estudios
ESTRATEGIA PARÓDICA (1900 – 1936)[1]
Manuel Martínez Arnaldos
(Universidad
de Murcia)
RESUMEN:
Ante el auge de la novela policiaca en Europa y Estados Unidos, entre
1900 y 1936, es de observar la escasa atención creadora que los escritores
españoles prestan al género policiaco. Son las traducciones de obras de autores
extranjeros las que predominan en el panorama español. Sin embargo, en
proporción, es abundante el número de autores españoles (J. Belda, W. Fernández
Flórez, E. Jardiel Poncela, etc.) que parodian, mediante diferentes registros
del humor, al género policiaco en boga. Y desde esta perspectiva tratamos de
exponer, en función de diversos ejemplos textuales, cómo la novela y la novela
corta de humor policiaco abren nuevas vías para una mejor interpretación
teórica y crítica del relato estrictamente policiaco; de sus ingredientes,
arquitectura y configuración. A la vez que la intención paródica, la sátira y
la ironía, junto a otros recursos retóricos, goznes sobre los que se articula
el humor policiaco, devienen en factores que revelan, o están latentes, en una
mayor o menor incidencia en el género propiamente policiaco.
Palabras clave:
relato policiaco, intención paródica, humor, ironía, retórica.
ABSTRACT: In view of the boom in detective stories in Europe and the
Keywords:
detective stories, parodic
intention, humour, irony, rhetorica.
I. ANTECEDENTES Y ESTADO
DE
Es interesante constatar cómo en España,
en el período que se extiende entre
Aunque con ello no queremos decir que de
modo esporádico, como sucede en cualquier etapa de la historia literaria, no se
publicaran diversos relatos policiacos. Tales serían los casos de algunos
cuentos de Emilia Pardo Bazán como La
cana (c. 1891) y Nube de paso (1911)[3],
y su novela corta La gota de Sangre (Los Contemporáneos, nº 128, Madrid, 9 de junio de 1911); o bien diversas novelas cortas de
autores como: Emilio Carrère, Un crimen
inverosímil (
II. EL RELATO POLICIACO
DE HUMOR Y SU CONDICIÓN PARÓDICA.
Situación, pues, que pone de manifiesto
que los lectores españoles no fueron ajenos al desarrollo y consolidación, en
su edad de oro, de la novela policiaca inglesa, norteamericana, francesa o
belga. Una abundancia de relatos policiacos foráneos que llevó a los escritores
españoles, como hemos advertido, en vez de seguir su estela, a buscar en la
parodia, en la del rasgo de la caricatura o lo esperpéntico, una alternativa o
visión oblicua del género. Salvando las naturales distancias, nuestros autores
adoptaron una posición parecida a
Entre los primeros merece especial
significación el cartagenero Joaquín Belda, con novelas como: ¿Quién disparó…?[12],
Una mancha de sangre[13],
Memorias de una máscara[14],
Se ha perdido una cabeza[15];
y novelas cortas, entre otras, como: Tenorio
contra Sherlock-Holmes (Los Contemporáneos, nº 331, Madrid, 30 de abril de 1915), El «Souper-Chotis» (
Y entre los segundos, escritores que de
manera más esporádica, dentro de una amplia variedad de registros temáticos, se
ocuparon de parodiar el género policiaco, destacan, entre otros: Vicente Díez
de Tejada con su novela El crimen de
Cajigal[21],
y novelas cortas como ¡Zahorí! (
Una visión paródica la que se nos ofrece
en esas novelas y novelas cortas que ponen al descubierto la estereotipia del
género. Con su lectura, los códigos genuinos de la novela policiaca (jerarquía
de los personajes, formas de repetición, poder de seducción, ideología
maniquea, etc.), o bien las reglas que debe cumplir todo relato policiaco y
que, en torno a 1929, propusieron tanto Van Dine (20 reglas) como Ronald A.
Knox (10 reglas), así como, posteriormente, Jorge Luis Borges (6 reglas sobre
la novela policiaca ideal), en la revista Hoy
Argentina[24], nos son
reveladas de forma caricaturizada, y por ende de manera más ostensible. De ahí
que esos códigos, normas o reglas, sean subvertidos por estrategias
intertextuales, metatextuales e hipertextuales (G. Genette, 1982; J. E.
Martínez Fernández, 2001), con múltiples recursos autorepresentativos. De tal
modo que apoyándose en motivos estandarizados o tópicos, propios de la novela
policiaca del momento, ya sea a nivel léxico, retórico, estructural y temático,
sólo pretende una “interpretación literal” irónica. Se busca, además, al amparo
de una amplia conciencia colectiva popular, una marcada y específica función social. Lo que justifica
una apertura del sentido y donde el fenómeno de la polisemia, diferentes
recursos sintáctico-semánticos y diversos registros retóricos sustentan el
desarrollo narrativo por medio de la sátira, el chiste, el disparate ingenioso,
el equívoco, el juego de palabras, el absurdo, la hipérbole, el “lapsus
linguae”, expresiones fijas, extranjerismos, etc. Y es mediante tales
estrategias discursivas cómo la novela policiaca de humor se configura como una
lupa, radiografía o negativo fotográfico, que nos permite observar con mayor
nitidez los distintos grados de ironía (W.C. Booth, 1986: 82-182) y de
comicidad, o bien lo absurdo e irracional que subyacen tanto en los
ingredientes como en la arquitectura del relato policiaco: el crimen, los
motivos, la víctima, el modo, el criminal, los sospechosos, el detective, la
investigación, el espacio, el tiempo, el narrador, la estructura, el lector y
el laberinto (F. J. Rodríguez Pequeño, 1994), la ficción (T. Albaladejo y J. C.
Gómez Alonso, 2.000: 101-115), y la importancia del psicoanálisis.
Así, pues, desde la novela policiaca de
humor se nos revelan y son más perceptibles los diferentes grados de
ironía y comicidad latentes en todo
relato policiaco. Dado que en éste los rasgos de ironía o determinados
episodios proclives al humor deben de atenerse a unos límites muy precisos y no
traspasarlos pese a la fina línea que separa lo lógico y lo ilógico en el que
se instala el género. Un fenómeno que vendría a ser similar al que nos presenta
Milan Kundera, en su novela El libro de
la risa y el olvido, cuando nos describe a una pareja que se desnuda
apresuradamente, uno frente al otro, y ante la sonrisa de la mujer por las
posturas que adoptan: «Sintió que le faltaba un pelo para ponerse a reír. Pero
sabía que entonces no podría hacer el amor. La risa estaba allí como una enorme
trampa, esperando pacientemente en la habitación, escondida tras una delgada
pared. Sólo un par de milímetros separaban el
amor de la risa, y a él le horrorizaba traspasarlos. Un par de
milímetros que lo separaban de la frontera
más allá de la cual las cosas dejan de tener sentido.» (M. Kundera,
1987: 306-307). Y tal es el proceso que se aprecia en buena parte de los
relatos policiacos. Sirvan unos pocos ejemplos al respecto[25]
:
En La
banda moteada[26], de A. Conan
Doyle, cuando Holmes examina la habitación contigua a la que se ha producido un
crimen, podemos leer:
« _ ¿No habrá gato encerrado…?_ dijo Holmes dando un doble sentido a su
pregunta.
_ ¡No…! ¡Que ocurrencia…! –
contestó la señorita Stoner sorprendida.
_ Pues mire esto… _ Y le enseñó un platito con leche que estaba
sobre un arcón, invisible desde donde ella y yo nos hallábamos.» (p. 214)
En El
detective moribundo, también de Conan Doyle, recordemos que Holmes,
gravemente enfermo, le pregunta a Watson cuántas monedas lleva. Le responde que
cinco medias coronas. Holmes comenta que son muy pocas, pero que hay que
arreglarse. Y le dice que se las reparta en el bolsillo relojera y en el
bolsillo izquierdo del pantalón.
«Así… ¡gracias! Ahora conservará mejor el equilibrio.» (p. 246)
(Watson
piensa que está delirando, y de este modo el humor y la ironía pierden grados).
El inicio de El écharpe de seda rojo, de Maurice Leblanc, responde a principios
humorísticos. Así, es de advertir la treta de la que se sirve Lupin para
conseguir una entrevista con el comisario de policía Ganimard: contratar a un
hombre, disfrazado de andrajoso, y a un muchacho, para que el primero vaya
dejando cáscaras de naranja, como si fueran señales, y el otro dibujando, con
tiza, en las paredes, cruces con un círculo. Hasta conseguir que los siga
Ganimard a una casa, donde percibe un gran ruido. Pero observa que son esas dos
personas golpeando el suelo con sillas.
En estos ejemplos, que podríamos ampliar
sobre todo a partir de textos, entre otros, de G. K. Chesterton y de Agatha
Christi, se puede estimar cómo tanto Conan Doyle como Maurice Leblanc recogen
velas, más rápida y sutilmente el primero, en el deslizamiento del sentido que,
según S. Freud (1970: 14 y ss.), llevaría a lo cómico, a provocar la risa. En
tanto que si atendemos a la técnica narrativa de J. Belda, por ejemplo en su
novela ¿Quién disparó…? constatamos
que parte de unos hechos cotidianos y tópicos, situaciones racionales, expuestas
mediante frases proverbiales, mientras avanza “ingenuamente” en un proceso a
modo de introducción hasta buscar el golpe o efecto cómico final, no exento, en
ocasiones, de irónicas reflexiones morales, éticas o religiosas (A. Ehrenzweig,
1979: 166-167; V. Sternberg-Greiner, 2003: 31-43).
Así, durante la descripción del entierro
de la persona que ha sido asesinada leemos:
«El
sentimiento producido por la extraña muerte era general.
_
¿Ha visto usted? No somos nadie.
_
¡Parece mentira! ¡Y yo que estuve hablando con él dos horas antes de la cosa!
_
Lo creo; ¡Como que no se murió hasta última hora!
_
¡Yo que le presté cien duros el jueves…! ¡Quién me lo iba a decir!
La parca fiera, el destino cruel, la mano descarnada de la muerte y demás tropos salían a relucir en
un interminable ritornello para
martirio de los hombres progresivos que buscamos la originalidad hasta en las
sopas de ajo.» (p. 35)
Luego, cuando los asistentes al entierro
están junto al féretro esperando a que lo depositen en el nicho, alguien gritó:
«_
¡Queremos verle!
_ Sí, sí, que le descubran.» (p. 38)
Los operarios alzaron la cubierta de
ébano, y a través de un cristal pudo verse la cara y el pecho del duque.
«Los
mudos espectadores de aquel festín de tristezas quisieron ver más.
_
¡Todo, todo! _ gritaron algunos.
Y
la segunda cubierta del féretro se alzó, dejando al aire todo el cadáver, desde
la cabeza a los pies.
………………………………………………………………………………………………
Allí
se ofreció el cuerpo de Casimiro Aliatar rígido y solemne, ceñido en el amplio
manto calatravo, símbolo de nobleza y prenda de alta estirpe, pero estrujando
con sus manos agarrotadas… ¡triste es decirlo…!
¡¡¡unos zorros de limpiar muebles !!!
Se inició en la turba una carcajada, pronto
contenida por el respeto al sitio y la ocasión.
………………………………………………………………………………………………
El
ayuda de cámara del muerto, autor inconsciente de aquella brava estulticia […]
con las prisas había descolgado de la cabecera del lecho del duque un soberbio
crucifijo de bronce, y con unos zorros, había comenzado a quitarle el polvo.
Estando en tan dulce tarea, los de la funeraria le avisaron que procederían a cerrar el féretro, pues se
hacía tarde: él equivocó los objetos, y dejando el crucifijo sobre una silla,
coló (sic.) en la caja los zorros: la
tapa cayó enseguida…y he ahí todo.
Nosotros, filósofos por temperamento, nos
quedamos meditando que, después de todo, el acto del ayuda de cámara no era
ninguna tontería, pues teniendo en cuenta aquella frase del Eclesiastés, “acuérdate ¡oh hombre! que
polvo eres y en polvo te convertirás”,
de tan exacta aplicación a todo cadáver, ¿qué cosa mejor que unos zorros se
puede poner a su alcance, para que disipe con ellos el polvo que de otro modo ha
de acabar por ahogarle?» (pp. 40-41).
Si comparamos el ejemplo propuesto de la novela de J. Belda con los anteriores
de los cuentos de Conan Doyle y de
Maurice Leblanc podemos apreciar las diferencias en el registro del
humor entre uno y los otros relatos
policiacos. Y, a la vez, también podemos percibir, pese a la brevedad del texto
transcrito, cómo la narrativa policiaca de Belda, y en general la de toda su
obra, se estructura formalmente como un proceso eminentemente irónico y
satírico que provoca una continua desarticulación y ruptura, por las continuas
digresiones, en su narratividad. Aunque ello no supone que se socave la intriga
policiaca, sino que, al contrario, sean múltiples las alternancias y vericuetos
por los que discurre la trama con las más insólitas pistas falsas y diferentes
sospechosos. Lo que es consustancial al género policiaco. Tal y como procede
Belda en el caso de su novela Una mancha
de sangre. Novela ésta de acción trepidante en la que se producen las más
extrañas y disparatadas situaciones que, finalmente, responden a una
estratagema para rodar con la mayor verosimilitud una película cinematográfica.
Novela, por cierto, que se abre parodiando el modo de proceder de Sherlock Holmes:
«Esta vez estaba decidido a poner las cosas en claro,
aunque para ello tuviera que desenmascarar al mismo demonio. Lector apasionado
de las modernas novelas policiacas, sabía que lo primero que todo detective
hacía en cuanto tenía un asunto nuevo que resolver, era encender una pipa y
disponerse a almorzar. Como era su hora, salió a la calle, encendió un cigarro
y se marchó al restaurant (sic.) de
III. LOS INGREDIENTES Y
ARQUITECTURA DEL RELATO POLICIACO.
Si atendemos, dentro de la teoría del
relato policiaco, a alguno de los ingredientes
(el crimen, el modo, el criminal, el detective) y a la arquitectura (el
narrador) del relato policiaco , tomando como referencia el análisis de los
mismos formulado por I. Martín Cerezo (2006: 39-75), y transferimos alguno de
ellos a los dominios de la novela policiaca de humor, podemos observar los sugerentes, y a la vez
extravagantes y disparatados matices que se establecen entre una y otra
modalidad partiendo de similares premisas y situaciones, según los ejemplos que
a continuación exponemos en los distintos apartados:
a) El
crimen.
En términos generales, el crimen desata
todo un mundo de interrogantes y de expectativas para el lector que garantiza
el interés de la trama. Sin embargo, el cadáver deviene más en una presencia
social que en una cualidad personal e individual; por lo que es lo social lo
que llega a ocupar el lugar central de todo relato policiaco. Una vez cometido
el asesinato, cerrada la escena del crimen, interesa todo aquello que le
rodeaba, el tiempo anterior o el tiempo posterior. Y a esa condición social se
acogen alguno de nuestros autores para en concretas novelas hacer del crimen un
elemento con fuerte contenido social en clave de humor, llegando a constituir
un factor propagandístico y publicitario que sirva como grotesco reclamo. Tal y como acaece en Un cadáver en el comedor, de W. Fernández Flórez, donde se nos da
cuenta del crimen de una corista, de apodo “
«
[…] Esto intrigó a todo el mundo, y la prensa publicó comentarios y cábalas y
exégesis más o menos absurdas. Bueno, pues Téllez pudo probar cumplidamente que
_
¿Por qué?
_
Por un móvil curioso desde cierto punto de vista. El matador era el empresario
de La colcha de damasco, y había
realizado el delito no por odio a la muchacha, sino, sencillamente para atraer
la atención del público hacia la obra. “A ver si así va alguien al teatro –
pensó, - porque no queda otro recurso que tocar”. Fue un crimen reclamo.» (pp.
20-21)
También en El souper-chotis, de J. Belda, nos encontramos con un caso hasta
cierto punto semejante. Un matrimonio posee una Venta en las afueras de Madrid
y deciden transformarla, con la ayuda económica de un socio, en un moderno cabaré
al que dan el ostentoso nombre de “El souper-chotis”. Pero pasan los días, e
incluso los meses, y al cabaré no acude nadie. El socio les dice que deben
tener paciencia. Sin embargo, comprueban como otros cabarés próximos siempre
están llenos de público y que su socio es un asiduo de uno de ellos. Una noche,
el matrimonio, lo citan y posteriormente lo asesinan. Y entierran el cadáver
bajo la pista de baile. A partir de entonces el local se les llena cada noche.
b) El
modo.
El asesinato, la muerte del ser humano se
materializa a través de algún medio y modo. Ya sea mediante el disparo de una
pistola, penetración de un arma blanca, estrangulamiento, etc. Y resulta curioso, a este respecto, comprobar
como tanto J. Belda, en Se ha perdido una
cabeza, como E. Jardiel Poncela, en En
los 38 asesinatos y medio del castillo de Hull, coincidan en un arma
peculiar para la realización del crimen: un cuchillo de postre. En el caso de
la novela de Belda, la causa del crimen es tal vez más sugestiva y cómica: a un
afilador de cuchillos le entregan varios cuchillos para que los afile, mas el
dueño de estos queda descontento y protesta; enfadado el afilador y para
hacerle una demostración, con el cuchillo de postre lo descuartiza. Las
distintas partes del cuerpo las va enterrando en lugares diferentes, lo que
propicia que tras su descubrimiento en días alternos se proceda a diversos
entierros que aburren y disgustan a los amigos.
c) El
criminal.
En el relato policiaco de humor, el
criminal, por lo general, es valorado positivamente y apenas sufre condena
alguna cuando es apresado. Hasta el punto de que en ocasiones llega a instruir
a la policía. Y con tal fin realiza sus crímenes el protagonista de El crimen de la calle…, de Alberto Insúa, quien al final del relato
será nombrado Ministro de
«
¿Qué he hecho de los veinte años a los cuarenta?
Ha
estafado.
He
robado.
He
asesinado.
Podría
demostrar que he hecho, en pequeño, de
un modo individual, lo que han hecho, lo que hacen y lo que harán siempre, en
grande, de un modo colectivo, todos los pueblos. Pero no necesito demostrarlo.
Sólo agregaré, para que concluya de verse mi fisonomía moral, estos aforismos,
que, de ser diez, constituirían mi decálogo:
I. El crimen no nace cuando se comete, sino
cuando se descubre.
II. La impunidad está a un paso de la
justificación.
III.
Y la justificación a un milímetro de la gloria.
IV.
La habilidad no está sólo en “hacer” bien, sino en sostenerse en lo hecho.
V. Robar es “otro medio” de adquirir la
propiedad.
VI.
Matar es hacer una obra de misericordia y un acto de expiación, todo en una
pieza y de un solo golpe.
VII.
Entre una mujer y un hombre, elige para víctima a la mujer, porque, como dice
un filósofo, el hombre es simplemente malo y la mujer es aviesa. (Por algo las
mujeres son mi especialidad).» (sin paginar)
En algún caso, el criminal es el propio
detective. En Los 38 asesinatos y medio
del castillo de Hull, Holmes ordena llamar a la policía para que lo apresen,
pues se declara culpable de todos los asesinatos cometidos. Mientras que en Un cadáver en el comedor es el autor-narrador el que se descubre como
culpable.
d) El
detective.
El detective es el elemento clave del
género policiaco. Descubre al culpable y la logra la inocencia de los posibles
sospechosos. Por lo general, la figura del detective conlleva la de un
compañero, lo que supone una gran eficacia desde el punto de vista
técnico-narrativo. Como lo demuestra la tradición literaria (D. Quijote y
Sancho, etc.). Ello implica una doble visión en la que, por contraste, se
realza a uno de los miembros de la pareja: el detective. Además, quizás lo más
importante, el acompañante será el narrador, el cronista de los hechos. La figura
del detective es la que ha supuesto, desde el punto de vista crítico y teórico
literarios el mayor número de consideraciones. Entre los más famosos detectives
de la época (Dupin, Philo Vance, Nero Wolfe, Poirot, etc.) es Sherlock Holmes
al que más se recurre como prototipo tópico y paródico en los relatos de humor
policiaco. En algún caso en fechas muy tempranas, lo que demuestra su pronto
influjo entre los autores españoles. Llegando a ser utilizado narrativamente de
manera “directa”, como protagonista del relato. Como sucede en Tenorio contra Sherlock Holmes (novela
corta sin crímenes), donde J. Belda nos narra el hecho de que mientras el
famoso detective inglés pasa unas vacaciones en Sevilla, se produce el rapto de
doña Inés por don Juan Tenorio, lo que aprovecha don Gonzalo de Ulloa para
encargarle el caso. Holmes sigue el rastro por tascas y Ventas hasta encontrar
a doña Inés. Don Juan, mosqueado, decide poner tierra de por medio y se marcha
a América. Pero, finalmente, don Gonzalo pierde la cabeza y muere de delírium trémens
al ver la factura de 6.000 ducados que le presenta el célebre detective.
En cuanto a la figura del colaborador o
ayudante del detective, son, en especial, significativos los casos que nos
ofrecen tanto E. Jardiel Poncela como J. Belda. En dos de sus novelas ambos
aparecen como autores-narradores colaboradores del detective. De J. Belda ya
hemos dejado anotado cómo en su novela ¿Quién
disparó?, con su propio apellido se introduce en el relato y se ofrece y
actúa como ayudante del detective Gapy Bermúdez. En Los 38 asesinatos y medio del castillo de Hull el narrador decide
descansar en un banco de Hyde Parke en el que está sentada otra persona. Ésta
se presenta como Sherlock Holmes y le comenta que se encuentra sin ayudante,
por lo que le solicita con urgencia si desea ser su nuevo colaborador. Cargo
que acepta. Por lo que se convierte en el nuevo cronista de las peripecias de
Holmes. Ofreciéndonos, en las primeras páginas, la siguiente descripción de
Holmes:
«Comúnmente, Sherlock era serio, grave,
melancólico y, lo diré de una vez: más aburrido que un drama rural. Vivía
siempre solo, levantándose de un sillón para tumbarse en otro; chupeteando su
pipa de madera de Cardiff; tocando el violín lo suficientemente mal para que,
al oírle tocar el violín, nadie creyera que estaba tocando el violín;
inyectándose morfina en cantidad bastante para tirar de bruces un caballo, y
permaneciendo a veces días y días encerrado en casa sin hablar, sin comer y sin
dormir, en esa especie de letargo de los caimanes de las islas Marquesas,
cuando se hallan haciendo la digestión de un misionero holandés. Pero así que
el misterio o el crimen se le alzaban al paso, agitando ante él sus sangrientos
peplos (figura retórica tomada del segundo acto de “Las aves”, de Aristófanes),
Sherlock se galvanizaba: tiraba el violín; le daba un puntapié al sillón; se
comía la pipa; regalaba su stock de morfina al London´s Hospital, sala de
amputaciones; ponía a la orden del día los roast-beef de Palm Market, y
las botellas de Burdeos extrafino, y se volvía activo como un veneno indio.»
(pp. 17-18, la cursiva es del autor).
Por
cierto que Jardiel Poncela escribe una introducción a la novela con el título
“Aclaración a la idiotez del texto y dedicatoria a ciertos críticos jovencitos”,
en la que afirma, entre otras cosas, que el relato que a continuación sigue lo
ha escrito para ponerse a la altura de la idiotez de algunos críticos que han
censurado y procurado echar por tierra mis páginas más inteligentes; por lo que
les ofrece y dedica las páginas idiotas que siguen, con la seguridad y
satisfacción de merecer esta vez su aplauso entusiasta. Unas consideraciones
que luego, a lo largo del desarrollo de la novela, le llevan a transgredir,
parodiar e ironizar, las numerosas frases y expresiones inglesas que se
incluyen en el texto, tópicas y estandarizadas, que, en nota a pie de página,
siempre traduce del mismo modo: “El tiempo es oro”. Por ejemplo: To be or not to be! : “El tiempo es
oro”; five o´clock tea ... : “El tiempo es oro”; etc. La introducción en el
texto de frases y expresiones inglesas y francesas con muy sui géneris
traducciones tendentes a lo cómico también es una constante en J. Belda.
e) El
narrador.
Las
relaciones que, en cualquier narración, el narrador mantiene con el universo
diegético y también con el lector (implícito, ideal y empírico), en el relato
policiaco de humor las intromisiones del autor en la historia tienen espacial
significación. Destaca por su mayor incidencia J. Belda, aunque también otros
autores como Jardiel Poncela, Fernández Flórez o Insúa, participan en el
proceso de las relaciones que se establecen entre la focalización y el tipo de
narrador. De las ocho variantes, al respecto, establecidas por Norman Friedman
(1967: 108-138) merecen una mayor atención, desde nuestra perspectiva, los
tipos relativos a: la omnisciencia editorial o de autor (punto de vista
ilimitado con intromisiones del autor en la historia), yo-testigo (el narrador
como personaje secundario de la historia se dirige al lector en primera
persona), y yo-protagonista (el narrador es protagonista de la historia y se
dirige al lector en primera persona). También es de interés la propuesta de
Gérard Genette (1989: 244-249, 270-321) referente al relato no focalizado, en
el que el narrador sabe más que cualquier personaje.
En un primer nivel nos encontraríamos con
el tipo que podríamos calificar como más elemental, el correspondiente al
yo-protagonista. Modalidad con la que W. Fernández Flórez abre y cierra su novela
corta Aire de muerto:
«Ustedes
son muy dueños de no creer esta historia, aunque, después de todo, no sé qué
iba ganando yo con engañarles; pero un viaje á las Rías Bajas siempre es grato,
y si en las Rías Bajas buscan ustedes la tienda de ropas hechas y efectos para emigrantes “
………………………………………………………………………………………………
Ustedes
-creo haberlo advertido ya- pueden dar ó negar crédito a esta historia.
Marcos nunca tuvo imaginación bastante para inventar su entrevista con el
difunto, y, por mi parte, no sé qué iba ganando yo con engañarles.» (pp.,
respectivamente, 8 y 62)
Pero es en los textos de J. Belda, como acabamos
de advertir, donde encontramos los más variados tipos de intromisiones del
autor-narrador. De hecho mantiene un continuo “diálogo” con el lector, bien
para aleccionarle sobre el desarrollo de la intriga, para despertar su
curiosidad e interés, e incluso, en ocasiones, para confundir y engañar. Por
ello, esas intromisiones y advertencias, como sugiere W. C. Booth, “es absurdo
ignorarlas cuando se ofrecen, pero es peligroso creérselas a pie juntillas”
(1986: 92). Veamos algunos ejemplos.
En
¿Quién disparó…? leemos en las
primeras páginas de la novela:
«
¡Pobre Casimiro! ¡Quién le había de decir que dentro de tres minutos escasos un
inexplicable y misterioso suceso se cernería sobre su frente patricia…! ¿Qué
fué ello…? Lee, lee, cariñoso lector, y retuércete de estupor y de pena.
………………………………………………………………………………………………
[…]
En el resto del espacio limitado por la calle de Peligros, mitad de la de
Sevilla, Ideal Room y
Luego, hacia la mitad de la novela, podemos
leer:
«
¿Qué tenía que ver Stella con el viejo aquél y con el lío éste? Recomendamos al
lector que vaya atando cabos, si no quiere armarse un verdadero lío.» (p. 164).
En
Se ha perdido una cabeza encontramos, entre otras, la siguiente
intromisión del autor-narrador:
«
Y cuando la dama, plena de la mejor intención, le repetía:
_ ¡Vamos,
hombre! ¡El caso no es tan grave!
Él, filosófico, le replicaba:
_ ¡Qué
sabes tú, mujer! ¡Qué sabes tú!
Era verdad; la pobre no sabía; no podía saber.
El lector tampoco sabe todavía.
Los únicos que estamos enterados somos don
Ramón y yo. A él no le convenía hablar, y a mí, lector, tampoco me conviene
contártelo todavía.
Pero ya te lo contaré, te lo prometo. Todo
llegará. » (p. 25).
También, en otras ocasiones, el
autor-narrador no tiene el menor reparo, ya sea mediante el juego de palabras,
la sátira o la ironía, de hacer referencia a determinados autores célebres, ya
sea por su importancia y relación con el relato policiaco o de intriga; por sus
tesis psicoanalíticas, caso de Freud, por aquellos años en boga, de aplicación
al género policiaco en cuanto a motivaciones del criminal e interpretación de pistas,
símbolos, huellas, etc.; o bien a escritores españoles de la época, tomados
como pretexto, para tratar de resolver la duda que le inspiran dos personajes
femeninos. En Se ha perdido una cabeza,
sin tener que recurrir a otras obras, hallamos ejemplos de los tres casos
expuestos:
«
Había que disipar todas aquellas hipótesis hoffmanescas y edgardopoyanas
-¡perdón!- ; ya pisando fuerte, fue a la ventana y abrió de par en par sus
maderas. Volvió a su cuarto, soltó en el lavabo el grifo de agua fría y colocó
la cabeza debajo de él.» (p. 69)
«
_ Ya ves: yo he perdido mis once trajes y toda mi ropa interior y, ya me ves,
tan fresca.
Él hizo un chiste, inexplicable en aquellas
circunstancias.
_ Claro; por eso estás tan fresca, porque te
ha quedado sin ropa.
Freud explica muy bien esta emergencia del
chiste como derivativo en las circunstancias trágicas de la vida. Un caso
antiguo confirma la verdad de esa teoría del eminente profesor vienés: el de
aquel escritor español que, estando en período agónico, pidió que le trajeran
los Santos Oleos, y dijo al encargado de llevar el mensaje a la parroquia:
_ Y dile al párroco que sean buenos, que son
para mí.» (p. 24)
«
Porque fueron dos: el lector lo recordará. Una morena y una rubia, como en
¿Sería la rubia? ¿Sería la morena? De haberlo
sabido con certeza, Ramón habría tomado aquella misma tarde el tren para
Barcelona, se habría plantado en la casa cercana a la plaza Real, y le habría
pegado un tiro a la autora de su desgracia…Si no era la que ya se habría
embarcado para América.
Pero ¿cómo saber?
Ramón Mencía se encontraba en la misma
situación en que se encuentra –salvando todos los respetos y estableciendo
todas las debidas categorías- el protagonista de la magistral obra de Galdós, El abuelo con respecto a sus dos
nietas.» (pp. 183-184)
----------------------------------
Consideramos, según hemos tratado de
exponer y en función de los ejemplos textuales propuestos, que por medio de los
específicos registros que encontramos en las novelas y novelas cortas de humor
se abren nuevas perspectivas para una mejor interpretación teórica y crítica de
la novela y el relato policiacos. Su fin paródico, la continua alternancia de
los más insólitos motivos tendentes a la comicidad, la sátira y la ironía, que
dominan a lo largo del discurso, iluminan pautas y técnicas narrativas propias
del estricto relato policiaco. Hasta el punto de que tras la lectura de las
novelas policiacas de humor podemos percibir de manera más ostensible los
ingredientes, arquitectura y configuración del género policiaco, tanto en su
instancia productora como en la receptora. Así, pues, la parodia, la sátira, la
ironía, junto a otros recursos retóricos, pragmática, semiótica y socialmente,
son los goznes básicos sobre los que se va articulando el humor policiaco; pero
que también subyacen, latentes, en diferentes grados, en la novela policiaca.
(Este trabajo es resultado de la
investigación realizada en el proyecto I+D+I de referencia FFI2010-15160,
financiado por
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[1] Este artículo
constituye una revisión muy ampliada de la conferencia que, con el título La novela policiaca de humor, impartí en
el ciclo “El género policiaco en la literatura y el cine”, dirigido por Javier
Rodríguez Pequeño e Iván Martín Cerezo, en los Cursos de Humanidades
Contemporáneas, XXX edición, en
[2] Un fenómeno no ajeno a la época precedente
del siglo XIX, donde también es muy escasa la producción de novelas policiacas
(J. I. Ferreras, 1972: 293-296), así como las denominadas góticas o de terror
(J. I. Ferreras, 1973: 243-249). Tendencia asimilable, en la literatura
española en general, en lo que atañe a «obras fantásticas y sobre todo de las
llamadas utópicas o de anticipación» (M. Baquero Goyanes, 1962:9).
[3] Luego recopilados en Cuentos trágicos, Madrid, Renacimiento, 1912.
[4] Novela corta no exenta de cierta polémica,
pues algunos capítulos de la misma y, sobre todo, parte de su novela corta El señor Catafalco (Los Contemporáneos, nº 406, Madrid, 6 de octubre de 1916),
conformaron su novela La torre de los
siete jorobados, aparecida primero en forma de folletón en el periódico
[5] Sirva como ejemplo la obra de José María
Martín de Eugenio, La resurrección
deFantomas, nº X y XI, primera y segunda parte (Madrid, 23 julio 1918),
drama policiaco en cinco actos, estrenado en el Teatro de Campos Elíseos, de
Bilbao, el 16 de diciembre de 1915.
[6] Barcelona, Editorial Juventud, 1932.
[7] Barcelona, Editorial Horta, 1935.
[8] Publicadas, respectivamente, en Barcelona,
Editorial Juventud, en 1936, 1936 y 1937.
[9] Madrid, Editorial Saturnino Calleja, 1922. Se
publicaron un total de 18 títulos, todos ellos dentro del mismo año, de Gustave
Le Rouge.
[10] Barcelona, Editorial Molino, 1933- 1936.
Estaba estructurada en tres series: azul, roja y amarilla. Esta última,
dedicada exclusivamente a la novela policiaca. Entre noviembre de 1933 y julio de 1936 publicó 64 títulos de
distintos autores: Edgar Wallace, Wyndham Martyn, Valentin Williams, E.
Phillips Oppenheim, S. S. Van Dine, Agatha Christie, Erle Stanley Gadner, entre
otros. En 1939, tras
[11] Para una visión de conjunto sobre la novela
policiaca en España, en la época acotada, véanse, entre otros: M. Martínez
Arnaldos (1982: 143-147), J. R. Valles Calatrava (1991: 88-106), S. Vázquez de
Parga (1993: 34-85), y V. de Santiago Mulas (1997: 40-59).
[12] Lleva el subtítulo de: Novela policiaca. Husmeos y pesquisas de Gapy Bermúdez, Madrid,
Biblioteca Hispania, s.a., 3ª edición (por la que citamos); 1ª edición,
Madrid-Buenos Aires, Renacimiento, 1914. El propio Belda, con su nombre, se
introduce en el relato y se presenta al detective Gapy para ser su ayudante y,
a la vez, cronista de sus hazañas. Gapy es un amante de todo lo inglés.
[13] Madrid, Biblioteca Hispania, s.a., 3ª edición
(por la que citamos); 1ª edición, 1915.
[14] Con el subtítulo de: El carnaval en Niza, Madrid, Biblioteca Hispania, 1928, 1ª edición.
Novela de intriga, más que estrictamente policiaca; aunque en ella se produzca
un asesinato e intervenga la policia. No en balde, y con razón, Blasco Ibáñez,
en el prólogo, fechado en Mentón, en julio de 1927, unos meses antes de su
muerte, afirmaba que “los aficionados a clasificar y catalogar novelas, con un
espíritu más de archivero que de crítico literario, tal vez digan que Memorias de una máscara es una novela
policíaca. No lo creo así, pues se aparta mucho de las célebres de este género
novelesco” (p. 9).
[15] Con el subtítulo de: Novela de humor y misterio, Madrid, Biblioteca Nueva, 1929, 1ª
edición.
[16]
[17] Zaragoza, Librería General, 1941. Reaparece
la figura del detective Charles Ring, que viene a España en busca del caballo Wotan, ganador del gran derby. En los
capítulos I, III, V, VI y VIII nos ofrece una crítica de
[18] Conjunto de siete relatos aparecidos, a lo
largo de 1928, en diferentes revistas. Los relatos son los siguientes: Mi encuentro con Sherlock Holmes, La serpiente amaestrada de Whitechapel, El hombre de la barba azul marino, La momia analfabeta del Craig Museum, El anarquista incomprensible de Picadilly
Circus, La misa negra del barrio del
Soho, El frío del Polo o los
asesinatos incongruentes del castillo de Rock (este último relato sería
luego reelaborado como novela corta con el título de Los 38 asesinatos y medio del castillo de Hull).
[19] Al igual que Belda, en su novela ¿Quién disparó…? Jardiel Poncela, aunque
sin aludir a su propio nombre, como autor-narrador se introduce en el relato
como ayudante, en vez de Watson, contratado por Sherlock Holmes.
[20] La corta vida editora se debió, en parte, a
la huelga de correos que por aquellas fechas tuvo lugar. Junto al antes citado,
también aparecieron, en
[21] Madrid, Biblioteca Patria, vol. CXLI, 1918.
[22] Con este título, A. Insúa volvió a publicar la anterior en
[23] Barcelona, F. Granada y Cia. Editores, s.a.
(c. 1916).
[24] Sobre la enumeración y desarrollo de tales
reglas, en referencia a las del primero, Van Dine, véase ThomasNarcejac (1986:
98-102), y respecto a las de los tres autores, Martín Cerezo (2006: 192-197).
[25] Para la obtención de los textos, he utilizado
[26] Con tal traducción se incluye, en la antes
citada Antología, el cuento de A. Conan Doyle, The speckled band, en vez de la más conocida como La banda de lunares.