REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


EL DOBLE LEGADO CULTURAL DE MARÍA MOLINER: LA ORGANIZACIÓN DE LA RED DE BIBLIOTECAS PÚBLICAS DEL ESTADO Y EL DICCIONARIO DE USO DEL ESPAÑOL

 

Anna Mellado García

(IES Poeta Julián Andúgar)

 

Inmaculada de la Fuente, El exilio interior. La vida de María Moliner, Turner publicaciones S.L., Madrid, 2011, 364 páginas.

 

La periodista y escritora Inmaculada de la Fuente ha llevado a cabo una labor de investigación minuciosa y rigurosa acerca de la vida de María Moliner. Realiza un profundo estudio de su dimensión humana tanto en el mundo profesional como en el familiar. El resultado es la presentación de un perfil femenino extraordinario, en el que resalta el inagotable dinamismo que llevará a María Moliner a emprender proyectos culturales de gran calado en la sociedad de su tiempo. La autora pone de relieve el fervor de María Moliner por las propuestas de renovación pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza, fundamentos que guiarán toda su trayectoria profesional y humana, esta última no tan divulgada en la sociedad actual. En el ámbito filológico, el nombre de María Moliner va unido al Diccionario de Uso del Español (DUE) y los estudios se centran en la descripción lexicográfica. En el ámbito bibliotecario son fecundos desde hace algunos años excelentes artículos sobre su gestión en biblioteconomía. Pero no se suele considerar la figura de María Moliner desde el análisis de los dos legados culturales que deja a este país - la creación y organización de la red de bibliotecas públicas del Estado y el DUE- en estrecha relación con sus experiencias cotidianas, sus vivencias personales y su integración en el círculo cultural de su época. Este análisis se ve enriquecido además por la descripción del contexto social y político de Murcia, Valencia y Madrid, ciudades en las que residió María Moliner por el ejercicio de su actividad profesional.

 

La autora se ha apoyado en una diversidad de fuentes tanto publicadas como inéditas -como la autobiografía de María Moliner en el archivo de la editorial Gredos- consultando numerosos documentos como el archivo de la Institución Libre de Enseñanza o la correspondencia de María Moliner con Carmen Conde, que completa con testimonios orales de familiares y amigos. Para el estudio de la infancia y adolescencia de María Moliner, Inmaculada de la Fuente reconstruye la personalidad de la autora con la información obtenida de pormenorizados detalles familiares además de la exhaustiva consulta de expedientes académicos. Los diferentes Archivos Provinciales en los que trabajó María Moliner también han sido preciosas fuentes con la que la autora ha podido desgranar minuciosamente todos los pasos de la familia Ramón-Moliner durante sus múltiples traslados.

 

La estructura del libro de Inmaculada de la Fuente consta de dos partes que coinciden con los dos tiempos históricos que marcan un antes y un después en la vida intelectual de los años 30. La primera está dedicada a la infancia, adolescencia y parte de la vida adulta de María Moliner relacionada con la gestión de las bibliotecas públicas durante la IIª República y la Guerra Civil. En la segunda, analiza el proceso creativo del diccionario, ya en la posguerra. Ambas partes están construidas en torno a tres grandes capítulos cada una de ellas, subdivididos en pequeños apartados que no aparecen en el índice y cuya función es dinamizar la secuencia biográfica. Antes de comenzar la biografía, Inmaculada de la Fuente presenta en la introducción una escena, no exenta de cierto bucolismo, en la que la bibliotecaria, refugiada en su casa familiar en el campo durante el período estival, trabaja infatigablemente en su diccionario. Utilizando de esta forma el cliché más convencional de la figura de María Moliner, la autora cierra la introducción adelantando al lector las futuras revelaciones que le esperan a lo largo de la lectura: “El diccionario era ella. Pero ella era mucho más que el diccionario.” (pág. 26)

 

De la Fuente intercala en su publicación copias de archivos fotográficos relacionados con María Moliner y ofrece un apartado final donde incluye notas a sus propias fuentes y a la documentación extraída de archivos oficiales. También presenta una selección bibliográfica de gran utilidad para los estudiosos de María Moliner o del contexto cultural y sociopolítico en el que se desenvuelve la mujer española durante la primera mitad del siglo XX. 

 

 

María Moliner nace en 1900 en el seno de una familia zaragozana acomodada que se traslada siendo ella niña a Madrid. Inmaculada de la Fuente estima que esta estancia en la capital será fundamental, revelando un empeño especial en demostrar la vinculación de María Moliner con la Institución Libre de Enseñanza. Este primer acercamiento al grupo progresista de pedagogos innovadores, potenciado por intelectuales como Fernando Giner de los Ríos y Bartolomé Cossío, despertará un interés excepcional en María Moliner por la lectura y la pedagogía, marcando toda su trayectoria profesional. Hasta tal punto percibe Inmaculada de la Fuente el influjo de Bartolomé Cossío sobre María Moliner, que lo denomina su “padre biográfico” o intelectual.

 

Destaca la autora en el primer capítulo que María Moliner nunca tuvo una continuidad en sus estudios, realizando además la mayor parte de ellos como alumna de matrícula libre. Sin embargo, a pesar de las dificultades de no poder seguir presencialmente un currículo universitario, Moliner se licenció en Historia en 1921 con sobresaliente y premio extraordinario. Es significativa la ampliación de estudios que realizó para completar su formación, eligiendo cursar lengua latina, bibliografía y pedagogía con excelentes notas.

 

María Moliner no es una mujer convencional: sabe que para poder seguir realizando estudios o frecuentar círculos culturales necesita una fuente de ingresos que le proporcionen autonomía. Sus relaciones familiares le ayudarán a encontrar trabajo desde temprana edad en la Diputación Provincial de Zaragoza. Siendo aún estudiante, en 1916, se integra en un equipo dirigido por Juan Moneva, director del Estudio de Filología de Aragón, dedicado a elaborar un diccionario de voces aragonesas. El trabajo de María Moliner, según los datos colectados por la biógrafa, consiste en ser secretaria de redacción, coordinando a otros colaboradores, clasificando alfabéticamente vocablos ya recopilados o formando fichas para el diccionario. Juan Moneva, nombrado académico correspondiente por Aragón en la Real Academia Española, la hará participar en otro proyecto, revisando y corrigiendo las voces aragonesas para una nueva edición del Diccionario de la Real Academia Española. Como bien muestra la autora del libro, la estrecha relación con las palabras se inicia pronto en la vida de la futura bibliotecaria. Para Inmaculada de la Fuente, después de la influencia de la Institución Libre de Enseñanza, este período es determinante para la formación intelectual de María en el ámbito bibliotecario y en el trabajo filológico, en el manejo de fichas y la clasificación de vocablos.

 

Recién terminada la carrera en 1921, María Moliner se dedica a preparar oposiciones al Cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos del Estado, que aprobará en 1922. Se convierte así en la sexta mujer y la más joven desde la creación del cuerpo, en 1868, obteniendo su primer destino en el archivo de Simancas. Su primera actividad profesional como bibliotecaria es objeto de estudio con el que se inicia el segundo capítulo de la biografía. El destino de Simancas supone para María Moliner un encierro y un alejamiento de centros culturales o universitarios donde seguir procurándose formación, ya que entre otras cosas piensa en preparar su doctorado en Madrid. Como desea consolidar su relación con el círculo pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, pide consejo a Bartolomé Cossío para su tesis doctoral y solicita alojarse en la Residencia de Señoritas. Pero no consigue traslado a la capital y finalmente decide ocupar una plaza vacante en el Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia. Inmaculada de la Fuente no ha podido obtener ninguna noticia más acerca del doctorado de María Moliner, que aparentemente no llegó a iniciar, ni a realizar, lo que sorprende un poco, teniendo en cuenta la extraordinaria voluntad que la brillante bibliotecaria muestra en todos los proyectos emprendidos. Cierto es que los avatares históricos (República, Guerra Civil y posguerra) cambiarán el rumbo de los acontecimientos para todos los españoles y encaminarán las inagotables fuerzas de Moliner a desarrollar otros proyectos no menos importantes que el doctorado.

 

Llegados a este punto de la biografía de María Moliner, Inmaculada de la Fuente introduce retazos de la biografía de sus hermanos. La más interesante es la de Matilde Moliner, la hermana menor, figura también destacable de su tiempo, aunque poco conocida. Igualmente Licenciada en Historia, obtendrá distintos destinos como docente hasta su traslado a Madrid al Instituto Cervantes, donde será compañera de profesión de Antonio Machado. Nombrada para ocupar la vicesecretaría de las Misiones Pedagógicas, cargo que ostentará hasta 1936, trabajará en la selección de fondos bibliográficos e incluso, en colaboración con Machado, en el diseño de cubiertas para nuevas ediciones.

 

El segundo capítulo concluye con la reconstrucción de la estancia de María Moliner en Murcia entre 1923 y 1929. Su nuevo destino en el Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia no le impide acercarse al ámbito universitario, siendo en 1924 nombrada ayudante en la Facultad de Filosofía. Según Inmaculada de la Fuente es la primera mujer que ocupó este puesto en la Facultad murciana. La ciudad de Murcia constituye un capítulo importante vivencial para María Moliner, ya que en ella conoció a su marido Fernando Ramón y Ferrando, un reputado catedrático de Física de la Universidad de Murcia. En Murcia nacieron asimismo tres de los hijos del matrimonio. Sin embargo, la pareja no tiene intención de quedarse en la ciudad levantina, desplazándose mediante concurso de traslados a la ciudad de Valencia en 1929.

 

El tercer capítulo se abre con el resurgimiento de las relaciones con la Institución Libre de Enseñanza. La Escuela Cossío de Valencia es puesta en marcha en 1930 por un grupo de intelectuales, nutridos de regeneracionismo y de prácticas educativas innovadoras. Persiste en María Moliner una febril inquietud por la experimentación didáctica y por la promoción de la lectura. Entre 1930 y 1931 imparte en la Escuela Cossío clases de gramática y un curso de literatura, labor docente que alterna con su trabajo en el Archivo de la Delegación de Hacienda de Valencia. Cuando estalla la guerra en 1936, Fernando Ramón es nombrado por el nuevo equipo de gobierno decano de la Facultad de Ciencias. La ciudad de Valencia significa para ambos la oportunidad de desarrollar al máximo sus potenciales intelectuales y profesionales. Inmaculada de la Fuente en relación con la actividad profesional de María Moliner precisa que “El período republicano, y paradójicamente la Guerra Civil, pusieron en sus manos instrumentos de poder que le permitieron influir en la forma de entender la vida de la gente que amaba los libros o quería amarlos.” (pág.108)

 

El nuevo gobierno republicano es muy activo desde 1931 en reformas educativas y en la puesta en funcionamiento de proyectos culturales, orientado por el grupo de pedagogos renovadores de la Institución Libre de Enseñanza. El Ministerio de Instrucción Pública legislará e intentará aplicar un modelo educativo innovador siendo capítulos destacables la formación de los maestros y la mejora de sus condiciones sociolaborales, la creación de bibliotecas escolares y el acercamiento de otros recursos educativos (cine, reproducciones musicales y pictóricas, teatro...) a las poblaciones rurales más necesitadas. Las bibliotecas no son solo creadas en núcleos urbanos sino que además, por medio del organismo del Patronato de Misiones Pedagógicas, se emprenderán acciones concretas dirigidas a los núcleos rurales más pequeños y alejados, dotándolos de bibliotecas con un fondo mínimo de 100 volúmenes. La finalidad es actuar contra la alta tasa de analfabetismo que impera en el país. La intelectualidad española progresista de los años 30, que lucha por alcanzar una forma de gobierno democrático y estable, sabe que un cambio social no puede producirse sin educación. En este proyecto socioeducativo colaboraron muchos intelectuales, pensadores y artistas españoles como Rafael Alberti, María Zambrano, Luis Cernuda, Miguel Hernández o Ramón Gaya, por solo citar algunos.

 

María Moliner será nombrada por el gobierno republicano en numerosas ocasiones para desempeñar cargos de alta responsabilidad relacionados con la gestión bibliotecaria. Trabajadora infatigable, los resultados no tardan en producirse. En 1935 ya ha articulado 105 bibliotecas rurales valencianas de las Misiones Pedagógicas. Será además la responsable de la creación de una Biblioteca-Escuela en Valencia, en la que se encarga de la redistribución de los fondos de las bibliotecas rurales así como de la formación de estudiantes de Magisterio en técnicas bibliotecarias. La biógrafa no escatima en detalles de los proyectos emprendidos, su seguimiento y su repercusión social, transmitiendo la enorme vitalidad de la bibliotecaria, que alterna trabajo, vida familiar y proyectos socioculturales.

 

Desde 1934 se dedicará a inspeccionar bibliotecas rurales exponiendo sus resultados en varios congresos internacionales bibliotecarios, entre 1934 y 1935. A partir de ese momento, María Moliner tiene muy claro el gran proyecto que desea poner en funcionamiento: la organización de las bibliotecas públicas del Estado constituyendo una red de intercambio de fondos. Bajo el gobierno republicano, siendo aprobado su proyecto, es nombrada directora de la Oficina de Adquisición de Libros y Cambio Internacional. Se dedica a comprar fondos a editoriales para su distribución en bibliotecas y a crear sucursales para la mejor gestión de las mismas. También gestiona el intercambio internacional de publicaciones con las sociedades científicas y las bibliotecas extranjeras. Entre tanto, publica un pequeño manual “Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas”, aunque su escrito más difundido es el “Proyecto de Bases de un Plan de Organización General de Bibliotecas del Estado”, que fue publicado, según Inmaculada de la Fuente, en 1939 como folleto sin firma. La escritora demuestra la autoría de María Moliner al recuperar el mismo documento con su nombre en los archivos del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico. Es un documento vanguardista sobre gestión bibliotecaria que gozó del reconocimiento de varias instituciones europeas y muchos bibliotecarios siguen considerándolo el mejor plan de bibliotecas diseñado hasta la actualidad.  

El capítulo se enriquece con descripciones detalladas que dan cuenta del gran activismo que desde 1936 desarrollan el círculo cultural y el sociopolítico de Valencia a pesar de la guerra.  María Moliner es, desde luego, una de las protagonistas de esa acción cultural y educativa.

 

Tras la victoria conseguida por las fuerzas militares golpistas dirigidas por el general Franco, María Moliner cesa fulminantemente en su actividad de gestión de las bibliotecas públicas del Estado. Regresa a su destino del Archivo Provincial de Hacienda de Valencia y, como bien apunta la autora de la biografía, es degradada en 18 escalas administrativas conseguidas por medio de una entrega personal excepcional a su actividad profesional. Termina en este punto la primera parte de la biografía de Inmaculada de la Fuente.

 

 

La segunda parte del libro, titulada El exilio interior, se inicia en el cuarto capítulo, presentado por su autora con citas muy significativas de Pedro Salinas, María Teresa León y Max Aub y una copia del pliego de cargos presentado contra María Moliner por la aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas. El conjunto no puede ser más expresivo. Inmaculada de la Fuente describe el proceso de aislamiento social que se impuso a los que se quedaron en España al término de la Guerra Civil. Con pesar y tristeza, la biógrafa describe la acuciante y represora forma de vida que impuso el régimen franquista. Para poder seguir viviendo en España fue necesario sumirse en un reduccionismo profesional humillante y en un ejercicio cotidiano de contención de la libertad de expresión que se ha denominado exilio interior. Este término, que encabeza el título de la biografía de María Moliner, es ejemplificado por Inmaculada de la Fuente de manera muy clara: “El exilio interior no solo implica esconderse, callarse o protegerse. Hay algo peor: convivir en un medio hostil; compartir el mismo aire y la propia calle con el enemigo.” (pág. 206)

 

El expediente de depuración incoado a los esposos Ramón-Moliner es objeto de estudio detallado por parte de la biógrafa. La represión franquista fue muy incisiva con el profesorado y los profesionales e intelectuales relacionados con el mundo de la cultura. En otoño del 39, se acusa a María Moliner de ser fiel al gobierno de la República y de formar parte de un grupo intrigante de “rojos”. Su esposo, su hermana Matilde y el marido de ésta, su hermano Enrique, profesor del Instituto Obrero de Valencia y sus amigas bibliotecarias -Concha Vaca, María Brey y María Muñoz- todos ellos funcionarios, también son depurados y sancionados, siendo apartados varios años de la función pública.  

 

Inmaculada de la Fuente contrasta testimonios orales de familiares y amigos con la correspondencia de María Moliner, como la que mantuvo con Carmen Conde cuando ambas colaboraban con las Misiones Pedagógicas, para tratar de delimitar el partidismo político de María. Sin embargo no encuentra elementos que sitúen a María Moliner como una mujer comprometida con la acción política ¿Era realmente María Moliner apolítica? No es desde luego conocida por su activismo político, pero hay que recordar que quien compartía ideas de renovación educativa y social trabajando para las Misiones Pedagógicas participaba de un proyecto sociocultural y político auspiciado por los grupos republicanos de izquierda. También hay que considerar que su marido era miembro de Unión Republicana y fue nombrado, al estallar la Guerra Civil, decano de la Facultad de Ciencias de Valencia. El gobierno republicano de izquierdas la nombró para la gestión de importantes proyectos nacionales relacionados con la educación y las bibliotecas. Con estos datos es difícil pensar que María Moliner fuese apolítica, aunque no estuviera afiliada a ningún partido, ni se dedicara al ejercicio de la política.

 

No se pudo probar una implicación o conducta política de María Moliner y con la ayuda de buenos avales, que pusieron de relieve su profesionalidad por encima de todo, se concluyó su expediente inhabilitándola para el cargo público que desempeñaba y reasignándola a su destino en el Archivo de Hacienda de Valencia. Su magnífica actividad en la gestión bibliotecaria será a partir de ese momento un capítulo cerrado para siempre. Como relata Inmaculada de la Fuente, en relación a la nueva situación social en la que se encuentra inmersa María Moliner, “Su historia es semejante a la de otras mujeres brillantes que no se marcharon al exilio. Al quedarse, el silencio las hizo invisibles” (pág. 176)

 

El marido de María Moliner fue separado de la docencia hasta 1943 y reingresaría cumpliendo la sanción de ser trasladado forzosamente a Murcia. Por primera vez, el matrimonio tendrá que vivir un largo tiempo de separación, pues ella se queda en Valencia con sus hijos en su puesto de archivera.

 

El quinto capítulo, titulado El exilio interior, se inicia con el traslado de María Moliner y de sus hijos a Madrid en 1946. No por ello seguirá cerca de su marido, que si bien recupera su cátedra, pide traslado a la Universidad de Salamanca, donde permanecerá hasta su jubilación. María Moliner toma posesión de su nuevo puesto en la Biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales, donde prestaría servicio también hasta su jubilación, 24 años más tarde, en 1970. En ese destino, María Moliner sufrirá cierto aislamiento socioprofesional derivado de los cargos imputados y se limita a desempeñar un trabajo rutinario, monótono. Sin proyección profesional alguna en su destino y no queriendo renunciar a sus ideales, a pesar de la difícil situación social de la posguerra, intenta abrir una escuela en Madrid para seguir divulgando la renovación pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza. Pero sus esfuerzos serán en vano: no encuentra colaboradores en Madrid que quieran o puedan sumarse al proyecto. Todo el mundo tiene miedo.

 

Inmaculada de la Fuente analiza detenidamente la decisión de emprender el proyecto lexicográfico con el que María Moliner apaciguaría lo que la biógrafa denomina la melancolía de las energías no aprovechadas (p. 222). La represión que conduce al exilio interior la hace replegarse sobre si misma y en el proceso de introspección articula un nuevo proyecto sin proyección social, ni siquiera visible y bien apolítico, como requería la nueva situación. En su casa madrileña de la calle don Quijote, inicia María Moliner su monumento lexicográfico. Este constituirá su refugio intelectual y en él volcará todas sus energías y empuje hasta su muerte, acaecida en 1981.

 

La autora pone de relieve la poca vida social de María Moliner en esta segunda etapa de su vida, que transcurre en torno a tres ejes fundamentales: su trabajo en la Biblioteca, el cuidado de sus hijos y, sobre todo, el llamado “quinto hijo de María”, su diccionario. Moliner se dedica sin descanso a la revisión y anotación de las palabras que constituirán el nuevo diccionario. Tomando como modelo el Learner´s Dictionary, la bibliotecaria con vocación filológica, inicia un diccionario cuyas previsiones de duración de trabajos según la biógrafa eran de 6 meses a dos años, prolongándose quince años más.

 

Resulta muy interesante la información recabada por Inmaculada de la Fuente entre las colaboradoras esporádicas de María Moliner, los correctores de la editorial Gredos y entre los propios familiares de la bibliotecaria. Todos muestran su respeto por una investigadora rigurosa, constante, trabajadora hasta la extenuación y a la par una persona de gran calado humano y de trato exquisito con las personas que la rodean. No menos interesante es la relación pormenorizada de la constitución del diccionario, reconstruyendo paso a paso el proceso del trabajo lexicográfico.

La editorial Gredos firmó el contrato con María Moliner en 1955. Sus garantes son Dámaso Alonso y Rafael Lapesa, que descubrieron con asombro el diccionario iniciado por la lexicógrafa en su reclusión, apostando por su edición. En 1966 se presenta el primer tomo tras largos años de correcciones y ajustes. La 2ª edición se pone en marcha por iniciativa de su autora en junio de 1971.

 

En el sexto y último capítulo, la autora analiza las causas de la mala recepción del Diccionario de Uso del Español de María Moliner entre los académicos. Su publicación causó un gran revuelo en el mundo universitario, sobre todo entre los hispanistas extranjeros y también en los medios de comunicación. Algunos académicos pusieron en duda la fiabilidad del DUE, por una supuesta carencia de conocimientos lingüísticos o léxicos por parte de su autora. Su temprana formación filológica, iniciada en la Escuela Filológica de Aragón y completada a lo largo de su vida, es un argumento de peso para Inmaculada de la Fuente, con el que rebate a los detractores del diccionario de María Moliner.

 

El diccionario de María Moliner responde al mismo interés de otro gran lexicógrafo, Julio Casares, por proporcionar recursos idiomáticos vivos. Ambos incluyen americanismos, tecnicismos o variantes constatadas tanto en la lengua hablada en medios rurales como en la de las ciudades, lo que marca la diferencia con el Diccionario de la Real Academia. El DUE, más comúnmente llamado en el ámbito universitario “el María Moliner” se diferencia del Diccionario Ideológico de la Lengua Española de Julio Casares en el tratamiento del componente ideológico y defiende Inmaculada de la Fuente la originalidad del diccionario de la lexicógrafa por la combinación que realizó del orden alfabético con el ideológico. Resalta además, que su formación multidisciplinar, es decir sus conocimientos filológicos en combinación con las técnicas de catalogación bibliotecarias son la clave en la interpretación de la originalidad del DUE.

La biógrafa se detiene a analizar el rechazo de la candidatura de María Moliner para el sillón de la Real Academia Española de la Lengua, al que había sido promovida por Rafael Lapesa en 1972. La candidatura fue apoyada por un nutrido grupo de mujeres universitarias e intelectuales como Carmen Conde o la reputada traductora Consuelo Berges. Inmaculada de la Fuente defiende la legitimidad del diccionario y culpa al elenco masculino académico de rechazarla por puro sexismo.

 

Avanza la biografía hasta llegar a los últimos años de vida de María Moliner, siempre infatigable y dedicada a las correcciones y a la preparación de la siguiente edición de su diccionario que no podrá completar a partir de 1975 por cuestiones de salud y que será concluida por un grupo de expertos de la editorial Gredos, siendo editado por segunda vez en 1998.

 

De la extraordinaria aportación de María Moliner a la cultura española no queda duda alguna tras la lectura de este libro que concluye por parte de su autora con su interpretación de la magnífica figura de María Moliner: “...Su vida marcada por un constante afán de superación tuvo la heroicidad de lo excepcional. Y al mismo tiempo, supo vivir con la discreción de los héroes anónimos.” (pág. 313)

 

Esta publicación es una de las biografías más completas de María Moliner. No solo constituye una fuente interesante para la investigación, sino que el estudio biográfico, enmarcado por secuencias históricas precisas que enriquecen el texto sin sobrecargarlo, unido a la amenidad y sencillez discursiva de su autora, la hace apta para ser leída por el gran público. Tras su lectura, no cabe duda de que la figura de María Moliner quedará inscrita en nuestro pensamiento como una mujer excepcional de la cultura española. A Inmaculada de la Fuente, autora de otras publicaciones comprometidas con el reconocimiento de la intelectualidad y de la competencia profesional de la mujer republicana, le debemos otra excelente aportación de la contribución femenina al progreso social, cultural y democrático de la España del siglo XX.