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LA CORPOREIDAD DE LOS
ELEMENTOS FANTÁSTICOS EN
AUB,
CORTÁZAR, GARCÍA MÁRQUEZ Y SÜSKIND
Laura Hatry
(Universidad Autónoma de
Madrid)
Resumen: El presente ensayo trata de dar cuenta de las similitudes en cuanto a
la corporeidad de los elementos fantásticos en los microrrelatos “La uña” de
Max Aub y “Las líneas de la mano” de Julio Cortázar así como dos fragmentos de
las novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y El
perfume de Patrick Süskind. Además, se realiza un análisis del género del
microrrelato haciendo especial hincapié en cómo el contenido se ve condicionado
por la forma.
Palabras claves: Aub, Cortázar, García Márquez, Süskind, literatura comparada, corporeidad, elementos fantásticos.
Abstract: This essays’ objective
is to demonstrate the similarities of the corporeity of the fantastic elements
in the microstories “La uña” by Max Aub and “Las líneas de la mano” by Julio
Cortázar as well as two fragments of the novels Cien años de soledad by
Gabriel García Márquez and El perfume by Patrick Süskind. Also it
analyzes the literary category of microstories with an emphasis on how the
content is influenced by the form.
Key words: Aub, Cortázar, García Márquez, Süskind,
comparative literature, corporeity, fantastic elements.
En la tradición
oral nace el microrrelato: en Latinoamérica vuelve a florecer este género como
vanguardia con las antologías de narrativa breve de Jorge Luis Borges y Bioy
Casares, con la masificación de este tipo de narración nacida de la
publicación del libro Historias de cronopios y de famas (1962) de
Cortázar que lo lleva a su difusión en Europa, y como ejemplo por antonomasia,
Monterroso con su cuento hiperbreve de siete palabras, “El dinosaurio”
(1959). En Max Aub encontramos con mucha frecuencia este estilo nuevo,
vanguardista: así se publica “La uña” siguiendo esa línea por primera vez en La
uña y otras narraciones de 1972. La esencia del microrrelato reside en
contar una historia con un aire nuevo, que ha de ser ingenioso, espontáneo y
fresco; el lector debe estar implicado en la narración hasta tal punto que
tiene que pensar y entender las insinuaciones –aunque pueden ser bastante obvias–,
lo que podríamos definir como el “lector cómplice” que reivindica Cortázar: el
que tiene que mostrarse activo y ayudar a reconstruir la historia [1]. Además,
el recurso de sólo contar una parte del todo recuerda a la teoría Iceberg de
Hemingway que parte de la base de que sólo se cuenta lo visible mientras
el gran bulto está escondido debajo de la superficie. De ahí que a veces
el significado del cuento no es inmediatamente evidente, porque hay que
buscarlo detrás de las pocas palabras aplicadas.
“La
uña” de Max Aub es fiel a la definición de que el microrrelato cuenta algo
impactante, algo que no deja indiferente al lector, y le sorprende. La uña de
un muerto se venga por los cuernos que le han puesto a éste y en consecuencia
mata a los amantes traidores. Se podría defender que más que en cualquier texto
largo cada palabra ha de ser perfectamente seleccionada y colocada con
minuciosa precisión (esto no quiere decir que no pueda ocurrir en una novela;
sin embargo, una novela no deja de funcionar si en alguna ocasión falla este
principio, mientras que un microrrelato sólo puede funcionar si lo cumple). Ya
que por cuestiones de espacio no se pueden introducir personajes, ni lugares,
ni desarrollar ideas, la primera frase del relato es crucial para captar la
atención del lector: “El cementerio está cerca” (Aub, 2001, p. 103). Este
incipit choca cuando se compara con el título “La uña”, y al mismo tiempo, nos
introduce en una serie de circunstancias, el lugar y la sospecha de que el
cuento tendrá que ver con la muerte. No obstante, lo más importante es la
intriga que evoca esta frase, el ¿qué ha pasado? o ¿qué pasará? en la mente del
lector que se multiplica infinitamente si lo comparamos con un “Había una
vez…”.
Ahora
Aub introduce el elemento fantástico: la uña de un muerto crece –cabe recordar
la leyenda popular de que a los muertos les crecen las uñas y el pelo, hecho
que implica cierta incomodidad para el lector, porque vuelve la historia un
tanto más real– y se busca su camino por la tapa del ataúd; la explicación a
este hecho no podría ser más “científica”: explica que era más fácil porque
compraron un ataúd barato [2]. No pierde el hilo (otro requisito del
microrrelato es el de no incluir giros bruscos en su desarrollo), de hecho
sigue con esa misma uña hasta que ella se convierta en asesina –otro elemento
fantástico, desconcertante–, para terminarlo con fuerza absoluta; aquí reside
el encanto del microrrelato: en el preciso instante de revelar todo lo
anterior, en que de un instante a otro el lector entienda y re-reflexione. Ya
nunca va a ser la misma experiencia leer este mismo cuento, porque sólo puede
sorprender una vez, después puede seguir gustando e incluso puede ser la
segunda lectura la que descubra cada recoveco y cada matiz, pero ese impacto no
se volverá a producir: “Casi de un salto atravesó la garganta de Lucía, que ni
¡ay! dijo, para tirarse hacia la de Miguel, traspasándola. Fue lo menos que
pudo hacer el difunto: también es cuerno la uña” (Aub, 2001, p. 103). Como
vemos, resumida en la última frase encontramos la explicación del motivo del
asesinato, máximamente reducida, como un golpe seco y fuerte.
Muchas
veces el título es imprescindible para entender el microrrelato, y es obvia la
razón: si contamos algo lo más breve posible sería gratuito repetir información
o largas explicaciones en el título. En el caso de “La uña” no es necesario el
título para entender el relato, pero ayuda a poner énfasis en lo que será
importante en él. Un ejemplo de un título que ayuda a comprender el relato
sería “Veritas odium parit” (1966) de Marco Denevi: “Traedme el caballo más
veloz –pidió el hombre honrado– acabo de decirle la verdad al rey” (Denevi,
1977, p. 80).
El
cuento de Aub no sólo hace sonreír al lector al leer las palabras finales, sino
que va más allá: se trata del juego con la perspectiva. Estamos acostumbrados a
ver el mundo desde nuestro punto de vista, o desde el de otros individuos, tal
vez narradores omniscientes, pero la perspectiva suele ser humana, o de algún
ser animado. En este caso cambiamos de perspectiva, una uña se hace con el
papel protagonista y adquiere facultades tan humanas que incluso cabe la “imperfección”:
“resbaló por el suelo escondiéndose tras la cómoda hasta el recodo de la pared
para seguir tras la mesilla de noche y subir por la orilla del cabecero de la
cama” (Aub, 2001, p. 103) que en suma termina en la venganza –de nuevo, un
sentimiento que no es precisamente propio de las uñas–. Vemos en cada aspecto
el absurdo –“absurdo, sólo tú eres puro” (Vallejo, 2008, p. 375)– de Max Aub,
junto a su imaginación y creatividad excelentes que están presentes en toda su
obra.
Esta
otra perspectiva, y la historia entera, recuerda a otro microrrelato, “Las
líneas de la mano” del ya mencionado libro de Cortázar. Aquí se nos presenta el
recorrido de una línea de la mano –a diferencia del cuento de Aub, no se repite
en ningún momento del cuento que se trata de la línea de la mano, sólo aparece
la palabra “línea”, y por tanto sin el título es imposible entender el cuento–
que va desde una mano que tira una carta hasta llegar a la mano de un hombre
desesperado en el justo momento de quitarse la vida. Igual que Aub cuenta el
recorrido de la uña, explicando cómo puede llegar de un sitio a otro, cómo por
ejemplo llega a la cama de los dos amantes porque puede subir por la orilla del
cabecero, vemos en el cuento de Cortázar que la línea de la mano también facilita
su camino mediante el uso de muebles y elementos parecidos, de modo que:
continúa por el piso de parqué, remonta
el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la
espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación
por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. (Cortázar,
2003, p. 468)
Observamos
la diferencia en que en el caso de Cortázar el “observador” se topa con cierta
dificultad de seguir la línea, es decir, el lector no se reencuentra en la
perspectiva de la línea de la mano, sino que la persigue con mucho interés para
no perderse qué hará y dónde terminará, incluso hay un momento en la que
desaparece para el ojo humano: “pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen
para trepar a bordo” (Cortázar, 2003, p. 468). Como ya se ha dicho, en el
microrrelato de Aub el lector adquiere la perspectiva de la uña; cuando ella se
esconde, no cabe duda que nos escondemos con ella a la par: “escondiéndose tras
la cómoda hasta el recodo de la pared” (Aub, 2001, p. 103). Igual que la uña
encontró sus óbices resbalándose, le sucede lo mismo a la línea de la mano que
“salva con dificultad la escotilla mayor” (Cortázar, 2003, p. 468). También el
sentimiento humano se manifiesta en ambos casos, por un lado la venganza de la
uña y por otro lado la voluntad de la línea de llegar cueste lo que cueste al
destino tamizado: “con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano
derecha” (Aub, 2001, p. 103). No obstante, la mayor similitud yace en que los
dos cuentos terminan en muertes: la uña –o mejor dicho, el difunto uñificado–
mata a los amantes, y la línea de la mano presencia –casi, ya que el cuento se
cierra antes del propio disparo– el suicidio de un hombre. Para ello se utiliza
el típico recurso surrealista de los membra disiecta, que simboliza el
mundo caótico, desordenado y de un sujeto mutilado –en este caso, una
mutilación elevada a la cesación de la vida–.
Los
dos microrrelatos comparados se parecen tanto en estructura como en contenido.
También encontramos paralelismos en cuanto a la idea de que un elemento del
cuerpo adquiera facultades plenamente humanas y decida hacia dónde se
mueve en otros géneros literarios; pienso en este caso en el hilo de sangre de Cien
años de soledad (1967) de García Márquez, donde éste recorre del mismo modo
que la uña y que la línea de mano las casas y calles desde la habitación en la
que Rebeca asesina a José Arcadio y de ahí sale por debajo de la puerta,
pasando por la cocina de Úrsula que se asusta gravemente por tal imagen, para
volver en sentido contrario hasta que llega a su punto de partida, donde
empujó la puerta del dormitorio y casi se
ahogó con el olor a pólvora quemada, y encontró a José Arcadio tirado boca
abajo en el suelo sobre las polainas que se acababa de quitar, y vio el cabo
original del hilo de sangre que ya había dejado de fluir de su oído derecho.
(García Márquez, 1984, p. 209)
Podríamos
clasificar la descripción de García Márquez como cénit de esta técnica
narrativa, cerrando el círculo del recorrido sanguíneo de modo perfecto. Como
ocurría en nuestros otros ejemplos la sangre piensa al escoger su
camino: “eludió en una curva amplia la mesa del comedor” (García Márquez, 1984,
p. 209), y aunque sea de manera fortuita, el trazo laberíntico que pinta,
esta vez la sangre, también está vinculado a una muerte.
Otro
escritor que se apropia del mismo recurso, aunque esta vez sin relación con el
cuerpo, es Patrick Süskind en El perfume (1985). Aquí el olor se
convierte en elemento que parece tener vida, recorre las calles como si fuese
un fantasma, perseguido por el protagonista: “el olor bajaba por la Rue de la
Seine” (Süskind, 1987, p. 36), e incluso utiliza la misma palabra que García
Márquez; cuando éste escribe “[la sangre] siguió en línea recta por la calle, y
dobló luego a la derecha y después a la izquierda hasta la calle de los Turcos”
(García Márquez, 1984, p. 209), dice aquí “a los cincuenta metros [el olor]
dobló a la derecha la esquina de la Rue de Marais” (Süskind, 1987, p. 36).
Hasta que finalmente llega a la casa de una muchacha donde Grenouille se da
cuenta de que ese olor provenía de ella –pero, obviamente, se trata aquí
igualmente de un elemento fantástico ya que es imposible que pueda seguir ese
olor desde un punto tan alejado hasta su casa–, sin haber podido cambiar de
dirección antes porque el olor le producía un estado de hechizo: “Grenouille
avanzaba como un autómata” (Süskind, 1987, p. 37).
En
cierto modo, en los cuatro episodios se traza una línea mental en la imaginación
del lector, el punto de partida se conecta sólidamente con el destino y el
elemento no sólo se mueve desde un punto a otro, sino que también deja un
rastro imborrable en su camino. La muerte está cerca en cada uno de los casos
(también en El perfume, ya que el protagonista asesina a las muchachas
de las que emana esa fragancia) [3]. Esta idea de líneas mentales que
nos confunden por no corresponder con nuestro conocimiento común de la vida
real recuerda al vídeo del artista sudafricano William Kentridge Taking a
Line for a Walk donde de manera supramundana hace bailar una línea
de pintura sobre una pared blanca, a veces vinculada a sus movimientos, a veces
asincronizada; como si fuese la visualización en movimiento de esa imagen
irreal.
El
recurso de esta nueva perspectiva descrita es aplicado con frecuencia, sobre
todo en la literatura con tintes fantásticos. En todos ellos encontramos una
descripción casi cinematográfica que permite al lector seguir a la uña, a la
línea de mano, a la sangre y a el olor mentalmente y crear una imagen precisa
de lo narrado. Los elementos sin vida propia se personifican mediante su
adquirida corporeidad y sus características humanas y por tanto se convierten
en un protagonista más. Con ello, los autores logran un mayor grado de intriga
y desconcierto; donde tampoco faltan la ironía y el humor negro como vemos por
ejemplo en la venganza post-mortem del difunto a la adultera cónyuge
viva en el relato de Aub.
Notas:
[1] Cortázar, 2004, p. 414: “[...] con puertas y ventanas detrás de las cuales se está operando un misterio que el lector cómplice deberá buscar (de ahí la complicidad) y quizá no encontrará (de ahí el copadecimiento). Lo que el autor de esa novela haya logrado para sí mismo, se repetirá (agigantándose, quizá, sería maravilloso) en el lector cómplice.”
[2] Este recurso de referirse a un elemento irreal con tanta frialdad recuerda a escritores como Quiroga y sus finales fríos, pseudocientíficos, como por ejemplo “El almohadón de plumas”, donde la protagonista se muere por un supuesto parásito bien conocido, pero obviamente un invento fantástico del autor.
[3] La combinación de los elementos aquí tratados de olor, sangre y
muerte recuerdan a otro microrrelato de Max Aub, “Ese olor”, en el que un olor
fortísimo sorprende al protagonista como si fuese un ser animado: “de un salto se me agarró desesperadamente” (Aub,
1954, p. 39). No se podrá escapar ni deshacer de él,
hasta que nota que está unido a él, que finalmente resulta ser el olor a sangre
que sube por su garganta, salta por su boca, se mete por la nariz y resulta en
un grito de desesperanza: “¡Llevadlo! ¡Llevadme! ¡Ese olor, ese olor muerto!
¡Ese olor de muerte! ¡Ese olor putrefacto, que me carcome! Ese olor vivo de la
muerte” (Aub, 1954, p. 39).
Referencias bibliográficas:
Aub, Max. Algunas prosas. México: Los
presentes, 1954.
Aub, Max. “La uña”. En: Obligado,
Clara. Por favor, sea breve. Madrid: Páginas de Espuma, 2001.
Cortázar, Julio. Rayuela. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2004.
Cortázar, Julio. Cuentos completos, Vol. 1.
Madrid: Alfaguara, 2003.
Denevi, Marco. Falsificaciones. Buenos Aires:
Corregidor, 1977.
García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Madrid:
Cátedra, 1984.
Süskind, Patrick. El perfume. Barcelona: Seix
Barral, 1987.
Vallejo, César. Poesías completas Madrid: Visor Libros, 2008.
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