|
Ángel
López García-Molins 19/09/2011
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Tea/Party/Carajillo/Party/elpepiopi/20110919elpepiopi_4/Tes
Un cuarto de
siglo de pertenencia a
La
consecuencia más obvia de la glotonería electoral bipartidista es que el
partido conservador incluya a la extrema derecha y el partido progresista
muestre sesgos radicales. Que Perry, un personaje del Tea Party que piensa que
los humanos convivieron con los dinosaurios y que la mujer es el resultado de
quitarle una costilla al varón, esté tan bien colocado en la carrera para la
nominación presidencial resulta incomprensible, pero no es una peculiaridad
privativa del Partido Republicano de EE UU. Los vaivenes demagógicos del zapaterismo son una buena muestra de hasta dónde puede
llevar la necesidad de dar satisfacción al ala radical del partido sin que por
ello la política económica haya osado apartarse de las directrices del FMI. No
obstante, como las encuestas auguran un vuelco electoral, quiero ocuparme aquí
del peligro que para el PP y, sobre todo, para el conjunto de España, comporta
su lado oscuro de extrema derecha, ese Carajillo
Party liderado por Saras y Saros
de medio Peilin autóctonos, que a duras penas
consiguen amordazar desde la calle de Génova.
¿Pues qué
quieren que les diga?: el señor Rajoy no es un Kohl ni un Churchill, pero su
discurso conservador suena moderado y razonable. Ya sé, ya, que existe una
agenda oculta y que los recortes económicos que se propone aplicar en caso de
ganar las elecciones serán mucho más draconianos de lo que dice. Pero esto
resulta inevitable en el momento presente y dudo que Rubalcaba
pudiera arbitrar remedios menos dolorosos si se alzara con el triunfo. Lo que
me preocupa no es la economía -que al fin y al cabo nos la imponen desde
fuera-, sino la política, un ámbito en el que, para bien o para mal el Gobierno
que salga de las urnas tendrá que tomar decisiones de su exclusiva
responsabilidad. El PP se ha pronunciado claramente sobre lo que piensa hacer
en política exterior, pero sigue arrojando demasiadas sombras sobre sus
propósitos en política interior. Sin ir más lejos, un asunto en el que escora
peligrosamente hacia el neofranquismo es la política
lingüística.
Ante todo, una
obviedad: este país es un Estado plurilingüe. Nadie ha respondido hasta ahora
con sensatez al reto que dicha circunstancia comporta. Uno esperaría que la conservación
del patrimonio lingüístico corriera a cargo sobre todo de los partidos conservadores
y que los progresistas fuesen partidarios más bien de un internacionalismo uniformizador. Así viene sucediendo en los países europeos,
pero se ve que Europa todavía comienza en los Pirineos. El tiempo apremia: si
el próximo Gobierno de España no resuelve este problema o lo resuelve mal, la
cuestión territorial le estallará entre las manos. No digo que esto de las
lenguas sea fácil: Bélgica se ha pasado un año sin Gobierno por culpa de las
tensiones entre la comunidad que habla flamenco y la que habla francés. Sin embargo,
algo habrá que hacer en España si no queremos que los problemas lingüísticos
arrastren a los demás.
Vuelvo al
programa electoral del señor Rajoy. No dice nada, salvo generalidades
previsibles, sobre nuestro tema y, en principio, yo le concedería el beneficio
de la duda porque, al fin y al cabo, ha nacido en una comunidad bilingüe. Sin
embargo, ya ha habido declaraciones de algunos cachorros suyos que exhalan el
inconfundible tufillo del Carajillo Party. Como
muestra, basta un botón: en Aragón, la presidenta Luisa Fernanda Rudi dice que
va a cambiar algunos aspectos de la ley de lenguas que hizo aprobar el PSOE
porque se impusieron a los demás partidos sin buscar el consenso. Parece
sensato: una ley de lenguas aprobada por los pelos no puede salir bien. Pero
esto es una cosa y otra que un alto cargo de su Gobierno, que deberá aplicar la
ley reformada, afirme en su twitter, tras dedicar
algunos exabruptos a la fabla, que "en Aragón no
se habla catalán". Mal empezamos: yo entendería que este señor expresase
su irritación con algunos mapas desafortunados en los que la franja oriental de
Aragón de habla catalana se incluye directamente en Cataluña -más o menos como
hacía Hitler con los Sudetes-, pero que se obstine en afirmar que el caballo
blanco de Santiago es negro resulta inútil y, a la larga, contraproducente. Me
pregunto dónde se esconderá si los hados determinan la necesidad de un pacto
electoral entre Mariano Rajoy y Artur Mas dentro de
algunas semanas.
Y aunque no
fuese así, no se puede basar la acción de Gobierno en una falsedad. Por
supuesto que el catalán es una de las lenguas de Aragón, les guste o no, y
habrá que obrar en consecuencia. Se trata simplemente de respetar el criterio
de las universidades, por la misma razón que para arreglar el coche recabarían
la opinión del mecánico y no la de su primo oficinista. Pero el miedo a perder
votos suele ser mal consejero y lo más fácil es nadar a favor de una corriente
que en Aragón, y no solo allí, estigmatiza todo lo diferente. Una actitud
cautelosa de este tipo tal vez explique por qué cierto municipio del Pirineo
aragonés gobernado por el PP con el apoyo del PSOE (el de
He aquí otro
tema en el que el PP, y a veces hasta el PSOE, coquetean con las posiciones
radicales. Soy de los que piensan que una lengua que es el idioma materno de
casi la mitad de la población catalana no puede ser tratada como
"extranjera", pero de esto a suponer que los idiomas minoritarios
conseguirán resistir el avance de la lengua mayoritaria con estrictos
equilibrios bilingües media un abismo.
Las
convulsiones económicas de este verano han puesto de manifiesto que
Hace tres lustros el partido encabezado
por José María Aznar iniciaba una singladura conservadora en la que la actitud
del Gobierno en relación con estos temas identitarios
fue mucho más moderada de lo que se temía, probablemente porque se vio obligado
a recabar el apoyo de los partidos nacionalistas. Pero dicha España posible se
frustró en su segunda legislatura, la de la mayoría absoluta. Sospecho que
ahora las crujías del barco estatal no soportarían una situación como aquella.
De ahí la importancia de conocer la posición del PP y del PSOE sobre estos
asuntos. No vaya a ser que nos acaben dando gato por liebre bajo la batuta
monolingüe del Carajillo Party.
© EDICIONES EL PAÍS S.L.
- Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid
[España] - Tel. 91 337 8200
|