemos dicho, se trata de
recuperar, sin ningún tipo de prejuicio, la idea que del lenguaje humano se
destila en la obra de uno de los pensadores más importantes del siglo pasado,
quien antes y al mismo tiempo que teólogo fue un filósofo de gran altura, por
lo que es normal que, como en todo sistema filosófico bien construido, aparezca
el fenómeno del lenguaje humano en alguno o algunos de los puntos fundamentales
de sus esquemas de pensamiento. Y esto es, justamente lo que pretendemos
esbozar en este trabajo.
1. El lugar del lenguaje en el pensamiento filosófico de
von Balthasar.
Me centraré, por ahora, en una sola obra del pensador
referido: el primer volumen de su Teológica. La verdad del mundo[1].
El tema del libro es un clásico de la filosofía escolástica y medieval en
general: el concepto de verdad en el marco de los denominados “trascendentales
del ser”[2].
En el análisis que v. Balthasar hace de uno de los trascendentales, (verum),
aparecen en varios momentos cuestiones de naturaleza semiótica o
semio-lingüística de gran interés, que aportan una visión no frecuente en
nuestros ámbitos y creemos que de gran valor. Se trata, como veremos, de
cuestiones que encajan de lleno en los ámbitos de interés de
Ya
desde el principio de la obra, la relación entre sujeto y objeto puede
entenderse en términos semióticos tales como la relación entre el
hablante-emisor y el mundo objeto de referencia. Veamos algunos textos
significativos.
En el hombre, la conciencia adquiere un
carácter más íntimo al convertirse en autoconciencia. El ámbito interior no es
sólo, como en el animal, luminoso, sino luz para sí mismo. El hombre es el
primer ser que se posee a sí mismo y, por tanto, libre. … en la medida en que
es espíritu puede disponer de sí mismo. Puede, por tanto, disponer del qué y
del cómo de sus exteriorizaciones. La libertad está inserta entre la palabra
interior y la exterior; llega a ser una parte esencial de la verdad. El hombre
libre dispone de la verdad que se le ha puesto en las manos y se le ha confiado
para que la administre de modo autoconsciente. Es el primer ser que puede decir
libremente la verdad, y es también, por esto, el primero que puede mentir (op.
cit. p. 94)
Podríamos decir que v. Balthasar
parte, para los temas que le interesa desarrollar, de una determinada
concepción antropológica basada en los conceptos de autoconciencia y libertad:
el hombre se posee a sí mismo y, por tanto, es libre. “Exteriorización”,
“palabra interior”, “palabra exterior”, “el que´ y el cómo de las
exteriorizaciones”, son conceptos con claras resonancia
lingüístico-comunicativas que iremos desmenuzando e interpretando, y en los que
creemos ver también una explicación de algunas de las profundas raíces en las
que queda anclada la construcción de mensajes que sean justamente expresión de
lo conocido como verdad.
Veamos
esquemáticamente la explicación de v. Balthasar, que fácilmente podemos
reformular en términos semióticos:
Vemos, pues, que inicialmente v. Balthasar ya
establece un esquema que podríamos considerar esencialmente semiótico, dado que
la realidad descubierta no es otra cosa que lo que en nuestros ámbitos solemos
llamar el referente, y los modos de exteriorización no serían sino las formas
de construcción de los mensajes. Lo importante creemos que está en dejar
sentado desde un principio que la relación entre ambos está regida por la
libertad. En la explicación v. Balthasar utiliza los términos “palabra interior” y
“palabra exterior”. La primera es la verdad misma en tanto que conocida y a
disposición del sujeto, mientras que la segunda sería el mensaje mismo creado,
en el que se administra la verdad conocida. Pero para v. Balthasar lo
importante en este punto, insistimos, es el elemento de tránsito de un ámbito a
otro. Diríamos que el qué (verdad conocida/referente) se ha convertido en
palabra interior, ha adquirido en la consciencia del sujeto representación
objetiva y forma lingüística, mensaje que resuena en su interior, y cuya
exteriorización o conversión en palabra exterior puede controlar libremente. La
palabra exterior está previamente sometida voluntariamente a cómo quiere el
sujeto que sea tal palabra. El tránsito de un ámbito a otro está gestionado,
podríamos decir, por la libertad. De este modo el esquema anterior puede
concretarse más en los siguientes términos:
La palabra
interior ya establece con respecto a la verdad objetiva una visión
perspectivística; el sujeto se descubre a sí mismo capaz de establecer la
medida entre las cosas y la expresión de las cosas. En términos lingüísticos hablaríamos de
perspectiva ante los hechos, focalización, etc. La activación de estos
mecanismos ya implica decisiones de libertad, en el planteamiento de v.
Balthasar. Ante el hecho, mundo o realidad conocida, la primera gestión o
ejercicio de libertad consiste en configurar libremente una “verdad subjetiva”;
una focalización de la verdad a partir de la cual construiremos el mensaje, y
en el que quedará plasmada no ya la realidad objetiva, la “verdad objetiva”,
sino la realidad “perspectivizada” o “verdad subjetiva”
Pero antes
de continuar con el resumen de la teoría de v. Balthasar, volvamos al esquema
2º. Como seres cognoscentes y comunicativos, administramos la verdad de modo
autoconsciente. Digamos, si queremos no herir sensibilidades, que administramos
nuestro conocimiento de la realidad, del mundo, de los hechos, etc., de modo
autoconsciente; es decir, reflexivo, sabiendo que podemos, justamente, dar más
o menos de lo poseído por el conocimiento; incluso que podemos no dar nada de
él deliberadamente, y esto será entonces el silencio intencionado sobre algo,
la deliberada decisión de no hablar sobre algo, también en uso de la libertad[4].
El hablante es efectivamente autoconsciente de lo que dice y de lo que no dice.
Y esta autoconsciencia es lo que está presente también en la mentira, en la que
libremente se decide no ya “no hablar”, sino hablar para, libremente, no
representar para el otro la verdad “accedida” o conocida. Ser veraz o mentir
son comportamientos comunicativos éticamente marcados, y como tales, tienen que
ver, según v. Balthasar, con el principio supremo de la libertad que rige el
actuar entre la palabra interior y la palabra exterior[5].
Antes de
seguir con la exposición del modo de entender estas cuestiones v. Balthasar,
hemos de detenernos en un aspecto importante
en la explicación del teólogo que nos habla de la naturaleza
comunicadora del hombre. Veamos el texto en el que se encuentra la cuestión a
la que nos referimos:
El
develamiento ontológico coindice con la posibilidad de darse. El espíritu
recibe en el mismo instante ambos regalos: saber la verdad y decir la verdad
(subr. nuestro). Sería inconcebible que
recibiera el primer don sin el segundo. El espíritu se consumiría en la
plenitud interior de la verdad sin poderla exteriorizar. Sería como una luz que
tuviera que iluminarse a sí misma, sin poder irradiar. Sería una comunicación
que no podría ser comunicada, una palabra que no se podría pronunciar. La
intensidad del espíritu exige inmediatamente poder existir, la posibilidad de
su extensión hacia fuera. La revelación del ser ante sí mismo, es también, a la
vez, la posibilidad y, por tanto, la exigencia de su revelación a otros (op.
cit. pp. 94 y 95)
Según
esto, la comunicación o actitud comunicativa del ser humano, es, podría
decirse, el estado natural del ser cognoscente. Esta “exigencia de revelación a
otros” coincide con el impulso comunicativo inmediato. En los esquemas más
simples del circuito o circuitos de la comunicación suele presentarse esto de
forma más sencilla como la respuesta a un estímulo externo que provoca la
realidad conocida o percibida por el sujeto hablante. Pero en el pensamiento de
v. Balthasar este planteamiento más o menos conductista no tiene cabida. Parte
el filósofo de una concepción antropológica muy diferente a la que subyace en
el conductismo más o menos confesado. Para él la comunicación es una exigencia
de la intensidad del espíritu; intensidad a la que se ha llegado en el estado
de conocimiento de la verdad. La posibilidad de extensión hacia fuera es,
sencillamente, el lenguaje humano. Y por primera vez, por poseer también esta
posibilidad de “extensión hacia afuera”, aparece “el otro”, el destinatario de
la revelación. Aparece lo que los lingüistas llamamos relación comunicativa,
relación interpersonal en el circuito de la comunicación, o como quiera que sea
que llamemos a esto. v. Balthasar matiza este punto, o más bien, amplía las
argumentaciones anteriores sobre la libertad de la siguiente manera:
Pero esta revelación es en adelante
libre. Si bien el hombre está hecho en general para la comunicación, la
naturaleza no le obliga a una determinada comunicación consciente. No necesita
decir lo que sabe. Puede disponer de su tesoro en saber hasta el punto de poder
hacer un libre don de cada información particular. Nadie puede arrebatarle su
verdad, nadie puede disponer de ella sin su conocimiento y consentimiento. La
verdad en cuanto develamiento se convierte en un acto libre y por tanto responsable, de gran importancia
ética. Es posible que haya una ciencia del alma y del espíritu humano en
general; no es posible que haya ciencia de un hombre singular concreto sin que
este se decida espontáneamente a hacer
accesible el objeto y el contenido de tal ciencia. En el mismo instante en que
aparece eliminada la intimidad de la conciencia animal con su soledad e
incomunicación esenciales, porque el ámbito espiritual interno no puede
manifestar a sí mismo la palabra espiritual, esta forma de la intimidad es reemplazada por una mucho más
elevada, más valiosa: por la forma de la libertad de la comunicación en
general. En el momento en que la verdad adviene totalmente a sí misma, puesto
que el develamiento del ente se posee y se comprende a sí mismo, la verdad deja
de ser una cosa universalmente accesible para convertirse en una realidad libre
y personal. Esto determina, tanto por parte del que comunica, como de parte del
que recibe, una actitud totalmente nueva. En el que comunica –libre dispensador
de la verdad- la comunicación comienza en una decisión libre de compartir con
el otro lo que le es peculiar. Tal decisión es una acción moral cuya
justificación depende de las leyes de la ética. La comunicación misma ocurre de
modo que la verdad íntimamente poseída logre expresión externa. Pero la
relación entre contenido y expresión no tiene ya el mismo carácter de necesidad
que poseía en la vida infraespiritual. El signo externo del contenido externo
no es aquel de un lenguaje naturalmente comprensible y simbólico. Si lo fuera,
en el instante de cumplirse la expresión, se eliminaría la libertad de la
intimidad espiritual. La libertad del espíritu consistiría entonces únicamente
en decidir si quiere mantener para sí su propio bien o renunciar a él en cuanto
algo propio… Si el espíritu debe ser realmente libre, ha de serlo, no sólo
antes de la comunicación, sino en y después de ella. Tiene que disponer de la
posibilidad de hablar de sí mismo, de revelarse de un modo verdadero sin tener
por eso que abandonar su intimidad, su ser-para-sí. Tiene que poseer la
posibilidad de darse al otro sin que el otro tenga la posibilidad de cogerlo.
Debe tener la rara capacidad de ofrecerse a sí mismo en examen sin que el otro
pueda ver directamente dentro de su alma. Esto resulta posible porque la
relación misma entre contenido y expresión está confiada a su libertad. La
palabra que pronuncia el espíritu libre es una palabra libremente formada y no
naturalmente establecida. (op. cit. pp. 95 y 96)
Parece
posible interpretar esta larga cita a la luz de conceptos y términos que nos
son más familiares a los lingüistas por proceder de nuestro propio ámbito
científico. Prevalece en el autor la idea de que el hablar es una actividad
anclada en la autoconciencia y en el
ejercicio de la libertad. ¿Qué quiere decir que la relación entre contenido y
expresión está confiada a la libertad del sujeto? No cabe deducir de esta expresión
que se desconozca el carácter convencional, supraindividual y preestablecido
del lenguaje y de las lenguas. El ejercicio de la libertad se refiere
evidentemente al hablar; y es en el hablar, no en las lenguas, donde el
individuo rehace libremente la relación entre contenido y expresión. v.
Balthasar se está refiriendo al hablar, al lenguaje en sentido pleno, entendido
como capacidad de comunicar; ha de tenerse en cuenta que habla de comunicación.
En este sentido han de entenderse expresiones como que el otro no puede ver
dentro del alma del hablante. Siendo esto así, su libertad de decir o no decir,
o de cómo decir, añadimos nosotros, queda a salvo. En este sentido, vale en términos pragmáticos
que la palabra pronunciada está “libremente formada”, y no “naturalmente
establecida”. No es que se niegue la realidad de la palabra “naturalmente
establecida” (podríamos decir convencionalizada), es decir,
Hemos de
insistir en que a la vista de la larga
cita anterior, ha de entenderse que ser comunicativo es uno de los atributos
del sujeto que lo diferencia de seres inferiores. El hombre es descrito en esto
como libre dispensador de la verdad;
todo acto comunicativo empieza en una decisión
libre de compartir con el otro, y como decisión personal de actuar depende de las leyes de la ética. Ya podemos anticipar alguna conclusión
importante derivada de estos planteamientos: ser veraz o no serlo en el
intercambio comunicativo es una decisión que queda anclada en el tipo de
relación interpersonal que libremente se decida establecer en relación con la
verdad develada. La libre dispensación
de la verdad actúa antes del acto comunicativo, en la comunicación y después de
esta.
Podríamos
esquematizar el pensamiento de v. Balthasar del siguiente modo:
En
diversos momentos
2.
La actividad del otro. El receptor
En
apretada síntesis el autor también se refiere, en la obra de referencia, a la
función del receptor o destinatario del mensaje, y a la relación que se
establece con el emisor a propósito de la manifestación de la verdad. Para el
otro, para el receptor, el emisor queda instituido como testigo de lo que dice,
de aquello a lo que se refiere, y con
respecto a lo cual se responsabiliza de que la ecuación entre contenido y
expresión sea correcta. Se crea, pues, un principio de confianza en el emisor;
y todo se desarrolla en torno a dos polos de clara naturaleza ética: testimonio
y confianza. Si esto no ocurre, la
consecuencia puede ser muy grave, según v. Balthasar, pues “se habría rebajado
el espíritu a un modo infrapersonal de existencia”. Podríamos decir que el
receptor queda instalado en la confianza en el otro, que se produce un pacto
comunicativo basado en la confianza. La presuposición profunda de todo
intercambio comunicativo se podría formular en los siguientes términos:
· Yo,
emisor, represento ante ti la verdad conocida sometido al principio ético de
veracidad.
· Yo,
receptor, acojo tu mensaje confiado en tu compromiso, y libremente renuncio a
todo desea de constatación de la verdad representada por ti.
Testimoniar y creer son los conceptos clave en los que queda anclado para v.
Balthasar el intercambio comunicativo. En éste la comunicación plenamente
humana pertenece al ámbito de la libertad del sujeto. Si no se desarrolla así
el intercambio comunicativo, si se sale de estas coordenadas, la consecuencia
es muy grave, pues queda rebajada la relación interpersonal al ámbito de lo
infrahumano, se rebaja el espíritu “a un modo infrapersonal de existencia”. Son
muchas las consecuencias que podrían extraerse de este modo de entender el acto
comunicativo, pero no es este el momento de amplios desarrollos en este
sentido. Ahora sólo pretendemos dar cuenta objetiva del pensamiento de v.
Balthasar y sugerir posibles vías de ampliación y tratamiento de temas propios
de
Ahora
bien, la libertad del espíritu que se comunica
-libertad que ni siquiera en el acto de la revelación se anula-
condiciona también en el espíritu receptivo una actitud especial y nueva.
Frente a una verdad comunicada sin libertad espiritual, el que la recibe es
juez de la relación que entre contenido
y expresión existe en el ente. Una relación [de] tal índole existe, en verdad,
siempre y en la medida en que no hay verdad comunicada que carezca de misterio, pues nunca la verdad
está tan expuesta a la luz que lo que se revela se agote totalmente en su
revelación. En este sentido, no hay ninguna verdad puramente imparcial,
puramente objetiva. Pero en tanto la abertura es un proceso naturalmente
constreñido, está sometida también al examen del sujeto cognoscente. Esto se
modifica en cuanto la comunicación se hace comunicación libre, pues entonces el
examen de la relación entre contenido y expresión ya no es accesible sin más al
tribunal de quien conoce. Entre ellos se ha interpuesto un aspecto de la
libertad del que se revela. La palabra pronunciada ya no es mera expresión de
la palabra interior sino un testimonio. El que habla establece una
ecuación inexaminable desde fuera entre el contenido de la declaración y la
forma de la declaración, y se hace responsable de que su ecuación sea correcta.
Al responsabilizarse de esto, en cuanto persona, proporciona a quien la recibe
un sustitutivo de la descartada posibilidad de comprobación. Así, pues, si la
declaración de la verdad reviste el carácter de un dar testimonio, es decir, el
carácter ético de la veracidad, le corresponde por parte de quien la acoge un
carácter de fe confiada. Sin este aspecto no es concebible un
intercambio de verdad entre seres libres. Si se quiere excluir de la forma de
comunicación entre los espíritus la condición de dar testimonio y del creer, se
desplazaría su libertad del centro de su inteligencia y se le concedería, en el
mejor de los casos, una especie de recluida existencia en actos morales
aislados. Con ello se habría conmovido en el centro de su ser-para-sí su trato
con la verdad y –puesto que la posesión de la verdad y la comunicación de la
verdad son inseparables en el espíritu- su verdad misma, y se habría rebajado
el espíritu a modo infrapersonal de existencia (op. cit. pp. 96 y 97)
Estos
textos tienen evidentes resonancias en algunos capítulos de
… puesto que la libertad misma es
propia tanto de la palabra exteriorizada como de la verdad del espíritu, no hay
para el espíritu receptor ninguna otra posibilidad de manifestar que ha
reconocido libremente esta palabra que la de reconocer también la libertad de
tal palabra. Pero el reconocimiento de la libertad ajena sólo puede expresarse
mediante la renuncia a un ilimitado
juzgar y enjuiciar con el espíritu propio, y por tanto mediante la confianza
entregada a lo mostrado en la libertad. Esto no significa que el espíritu
cognoscente se abstenga para ello de todo derecho al examen e investigación de
la verdad ofrecida, sino sólo que, además de este examen, jamás puede
prescindir de un elemento de fe previa y posterior (op. cit. p. 97)
Y en la medida en que puede ejercitar su
derecho al examen e investigación, puede llegar también a ser conocedor de la
mentira. Si por ello renunciara definitivamente a confiar en el otro, quedaría
de hecho cerrado en sí mismo e imposibilitado para todo acto comunicativo.
3. La administración de la verdad.
El
apartado C de la obra que estamos considerando de v. Balthasar lleva como
título La administración de la verdad;
y podríamos decir que es el de contenido más específicamente semiolingüístico.
Es evidente que el autor parte de una concepción creyente en la que fundamenta
en última instancia sus explicaciones, lo que añade, si cabe, mayor precisión a
sus planteamientos. Recojamos los textos.
Dios no quiere administrar solo la verdad:
establece que los hombres cooperen en su administración. En
Como
dijimos más arriba, v. Balthasar enmarca toda su explicación en Dios: “Dios no
quiere administrar solo la verdad: establece que los hombres cooperen en su
administración”. Es como decir que Dios ha creado al hombre para que comunique
la verdad conocida. Al establecer la comunicación de la verdad cumple
exactamente con “la ley de su propio ser”. Ser comunicador de la verdad
constituye un imperativo que está inscrito en su propia esencia. Y siendo esto
así, resulta coherente pensar que no cumplir esta función antropológica de ser
testigo de la verdad supondrá “echar a perder su espíritu”. Insiste v.
Balthasar en que se trata siempre de una actividad que se realiza en el ámbito
de la libertad: libre proclamación de la verdad a fin de que ésta sea conocida.
Las relaciones interpersonales, en este orden de cosas, consisten en lo que v.
Balthasar llama “libre revelación recíproca”. Es decir, está inscrita en la
naturaleza humana una libre decisión de pacto comunicativo basado en la
confianza. ¿No recuerda de nuevo todo esto el Principio de Cooperación de
Grice? Ciertamente, pero me atrevo a decir que con mayor precisión y
fundamentación.
3.
Cuestiones concernientes a la regulación y a la justa norma de la
administración de la verdad.
Partiendo de este punto surge una cuestión de
capital importancia para el pacto
comunicativo de revelación de la verdad que todavía tiene, si cabe, mayores
resonancias de
Veamos los textos:
… en tanto que la administración de
la verdad está confiada a la libertad humana, se plantean varias cuestiones
concernientes a la regulación y a la justa norma de esta administración. Para
quien se abre, para quien comparte su verdad, surge el problema de la norma que
determina su autoabertura. ¿Cuándo debe revelarse, a quién, hasta dónde y de
qué modo? De parte del que está abierto a la verdad extraña se plantea la misma
cuestión sobre la norma según la cual ha de regular su aceptación de la verdad,
ya que para él es evidentemente imposible estar de forma indiferente a
disposición de cualquier verdad que le salga al encuentro. Ahora bien, la
auténtica elección, tanto en la abertura como en el estado de abierto, es
regulada indudablemente por la virtud de la prudencia. Ésta, en toda situación,
hace ver lo lícito y lo ilícito de la acción, al tiempo que trata de aplicar a
las circunstancias concretas las pautas generales, que sin ellas serían
abstractas e inaplicables. Así, se pude decir en general que uno debe abrirse
al que tiene un especial derecho, al que es digno de confianza, al que usa la
verdad y no abusa de ella. Pero quién es el interesado en cada caso ha de
decidirlo la prudencia. En pocos ámbitos humanos se le ha dado a esta virtud
tanto campo de acción, se le ha concedido tanta confianza y atribuido tanta
responsabilidad. En el fondo, ella posee como dote sólo dos leyes: la de decir
la verdad y la de decirla libremente, por tanto con elección. Con ella se ha de
salvar el amplio intervalo entre estos dos principios generales y su aplicación
particular. Pero habría de fracasar si no le fuera entregada una pauta
superior. Pues tampoco la virtud de la prudencia,
a la que compete la aplicación espontánea, productiva de lo abstracto a lo
concreto, puede justificar sólo por sí misma esta acción inventiva que siempre
es una acción genuinamente creadora. Ella siempre ha de poder declarar por
qué fue prudente decidirse así. Por tanto, ha de dirigir su vista hacia
una norma última según la cual decidir. Pero, en definitiva, esta norma sólo
puede ser o el egoísmo o el amor. Todas las otras normas son provisionales y se
rigen según esta última decisión. Así, un hombre puede ser muy prudente en su
autoabertura, pero teniendo por fundamento y norma de su prudencia el decir la
verdad sólo en la medida que de ello resulte para él mismo un provecho. O bien
un hombre puede haberse puesto como norma admitir en sí sólo aquella verdad que
él oye con gusto, que encaja en su idea preconcebida y que no estorba su
satisfecha tranquilidad. Y puede igualmente hacer esta elección con gran
prudencia. Ambos hombres tratan con la verdad, ambos poseen una ley de elección dictada por la prudencia. Pero esta ley es el
egoísmo, y esto contradice la ley del amor.
Ahora bien, el amor, como se ha señalado, no es separable de la verdad.
Está ya en el origen del movimiento de la verdad, tanto en el objeto como en el
sujeto… El egoísmo, por el contrario, que no conoce el amor, no puede tampoco
saber de la verdad en el sentido pleno. Quien participa de la verdad sólo en provecho
propio, puede probablemente causar la impresión de que se abre y se entrega,
pero en resumidas cuentas no lo hace. Utiliza el movimiento de la entrega sólo
como medio para cerrarse mejor en sí mismo.
Se contradice a sí mismo en su hacer y por eso no está en la verdad. Su
autoabertura no es sino en apariencia, la simulación del movimiento del amor y
tiene en sí, por eso, mucho más de mentira que de verdad. (op. cit p. 123 y 124.)
Conviene no perder de vista la fundamentación
antropológica de la explicación: el hombre concebido como libre dispensador de
la verdad conocida. El autor identifica dos medidas para el desarrollo de esta
actividad: la prudencia y el amor. En tanto que administrador, el sujeto
controla todas las dimensiones del acto comunicativo. En posteriores trabajos
nos detendremos pormenorizadamente en cada una de estas dimensiones. Ahora, a
título ilustrativo atenderemos a una de ellas: el cómo o de qué modo se
administra la comunicación de la verdad, y que podemos emparejar con la llamada
por Grice máxima del modo o manera.
Parafraseando a v. Baltahsar podríamos decir que el sujeto-hablante se descubre
a sí mismo capaz de controlar deliberadamente la forma de construcción de su
mensaje. La reflexividad, punto de partida del proceso cognoscente, se proyecta
también sobre el propio sistema de signos que le ha sido dado al sujeto en la
comunidad a la que pertenece. Y en relación con ese sistema se reconoce capaz
de manipular y controlar hasta sus mismos elementos esenciales: la fosilización
interna del signo, su convencionalidad. A partir, justamente, del conocimiento
de la verdad de su lengua, se ve libre también para administrar ese tesoro
según le convenga, para la representación de la verdad conocida[9]. En este punto radica la búsqueda
de la forma del mensaje; búsqueda que si está éticamente fundada tenderá a
activar el Principio de Cooperación en su conjunto, y tendrá que ver con la
última virtud que v. Balthasar vincula con la administración de la verdad: el
amor. Cuando no sea así, cuando la configuración de la forma del mensaje no
esté éticamente fundada, la forma conseguida no estará al servicio del Principio
de Cooperación, sino al servicio de intereses espúreos en la comunicación: la
mentira, la manipulación, etc. No en vano ya
Es evidente que los temas suscitados por v. Balthasar,
y de los que apenas hemos dado unas pinceladas, merecen un tratamiento mucho
más extenso y pormenorizado. Pero creemos que puede bastar para vislumbrar ya
que todas aquellas cuestiones que tienen que ver con la dimensión ética del
comportamiento lingüístico pueden encontrar en estas reflexiones importantes
puntos de referencia útiles para ulteriores y más amplios tratamientos. Mentir
y ser veraz son comportamientos lingüístico-comunicativos, son acciones
lingüísticas, siempre que entendamos lo lingüístico en un sentido plenamente
humano. Creo que los planteamientos de v. Balthasar abren una vía de acceso a
estas cuestiones que ayudará a completar explicaciones y ofrecer nuevas perspectivas para el
tratamiento de temas vinculados a
BIBLIOGRAFÍA
- Balthasar, Hans Urs von: Theologik. Wahrheit del Welt, 1985
Johannes Verlag, Einsiedeln. Edición española Teológica. Vol. 1 Verdad del mundo. Ediciones Encuentro, Madrid,
1997.
- “En el principio existía
- Bolinger, D. (1973) Truth Is a Linguistic Question, Language,
vol. 49, nº 3, sept.
-
Catalán, Miguel (2005): Antropología de
la mentira. Taller de Mario Munik
- Coseriu, Eugenio. Dix thèses à propos de l’essence: du langage et du signifié. Texto
[en ligne], juin 2001, vol. VI, N°2. Disponible en: <http://www.revue-texto.net/Inedits/Coseriu_Theses.html>. La versión original está en el Archivo
Eugenio Coseriu de
-
- López, A. (1989): Fundamentos de Lingüística perceptiva, Madrid: Gredos.
- Marco,
Ángeles (2000): Una aproximación a la
semiótica del silencio, tesis doctoral, Universidad de Barcelona.
- Martínez Selva, J. Mª (2005):
- Mateu,
Rosa (2001): El lugar del silencio en el
proceso de la comunicación, tesis doctoral, Universidad de Lleida
- Pérez Haro, Eliecer (1994): El misterio del ser: una meditación entre filosofía y teología en Hans
Urs Von Balthasar. Barcelona, España, Santandreu Editor.
- Valdés Villanueva, Luis M. (compilador) (1991): La búsqueda del significado: lecturas de
filosofía del lenguaje. 4ª ed.
Madrid: Tecnos, 2005.
[1] Hans Urs von Balthasar: Theologik. Wahrheit del Welt, 1985
Johannes Verlag, Einsiedeln. Edición española Teológica.
Vol. 1 Verdad del mundo. Ediciones Encuentro, Madrid, 1997.
[2] Fundamental es la
obra de Eliecer Pérez
Haro (1994), en la que sobre todo nos interesa en este momento la clara
explicación sobre la fundamentación antropológica del pensamiento de V.
Balthasar. Vid. pp. 292
y ss.
Un buen
resumen del tema desde una perspectiva histórica lo encontramos en R. Luciani,
2008. Los trascendentales quedaron comprendidos como “propiedades del ser que
Dios dona a los entes y estos, por participación, poseen en común con la
divinidad (Luciani: 2008:35). Y en otro sentido, serían las propiedades
mediante las cuales se comunica el ser y
se dona a los entes (id. p. 39).
El propio
v. Balthasar nos ha ofrecido un resumen de su pensamiento que, además, nos da
la plena justificación de que nos ocupemos de él: Lo Uno, lo
Bueno, lo Verdadero, lo Bello, es lo que llamamos atributos trascendentales del
Ser porque sobrepasan los límites de las Esencias y son coextensivos al Ser. Si
hay una distancia insuperable entre Dios y la criatura, si hay una analogía
entre ellos que no puede resolverse en ninguna forma de identidad, entonces
tendrá que existir también una analogía de los atributos trascendentales en la
criatura y en Dios.
De ahí pueden sacarse dos conclusiones: una positiva y
otra negativa. La positiva: el hombre sólo existe por el diálogo interhumano,
es decir, por el lenguaje, la palabra (en gestos, en mímica o en vocablos).
Entonces, ¿por qué negar al Ser
[3]
También pudiera ser entendido este trabajo como una contribución a la historia
del pensamiento lingüístico, entendido éste en un sentido más amplio del que es
habitual en el ámbito de la historia de
[4] Cfr. Marco, Ángeles
(2000): Una aproximación a la semiótica
del silencio, tesis doctoral, Universidad de Barcelona. Y Mateu, Rosa
(2001): El lugar del silencio en el
proceso de la comunicación, tesis doctoral, Universidad de Lleida.
[5] Son claras las resonancias
pragmático-lingüísticos de estos planteamientos, sobre las que nos extenderemos
más adelante.
[6] Cfr. Ch. Hockett y S. Altmann (1968), y A. López (1989).
[7] Coseriu (2001).
Sobre la mentira no son los más frecuentes los
planteamiento lingüísticos, entre lo que ha de recodarse el trabajo de Bolinger
(1973); se pueden ver planteamientos no semiótico-lingüísticos como en Martínez
Selva (2005), o desde un punto de vista de la antropología social Catalán (2005).
[8] Valdés Villanueva ( 1991)
[9]
Sobre la importancia del concepto de reflexividad en la teoría del lenguaje,
cf. A. López (1989)
|