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MANUEL BARTOLOMÉ COSSÍO Y
Jesús
Fernando Cáseda Teresa
(IES Valle del Cidacos.
Calahorra.
RESUMEN: Se estudia la relación de Manuel
Bartolomé Cossío, de
PALABRAS CLAVE: Manuel Bartolomé
Cossío, Educación, Escuela, Generación del 98, Literatura.
ABSTRACT: We study the relationship of Manuel Bartolomé Cossio, of the Free
Institution of Education, members of the Generation of 98 as a source of school
theme in his writing.
KEY WORDS: Manuel Bartolomé Cossío,
Education, Generation of 98, Literature.
Si hay un tema que aparece de forma repetida en las obras de los autores
del 98 – y sin embargo poco estudiado por la crítica- éste es el tema de la
educación, especialmente el tema de los maestros y la enseñanza contemporánea.
De ahí resulta un retrato casi siempre poco caritativo. Recordemos a Apolodoro,
protagonista de Amor y pedagogía,
quien acaba suicidándose; así como Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia o el protagonista de Diario de un enfermo de Azorín.
Tanto Amor y pedagogía como La
voluntad de Azorín están publicadas el mismo año en que accede al poder
Alfonso XIII, dos años después de la creación del Ministerio de Instrucción
Pública. Esta innovación responde a un proceso social y político de gran
calado: la democratización del sistema liberal, vivida como una evolución
necesaria, del propio sistema. Los liberales no fueron ajenos a este movimiento
y el conde de Romanones, segundo en ocupar la cartera ministerial y sujeto a
una fiebre legisladora, continúa y amplía las reformas iniciadas por su
predecesor. Antonio García Alix había puesto en marcha la reforma de
De lo que se trata ahora, según una ideología oficial teñida de
regeneracionismo y voluntad intervencionista, sustentada por el Estado, es de
formar esos mismos individuos, incapaces por sí solos de alcanzar el grado de
ciudadanía que requiere la democracia. Los más radicales, hablarán de crear a
ese ciudadano, como quien se creía capaz de formar un hombre nuevo. Esta
voracidad, significativa de por sí, tropieza con
Las medidas de Romanones,
especialmente la garantista de la libertad de cátedra, el estreno de
“El esfuerzo de los discípulos de
Giner de los Ríos no es superior, en el campo educativo, al que llevan a cabo,
desde las instituciones estatales, individuos como Rufino Blanco y desde las
congregaciones y la enseñanza religiosa, Pedro Poveda o Ramón Ruiz Amado, por
citar sólo algunos ejemplos eminentes de una larga nómina.
El recuerdo ha favorecido a los primeros y los
institucionistas han merecido casi todos los honores de la renovación educativa
de
Efectivamente,
Giner y Cossío confían en la idea de un “hombre nuevo” producto de una “escuela
nueva”. Y, ¿qué mejor ejemplo que el de los ilustres escritores del 98 amigos y
ex alumnos de la institución? Por otra parte, aquellos miembros del 98 que se
han educado fuera de la misma y han recibido una formación tradicional idean en
sus obras constantes sátiras contra el modelo educativo vigente. El caso de
Baroja es especialmente duro por cuanto en varias de sus obras lanza aceradas
críticas. En El árbol de la ciencia
Andrés Hurtado tiene por maestros a monstruos vanidosos y las asignaturas son
intragables: tochos sin ningún sentido práctico, que han de ser memorizados
para obtener el título preceptivo. No hay laboratorios, las prácticas resultan
ridículas, los cadáveres son momias de casquería, los estudiantes ignorantes, y
abunda una pobreza total de medios y desprecio absoluto por cualquier forma de
moralidad, amén de corrupción departamental, nepotismo, favoritismo, etc.
El recuerdo del libro de memorias de Santiago Ramón y Cajal es inevitable
a este respecto, donde dibuja las penurias de la enseñanza de Medicina en
España durante el XIX.
También Unamuno en la citada novela Amor
y pedagogía lleva al extremo una educación deshumanizada, falta de valores.
Como señala José María Marcos,
“Unamuno quiso hacer con su obra una crítica del pensamiento o mejor
dicho de la actitud positivista, convencida de que la realidad podía ser
aprehendida, conocida y mejorada. También pretende ser una crítica de la
ciencia pedagógica, que según Unamuno lo subordina todo, incluso el propio ser
humano, a sus requerimientos. Pero la parodia es tan exagerada, tan abstractos
los motivos y tan inhumanos unos personajes que responden todos con docilidad
pasmosa a la idea previa de su creador, que más bien consigue lo contrario de
lo que pretende, condenado el protagonista desde la primera línea. Ni siquiera
logra animar el conflicto un personaje como don Fulgencio, filósofo, trasunto de
Unamuno, que aconseja al pobre Avito Carrascal lo contrario de lo que le
predica su padre: «Extravaga, hijo mío, extravaga cuanto puedas [...]. Que no
te clasifiquen. Sé tú, tú mismo, único e insustituible». Sea lo que sea, el
hecho es que Unamuno consideró interesante reflejar un debate de ideas muy de
la época -la presunta crisis del conocimiento racional y positivo, y por tanto
de la ideología «burguesa» del progreso- tomando como pretexto el tema de la
enseñanza”.
También Azorín retrata en Las confesiones de un pequeño filósofo sus
años en el colegio de los Escolapios en Yecla: la larga y aburrida jornada, el
estudio repetitivo y las enseñanzas absurdas que recibió. En clase del padre
Peña, por ejemplo, unos se reían, otros cantaban, los más hacían lo que les
venía en gana, mientras dicho padre leía tranquilamente un número de El Siglo
Futuro, periódico de carácter integrista. Dice así Azorín sobre las
interminables jornadas en el colegio:
“[...]
el tiempo nos parecía interminable. Nada pesaba más sobre nuestros cerebros
vírgenes que este lapso eterno que pasábamos a la luz opaca de quinqués
sórdidos, en esa sala fría y destartalada, con los codos apoyados sobre la
tabla y la cabeza entre las manos, fija la vista en las páginas antipáticas,
mientras rumiábamos mentalmente frases abstractas y áridas” [2]
Sólo dos
miembros del 98 se dedicarán a la docencia – Antonio Machado y Miguel de
Unamuno-, frente a lo que luego ocurrirán en la generación del 27 donde son
mayoría los “poetas profesores”. Machado, alumno de
Juan de
Mairena, utópico profesor, hace uso del diálogo al modo socrático para instruir
a sus alumnos, hombres libres, escépticos y criticos frente a la realidad
circundante. Toma conciencia Mairena de su carácter subversivo y teme, incluso,
la posibilidad de ser perseguido por el poder y separado de la docencia. De
hecho, y conforme Machado vaya radicalizando sus planteamientos políticos y su
visión de la sociedad española, irá asumiendo un mayor compromiso con la
educación popular. Por ello Mairena idea una “Escuela Popular de Sabiduría
Superior”.
En esta, no
menos utópica, escuela, los maestros no cobran ningún sueldo, y son puramente
vocacionales. La base del aprendizaje está en los refranes, los dichos
populares, la paremiología y los cuentos, romances, canciones, etc. No hay
exámenes ni notas, títulos, castigos, etc. Sólo aprender por aprender,
siguiendo el esquema más ideal de
Unamuno
dijo también, a este respecto, que “hay que chapuzarse en pueblo”. Buen ejemplo
de ello es su formulación de la “intrahistoria” o “demótica” más importante que
la propia Historia. O su propuesta de que todos los profesores de las ciudades
debían ir a los pueblos de España a formarse y a aprender antes de comenzar a
dar sus clases. De este modo tomarían conciencia sobre la realidad de España.
Dicho así, hay un cierto utopismo en la concepción machadiana o unamuniana.
Según José María Marco, no obstante,
“El motivo
de lo popular procede, en parte, de
Con independencia del origen foráneo de algunas fuentes que certificaron
la importancia de cambiar el modelo educativo, lo cierto es que los primeros
que toman conciencia real de la importancia de la educación son los miembros
del 98. Frente a la rica experiencia de Machado como alumno, o la sana envidia
de Azorín por sus métodos pedagógicos, otros miembros de la generación como
Unamuno y Baroja cuentan sus experiencias, desoladoras, como alumnos de la
escuela tradicional:
“Unamuno
trata con cariño a su maestro don Higinio, el dueño del colegio (colegio de
pago y no escuela, como se encarga de precisarlo el autor) en el que empezó su
larga vida académica. Incluso le dedicó un poema, aunque no se olvida de decir
que a don Higinio le llamaban "El pavero" por los cañazos que reparte
a sus alumnos, como si éstos fueran pavos atontados. Los profesores del
Instituto Vizcaíno donde cursó los estudios de segunda enseñanza, no merecen
más recuerdo que el de la aridez insoportable de sus clases. Se salvan dos: el
«excelente» don Ignacio, de Matemáticas, y el «inolvidable» presbítero clon
Félix Azcuénaga que le llevó a leer a Balmes y a Donoso. No parecen dos
adjetivos muy entusiastas. De la universidad, lo que le importa al recordarla
en 1933 «no es lo que ellos me enseñaron, sino lo que yo aprendí, excitado por
sus enseñanzas y no pocas veces, en contra de ellas, por mí mismo». Baroja evoca sin detenerse mucho su primera escuela, en San Sebastián,
para recordar al maestro León Sánchez Calleja, «demasiado aficionado a
educarnos a golpe de puntero». Se alarga más con la enseñanza universitaria. La
experiencia tremenda de Andrés Hurtado en el Hospital de San Carlos y las aulas
de
Por ello
Unamuno señala una y otra vez la necesidad de reformas, orientadas esta vez al
pueblo. Pero es indudable que el desengaño iba a aparecer justo cuando
descendió a la cruda realidad. En un momento, Unamuno se pregunta “¿quién de
verdad quiere regenerarse?”. Señala entonces que todos están mintiendo –él
también- puesto que nadie piensa en regenerarse. El problema es el siguiente:
“¡Regenerarnos! ¿Y de qué, si aún de nada nos hemos arrepentido?” El pueblo no
entiende nada de ello. Le es indiferente la pérdida de las colonias. Más bien
se alegra de su pérdida porque así dejarán de morir sus hijos.
Señala
Unamuno en sus escritos el fatalismo popular ante la pobreza, la miseria y la
enfermedad, en la que viven las clases populares, como resultado del caciquismo
y de los pactos de los partidos políticos, alternándose siempre los intereses
de los poderosos. El pueblo seguía durmiendo y soñando “en un sueño lento,
oscuro, monótono, el sueño de su buena vida rutinaria”.
Un escritor
que antecede y prepara el camino para la renovación pedagógica del país, por
sus críticas en algunas de sus novelas y de sus publicaciones es Galdós. En Fortunata y Jacinta, Juanito Santa Cruz
hace una descripción de Fortunata como un animal salvaje y embrutecido por su
falta de educación en estos términos:
“Una
salvaje que no sabía leer ni escribir. Figúrate, ¡que educación ¡ ¡pobre
pueblo!, y luego hablamos de sus pasiones brutales, cuando nosotros tenemos la
culpa... Esas cosas hay que verlas de cerca ... Sí, hija mía, hay que poner la
mano sobre el corazón del pueblo, que es sano ...” [3]
Teodoro
Golfín, personaje de su novela Marianela,
médico que ha conseguido su título por su perseverancia a pesar de formar parte
de la clase más humilde de la sociedad, y buen conocedor por tanto de las
carencias de los pobres y marginados, se refiere a Marianela, criatura
primitiva pero inteligente y bondadosa, en estos términos:
“¡Pobre
criatura, formada de sensibilidad ardiente, de imaginación viva, de candidez y
de superstición, eres una admirable persona nacida para todo lo bueno, pero
desvirtuada por el estado salvaje en que has vivido, por el abandono y la falta
de instrucción, pues careces hasta de lo más elemental! ¡En qué donosa sociedad
vivimos, que hasta este punto se olvida de sus deberes y deja perder de este
modo un ser preciosísimo!” [4]
En sus
obras, Galdós advierte cómo la delincuencia es en buena medida el resultado de
la mala política educativa. Por sus novelas abundan personajes condenados,
delincuentes que se inician siendo niños y constantes denuncias como en La desheredada, donde Mariano Rufete,
personaje que en la novela intenta un regicidio y que acaba en la cárcel, pero
cuya carrera delictiva se inició mucho antes, cuando de niño y cansado de
trabajar en una fábrica de sogas, con penosas condiciones, termina asesinando a
un compañero por una nimiedad. A este respecto, un Concejal y un Comisario de
“ - ¡Qué
país!
-
¡Pero qué país!
-
En Málaga son frecuentes estos casos.
-
Y en Madrid lo van siendo también.
-
¡Y nos ocupamos de escuelas!
¡Presidios es lo que hace falta!
-
Escuelas penitenciarias, o cárceles
escolares ... Es mi tema.
Cuando llegaron al lugar de la catástrofe, los dos
señores, dignísimos representantes de lo más meritorio y venerable que hay en
los pueblos modernos, se echaron recíprocamente el uno sobre otro, estas
dramáticas exclamaciones:
-
¡Esto es espantoso!
-
¡Esto parte el corazón!
-
Escuelas, señor Lamagorza
-
Presidios, señor don Jacinto.
-
Yo digo que jardines Fröebel.
-
Yo digo que maestros de hierro que no
usen palmeta sino fusil Remington.” [5]
Galdós, como buen conocedor de
NOTAS
1 http://www.josemariamarco.com/
2
Alicante, Thule Ediciones, 2003, p. 27
3
Parte Primera (capítulo V), p. 35
4 Marianela, tomo I, p. 762
5 Madrid, Sucesores de Hernando, 1909, p. 125.