REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


jUan Ramón Barat en su nítida calma

 

 

Emilio del Carmelo Tomás Loba

(Universidad de Murcia)

 

          Cuando la palabra aflora tras un periplo de reposo y obligado silencio como homenaje a la contemplación de nuestro propio interior o del mundo que circunda nuestra mirada, suele emerger el hecho creativo con nuevos trazos ciegos en un mar en el que la brújula extraviada del camino brota muchas veces con nuevos aires de porqués… Ya nos decía el poeta José Hierro que el escritor de poesía, al fin y al cabo, siempre trazaba el mismo dibujo puesto que una y otra vez eran retomados los recovecos en los que duerme la angustia y la obsesión…, pero lo cierto es que el escritor y poeta Juan Ramón Barat lo ha vuelto a hacer…Tras un periodo de cultivada reflexión y producción literaria de otros géneros, de nuevo nos propone un poemario donde habita el recuerdo, el dolor, la angustia, la reflexión, la muerte, el olvido, el paraíso perdido.

          De esta forma, el poeta de volúmenes como Breve discurso sobre la infelicidad, Confesiones de un saurio, Malas Compañías o Como todos ustedes, nos cita junto a su nueva obra, La Brújula Ciega[1], en un ágora de poesía asentada en la loma más cercana al dolor, ubicada en las inmediaciones del umbral de la duda, alojada en el hostal del remordimiento, depositada en el anaquel del grito, abonada al viaje del no retorno, extraviada en el jardín de la pérdida irrevocable… Y es que Barat nos invita con este nuevo trabajo a leer reflexionando sobre los vaivenes que la vida advierte en el mar de la experiencia y donde, en no pocas ocasiones, la figura de una brújula ciega, teñida de noche, no sabe guiarnos más que a la sima más profunda del océano infinito… Barat invoca a los clásicos sucesivamente a lo largo de su obra a tenor de múltiples guiños eruditos y literarios, y recuerda que ellos ya pasaron por lo que nosotros pasamos y que no somos más que un mero reflejo, o camino cíclico, quién sabe, de lo que otros fueron o padecieron antes. Es así que da comienzo la obra con esta cita, aforismo que parece alzarse como resumen del libro o quién sabe si de la vida…: Nox atra cava circumvolat umbra (“La noche negra nos rodea con su envolvente sombra”, Virgilio, Eneida, II, v. 360, aunque la traducción de la editorial Gredos dice así: “La negra noche vuela en derredor ciñéndonos en su cóncava sombra”)… Sea como fuere, también nosotros nos vemos envueltos muchas veces en la noche perenne de vidas y ciudades que nos ciñen y encorsetan mediante universos calidoscópicos que llamamos sentimientos, no siempre fáciles de explicar por su infinitud.

          Todo monumento, como es natural, está asociado indisolublemente a su sostenibilidad, a su firmeza, a su carácter férreo…, gracias a una modélica estructura que hace del edificio lo que es. Así, cual columna que sustenta la unidad de este libro, Barat ha distribuido su obra en cuatro pilares que bien podrían asociarse a los puntos cardinales de un viaje, de un mapa o de una vida plena donde se sustenta todo un universo de vidas, héroes derrotados (o quién sabe si absurdos), noches sin luz, relámpagos efímeros, conductas erróneas e incluso repetitivas, cuentas atrás que dirimen nuestro destino a un instante…, mostrándonos en conjunto a un poeta preocupado, meditabundo e incluso silencioso. Pues bien, es en este punto donde la grandeza y genialidad de este docente, escritor y poeta afincado en Lorca (Murcia) emerge con más fuerza ya que si por algo se caracteriza su producción a lo largo de estas páginas es por la claridad y la sencillez de términos, que no la simplicidad, vocablos que utiliza con la precisión del matemático, con la creatividad del pintor, con la solidez del arquitecto, con la actitud reflexiva del filósofo y la sensibilidad del amado, cuya amada –la vida–, pertrecha en él tal herida que lo colma de un dolorido sentir presente por doquier.

          No obstante, a pesar de los interrogantes por los cuales discurre su pluma, Barat advierte en la vida instantes de júbilo, referentes de libertad desprovistos de espasmos rococós ricos en giros culteranistas. Tanto es así que sus reflexiones sobre el “de dónde venimos” y el “adónde vamos” así como sus guiños a la vida circulan por senderos donde la palabra debe significar algo lejos de representaciones ricas en eufemismos e hipérboles. De esta forma, Juan Ramón Barat construye su ciudadela de envolvente sombra a lo largo de cuatro pilares: I. “Verduras de las eras”; II. “La edad ligera”; III. “Un no rompido sueño” y IV. “La música callada”, y es a partir de esta cimentación donde el autor va a buscar en los clásicos el agua de la fuente de la vida colmada de sin sabores para, con la precisa trama y urdimbre propia del metódico sastre, elaborar su propia tela poética en la que cobijarse y poder así contemplar y explicar el mundo que le rodea, a la intemperie del tiempo.

          Tras la invocación virgiliana nos adentramos, como apuntábamos anteriormente, por cuatro habitaciones, cuatro estaciones, cuatro basas, cuatro puntos cardinales…, títulos construidos a partir de la palabra poética asentada en la memoria del tiempo de los grandes como Jorge Manrique (“verduras de las eras”, Coplas), Lope de Vega (“la edad ligera”, Rimas, Soneto XXV) y Garcilaso de la Vega (“la edad ligera”, Soneto XXIII), Fray Luis de León (“un no rompido sueño”, Oda I, Vida Retirada) y San Juan de la Cruz (“la música callada”, Cántico Espiritual. Canciones entre el alma y el esposo) y es a partir de estos referentes hechos leyendas, o quién sabe si guías a un proceloso camino, donde la palabra aparece con su fuerza, su sencillez, su infinitud…, puesto que Juan Ramón Barat nos lleva a pasear por la senda del recuerdo, del olvido, de la omnipresente muerte, de los días que se van, de la ilusión ya perdida, de lo imposible de volver atrás, del paso de los días como los pájaros que no vuelven…, pero por otro lado, nos encontramos a un Barat que teoriza sobre qué es la muerte, la belleza o bien la eternidad del instante aunque éste sea efímero…, advirtiendo que es un poeta que medita, reflexiona en voz alta con nosotros para hacernos caer en la cuenta que las utopías nunca serán para aquellos que reniegan de ellas.

          Cual guiño borgiano a esa biblioteca que atisba mundos de mundos ya sin voz, Juan Ramón Barat contempla el regreso de la voz, del hombre, de la barca…, a la playa de la muerte, al embarcadero de la vida, al andén de la eternidad… Simplemente, Barat, clásico donde los haya, enarbola con naturalidad la existencia del hombre con todas sus virtudes y contrariedades, con sus alegrías y sinos nefastos, con sus precariedades y esperanzas, con las brújulas incapaces de dirimir la veracidad del camino escogido en la inmensidad del océano, y, adscrito todo a la lógica de la vida, no ve sino pensamiento, compromiso, sentimiento, palabra en el hálito del tiempo y, en definitiva, belleza.

 

 

verano

 

El verano transcurre con pereza,

con la clara indolencia de las cosas

que acontecen cansadas de sí mismas.

En su lento pasar sin turbaciones,

en su nítida calma

                            tiembla

el hálito del tiempo.

Hay un gozo impreciso en la tristeza

con que expiran los días. Su fragancia

se disuelve en la luz y es luz unánime,

perpetua combustión

de un mundo incombustible.

Gota a gota el verano

se desangra

y es su plasma translúcido,

el oro derretido de su belleza innúmera,

obsequio irrepetible para el hombre.

 

 

 

 

 



[1] Barat, Juan Ramón, La Brújula Ciega, Pre–Textos, Poesía, Valencia, 2010.