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Revista de estudios filológicos
Nº25 Julio 2013 - ISSN 1577-6921
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estudios

COMPAÑEROS DE VIAJE DE LUIS FAYAD. UN RETRATO SOCIOCULTURAL DE LA BOGOTÁ DE LOS SESENTA

 

Virginia Capote-Díaz

(Universidad de Granada)

virginiacd@ugr.es

 

RESUMEN:

El siguiente ensayo lleva a cabo un análisis de la novela del escritor colombiano Luis Fayad Compañeros de viaje, publicada en 1991. Utilizamos esta creación como ejemplo de una nueva línea en la narrativa colombiana, a finales de los ochenta y principios de los noventa, tendente a realizar reconstrucciones en ambientes urbanos en detrimento de aquellos rurales. Ofreceremos un estudio de ésta desde un enfoque sociocrítico, pues el objetivo del ensayo consiste en evidenciar la manera en la que Fayad ha llevado a cabo una representación de la Bogotá del inicio de La Violencia, fundamentalmente, en cuanto a sus facetas políticas, sociales y personales.    

Palabras clave: Luis Fayad, Compañeros de viaje, Nueva narrativa colombiana, Realismo Literario, Novela de acontecimiento.

 

ABSTRACT:

This essay analyses Compañeros de viaje, a novel by the Colombian writer Luis Fayad published in 1991. By means of this piece of work, we aim to illustrate the new tendency that appeared in the Colombian novel in the late eighties and early nineties that reflects urban contexts instead of rural contexts. To do so, we apply a social-critical approach to demonstrate the way in which Luis Fayad represented the Violence and most of the political, social and human aspects in Bogotá.    

Keywords: Luis Fayad, Compañeros de viaje, New Colombian Novel, Literary realism. 


 

LUIS FAYAD. ESCRITOR COLOMBIANO, CANTOR DE LA CIUDAD MODERNA

El escritor colombiano Luis Fayad nace en Bogotá a mediados de los años cuarenta. Descendiente de libaneses, reminiscencia personal que aparece en la mayor parte de sus obras, acaba viajando a España, Suecia y Francia hasta llegar a Alemania, en Berlín, donde habita en la actualidad desde 1987 (Andradi, 2005: 108). Fayad forma parte literariamente de la generación mutante[1], un grupo propulsor de una nueva narrativa colombiana, a través de la que comparte protagonismo con escritores de la talla de Fernando Vallejo, Plinio Apuleyo Mendoza, Héctor Abad Facionlince, Héctor Collazos, Cruz Kronfly o Moreno Durán. Este elenco representa en Colombia al llamado postboom de la literatura hispanoamericana, formando un grupo de escritores de estética diferente a la tendencia mágico realista marcada por Gabriel García Márquez. La literatura de Fayad centra la acción en la descripción de la ciudad moderna, siguiendo la tónica general de los escritores coetáneos de otras naciones, que llevan a cabo una hibridez narrativa que viene a representar tanto los elementos más propios de la cultura popular, como la explosión citadina de las nuevas urbes. Como indica Mejía Rivera en su obra La Generación Mutante: nuevos narradores colombianos la literatura de Luis Fayad:

Es la literatura de la cultura popular de [las] ciudades actuales, que comienza a mostrar la voz de los adolescentes y que, en medio de su aparente atmósfera “light”, también refleja lo profundo y los dilemas existenciales, pero con novedosos vehículos simbólicos y lingüísticos; en el fondo de esta narrativa de códigos banales, se encuentra una nueva poética y una nueva crítica que muestra la metamorfosis de la vida profunda o refleja la nostalgia de su ausencia (Mejía Rivera, 2001: 51).

Es así como este conjunto de voces narrativas va a abandonar la estética literaria de los microcosmos mágico-míticos de marcado tinte rural para dar paso a un estilo de narrativa urbano y acompasado por el fluir de la vida cotidiana, en un momento de enormes cambios en el tejido social del país. El impacto de la ciudad es tal en el inconsciente colectivo que toda una serie de escritores del momento dejan a un lado a los mundos macondianos para incursionar en un nuevo estilo tendente a situar a la ciudad moderna como el gran escenario en el que se desarrollan la mayoría de las producciones artísticas.  Se trata de una narrativa en la que la cotidianidad a la que nos referimos no está reñida con la presencia del compromiso político por parte de estos escritores, que aparece reflejado en las novelas que nos conciernen a través de una serie de estrategias sutiles y simbólicas que van a funcionar como eje transversal invisible en este tipo de textos.

Luis Fayad también recrea la acción de sus novelas en este contexto. Como señala Cristo Rafael Figueroa, uno de los críticos que más esfuerzos ha dedicado a la obra narrativa del escritor bogotano, ésta supone un adentramiento profundo en la gran contradicción que lleva a cabo la irrupción de la modernidad en los países de Latinoamérica, la cual denota un desnivel entre el avance en el terreno de lo cultural, por una parte, y de lo político, económico y social por otra. Esto da lugar procesos de “hibridaciones”, tensiones y conflictos temporales que conllevan el entorpecimiento en cuanto a la implantación de “los proyectos clave de la Modernidad” (Figueroa-Sánchez, 2000: 239).

Precisamente éste es el punto de mira de la obra completa de Fayad, que comienza en 1968 con la publicación del libro de relatos breves Los sonidos del fuego y culmina en 2004 con la aparición de Testamento de un hombre de negocios. Su narrativa evoluciona espacialmente desde los ambientes bogotanos con reminiscencias rurales que aparecen en sus libros de cuentos Los sonidos del fuego y Olor a lluvia, hasta los más urbanos de su primera novela, Los parientes de Ester (1978), y Compañeros de viaje (Figueroa-Sánchez, 2000). Asimismo, aborda los conflictos políticos nacionales del narcotráfico y la droga en su cuarta novela Testamento de un hombre de negocios, publicada en 2004.

Para la elaboración de este ensayo, nos centramos en Compañeros de viaje, pues se trata de una de las novelas del escritor de Bogotá que menos trascendencia ha tenido en el mundo de la crítica a pesar de la gran relevancia en esta tensión entre el progreso cultural y el político, económico y social que afecta al desarrollo de las ciudades en Hispanoamérica alrededor de los años sesenta. Se trata de un trabajo que angustió al autor por gravísimos problemas editoriales en su edición primigenia, lo que lo llevó a publicar una segunda edición corregida en 2004[2].

Con su narrativa en Compañeros de viaje, no viene sino a reflejar su entorno social y a expresar por escrito sus vivencias juveniles en la Universidad Nacional de Colombia, marcadas por la falta de sintonía social y cultural que en ese momento se vivía en la capital del país, a través de la ventaja que le supone su mirada desde Europa el distanciamiento espacial y temporal que éstos le permite (Figueroa-Sánchez, 2000).

Es de esta manera como elabora una reescritura de la historia colombiana en general y bogotana en particular, en la que la violencia y los conflictos nacionales tienen un papel de enorme relevancia en el desarrollo de los acontecimientos. Recrea un contexto histórico de la violencia, partiendo del asesinato de Gaitán, en la que la protagonista, al contrario de lo que suele ocurrir con la mayor parte de escritores que abordan la temática, no es ella misma, sino el acontecer de los hechos y la cotidianidad. 

COMPAÑEROS DE VIAJE, UN RETRATO DE BOGOTÁ

Nueve de abril de 1948, la ciudad de Bogotá asiste a uno de los peores acontecimientos de su historia. En plena calle, a la hora del medio día, cuatro tiros acaban con la vida del más importante líder popular que haya nacido en Colombia, desvaneciéndose el sueño de la unidad popular en contra de las oligarquías. El “Bogotazo”[3] actúa como un fuerte seísmo que sacude de lleno a la sociedad del momento marcando un antes y un después en la evolución y el desarrollo de la ciudad. Así, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán pone de manifiesto los conflictos de una capital rezagada en cuanto a la integración del gran número de emigrantes procedentes de las zonas rurales, de una urbe que se inmiscuye progresivamente en sucesivas crisis económicas y políticas. En el terreno de lo ideológico, asistimos a un momento histórico en el que la metrópoli se observa encaramada de lleno a los procesos de modernización de pensamiento. Emerge la conciencia crítica y toda una serie de discursos dominados por propuestas ideológicas basadas en el compromiso social y en la tendencia a la revolución.

El año 1948 supuso un punto de inflexión que incitó a la concienciación política por parte, sobre todo, de los más jóvenes. La figura del estudiante se carga de importancia, pues éste se erige como un grupo social influyente y controvertido en la ciudad, que acompaña y refuerza el crecimiento que en este momento adquiere la enseñanza universitaria. Ante las injusticias y la represión palpable entre los jóvenes, sucesos como la Revolución Cubana y mitos como el del Che Guevara funcionaron como el aliciente y el ejemplo necesarios para incentivar la politización de la vida estudiantil, la cual se manifestó en un sinfín de huelgas, pedreas, incendios de coches, paros estudiantiles y manifestaciones permanentes en contra del gobierno, de sus irregularidades o del creciente intervencionismo de Estados Unidos en las políticas latinoamericanas (Puyo, 1992: 274).

En medio de este contexto, la mención del Padre Camilo Torres Restrepo se vuelve forzosa ya que simboliza dos de las actitudes más características del momento. Capellán de la Universidad Nacional, por una parte, fue pionero en cuanto a la participación activa del clero en actividades políticas de protesta, y en segundo lugar, alentó a un gran número de estudiantes a la realización de actividades contestarías y actitudes comprometidas que, en multitud de ocasiones, fueron a desembocar en el ingreso en la guerrilla de un amplio sector social (Puyo, 1992: 274).

Asistimos a un período en el que se produce en América Latina un cuestionamiento de los discursos dominantes hasta el momento cuya legitimidad comienza a ser puesta en duda. Se perfila, de esta manera,  un contexto cultural mucho más plural y mucho más versátil, en el que tiene lugar un proceso de modernización que, sin embargo y como hemos reflejado, no camina paralelo en todas las facetas de la vida en Colombia. Por las características especiales de la nación, marcadas por innumerables conflictos políticos y por el sello de la violencia, nos encontramos con un desarrollo cultural que evoluciona de manera mucho más limitada o perezosa que en el resto de las naciones. La consecuencia es la formación de una sociedad de profundos contrastes en la que, por lo general, la evolución ideológica, social y económica no afecta por igual a todos los sectores de la misma. 

Publicada en 1991 e inmersa temáticamente en la Bogotá que acabamos de esbozar, Compañeros de viaje presenta en uno de los planos principales de la trama la lucha política que lleva a cabo un grupo de estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia. De esta manera, Amadeo Lucerna, Irma Leal, Tufí Ferid, Eduardo Esguerra, Quirigua, Nubia, Eladio Gómez y Reynaldo Vega, entre otros, conforman un grupo activista de universitarios que, concienciados hacia el compromiso político-social, promueven un sinfín de tareas en contra de las fuerzas gubernamentales vigentes.

Con una convicción y un vigor fuera de lo común, configuran en reuniones sus bases ideológicas y las difunden posteriormente a través de actividades políticas tales como la realización de asambleas, repartición de periódicos y panfletos, manifestaciones en contra de las fuerzas públicas o creación de carteles y escritos revolucionarios que aparecen de manera clandestina en las paredes de las universidades.

Luis Fayad, desde el preludio de la obra, centra la narración en dos ambientes claramente diferenciados que se van a constituir como los escenarios de acción principales y que, además, vienen a definir la vida de Bogotá en el momento en el que se contextualiza la historia. El primero de ellos es el ámbito público de la Universidad y de las calles, en el que este amplio grupo de jóvenes, desde un  puesto de combate tan particular como la Universidad Nacional, se erigen como los protagonistas del motor de cambio a través de la revolución estudiantil y como los responsables de la irradiación de nuevas ideas que tanto caracterizaron a Colombia en la década de los sesenta.

De otra parte, encontramos el ámbito privado, la casa de la familia Lucerna, un espacio que utiliza el escritor para introducir algunos de los ejes temáticos fundamentales, tanto en la novela, como en el contexto que el autor pretende dibujar, como son los asuntos económicos, las fracturas ideológicas que se producen entre jóvenes y viejos, los conflictos del amor o la enorme representación que en Colombia e Hispanoamérica hay en los años sesenta de la inmigración, concretamente de los habitantes del Líbano[4].  

El elemento de cohesión que viene a unificar en la novela el mundo de la Universidad y el ámbito de lo privado lo constituye la figura del protagonista, Amadeo, estudiante de derecho de primer año, principiante en los asuntos de política que pertenece a una familia clásica pequeñoburguesa de la clase media de Bogotá. De ésta, forman también parte Jaime Lucerna, cabeza de familia, propietario de un pequeño almacén especializado en ropa de caballero que vive angustiado por los escarceos de su hijo en casa y por los problemas económicos que su pequeña empresa le genera. La madre de Amadeo, Eugenia, encarna las características de la clásica dama del hogar, que comparte las tareas domésticas con Lucila, la criada, un curioso personaje que actúa a lo largo de la novela como una suerte de figura satélite, que se resigna con un sueldo anquilosado en el pasado con tal de, fielmente, seguir formando parte a la familia a la que lleva sirviendo desde hace tanto tiempo.

Así, Amadeo, movido por sus “inquietudes revolucionarias”, sacude los cimientos ideológicos de su familia, basados en los principios de una mentalidad tradicional y conservadora que sufre ante esta nueva situación, primeramente, por los riesgos a los que se enfrenta su hijo, pero también, por el miedo a ver afectada su posición social ante otras familias igualmente anticomunistas.

La trama narrativa comienza relatando la relación amorosa entre Amadeo y María Constanza, una historia de características complejas, que se constituye como uno de los ejes que articulan la novela. Ésta, funciona como aliciente de la tensión argumental ya que recrea un interrogante cuyo desenlace no se desvela hasta el final de la obra: ¿Cuál es la causa de la ruptura abrupta de la relación de Amadeo y María Constanza? No se trata, como cabe pensar al principio de la novela de un asunto económico, en el que la madre de María Constanza se opone a la relación debido al momento de crisis económica por el que atraviesa el negocio del padre de Amadeo. Tampoco se debe a la intención de ésta por intentar salvaguardar la honra de su hija, pues en la Bogotá de los sesenta, aún se mantenía la creencia de que de los fracasos en las relaciones “los hombres no pierden nada” siendo las mujeres, aquellas que quedan verdaderamente perjudicadas.  El verdadero motivo de la ruptura es un acuerdo al que llega con su padre:

Cuando Amadeo iniciara su educación superior y estuviera adaptado, los dos se encontrarían de nuevo, sin que esta vez pudieran tener réplicas de ningún lado. María Constanza lo consultó con Amadeo, aunque ella misma no supo con qué objeto. Su padre debió decirle: Hazlo por él. Ella, porque no podía pensarlo más, le declaró personalmente su determinación y luego se la repitió desde lejos y pensando en él se cortó el pelo para que nadie la viera como ella quería que la viera él (352).   

 

La segunda gran veta narrativa queda constituida por el activismo que llevan a cabo los estudiantes. Se trata de un grupo, los verdaderos protagonistas de la obra,  que va formándose progresivamente en el devenir de ésta a través de reuniones de tinte político que tienen lugar en el bar La Lechuza o en la Cafetería Central, lugares míticos que representan uno de los puntos de sociabilidad más populares de los sectores medios urbanos y uno de los símbolos de la ciudad moderna que se había convertido en centro de reunión y tertulia de intelectuales. A partir de aquí se convocan elecciones universitarias, cuyo desarrollo en el tiempo va perfilando los distintos grupos de estudiantes, todos ellos pertenecientes a grupos de izquierda de diferentes matices que adoptan como símbolos fundamentales el ejemplo de la Revolución Cubana, las figuras de Lenin, Stalin, Mao Tse Tung y, por supuesto, el padre Camilo Torres Restrepo.

El punto álgido en el que comienzan las huelgas, las revueltas y el paro estudiantil del que va a hacerse eco casi la totalidad de la novela, se debe a la invasión de Santo Domingo por parte de Estados Unidos, así como el posterior apoyo que las fuerzas estatales colombianas brindan a los soldados norteamericanos. Ésta última es una de las secciones más sustanciosas desde el punto de vista ideológico, pues la novela nos hace encontrarnos, por primera vez, con una de las lacras que azotan con fuerza a la sociedad colombiana, especialmente desde el asesinato de Gaitán: la violencia, y, concretamente, la violencia desmesurada que la policía ejerce entre los manifestantes y los estudiantes. En este momento, además, aparecen importantes referencias históricas, hasta tal punto, que a veces algunos párrafos asemejan fragmentos periodísticos en detrimento de un tono más literario.

Si tenemos en cuenta la situación política, económica y social en Colombia desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, no resultará extraño que la casi totalidad de los intelectuales que han producido en estos años hayan reflejado en sus obras, de una u otra manera, la violencia y la desestructuración a todos los niveles que este acontecimiento produjo. «El Bogotazo» lleva consigo toda una explosión de relatos, a caballo entre el discurso histórico, periodístico, testimonial y literario, caracterizados, la mayor parte de ellos, por una necesidad imperiosa de relatar con urgencia lo ocurrido, a través de una descripción escabrosa, minuciosa y detallada de asesinatos, masacres y torturas. El caso de Luis Fayad es radicalmente opuesto. A pesar de hacer uso de un lenguaje histórico-testimonial prima en sus obras una voluntad de ficcionalizar un contexto urbano concreto (Bogotá) de manera casi pictórica. Además, lleva a cabo una representación de la violencia emergente en los años sesenta de manera diferente por dos motivos esenciales. En primer lugar, la evidencia a través de lo “no dicho” y de la sugerencia, creando un elemento de denuncia mucho más efectivo para el lector; en segundo lugar, realiza esta representación de la violencia por medio de la anacronía y el salto temporal que le permiten estas dos décadas de distancia, desde el momento de los hechos hasta la publicación.            

Continuando con el hilo argumental, vemos como gira la perspectiva de la narración a medida que la actividad política de los jóvenes evoluciona. Si en un principio Fayad focaliza más su atención en las relaciones entre los jóvenes, progresivamente va centrando su interés en los conflictos que se generan en el ámbito del orden ciudadano. Así, por ejemplo, se nos relata el episodio en el que, en una de las revueltas del paro estudiantil, un cóctel molotov destroza el coche de un taxista que culmina con la ejecución de numerosas detenciones, con la presencia de varios estudiantes heridos y de un estudiante fallecido a manos de la policía. A raíz de este momento comienzan a carecer de importancia los hilos argumentales que hasta ahora se han esbozado en favor de los focos temáticos que el autor pretende reseñar. Es en este momento cuando se centra en este canto de lo cotidiano, a lo rutinario, en este dibujo paralelo del mapa geográfico y del mapa social de Bogotá, haciendo uso de las técnicas del realismo literario y dando a luz a una “novela de acontecimiento”, en la que, como señala Figueroa-Sánchez “los sucesos son el elemento aglutinante de los personajes, de espacio y de la focalización narrativa” (Figueroa-Sánchez, 2005: II).  

Es en este sentido, en el que resulta especialmente ilustrativa la gran gama de retratos personales que Fayad expone en la novela con la finalidad de ejemplificar y representar con el mayor detalle posible, las relaciones socioculturales imperantes. Centrándonos en el grupo de estudiantes, podemos encontrarnos desde los que, como Amadeo, Irma Leal o Tufí Ferid se muestran totalmente entregados al activismo político así como a sus estudios de derecho con una vocación ejemplar y un espíritu rebelde, contestatario y transgresor, hasta los más pasivos, conformistas y tradicionales, entre los que destacan Eladio o el joven Walson, que, sin quererlo, se ve inmiscuido en una trifulca entre los estudiantes y la policía en la que termina herido.

Son especialmente complejos los casos de Eladio Gómez y Eduardo Esguerra. El primero de ellos es un joven introvertido, de carácter turbio que, a duras penas, muestra interés por la carrera de derecho. Pertenece a una familia cuyas relaciones jerárquicas, están determinadas más por el potencial económico, que por los principios básicos de respeto y convivencia. De esta manera, al inicio de la novela, en un momento en el que el sustento económico del hogar depende del hermano mayor, es éste el que decide de manera despótica sobre los demás miembros de la familia. Sin embargo, Eladio sufre un giro a lo largo de la novela ya que descubre que su verdadera vocación se centra en los negocios de su padre, dedicado a la industria textil. Así, consigue destapar su profesionalidad, agilidad y energía y crece profesionalmente de tal manera que en muy poco tiempo acaba convirtiéndose en  un potencial comerciante que se asocia con Jaime Lucerna y que llega, incluso, a poder contratar a su hermano. El desenlace nos puede incluso, traer reminiscencias, de una de las lecturas que se pueden obtener de la Metamorfosis kafkiana: se produce un cambio de roles en la familia tanto en lo económico, como en las relaciones de poder que viene a reforzar la idea de que, al fin y al cabo, el mundo, y las relaciones jerárquicas, están condicionadas por la fuerza del poder económico, pues ahora es Eladio el que se constituye como la figura claramente dominante en la familia Gómez. 

Otro importante estereotipo queda plasmado en la obra por medio del personaje de Eduardo Esguerra, sobre todo debido a la particularidad de la familia a la que éste pertenece. Compañero de Amadeo en las tareas estudiantiles, éste joven activista, a pesar de formar parte de una familia burguesa, pues su padre fue un reconocido doctor y líder gaitainista, se compromete, abiertamente y sin ningún tipo de presión por parte de su viuda madre, al “compromiso ideológico de las nuevas dinámicas políticas”.

Veamos la siguiente cita en la que se expresa la entrañable viuda, en un comportamiento que contrasta radicalmente con los tabúes y discrepancias que se generan en el núcleo de la familia Lucerna:

- Todo el país está pendiente de ustedes – contestó la madre y se volvió a mirarlo con su finura mientras sostenía con propiedad una cacerola de aluminio-. Hoy no hablaron de los ministros (150).  

 

El resto de personajes terminan de configurar esta galería de representaciones sociales que varían desde el ciudadano común, el empleado de clase media, el obrero, o el agitador público, hasta el guerrillero, todos y cada uno de ellos, encargados de modificar los elementos más sustanciosos de una nueva realidad.

Son precisamente las conjugaciones entre los diferentes estereotipos sociales que conforman la novela, y la relación entre sus personajes, lo que hace que se configure otro de los códigos esenciales para poder entenderla. Se trata de las tensiones que, el accidentado proceso de modernización en Bogotá, genera entre los diferentes sectores de  la sociedad. Un proceso, que desemboca en una encarnecida lucha entre la juventud y la senectud, entre la innovación y la tradición, entre las actitudes arriesgadas y las más conservadoras o entre la vocación y el sentido práctico, como símbolos y a la vez reflejo de esta tensión entre el progreso y aquello que lo frena.

Una clara muestra de este hecho aparece en el momento en el que se asocian el joven Eladio Gómez y Jaime Lucerna, ya que se advierte a la perfección el choque que se produce entre las ansias innovadoras y las ambiciones económicas del joven con los temores al fracaso y la actitud cautelosa propia del padre de Amadeo.   

Las siguientes citas en las que el padre de Eladio alienta a don Ignacio a seguir las intuiciones empresariales de su hijo, resumen de manera bastante acertada, a nuestro modo de ver, la intención de la novela respecto a esta cuestión:     

Hágale caso don Jaime, sígalo en ese viaje, que Eladito sabe de eso, se lo digo yo, que también sé. Él tiene fuerza, imaginación, lo que necesita el país, y no que nos sigamos metiendo en todos los carcamales como yo […] Entonces respondió con la sola actitud de ir a ver cuáles eran las altas miras del joven Eladio Gómez, y si probó una vez más, por medio de consejos, recortarles el vuelo, fue por adecuarlas al momento actual y no porque le parecieran inalcanzables (222).

Pensó, ya con todos los años que tenía encima, que a lo mejor lo que necesitaba no era experiencia, sino arrojo, y recordó que alguna vez su cuñado Ignacio le dijo que las experiencias no son más que errores que después no sirven para nada (226).

 

Asistimos, por tanto, a una sociedad in crescendo, que sin embargo, mantiene, aún, vestigios, que como un lastre, la siguen sujetando al pasado. Pero si hay un elemento clave, este es, sin duda, el homenaje que se realiza en el relato sobre el Padre Camilo Torres Restrepo. Este personaje funciona, como hemos señalado, como una suerte de columna vertebral, como una presencia constante en la novela que unifica y cohesiona el entrecortado argumento. De esta manera, a la vez que atraviesa el tejido narrativo, sobre todo por el matiz ideológico que desprende, se convierte en el gran foco temático del momento. Una vez más, encontramos en el texto un reflejo de la situación social, pues Colombia asiste al momento de explosión y radicalización de las ideologías de izquierda y, posteriormente, del nacimiento de las guerrillas, por lo que esta columna vertebral de la que hablamos, la figura del Padre Camilo Torres Restrepo, primer cura que se hace guerrillero, no sólo es símbolo del socialismo y la lucha en el texto sino en la totalidad de la nación del escritor que comienza a perfilar su identidad en esto momento histórico. 

Es así, como la actividad ideológica de los estudiantes, de estos “compañeros de viaje”[5], queda vinculada con el surgimiento de las primeras guerrillas mediante la figura del primer cura católico que luchó por la igualdad y el diálogo. Los estudiantes organizan homenajes y difunden las teorías y los ideales del padre Restrepo a través de hojas volantes, de periódicos y reuniones, que aglutinan los principios básicos del Frente Unido, un movimiento de oposición a la coalición de los Partidos Liberal y Conservador que anhelaba las restricciones de poder hacia la oligarquía. Es por esto, por lo que en los últimos capítulos los estudiantes, plenamente concienciados, no sólo se manifiestan en la urbe, sino que también viajan a las zonas rurales investigando acerca de las condiciones de vida en dichas áreas. 

Además de las tradicionales bodas que Camilo Torres Restrepo lleva a cabo en la capilla de la ciudad universitaria, en la novela se esbozan otros episodios históricos como, por ejemplo, la importante marcha pacífica que, siendo aún profesor de la Universidad, encabeza con sus estudiantes. Se relata, también, el momento en el que el Frente Unido pasa a convertirse en brazo político del ELN y Camilo Torres, en uno de los líderes del movimiento guerrillero. Por todo este, Luis Fayad deja patente la influencia que el cura guerrillero suscita en muchos de los jóvenes que, como es el caso de Reynaldo Vega, deciden abandonar el compromiso político en la ciudad, asumir las armas, y seguir al padre Camilo en las montañas de Santander en las que, tras un ataque asestado por parte del ejército, acaba perdiendo la vida.

El hilo argumental de la novela, no en vano, se cierra con este episodio en el que los estudiantes se hacen eco de la noticia de la muerte de Camilo Torres Restrepo a través de un anuncio de radio. Veamos el fragmento en el que esto ocurre:

 

En el bus, uno de los pasajeros oía música. Más adelante la música fue interrumpida por la voz de un locutor que daba una noticia de última hora. En uno de los enfrentamientos de los guerrilleros con los soldados, el padre Camilo resultó muerto. Nubia y Quirigua no recordaron haber oído muchos más. La noticia fue divulgada varias veces, con las circunstancias que se iban agregando y con el número de bajas en ambos bandos. Ellos dos descendieron del bus sin saber con exactitud en dónde se encontraban y abrazados empezaron a caminar por calles que no conocían (373).     

 

Como decíamos, es este fragmento el encargado de concluir la trama del relato, sin embargo, a lo largo de la obra el autor la reproduce, no de manera lineal, sino a través de una serie de flashback y digresiones que obligan al lector a reconstruir mentalmente la historia, con la ayuda de sus aportaciones intuitivas.

Es así que Fayad, dibuja una novela que exige una continua atención por parte del receptor, tanto por la cantidad de personajes que la configuran, como por la característica estructura que presenta en cuanto a la narración de determinados episodios. De esta manera, presenta una estrategia narrativa, mediante la cual, comienza a narrar partiendo de un punto intermedio de la historia, retrocede, regresa al punto de partida y continúa hacia el desenlace. Esta curiosa retrospección marca momentos individuales de la obra, pero también la estructura general de la misma.

Se trata de una obra que cuenta con una gran cantidad de material, una potente documentación, un sustrato ideológico muy ambicioso que se lleva a cabo a través de una composición, en momentos, caótica, o tendente al collage. Así las narraciones pueden variar desde el tono más austero y político, marcado por un cariz periodístico, hasta el lenguaje más elegante y sensitivo de los últimos capítulos de la novela, en la que, Fayad, en su empeño por narrar historias de amor que nacen entretejidas y ligadas a las prácticas políticas, abandona su pluma a los embates de la sensualidad y el romanticismo.

Vemos, por tanto, como en esta novela, Luis Fayad no sólo se centra en descripciones sociales, políticas y económicas de Bogotá en este periodo histórico, sino que, además, no pierde oportunidad para colorear magistralmente el relato con costumbres, anécdotas y peculiaridades propias de la vida de la ciudad en todos y cada uno de sus recovecos, en un afán encaminado a observarla  desde todos y cada uno de las posibles perspectivas que la conforman.

 Así, aprovechando las coyunturas narrativas que pretende reflejar, inventa rutas culturales a través de las cuales pasea al lector por los lugares más emblemáticos de la urbe. Entre líneas nos permite asistir a los cambios por los que atraviesa la fisionomía de la capital, por los nuevos edificios y las grandes manzanas, nos hace, incluso añorar, “esa callecita de la librería francesa”, el frío, la neblina y el sonido de las iglesias que ya no existe.  Nos transporta por los cines, los teatros, los vericuetos de la noche bogotana, por las fiestas en las que las jóvenes aún van acompañadas de sus madres, todo ello amenizado por tendencias musicales que van desde la cumbia a los boleros, o de los Beatles y el rock and roll a los merecumbés de Pacho Galán, convirtiendo su novela en un canto a la cotidianidad, en una reescritura desde afuera de su historia reciente, en una reivindicación nostálgica de aquellos principios que impregnaron las vidas de los más jóvenes, en una crítica muda a la violencia, en una suerte de Aleph que condensa a Bogotá, su Bogotá.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

          Andradi, E. (2005). Entrevista con Luis Fayad. Cuadernos Hispanoamericanos 663, pp. 107–112.

 

Fayad, L. (1991). Compañeros de viaje, Bogotá, Tercer Mundo Editores.

 

Figueroa-Sánchez, C. R. (2000). La obra narrativa de Luis Fayad: espacios urbanos en conflicto. Jaramillo, M. M., Literatura y Cultura. Narrativa Colombiana del siglo XX, Ministerio de cultura, Colombia, vol. III, pp. 238-269.

 

___________ (2005). Presentación a Compañeros de viaje (Introducción crítica). Compañeros de viaje (2ª ed.). Bogotá, Arango Editores.

 

Marín Colorado, A. (2009). Perozzo y Fayad: dos tomas de posición antagónicas en el campo de la novela colombiana de los setenta. Estudios de Literatura Colombiana, No. 24, enero-junio, pp. 47-64.

 

Mejía Rivera, O. (2001). La generación mutante: nuevos narradores colombianos. Manizales, Universidad de Caldas.

 

Peña Gutiérrez, Isaías (1973). La generación del bloqueo y del estado de sitio. Bogotá: Punto Rojo.

 

Puyo, Fabio (1992). Bogotá. Madrid, Mapfre.  



 

 

[1] En la obra de Mejía Rivera, ya citada, se considera a Luis Fayad como perteneciente a la Generación Mutante. Sin embargo, otros críticos, entre ellos Peña Gutiérrez y Marín Colorado, lo incluyen dentro de la llamada Generación del Bloqueo y el Estado de Sitio (Peña Gutiérrez, 2002: 47; Marín Colorado, 2009: 57-58). 

[2] En el homenaje a Luis Fayad celebrado en la Universidad de Sevilla en noviembre de 2010 el escritor indicó, a propósito de una ponencia sobre Compañeros de viaje, que la primera edición de esta novela salió a la luz como una prueba de imprenta que aún era necesario corregir, y no el último manuscrito entregado por Fayad al editor. Esto supuso un desmérito a la novela de manera injusta. 

[3] Acontecimiento histórico que marca el inicio del período de La Violencia en Colombia (1948-1965), que se desencadena por el asesinato del líder popular y candidato a la presidencia Jorge Eliécer Gaitán.

[4] La presencia de inmigrantes libaneses en Colombia y Bogotá constituye el elemento más evidente a lo largo de la novela de matices autobiográficos en ella. 

[5] A propósito del título de la obra Cristo Rafael Figueroa en la introducción crítica de la misma indica:

Luis Fayad actualiza la vieja metáfora del viaje, que en su caso articula una doble connotación: travesía urbana e ideológica de unos personajes que intentan construir sus destinos; y travesía de los lectores por una Bogotá en proceso de transformación, y por un complejo mapa de ideas, que desemboca en los fundamentos de una visión de mundo estructurante de nuestros conflictos y procesos irresueltos (II).