|
REFLEXIÓN SOBRE EL HUMOR EN
Alfonso Ortega Carmona
(Doctor honoris
causa de
Excmo. Sr. Presidente de
Autónoma de la Región de Murcia
Excmo. y Magfco. Sr. Rector
Excmo. Sr. Presidente del Consejo Social
Excmas. e Ilmas. Autoridades
Profesores, Personal de Administración y
Servicios.
Estudiantes.
Señoras y Señores.
DOCTORES,
MAESTROS Y GRACIAS
La vez primera que, dentro de una lengua, la
latina, madre de nueve idiomas actualmente hablados en Europa y uno de ellos en
diecinueve de América, aparece el vocablo Doctor,
fue en el escritor y político Cicerón (Orator
I, 6), quien también por primera vez lo vincula expresamente a la designación
de doctor rhetoricus, (Orator I 19), el que enseña a hablar
bien. Desde entonces adquiere tanto prestigio esta palabra, como término
alternativo a la más antigua de magister
–el que hace más (magis) a sus
oyentes o aprendices-, que hasta el mismo Quintiliano, maestro de Retórica, no
tuvo reparo alguno en utilizarla para señalar a quienes preparaban a ser más a otros en el blandir la espada
y lanzar la red, a los antiguos técnicos del circo romano: palaestriti doctores, a los enseñantes en la palestra (Institutio Oratoria, XII, 2.12).
Pero como expresión significativa, por
excelencia, de la enseñanza intelectual, se ennoblece de manera que los
cristianos la reservaron para nombrar, desde los primeros testimonios de su
literatura latina, al Apóstol Pablo, al
doctor, al enseñante o evangelizador de las naciones. El tránsito para el
uso de esta denominación, como título propio, se nos presenta en la designación
de los llamados Padres de la Iglesia como Doctores
Ecclesiae. En esta tradición medieval los Cartularios de París conceden desde el siglo XIII este título – doctores –a ciertos distinguidos magistri de la Sorbona, para ponderar el
singular éxito de algunos enseñantes sobre
los restantes maestros, con la prerrogativa de enseñar sin límitación
territorial en cualquiera de las Universidades de la Cristiandad. Así debe
entenderse el Doctor angelicus o universalis, para nombrar a Santo Tomás
de Aquino o al Doctor subtilis, con
el que se conoce al franciscano inglés Juan Duns Escoto, por fin beatificado
por Juan Pablo II.
Pero ha de recordarse que esta aplicación
nominal era en el lenguaje académico una concesión honorífica, un cierto acto de gracia, ya que con él se
intentaba aproximar su autoridad a los cuatro grandes de la Iglesia Latina, San
Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio Magno, el único Papa que
comparte el elogio de Magno con León I. Y el pueblo, tan inclinado al cambio,
tanto a los rechazos, racionales o no, como a los ensalzamientos súbitos, hizo
uso de esta generosidad llamando doctor,
tenga título o no, legítimamente adquirido, a quien intenta curar dolencias y a
veces o con frecuencia lo consigue.
En esta misma corriente de dádiva de gracia
la Universidad Europea, desde principios del siglo XX, compartió similar
generosidad dispensando el don académico de doctor
honoris causa a quienes considere tener merecimientos especiales, bien sea
en la promoción de la ciencia o de la investigación, por su apoyo económico, ya
que para ello no es necesario el ser
docto o enseñado en ellas
-también a políticos-,o bien porque en virtud de una larga experiencia docente
o investigadora se juzque que alguien pueda recibir este laureado nombramiento,
Es cosa patente que en uno y otro caso se
trata de un acto de gracia, cosa no
merecida, ya que este título no es recompensa a un especial rendimiento, a un
singular trabajo, a la exigida Tesis Doctoral y al examen riguroso, conocido eliminador del apetito y del sueño. Por
ello la denominación más justa, en la opinión del filólogo, no tendría de ser honoris causa, pues causa denota , como originario término jurídico, una exigencia a prueba de tribunales, como
indicó Cicerón en su Primer Discurso contra el corrupto Verres (al mencionar a
Curión, cónsul del año 76, a quien considera varón honoris causa, por exigencia justa del honor a él debido, I, 7),
sino honoris gratia, una distinción
en la que sobreabunda la benevolencia y la gracia sobre otras pretensiones
posiblemente justificables. En este mismo sentido introdujo Plinio el Viejo la
expresión brevitatis gratia, con el
favor de la brevedad (Naturalis Historia,XVIII,
25), y exempli gratia, con la gracia
o beneficio de un ejemplo (ibídem II,
17).
Así desearía yo hoy responder cabalmente a
la gracia, que aquí se me dispensa,
con profundo y emocionado agradecimiento. Gracias a la Facultad de Letras y al
Claustro de Profesores, a toda la Universidad de Murcia, al Excmo. y Magfco.
Sr. Rector, Dr. D. José Ballesta Germán, por haber estimado aceptable mi
incorporación al grupo de sus Doctores Honoris Causa, y gracias a mi buen amigo
y Padrino, el Dr. D. José García López que, como profundo conocedor de la
música griega, ha querido armonizar y mejorar aquí mi presencia con su tono
amable y generoso.
Y como estas gracias reclaman, según rito y
costumbre académica, alguna aportación obligada a la gracia concedida, concedan Ustedes que yo reflexione sobre algo que
tiene que ver con gracia, cuyos
sinónimos señala el Diccionario de la Real Academia en chiste, dicho agudo, discreto, y donaire; especialmente con el
abarcante concepto del humor entre
antiguos griegos y romanos.
HUMOR EN GRECIA Y ROMA
De romanos y griegos tenemos por lo general
la imagen y el recuerdo solemne de sus calzadas, de sus basílicas, de sus
acueductos, del cónsul que en sus desplazamientos lleva siempre en su carroza
la silla curul, símbolo de la
autoridad suma; del Derecho, cimiento del Estado en Europa; de la estatua de
Zeus, obra de Fidias, en Olimpia; del Partenón que, con los templos de Egina y
del Cabo Sunio, forman el triágulo áureo de la arquitectura doria. Porque, si
bien hay vías del pensamiento, que son tan fundamentales y magníficas, que
parecieran haber existido siempre, son los griegos a quienes somos deudores del
drama y de las representaciones teatrales. Antes de ellos no hubo pregunta
filosófica alguna, ni la idea de la igualdad de todos ante la ley, la isonomía, la más hermosa palabra de la
lengua griega, según afirmaba Heródoto, fundamento de la democracia de todos
los tiempos; de su concepto del honor; del poder de la palabra y del arte de
hablar en público y decir algo mejor que el silencio.
Pero toda esta majestuosa representación,
compartida por romanos y griegos, no puede hacernos olvidar el espíritu humano
de estos pueblos, a los que con típica ironía describía Sócrates de esta
manera: Nosotros, los helenos, los que
estamos entre las columnas de Heracles (Gibraltar) y del Fasis (río de la Cólquide, desemboca en el Mar Negro), habitamos una pequeña porción de tierra,
viviendo en torno al mar, como hormigas o ranas en torno a una charca (Fedón, 109 a 9- 109 b 4), -desde Sicilia
y la africana Cirene, en la actual Libia, hasta las costas del Asia Menor.
Quienes estemos acostumbrados a ver en
RISA,
CARCAJADA Y SONRISA
Es ésta la risa inextinguible, la llamada desde finales del sigloXVIII risa homérica, en la que el primer poeta
de Occidente, Homero, nos presenta a los dioses del Olimpo cuando, tras una
vehemente discusión matrimonial entre Zeus y su esposa Hera, Hefesto, el hijo
caído antaño desde el Olimpo a la isla de Lemnos, por un puntapié de Zeus su
padre, provoca con su eterna cojera la risa de los Inmortales, mientras de
derecha a izquierda, renqueando, va él escanciándoles el néctar en las doradas
copas (Ilíada, I, 595- 6009). La
misma que oímos en la más tierna de todas las escenas de esta epopeya de
guerra, cuando al despedirse Héctor de su esposa Andrómaca, armado y con el
yelmo encajado en su rostro, para no darle signos de tristeza, la aparición del
pequeño hijo Astianacte, lleno de susto ante aquel horrible guerrero y
refugiándose con gritos en el regazo de su nodriza, hace reir a sus padres. Y
cuando Héctor se quita de su cabeza el yelmo, (lo que no logró la esposa), toma
al hijo en sus brazos y ruega a los dioses por aquel niño, augurándole venturas,
la madre –escribe Homero- lloró sonriendo
(Il.
VI, 466-485; cf. Odisea VIII, 326;
XX, 346-347).
No es la ruidosa carcajada – kanchalóôsi- de los aqueos al ver a
Paris huir de Menelao y sumergirse lleno de pánico entre las filas troyanas (Ilíada III, 43). Preferible habría sido
no haber nacido, sentencia Héctor, hermano de Paris. Ni es ésta la risa sardónica, de la que por primera
vez habla Cicerón en una de sus cartas a los amigos (Ad amicos, 7, 25), convulsiva, amarga y despreciadora, legendario efecto
de una hierba natural de Sardinia, Cerdeña (Virgilio, Egl. 7,41). Si se la hierve y bebe su líquido contrae la boca en un
rictus de paralizada carcajada, y hasta puede causar la muerte, si damos
crédito a Pausanias, autor de la primera y más antigua Guía Turística de Grecia
y en Europa (siglo II d.Cr., Periégesis
tes Helládos, 10, 17, 7).
Estamos ante la platónica y pedagógica
tragicomedia de la vida, en la que el dolor y la risa, el placer y la
depresión, se resisten a estar al mismo tiempo juntos en el hombre; pero están
como unidos por la coronilla, de modo que siempre que el uno termina, comienza
el otro, según oímos decir a Sócrates en la cárcel (Fedón, 60 e), mientras se restregaba la pierna, poco antes sujeta a
una cadena y, frotándose el lugar endolecido, se procuraba un cierto gozo y
alivio. Seguramente fueron acompañadas estas palabras con alguna manifestación
de risa o de sonrisa, símbolo humano en el que cabe superar los contrastes de
la vida.
Probablemente el más adecuado vocablo y más
cercano a esta actitud fundamental ante la vida, reflejada en la risa, sea humor, cuyo valor pedagógico descubrimos
en el pensamiento griego y, desde Sócrates, en la Filosofía. Antes de él, sea
por los escasos testimonios llegados a nosotros de pensadores presocráticos, o
bien porque ellos se tomaron con excesiva seriedad su investigador pensamiento,
si prescindimos, entre otros, de alguna sentencia de Tales de Mileto, - si es
verídico lo que transmite Diógenes Laercio-, no hallamos humor filosófico. Preguntado
porqué no se casaba, y tenía niños, replicó: No me caso por amor a los niños, (Vida y doctrina de los filósofos, I, 26). Según la antigua leyenda,
que tan ausentes de este mundo consideraba a los filósofos, cayó a una fosa
mientras caminaba contemplando el cielo, y la anciana que le acompañaba, le
increpó: Quieres conocer las cosas del
cielo y ni siquiera ves lo que tienes delante de tus pies (Ibídem, 35). Al afirmar que no había
diferencia alguna entre la muerte y la vida, uno de sus oyentes le interrumpió:
¿Por qué entonces no te mueres tú? -
¡Porque es igual, respondió sin inmutarse (Ibídem, 35). Y a la pregunta sobre qué había sido antes, la noche o
el día, respondió: La noche, pero un día
antes (Ib.36, cf. o.c. Ferecides,
Carta a Tales, 122; Anaxímenes, Carta a Pitágoras, II, 4; Anaxágoras, ib. 7, 10, 13).
Por esta ausencia notable de testimonios
humorísticos en los pensadores presocráticos, parece sospechoso de autenticidad
histórica el Banquete de los Siete Sabios
de Plutarco, cuyo pórtico delata su imitación platónica. Pero en contra de
la costumbre y del rito simposial, oímos risas y chistes en la primera parte,
durante la comida, mientras el tono serio queda reservado al tiempo de las
bebidas, en el que era obligado escuchar precisamente los tonos alegres y
chispeantes entrelazados con las cuestiones serias, mezcla del trágico y
risible sentido de la vida, revelado en el humor.
SENTIDO
DEL HUMOR
Consiste sustancialmente el humor en poder reír o sonreír a pesar de
todo. Se trata de una actitud de distanciamineto frente al mundo, frente a las
cosas y aun respecto de uno mismo. Mientras la comicidad es el resultado de una
acción, y ésta es preciso hacerla o descubrirla, el humor se tiene o no se tiene. Precisamente porque es una actitud,
una disposición psíquica, del ánimo, y ánimos hay tantos como personas con sus
propios e íntimos problemas. El humor
es a su vez la capacidad de superar, al menos, aquellas situaciones en que
muchos hombres no hacen otra cosa que maldecir o llorar. Podría recordarse esta
capacidad con la diversa actitud de los soldados en la Segunda Guerra Mundial.
Los ingleses, cuando les era posible, antes de atacar solían tomarse unas
cucharadas de mermelada, componente irrenunciable del breckfast británico; los
alemanes cantaban himnos, armónica costumbre adquirida ya en el Kindergarten;
los italianos recordaban la marcha triunfal de la ópera Aida de Verdi, y los
franceses tiritaban y maldecían, porque les faltaba el vaso de vino del
mediodía. Gracias a esta actitud tomaba cada uno elegante y humorística
distancia frente a sí mismos y a cuanto les esperaba.
Son distintas maneras de acercarse al humor, como se dice de la corneja, esa
avecilla que al cantar hace impresión de estar haciendo burla de su propio
canto. Con ello nos incorporamos a una de las más finas corrientes del espíritu
europeo, que en el humor descubre un aspecto amable dentro de toda
realidad, por más insignificante y adversa que parezca. A diferencia de la
ironía, de la sátira y del chiste, en el humor
se hacen sensibles y eficaces las fuerzas del ánimo, gracias a inesperadas
sorpresas.
La primera de ellas tiene que ver con la
expresión misma humor, vocablo latino
que crea Lucrecio (IV, 1022), si no fue Cicerón quien lo introdujo en su
edición del poeta, precisamente el cónsul del año
Donde no existe una realidad, falta también
su concepto y su formulación lingüística, o está muy débilmente expresa, podría
ser la conclusión legítima, extraída de esta desolada ausencia del significado
nuestro de humor en uno de los
léxicos indicados. Conclusión falsa. Y es la segunda sorpresa.
Presumen los ingleses de haber acuñado la
significación de humor en el actual
sentido de buena disposición,
complacencia, aptitud para mostrar o descubrir el aspecto ridículo de cosas o
personas. Según su control lingüístico habría sido Sir William Tempel,
Conde de la familia Grenville, quien por vez primera a finales del siglo XVIII
usó la palabra humour para describir
el ánimo alegre, inclinado a reír o hacer reír, como típicamente inglés: No creo equivocarme – escribió a uno de
sus amigos – al decir que el carácter
inglés sobresale en cierto modo entre todos los pueblos antiguos y modernos por
lo que nosotros llamamos humour. Y aun esta palabra es propia nuestra y difícil
de expresar en otro lenguaje. Este humor es un resultado de nuestro pueblo, de
nuestro clima incomparable, como también de la serenidad de nuestros gobiernos
y de la libertad de expresar opiniones.
No sabemos si el Conde echaría el resto
inventivo de su buen humor británico al hablar del clima incomparable de Inglaterra, si no es una ironía, y de lo que
él llamó la serenidad de nuestros
gobiernos, si es que puede darse la serenidad en alguno. Pero cierto es
que, más de dos siglos antes del Conde de Grenville, nuestro Góngora
(11,7,1561- 23,5,1627) empleó ya la palabra humor
como sinónimo de jovialidad (Obras, I, 5, cita del Diccionario de Martín Alonso). Y no
podemos decir si gallegos y andaluces, por lo menos, estarían de acuerdo con el
Conde británico.
De todos modos una rica antología del humor,
recolectada de pensadores griegos y latinos, literatos y filósofos, ilumina con
encantadora luz la parte alegre y divertida de nuestra herencia cultural e
histórica, que pone de relieve la actitud humorística en la realidad vital del
hombre antiguo. Sería un error quedarse solamente con los cuatro serios de
Atenas y Roma, Sófocles y Tucídides, Julio César y Séneca, si bien Séneca se
burlara del Emperador Claudio ya fallecido, cuya alma se transformó en una
calabaza (Apocolocýntosis), en la que los dioses no acertaban a
reconocer la persona de Claudio llegado al cielo.
Son precisamente los griegos quienes
inventaron para Europa
HUMOR Y
SÁTIRA
Lo mismo cabe aseverar de Roma y de sus
romanos. Dentro de su supuesta gruñonería, como pueblo de origen rural, y de su
digna rigidez, que le atribuyen clichés de algunos historiadores y el tópico de
pueblo de carácter, también ellos
tuvieron tiempo para sacar de pila un género literario y alzarlo a la más bella
perfección, que vale desde entonces como suma y esencia de lo humorístico: la Sátira. De ella afirmaba con cierto
orgullo Quintiliano de Calahorra: Satura
quidem tota nostra est (de cierto la
Sátira es por entero nuestra, Instit.oratoria,
X, 1, 93)). No dice Quintiliano que haya estado ausente del pensamiento griego
el acento satírico en su antigua comedia, en los poetas yambógrafos y en la
diatriba filosófica del Helenismo. Lo importante es que no existió entre ellos
la Sátira, en cuanto género literario, como postura crítica frente al mundo de
los hombres desde la perspectiva del yo del poeta y de su manifestación
personal. Y se hace como un género literario que, en su variedad y tratamiento
de temas, se parece a un plato (lanx
satura) que se colma (a esto alude el adjetivo satura, saciado), con
pasas, cereales, piñones y granada con sus jugosos granos, bañado todo en miel,
una especie de Potpourri, por su mezcla de contenidos, expresados con humor-jovialidad, ya que, como decía el
mismo Horacio: ¿Qué impide decir la
verdad riendo? (Sátiras I, 1, 25).
También el epigrama burlesco, gracias al
socarrón latino-aragonés Marcial de Bílbilis-Calatayud (38 al 100 d.Cr.), es
una creación romana. Y hasta podemos dudar si después de leer sus mejores Epigramas hallamos algún discípulo suyo
en Europa, entre los muchos aparecidos tras sus huellas, que en su respectiva
lengua materna haya superado jamás al gran maestro latino hispano.
EL HUMOR EN
LA FÁBULA
Ciertamente la primera manifestación del
gran humor son las fábulas de Esopo.
Prescindiendo ahora del origen de la fábula y de datos biográficos sobre el mismo
Esopo, entendemos la fábula, en su origen, como la unión de un elemento
narrativo y de otro educativo o moral. Y se trata especialmente en su origen de
una narración sobre animales. La idea de que se tenga a los animales como
imagen o símbolo de propiedades o de acciones del hombre, nace de causas
diversas. Podemos pensar en una primitiva sensación de parentesco entre hombre
y animal (biólogos actuales aseveran que son unos pocos genes los que nos
separan del chimpancé), parentesco que apunta a una humanización de los
animales, entre pueblos originarios sin nuestra civilización, y a las ingenuas
conversaciones de los niños con sus animales preferidos. De ahí pudo el creador
de fábulas establecer metáforas y comparaciones entre animal y hombre, en las que
se representan formas de la conducta humana. En su estructura la parte
narrativa de la fábula pertenece al delectare,
a procurar gozo, y la sentencia o moraleja, su conclusión racional o lógos, al prodesse, a la utilidad, en cuya doble dimensión vio el poeta
Horacio unos de los fines de la creación poética (Arte Poética 333). De un caso particular el humor de la fábula nos traslada a una verdad universal. Aquí reside
su grandeza. Por ta razón defendía G.Ephraim Lessing, poeta y filósofo, la
necesidad de su enseñanza en las escuelas, algo que con placer aprendríamos
nosotros en el Colegio de Cehegín traduciendo las Fábulas latinas de Fedro.
Pero ¿qué tiene todo esto que ver con aguas,
con humores? La armonía interior y el
equilibrio psicofísico del hombre, según una consideración griega de la
medicina hipocrática, depende de distintos elementos líquidos – stoicheîa-, con su eficacia en el
cuerpo, denominados jugos o zumos, cuya presencia predominante en
cada persona, da lugar a los cuatro temperamentos o caracteres fundamentales: colérico – por desordenada prepotencia
de la bilis-; melancólico, el de la
bilis negra, por invasión de la sangre en la bilis perturbada; el flemático,
término derivado del griego phlegma (llama,
calentamiento), que Hipócrates aplicaba para designar una mucosidad fría y
lenta en el cuerpo humano, que producía indiferencia, pereza y pesadez y, por
último, el sanguíneo, pletórico de
sangre, la persona de reacciones vehementes, que se hacen transparentes en el
rostro.
Estos elementos o jugos fueron poco a poco sustituídos en
la medicina medieval, cultivada en los monasterios benedictinos, por la
expresión humores –factores líquidos-
de cuya denominación nació el significado de temperamentos, actitudes características y notas habituales de la
personalidad, por influencia dominante de uno de esos elementos, que causan la
enfermedad, rompiendo la igualdad entre todos, la democracia de los humores, la
salud, que el médico y filósofo Alcmeón de Crotona describió como un equilibrio
entre tales elementos o fuerzas (Diels, Presocráticos,
Frag. 4).
En este variopinto mundo de caracteres
encontró el humor materia de
observaciones y de crítica acerba, a veces combativa, otras suavemente
exhortadora y, en la mayoría de los casos, campo de deleite para solaz y
entretenimiento educativo y de sabio aviso para la conducta humana
Su intención, en suma, es crear un estado de
ánimo, que se levante benevolente y distanciado por encima de las deficiencias
de la vida, y penetre, aun más allá de lo ridículo, vulgar y antinatural, en un
espacio sano y superador de nuestro mundo. En unas ocasiones podrá ser
instrumento de autocrítica y a su vez de autoafirmación en una existencia al
parecer absurda, proyectando suave y humana tolerancia y sublime serenidad y desasimiento
en la directa contemplación de los hombres y de sus cosas; aun viéndose uno a
sí mismo desenmascarado en la observación de la irracional conducta y
comportamiento extraño de los otros.
DOCUMENTOS
DE HUMOR
Como documentación y recuerdo del humor, he aquí unos pocos ejemplos de
esta tradición cultural griega y latina. Es comprensible que algunas
profesiones, como la del médico, hayan sido objeto preferido de la trasmisión
humorística. De emperadores, Césares y reyes, de filósofos y médicos, séanos permitido
recordar algunos pensamientos, en los que ante nuestro espíritu se abre toda la
galería de las flaquezas humanas y del ingenio a través del humor; como si fuesen vivencias
nuestras, experiencias perennes, digamos clásicas,
término éste sustantivado en classicum -,
que vale tanto como decir corneta
para dar órdenes militares (Tito Livio, VII, 36). Por ello llamó Aulo Gelio, en
sus Noches Áticas, (XIX; 8; siglo II
d.Cr.) escritores clásicos a todos
aquellos cuya voz, revelación de lo permanente y humano, merece ser siempre
escuchada, y no sólo por razones estilísticas. Como se sigue el sonido de los
clarines. No sin una relación con el concepto social de una clase elevada, como metáfora de la
autoridad y rango del escritor modelo en su pensar y estética. ( El sexto rey
de Roma, Servio Tulio, dividió la sociedad romana en clases atendiendo a los bienes y a sus obligaciones con los
impuestos del Estado, mayores para la clase más alta -Tito Livio, I, 40 ss.-;
de aquí su traslación para designar a los escritores mejores ).
Vuelto Alejandro Magno del templo de Amón,
en el desierto egipcio de Siwa, creyó firmemente ser hijo de Zeus-Amón, del
dios supremo. Con esta persuasión emprendió, para vengar injurias hechas a
Grecia, la gran campaña contra el Imperio Persa, con éxito sorprendente. Su
consciencia de estar bajo la protección de Zeus parecía confirmada por algunos
raros fenómenos. En la primavera del año 328 (a.d.Cr), junto al río Oxos no
lejos de la actual Cabul, y al lado de la tienda de campaña de Alejandro, brotó
de repente del suelo y continuó fluyendo -recuerda su historiador Calístenes,
presente en las filas del ejército-, una fuente con un oscuro líquido cuyo olor
y color permitía confundirlo con el aceite de oliva, aunque en aquella región
no existía el olivo. Como aquel aceite era petróleo, todavía sin nombre, el
augur o profeta del ejército consideró que aquel extraño aceite del actual
Irán, por primera vez testimoniado en la lengua griega, era un signo prodigioso
para esperanza de toda la humanidad (cf. Lane Fox, Robin, The Search for Alexander, p.212, 1980 Art Services, S.A.).
Con estas manifestaciones de benevolencia
divina, Alejandro escribió a su madre una carta con la siguiente fórmula
gratulatoria:
Alejandro, rey de Asia, hijo de Zeus Amón,
saluda a su madre
Olimpias,
A vuelta del regio correo macedonio escribió
Olimpias a su hijo:
Hazme
el favor, hijo mío querido, y calla. No me delates, por favor,
a la diosa Hera-Juno, pues podría tomar terrible venganza
contra mí, si
tú vas propalando en tus cartas que soy la querida de su olímpico
marido.
(Aulo Gelio, Noches Áticas, XIII, 4.
Reacción dialéctica:
Durante su campaña contra Persia decidió
Alejandro destruir la ciudad enemiga de Lámpsaco, en una de las orillas del
Helesponto, cuando para evitar la catástrofe se aventuró a presentarse ante él
Anaxímenes, ilustre hijo de la ciudad, autor del primer Manual de Retórica
conocido (fines del siglo IV a.d.Cr). Al verlo Alejandro acercarse con la
intención de pedir perdón para su ciudad, le gritó ya a varios metros de
distancia:
“Te juro que no te voy a conceder lo que me vas a suplicar”.
-
“Yo te suplico- dijo
Anaxímenes – que destruyas mi ciudad”.
Y así se libró
Lámpsaco de ser arrasada (Valerio Máximo, VII, 3).
Éxitos funestos:
A principios del siglo III a.d.Cr. consiguió
Pirro, Rey del Epiro, sobrino nieto de Alejandro Magno, una espectacular
victoria sobre las legiones romanas en el sur de Italia. En aquella batalla
perdió Pirro tantos oficiales, soldados y amigos, que exclamó alarmado: Otra victoria más y estamos perdidos. Aviso
útil para algunos políticos con triunfos pírricos.(Plutarco, Moralia, 184 c.).
Comprensión irónica paterna:
El rey Antíoco I, fundador de Antioquía de
Siria, supo que su hijo Demetrio se encontraba enfermo alejado del palacio
real. Por ello decidió hacerle una visita. Al acercarse a la casa de su hijo,
vio precisamente salir en ese momento a una bella muchacha. Sentado ya sobre la
cama y tomando el pulso a su hijo, dijó éste con cierto desconcierto:
Me acaba de dejar la fiebre, padre.
-
Ya lo sé, hijo
mío, acabo de verla salir de casa. (cf.Plutarco,Vidas, Demóstenes).
Misterios de la
vida cotidiana:
A la polémica
pregunta de Dionisio, tirano de Siracusa, sobre cómo puede explicarse que los
filósofos vayan a la casa de los ricos, y los ricos nunca a la casa de los
filósofos, respondió Antístenes, el austero discípulo de Sócrates: Porque los filósofos saben lo que necesitan,
y los ricos no.
La ironía de César Augusto:
El senador Pacuvio Tauro hizo la propuesta
de que se diese el nombre del Emperador Augusto a un mes del año. En una sesión
solemne de la primavera del año 26 a.d.Cr. el Senado cambió el nombre del mes
Sextilis – el sexto, ya que el año romano comenzaba en marzo, antes de la
reforma de Julio César-, en mensis
Augusti. Pacuvio esperaba alguna recompensa por su iniciativa. Como ésta no
llegaba, se presentó un día a Augusto y le dijo, como quien no quería la cosa: En toda Roma se cuenta que yo he recibido de
ti una importante suma de dinero por mi propuesta en el Senado. Y dándole
un amistoso golpecito en la espalda, le dijo Augusto: ¡Pues tú no te lo creas!
Desde la muerte de Julio César, todos los
Césares o emperadores romanos solían ser declarados habitantes del divino
Olimpo, una especie de canonización pagana. El emperador Vespasiano, ya
agónico, dijo a su hijo Tito: Siento,
hijo mío, que me estoy haciendo un dios (Suetonio, Vida).
SOBRE
FILÓSOFOS Y MÉDICOS
Sin duda, entre todos los filósofos griegos, son Sócrates y Diógenes el
Cínico los grandes campeones de la dialéctica y del improvisador ingenio. No es
fácil estar casado con un filósofo. Con frecuencia se entretienen con
pensamientos, que pocos entienden, andan muchas veces ausentes y otras muchas
no son puntuales a las obligaciones de familia. La mujer de Sócrates, llamada
Jantipa, de tan mal carácter, como recuerda Jenofonte en su obra El Banquete,
aunque contra Antístenes salió en su defensa el mismo Sócrates, es un excelente
testimonio de algunos dramas familiares y de soluciones nada comunes
(Jenofonte, Banquete, 2, 10; Memorabilia-Recuerdos sobre Sócrates, II, 2, 7).
Quizá llegó un día demasiado tarde a casa,
sin tomar parte en el yantar de mediodía. Al entrar, cuando Jantipa terminaba
de lavar platos, Sócrates se vio sorprendido por una catarata de reproches, que
detuvo Jantipa echándole sobre la cara el agua de la palangana. Sócrates,
paciente y comprensivo, le dijo: ¿No he dicho yo siempre que Jantipa, cuando
truena, inmediatamente llueve? Y reflexionaba sobre cómo el tratamiento con
una mujer colérica se parece al de los jinetes con los caballos fogosos: Igual que ellos, después de domar a los más
resistentes, tienen tarea más fácil con los otros, así me enseña Jantipa a
poder tratar más fácilmente con los demás hombres (Jenofonte, l.c.).
El odio de algún ciudadano a la Filosofía se
hizo patente en un puntapié propinado a Sócrates. Extrañado de la nula reacción
de Sócrates, díjole su acompañante: ¿Pero
no haces nada? - ¿Y qué debería hacer?
–replicó. Y si un asno me diere una coz, ¿quieres que lo lleve al juez? – Los atenienses te han condenado a muerte,
le anunció el carcelero. Y a ellos,-
respondió él- los condenó la naturaleza (Diógenes
Laercio, o.c., I, 2. 18-47). Y cuando
Jantipa se lamenta de que le condenen injustamente,
Sócrates le pregunta: ¿Y quieres que me
condenen justamente?
El anecdotario humorístico de Diógenes de
Sínope pareció inagotable. Vestido con el manto de la pobreza y del cinismo –
lo que significa tomar al perro como modelo contra las convenciones sociales-,
hizo de la burla filosófica su arma preferida contra cuanto consideraba locuras
humanas. Su lema fue oponer al azar
osadía, a la ley la naturaleza, a la pasión la razón (Diógenes Laercio, o.c., VI, 20-81). Fustiga a los que
supersticiosos acuden a consultar sus sueños a intérpretes y adivinos y no se
preocupan de lo que hacen en las horas del día; a los músicos, que saben
templar las cuerdas de la lira y dejan desafinados los hábitos del alma; al
amante de pomadas y perfumes avisa: Mira,
no sea que el perfume de tu cabeza lleve mal olor a tu vida. Y a quien le
pregunta capcioso cuál es la hora mejor para comer, le aclara: Si eres rico, cuando quieras; si eres pobre,
cuando puedas. Al doblar una esquina, un carpintero, sin quererlo, con la tabla que al hombro llevaba, dio
insperado golpe a Diógenes. ¡Cuidado!
-dijo el carpintero-. Y Diógenes -le preguntó-: ¿Me vas a dar otra vez?
Es comprensible que algunas profesiones,
como la del médico, hayan sido objeto preferido de la transmisión humorística.
Esta profesión estuvo en la antigüedad, como profesión servil, ejercida en la
mayoría de los casos por esclavos. En una carta de Plinio el Joven al Emperador
Trajano, primer emperador llegado de una provincia, nacido en Itálica, cerca de
Sevilla, le escribe lleno de inquietud cómo la salud del Imperio está en manos
de los esclavos. Quizá esta situación hacía más fácil y libre, aunque no
justos, el chiste, la burla y el sarcasmo contra ellos, esa mofa que, como dice
la metáfora de la palabra griega, sarx,
te desgarra la carne. Hierocles de Alejandría, filósofo neoplatónico (siglo
IV), nos dejó en su libro Philógelos –El amante de la risa-, que algunos
atribuyen a otro contemporáneo suyo, al médico Filagrio (Cf. Sidón, Epist.VII, 14), una serie de anécdotas
ocurridas, unas veces gratas, otras invenciones maledicentes, a costa de
médicos.
Por amor a la brevedad, virtud que he de
olvidar en la obra que sobre este tema preparo, bastará un par de recuerdos. Un
ciudadano de Atenas, acompañado de un buen amigo, se detuvo en una calle y
rápidamente cambió de dirección. Preguntado por su acompañante qué razón había
para este cambio súbito, repuso: He visto
venir de frente a un médico, que me diagnosticó la muerte hace ya más de un
año. Y ahora me da muchísima vergüenza de encontrame con él y seguir viviendo. El
poeta Marcial conocía a un médico romano que, después de incontables fracasos,
cambió de profesión. Marcial dejó constancia de ello: Antes era médico/, ahora enterrador/. Siempre hizo lo mismo/ el buen Nicanor.
Y como el humor comenzó en Grecia con
“Así mismo los hombres que se aventuran en
empresas fuera de su capacidad y competencia – termina el poeta y su moraleja-,
se acarrean naturalmente grandes infortunios”.
Para estos valores morales y, sobre todo,
para guardar sabia distancia en este mundo, el humor, en todas sus variaciones, algo puede ayudar a vivir con más
prudencia. Con él se lleva serenidad
a los sanguíneos, a los flemáticos se quita indiferencia, a los melancólicos
se infunde alegría, y excesiva pasión se les modera a los coléricos. Su beneficio y sentido
supremo lo expresó en su Autobiografía el
Homero del humor moderno, Charles Chaplin: “El
humor conserva nuestra existencia y es signo de nuestra cordura".
Muchas gracias.
[1] Doctor Honoris Causa de
Cf. http://www.um.es/tonosdigital/znum5/entrevistas/Carmona.htm
|