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Revista de estudios filológicos
Nº23 Julio 2012 - ISSN 1577-6921
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estudios

“EL TIEMPO DEL NO SER”.

LA INFANCIA EN JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO

Teresa Choperena Armendáriz

(IES Zizur. Navarra)

 

 

RESUMEN:

El recuerdo de la infancia es una constante en la obra poética de José Agustín Goytisolo. Este artículo ofrece un recorrido por sus diferentes poemarios, centrándose de manera particular en aquellos en los que la evocación de la niñez cobra un papel preponderante: El retorno (1955), Claridad (1959), Final de un adiós (1984) y Las horas quemadas (1996). La trágica muerte de su madre durante un bombardeo en 1938 es el punto de partida de muchos de estos poemas, que oponen de manera muy drástica una infancia feliz e idealizada previa a la guerra civil, al infierno del niño que no entiende la repentina ausencia de su madre.

A través del análisis de los diferentes poemarios se tratará de mostrar la evolución de este tema en la trayectoria del autor. Así, partiendo del realismo crítico tan característico de sus primeras obras, el autor va abandonando el acento social para centrarse en el personal, de manera que sus rememoraciones cada vez adquieren más valor por sí mismas. La denuncia aparece de manera solapada, pero evidente, en El retorno y Claridad –escritos durante la dictadura–, se hace más explícita en Final de un adiós –poemario de la transición– y termina por suavizarse en Las horas quemadas.

 

Palabras clave: José Agustín Goytisolo; poesía autobiográfica; infancia; guerra civil; Generación de Medio Siglo.

 

ABSTRACT:

Childhood memory is a constant theme in José Agustín Goytisolo’s poetry. This article aims to provide an overview of his different collections of poems, specially focusing on those in which the evocation of childhood takes a leading role: El retorno (1955), Claridad (1959), Final de un adiós (1984) and Las horas quemadas (1996). The tragic death of his mother during a bombing in 1938 is the starting point of many of these poems, which counter a happy and idealized pre-civil war childhood with the grief of a child who does not understand the sudden absence of his mother.

Through the analysis of his different collections of poems, I will try to show the evolution of this theme in Goytisolo’s poetic development. Starting from his characteristic social realism, the author moves gradually towards a more personal emphasis, so that his evocations start taking on special significance by themselves. Although veiled, denunciation appears in El retorno and Claridad -written during Franco’s dictatorship–, becomes more explicit in Final de un adiós –collection of poems written during the Spanish political transition to democracy– and softens in Las horas quemadas.

 

Keywords: José Agustín Goytisolo; autobiographical poetry; childhood; Spanish Civil War; Generación de Medio Siglo.

 

 

Breve apunte biográfico

José Agustín Goytisolo (1928-1999) nace en Barcelona el 3 de abril de 1928 en una familia acomodada. Cuando comienza la guerra, al igual que otros miembros de la Generación de Medio Siglo, Goytisolo se traslada con su familia a un pueblo alejado de la capital –Viladrau–, donde vive aislado de las dificultades y penurias derivadas de la contienda. Sin embargo, un acontecimiento muy puntual marcará el punto de inflexión en la hasta entonces infancia feliz del poeta: la muerte de su madre, Julia Gay, el 17 de marzo de 1938, como consecuencia de un bombardeo de los servicios extranjeros franquistas, cuando va a hacer las habituales compras a la capital. El propio Goytisolo da cuenta de ello en este fragmento:

Mi madre murió el 17 de marzo de 1938, en el Paseo de Gracia, en un bombardeo de la aviación italiana, creo… Los aviones venían desde Palma de Mallorca, entraban por Sitges, daban la vuelta a la Sierra de Collcerola y descrestaban el Tibidabo. Lo hacían así para evitar el fuego de la artillería antiaérea republicana, que estaba en Montjuic, y que no podía disparar cuando los aviones estaban encima de Barcelona, pues sus disparos dañarían aun más a la ciudad. Entonces, los aviones fascistas se tiraban en picado, y todas las calles de sentido norte-sur eran ametralladas o bombardeadas. Mi madre murió a causa de una bomba. Parece ser que por la onda de la explosión y no por la metralla. Hay quien me dijo que entró caminando en la portería del número 17 del Paseo de Gracia, una casa que ya no existe. Había ido a Barcelona para comprar cosas para mi padre y para mí, porque el 19 de marzo era nuestro santo. (Goytisolo citado en Vázquez Rial, 1999, 7)

 José Agustín sólo tenía nueve años. Este suceso tan traumático marcó el porvenir del futuro escritor, así como buena parte de su obra, hasta tal punto que la muerte de la madre y el consecuente fin de la infancia se convierten en dos de sus temas constantes.

 

Hacia el realismo crítico

El recuerdo de la madre conlleva en su caso un resentimiento muy fuerte y, sobre todo, una crítica feroz a la guerra civil y a sus causantes. Goytisolo se adscribe así a la tendencia del realismo crítico tan característico de ciertos autores de su promoción (especialmente en la llamada “Escuela de Barcelona”). Muchos de ellos vuelcan esta crítica en poemas de infancia. Así lo ha visto Riera (1999, 24), quien apunta cierto paralelismo por su denuncia y su compromiso poético (en cuanto a temas, tono y uso de la lengua coloquial), entre uno de sus poemarios, Claridad, y algunos más o menos similares como Compañeros de viaje de Gil de Biedma o Diecinueve figuras de mi historia civil de Barral; todas estas evocaciones de la infancia durante la guerra implican, por supuesto, el recuerdo de la niñez, pero también una actitud de denuncia político-social hacia el orden establecido.

El realismo social de estos autores no supone convertir el poema en un molde de transmisión de sus ideas políticas. Consideran que la creación poética no puede ni debe desligarse del entorno social, pero tampoco debe depender completamente de él. Goytisolo afirma que “el fenómeno de la creación literaria no puede entenderse si se considera aislado de su función social, aunque los aspectos más identificadores del social-realismo no son suficientes para justificar la obra de un escritor” (citado en Provencio, 1988, 73). Y es que para este autor no se deben confundir los buenos sentimientos con la buena lírica (Goytisolo, 1977, 21). A Goytisolo no le gusta la imagen de poeta del pueblo y lucha contra ella; defendiendo que la escritura no tiene una misión exclusivamente social, también, o quizá sobre todo, cumple una función personal, que acaba por adquirir una dimensión universal. A este respecto, vuelven a ser reveladoras las palabras del autor: “escribir me ha ayudado a vivir, a estar alegre entre tanto desastre y tanta miseria moral y real, entre tanta mediocridad y cobardía” (citado en Provencio, 1988, 74). De forma más o menos similar a lo que ocurre con otros poetas de la Generación de Medio Siglo, se da, pues, en sus versos una doble dimensión, la personal y la colectiva, de manera que –en palabras de Castellet:

José Agustín Goytisolo nos ofrece una autobiografía que es, evidentemente, la suya propia, personal, inalienable, pero cantada, narrada de tal modo, desde un ángulo histórico y con una conciencia solidaria de su condición de hombre, que adquiere valor de tipicidad, dimensión colectiva, testimonio social. (1961, 326)

Dentro de la escuela de Barcelona de los años 50 y 60 Goytisolo es quizá uno de los poetas que mejor representa esta corriente tan particular del realismo social; no obstante, a partir de los años 70 (se verá en poemarios como Las horas quemadas) su lírica da un giro: Goytisolo pierde la fe en el poder de la palabra para transformar la realidad y abandona en gran medida la orientación social.

 

El retorno

El retorno (1955) es el primer poemario del autor. En él el poeta ofrece una serie de elegías que, con cierta unidad, evocan la figura de su madre y su trágico final. La obra, que comienza con una cita bastante reveladora de T.S. Eliot (“Partió; mas en los días de Otoño, soñadores, forzó mi mente, golpe a golpe”), ofrece un total de veintiún poemas en los que se escenifican algunos recuerdos en torno a su madre. La infancia aparece como tema subsidiario del de la figura materna que, sin duda, es el principal. Así, en El retorno se dan, de un lado, poemas que sencillamente están dedicados a la madre, en los que recuerda instantes concretos y felices de la infancia del poeta vividos junto a ella y, de otro, textos en los que reflexiona sobre su muerte y su sentido (“Donde tú no estuvieras, como en este recinto”, por ejemplo) o recoge algunos de los momentos de desolación e incertidumbre inmediatos a su muerte[1]. Ejemplo de lo primero es el siguiente poema:

Yo recuerdo tus ojos cuando decías: aire,
porque el cielo venteaba en tus pupilas.
Yo recuerdo tus manos –hace frío–
arropándome al lecho, como trozos
de hielo enamorado.
La luz era, contigo,
más clara,
la alegría, en tu boca, era tu boca,
y el jardín era sombra, porque cuando decías:
jugad en el jardín,
nos cubrías de tenue perfume de enramada.

Respecto del segundo, podemos ver el inicio de otro de sus poemas en el que, tras los versos iniciales, el sujeto poético se dirigirá a su madre en busca de respuestas ante los acontecimientos:

Aquel año se me ha quedado muerto
en el corazón, clavado en la memoria.
Como páginas lentas, voy contando sus días
hasta tu abandono,
y los recuerdo altivos, deslumbrantes
de engañoso futuro,
o sencillos, durables como el que nada espera.

Las alusiones a los recuerdos, el uso preponderante de los tiempos en imperfecto y las invocaciones constantes a la figura materna, que aparece como destinataria primera de los poemas, además de ser índices del pacto de lectura autobiográfico, hacen de El retorno un poemario en el que la nostalgia es protagonista[2]. Es posible que una de las mejores descripciones que ha recibido este poemario, por sintética, sea la de Riera que se refiere a él como un conjunto de “21 poemas sin numeración ni título que se constituyen en partes de la elegía total que es el libro” (1991, 229). Y es que es esto último, su carácter de elegía, lo esencial para entender los poemas de El retorno, así como los de Final de un adiós (1984).

 

Final de un adiós

Este segundo poemario, pese a haber sido compuesto casi treinta años más tarde que el anterior, cierra el ciclo de las elegías a la madre, a Julia Gay. Riera, quien en su estudio Hay veneno y jazmín en tus versos, ha analizado magníficamente y de manera conjunta ambas publicaciones, afirma que no tendría sentido estudiar estas dos obras de manera aislada, puesto que conforman una unidad (1991, 17). De hecho, como se desprende de su título, Final de un adiós cierra por fin, casi treinta años más tarde, un ciclo de elegías iniciadas con los primeros versos del autor. La presencia tan patente y unitaria de las evocaciones maternas en sus poemas son las que han llevado a Aranguren, a través de las alusiones indirectas a estos dos poemarios, a afirmar que “toda su poesía es «retorno» y, a la vez, «adiós», un retorno de lo que quedó atrás y también, viceversa, la despedida de lo que vuelve” (1986, 7)[3].

Pero el recuerdo de la madre no se queda en el puro lamento, sino que desemboca en el tópico de la “maldición del matador”, cuya presencia es mucho mayor en Final de un adiós que en El retorno (Riera 1999, 35). Quizá la diferencia en este punto entre ambos poemarios se deba al hecho de que El retorno fue publicado en la década de los cincuenta, mientras que Final de un adiós es un poemario de la transición, y ello hace que Goytisolo sienta más libertad para expresar de manera explícita (y no sólo a través de la ironía característica de El retorno) sus ideas.

Así, a pesar de que el tono predominante es el elegíaco, también en los poemas se da la crítica, en ocasiones dura, a los causantes de tal tragedia. Esto se puede apreciar de manera especial en el poema VI, “Amapola única”, del que transcribo su última estrofa:

Y no quise callarme
ni dejarlos tranquilos con su fúnebre paz
pues ya mi sitio
          estaba en otro lado
enfrente enfrente con los compañeros
terribles y obstinados.

Como se ve, la referencia abierta a “los compañeros” carga a este poema de infancia, uno de los primeros de Final de un adiós, de un tinte abiertamente político nuevo en las elegías de Goytisolo y que estará presente también en otras composiciones de infancia del autor.

La muerte de Julia Gay supone para el poeta una ruptura, un antes y un después en su infancia[4]. De manera que en los poemas de Final de un adiós se observa cómo el “reino de su infancia” (reminiscencia del de Gil de Biedma) se enfrenta al infierno en que se convierte su vida tras la muerte de la madre. Este contraste entre una infancia ideal y otra absolutamente desdichada se puede ver en la oposición que se da entre algunos de sus poemas. Este fragmento de “El campo de arriba”, texto en el que el poeta identifica el jardín de su casa con un reino y a su madre con su soberana, servirá de muestra de lo primero.

Yo imperaba detrás de una cerca. Yo
tenía un caballo en aquel reino
y también una espada. Yo
poseía toda la vastedad del prado
hasta el campo de arriba
hasta el palacio de fantasía y ramas

y tú que eras la reina
me concedías todo aquel dominio
me amparabas
venías a buscarme
a la hora del pan con chocolate
o cuando oscurecía[5].

Por su parte, otros poemas como “Amapola única” (“fui un niño sin sonrisa”), “Ese grito” (“niño infortunado era yo”) o “Remedio al peor mal” (“fui niño solo”) ejemplifican, en oposición, la insatisfacción del niño durante su infancia.

Pero el poeta –tal y como señalaba Castellet–, al igual que los otros “niños de la guerra”, en sus elegías va más allá del lamento personal para tratar en sus versos de la catástrofe colectiva. La de su madre fue una muerte inútil, pero no fue la única, de manera que sus versos adquieren el valor de “testimonio poético de la historia común” (Miró, 1990, 63)[6]. Esta es la causa de que en algunas de sus evocaciones infantiles (estoy pensando especialmente en El retorno) se dé cierta ausencia de detalles concretos, de manera similar a lo que ocurre, por ejemplo, en algunos de los poemas de infancia de Caballero Bonald[7]. Esta ausencia de detalles está encaminada a favorecer la universalidad de sus versos. Así lo ha visto también Vázquez Rial, quien afirma que

cuando se hayan olvidado las circunstancias concretas que les dieron origen, los poemas que conforman las Elegías a Julia Gay se seguirán leyendo, seguirán conmoviendo, vivirán en la vida de los hombres, se los repetirá mezclados con el llanto por otras pérdidas, por otros abandonos. (1999, 20).

 

Claridad

El recuerdo de la infancia y la madre no aparecen de manera exclusiva en las Elegías a Julia Gay. De hecho, se trata de un tema recurrente en todos sus poemarios. Aparece también, por ejemplo, en Claridad, conjunto de poemas publicado por primera vez en Valencia en 1959 de manera independiente y que pronto pasa, junto con El retorno y el segundo libro del autor, Salmos al viento (1958), a formar parte del volumen Años decisivos (1961). Su título hace referencia, de un lado, a sus años de formación y, de otro, a la situación socio-política que lo rodea durante tal periodo. Alarcos Llorach se ha referido a la ambigüedad del título general en los siguientes términos:

¿Se refería el autor a lo decisivas que son para la conformación anímica de una persona las experiencias acumuladas desde la infancia hasta la cima juvenil? ¿O bien apuntaba a la trascendencia del período civil que estuvo viviendo? Podían concurrir ambas intenciones. Parece como si de la melancolía interna y la rabia contenida que empapan esta trilogía, y el arrebato dirigido a un entorno hostil, brotase un equilibrio más austero y remansado en la claridad. (1998, 9)

Años decisivos es, pues, un poemario dedicado a los años de infancia y juventud del sujeto poético, que coinciden con la sin duda decisiva posguerra y para ello Goytisolo propone un título que recuerda a los más tardíos Años inciertos (1970) de Valverde o a los Años de penitencia (1975) de Barral, textos ambos que ofrecen asimismo evocaciones de este periodo histórico.

En Claridad cada una de las partes se corresponde con una etapa de la biografía del autor; así pues lo que más nos interesa en este momento es su primer apartado, “El ayer”, referido de nuevo a su infancia[8]. A diferencia de los poemas vistos hasta el momento, en Claridad sí aparecen algunas composiciones en las que se evocan aspectos de la infancia del poeta que no guardan una relación directa con la figura materna. El recuerdo de un “almendro tembloroso” (“Cinco años”), de la campana y el paso a nivel que el poeta observaba siendo niño (“La campana”), el jardín de su casa (“Nuevo jardín”), su padre y hermanos (“El intruso”, “Nuevo jardín”), etc. son algunos de los motivos que aparecen de manera novedosa en los poemas.

Sin duda lo más llamativo de “El ayer” no son los temas sino el profundo contraste que se da entre los poemas que recuerdan los años anteriores a la muerte de su madre y aquellos que se sitúan tras ésta. Este cambio tan crucial que se va a dar en la vida del niño viene ya anunciado en algunos versos como los últimos de “Nuevo jardín”, donde se puede leer “Pero a un cielo en calma / sigue tempestad”. Sin embargo, el giro definitivo no se dará hasta en “Como ciego miré”, poema que alude una vez más a la muerte de la madre y la consiguiente destrucción de su reino infantil[9]. El tono apocalíptico del poema, resulta estremecedor:

Y de repente el aire
se desplomó encendido:
cayó como una espada
sobre la tierra. ¡Oh sí
recuerdo los clamores!

A partir de este momento, el niño sólo encuentra “muerte”, “ruina”, “crimen” (“Como ciego miré”) y, sobre todo,

un polvo de odio y una
tristísima ceniza
que caía y caía
sobre la tierra y sigue
cayendo en mi memoria
en mi pecho; en las hojas
del papel en que escribo[10].

La pérdida de la madre supone la pérdida de la inocencia y de la felicidad. Frente a la luminosidad de la adjetivación precedente, los poemas se cargan ahora de oscuridad. La felicidad, que iluminaba la figura de Julia Gay y el relato de la vida del poeta a su lado, desaparece con su muerte. Se contraponen así dos extremos, dos actitudes definitorias de este libro y de prácticamente toda la lírica de Goytisolo: la alegría y el odio (Miró, 1990, 64). La niñez junto a la madre se idealiza; la niñez, sin ella, se degrada.

 

Las horas quemadas

Finalmente me referiré a Las horas quemadas (1996), poemario que ofrece asimismo en su primer apartado, “Primeras imágenes”, una serie de evocaciones de la infancia del poeta, cuyo carácter difiere sustancialmente respecto de las vistas hasta el momento[11]. Quizá uno de los cambios más llamativos sea el paso de la primera persona del singular a la tercera. El sujeto poético, al estilo de Cernuda en Ocnos, ya no se refiere a sí mismo como “yo”, sino como “él”. Quiere marcar pues una distancia entre el niño que un día fue y el adulto que es ahora. El tiempo ha pasado y ya no siente tanta cercanía como antes hacia su antiguo yo[12].

La distancia, ahora mayor (recordemos que el poemario fue escrito en 1996), se refleja también en el cambio de actitud en los poemas. Las alusiones a la madre y a su muerte tienen menos cabida, y la guerra aparece también de manera más esporádica. Las evocaciones de la familia (“Como cualquier familia”), de la niñera (“Conchita era su nombre”), de la criada (“Eulalia de puntillas”), de las ensoñaciones del muchacho (“Pepito temperamento”) o de anécdotas puntuales, como su intento un día concreto de ir a Barcelona en bicicleta (“El diablo en los pies”) o su afición por escuchar el viento (“Sin afán ni destino”), son los nuevos protagonistas de los poemas de infancia del autor. Se ha producido un cambio con respecto a las evocaciones de los poemarios precedentes. La lírica de Goytisolo abandona su orientación más social y adopta un carácter mucho más sereno. El poeta recuerda el pasado en sus versos, un pasado indesligable a la experiencia bélica, pero el rencor ya no es quien guía. La rememoración de hechos históricos concretos no ha desparecido, sigue habiendo crítica social (“Después llegaron las calamidades / los años grises y los días turbios” de “Como cualquier familia”), pero el tono se ha apaciguado.

Quizá el poema con más carga testimonial de todos los de infancia de este poemario sea “La hermana lo recuerda”, texto en el que se narra el fin de la guerra y los inicios de la posguerra. El recuerdo está centrado, en este caso, como indica el título, en su hermana:

Se acercaba el final de una barbarie.
En casa ya no había joya alguna: […].
Así fue como ella con cesto
recorría los montes y sembrados
y él la acompañaba con un saco. […]
Todo acabó: falangistas y moros
entraban en el pueblo. Regresaron
los cinco a Barcelona: la paz negra
y un nombre que jamás se pronunciaba.

 La madre del poeta ya ha muerto, pero su muerte no es, a diferencia de lo que ocurría en los otros poemarios, el punto de partida de la evocación, sino el telón de fondo. El que antes era tema medular en las rememoraciones de la niñez ahora tan solo ocupa un lugar tangencial: “un nombre que jamás se pronunciaba”. El enfoque y sentido que se da a las evocaciones de Las horas quemadas ha variado sustancialmente con respecto a su obra anterior.

En este sentido creo que es bastante revelador el último poema de la sección, “Las horas quemadas”, que da título al poemario. En él Goytisolo ofrece una reflexión sobre la naturaleza de los recuerdos (“Sueño: pájaro negro que devuelves / imágenes de un tiempo que ahora él odia / horas quemadas en un fuego antiguo”) y, sobre todo, sobre el sentido que tiene recordar: “Lamentar el pasado nada cambia: / ni el olvido ni el daño ni el rencor”. A diferencia de autores de su misma promoción como González, Gil de Biedma o Barral, en Goytisolo no se da un afán explícito del adulto por reescribir la infancia. Sus vivencias son tan trágicas que el recuerdo nada puede cambiar.

Consciente de la escasa repercusión de sus lamentos (que no pueden evitar el olvido, ni el daño, ni el rencor), el poeta se contenta con evocar las imágenes de su pasado en un tono más o menos neutro[13]. La rememoración de las horas vividas y “quemadas” adquiere por primera vez en este poemario valor y entidad por sí misma.

 

Conclusión

La infancia evocada de José Agustín Goytisolo es, pues, una constante en sus poemarios; así se puede advertir desde el temprano El retorno, pasando por textos como Claridad o Final de un adiós, hasta algunas de sus últimas composiciones recogidas en Las horas quemadas[14]. El recuerdo de la niñez (idealizada en torno a la figura materna y, por contigüidad, degradada tras su muerte) aparece a lo largo de sus versos inevitablemente ligada al contexto histórico de la guerra y la posguerra.

A partir de sus propias vivencias, Goytisolo dota sus versos de una dimensión social, trasciende los hechos personales, que son su punto de partida, para apuntar, desde el dolor por la muerte de su madre, hacia los responsables de ésta y otras tantas tragedias. De manera que –como ha señalado muy acertadamente López Castro– su experiencia solitaria se transforma en experiencia solidaria (2005, 161). La vivencia personal adquiere el carácter de colectiva y lo privado se convierte a través del poema en interés público, de manera especialmente patente en sus primeros poemarios[15]. El autobiografismo y la rememoración son dos rasgos bastante definitorios de buena parte de las composiciones del autor.

Goytisolo se nos ofrece así como un testigo de un tiempo sombrío. Un lírico desgarrado en una tragedia personal (inserta en la colectiva), la de aquel niño expulsado del paraíso. A través de la palabra, el poeta salva del olvido a su madre y a su niñez y con ello logra que lo propuesto en los últimos versos de “Y claridad su reino” (Final de un adiós) se convierta en una realidad:

La evocación perdura
no la vida.
Sea fragancia el tiempo del no ser
y claridad su reino.

 

BIBLIOGRAFÍA

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[1] Balmaseda, que ha estudiado con acierto los poemas de infancia de Goytisolo –así como de los otros miembros de su promoción– analiza la reelaboración del poema citado y de otros en los diferentes poemarios del autor para reincidir en la idea de que el de la madre es el tema medular al que vuelve una y otra vez este autor en sus evocaciones de la infancia. (1991, 132)

[2] Resulta curioso que en ninguno de los poemas aparezcan sustantivos del tipo “madre” o “mamá” y en cambio el poeta sí se refiera explícitamente a “Julia Gay”, nombre de su madre. Quizá esto se deba al hecho –que ha recogido Riera– de que, tras el trágico suceso, su padre dio la orden de no pronunciar tales nombres en casa (1999, 37).

[3] Riera afirma que en las Elegías a Julia Gay (título que da el autor a la publicación conjunta en 1993 de El retorno y de Final de un adiós) se pueden encontrar algunos de los tópicos más característicos de la tradición elegíaca funeraria, como el elogio a la persona muerta, el ensalzamiento de su belleza (rasgo que se da, sobre todo, en el caso de las mujeres) o su ubicación en el firmamento convertida en estrella o en rosa, entre otros (1999, 35). Goytisolo ofrece así una serie de elegías a su madre en las que se ensalza precisamente su papel materno; de ahí que la ternura, la dulzura o la protección que proporciona la madre sean algunos de los aspectos más reiterados en las composiciones de infancia de dichos poemarios (Riera 1991, 18). Para un estudio más pormenorizado de este tema remito a los estudios de Riera citados, así como al de Fernández Romero (2005).

[4] No en vano la experiencia cercana de la muerte, como ha señalado Coe (1984), marca en muchos relatos autobiográficos el fin de la infancia.

[5] En relación a la imagen de su infancia como un reino me parecen interesantes las siguientes declaraciones del autor: “Mi madre fue para mí, como dice Jaime Gil, un reino afortunado; un paraíso donde, sin ella, no me era posible ser absolutamente nada” (Goytisolo citado en Virallonga, 1999, 64).

[6] En esta misma línea remito al análisis de Balmaseda (1991, 135-136).

[7] Véase a este respecto el espléndido artículo de Villanueva (1982) “Pliegos de cordel: la intención moral de J. M. Caballero Bonald en la poesía de infancia.”

[8] Riera (1999, 64) ha estudiado la vinculación de los títulos de estas secciones con poemas de Machado. En concreto éste remite a su poema “A una España joven”, algunos de cuyos versos se pueden relacionar con la situación de la inmediata posguerra que nos describe Goytisolo en este apartado: “Fue ayer, éramos casi adolescentes; era / con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios”. No se debe olvidar que la figura de Machado, como símbolo de la “objetividad y fraternidad”, es un referente para los autores de esta generación.

[9] Sigo el orden propuesto por Goytisolo en la versión de Claridad que da por definitiva y que fue publicada en Lumen en 1998.

[10] Del poema “Queda el polvo”.

[11] El título de este poemario recuerda de manera llamativa a Las horas muertas, publicado en 1959 por Caballero Bonald y que también contiene evocaciones poéticas de la niñez del autor.

[12] El paso de la primera a la tercera persona del singular no es exclusiva de Las horas quemadas. Riera ha advertido sobre cómo a partir de 1988 el poeta da este giro en sus poemas: “En los textos anteriores a 1988, el sujeto poético habla en primera persona; en cambio, a partir de los poemas incluidos en la segunda parte de El rey mendigo (1988), Goytisolo utiliza la tercera persona, en la que funde las dos características principales de su obra: la ironía […] y la elegía” (2003, 20).

[13] Digo imágenes en tanto que el poeta, de manera reiterada, alude una y otra vez a la naturaleza visual de sus recuerdos. Esto se puede observar ya desde los títulos (tanto del poemario como del apartado correspondiente), hasta en la cita de Eugenio Montale que encabeza el libro: “En cada vida hay muchas vidas: / no son Memorias. Son imágenes”.

[14] También en otros poemarios como Palabras para Julia –dedicado a su hija Julia, que lleva el nombre en honor a su abuela– hay ecos de la infancia del poeta; no obstante, me he centrado en los cuatro seleccionados porque considero que en ellos la presencia de este motivo es sustancialmente mayor.

[15] Ello ha llevado a Castellet a describir sus poemarios como “distintas calas que el poeta ha hecho en su realidad de hombre –y de hombre social– y que, parcialmente, ha ido entregando a sus lectores” (1961, 326).