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HACIA DÓNDE VA EL
ANÁLISIS DEL DISCURSO[1]
Esperanza Morales-López
(Universidad de A
Coruña)
RESUMEN
Este artículo plantea las
ideas más frecuentes que se debaten en la actualidad en el Análisis del
Discurso, destacando críticamente aquellas que, aun con diferente grado, son
básicas para el desarrollo de las dos líneas principales del análisis
discursivo en la actualidad: el Análisis del Discurso con orientación más
lingüística, y aquel que tiene una finalidad más comunicativa y funcionalista.
Los puntos que se incluyen para su presentación son los siguientes: la
consideración del
mensaje como proceso, inserto en
contextos diversos y con participantes cuyos roles sociales son pertinentes en
la investigación de determinados tipos de discursos; la relación
forma-significado en el uso comunicativo como una relación no arbitraria; la
pertinencia del análisis de los géneros y su relación con las prácticas
sociales; la dimensión crítica en el análisis discursivo; el discurso como
práctica social y/o como realidad socio-cognitiva; el debate sobre la elección
de la metodología de análisis (etnográfica, cualitativa y/o cuantitativa); y,
finalmente, el grado de interdisciplinariedad en los análisis discursivos.
Palabras
clave: Análisis
del Discurso; Análisis Crítico del Discurso, Análisis lingüístico del discurso,
Análisis comunicativo del discurso, interdisciplinariedad.
ABSTRACT
This paper presents the most common ideas
currently being debated in Discourse Analysis, critically
highlighting those which, although to
varying degrees, are essential for
the development of the two main
lines of discursive analysis today:
a more language-oriented Discourse Analysis, and other that has a more
communicative and functional purpose.
The points included for presentation are
next: consideration of the
message as a process inserted in
different contexts, with
participants whose social roles are relevant to the investigation
of certain types of speech; the relationship
between form and meaning in
the communicative use as a non-arbitrary process; the relevance
of the analysis of genres and their relation to social
practices; the critical dimension in the analysis of
discourses; discourse considered as
social and/or socio-cognitive
practice; the debate
on the choice of
methodology for analysis (ethnographic,
qualitative or quantitative
one); and, finally, the
degree of interdisciplinarity in discursive analysis.
Key
words: Discourse Analysis, Critical Discourse Analysis, Discourse Analysis from
a linguistic perspective, Discourse Analysis from a communicative perspective,
interdisciplinarity.
“No vemos el ‘espacio’ del mundo,
vivimos nuestro campo visual; no vemos los ‘colores’ del mundo, vivimos nuestro
espacio cromático. Sin lugar a dudas, … estamos en un mundo. Pero cuando
examinemos más de cerca cómo es que llegamos a conocer ese mundo, siempre nos
encontraremos con que no podemos separar nuestra historia de acciones
–biológicas y sociales– de cómo nos aparece ese mundo. Es tan obvio y cercano
que es lo más difícil de ver” (Maturana y Varela, 1990: 18).
1.
Introducción
Si realizamos una mirada
retrospectiva a la investigación lingüística del siglo pasado, lo que se percibe
es una disciplina que ha tratado su objeto de estudio, principalmente, como
algo a-contextual, autónomo del resto de los hechos sociales y como un sistema
con límites bien definidos (Beaugrande, 1996, 2003; Kress, 1997). Este enfoque,
que pretendió construir una disciplina sólida aunque a base de exclusiones
(Pennycook, 2002: 16), está aún presente en muchos trabajos de investigación y
ha provocado que la atención a la dimensión del estudio del lenguaje sensible
al contexto siga constituyendo una aproximación controvertida, que aún necesita
a veces ser justificada (Blommaert, 2005: 39).
A pesar de este
difícil encaje entre
Este
problema es aún mayor cuando se aborda el análisis del discurso desde enfoques
comunicativos y/o funcionalistas. Un estudio de
este tipo partiría de las intenciones concretas de los usuarios para
llegar, posteriormente, al análisis de las formas que vehiculan tales
significados; podría definirse también como aquellas aproximaciones que
establecen una relación casi dialéctica entre el estudio de las funciones
comunicativas (tanto de tipo pragmático como social, cultural e ideológico) y
sus diversas formas de expresarlas, actualizadas siempre en géneros discursivos
y situaciones contextuales específicas. Planteado en estos términos, este tipo
de análisis se sitúa en unos límites en los que nos topamos con otras
disciplinas cuyo objeto de trabajo, más o menos central, ha sido también el de
la comunicación humana. Por este motivo, al acentuarse su carácter fronterizo, su
acoplamiento se ha hecho difícil en la tradición lingüística autónoma.
La persistencia
de estas divergencias ha provocado que el dominio lingüístico se haya fragmentado
en dos polos teóricos diferentes: el del estudio del sistema (lengua) y
el del uso (discurso) (Cortés Rodríguez y Camacho Adarve, 2003: 12;
Cobley, 2001). El tiempo y la investigación de los próximos años revelarán si
se logra superar la barrera de esta realidad dicotómica, que en el momento
actual aún se manifiesta en dos líneas de investigación bastante alejadas.
Una vez
presentadas estas ideas iniciales, en este trabajo, nos proponemos realizar un
repaso de las ideas más recurrentes de la disciplina del Análisis del Discurso
en los últimos años, para indicar posteriormente aquellas que nos parecen más
fructíferas para la investigación de este objeto de estudio. El objetivo final
es mostrar que el Análisis del Discurso es ya un campo bastante fructífero,
aunque no exento de dificultades teórico-metodológicas.
2. Análisis lingüístico y análisis
comunicativo del discurso
En la actualidad,
en el panorama nacional e internacional, existen diferentes grupos de
investigación trabajando en el estudio del discurso. Unos persiguen una
orientación más lingüística, cuya finalidad es el análisis de fenómenos o
formas lingüísticas contextualizadas. Otros centran su objetivo en el estudio
de los diversos niveles de significación que se construyen con las formas lingüísticas
en tanto prácticas comunicativas constitutivas
de las diversas realidades que transmiten. Esta doble orientación no es nueva,
sino que ya aparecía diferenciada en los inicios de la disciplina, como se
recoge en uno de los primeros manuales sobre el Análisis del Discurso, el
publicado por Stubbs en 1983.
La primera de
estas aproximaciones, la del análisis discursivo desde una orientación más
lingüística, puede tener una meta más microestructural (estudio de formas y fenómenos
concretos, como las expresiones de cortesía o descortesía, expresiones modales,
marcadores, preguntas, etc.), aunque otras veces esta finalidad concreta se
interrelaciona con la descripción de los distintos géneros discursivos (por
ejemplo, el estudio de la conversación cotidiana, los nuevos géneros de
Internet y sus diferencias respecto a los géneros tradicionales, etc.).
Desde mi punto de
vista, el Análisis del Discurso desde esta perspectiva más lingüística
solamente podrá desarrollarse plenamente si las dos dimensiones se conectan y
se fusionan; de esta manera, cualquier investigación de un determinado fenómeno
pragmático-discursivo tendría que insertarse siempre en el estudio del género
al que pertenecen los textos analizados (ejemplos de esta integración se pueden
encuentran en Cabré Castellví, 2002; Ciapuscio y Kuguel, 2002; Ciapuscio et al., 2006; Lorda y Miche, 2006; y Montolío, 2007; entre otros). El
resultado adquiere así una dimensión comunicativa porque lo que se está
analizando no es solamente un fenómeno lingüístico concreto, sino todo el
evento comunicativo (Hymes, 1972, 1974), aunque el punto de partida inicial
fuera algo más limitado.[1]
Asimismo, con el
fin de completar la interrelación expuesta, este tipo de investigación
necesitaría además una perspectiva analítica interdisciplinaria; por ello se
hace casi obligado recurrir a las aportaciones de otros campos de estudio cuyo
objeto es también el discurso.
Un buen punto de
partida es la Retórica clásica y las aportaciones que los estudios retóricos
modernos han realizado sobre la descripción de los géneros básicos
(Aristóteles; Perelman y
Olbrecht-Tytecha 1958; Plantin 1990; Pujante 2003; Albaladejo 2009; etc.). Las
descripciones de los tres géneros retóricos básicos, el epidíctico (o
demostrativo), deliberativo, y judicial constituyen una base imprescindible a
la hora de estudiar la variedad de los géneros actuales, sobre todo los
discursos de tipo profesional (Plantin 1990: 12; Calsamiglia y Tusón, 1999;
Montolío 2006a, b; Ferreira y Gómez Cervantes, 2009). Cualquier causa puede ser
objeto de una consideración discursiva laudatoria, también por su trascendencia
futura o, finalmente, por su valor favorable o desfavorable en la defensa de
alguien (Pujante, 2003: 82).
En realidad, esta
interrelación entre Retórica y Pragmática ya ha empezado a dar sus frutos, como
indica Salvador (2008a, b). Este autor observa precisamente este hecho, una
creciente interrelación de estas dos disciplinas (a ellas se une también
De igual manera,
“Texts are both the material realization of signs, and
also the site where change continually takes place.
This
dialectic between text and system always occurs in specific semiotic acts, that
is, discourse. Discourse in this sense is the site where social forms of
organization engage with systems of signs in the production of texts, thus
reproducing or changing the sets of meanings and values which make up a
culture… For social semiotics, the two terms ‘text’ and ‘discourse’ represent
complementary perspectives on the same level of phenomenon.
… Logonomic
systems have rules that constrain the general forms of text and discourse. Such
systems operate by specifying genres of texts… These control the behaviour of
producers of such texts, and the expectations of potential consumers… Like the
category of texts, genres are socially ascribed classifications of semiotic
form” (Hodge y Kress, 1988: 6-7).
Así pues, el
estudio de las unidades y expresiones lingüísticas, y su significado debe relacionarse
siempre con el conjunto del texto o discurso en el que estas unidades se
insertan, con sus posibilidades de variación en otros tipos o géneros
discursivos y con las constricciones que le impone el propio género (véanse
también van Leeuwen, 2005 y Kress, 2010).
La dialéctica
entre estos dos últimos aspectos es especialmente significativa en el momento
sociocultural actual porque con la comunicación tecnológica muchas de las
barreras entre los géneros se han difuminado (Nickerson y
Planken, 2009: 23); dicotomías tradicionales como formal/informal, profesional/coloquial y similares se están
convertido en un continuum discursivo, cuyo resultado es la hibridación en ciertos géneros (Yus,
2001; Pujante, 2009; Martín Jiménez y Screti, 2009; Screti y Martín Jiménez,
2009, 2010).
Otros autores plantean una vuelta a la
Semiótica para realizar descripciones más holísticas y dinámicas de los géneros
discursivos. La propuesta de Figueroa Arencibia consiste en partir de la
tradición peirciana (siguiendo así las ideas de otros autores como Gorlée,
1997, 1998), porque permite ver los signos y los textos “como algo vivo que
busca activamente su comprensión por medio de una mente interpretante”
(Figueroa Arencibia, 2007).[2]
La segunda línea de investigación en el
Análisis del Discurso es aquella que, según hemos anticipado, tiene como
objetivo el estudio de los múltiples niveles de significación que se construyen
en los discursos. Por tanto, este tipo de análisis parte de las funciones
pragmático-sociales de tales discursos, planteándose también, en una relación
dialéctica, cómo estos significados, insertos en contextos locales y globales
(Bourdieu, 1982, 1990; Duranti, 1997), se vehiculan a través de determinados
procedimientos retórico-discursivos y argumentativos.
El resultado es la concepción del
discurso como una práctica social, tal como sugiere Fairclough, uno de los investigadores del discurso que ha
indagado más en esta idea:
“So, in seeing language as discourse and as social
practice, one is committing oneself not just to analysing texts, nor just to
analysing processes of production and interpretation, but to analysing the
relationship between texts, processes, and their social conditions, both the
immediate conditions of the situational context and the more remote conditions
of institutional and social structures” (1989: 26).
Esta
identificación entre discurso y práctica social conlleva además prestar atención
a sus redes de interdependencia que este autor denomina órdenes del discurso
y órdenes sociales (ib. págs. 29-31). La sociedad en la que opera
el discurso está estructurada en diferentes esferas de acción y situación (el
ámbito de las instituciones y/o organizaciones), lo que a su vez genera una
serie organizada de prácticas discursivas (tipos de discursos y géneros). La
estructuración de los órdenes del discurso viene determinada por las relaciones
cambiantes de poder en el seno de las instituciones sociales, como ya había
señalado el mismo Foucault (1968).
Con esta breve presentación de los
objetivos de las dos tendencias actuales en la disciplina del Análisis del
Discurso (una de orientación más lingüística y otra de orientación más
comunicativa o funcionalista), queda patente que sus objetivos son algo
distintos, pero no son incompatibles ni excluyentes, como ciertas voces
críticas sugieren.
En el apartado
siguiente expondré los puntos básicos en los que, en mi opinión, debería
basarse la investigación del discurso desde una u otra orientación; aunque
sería la segunda la que requeriría incluir todos los aspectos que aquí se
presentan. Como el lector advertirá, no son ideas totalmente nuevas en la
disciplina lingüística; algunas de ellas aparecen, como objetivos prioritarios,
en ciertos autores ya clásicos para nosotros: los del Círculo de Praga (“en el
análisis lingüístico debe uno situarse en el punto de vista de la función”,
1929 [1980]: 30); Firth (“A key concept in the technique of the London Group is
… the context of situation”, 1964:
181); Benveniste (“La langue est aussi fait humain; il est, dans l’homme, le
lieu d’interaction de la vie mentale et de la vie culturelle et en même temps
l’instruments de cette interaction”, 1966: vol. 1, 16); entre muchos otros. Sin
embargo, como ya hemos indicado en la introducción, las ideas que defendían no
marcaron el pensamiento dominante en nuestra disciplina.
3. Postulados básicos del Análisis del
Discurso
El mensaje y su contexto
Comenzaríamos por el mensaje que transmite un hablante
concreto, en una situación comunicativa determinada, a un interlocutor o
interlocutores específicos. Constituye el resultado de un proceso de significación de
tipo semántico, pragmático, sociocultural y/o ideológico, transmitido a través
de los múltiples niveles lingüístico-discursivos y retóricos, tanto de forma
denotativa como indéxica (por medio de los diversos indicios de
contextualización que postulaba Gumperz, 1982).
Desde el nivel discursivo, la relación
forma-significado ya no es arbitraria; las opciones lingüísticas que realiza un
hablante al emitir un mensaje adquieren siempre un valor determinado en la
situación comunicativa real porque conectan su mensaje con otros mensajes
emitidos, con otros eventos y con otros actores sociales, y también porque
tales opciones se han realizado en función de los participantes reales o
potenciales de tal evento comunicativo (Halliday, 1995; Kress, 2001: 72-73;
Wodak, 2001: 20; Blommaert, 2005: 40).
Una segunda noción clave es el
contexto. ¿Qué ventajas
aporta el estudio lingüístico en sus múltiples dimensiones contextuales? Sobre
todo implica considerar que, desde esta aproximación, nos acercarnos a la
dimensión más completa de creación de significado y a la única manera como los
interlocutores se entienden. Así lo indica
también Blommaert (ib.: 39-40), “The
way in which language fits into context is what creates meaning, what makes it
(mis)understandable to others”. El significado puede
ser estudiado de forma descontextualizada, pero siempre será algo parcial,
porque el significado concreto que los interlocutores construyen y transmiten
en la interacción comunicativa solamente es posible observarlo cuando tenemos
en cuenta el contexto, tanto el interaccional inmediato como otros niveles más
amplios.
Desde la perspectiva
interaccional, me parece crucial también la equiparación de la noción de
contexto con la de marco de Goffman (1974: cap. 10; vt. Scollon 2008), dando
cuenta así del dinamismo del contexto en el proceso comunicativo (Goodwin y
Duranti, 1992) y reforzando también la naturaleza indéxica del discurso (Gumperz
1982; Sarangi 1998: 306). Los distintos indicios de contextualización desempeñan
un papel crucial en la activación y desactivación de los distintos marcos que
guían la interpretación de los mensajes.[3]
Los usuarios
La dimensión contextual conlleva tener
en cuenta también a los actores
del lenguaje: lo que hacen con las formas lingüísticas, para qué las utilizan,
con qué finalidad. Con ello se supera la barrera del sistema que tanto el
estructuralismo como el generativismo habían establecido para el estudio del lenguaje;
puede que por ello el resultado sea más caótico (Raiter y Zullo, 2004: 16),
pero no hay duda que con esta nueva aproximación sabemos mucho más del
lenguaje: “[L]as reglas gramaticales son interesantes y muy curiosas, pero más
interesante y más curioso resulta lo que los humanos hemos realizado utilizando
el lenguaje” (ib.: 17; t. Raiter,
1999 y 2009). El análisis del discurso va completando así la tradición heredada
de la filosofía que dio origen a la pragmática: el estudio de las relaciones de
los signos con sus intérpretes que para Morris (1946) constituía precisamente
el objeto de la disciplina de la pragmática, una rama de la semiótica.
Pero estos usuarios no son participantes
abstractos, sino hablantes y oyentes concretos; es decir, usuarios con nombres
y apellidos que hablan o escriben en momentos específicos (Cortés Rodríguez y
Camacho Adarve, 2003: 88). Además, en ciertos eventos discursivos es
primordialmente relevante conocer que estos usuarios desempeñan roles sociales específicos; con ello
se pueden observar las relaciones de poder que se construyen en un evento discursivo
y el grado de constricción que confiere a sus participantes tanto esta
situación comunicativa como el contexto sociocultural o sociopolítico en el que
se insertan (Morales López et alii.,
2005). De esta manera, en la investigación discursiva hemos avanzado desde el
estudio inicial, más centrado en el análisis de la conversación espontánea
(Briz et alii. 1996, 2000; Calsamiglia y Tusón, 2007; Sidnell, 2009), a
la investigación de los diversos discursos que se generan en la amplia gama de
organizaciones e instituciones que ha creado la vida social (Wodak, 2001: 26;
Bargiela-Chiappini, 2009; Morales López, 2010a,b,c; Pujante y Morales López, 2008,
2009 y 2010).
Los géneros discursivos
Las variaciones situacionales adquieren también un papel relevante en
esta investigación. En las distintas actividades o eventos comunicativos,
los usuarios necesitan disponer de la suficiente competencia para participar
activamente en ellas, siempre de acuerdo con sus roles concretos (Hymes, 1972,
1974). La frecuencia de interacción entre los participantes de un evento a lo
largo del tiempo ha tipificado estos intercambios en patrones concretos (Hanks,
1996) que llamamos géneros discursivos
(Bajtín, 1981; Coupland y Jaworski, 2001; García da Silva y Ramalho, 2008; Van
Dijk, 2008). La economía actual convierte a las lenguas y a los discursos en un
recurso tecnológico importante, propiciando la aparición de nuevos géneros y,
lo que es más novedoso, la hibridación de muchos otros tradicionales debido a
la proliferación de la comunicación multimodal (Kress, 2001: 49-50). El
análisis discursivo actual no puede ser ajeno a esta nueva realidad si
verdaderamente quiere conocer el modo como la gente se comunica, y construye
sus relaciones personales, sociales y profesionales.
El resultado es significado construido a
partir de múltiples niveles lingüísticos, no solo de manera denotativa sino en
gran medida de forma implícita. Por ello, en el análisis discursivo que
considera esta complejidad de niveles de significación es importante tener en
cuenta también lo que se oculta, lo que se deja de decir. Según Habermas
(1981), el reconocimiento de este hecho supone un paso significativamente
adelante en la tradición pragmática:
“Si en algo convergen las investigaciones
sociolingüísticas, etnolingüísticas y psicolingüísticas del último decenio es
en la idea, más que demostrada, de que el saber contextual y de fondo que
conectivamente comparten hablantes y oyentes determina en un grado
extraordinariamente alto la interpretación de sus emisiones explícitas. Searle
ha aprendido esta lección de la pragmática empírica” (pág. 429).
Para ciertos investigadores este nivel de investigación
sale ya fuera de los límites lingüísticos y han de ser otras disciplinas
sociales las que deben estudiarlos. Sin embargo, muchos otros consideramos que
se trata de una dimensión que surge de las características mismas del lenguaje
en el uso: de su variabilidad, negociabilidad y adaptabilidad (Verschueren,
1999: §2.2). De esta manera, la relación entre formas, funciones y contextos
necesita analizarse siempre como un proceso dinámico. Los usuarios del lenguaje
son más o menos conscientes de estos niveles de significación (es decir, de sus
diferentes grados de saliencia) según sea el desarrollo de su propia
conciencia reflexiva o metapragmática (Morales et alii, 2006).
En un reciente trabajo sobre la creciente importancia de
esta noción en los estudios lingüísticos, Mertz y Novel (2009: 254-255) hacen
la siguiente precisión, que me parece importante para el propósito que nos
ocupa: “Once a speaker confronts numerous posibilities in framing and executing
her speech, language becomes less a rigorous system of representation… and more
a framework for communication…”. Es decir, a consecuencia de esta mayor
conciencia del carácter reflexivo del lenguaje, el énfasis se está desplazando
desde el interés por la función
representativa del lenguaje hacia las funciones comunicativas.
Discursos sobre ideología y poder: la perspectiva
crítica
Esta importancia del carácter dinámico del lenguaje es lo
que ha propiciado también en los últimos años el estudio del significado de
tipo ideológico y de poder en el análisis discursivo (Verschueren, 1999: §2.4 y
6.4.2); dimensión también conocida como perspectiva
crítica. Este enfoque no es exclusivo de los estudios discursivos, sino
que es una aproximación teórica y metodológica presente en múltiples ámbitos de
las ciencias sociales, como indica el sociólogo portugués Sousa de Santos
(2005: 97-98), a quien nos hemos referido ya en otro de nuestros trabajos
(Pujante y Morales López, 2010).
Este autor sitúa su perspectiva investigadora en la línea
que proviene de Max Horkheimer (1972), de la Escuela de Frankfurt, quien
definía así la función de la perspectiva crítica en la investigación social:
“[T]he real meaning is the
exact opposite of any attempt to absolutize particular scientific doctrines. It
requires instead that every piece of knowledge be regarded, not of course as a
purely arbitrary creation, but a representation by particular men in a
particular society, context, and moment of time, a representation which is a
product but can become a productive force in turn… [T]he self knowledge of
present-day man is not a mathematical knowledge of nature which claims to be
the eternal logos, but a critical theory of society as it is, a theory
dominated at every turn by a concern for reasonable conditions of life” (1972:
35 y 198).
La aceptación de
la realidad como construcción social inserta en un contexto y en una comunidad
concreta implica también la idea de que esta realidad puede ser mejorable,
siempre que seamos capaces de desvelar las fuerzas que se oponen a la
construcción de mejores relaciones sociales (Habermas, 1981). En esta misma
línea, diferentes analistas del discurso han querido mostrar que el estudio de
las prácticas discursivas cada vez más diversas (Koller y Wodak, 2008: 4) puede
contribuir especialmente a la construcción de una teoría crítica; porque, como
también indica Fairclough (2001: 181-182), la semiosis interviene en una
práctica comunicativa como parte de la actividad social; está presente en las
representaciones que tienen los hablantes de sus propias prácticas y forma
parte de las realizaciones particulares de las mismas (por razones de cultura,
sexo, etnia, etc.); y además, añadimos nosotros, cualquier lucha por la
hegemonía (de tipo social, cultural o política) se inicia siempre en el nivel
de los discursos (Vos, 2003).[4]
Esta interrelación cada vez más estrecha
entre el Análisis del Discurso y la perspectiva crítica podría suponer también,
para los estudios lingüísticos, una actualización
de la tradición humanista, tantas veces latente en nuestras facultades desde la
irrupción en ellas del paradigma positivista. Asimismo, podría dar pie a preguntarnos,
como hace Sousa de Santos (2005: 9), por qué hay áreas y procesos sobre-teorizados
en las investigaciones sociales, mientras se nos escapa el análisis de nuevos
lenguajes y narrativas, que quizás constituyen diferentes imaginarios de
solución a los problemas actuales (Sousa de Santos, 2009: 48).
El discurso como una realidad socio-cognitiva
A la consideración del discurso como
realidad social, otros autores añaden la dimensión cognitiva (Chilton 2004; Van
Dijk 2003, 2008 y 2009). De esta manera, el discurso se concibe como una
realidad socio-cognitiva, cuya potencialidad ciertos autores han empezado a
situarla a su vez en el proceso evolutivo mismo de la capacidad del lenguaje
(Gärdenfors, 2002; Chilton, 2004). Para Gärdenfors (2002), una ventaja crucial
de la comunicación simbólica es su capacidad para la cooperación sobre
objetivos futuros por medio de la construcción de representaciones
independientes del contexto (detached representations); aspecto, además,
que abre posibilidades cognitivas a la especie humana, inauditas en otras
especies, porque nos permite lograr un grado de cooperación más avanzado:
imaginar nuevos mundos y también compartirlos. Para Chilton (2004), esta habilidad
es el germen de la comunicación política:
“[P]olitical discourse
involves, among other things, the promotion of representations, and a pervasive
feature of representation is the evident need for political speakers to imbue
their utterances with evidence, authority and truth, a process that we shall
refer to in broad terms, in the context of political discourse, as
‘legitimation’. Political speakers have to guard against the operation of their
audience’s ‘cheater detectors’ and provide guarantees for the truth of their
sayings” (pág. 23).
Por tanto, los
mecanismos discursivos y retórico-argumentativos que construyen significados
más complejos funcionarían como activadores de las representaciones cognitivas
que la especie humana ha ido desarrollando evolutivamente para lograr nuevos
niveles de cooperación.
Otro investigador que defiende también
la dimensión socio-cognitiva del discurso es Van Dijk. En dos de sus últimos
libros (2008 y 2009), este autor parte de la noción de modelo contextual para explicar la
relación entre los discursos y las situaciones sociales. Define el modelo contextual
Desde mi punto de vista, esta dimensión
socio-cognitiva del discurso implica abordar con mayor profundidad la noción de
discurso al aunar conjuntamente estas dos realidades (la social y la cognitiva),
que son inseparables del lenguaje. Sin embargo, dado que en esta interrelación hay
también diferencias entre los diversos autores, en mi caso, me interesan las interpretaciones
más constructivistas del conocimiento. Por ejemplo, la tradición que proviene
de Vygotsky (1934) o la desarrollada por Maturana y Varela, en las que se
concibe el sujeto como un constructor activo de sus estructuras cognitivas, principalmente
a través del lenguaje/discurso.
Dado que la teoría vigotskiana es
ampliamente conocida en la tradición europea, haré una breve referencia a la
posición de los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela sobre la
relación entre conocimiento y lenguaje. Para estos autores, en el desarrollo
evolutivo de la especie humana estas nociones no se dan nunca de manera
separada: “El lenguaje es nuestro punto de partida, nuestro instrumento
cognoscitivo y nuestro problema” (Maturana y Varela 1990: 21; t. Varela et
alii., 1997); una afirmación que, en otra publicación ya en
solitario, Maturana expone en términos más explícitos:
“El observador y la observación son operaciones dentro del
lenguaje que tienen lugar, respectivamente, como coordinaciones recursivas
consensuales… de acciones entre organismos (Homo
sapiens, en nuestro caso) dentro del lenguaje…
Cada dominio cognoscitivo es un dominio de coordinaciones
de acciones en la praxis de vivir de una comunidad de observadores. Debido a
esto, cada aseveración cognoscitiva tal como “yo sé” es una operación en un
dominio de coordinaciones de acciones que es diferente dependiendo del dominio
explícito o implícito, en el cual el observador, u observadora, se encuentra a
través del entrelazamiento de su razonamiento y de su emocionamiento…
En esta línea explicativa de la objetividad entre
paréntesis [así denomina a su posición], los desacuerdos cognoscitivos no
implican la negación del otro, son operaciones legítimas en diferentes dominios
cognoscitivos… La dinámica emocional de la coexistencia cognoscitiva en esta
línea explicativa pasa a través de la seducción, no a través de la obediencia
(1996: 60 y 65-66).
Lo interesante de estos dos autores no
es solo su intento de situar conjuntamente, en el proceso evolutivo, las cuatro
realidades que nos han constituido como humanos (el lenguaje, lo racional, lo
emocional y lo social), sino también la mutua dependencia entre ellas: el
sujeto-observador se constituye en la praxis del vivir, inserto en un sistema
social en donde actúan también otros sujetos-observadores. La vida humana es
siempre un flujo entrelazado entre emociones y racionalidad en esta praxis que
se construye siempre a través del lenguaje.
Por lo tanto, en consonancia con esta
tradición constructivista, son las prácticas discursivas las que crean nuestras
realidades, en un continuum personal-social. El significado que se
construye en el discurso tiene, primeramente, una naturaleza interaccional (la
dimensión pragmática), pero además es posible la construcción de nuevas visiones
del mundo, a través de las cuales actuar sobre y/o controlar las visiones de
nuestros interlocutores y, en consecuencia, su manera de obrar (Castells 2009:
24 y 33).
Después
de esta breve alusión a esta posición constructivista a la que me adhiero, necesito
precisar además que, para el trabajo empírico concreto, me interesa la posición
cognitiva de Lakoff (2007, 2008), especialmente la reelaboración que hace este
autor de la noción de marco o frame de Goffman (1974), porque es útil
para explicar los mencionados universos o
visiones del mundo que se construyen en los discursos mismos. Asimismo,
esta noción permite establecer un continuo desde la construcción interaccional
de significado, la desarrollada por Goffman y otros autores coetáneos (véase un
resumen en Condor y Antaki 1997: 471), a la construcción de estos mundos nuevos por medio del discurso.
El marco entendido
de esta segunda forma (Lakoff, op. cit.) supone considerar esta noción como un
esquema interpretativo de la experiencia que puede construirse y
re-contextualizarse con fines político-persuasivos. En este sentido, todas las palabras con una
finalidad ideológica se definen en relación a marcos conceptuales, y la
creación de nuevos marcos implica también la creación de nuevos lenguajes.
El
cambio social puede entonces residir aquí (en cualquier dirección posible), si
estos marcos cognitivos nuevos son capaces de conectar con la manera como los
seres humanos creamos conocimientos nuevos (Damasio 1994) y estos nos incitan a
la acción.
Por
último, querría precisar que, aunque acabo de indicar la utilidad que para mi
trabajo empírico tiene la reelaboración cognitiva que Lakoff hace de la noción
de marco goffmaniana, tampoco puedo dejar de mencionar mi crítica sobre la
propuesta de marcos que este autor realiza para el caso concreto de la política
americana. Como analistas del discurso, se echa en falta en sus libros la
descripción explícita de los datos utilizados para llegar a las conclusiones
que propone, así como ejemplos concretos que sirvan de ilustración.
El método de investigación más
adecuado
Otro aspecto que fundamental para un analista
del discurso es la elección del método de investigación, hecho que ha
propiciado un debate bastante activo al respecto en el que han intervenido
distintas tradiciones o escuelas (v. Widdowson, 2004). Uno de los temas
principales de discusión ha sido el de determinar cuál es el nivel de
contextualización necesario para estudiar los significados que se construyen en
las prácticas discursivas, sobre todo cuando se trata de discursos complejos
desde el punto de vista social e ideológico. Para autores como Blommaert (2005: 14-15) o Heller (2003: 12),
entre otros representantes del grupo que se conoce actualmente como Sociolingüística
crítica, esta investigación ha de partir fundamentalmente de la investigación
etnográfica: necesitamos conocer lo que el lenguaje de manera
sistemática significa para sus usuarios y en sus contextos concretos (contextos
que pueden ser muy diferentes a los hegemónicos); y en donde no solo es crucial
detectar las voces presentes, sino también las ausentes.
Asimismo, en la investigación etnográfica no solo son importantes los datos
en sí mismos, sino la historia de los mismos y la relevancia del momento
concreto de su recogida. Ello implica añadir un cierto nivel de interpretación al realizar el análisis
de los datos; pero se trata de una interpretación que parte de los discursos y
de sus condiciones de emergencia. El objetivo es, como indica Blommaert (ib.: 16, 41), el análisis del lenguaje-en-la
sociedad (language-in-society), prescindiendo de la contextualización
a priori (t. Raiter y Zullo, 2004: 67).
Otros investigadores han puesto el acento en la necesidad de plantearse el
alcance del corpus; proponen así la
combinación de las metodologías cualitativa y cuantitativa, aprovechando las
posibilidades tecnológicas que nos ofrece lo que se viene denominando la
lingüística del corpus (Beaugrande, 1996, 2003; Briz, 2005; Bolívar 2009). La
metodología cuantitativa permite observar en qué medida la frecuencia de
aparición de ciertas formas y estrategias discursivas, así como su colocación con otras, puede ser
relevante para analizar e interpretar dicho significado (Bolívar, 2009). Para
Beaugrande (1996) la ventaja del acceso a datos computarizados se encuentra en
la posibilidad de obtener patrones que no emergen ni con el análisis de corpus
más pequeños ni mucho menos a través de la introspección e intuición. Según
Briz (ib.: 7-8), el acceso a corpus
reales es también la única manera de realizar investigaciones lingüísticas
fiables que puedan confirmar o desconfirmar teorías.
Sin embargo, el debate no se encuentra en la posibilidad o no de combinar
la investigación cualitativa con la cuantitativa (la primera, más utilizada en
el análisis discursivo desde los años sesenta), sino en la viabilidad de la
metodología cuantitativa en sí misma para estudiar fenómenos discursivos que
son procesos y, por tanto, su tratamiento como categorías o unidades discretas
resulta más difícil. En mi opinión, la metodología cuantitativa puede ser un
complemento útil en particulares momentos de la investigación, pero no parece
adecuada como un sustituto para el análisis de la complejidad del significado
que se construye en el devenir discursivo.
De la interdiscipliariedad a la
transdisciplinariedad
Finalmente, un tema muy recurrente en los últimos años es el grado de
interdisciplinariedad en el análisis y la relación con otras disciplinas
sociales que utilizan también el análisis del discurso como instrumento
metodológico o de reflexión teórica, aspecto que ya hemos apuntado en el
apartado anterior. Desde los años setenta el estudio del discurso se ha
beneficiado ampliamente de las reflexiones de disciplinas adyacentes: la
tradición pragmática, la microsociología de Goffman, la etnografía de la
comunicación, el análisis de la conversación y de la etnometodología, la
psicología y lingüística cognitivas, y las reflexiones de los teóricos del
discurso (Foucault, Bourdieu, Habermas, Bajtín, Voloshinov, Pêcheux, etc.),[5]
tradiciones por lo demás imprescindibles para quien se inicia en este campo de
investigación (Morales López, 2004). En la actualidad, otras disciplinas o
aproximaciones teóricas continúan haciendo interesantes aportaciones sobre el
discurso; ya hemos mencionado
En este sentido, me parece interesante la indicación de Beaugrande (1996:
22-26) de que el discurso es en sí mismo un campo transdisciplinario, situado estratégicamente para analizar temas
diferentes desde ángulos diversos (otros prefieren hablar de perspectiva ecológica, Barron et alii., 2002). Señalamos en esta misma
dirección la posición de Scollon (2001: 205) quien resalta además cómo en el
mundo contemporáneo los problemas sociales están inextricablemente vinculados a
los textos. Desde perspectivas como estas, la transdisciplinariedad, la dinámica investigadora que
promueve la acción simultánea en varios niveles de realidad (Nicolescu 2007), se presenta, pues, como inherente también al estudio discursivo.[6]
4. Conclusiones
Las ideas que acabo de
exponer en este artículo han pretendido mostrar que la disciplina del Análisis
del Discurso es un área de investigación que, aun con dificultades de encaje en
la investigación lingüística, ha crecido enormemente en la última década. Al
mismo tiempo, este avance ha mostrado también las dificultades de abordar un
objeto de estudio que se sitúa en los límites de varias disciplinas y cuya
riqueza reside precisamente en descubrir las posibilidades de esta transdisciplinariedad.
Si partimos de que el objetivo de esta disciplina (entendida en un
sentido amplio) es el estudio de la diversidad de los discursos (o prácticas
discursivas) creados en la comunicación humana, quizás las siguientes palabras
de Foucault puedan servir de punto de encuentro de las diversas líneas de
investigación de esta disciplina: “What I am analyzing in discourse is not the
system of its language, nor, in a general sense, its formal rules of
construction… The
question which I ask is not about codes but about events” (1991: 59).
Con todo, no
puedo olvidar que, como lingüistas, nos interesa también la relación dialéctica
entre el acontecimiento comunicativo y las expresiones lingüísticas, con el fin
de aportar nueva luz sobre las relaciones entre funciones y formas, y entender así
mejor las posibilidades de la comunicación a través de las lenguas humanas. Profundizar
en esta relación dialéctica constituiría, en definitiva, la aportación que los
lingüistas podemos hacer al estudio del
discurso en el punto de encuentro con otras disciplinas sociales.
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proyecto CEI (www.udc.es/proyectos/cei), financiado por el Ministerio Español
de Ciencia e Innovación y Fondos Feder (FFI2010-18514;
periodo 2010-13). Para contactar con la autora: e.morales.lopez@udc.es
[1] En los años ochenta, Isenberg (1983: 128-129) ya
planteaba también la necesidad de un sistema de clasificación complejo de de
los textos.
[2] Aprovecho la cita de este lingüista cubano, Jesús
Figueroa Arencibia, para recordar su memoria, tras una muerte tan inesperada en
2008.
[3] Volveremos a aludir a esta noción de marco más
adelante.
[4] Las investigaciones discursivas desde esta
perspectiva crítica son diversas. Véanse como ejemplo Wodak et alii
(1999); Wodak y Meyer (2001); Wodak y Koller (2008); Fairclough (2001); Van
Dijk (2003); Heller (2003); Blommaert (2005); etc. En nuestro ámbito, Carbó
(2003); Grad Fuchsel y Martín Rojo (2003); Raiter (1999 2009); Bolívar (2001,
2009); Pujante y Morales López (2008 [2009], 2009, 2010); Morales López 2010a,
b, c; Chumaceiro y Gallucci (2008); Bañón (2010); etc.
[5] En la referencia que he hecho en este trabajo a
Bajtín y a Voloshinov soy consciente de la dificultad que ha existido siempre
de separar su obra; sin embargo, por motivos prácticos, acepto la autoría que
han establecido las traducciones de sus respectivas obras al español.
[6] Desde ámbitos diversos, esta dimensión transdisciplinaria es defendida por autores como Morin (1990: 42); Juarrero (2001); Ordóñez (2002); Fairclough (2005, 2009); García Riverón et alii. (2008); Massip (2008), entre otros.
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