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jUan Ramón Barat en su
nítida calma
Emilio del Carmelo Tomás Loba
(Universidad de
Murcia)
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Cuando la palabra aflora tras un
periplo de reposo y obligado silencio como homenaje a la contemplación de
nuestro propio interior o del mundo que circunda nuestra mirada, suele emerger
el hecho creativo con nuevos trazos ciegos en un mar en el que la brújula
extraviada del camino brota muchas veces con nuevos aires de porqués… Ya nos
decía el poeta José Hierro que el escritor de poesía, al fin y al cabo, siempre
trazaba el mismo dibujo puesto que una y otra vez eran retomados los recovecos
en los que duerme la angustia y la obsesión…, pero lo cierto es que el escritor
y poeta Juan Ramón Barat lo ha vuelto a hacer…Tras un periodo de cultivada
reflexión y producción literaria de otros géneros, de nuevo nos propone un
poemario donde habita el recuerdo, el dolor, la angustia, la reflexión, la
muerte, el olvido, el paraíso perdido.
De esta forma, el poeta de volúmenes
como Breve discurso sobre la infelicidad,
Confesiones de un saurio, Malas Compañías o Como todos ustedes, nos cita junto a su nueva obra,
Todo monumento, como es natural, está
asociado indisolublemente a su sostenibilidad, a su firmeza, a su carácter
férreo…, gracias a una modélica estructura que hace del edificio lo que es.
Así, cual columna que sustenta la unidad de este libro, Barat ha distribuido su
obra en cuatro pilares que bien podrían asociarse a los puntos cardinales de un
viaje, de un mapa o de una vida plena donde se sustenta todo un universo de
vidas, héroes derrotados (o quién sabe si absurdos), noches sin luz, relámpagos
efímeros, conductas erróneas e incluso repetitivas, cuentas atrás que dirimen
nuestro destino a un instante…, mostrándonos en conjunto a un poeta preocupado,
meditabundo e incluso silencioso. Pues bien, es en este punto donde la grandeza
y genialidad de este docente, escritor y poeta afincado en Lorca (Murcia)
emerge con más fuerza ya que si por algo se caracteriza su producción a lo
largo de estas páginas es por la claridad y la sencillez de términos, que no la
simplicidad, vocablos que utiliza con la precisión del matemático, con la
creatividad del pintor, con la solidez del arquitecto, con la actitud reflexiva
del filósofo y la sensibilidad del amado, cuya amada –la vida–, pertrecha en él
tal herida que lo colma de un dolorido sentir presente por doquier.
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No obstante, a pesar de los
interrogantes por los cuales discurre su pluma, Barat advierte en la vida
instantes de júbilo, referentes de libertad desprovistos de espasmos rococós
ricos en giros culteranistas. Tanto es así que sus reflexiones sobre el “de
dónde venimos” y el “adónde vamos” así como sus guiños a la vida circulan por
senderos donde la palabra debe significar algo lejos de representaciones ricas
en eufemismos e hipérboles. De esta forma, Juan Ramón Barat construye su ciudadela
de envolvente sombra a lo largo de
cuatro pilares: I. “Verduras de las eras”; II. “La edad ligera”; III. “Un no
rompido sueño” y IV. “La música callada”, y es a partir de esta cimentación
donde el autor va a buscar en los clásicos el agua de la fuente de la vida
colmada de sin sabores para, con la precisa trama y urdimbre propia del
metódico sastre, elaborar su propia tela poética en la que cobijarse y poder
así contemplar y explicar el mundo que le rodea, a la intemperie del tiempo.
Tras la invocación virgiliana nos
adentramos, como apuntábamos anteriormente, por cuatro habitaciones, cuatro
estaciones, cuatro basas, cuatro puntos cardinales…, títulos construidos a
partir de la palabra poética asentada en la memoria del tiempo de los grandes
como Jorge Manrique (“verduras de las eras”, Coplas), Lope de Vega (“la edad ligera”, Rimas, Soneto XXV) y
Garcilaso de
Cual guiño borgiano a esa biblioteca
que atisba mundos de mundos ya sin voz, Juan Ramón Barat contempla el regreso
de la voz, del hombre, de la barca…, a la playa de la muerte, al embarcadero de
la vida, al andén de la eternidad… Simplemente, Barat, clásico donde los haya,
enarbola con naturalidad la existencia del hombre con todas sus virtudes y
contrariedades, con sus alegrías y sinos nefastos, con sus precariedades y
esperanzas, con las brújulas incapaces de dirimir la veracidad del camino
escogido en la inmensidad del océano, y, adscrito todo a la lógica de la vida,
no ve sino pensamiento, compromiso, sentimiento, palabra en el hálito del
tiempo y, en definitiva, belleza.
verano
El
verano transcurre con pereza,
con
la clara indolencia de las cosas
que
acontecen cansadas de sí mismas.
En su
lento pasar sin turbaciones,
en su
nítida calma
tiembla
el
hálito del tiempo.
Hay
un gozo impreciso en la tristeza
con
que expiran los días. Su fragancia
se
disuelve en la luz y es luz unánime,
perpetua
combustión
de un
mundo incombustible.
Gota
a gota el verano
se
desangra
y es
su plasma translúcido,
el
oro derretido de su belleza innúmera,
obsequio
irrepetible para el hombre.
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