estudios
Raquel
Fernández Cobo
(Universitat
Autònoma de Barcelona)
RESUMEN:
Basándome en la novela de El disputado
voto del señor Cayo voy a analizar cómo se crea la nueva imagen del
político a partir de la muerte de Franco con el fin de demostrar, a partir de
los diálogos y acciones de esta novela, que la dificultad del lenguaje político
es un problema ético.
Palabras clave: transición,
imagen del político, ética, lenguaje político, Miguel Delibes.
Abstract: Based on the novel The disputed vote of Mr.
Cayo I will discuss how to create a new political image after the death of
Franco in order to demonstrate, from the dialogue and actions of this novel,
the difficulty of political language is an ethical problem.
Keywords: transition,
an image of political, ethical, political language, Miguel Delibes.
1. INTRODUCCIÓN
El
periodo histórico de la Transición española
ha sido un tema muy trillado sobre el cual podemos encontrar numerosos
artículos y estudios realizados por sociólogos, historiadores, e incluso,
novelistas. Ello indica la importancia del asunto: tras la muerte de Franco en
1975 se producen una serie de cambios que repercutirán en la estructura
profunda de la sociedad alterándola por completo, y lo que es más importante,
trasformando la mentalidad y las costumbres de sus habitantes hasta tal punto
de crear un desconcierto generalizado entre la multitud, que se preguntaba
hacía dónde conducirían esos cambios.
El
suceso producido el 15 de Junio de 1977
en España es otra fecha clave para poder entender y analizar con exactitud el
progreso de la Historia Española Contemporánea.
A partir de dicha fecha se celebrarán en nuestro país unas Elecciones
Generales y los españoles contarán con
la posibilidad de elegir a los representantes en el Gobierno de la Nación.
Durante los meses previos a las Elecciones España vivió, sorprendida y
desconcertada, el desarrollo de una campaña electoral: los ciudadanos
asistieron a múltiples celebraciones de mítines en los cuales los aspirantes de
cada sede política exponían sus propagandas. Hubo una gran invasión de carteles
políticos, de eslóganes, y sobre todo, de promesas incumplidas. Y todo ello
para “facilitar” la elección del voto del ciudadano.
La
ruptura con el franquismo hizo renacer un nuevo lenguaje político, que se
sustentaba en gran medida a través de los medios de comunicación. La ventaja de
los medios comunicación reside en que la imagen tiene una fuerza persuasiva
mucho mayor que la palabra, llegando a desplazarla, e incluso a suplantarla.
Cuántas veces no hemos escuchado el famoso refrán una imagen vale más que mil palabras. Efectivamente, el hombre
utiliza el lenguaje para comunicarse racionalmente y lo utiliza de una manera
más eficaz no solo para relacionarse con los demás sino, fundamentalmente, para
influir en ellos. Con el objetivo de influir, persuadir y convencer, el hombre
pone toda su capacidad de lenguaje al servicio de la política. Y es en este
punto donde juega un papel primordial la Retórica, capaz de dotar al ser humano
de una capacidad política extraordinaria a través del género de la llamada oratoria deliberativa.
Dado
que es tarea imposible abarcar todos los sucesos y problemas de la transición
en un solo trabajo, voy a centrarme en la configuración de ese nuevo lenguaje
político y cómo se refleja en la novela de Miguel Delibes, El diputado voto del señor Cayo (1978, Barcelona, Ediciones
Destino). Como he dicho anteriormente, la transición fue un periodo histórico
que trataron sociólogos, historiadores y novelistas, y debemos prestar más
atención a estos últimos porque, a mi juicio, son los únicos capaces de captar
la realidad en todas sus dimensiones y guardarla bajo la forma de la ficción.
Estoy totalmente de acuerdo cuando Antonio Orejudo conversando sobre las
novelas de Javier Cercas dice que “la verdadera Historia se conoce a través de
la literatura”.
En
esta novela Delibes nos muestra mediante las voces de los personajes y las
situaciones presentadas por el narrador, distintos comportamientos e ideologías
políticas. Cada uno de los personajes supone, en esta obra, una concepción del
mundo que viene manifestada por una forma de expresión diferenciada.
Es
importante saber que la obra fue publicada poco más de un año después de las
Primeras Elecciones Generales, y es por tanto, el testimonio de los sucesos
acontecidos durante las últimas fechas de la campaña electoral: unos jóvenes
militantes _Laly, Rafa y Víctor_ llegan
a un pueblo al norte de Castilla para informar a sus habitantes de las primeras
elecciones democráticas en España. El pueblo al que llegan está prácticamente
deshabitado, solo viven tres personas: Cayo, su mujer sordomuda y otro vecino
con el que éste no habla. Durante las horas que pasan en el pueblo, Cayo
muestra su sabiduría ancestral y su gran capacidad para sobrevivir en
solitario. El señor Cayo aparece entonces como el personaje que va a desatar
una serie de reflexiones sobre el sentido o sinsentido de la nueva imagen del
político y de su lenguaje.
2. LA CREACIÓN DE LA NUEVA IMAGEN DEL POLÍTICO
El
papel de los medios de comunicación (prensa escrita, radio, televisión) fue
clave en el desarrollo de la misma; el despliegue de información-formación (muy
parecido al modelo norteamericano) produjo un extraordinario impacto sobre el
elector. Los medios de comunicación
ejercían, por tanto, un poder clave sobre los votantes, manipulando la imagen y
las noticias. Motivo por el cual los jefes de las campañas políticas cuidaban
escrupulosamente su imagen y su relación con los distintos medios. Esta
preocupación por cuidar las apariencias de los futuros representantes del
Gobierno la refleja Delibes desde las primeras hojas de su novela:
Arturo
se mordía el labio inferior y adelantaba el mentón, de cuando en cuando, como
si pretendiera estirar la piel del cuello que quedaba oculta bajo la camisa.
Víctor sonrió. Sacó del bolsillo de la cazadora un folleto plegado y lo
desdobló:
_Y
¿esta propaganda a la americana que te gastas?_ dijo.
Arturo
carraspeó, visiblemente turbado. Le azoraba contemplar su propia imagen en una
fotografía de estudio, la pipa entre los dientes, sonriendo con fingida
campechanía. Estiró la barbilla. Dijo con voz sofocada:
_No
te lo vas a creer, pero esta propaganda a lo Kennedy, funciona.
Víctor
movió la cabeza dubitativo:
_Quizá_
dijo_. Pero ¿no te habrás pasado un pelín?
_No
irás a sentir escrúpulos ahora…
[…]
En
la fotografía, Arturo aparecía en mangas de camisa, despechugado, sentado en un
poyo, protegido por una pared de adobes,
entre los ancianos de la solana de un pueblo. El pie decía: “Por una
tercera edad digna”. Y más abajo aún, cubriendo el último blanco del papel, con
caracteres tipográficos más gruesos: SI DESEAS UNA ESPAÑA MÁS JUSTA, VOTA A
ARTURO GONZÁLEZ TORRES, UN HOMBRE PARA EL SENADO. En los ojos de Víctor
apareció una chispa de ironía. Arturo tornó a contraer los labios y a adelantar
la barbilla:
“_
Te guste o no, esto vende_ dijo_; de la imagen, macho. No confundas el Senado
con el Congreso. El Senado es una opción personal” (Delibes, 1978, p.12-13).
Como
vemos, desde el comienzo de la novela Delibes nos presenta dos problema claves
de la transición española: la manipulación del aspirante político a través de
la imagen, y la manipulación de los objetivos de la campaña electoral a través
de las palabras. Imagen y palabra sirven como instrumentos de persuasión,
aunque debemos aclarar que, a pesar del fuerte poder persuasivo de la palabra y
los frecuentes usos de eslóganes, la imagen va a reemplazarla. Así, cada
partido se definirá principalmente, por su logotipo y la fotografía del líder
en la que siempre destaca “la ancha sonrisa del líder” (Delibes,
1978:14). La propaganda política se convirtió en la auténtica
constructora/deconstructora de los mensajes, fue la gran propiciadora del voto
a favor o en contra.
Este
tipo de propaganda no nace desde la declaración de unos principios y unos
ideales morales, sino que, como queda demostrado en el fragmento anterior, nace
desde la hipocresía y el engaño. El personaje de Arturo es el ejemplo más
significativo: “Te guste o no, eso vende _dijo_; da la imagen, macho”. Lo
primordial era “dar la imagen” y apoyarse siempre en las buenas apariencias.
Esto nos puede recordar a la antigua teoría del decoro que los griegos y
romanos veían tan fundamental a la hora de defenderse oralmente ante el
auditorio. Fue Marco Tulio Cicerón quien dijo que “en un discurso, como en la
vida, nada hay más difícil que ver qué es lo apropiado” (Orator,
1967: 21). Y esto es lo que intentaban los políticos a albores de la
transición: ser apropiados ante unos nuevos acontecimientos que no sabían el
rumbo que iban a tomar. De ahí que se repita constantemente en la novela
“guardar las formas” como condición esencial de cualquier aspirante político.
El decoro va a ser, por tanto, el
factor del que van a depender todas los acciones para lograr configurar una
imagen política que difícilmente tiene que ver con la realidad.
En
el grabado de la derecha, Arturo, retrepado en los cojines de un diván, el
brazo sobre los hombros frágiles de Laly, su mujer, miraba tiernamente a dos
niñas rubias, jugando a los pies con unos muñecos de trapo. Debajo rezaba la
leyenda: “Por una educación sin privilegios” (Delibes, 1978, p.13).
En
el fragmento anterior, se refleja en la propaganda la imagen de Arturo como un
buen candidato porque proyecta al buen padre de familia y al esposo feliz. Todo
se hace con el objetivo de ser siempre decoroso. A lo largo de la novela
Delibes deja patente, sin embargo, que la relación entre Arturo y Laly es casi
nula. Y si no hubiese sido por el hecho puntual en la novela en el que se dice
que Laly es su esposa, no hubiésemos percibido en ningún momento un círculo
afectivo entre ambos personajes. Con lo cual, la sensación que tiene el lector
del grado de hipocresía que pueden alcanzar los carteles publicitarios va
aumentando a medida que avanza la lectura de la novela. Las relaciones y
diálogos entre los personajes van desmitificándolos poco a poco.
Ese
decoro se refleja también, como vamos a ver, en la vestimenta de los
personajes, en los gustos musicales, en los objetos que utilizan, e incluso, en
las acciones: recordemos el uso de una avioneta con publicidad de la UCD o
campañas políticas en las que personajes famosos afirman que votaran a PCE.
Para
“guardar las formas” era muy importante que los políticos también cuidasen su
aspecto físico y portasen una vestimenta adecuada al entorno y a la situación.
El tono de peinado, el color del cabello, el material de la tela del traje, su
color… todos son elementos significativos que hacen eco en la novela. De ahí
que se aprecie una diferencia notable entre la vestimenta de Arturo y la
vestimenta de Víctor:
Arturo,
con su traje claro de entretiempo, su corbata a listas marrones y blancas,
sujeta con un alfiler de oro con el emblema del Partido, apareció en el recodo (Delibes,
1978, p.12).
Mientras
a Arturo se le describe con corbata, y el pequeño detalle tan significativo de
ir “sujeta con un alfiler de oro con el emblema del Partido”, la imagen de
Víctor, un tipo con barba y traje de pana, nos sugiere un personaje más humilde
y más cercano a la clase media del pueblo.
Los
cambios y transformaciones que sufrió España a raíz de la muerte de Franco
afectaron también a la moda: la moda definía la identidad de cada partido. Como dice Aznar Sánchez “los partidos de
izquierdas, hacen su aparición [en la época de la transición] imponiendo otros
atuendos. Felipe González, en el PSOE., y Marcelino Camacho en CC.OO.,
implantaban el jersey de cuello de cisne, Nicolás Redondo, la camisa abierta”[i].
Esto hace pensar en que la imagen de Arturo puede parecerse, quizás, a la moda
que Suárez, el Presidente del Gobierno, impuso al comienzo de la Transición
política. Suárez al igual que Arturo se preocupó por dar la imagen de un hombre
joven, dinámico, deportista, y sobre todo, nuevo. Por ello, Suárez insistía en
llevar trajes de sports, juveniles y tener el pelo bien cuidado, aunque el
fondo todos sabemos que en época de Franco vestía siempre el clásico traje de
camisa azul.
Abrió
el folleto y en la plana izquierda apareció Arturo juvenil, en calzoncillos,
corriendo por una pradera tras una pelota inalcanzable, Una leyenda decía debajo:
“Por un deporte popular” (Delibes, 1978, p.13).
En
una conversación entre Dani y Víctor, Dani se sorprende de ver a Arturo con
ropa deportiva y dando la imagen de hombre juvenil y deportista:
_El
tío no se ha quitado la camisa desde que hizo la comunión.
Víctor
sacó del bolsillo de la cazadora el folleto publicitario:
_Te
equivocas_ dijo.
Dobló
el papel por la mitad y señaló la fotografía de Arturo equipado de futbolista (Delibes,
1978, p.31).
Del
mismo modo, Víctor nos puede recordar a la imagen de los llamados “socialistas
de la pana” como pueden ser Alfonso Guerra o Gregorio Peces-Barba, que
impusieron la moda del traje de pana, el puro y las barbas.
Los
gustos musicales también son definitorios de un determinado grupo político. Por
eso, cuando Víctor, Laly y Rafa viajan en coche y escuchan zarzuela, Laly contemplando la cara del primero añade:
“Víctor está como out, sigue en la
zarzuela y la zarzuela no encaja con nosotros” (p. 48). Víctor, que desde la
primera página de la novela muestra cierto distanciamiento ante la hipocresía
política, le pregunta: “¿Crees de veras que cada opción política tiene su
música?” (p. 48). Los diálogos que
tienen lugar en el viaje van definiendo cada vez más la identidad de cada
personaje y, sobre todo, van sugiriendo cierto distanciamiento entre los
principios y la ética de Víctor y los otros dos personajes; distanciamiento que
se hará patente en la “lúcida borrachera” de Víctor al final de la novela.
Es
significado, además, que para viajar prefieran un Seat 124 en lugar de un 131. Todo con el fin
de “guardar las formas […] al menos por el Partido” (p. 209) como
no deja de repetir Laly a lo largo de la novela.
A
Miguel ya sabéis que no hay quién le apee del 131, una manía. ¿Os importa
llevar el 124?
_Mejor_
dijo Laly_: el 131 queda como burgués (Delibes, 1978, p.14).
¿Por qué tanta importancia en parecer, en ser
cauteloso y cuidadoso con la apariencias? El motivo, a mi parecer, lo señala
Dani en las primeras páginas de la novela cuando dice que “después de cuarenta
años de silencio no hay dios que sepa lo que va a funcionar en el país en este
momento” (Delibes, 1978, p.31). Delibes supo captar el desconcierto en el que
se encontraba España ante una situación completamente desconocida, y supo
reflejarlo a la perfección en esta novela. Así, el decoro, la estrategia
política y los nuevos procedimientos de comunicación eran las únicas y nuevas
armas que los Partidos podían utilizan para defenderse contra la incertidumbre
del no saber hacia dónde nos dirigimos y contra el miedo a repetir los errores
del pasado.
Una de las estrategias políticas más usuales durante
la Transición fue, como se manifiesta en la novela, la de crear mapas de
provincias para señalar con chinchetas rojas los lugares que el Partido ha recorrido
haciendo mítines y mentalizando a los ciudadanos de lo que deben votar, y con
chinchetas azules aquellos lugares que quedan por visitar y “persuadir”.
El viaje que Laly, Rafa y Víctor inician es la
consecuencia de esa estrategia política. El mapa de provincias que señala tres
chinchetas azules entre Refico y Palacios de Silos
dará comienzo a un viaje lleno de reflexiones y, también revelaciones cuando se
topen con la sabiduría ancestral del señor Cayo.
Cuando los tres personajes se encuentran con
el señor Cayo intentan convencerle de que las elecciones del día 15 son un
hecho imprescindible y decisivo para el
país; es una oportunidad, y que “si la desaprovechamos nos hundiremos sin remedio,
esta vez para siempre” (p. 86). En estas palabras dichas por Víctor se percibe
conscientemente ese miedo a volver al pasado y, como ya he señalado, a repetir
los mismos errores. Por ello, los nuevos políticos de la Transición rechazaron
a los Partidos veteranos y a los de extrema izquierda y apoyaron a los partidos
más jóvenes.
Dicen que hace dos días anduvo allí ese tal
Agustín y montó el número de tapar el Cristo con la bandera. Ya les conoces,
esos tíos creen que seguimos en el 36 (Delibes, 1978, p.16).
Todos estos elementos que venimos comentando
(la manipulación de la perfil del político a través de la imagen, la
importancia del decoro, la estrategia política y el miedo a repetir los errores
del pasado) van a configurar la visión desmitificadora de la Transición en El disputado voto del señor Cayo de
Delibes, y van a ser los factores causantes de un discurso carente de sentido
y, consecuentemente, fallido.
3.
LA VISIÓN
DESMITIFICADORA DE MIGUEL DELIBES
Con
la muerte de Franco emergió la necesidad y la urgencia de elaborar un discurso
político que hiciera hincapié en las nuevas oportunidades y ventajas que traían
consigo las elecciones. Pero ese discurso no nacía con la intención de
proclamar los principios éticos y morales de un determinado Partido, sino que
estaba contaminado por los factores comentados en el apartado anterior:
manipulación del lenguaje y de la imagen del político, miedo a repetir los
mismos errores, importancia del decoro… etc. El único propósito era “guardar
las formas” para conseguir “mentalizar” al pueblo y “comerle el coco al
personal” (p. 19). Teniendo en cuenta ese objetivo, los políticos echaron mano
a las técnicas de
_No
me gusta_ dijo [Víctor al contemplar un folleto político]
Félix
Barco agitó su mano pequeña y morena, con las uñas negras, descuidadas, en
ademán de protesta:
_Jo,
tío, eres la pera_ volvió los ojos a Ayuso_. Dos horas rompiéndonos la crisma y
ahora el Diputado no le gusta.
_Entiéndame_
dijo Víctor_: A mi juicio os enrolláis demasiado.
_Y
¿puedes decirme cómo le comes el coco tú al personal sin darle el coñazo?
Víctor
frunció el ceño, pensativo:
_Muy
sencillo_ dijo al cabo_: Con ideas concretas. A estas alturas de la campaña
nadie se traga un rollo de estos así le den veinte duros. […]
_Al
elector solo hay que decirle tres cosas, así de fácil: Primera, que vote.
Segunda, que no tenga miedo. Y tercera, que lo haga en conciencia.
La
voz de Félix Barco salió tonante pero tamizada entre sus lacios y frondosos
bigotes:
_¡Joder,
estoy harto de vaselina! ¡Estoy de conciencia hasta los mismísimos huevos! ¿Y
si la conciencia no coincide con nuestro programa?, pregunto.
_Mala
suerte (Delibes, 1978, p.18-19).
A
pesar de la hipocresía, se puede apreciar la buena voluntad de algunos miembros
del Partido. Víctor es el personaje que tiene una visión de la política más
ética que el resto: solo pretende que sus “ideas concretas” lleguen a todo el
pueblo para que tengan la posibilidad de votar en “conciencia”. Además, es el
único personaje que quebranta con su borrachera la estricta nueva norma de
“guardar las formas”. Y aún así, su honradez y lucidez no fue suficiente para
suplir la ausencia de un discurso construido con coherencia.
El
discurso político está lleno de clichés y de eslóganes que aparecen en la
novela. Ya citamos los eslóganes que utiliza Arturo en su propaganda electoral:
“SI DESEAS UNA ESPAÑA MÁS JUSTA, VOTA A ARTURO GONZÁLEZ TORRES, UN HOMBRE PARA
EL SENADO” (Delibes, 1978, p.12).
También
encontramos eslóganes del Partido rival: “_Mire, tío_ añadió_, si quiere orden
y justicia, vote a esta candidatura” (Delibes, 1978, p.153).
Es
importante hacer hincapié en que estos eslóganes y frases únicamente tienen
sentido dentro del marco de la publicidad política, puesto que en la novela
cuando esos mensajes se sacan del texto y se introducen en el contexto que
rodea a los personajes, esos mensajes dejan de tener sentido y cobran, incluso,
un sentido irónico. De ahí que Julia y los demás políticos que están en la sala
se rían de ver un folleto en el que aparece Arturo jugando al futbol:
Julia aprovechó la pausa para mostrar el
folleto que había estado examinando y preguntó de nuevo:
_¿Es
que Arturo ha jugado al futbol alguno vez?
Todos
rieron. Dani se puso serio:
_Vamos
a dejar tranquilo al Senador (Delibes, 1978, p.34).
Ahora,
vamos a detenernos en los clichés políticos que hacen que la información se
repita constantemente hasta llegar a parecer absurda e incoherente: cuando
Víctor, Rafa y Laly llegan al pueblecito se dan cuenta que no hay muchas personas
para dar un mitin y lo único que les queda es “charlar un rato” con el señor
Cayo, cosa que incomoda bastante Víctor.
_¡Tóo!, lo que es por mí, ya puede usted informarme. [dijo el
señor Cayo cuando Víctor le conto el propósito con el que habían llegado al
pueblecito]
La
cabeza de Víctor osciló de un lado a otro:
_Bueno_
dijo, al cabo_ así, en frío, mano a mano, no es fácil, compréndalo… Pero en
fin, lo primero que debemos decirle es que estas elecciones, las elecciones del
día 15, son fundamentales para el país.
_Ya_
dijo lacónicamente el viejo.
_O
sea, que es una oportunidad, casi le diría la
oportunidad, y si la desaprovechamos nos hundiremos sin remedio, esta vez para
siempre. […]
_Y
¿dónde vamos a hundirnos, sino es mala pregunta?
Víctor
se acarició las barbas:
_Bueno_
respondió_ eso es largo de explicar. Nos llevaría mucho tiempo (Delibes, 1978,
p.86).
Como
vemos, Víctor está preparado, como candidato que es, a hablar ante una multitud
de gente, ante un auditorio. Sabe muy bien qué tiene que decir y qué es lo que
los ciudadanos quieren escuchar. Pero el hecho de encontrar a una sola persona
le causa un gran desconcierto que nos revela su incapacidad lingüística como orador.
En
realidad, los políticos de la Transición estaban instruidos en dar mítines ante
una masa de gente que escucha las parrafadas que han aprendido de memoria, en
forma de clichés, casi de forma automática y, que intentan dar información
sobre aquellos asuntos de política que creen que a la gente les puede
interesar. Por ello, cuando Víctor tiene que dialogar de tú a tú con el señor
Cayo su discurso ve vuelve inseguro y dubitativo, puesto que en realidad él no
ha elaborado ningún discurso personalmente.
“Las
elecciones del día 15, son fundamentales para el país” o “es una oportunidad,
casi le diría la oportunidad, y si la desaprovechamos nos hundiremos sin
remedio, esta vez para siempre” son claros clichés políticos que los ciudadanos
españoles escuchaban o leían repetidas veces en mítines, folletos, carteles, y
también en la radio, en la televisión y en los periódicos. Los medios de
comunicación se convirtieron en una auténtica bomba de información política.
Pero el problema no fue la gran difusión que se le quiso dar a este tipo de
información, sino que los candidatos no sabían responder a las preguntas de los
electores. Cuando el señor Cayo le pregunta a Víctor “¿dónde vamos a hundirnos,
si no es mala pregunta?”, éste se acaricia las barbas (signo que indica su
actitud pensativa al no saber qué contestar) y le dice que “eso es largo de
explicar. Nos llevaría mucho tiempo”.
Más
adelante, Víctor se da cuenta que Cayo tiene todo el tiempo del mundo para
escucharle, pero el problema reside en que él no tiene nada que decirle, ni
nada que ofrecerle:
“_Usted
nunca tuvo prisa, ¿no es cierto, señor Cayo?
_¡Tóo! Y ¿a cuento de qué iba a tener prisa?” (Delibes, 1978,
p.105).
A
partir de esta conversación el personaje de Víctor parece mantenerse más pasivo
en la acción. Son Laly y Rafa los que se dedican a hacerle preguntas al anciano
mientras Víctor contempla con admiración su saber ancestral.
Laly
se indigna de ver al señor Cayo trabajando de sol a sol en el campo y le ofrece
la posibilidad de no seguir con las tareas de la tierra. Le sale la vena de
mitin cuando expresa que “una sociedad que tolera una cosa así, no es una
sociedad justa” (Delibes, 1978, p.107). Lo sorprendente en toda la conversación
es la respuesta del anciano: “_Ande_ dijo al fin, en tono de soterrada
protesta_ ¿es que también va a usted ahora a quitarme de trabajar?” y “¿si me
quita usted de trabajar en el huerto, en qué quiere que me entretenga?”
(Delibes, 1978:107)
Intentan
convencer al señor Cayo de las muchas ventajas que tiene el derecho el voto,
pero lo cierto es que el anciano no necesita nada de eso porque está fuera del
sistema capitalista del que ellos provienen. Rafa, Víctor y Laly se encuentran
en un sistema distinto, con una visión completamente diferente de la vida de la
que tiene el anciano. Así, los temas electorales que son presentados en forma
de diálogo por parte de Laly, Rafa y Víctor hacia el señor Cayo se vienen abajo
a causa de las reflexiones y respuestas que éste les da y les suscita.
Por
tanto, las ideas de Cayo configuran una visión política y una forma de vida
diferente (por ejemplo, en las págs. 119, 120, 138, 139, 141-145) que
descontrolarán a Víctor hasta el punto de romper la imagen que nos presentó de
él Delibes al comienzo de la novela: (a causa de una “lúcida borrachera” como
la llama Laly)
_¿Qué
pasa ahora, Diputado? [dijo Rafa]
_
Pasa_ dijo Víctor con una expresión extrañamente reflexiva_ que hemos ido a
redimir al redentor.
Rafa
estalló en una risotada estruendosa:
_¡Eso!_
dijo_: Hemos ido a redimir al redentor_ y, sin cesar de reír, como obedeciendo
a una exigencia imperiosa, ladeó ligeramente el cuerpo y se puso a orinar (Delibes,
1978, p.164).
Víctor
ha tenido una revelación: se ha dado cuenta de que su discurso no tiene ningún
sentido para el anciano, porque lo único que le han ofrecido son palabras que
no encajan en el sistema en el que él vive. En la novela hay dos realidad
distintas (o tres, si atendemos a la visión del Partido Alianza Popular que
solo podemos conocer a través de la imagen que nos da su adversario). Cuando la
realidad de las personas que forman parte del acto comunicativo es distinta,
estamos en riego de que la comunicación sea fallida o haya una mala
interpretación. Para comprender mejor esto debemos atender a los elementos que
configuran el acto comunicativo según Shannon y Weaver:
Cuando
el emisor (en este caso, el Diputado, Laly y Rafa) emite un mensaje al recepto
(el señor Cayo) es necesario que ambos compartan el mismo lenguaje y el mismo
contexto, es decir, la misma realidad.
En
la novela, se aprecian diferencias significativas del lenguaje que reflejan a
su vez, el distinto contexto de los hablantes. Pero en este caso, no es el
lenguaje lo que dificulta (en su mayor grado) la comunicación, sino el
contexto: al situarse ambos interlocutores en realidades completamente
distintas, el menaje emitido por Víctor y los demás personajes es recibido por
el señor Cayo como un mensaje carente de sentido, y consecuentemente, fallido.
Esta
incompatibilidad de visiones y de formas de entender el mundo entre los
personajes ya la advirtió el anciano cuando murmuró: “me parece a mí que no
vamos a entendernos” (Delibes, 1978, p.109).
No
le pueden aportar nada al señor Cayo pero, paradójicamente, el señor Cayo si
les va a aportar mucha información a ellos, como por ejemplo: les enseña cómo
extraer miel de un enjambre, el distinto tipo de cultivo que hay, las
propiedades de la flor del saúco…etc.
_Increíble, Dani. [le dice Víctor a la vuelta
del viaje]. Él es como Dios, sabe hacerlo todo, así de fácil. Y ¿qué le hemos
ido a ofrecer nosotros?, pregunto. Palabras, palabras y palabras… Es… es lo
único que sabemos producir (Delibes, 1978, p.185).
En
definitiva, el señor Cayo les enseña un conocimiento ancestral que permite al
hombre sobrevivir en la soledad, sin necesidad de depender de otras personas.
Hay la novela una inversión de los papeles y objetivos entre los personajes de
Víctor y el señor Cayo: se suponía que Víctor, como Diputado, tenía que
persuadir y “mentalizar” al anciano de la importancia del voto y de la buena
elección que haría votando a su Partido. Y en cambio, ocurre todo lo contrario:
Víctor se da cuenta del tremendo error en que se hallan inmersos los políticos
(inclusive los políticos de su propio Partido) al querer transformar la forma
de vida de los ciudadanos. Por tanto, no es únicamente un problema de comunicación
o lenguaje, sino que es un problema de ética y de principios.
Víctor
indica, finalmente, una frase clave para comprender la visión que Miguel
Delibes tenía de la política a albores de la transición: “Hemos ido a redimir
al redentor” (Delibes, 1978, p.164). El Diputado es el único político de la
novela que parece estar ausento de hipocresía, y es por eso que es el único de
los tres personajes del viaje en darse cuenta de que la política de la época se
construye bajo apariencias y falsas promesas.
4. CONCLUSIÓN
“Hemos ido a redimir al redentor”: la política
no iba a salvar a España del retroceso en que estaba sumida a causa del régimen
franquista. Con la muerte de Franco, se abren nuevas expectativas y esperanzas
de cambiar la sociedad, y sobre todo, la mentalidad y las costumbres de los
ciudadanos. Para ello los medios de comunicación jugaron un papel fundamental:
cada Partido difundía masivamente su publicidad para persuadir, influir, convencer y llegar así, a la toma de poder.
El problema fue que la “guerra de Partidos” y el ansia por llegar al Gobierno
corrompió el discurso político llenándolo de clichés, eslóganes y programas
políticos sin sentido y sin coherencia. La desmitificación de la Transición
española ha sido causa de un problema de lenguaje y ética: los políticos no
elaboraban sus programas desde principios morales sino desde el engaño y las
apariencias. Miguel Delibes en El
disputado voto del señor Cayo supo captar ese clima de desconcierto e
hipocresía.
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Centro de Investigaciones Sociológias, 2008.
[i] Web de Estudios Políticos, Política y moda:
http://www.turismoyarte.com/estudios_diversos/estudios_diversos1.htm [consultado el día 12 de febrero de 2010]