estudios
José Antonio Mérida Donoso
(Universidad Autónoma de Madrid)
La
memoria como ficción y la construcción por parte de la literatura, presenta un
mosaico que se abre ante el escritor en la tarea constante de revisar el pasado
y de apelar a la memoria escritora y lectora para escribir el futuro. Esta
memoria, como es lógico, dista de la historia y se desarrolla en la sociedad
actual ante una rivalidad organizada de las memorias, característica propia de las
sociedades pluralistas. La literatura sirve así como recuerdo (que no historia)
de las sociedades totalitarias, donde memoria e historia, ambas oficiales,
deben coincidir plenamente bajo pena de ser modificadas.
The memory, as a fiction and the literature as a construction,
is a mosaic that lies before the writer in the ongoing task of reviewing the
past and appeal to the memory of the writer and the reader to write the future.
This memory, of course, is far from the history and takes place in the modern
society inside an organized rivalry memories, characteristic of pluralistic
societies. In this sense, the literature serves as a memory (not History) of
totalitarian societies, where memory and history, both officers must fully
agree under penalty of being modified.
Palabras
clave
Exilio,
memoria, desmemoria, represión, franquismo, Llamazares, Goytisolo, Max Aub,
Muñoz Molina.
Exile,
memory, amnesia, repression,
Franco, Llamazares, Goytisolo, Max Aub, Muñoz Molina.
“En la literatura, a diferencia de en
la vida, no hay pasados obligatorios. Contra el pasado que fabrica la cultura
franquista uno quería elegir otro, y lo buscaba a tientas, y elegía por
casualidad y por instinto nombres proscritos en los que reconocerse”[1].
La obra que Julio
Llamazares publicó en 1994 bajo el título de “Escenas del cine mudo” recogía diversas
reflexiones sobre el tiempo y la obsesión del protagonista por atraparlo, en un
intento de mostrar como desde la óptica individual, lo recordado es muy poco
con relación al inconmensurable alcance del olvido en nuestras vidas. Como
afirmaba el propio autor, en una entrevista concedida al diario El País "el tiempo es todo en la vida de una persona.
Escribimos porque el tiempo se va, todas las artes intentan recuperarlo; la
gran utopía de la humanidad es parar el tiempo, y su frustración es no poder
hacerlo"[2]. El tiempo, como
espacio entre nuestros recuerdos genera en la sociedad, múltiples posibilidades,
desde el olvido a la reconstrucción constante de la memoria. Max Aub,
consciente de que olvidar es humano y el hombre no es más que un intento de
permanecer en el tiempo, apuntaba en sus diarios "Escribo por no olvidarme"[3].
Este querer no olvidar y la obsesión evidente que todo exiliado establece
con sus recuerdos, supone como es lógico, un uso distinto al convencional del
tiempo, no sólo a la hora de entender el mundo, sino de expresarlo a través de
la escritura. Ya San Agustín relacionaba en sus Confesiones la memoria
con el tiempo, al entender ésta como el presente de las cosas pasadas. Este
traer al presente el pasado puede suponer, en el caso del exiliado, una manera de oposición al discurso
establecido, a la verdad oficial, a través de la verdad personal. Como apuntara
en un primer momento Vicente Llorens y posteriormente
se recogiera en Shifting Ground el
exiliado “padece de una mutilación del
pasado, o del futuro o de ambos”[4]. Paralizado, en un mundo que ha dejado de
avanzar hacia delante, acaba perdido en el ensimismamiento que cobija los
recuerdos. Estos irán transformándose y
realimentándose como sustento de identidad del exiliado. Haciendo uso de las
palabras de Emilio Lledó, “ser es, esencialmente, ser
memoria”[5]
La memoria como ficción, en su proceso
de selección y transformación de los recuerdos, tanto en lo personal como en lo
colectivo, es el ejercicio personal de un tipo de coherencia o incoherencia que
está aceptando el autor. Consciente de lo que apunta Edgard. S. Casey y subraya Julio Casanova las
mansiones de la memoria son numerosas[9].
La memoria colectiva de la que surge Julio Llamazares está en consonancia con
la memoria de los hijos del franquismo,
aquellos que no experimentaron la guerra civil española pero sufrieron en sus
carnes el yugo del régimen. La memoria colectiva sobre la que se gesto esa
generación responde ya a
La historia, por muy mal que suene, es
un diálogo constante con los muertos, pero no con cualesquiera, sino con los
nuestros, los que entendemos nuestros, al margen de fronteras[10].
Del enorme cúmulo de datos y personas del pasado, todo autor busca un orden que
le explique de modo coherente la trabazón entre su pasado y su presente. Parece
pues que cualquier definición de memoria
no podrá librarse de ciertos enigmas e incluso paradójicamente de algunos
olvidos. De hecho quizá es más adecuado entender ese monstruo bicéfalo de las
dos Españas y sus memorias como una reducción de la
hidra de muchas cabezas-memorias que supone la realidad. Uno de los mayores
esfuerzos de los “metahistoriadores” se dirige a
romper con el mito de la identidad entre el pasado y la historia. Si el pasado
es obviamente el objeto de estudio de la historia, este sólo puede ser “leído”
a través de aproximaciones textuales limitadas y evidentemente nunca
concluyentes. Esta realidad parece hacerse eco en ciertos autores, en especial en la década de los años setenta,
cuando la retórica va ganando en presencia, haciendo de los personajes una
sombra indefinida, o mejor dicho, si se me permite el juego de palabras,
definida en su indefinición. Así por ejemplo, en el amanecer de la década Juan
Goytisolo irrumpía de nuevo en el panorama literario español con
Juan
Goytisolo tenía apenas cinco años cuando estalló
Este
hecho en el fondo no difiere mucho de que pretende la poesía de Dámaso Alonso,
quien en su clásica Hijos de la ira
(1944), exclama todo un grito de protesta en sentido amplio, lejos de cualquier
serenidad o evasión, por mediación de un léxico inusual, permitiendo el uso de
términos convencionalmente antipoéticos, abogando por el poema largo y más
libérrimo en clara oposición a la poesía contemporánea garcilasista[14].
Por otra parte en la obra se acusa y se protesta por el grotesco espectáculo
del mundo, inmerso entonces en una terrible guerra global. Es decir el autor,
de la misma manera que Max Aub o R. J. Sender harán fuera de España, hace de la
injusticia su tema, más allá de las fronteras, universalizando su protesta a
través de un nuevo lenguaje[15].
La estrategia de confusión, a modo de un vértigo constante y que
desgraciadamente continua en la estética contemporánea actual, en la que el
“exiliado” habla por todos pero nadie habla por el exiliado, ha sido siempre
las consignas españolas de la memoria oficial durante el franquismo.
Un
nuevo lenguaje, un nuevo modelo de autenticidad que en suma se aleja de
cuestiones maquiavélicas de la guerra. Pero la lista no se detiene aquí, pues
cabría mencionar a la literatura basada en la reivindicación moral de la
memoria que realizan los años setenta Juan Marsé
(1933), Manuel Vázquez Montalbán (1939), Eduardo Mendoza (1943) y Alfons Cervera (1947). Todos ellos, a pesar de mantener
algunos elementos de la poética del realismo social y del neorrealismo español,
establecen un diálogo crítico y rupturita desde el campo de una concepción de
la literatura auto-consciente, es decir, consciente de ser literatura y no
realidad o historia[16].
Su ficcionalidad aparece por mediación de una nueva
ironía, (quizás en algunos casos sería más adecuado hablar de sarcasmo) que
subraya su subjetividad y posicionamiento crítico por parte de los autores.
Así, el lenguaje se dobla ante las necesidades de expresión del autor como se
observa, haciendo un parangón, en todas las artes (basta recordar el Guernica
de Picasso, para encontrar ese mismo intento de construir un nuevo lenguaje que
no tan sólo supera cualquier convencionalismo, sino que aboga por una manera
personal de enfrentarse con lo pasado)[17].
Existen
pues una serie de autores que se sitúan fuera de la realidad que les envuelve.
¿Pero dónde acaba y termina exactamente ese fuera?. Cuando Julio Llamazares
publicaba en 1985 Luna de Lobos, volvía los ojos al pasado de los
maquis, desde más que la memoria la memoria colectiva, inventando el lenguaje
al darle un componente especialmente lírico, en cierta manera rinde un homenaje
al silenciado, ninguneado… excluido. Esa misma
exclusión de la que se lamenta
Max Aub cuando en El remate (1961) un exiliado español en México a un
compañero suyo “Nos han borrado del mapa”[18].
Más tarde, Llamazares escribiría Lluvia
amarilla (1988), novela en la que un
viejo anclado en su pasado, se nos presenta como un personaje que se recluye en
un autoexilio. Cabría aquí recordar la
pregunta que ya hiciera Michael Ugarte, “¿es necesario que la literatura del
exilio se escriba fuera del país de origen del autor y que deje de considerarse
como tal inmediatamente después de su regreso?”[19].
O lo que es lo mismo, si el lenguaje no es un mero reflejo de la realidad sino
que también es un creador de ella, ¿el exilio no puede abarcar también una
aptitud vital?. El exilio como la vejez, supone un tiempo en el que la memoria
se empaña y el horizonte del futuro se va aplanando paulatinamente hasta
desvanecerse, tomando presencia un presente sin confines, sin rumbos claros. La
desmemoria ha hecho vieja a España como la hizo a Alemania tras
En cuanto al lenguaje Max
Aub, este mantuvo un interés por el surrealismo, el dadaísmo y el cubismo, como
muestra la biografía ficticia de Jusep
Torres Campalans (1958) y Vida y obra de Luis Alvarez
Patraña, que fue ampliándose sucesivamente (1934/1965/1971)[21]. La cuestión no es baladí pues generalmente se
ha tendido a imponer desde la crítica literaria
que autores como Max Aub o R. J. Sender, en su exilio encuentran un
catalizador en una escritura llena de rabia y por tanto, imponen una
subjetividad incuestionable. Por otra parte, así como Borges defiende que todo
libro es una confesión, no es raro que ambos autores procedan muchas veces
ocultándose tras sus personajes, hablando por su boca como un ventrílocuo haría
con su marioneta. Así, las obras de estos autores presentan un número de
personajes rotos que sólo han conseguido un éxito relativo en el intento de
ajustarse a la realidad circundante. En sus vidas —ya se ha dicho más de una
vez— se ordenará, aumentará o menguará el anecdotario para someterlo al troquel
novelesco, y de ese modo convertir la proyección biográfica en literatura. La
esencia de esa identificación recae pues en el desorden que ven no en España,
sino en el mundo que les rodea y la incapacidad para entenderlo o en el caso de
entenderlo no querer formar parte de él. En la obsesión que estos escritores
mantendrán con su propio destierro y su olvido, relacionando este último con su
muerte en vida, introducirán también nuevas formas innovadoras (aunque en su
legado se mantengan algunas obras de carácter más convencional), paralelo a una
evolución en la universalización de su grito[22].
De esta manera, todos estos
autores que vivieron el exilio parecen construir un universo especial, en
oposición no sólo a la memoria y la literatura oficial, sino al lenguaje convencional
que empaña la realidad cotidiana. Y de nuevo reaparece la omnipresente pregunta
¿Dónde empieza pues el exilio?. Quizá la diferencia radique fundamentalmente en
el origen del lector, pues aunque Max Aub quiso tender desde su exilio, de
océano a océano, un puente de palabras hacia los lectores de esa otra España,
cuando murió en México el 22 de julio de
1972, en España eran muy pocos los que conocían al autor. Paradójicamente el
exilio, el de cualquier exilio, provoca
en todos los autores un anhelo de pertenencia, de querer volver a casa, a
alguna casa. En todos estos autores la literatura se alimenta de memoria y la
memoria no muere en un autor o en los hechos de una persona determinada. Sin
embargo, ante una imposición tan
dramática se imponía sobrevivir, por lo que algunos autores apostaron por
permanecer en la memoria, y otros, intentar escaparse de su estado de
impertérrito, como queda constancia en los famosos versos del poeta:“Allá, allá lejos Donde habite el olvido”[23].
Se habla aquí de otro tipo de olvido, un olvido que permita reencontrar al yo
con el tú, no de un autoengaño, no de una mentira, sino más bien de una
esperanza tras la superación del pasado.
Cuando
Caronte lleva a Edipo hasta las profundidades del Hades a través del río Lethe y Edipo bebió de sus aguas, las del ‘olvido’ (Lethe’ = olvido), en el letargo, existe una muerte aparente
y así la memoria es sepultada. Los autores olvidados entienden pues como
necesidad el hecho de recordar y gritar que están vivos. Pero la realidad no es
simple, no se trata de una forma matemática donde podamos juzgar a una persona,
sino más bien entender la profundidad de las huellas que dejó el franquismo en
los exiliados y como estos se enfrentan a sus heridas. Así, otros autores como
Juan Goytisolo, quizá con más posibilidades de ser oídos, buscarán en el
autoexilio la construcción de una nueva memoria que les permita sobrevivir ante
las mentiras axiomáticas que se imponen desde las instituciones. Cuando
Francisco Ayala volvía a reanudar la relación activa con su país de origen y
presentar allí al público lector su extraña tarjeta de escritor exiliado
exclamaba que “tras una vida que se ha
desarrollado fuera de España, sólo hasta cierto punto sigue uno siendo español;
y por otra parte, la realidad del país mismo es ya otra muy distinta de aquella
en que uno se había formado. A decir verdad, la guerra alteró a fondo la
sociedad aquella (y por eso pudo hablarse también, con razón, de un exilio
interior”[24]. El autor que
había apuntado “Algo hay en mi que se resiste
a cualquier propósito de detener y capturar el momento huidizo, una especie de
repugnancia hacia el intento, por lo demás tan vano, de coagular el curso del
tiempo, solidificándolo”[25],
se revela aún en un autoexilio, pues ya no reconoce esa España. De alguna
manera, su posición no dista de la de
Julio Llamazares, pues ambos hablan desde una isla, ubicadas en distintas
partes de un mismo mar. Pero está diferenciación en el fondo, si partimos de la
premisa que apuntaba el autor ya en 1972, la clave está en que “la obra del escritor exiliado presentará
siempre un tornasol que la hace singular, extraña, ambigua, y que pide
esclarecimientos especiales”[26].
Debido quizá a ese particularismo sea el motivo del por qué la crítica
literaria siempre ha tendido a considerar la literatura desterrada en un
universo incomunicado con la que se desarrolla en el interior de España, lo que
“supone segregar una parte del todo”[27].
Parece pues, que tanto el
exilio, como la manera de enfrentarse a
la memoria personal y colectiva, van unidas de la mano de la literatura, generando
una amalgama de posibilidades y negando por tanto, una homogenización de
posicionamientos concreto. Multiplicidad de memorias en pos de una memoria
monolítica y concreta, definida y cerrada. Eran memorias abiertas que parecían
querer invitar al lector, como si éste, en cualquier momento, pudiera formar
parte de ella, en una interminable “batalla por la memoria” que escapa de
cualquier posible intento de monopolio de la memoria de la resistencia. Este choque
con la memoria oficial, no podía ocultar la multiplicidad de las fuerzas
políticas y sociales que invadían el “campo de batalla conmemorativo” a modo de
legado literario, señalando sus propias experiencias y méritos patrióticos en
el pretendido recuerdo nacional. No se trata pues, de apuntar una serie de
líneas comunes en los autores que viven fuera de España durante la guerra y el
franquismo, si no de entender la realidad del exilio o del autoexilio como
universo definido pero a su vez, con una multiplicación significativa. Aquí se
han apuntado algunas como la subjetividad ante la incomprensión del mundo que
le rodea, la oposición a la memoria oficial o la construcción ordenada de ese
mundo, la autoconciencia de la construcción de una nueva realidad (y por tanto
no de una absoluta verdad) y el anhelo de poder pertenecer a formar parte de
algo. El autor puede rememorar su memoria o la memoria colectiva como actitud o
aptitud, pero el dolor y la soledad, recogidas de manera magistral en la frase
de Manual Vázquez Montalbán “Feroces los recuerdos de muertos que sólo yo
recuerdo”, pueden hacer también querer salir de ese pasado[28].
La cuestión del por qué y el cómo devendrá en función de la historia personal
de cada uno de los escritores, aunque siempre subrayando en esencia, que toda
la literatura que se hace es literatura de la memoria.
La presentación de
distintas generaciones en su aptitud hacia la memoria y su condición de
exiliados ha pretendido esbozar la complejidad del problema tratado y la
existencia del problema con la memoria oficial durante el franquismo a lo largo
no tan solo de la dictadura sino también de la democracia. Si la memoria es el
recurso fundamental de la construcción de la identidad, según se quiera
reconstruir una nueva vida se acentuará o transformará la influencia del pasado
en el presente de cada uno de los autores[29].
La dimensión real que el exilio provocó merece nuevos y constantes estudios,
considerando la literatura académica como espejo del interés que este tema ha
revestido y reviste dentro de los análisis académicos de la realidad histórica
(tanto pasada como reciente), y por el eco que alcanza en la memoria social de
España. En suma, el punto central de estos trabajos, tiene que ver no sólo con
la memoria, sino también con la historia y los sujetos-objetos de análisis, o
lo que es lo mismo, replantear la eterna pregunta de quién "hace o rehace la historia".
Vinculado a esta realidad
quiero por último confesar que este artículo lo he escrito inspirado en parte
por la rabia y la frustración sentida a raíz de una crítica publicada en su
momento contra Santos Julia, tachándosele de mal historiador por hablar de esa
otra memoria no oficial[30].
El hecho de que a un historiador, crítico literario o escritor se le pueda
tachar de desmedido, irresponsable o imprudente por enfrentarse con valentía al
proceso de la memoria, ya sea personal o colectiva, es sin duda alguna
indignante. Como he intentado señalar, la memoria y el exilio tienden a caer
fácilmente en simplificaciones, probablemente teñidas bajo un tinte de la peor
política. Poder hablar de lo que fue una historia no oficial, como una
literatura no oficial no tendría que suponer a día de hoy ningún problema pues
con el patrimonio memorístico (e insisto, también literario) de una sociedad no
se puede jugar. Mirando a la vecina Alemania, cuando W. G. Sebald
en su libro póstumo Sobre la historia
natural de la destrucción (1999),
se preguntaba por las razones de que la literatura alemana hubiera vuelto la
espalda al sufrimiento de su propia población bajo los bombardeos de los
aliados, lo que en el fondo pretendía era reivindicar la necesidad de construir
una memoria para hacer uso de sus efectos terapéutico[31].
Se trata de la necesidad de expresar el sufrimiento, así como lo reivindicaba Günter Grass (más allá e cual fuera su pasado ideológico)
en A paso de Cangrejo a propósito del
hundimiento de un barco con refugiados alemanes a manos de un submarino
soviético, visto precisamente a través de tres generaciones de familia. El
final de
Recientemente la justicia
alemana se disponía a abrir dos procesos tardíos por crímenes del nazismo, uno
contra el prófugo holandés Klaas Carel Faber y otro
contra el ex guarda de campos de concentración Alex N., testigo en el famoso
juicio contra el ucraniano John Demjanjuk. En este
sentido hoy en día el tema del sufrimiento causado en
Ahora se trata de permitir
una resurrección adánica, de concederle la segunda condición de la existencia
literaria: su lectura. Quizá así, se podrá paliar, aunque no llegue a ser una
redención, otra condición de existencia,
si cabe aún más importante que otras, a saber, el reconocimiento de los
derechos del escritor a poder ser leído. Cuando Antonio Muñoz Molina, llevando
bajo el brazo el discurso que Max Aub nunca pudo leer, ingresaba en
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[1]MUÑOZ MOLINA,
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de 1996, en su recepción pública por el excelentísimo Don Antonio Muñoz Molina
y contestación del excelentísimo Don Francisco Ayala, Madrid, RAE, 1996,
(p. 21).
[2]LLAMAZARES, Julio
Entrevista concedida al País en ocasión de la reedición de «Escenas de cine
mudo» El País 1-8-2006
[3]AUB, Max Diarios de Max Aub, Estudio introductorio de Manuel Aznar Soler,
Barcelona, Alba editorial, 1998.
En cuanto a los espacio o
"lugares de memoria" (2) (concepto analizado por Pierre Nora, estrechamente asociada a la noción de memoria histórica de la
sociedad pero también a la noción de memoria oficial y política de la memoria,
que ha conocido una divulgación y un éxito prodigioso en la última década) Ricoeur aclara que no se trata ("principalmente")
de un lugares topográficos sino de "marcas exteriores", pero
difícilmente se puede evitar de hablar de topografía en el análisis de los
"lugares" asociados a la memoria en ciertas obras literarias de claro
signo memorialista como es el caso de Francisco Umbral en la plasmación de la
guerra en alguna de sus novelas, apuntando sobre la incidencia de la guerra
civil en su generación y en la comprensión de España, entendiendo que el hecho
de haber conocido el mundo como guerra civil, España como guerra civil, era
algo que había dado a la gente de su generación una conciencia histórica
absolutamente diferente de lo que haya podido ser la de otros ciudadanos de
España, ya que ellos no identifican España con guerra civil.
[4]UGARTE, Michael Literatura español en el exilio: un estudio
comparado, Madrid, Siglo XXI, 1999 (p. 17).
[5] LLEDÓ, Emilio El
silencio de la escritura, Madrid,
Ed. Centro de estudios constitucionales, 1991.
[6]Julio Llamazares
Entrevista citada
[7]JULIA, Santos “De
nuestras memorias y de nuestras miserias”. Dossier, Generaciones y memoria de la
represión franquista: Un balance de los movimientos por la memoria. Madrid, Revista de Historia Contemporánea Hispania
Nova, nº 7, (2007).
[8] Ídem.
[9] En el prefacio a la
segunda edición: CASEY, Edward S., Remembering. A phenomenological study.
Bloomington e Indianápolis, Indiana University Press, 2000, (p. 10).
[10] Léase a este
respecto MORADIELLOS GARCÍA, Enrique “Usos y abusos de la historia: apuntes sobre
el caso de la guerra civil” Historia
del presente Nº 6, 2005, (pp. 145-152)
[11]GOYTISOLO, Juan “Declaración
de Juan Goytisolo” en Juan Goytisolo,
ed. Manuel Durán, G. Soberano y otros,
Madrid, Fundamentos, 1975, (p. 143).
[12]GOYTISOLO,
Juan Reivindicación del Conde don Julián ,
edición de Linda Gould Levine Editor, Madrid , Cátedra, 1995
[13] NIETZSCHE, Friederich “Sobre el uso y el abuso vital de
[14]ALONSO, Dámaso
Hijos de la. Ira, Fanny Rubio. Editor, Madrid, Espasa Calpe, 1998. Como es
consabido, a esta obra seguirán una serie de piezas denominadas desarraigadas,
recogiendo en un primer momento la bandera de protesta su amigo V. Aleixandre,
quien el mismo año reconstruía en Sombras
del Paraíso, el mito del Paraíso perdido, desde un espíritu personal y
diferenciado, con rasgos netamente surrealistas.
[15]La diferencia pues
entre poesía arraigada y desarraigada que hace el propio D. Alonso no responde
tanto al sentimiento de una nación
como al dolor ante la injusticia y la oposición a la “falsa verdad” que se
impone desde el país en el que le ha tocado vivir al poeta.
[16]El nuevo tipo de
memoria por el que se apuesta tiene como es lógico protagonistas no oficiales,
como son las figuras del anarquista, del
guerrillero, del maquis, del represaliado y detenido antifranquista, o del "topo"
enterrado en vida en su domicilio secreto.
[17]Recuérdese que
cuando Pablo Ruiz Picasso conmocionado por el bombardeo de Guernica (1937)
retrata la guerra y el terror infringido a la población, el se encuentra en
Francia, por lo que la noticia no le llega en primera persona, hecho que quizá
provoca un mayor dolor e incluso un sentimiento de culpabilidad al no
encontrarse en esa España doliente. Por
otro lado, aunque sea algo consabido, cabe recordar como los –ismos nacen tras
Por otra parte, cabe recordar que Max
Aub, mantiene varios nexos en común con Picasso, como evidencia por ejemplo el discurso del autor en ocasión
del descubrimiento del Guernica en 1937.
[18]AUB, Max, “El
remate”. Antología de relatos y prosas breves de Max Aub. Ed. Joaquina
Rodríguez Plaza y Alejandra Herrera. México 1993
[19]UGARTE, Michael, Ob.
Citada, (p. 8).
[20]Cabría hablar de
muchos nombres que por razones obvias de espacio no se podemos nombrar.
Subrayar por su especial popularidad, la novela Javier Cercas Soldados de Salamina, pasada posteriormente
al cine y la personalísima e íntima
visión que transmite Dulce Chacón en la que fue su última novela La voz dormida. Quizá sería conveniente
hablar de tres generaciones, la de los que vivieron la guerra, los hijos a los
que le toco pactar el silencio y la de los nietos que nacieron en la democracia
y que pretender paliar el conflicto de sus abuelos y el silencio de sus padres
Este símbolo generacional queda recogido en la película Para que no me olvides, (Patricia Ferreira, 2005), una de
tantas motivadas por la polémica
suscitada en torno a una ley de
[21]AUB, Max, Jusep Torres Campalans,
Barcelona, Destino 1999.A. M, Vida y obra de Luis Álvarez Petreña, Madrid, Viamonte, 1999. Cabría añadir la
propuesta lúdica de Juego de cartas (1964) o su último gran proyecto, truncado
por la muerte, que iba a titular Luis Buñuel: novela.
[22]En los dos últimos
libros de Crónicas del Alba, el
alter-ego de Ramón J. Sender, Pepe Garcés, interviene activamente en dos
procesos para evitar que se realicen juicios sumarios y a pesar de que el
acusado está lejos de ser inocente, el protagonista sostiene la importancia del
hombre particular, por en cima de su ideología, su origen y su posición social:
“Pero un ser vivo es más que secretario o
un campesino o un duque. Es la humanidad entera. Tenemos que mirarlo como nos
vemos a nosotros mismos en un espejo”. Vol III
(p. 484)
[23]CERNUDA, Luís Donde
habite el olvido, Madrid, Editorial Publicaciones de Residencia
Estudiantes, 2003. En la obra se observa
cómo, antes ya de la guerra civil y desde España (escrito entre abril y junio
de 1931) Cernuda se acentúan en él su amargura y su resentimiento hacia el
mundo que lo rodea, adoptando un autoexilio, como delatan las palabras que
envía a Gerardo Diego para su antología de 1932: “La detesto [la realidad] como
detesto todo lo que a ella pertenece: mis amigos, mi familia, mi país” (Centro
Virtual Cervantes, memoria de Luis Cernuda, itinerario biográfico www.cvc.cervantes.es)
[24]AYALA, Francisco
“Reflexiones de un ayer no tan remoto”, Mi
cuarto a espadas, Madrid, El País-Aguilar, 1988, (pp. 196-199)
[25]AYALA,
Francisco Recuerdos y olvidos, Madrid, Alianza editorial, 1988 (p. 17)
[26] AYALA,
Francisco “Prólogo” a Confrontaciones, Barcelona, Editorial
Seix Barral, 1972, (p. 13)
[27]Esta pregunta se la
hace ya SANZ VILLANUEVA, Santos en Historia de la literatura española VI/2 p.179. Esta separación se rompe tan sólo
en destacado trabajo de Soldevilla, Ignacio La
novela desde 1936, Madrid, Alambra, 1980, al que por supuesto habría que
añadir el trabajo de Ugarte, Michael Ob. Citada
[28]VÁZQUEZ MONTALBÁN,
Manuel Memoria y deseo. Obra poética (1963-1990). Barcelona, Grijalbo
Mondadori, 1996.
[29] Obviamente será
absolutamente distinta el uso de la memoria que dará Ramón J. Sender, a quien,
merece la pena recordarlo, mataron a su hermano y a su mujer, frente a la de
otros autores en el exilio que no sufrieron con tanta crudeza la guerra civil
española. Aún así, el autor no presenta un maniqueísmo en su discurso como se
ha apuntado en el artículo TRIPPETT, Anthony, “El desafío del párroco aldeano
de Sender: Otra mirada a Réquiem por un campesino español”, Grama y Cal 1, Revista insular de
filología, Palma de Mallorca, Universitat de Illes Balears, 1995.
[30]Francisco Espinosa
“De saturaciones y olvidos. Reflexiones en torno a un pasado que no puede
pasar” en GÁLVEZ, Sergio (Coord.), Generaciones y memoria de la represión
franquista: un balance de los movimientos por la memoria, nº
7, (2007). Dossier monográfico de
Cabe añadir a este malestar personal la
pérdida de Andrei Micu, el
último brigadista rumano que murió recientemente sin que el Estado español
pudiera atribuirle la pensión por su doble nacionalidad, permaneciendo
marginado en su Rumanía, en una situación económica
paupérrima. El obituario publicado por MÉRIDA DONOSO, José Antonio “Adiós al
último brigadista rumano” El País 22/10/2011 no incide en esa espera en la que permaneció tras aprobarse en 2009
[31]G
SEBALD, W. Sobre la historia natural de
la destrucción Traducción de Miguel Sáenz, Barcelona, Anagrama, 2003. En
cuanto al caso de Klaas Carel, cabe recordar fue condenado a
muerte en Holanda en 1947 por su coparticipación en 22 asesinatos, pena que
sería más tarde conmutada en cadena perpetua
y que a comienzos de los años 50 del siglo pasado se fugó de
[32] Exilliteratur
(del alemán: Literatura del Exilio) en referencia a la literatura de autores
que fueron exiliados y que como es natural, está influida por este hecho. A
este respecto abe apuntar como los críticos
literarios tiende a subrayar la ruptura
que se produjo, como de
[33] MUÑOZ MOLINA,
Antonio apuntaba bajo el título de “La historia y el olvido”, en El País, 9-XI-1997 que “desde
l939 se decretó no sólo la amnesia acerca de lo que habían sido
[34]Ídem. En este emotivo
texto toma de hecho la creación que Max Aub había hecho sobre una ceremonia
imaginada, celebrada en
[35] Cuando se escribe
este artículo los medios de comunicación anuncian el cierre del turno de los
testigos propuestos por la defensa en el juicio que se sigue contra el juez
Baltasar Garzón en el Tribunal Supremo por declararse competente para
investigar los crímenes del franquismo. La historia comenzó cuando como juez de
Instrucción número 5 de