REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


MANUEL BARTOLOMÉ COSSÍO Y LA GENERACIÓN DEL 98: PRESENCIA DEL TEMA ESCOLAR EN SUS OBRAS

 

Jesús Fernando Cáseda Teresa

(IES Valle del Cidacos. Calahorra. La Rioja)

                             

 

RESUMEN: Se estudia la relación de Manuel Bartolomé Cossío, de la Institución Libre de Enseñanza, con los miembros de la Generación del 98 en cuanto a fuente del tema escolar en sus obras literarias.

 

PALABRAS CLAVE: Manuel Bartolomé Cossío, Educación, Escuela, Generación del 98, Literatura.

 

ABSTRACT: We study the relationship of Manuel Bartolomé Cossio, of the Free Institution of Education, members of the Generation of 98 as a source of school theme in his writing.

 

KEY WORDS: Manuel Bartolomé Cossío, Education, Generation of 98, Literature.

     


 

          Si hay un tema que aparece de forma repetida en las obras de los autores del 98 – y sin embargo poco estudiado por la crítica- éste es el tema de la educación, especialmente el tema de los maestros y la enseñanza contemporánea. De ahí resulta un retrato casi siempre poco caritativo. Recordemos a Apolodoro, protagonista de Amor y pedagogía, quien acaba suicidándose; así como Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia o el protagonista de Diario de un enfermo de Azorín.

 

          Tanto Amor y pedagogía como La voluntad de Azorín están publicadas el mismo año en que accede al poder Alfonso XIII, dos años después de la creación del Ministerio de Instrucción Pública. Esta innovación responde a un proceso social y político de gran calado: la democratización del sistema liberal, vivida como una evolución necesaria, del propio sistema. Los liberales no fueron ajenos a este movimiento y el conde de Romanones, segundo en ocupar la cartera ministerial y sujeto a una fiebre legisladora, continúa y amplía las reformas iniciadas por su predecesor. Antonio García Alix había puesto en marcha la reforma de la Escuela Normal y de la inspección de la primera enseñanza, la reforma del plan de estudios de segunda enseñanza, la organización de Escuelas de Artes e Industrias (futuras de Artes y Oficios), e incluso la obligatoriedad de reservar cierto tiempo en los horarios de los trabajadores jóvenes para que éstos pudieran seguir la instrucción elemental. Romanones, por su parte, sacó adelante la famosa real orden de 21 de marzo de 1901 que instauraba la discutida libertad de cátedra, e intentó reorganizar todo el sistema escolar en Institutos Generales Técnicos, centros polivalentes que  acogerían los centros de Bachillerato, las Escuelas de Maestros, estudios que hoy llamaríamos de Formación Profesional e incluso escuelas nocturnas para obreros. Se inicia la política de becas, predecesora de la que llevó a cabo la junta de Ampliación de Estudios, organismo ministerial creado en 1907, y el Ministerio se hace cargo de los sueldos de los maestros, dependientes hasta entonces de los Ayuntamientos.

 

De lo que se trata ahora, según una ideología oficial teñida de regeneracionismo y voluntad intervencionista, sustentada por el Estado, es de formar esos mismos individuos, incapaces por sí solos de alcanzar el grado de ciudadanía que requiere la democracia. Los más radicales, hablarán de crear a ese ciudadano, como quien se creía capaz de formar un hombre nuevo. Esta voracidad, significativa de por sí, tropieza con la Iglesia y las congregaciones religiosas en el sistema educativo, en particular en el tramo importante de la segunda enseñanza. El grupo de la Institución Libre de Enseñanza respalda el intervencionismo estatal y toma posiciones en los nuevos organismos que va creando la Administración. La Iglesia adopta una posición defensiva y se considerará injustamente apartada y despreciada por quienes más debían apoyarla, sobre todo en vista de lo ocurrido a lo largo del siglo, cuando se suprimió la enseñanza religiosa y nadie tomó el relevo de la única institución educadora.

 

          Las medidas de Romanones, especialmente la garantista de la libertad de cátedra, el estreno de la Electra de Galdós y la limitación posterior de las órdenes religiosas caldearon el ambiente de la crítica por el estamento clerical. Como recuerda José María Marco, los institucionistas ayudaron en gran medida a presentar una alternativa posible y fiable frente  a la enseñanza religiosa, aunque según éste

 

 

“El esfuerzo de los discípulos de Giner de los Ríos no es superior, en el campo educativo, al que llevan a cabo, desde las instituciones estatales, individuos como Rufino Blanco y desde las congregaciones y la enseñanza religiosa, Pedro Poveda o Ramón Ruiz Amado, por citar sólo algunos ejemplos eminentes de una larga nómina.

El recuerdo ha favorecido a los primeros y los institucionistas han merecido casi todos los honores de la renovación educativa de la España contemporánea. Para explicarlo, hay que recordar que contaban con un factor de propaganda de extraordinario atractivo, mientras que el esfuerzo de renovación educativa iniciado desde las instituciones próximas a la Iglesia, de envergadura no menor, y probablemente más importante que aquél, resulta infinitamente más prosaico, menos novelesco, Lo que ocurre es que los institucionistas no tenían sólo la ambición de crear una elite bien preparada, o la de descubrir o perfeccionar nuevos métodos de enseñanza, ni siquiera la de difundir valores, conocimientos y actitudes que hicieran posible la democratización del sistema político y la creación de riqueza. La bandera que levantaban era ni más ni menos que la de la creación de un hombre nuevo. Todo el esfuerzo pedagógico de la Institución se encamina hacia ese ideal, vedado para la Iglesia católica. Valera no se equivocaba cuando evocaba con sonrisa de escéptico ilustrado las raíces místicas del krausismo. El propio personaje de santón, tan meticulosamente elaborado por Giner y con un atractivo tan intenso en su momento, resulta difícil de entender fuera de esa actitud mesiánica e iluminada, propia de una secta.” [1]

 

          Efectivamente, Giner y Cossío confían en la idea de un “hombre nuevo” producto de una “escuela nueva”. Y, ¿qué mejor ejemplo que el de los ilustres escritores del 98 amigos y ex alumnos de la institución? Por otra parte, aquellos miembros del 98 que se han educado fuera de la misma y han recibido una formación tradicional idean en sus obras constantes sátiras contra el modelo educativo vigente. El caso de Baroja es especialmente duro por cuanto en varias de sus obras lanza aceradas críticas. En El árbol de la ciencia Andrés Hurtado tiene por maestros a monstruos vanidosos y las asignaturas son intragables: tochos sin ningún sentido práctico, que han de ser memorizados para obtener el título preceptivo. No hay laboratorios, las prácticas resultan ridículas, los cadáveres son momias de casquería, los estudiantes ignorantes, y abunda una pobreza total de medios y desprecio absoluto por cualquier forma de moralidad, amén de corrupción departamental, nepotismo, favoritismo, etc.

 

El recuerdo del libro de memorias de Santiago Ramón y Cajal es inevitable a este respecto, donde dibuja las penurias de la enseñanza de Medicina en España durante el XIX.

 

También Unamuno en la citada novela Amor y pedagogía lleva al extremo una educación deshumanizada, falta de valores. Como señala José María Marcos,

 

“Unamuno quiso hacer con su obra una crítica del pensamiento o mejor dicho de la actitud positivista, convencida de que la realidad podía ser aprehendida, conocida y mejorada. También pretende ser una crítica de la ciencia pedagógica, que según Unamuno lo subordina todo, incluso el propio ser humano, a sus requerimientos. Pero la parodia es tan exagerada, tan abstractos los motivos y tan inhumanos unos personajes que responden todos con docilidad pasmosa a la idea previa de su creador, que más bien consigue lo contrario de lo que pretende, condenado el protagonista desde la primera línea. Ni siquiera logra animar el conflicto un personaje como don Fulgencio, filósofo, trasunto de Unamuno, que aconseja al pobre Avito Carrascal lo contrario de lo que le predica su padre: «Extravaga, hijo mío, extravaga cuanto puedas [...]. Que no te clasifiquen. Sé tú, tú mismo, único e insustituible». Sea lo que sea, el hecho es que Unamuno consideró interesante reflejar un debate de ideas muy de la época -la presunta crisis del conocimiento racional y positivo, y por tanto de la ideología «burguesa» del progreso- tomando como pretexto el tema de la enseñanza”.

 

          También Azorín retrata en Las confesiones de un pequeño filósofo sus años en el colegio de los Escolapios en Yecla: la larga y aburrida jornada, el estudio repetitivo y las enseñanzas absurdas que recibió. En clase del padre Peña, por ejemplo, unos se reían, otros cantaban, los más hacían lo que les venía en gana, mientras dicho padre leía tranquilamente un número de El Siglo Futuro, periódico de carácter integrista. Dice así Azorín sobre las interminables jornadas en el colegio:

 

 

          “[...] el tiempo nos parecía interminable. Nada pesaba más sobre nuestros cerebros vírgenes que este lapso eterno que pasábamos a la luz opaca de quinqués sórdidos, en esa sala fría y destartalada, con los codos apoyados sobre la tabla y la cabeza entre las manos, fija la vista en las páginas antipáticas, mientras rumiábamos mentalmente frases abstractas y áridas” [2]

 

          Sólo dos miembros del 98 se dedicarán a la docencia – Antonio Machado y Miguel de Unamuno-, frente a lo que luego ocurrirán en la generación del 27 donde son mayoría los “poetas profesores”. Machado, alumno de la Institución, es un buen ejemplo del modo de concebir el estudio y la enseñanza por los institucionistas. Sabemos, por ejemplo, que solía leer en clase libros que recibía del extranjero; nunca suspendía a nadie y sus alumnos reconocían su cariño por aprender y por enseñar. Incluso creó una autoimagen ideal y fantástica, acuñada en el mejor espejo que pueda imaginarse dando así forma a Juan de Mairena, profesor de Instituto, de Educación Física, que da clases desinteresadamente y sin sueldo sobre Retórica. Mairena es el trasunto del perfecto profesor formado en la escuela de Franscisco Giner y Manuel Bartolomé Cossío. No sigue un programa, ni echa mano de apuntes o libros y dirige sus clases ajeno completamente a la burocracia escolar.

 

          Juan de Mairena, utópico profesor, hace uso del diálogo al modo socrático para instruir a sus alumnos, hombres libres, escépticos y criticos frente a la realidad circundante. Toma conciencia Mairena de su carácter subversivo y teme, incluso, la posibilidad de ser perseguido por el poder y separado de la docencia. De hecho, y conforme Machado vaya radicalizando sus planteamientos políticos y su visión de la sociedad española, irá asumiendo un mayor compromiso con la educación popular. Por ello Mairena idea una “Escuela Popular de Sabiduría Superior”.

 

          En esta, no menos utópica, escuela, los maestros no cobran ningún sueldo, y son puramente vocacionales. La base del aprendizaje está en los refranes, los dichos populares, la paremiología y los cuentos, romances, canciones, etc. No hay exámenes ni notas, títulos, castigos, etc. Sólo aprender por aprender, siguiendo el esquema más ideal de la Institución Libre de Enseñanza. Ahí está el auténtico conocimiento, según Machado, y lo que habría de guiar los planes de estudio.

 

          Unamuno dijo también, a este respecto, que “hay que chapuzarse en pueblo”. Buen ejemplo de ello es su formulación de la “intrahistoria” o “demótica” más importante que la propia Historia. O su propuesta de que todos los profesores de las ciudades debían ir a los pueblos de España a formarse y a aprender antes de comenzar a dar sus clases. De este modo tomarían conciencia sobre la realidad de España. Dicho así, hay un cierto utopismo en la concepción machadiana o unamuniana. Según José María Marco, no obstante,

 

          “El motivo de lo popular procede, en parte, de la Institución Libre de Enseñanza y se superpone al del supuesto descubrimiento del paisaje español realizado por estos escritores. Azorín recuerda con cariño, y tal vez con una punta de sorna, los paseos pedagógicos por la huerta valenciana que daba con sus alumnos Eduardo Soler y Pérez, alumno de Giner y profesor de Derecho Político. Unamuno y Baroja son dos buenos ejemplos de esta afición ambulatoria, que tantas páginas paisajísticas admirables ha dado a la literatura española. Hay que recordar sin embargo que el interés por lo popular (los tipos, la literatura, las formas artísticas) cuenta en España con una larguísima tradición previa a los estudios de finales del siglo pasado. Así lo reconocía el propio Menéndez Pidal, más ponderado en esto, como en tantas otras cosas, que sus coetáneos, y que también reconoció lo que debía a. sus maestros. Ciñéndonos más al tema educativo, las excursiones al aire libre y por el campo son práctica común en la educación de la época, incorporada pronto a las actividades escolares en todos los centros no estatales de enseñanza, incluidos los religiosos”.

 

               Con independencia del origen foráneo de algunas fuentes que certificaron la importancia de cambiar el modelo educativo, lo cierto es que los primeros que toman conciencia real de la importancia de la educación son los miembros del 98. Frente a la rica experiencia de Machado como alumno, o la sana envidia de Azorín por sus métodos pedagógicos, otros miembros de la generación como Unamuno y Baroja cuentan sus experiencias, desoladoras, como alumnos de la escuela tradicional:

         

          “Unamuno trata con cariño a su maestro don Higinio, el dueño del colegio (colegio de pago y no escuela, como se encarga de precisarlo el autor) en el que empezó su larga vida académica. Incluso le dedicó un poema, aunque no se olvida de decir que a don Higinio le llamaban "El pavero" por los cañazos que reparte a sus alumnos, como si éstos fueran pavos atontados. Los profesores del Instituto Vizcaíno donde cursó los estudios de segunda enseñanza, no merecen más recuerdo que el de la aridez insoportable de sus clases. Se salvan dos: el «excelente» don Ignacio, de Matemáticas, y el «inolvidable» presbítero clon Félix Azcuénaga que le llevó a leer a Balmes y a Donoso. No parecen dos adjetivos muy entusiastas. De la universidad, lo que le importa al recordarla en 1933 «no es lo que ellos me enseñaron, sino lo que yo aprendí, excitado por sus enseñanzas y no pocas veces, en contra de ellas, por mí mismo». Baroja evoca sin detenerse mucho su primera escuela, en San Sebastián, para recordar al maestro León Sánchez Calleja, «demasiado aficionado a educarnos a golpe de puntero». Se alarga más con la enseñanza universitaria. La experiencia tremenda de Andrés Hurtado en el Hospital de San Carlos y las aulas de la Facultad de Medicina aparece casi palabra por palabra en sus recuerdos de Familia, infancia y juventud (1945)”.

 

          Por ello Unamuno señala una y otra vez la necesidad de reformas, orientadas esta vez al pueblo. Pero es indudable que el desengaño iba a aparecer justo cuando descendió a la cruda realidad. En un momento, Unamuno se pregunta “¿quién de verdad quiere regenerarse?”. Señala entonces que todos están mintiendo –él también- puesto que nadie piensa en regenerarse. El problema es el siguiente: “¡Regenerarnos! ¿Y de qué, si aún de nada nos hemos arrepentido?” El pueblo no entiende nada de ello. Le es indiferente la pérdida de las colonias. Más bien se alegra de su pérdida porque así dejarán de morir sus hijos.

 

          Señala Unamuno en sus escritos el fatalismo popular ante la pobreza, la miseria y la enfermedad, en la que viven las clases populares, como resultado del caciquismo y de los pactos de los partidos políticos, alternándose siempre los intereses de los poderosos. El pueblo seguía durmiendo y soñando “en un sueño lento, oscuro, monótono, el sueño de su buena vida rutinaria”.

 

          Un escritor que antecede y prepara el camino para la renovación pedagógica del país, por sus críticas en algunas de sus novelas y de sus publicaciones es Galdós. En Fortunata y Jacinta, Juanito Santa Cruz hace una descripción de Fortunata como un animal salvaje y embrutecido por su falta de educación en estos términos:

 

          “Una salvaje que no sabía leer ni escribir. Figúrate, ¡que educación ¡ ¡pobre pueblo!, y luego hablamos de sus pasiones brutales, cuando nosotros tenemos la culpa... Esas cosas hay que verlas de cerca ... Sí, hija mía, hay que poner la mano sobre el corazón del pueblo, que es sano ...” [3]

 

          Teodoro Golfín, personaje de su novela Marianela, médico que ha conseguido su título por su perseverancia a pesar de formar parte de la clase más humilde de la sociedad, y buen conocedor por tanto de las carencias de los pobres y marginados, se refiere a Marianela, criatura primitiva pero inteligente y bondadosa, en estos términos:

 

          “¡Pobre criatura, formada de sensibilidad ardiente, de imaginación viva, de candidez y de superstición, eres una admirable persona nacida para todo lo bueno, pero desvirtuada por el estado salvaje en que has vivido, por el abandono y la falta de instrucción, pues careces hasta de lo más elemental! ¡En qué donosa sociedad vivimos, que hasta este punto se olvida de sus deberes y deja perder de este modo un ser preciosísimo!”  [4]

 

          En sus obras, Galdós advierte cómo la delincuencia es en buena medida el resultado de la mala política educativa. Por sus novelas abundan personajes condenados, delincuentes que se inician siendo niños y constantes denuncias como en La desheredada, donde Mariano Rufete, personaje que en la novela intenta un regicidio y que acaba en la cárcel, pero cuya carrera delictiva se inició mucho antes, cuando de niño y cansado de trabajar en una fábrica de sogas, con penosas condiciones, termina asesinando a un compañero por una nimiedad. A este respecto, un Concejal y un Comisario de la Beneficencia, buscando un emplazamiento para una escuela donde los niños se instruyan intercambian sus opiniones en la siguiente conversación:

 

          “ - ¡Qué país!

-        ¡Pero qué país!

-        En Málaga son frecuentes estos casos.

-        Y en Madrid lo van siendo también.

-        ¡Y nos ocupamos de escuelas! ¡Presidios es lo que hace falta!

-        Escuelas penitenciarias, o cárceles escolares ... Es mi tema.

Cuando llegaron al lugar de la catástrofe, los dos señores, dignísimos representantes de lo más meritorio y venerable que hay en los pueblos modernos, se echaron recíprocamente el uno sobre otro, estas dramáticas exclamaciones:

-        ¡Esto es espantoso!

-        ¡Esto parte el corazón!

-        Escuelas, señor Lamagorza

-        Presidios, señor don Jacinto.

-        Yo digo que jardines Fröebel.

-        Yo digo que maestros de hierro que no usen palmeta sino fusil Remington.” [5]

 

Galdós, como buen conocedor de la Nueva Escuela y de las modernas ideas pedagógicas europeas, muestra en la conversación entre las autoridades las dos posturas existentes en la sociedad para remedio de la delincuencia juvenil: presidio o escuela. La referencia a Fröebel deja entrever la postura galdosiana favorable a la postura pedagógica moderna y partidaria de la educación positiva. El romanticismo pedagógico de Fröebel se nutre de la confianza en la bondad de los niños, en el sentido de que colocados en situaciones apropiadas, son capaces de desarrollar sentimientos afectuosos espíritu colaborativo y tendencias bondadosas.

 

NOTAS

 

1  http://www.josemariamarco.com/

2 Alicante, Thule Ediciones, 2003, p. 27

3 Parte Primera (capítulo V), p. 35

4  Marianela, tomo I, p. 762

5  Madrid, Sucesores de Hernando, 1909, p. 125.