REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


LA CITTÀ DI FRONTIERA. POESIE, DE ROSA ROMOJARO

Pedro Luis Ladrón de Guevara

(Universidad de Murcia)

 

ROSA ROMOJARO, La città di frontiera. Poesie, Nápoles, tullio pironti editore, 2010, edición de Encarnación Sánchez García y traducción de Annamaria Ricco.

Llega a mis manos el libro de Rosa Romojaro, La ciudad de frontera, traducido al italiano fielmente por Annarita Ricco y en edición de Encarnación Sánchez. La versión íntegra en español apareció en 1988, ahora lo encontramos en edición bilingüe publicado por tullio pironti editore, de Nápoles, con las palabras finales de la profesora Sánchez que no ha querido desvelar claves al lector antes de la lectura, sino que aparecen como una reflexión conclusiva de ésta.

La frontera implica no sólo separación sino, especialmente, un atravesar, un cruzar al otro lado, a la zona oscura y desconocida que atrae y llama al extranjero que hay dentro de cada uno de nosotros (“Es ya otro el que mira” / “È già altro colui che guarda”). Al atravesar la frontera se cuestiona la propia identidad, lo que quizá es, sin embargo, la primera cosa que se quisiera dejar atrás. No estamos ante la identificación con la otra parte, con el otro lado de la frontera, como nos ha enseñado Claudio Magris (“Viajar no quiere decir solamente ir al otro lado de la frontera, sino también descubrir que somos también de la otra parte”), sino que al atravesarla nos sumergirnos en un mundo desconocido y ajeno.

La frontera tiene límites con el vacío y en ella caben catedrales vaciadas en domingo y la muerte esquiva (“Esquivo fue el vivir / como un joven hermoso.  La muerte será esquiva” / “Schivo fu il vivere / come un ragazzo bello”).

Está el paisaje de este libro repleto de carencias e inundado de una falsa vacuidad. Todo gira alrededor de lo opuesto. Negamos el contrario para hablar de lo que realmente existe: se nos dice “sin luz” para hablar de la claridad, “sin sonido y en silencio” para expresar la palabra, “invisible” para mostrar lo visible… La carencia se vuelve presencia, como las huellas y las manchas de los objetos sobre las paredes que confirman la antigua existencia.

La voluntad es un viaje largo y sin meta, donde nos hospedamos en hoteles, mientras caen bombas para recordarnos la aceptación tanto de la vida como de la muerte (“Y acatamos la muerte lo mismo que la vida” / “E accogliamo la morte come prima la vita”), donde las bombas suprimen los límites y las fronteras, haciendo asumible cualquier destino. Y en las casas, provisionales y transitorias, el espejo es testigo que espía y marca el vacío y la oquedad omnipresente en este libro de versos.

Fugaz el tiempo y el lugar, como el humo de un cigarrillo o la ceniza que escapó del cenicero para posarse en el folio, por eso el tiempo, la mañana, se convierte en espacio innominado (“En un país sin nombre / la mañana: fugaz fondeadero / o ciudad fronteriza” / “È un paese senza nome / la mattina: fugace ormeggio / o città di frontera”) donde impera la desolación de lo ajeno.

Atravesamos la frontera, para ir a un exilio que no es sino vivir en lo ajeno, traspasar la línea de sombra para vivir “furtivo de desahucio” (“furtivo di sfratto”), vagando por ciudades nunca pisadas con anterioridad, y por tanto nunca enteramente nuestras. 

La segunda parte se abre, quizá inconscientemente, a la naturaleza. Palabras como río y campo se cuelan en el texto, con una sensibilidad delicada y tierna (“Una delgada sombra / se despliega bajo el helecho húmedo” / “Un ombra sottile / si stende sotto l’umida felce”), donde la caricia no es sino “inocuo narcótico” (“innocuo narcotico”), y se posa “la licuada luz sobre la mano” (“liquefatta / luce sulla mano”).

El tiempo se convierte en una desolada jornada otoñal que recuerda su esplendor estivo, donde “las olas aceradas, / como trenes furtivos, abandonan agosto” (“le onde d’acciaio, / come treni furtivi, abbandonano agosto”).

Y la identidad no se recobra o, al límite, llegamos a la conclusión de “que se es otro” (“che si è un altro”), el otro que atraviesa fronteras y entra en un espacio desolado por un tiempo que transforma todo en papel sepia, recuerdo de un lejano viaje en el vagón de un tren que traspasaba la tarde.

La memoria, el pasado, cubre un espacio de heridas que el otoño hace suyas, mientras la poeta, guardando las distancias con el uso de la tercera persona, habita la ciudad fronteriza, sin nombre ni geografía. Desconocido el habitante, desconocida la ciudad “de neón y de helio líquido(“di neon e di elio liquido”) cuya luz hace suya, habita el espacio sin nombre, tierra de nadie.

La ciudad es espacio para el delito, la muerte, el robo. Éste último no es sino ausencia, vacío de lo que tuvimos y nos ha sido arrebatado. Y en sus calles, arcenes, bocacalles y puerto es por donde vaga la vacuidad que somos y que tratamos de palpar para confirmar nuestra existencia. Y como si se tratara de una película de guerra o policiaca la habitan delincuentes, narcotraficantes y asesinos con sus balas y sus puñales que hieren el naufragio de la huida, en el duermevela de una existencia cubierta por el velo de lo onírico donde la noche se hace dueña de los recuerdos de un pasado hecho memoria rememorada.

Y la página -el folio, “¿Córnea quemada?” (“cornea bruciata”)- nos muestra la reclusión de la que nos saca el paisaje de metáforas que la ventana ofrece: “un candelabro, / los edificios, / de velas encendidas” (“un candelabro, / gli edifici, / di candele incendiate”).

Libro metálico, de sonidos fuertes y coloreadas luces eléctricas, de lágrimas teñidas de óxido, recoge un transitar que es el reverso de la vida cotidiana, porque es la voz del forastero en un espacio extranjero y amado en su trasiego nocturno. Donde un polvo sutil y una pálida luz cenicienta se posa sobre los objetos vistos en el presente o en el recuerdo, porque ambos son uno para quien huye con su identidad perdida o desdoblada (“Tras la sombra, que es sombra del otro que lo sigue: / toca la sombra y siente, en el hombro, su mano” / “Dietro l’ombra, che è ombra dell’altro che lo segue: / tocca l’ombra e sente, sulla spalla, la sua mano”).

Y dejamos atrás el camino, visto por el retrovisor del coche, que se aleja fugaz (“Y miras el camino / que huye como la tarde por la luna trasera”/ “E guardi la strada, / che fugge come la sera attraverso il lunotto”), para llegar a la meta, aunque quede siempre la áspera duda de si se tendría que proseguir a la espera de nuevos destinos (“Fue atrevida demencia no buscar otros muelles”/ “fu arrischiata demenza non cercare altri moli”).

Y al final, no se sale vencedor del viaje -hay poco espacio para Ulises en este libro- sino animal vencido que calmado halla en el espejo la calma y la ausencia (“la quietud del vencido: sus ojos, un espejo / donde ha visto flotar los ojos de la muerte”/ “la quiete del vinto: i suoi occhi, uno specchio in cui ha visto galleggiare gli occhi della morte”). Ese espejo que está presente en todo el libro, quizá porque el espejo recoge el rostro, pero también el vacío de las habitaciones que se van desmontando en una mudanza que es cambio de sitio, de lugar, de ciudad de frontera.

Se embalan las páginas del libro, como los recuerdos y los objetos que nos circundan (“alguien mira la casa abandonada / y descubre la ausencia en el espejo” / “qualcuno guarda la casa abbandonata / e scopre l’assenza nello specchio”) para trasladarnos atravesando una nueva y desolada frontera.