estudios
COMPAÑEROS DE VIAJE DE LUIS FAYAD. UN RETRATO SOCIOCULTURAL DE LA BOGOTÁ DE LOS SESENTA
Virginia Capote-Díaz
(Universidad de Granada)
virginiacd@ugr.es
RESUMEN:
El siguiente ensayo lleva a cabo un análisis de la novela del escritor colombiano Luis Fayad Compañeros de viaje, publicada en 1991. Utilizamos esta creación como ejemplo de una nueva línea en la narrativa colombiana, a finales de los ochenta y principios de los noventa, tendente a realizar reconstrucciones en ambientes urbanos en detrimento de aquellos rurales. Ofreceremos un estudio de ésta desde un enfoque sociocrítico, pues el objetivo del ensayo consiste en evidenciar la manera en la que Fayad ha llevado a cabo una representación de la Bogotá del inicio de La Violencia, fundamentalmente, en cuanto a sus facetas políticas, sociales y personales.
Palabras clave: Luis Fayad, Compañeros de viaje, Nueva narrativa colombiana, Realismo Literario, Novela de acontecimiento.
ABSTRACT:
This essay
analyses Compañeros de viaje, a novel
by the Colombian writer Luis Fayad published in 1991. By means of this piece of
work, we aim to illustrate the new tendency that appeared in the Colombian
novel in the late eighties and early nineties that reflects urban contexts
instead of rural contexts. To do so, we apply a social-critical approach to demonstrate
the way in which Luis Fayad represented the Violence and most of the political,
social and human aspects in Bogotá.
Keywords: Luis Fayad, Compañeros de viaje, New Colombian
Novel, Literary realism.
LUIS FAYAD. ESCRITOR COLOMBIANO, CANTOR DE LA CIUDAD
MODERNA
El
escritor colombiano Luis Fayad nace en Bogotá a mediados de los años cuarenta.
Descendiente de libaneses, reminiscencia personal que aparece en la mayor parte
de sus obras, acaba viajando a España, Suecia y Francia hasta llegar a
Alemania, en Berlín, donde habita en la actualidad desde 1987 (Andradi, 2005:
108). Fayad forma parte literariamente de la generación mutante[1], un
grupo propulsor de una nueva narrativa colombiana, a través de la que comparte
protagonismo con escritores de la talla de Fernando Vallejo, Plinio Apuleyo
Mendoza, Héctor Abad Facionlince, Héctor Collazos, Cruz Kronfly o Moreno Durán.
Este elenco representa en Colombia al llamado postboom de la literatura
hispanoamericana, formando un grupo de escritores de estética diferente a la
tendencia mágico realista marcada por Gabriel García Márquez. La literatura de
Fayad centra la acción en la descripción de la ciudad moderna, siguiendo la
tónica general de los escritores coetáneos de otras naciones, que llevan a cabo
una hibridez narrativa que viene a representar tanto los elementos más propios
de la cultura popular, como la explosión citadina de las nuevas urbes. Como
indica Mejía Rivera en su obra La
Generación Mutante: nuevos narradores colombianos la literatura de Luis
Fayad:
Es la literatura de la cultura popular de [las] ciudades actuales, que comienza a mostrar la voz de los adolescentes y que, en medio de su aparente atmósfera “light”, también refleja lo profundo y los dilemas existenciales, pero con novedosos vehículos simbólicos y lingüísticos; en el fondo de esta narrativa de códigos banales, se encuentra una nueva poética y una nueva crítica que muestra la metamorfosis de la vida profunda o refleja la nostalgia de su ausencia (Mejía Rivera, 2001: 51).
Es así como este conjunto de voces narrativas va a
abandonar la estética literaria de los microcosmos mágico-míticos de marcado
tinte rural para dar paso a un estilo de narrativa urbano y acompasado por el
fluir de la vida cotidiana, en un momento de enormes cambios en el tejido
social del país. El impacto de la ciudad es tal en el inconsciente colectivo
que toda una serie de escritores del momento dejan a un lado a los mundos
macondianos para incursionar en un nuevo estilo tendente a situar a la ciudad
moderna como el gran escenario en el que se desarrollan la mayoría de las
producciones artísticas. Se trata de una
narrativa en la que la cotidianidad a la que nos referimos no está reñida con
la presencia del compromiso político por parte de estos escritores, que aparece
reflejado en las novelas que nos conciernen a través de una serie de
estrategias sutiles y simbólicas que van a funcionar como eje transversal
invisible en este tipo de textos.
Luis Fayad también recrea la
acción de sus novelas en este contexto. Como señala Cristo Rafael Figueroa, uno
de los críticos que más esfuerzos ha dedicado a la obra narrativa del escritor
bogotano, ésta supone un adentramiento profundo en la gran contradicción que
lleva a cabo la irrupción de la modernidad en los países de Latinoamérica, la
cual denota un desnivel entre el avance en el terreno de lo cultural, por una
parte, y de lo político, económico y social por otra. Esto da lugar procesos de
“hibridaciones”, tensiones y conflictos temporales que conllevan el
entorpecimiento en cuanto a la implantación de “los proyectos clave de la
Modernidad” (Figueroa-Sánchez, 2000: 239).
Precisamente
éste es el punto de mira de la obra completa de Fayad, que comienza en 1968 con
la publicación del libro de relatos breves Los
sonidos del fuego y culmina en 2004 con la aparición de Testamento de un hombre de negocios. Su
narrativa evoluciona espacialmente desde los ambientes bogotanos con
reminiscencias rurales que aparecen en sus libros de cuentos Los sonidos del fuego y Olor a lluvia, hasta los más urbanos de
su primera novela, Los parientes de Ester
(1978), y Compañeros de viaje (Figueroa-Sánchez, 2000). Asimismo, aborda los conflictos políticos nacionales del
narcotráfico y la droga en su cuarta novela Testamento
de un hombre de negocios, publicada en 2004.
Para la elaboración de este ensayo, nos centramos en Compañeros de viaje, pues se trata de
una de las novelas del escritor de Bogotá que menos trascendencia ha tenido en
el mundo de la crítica a pesar de la gran relevancia en esta tensión entre el
progreso cultural y el político, económico y social que afecta al desarrollo de
las ciudades en Hispanoamérica alrededor de los años sesenta. Se trata de un
trabajo que angustió al autor por gravísimos problemas editoriales en su
edición primigenia, lo que lo llevó a publicar una segunda edición corregida en
2004[2].
Con su narrativa en Compañeros de viaje, no viene sino a reflejar su entorno social y a
expresar por escrito sus vivencias juveniles en la Universidad Nacional de
Colombia, marcadas por la falta de sintonía social y cultural que en ese
momento se vivía en la capital del país, a través de la ventaja que le supone
su mirada desde Europa el distanciamiento espacial y temporal que éstos le
permite (Figueroa-Sánchez, 2000).
Es
de esta manera como elabora una reescritura de la historia colombiana en
general y bogotana en particular, en la que la violencia y los conflictos
nacionales tienen un papel de enorme relevancia en el desarrollo de los acontecimientos.
Recrea un contexto histórico de la violencia, partiendo del asesinato de
Gaitán, en la que la protagonista, al contrario de lo que suele ocurrir con la
mayor parte de escritores que abordan la temática, no es ella misma, sino el
acontecer de los hechos y la cotidianidad.
COMPAÑEROS DE VIAJE, UN RETRATO
DE BOGOTÁ
Nueve
de abril de 1948, la ciudad de Bogotá asiste a uno de los peores
acontecimientos de su historia. En plena calle, a la hora del medio día, cuatro
tiros acaban con la vida del más importante líder popular que haya nacido en
Colombia, desvaneciéndose el sueño de la unidad popular en contra de las
oligarquías. El “Bogotazo”[3] actúa
como un fuerte seísmo que sacude de lleno a la sociedad del momento marcando un
antes y un después en la evolución y el desarrollo de la ciudad. Así, el
asesinato de Jorge Eliécer Gaitán pone de manifiesto los conflictos de una
capital rezagada en cuanto a la integración del gran número de emigrantes
procedentes de las zonas rurales, de una urbe que se inmiscuye progresivamente
en sucesivas crisis económicas y políticas. En el
terreno de lo ideológico, asistimos a un momento histórico en el que la
metrópoli se observa encaramada de lleno a los procesos de modernización de
pensamiento. Emerge la conciencia crítica y toda una serie de discursos
dominados por propuestas ideológicas basadas en el compromiso social y en la
tendencia a la revolución.
El año 1948 supuso un punto de inflexión que incitó a la
concienciación política por parte, sobre todo, de los más jóvenes. La figura
del estudiante se carga de importancia, pues éste se erige como un grupo social
influyente y controvertido en la ciudad, que acompaña y refuerza el crecimiento
que en este momento adquiere la enseñanza universitaria. Ante las injusticias y
la represión palpable entre los jóvenes, sucesos como la Revolución Cubana y
mitos como el del Che Guevara funcionaron como el aliciente y el ejemplo
necesarios para incentivar la politización de la vida estudiantil, la cual se
manifestó en un sinfín de huelgas, pedreas, incendios de coches, paros
estudiantiles y manifestaciones permanentes en contra del gobierno, de sus
irregularidades o del creciente intervencionismo de Estados Unidos en las
políticas latinoamericanas (Puyo, 1992: 274).
En medio de este contexto, la mención del Padre Camilo Torres
Restrepo se vuelve forzosa ya que simboliza dos de las actitudes más
características del momento. Capellán de la Universidad Nacional, por una
parte, fue pionero en cuanto a la participación activa del clero en actividades
políticas de protesta, y en segundo lugar, alentó a un gran número de
estudiantes a la realización de actividades contestarías y actitudes
comprometidas que, en multitud de ocasiones, fueron a desembocar en el ingreso
en la guerrilla de un amplio sector social (Puyo, 1992: 274).
Asistimos a un período en el que se produce en América
Latina un cuestionamiento de los discursos dominantes hasta el momento cuya
legitimidad comienza a ser puesta en duda. Se perfila, de esta manera, un contexto cultural mucho más plural y mucho
más versátil, en el que tiene lugar un proceso de modernización que, sin
embargo y como hemos reflejado, no camina paralelo en todas las facetas de la
vida en Colombia. Por las características especiales de la nación, marcadas por
innumerables conflictos políticos y por el sello de la violencia, nos
encontramos con un desarrollo cultural que evoluciona de manera mucho más
limitada o perezosa que en el resto de las naciones. La consecuencia es la
formación de una sociedad de profundos contrastes en la que, por lo general, la
evolución ideológica, social y económica no afecta por igual a todos los
sectores de la misma.
Publicada
en 1991 e inmersa temáticamente en la Bogotá que acabamos de esbozar, Compañeros de viaje presenta en uno de
los planos principales de la trama la lucha política que lleva a cabo un grupo
de estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia. De esta manera, Amadeo
Lucerna, Irma Leal, Tufí Ferid, Eduardo Esguerra, Quirigua, Nubia, Eladio Gómez
y Reynaldo Vega, entre otros, conforman un grupo activista de universitarios
que, concienciados hacia el compromiso político-social, promueven un sinfín de
tareas en contra de las fuerzas gubernamentales vigentes.
Con una convicción y un vigor fuera de lo común,
configuran en reuniones sus bases ideológicas y las difunden posteriormente a
través de actividades políticas tales como la realización de asambleas,
repartición de periódicos y panfletos, manifestaciones en contra de las fuerzas
públicas o creación de carteles y escritos revolucionarios que aparecen de
manera clandestina en las paredes de las universidades.
Luis Fayad, desde el preludio de la obra, centra la
narración en dos ambientes claramente diferenciados que se van a constituir
como los escenarios de acción principales y que, además, vienen a definir la
vida de Bogotá en el momento en el que se contextualiza la historia. El primero
de ellos es el ámbito público de la Universidad y de las calles, en el que este
amplio grupo de jóvenes, desde un puesto
de combate tan particular como la Universidad Nacional, se erigen como los
protagonistas del motor de cambio a través de la revolución estudiantil y como
los responsables de la irradiación de nuevas ideas que tanto caracterizaron a
Colombia en la década de los sesenta.
De otra parte, encontramos el ámbito privado, la casa
de la familia Lucerna, un espacio que utiliza el escritor para introducir
algunos de los ejes temáticos fundamentales, tanto en la novela, como en el
contexto que el autor pretende dibujar, como son los asuntos económicos, las
fracturas ideológicas que se producen entre jóvenes y viejos, los conflictos
del amor o la enorme representación que en Colombia e Hispanoamérica hay en los
años sesenta de la inmigración, concretamente de los habitantes del Líbano[4].
El elemento de cohesión que viene a unificar en la
novela el mundo de la Universidad y el ámbito de lo privado lo constituye la
figura del protagonista, Amadeo, estudiante de derecho de primer año,
principiante en los asuntos de política que pertenece a una familia clásica
pequeñoburguesa de la clase media de Bogotá. De ésta, forman también parte
Jaime Lucerna, cabeza de familia, propietario de un pequeño almacén
especializado en ropa de caballero que vive angustiado por los escarceos de su hijo
en casa y por los problemas económicos que su pequeña empresa le genera. La
madre de Amadeo, Eugenia, encarna las características de la clásica dama del
hogar, que comparte las tareas domésticas con Lucila, la criada, un curioso
personaje que actúa a lo largo de la novela como una suerte de figura satélite,
que se resigna con un sueldo anquilosado en el pasado con tal de, fielmente,
seguir formando parte a la familia a la que lleva sirviendo desde hace tanto
tiempo.
Así, Amadeo, movido por sus “inquietudes
revolucionarias”, sacude los cimientos ideológicos de su familia, basados en
los principios de una mentalidad tradicional y conservadora que sufre ante esta
nueva situación, primeramente, por los riesgos a los que se enfrenta su hijo,
pero también, por el miedo a ver afectada su posición social ante otras
familias igualmente anticomunistas.
La trama narrativa comienza relatando la relación
amorosa entre Amadeo y María Constanza, una historia de características
complejas, que se constituye como uno de los ejes que articulan la novela.
Ésta, funciona como aliciente de la tensión argumental ya que recrea un
interrogante cuyo desenlace no se desvela hasta el final de la obra: ¿Cuál es
la causa de la ruptura abrupta de la relación de Amadeo y María Constanza? No
se trata, como cabe pensar al principio de la novela de un asunto económico, en
el que la madre de María Constanza se opone a la relación debido al momento de
crisis económica por el que atraviesa el negocio del padre de Amadeo. Tampoco
se debe a la intención de ésta por intentar salvaguardar la honra de su hija,
pues en la Bogotá de los sesenta, aún se mantenía la creencia de que de los
fracasos en las relaciones “los hombres no pierden nada” siendo las mujeres,
aquellas que quedan verdaderamente perjudicadas. El verdadero motivo de la ruptura es un
acuerdo al que llega con su padre:
Cuando
Amadeo iniciara su educación superior y estuviera adaptado, los dos se
encontrarían de nuevo, sin que esta vez pudieran tener réplicas de ningún lado.
María Constanza lo consultó con Amadeo, aunque ella misma no supo con qué
objeto. Su padre debió decirle: Hazlo por él. Ella, porque no podía pensarlo
más, le declaró personalmente su determinación y luego se la repitió desde
lejos y pensando en él se cortó el pelo para que nadie la viera como ella
quería que la viera él (352).
La segunda gran veta narrativa queda constituida por
el activismo que llevan a cabo los estudiantes. Se trata de un grupo, los
verdaderos protagonistas de la obra, que
va formándose progresivamente en el devenir de ésta a través de reuniones de
tinte político que tienen lugar en el bar La
Lechuza o en la Cafetería Central,
lugares míticos que representan uno de los puntos de sociabilidad más populares
de los sectores medios urbanos y uno de los símbolos de la ciudad moderna que
se había convertido en centro de reunión y tertulia de intelectuales. A partir
de aquí se convocan elecciones universitarias, cuyo desarrollo en el tiempo va
perfilando los distintos grupos de estudiantes, todos ellos pertenecientes a
grupos de izquierda de diferentes matices que adoptan como símbolos
fundamentales el ejemplo de la Revolución Cubana, las figuras de Lenin, Stalin,
Mao Tse Tung y, por supuesto, el padre Camilo Torres Restrepo.
El punto álgido en el que comienzan las huelgas, las
revueltas y el paro estudiantil del que va a hacerse eco casi la totalidad de
la novela, se debe a la invasión de Santo Domingo por parte de Estados Unidos,
así como el posterior apoyo que las fuerzas estatales colombianas brindan a los
soldados norteamericanos. Ésta última es una de las secciones más sustanciosas
desde el punto de vista ideológico, pues la novela nos hace encontrarnos, por
primera vez, con una de las lacras que azotan con fuerza a la sociedad
colombiana, especialmente desde el asesinato de Gaitán: la violencia, y,
concretamente, la violencia desmesurada que la policía ejerce entre los
manifestantes y los estudiantes. En este momento, además, aparecen importantes
referencias históricas, hasta tal punto, que a veces algunos párrafos asemejan
fragmentos periodísticos en detrimento de un tono más literario.
Si tenemos en cuenta la situación política, económica
y social en Colombia desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, no resultará
extraño que la casi totalidad de los intelectuales que han producido en estos
años hayan reflejado en sus obras, de una u otra manera, la violencia y la
desestructuración a todos los niveles que este acontecimiento produjo. «El
Bogotazo» lleva consigo toda una explosión de relatos, a caballo entre el
discurso histórico, periodístico, testimonial y literario, caracterizados, la
mayor parte de ellos, por una necesidad imperiosa de relatar con urgencia lo
ocurrido, a través de una descripción escabrosa, minuciosa y detallada de
asesinatos, masacres y torturas. El caso de Luis Fayad es radicalmente opuesto.
A pesar de hacer uso de un lenguaje histórico-testimonial prima en sus obras
una voluntad de ficcionalizar un contexto urbano concreto (Bogotá) de manera
casi pictórica. Además, lleva a cabo una representación de la violencia
emergente en los años sesenta de manera diferente por dos motivos esenciales.
En primer lugar, la evidencia a través de lo “no dicho” y de la sugerencia,
creando un elemento de denuncia mucho más efectivo para el lector; en segundo
lugar, realiza esta representación de la violencia por medio de la anacronía y
el salto temporal que le permiten estas dos décadas de distancia, desde el
momento de los hechos hasta la publicación.
Continuando con el hilo argumental, vemos como gira la
perspectiva de la narración a medida que la actividad política de los jóvenes
evoluciona. Si en un principio Fayad focaliza más su atención en las relaciones
entre los jóvenes, progresivamente va centrando su interés en los conflictos
que se generan en el ámbito del orden ciudadano. Así, por ejemplo, se nos
relata el episodio en el que, en una de las revueltas del paro estudiantil, un
cóctel molotov destroza el coche de un taxista que culmina con la ejecución de
numerosas detenciones, con la presencia de varios estudiantes heridos y de un
estudiante fallecido a manos de la policía. A raíz de este momento comienzan a
carecer de importancia los hilos argumentales que hasta ahora se han esbozado
en favor de los focos temáticos que el autor pretende reseñar. Es en este
momento cuando se centra en este canto de lo cotidiano, a lo rutinario, en este
dibujo paralelo del mapa geográfico y del mapa social de Bogotá, haciendo uso
de las técnicas del realismo literario y dando a luz a una “novela de
acontecimiento”, en la que, como señala Figueroa-Sánchez “los sucesos son el
elemento aglutinante de los personajes, de espacio y de la focalización
narrativa” (Figueroa-Sánchez, 2005: II).
Es
en este sentido, en el que resulta especialmente ilustrativa la gran gama de
retratos personales que Fayad expone en la novela con la finalidad de
ejemplificar y representar con el mayor detalle posible, las relaciones socioculturales
imperantes. Centrándonos en el grupo de estudiantes, podemos encontrarnos desde
los que, como Amadeo, Irma Leal o Tufí Ferid se muestran totalmente entregados
al activismo político así como a sus estudios de derecho con una vocación
ejemplar y un espíritu rebelde, contestatario y transgresor, hasta los más
pasivos, conformistas y tradicionales, entre los que destacan Eladio o el joven
Walson, que, sin quererlo, se ve inmiscuido en una trifulca entre los
estudiantes y la policía en la que termina herido.
Son
especialmente complejos los casos de Eladio Gómez y Eduardo Esguerra. El primero
de ellos es un joven introvertido, de carácter turbio que, a duras penas,
muestra interés por la carrera de derecho. Pertenece a una familia cuyas
relaciones jerárquicas, están determinadas más por el potencial económico, que
por los principios básicos de respeto y convivencia. De esta manera, al inicio
de la novela, en un momento en el que el sustento económico del hogar depende
del hermano mayor, es éste el que decide de manera despótica sobre los demás
miembros de la familia. Sin embargo, Eladio sufre un giro a lo largo de la
novela ya que descubre que su verdadera vocación se centra en los negocios de
su padre, dedicado a la industria textil. Así, consigue destapar su
profesionalidad, agilidad y energía y crece profesionalmente de tal manera que
en muy poco tiempo acaba convirtiéndose en
un potencial comerciante que se asocia con Jaime Lucerna y que llega,
incluso, a poder contratar a su hermano. El desenlace nos puede incluso, traer
reminiscencias, de una de las lecturas que se pueden obtener de la Metamorfosis kafkiana: se produce un
cambio de roles en la familia tanto en lo económico, como en las relaciones de
poder que viene a reforzar la idea de que, al fin y al cabo, el mundo, y las
relaciones jerárquicas, están condicionadas por la fuerza del poder económico,
pues ahora es Eladio el que se constituye como la figura claramente dominante
en la familia Gómez.
Otro
importante estereotipo queda plasmado en la obra por medio del personaje de
Eduardo Esguerra, sobre todo debido a la particularidad de la familia a la que
éste pertenece. Compañero de Amadeo en las tareas estudiantiles, éste joven
activista, a pesar de formar parte de una familia burguesa, pues su padre fue
un reconocido doctor y líder gaitainista, se compromete, abiertamente y sin ningún
tipo de presión por parte de su viuda madre, al “compromiso ideológico de las
nuevas dinámicas políticas”.
Veamos
la siguiente cita en la que se expresa la entrañable viuda, en un
comportamiento que contrasta radicalmente con los tabúes y discrepancias que se
generan en el núcleo de la familia Lucerna:
-
Todo el país está pendiente de ustedes – contestó la madre y se volvió a
mirarlo con su finura mientras sostenía con propiedad una cacerola de
aluminio-. Hoy no hablaron de los ministros (150).
El resto de personajes terminan de configurar esta
galería de representaciones sociales que varían desde el ciudadano común, el
empleado de clase media, el obrero, o el agitador público, hasta el
guerrillero, todos y cada uno de ellos, encargados de modificar los elementos
más sustanciosos de una nueva realidad.
Son precisamente las conjugaciones entre los
diferentes estereotipos sociales que conforman la novela, y la relación entre
sus personajes, lo que hace que se configure otro de los códigos esenciales para
poder entenderla. Se trata de las tensiones que, el accidentado proceso de
modernización en Bogotá, genera entre los diferentes sectores de la sociedad. Un proceso, que desemboca en una
encarnecida lucha entre la juventud y la senectud, entre la innovación y la
tradición, entre las actitudes arriesgadas y las más conservadoras o entre la
vocación y el sentido práctico, como símbolos y a la vez reflejo de esta
tensión entre el progreso y aquello que lo frena.
Una clara muestra de este hecho aparece en el momento
en el que se asocian el joven Eladio Gómez y Jaime Lucerna, ya que se advierte
a la perfección el choque que se produce entre las ansias innovadoras y las
ambiciones económicas del joven con los temores al fracaso y la actitud
cautelosa propia del padre de Amadeo.
Las siguientes citas en las que el padre de Eladio
alienta a don Ignacio a seguir las intuiciones empresariales de su hijo,
resumen de manera bastante acertada, a nuestro modo de ver, la intención de la
novela respecto a esta cuestión:
Hágale
caso don Jaime, sígalo en ese viaje, que Eladito sabe de eso, se lo digo yo,
que también sé. Él tiene fuerza, imaginación, lo que necesita el país, y no que
nos sigamos metiendo en todos los carcamales como yo […] Entonces respondió con
la sola actitud de ir a ver cuáles eran las altas miras del joven Eladio Gómez,
y si probó una vez más, por medio de consejos, recortarles el vuelo, fue por
adecuarlas al momento actual y no porque le parecieran inalcanzables (222).
Pensó,
ya con todos los años que tenía encima, que a lo mejor lo que necesitaba no era
experiencia, sino arrojo, y recordó que alguna vez su cuñado Ignacio le dijo
que las experiencias no son más que errores que después no sirven para nada (226).
Asistimos, por
tanto, a una sociedad in crescendo, que sin embargo, mantiene, aún, vestigios,
que como un lastre, la siguen sujetando al pasado. Pero si hay un elemento
clave, este es, sin duda, el homenaje que se realiza en el relato sobre el
Padre Camilo Torres Restrepo. Este personaje funciona, como hemos señalado, como una suerte de columna vertebral,
como una presencia constante en la novela que unifica y cohesiona el
entrecortado argumento. De esta manera, a la vez que atraviesa el tejido
narrativo, sobre todo por el matiz ideológico que desprende, se convierte en el
gran foco temático del momento. Una vez más, encontramos en el texto un reflejo
de la situación social, pues Colombia asiste al momento de explosión y
radicalización de las ideologías de izquierda y, posteriormente, del nacimiento
de las guerrillas, por lo que esta columna vertebral de la que hablamos, la
figura del Padre Camilo Torres Restrepo, primer cura que se hace guerrillero,
no sólo es símbolo del socialismo y la lucha en el texto sino en la totalidad
de la nación del escritor que comienza a perfilar su identidad en esto momento
histórico.
Es así, como la actividad ideológica de los
estudiantes, de estos “compañeros de viaje”[5],
queda vinculada con el surgimiento de las primeras guerrillas mediante la
figura del primer cura católico que luchó por la igualdad y el diálogo. Los
estudiantes organizan homenajes y difunden las teorías y los ideales del padre
Restrepo a través de hojas volantes, de periódicos y reuniones, que aglutinan
los principios básicos del Frente Unido, un movimiento de oposición a la
coalición de los Partidos Liberal y Conservador que anhelaba las restricciones de poder hacia la
oligarquía. Es por esto, por lo que en los últimos capítulos los
estudiantes, plenamente concienciados, no sólo se manifiestan en la urbe, sino
que también viajan a las zonas rurales investigando acerca de las condiciones
de vida en dichas áreas.
Además de las tradicionales bodas que Camilo Torres
Restrepo lleva a cabo en la capilla de la ciudad universitaria, en la novela se
esbozan otros episodios históricos como, por ejemplo, la importante marcha
pacífica que, siendo aún profesor de la Universidad, encabeza con sus
estudiantes. Se relata, también, el momento en el que el Frente Unido pasa a
convertirse en brazo político del ELN y Camilo Torres, en uno de los líderes
del movimiento guerrillero. Por todo este, Luis Fayad deja patente la
influencia que el cura guerrillero suscita en muchos de los jóvenes que, como
es el caso de Reynaldo Vega, deciden abandonar el compromiso político en la
ciudad, asumir las armas, y seguir al padre Camilo en las montañas de Santander
en las que, tras un ataque asestado por parte del ejército, acaba perdiendo la
vida.
El hilo argumental de la novela, no en vano, se cierra
con este episodio en el que los estudiantes se hacen eco de la noticia de la
muerte de Camilo Torres Restrepo a través de un anuncio de radio. Veamos el
fragmento en el que esto ocurre:
En el bus, uno de
los pasajeros oía música. Más adelante la música fue interrumpida por la voz de
un locutor que daba una noticia de última hora. En uno de los enfrentamientos
de los guerrilleros con los soldados, el padre Camilo resultó muerto. Nubia y
Quirigua no recordaron haber oído muchos más. La noticia fue divulgada varias
veces, con las circunstancias que se iban agregando y con el número de bajas en
ambos bandos. Ellos dos descendieron del bus sin saber con exactitud en dónde
se encontraban y abrazados empezaron a caminar por calles que no conocían (373).
Como decíamos, es este fragmento el encargado de
concluir la trama del relato, sin embargo, a lo largo de la obra el autor la
reproduce, no de manera lineal, sino a través de una serie de flashback y
digresiones que obligan al lector a reconstruir mentalmente la historia, con la
ayuda de sus aportaciones intuitivas.
Es así que Fayad, dibuja una novela que exige una
continua atención por parte del receptor, tanto por la cantidad de personajes
que la configuran, como por la característica estructura que presenta en cuanto
a la narración de determinados episodios. De esta manera, presenta una
estrategia narrativa, mediante la cual, comienza a narrar partiendo de un punto
intermedio de la historia, retrocede, regresa al punto de partida y continúa
hacia el desenlace. Esta curiosa retrospección marca momentos individuales de
la obra, pero también la estructura general de la misma.
Se trata de una obra que cuenta con una gran cantidad
de material, una potente documentación, un sustrato ideológico muy ambicioso
que se lleva a cabo a través de una composición, en momentos, caótica, o
tendente al collage. Así las narraciones pueden variar desde el tono más
austero y político, marcado por un cariz periodístico, hasta el lenguaje más
elegante y sensitivo de los últimos capítulos de la novela, en la que, Fayad,
en su empeño por narrar historias de amor que nacen entretejidas y ligadas a
las prácticas políticas, abandona su pluma a los embates de la sensualidad y el
romanticismo.
Vemos, por tanto, como en esta novela, Luis Fayad no
sólo se centra en descripciones sociales, políticas y económicas de Bogotá en
este periodo histórico, sino que, además, no pierde oportunidad para colorear
magistralmente el relato con costumbres, anécdotas y peculiaridades propias de
la vida de la ciudad en todos y cada uno de sus recovecos, en un afán encaminado
a observarla desde todos y cada uno de
las posibles perspectivas que la conforman.
Así,
aprovechando las coyunturas narrativas que pretende reflejar, inventa rutas
culturales a través de las cuales pasea al lector por los lugares más
emblemáticos de la urbe. Entre líneas nos permite asistir a los cambios por los
que atraviesa la fisionomía de la capital, por los nuevos edificios y las
grandes manzanas, nos hace, incluso añorar, “esa callecita de la librería
francesa”, el frío, la neblina y el sonido de las iglesias que ya no
existe. Nos transporta por los cines,
los teatros, los vericuetos de la noche bogotana, por las fiestas en las que
las jóvenes aún van acompañadas de sus madres, todo ello amenizado por tendencias
musicales que van desde la cumbia a los boleros, o de los Beatles y el rock and
roll a los merecumbés de Pacho Galán, convirtiendo su novela en un canto a la
cotidianidad, en una reescritura desde afuera de su historia reciente, en una
reivindicación nostálgica de aquellos principios que impregnaron las vidas de
los más jóvenes, en una crítica muda a la violencia, en una suerte de Aleph que condensa a Bogotá, su Bogotá.
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Mejía Rivera, O. (2001). La generación mutante: nuevos narradores colombianos. Manizales, Universidad
de Caldas.
Peña Gutiérrez, Isaías (1973). La generación del bloqueo y del estado de sitio. Bogotá: Punto Rojo.
Puyo, Fabio (1992). Bogotá.
Madrid, Mapfre.
[1] En la obra de Mejía Rivera, ya citada, se
considera a Luis Fayad como perteneciente a la Generación Mutante. Sin embargo,
otros críticos, entre ellos Peña Gutiérrez y Marín Colorado, lo incluyen dentro
de la llamada Generación del Bloqueo y el Estado de Sitio (Peña Gutiérrez,
2002: 47; Marín Colorado, 2009: 57-58).
[2] En el homenaje a Luis Fayad celebrado en la
Universidad de Sevilla en noviembre de 2010 el escritor indicó, a propósito de
una ponencia sobre Compañeros de viaje, que
la primera edición de esta novela salió a la luz como una prueba de imprenta
que aún era necesario corregir, y no el último manuscrito entregado por Fayad
al editor. Esto supuso un desmérito a la novela de manera injusta.
[3] Acontecimiento histórico que marca el
inicio del período de La Violencia en Colombia (1948-1965), que se desencadena
por el asesinato del líder popular y candidato a la presidencia Jorge Eliécer
Gaitán.
[4] La presencia de inmigrantes libaneses en Colombia y Bogotá constituye el elemento más evidente a lo largo de la novela de matices autobiográficos en ella.
[5] A propósito del título de la obra Cristo
Rafael Figueroa en la introducción crítica de la misma indica:
Luis
Fayad actualiza la vieja metáfora del viaje, que en su caso articula una doble
connotación: travesía urbana e ideológica de unos personajes que intentan
construir sus destinos; y travesía de los lectores por una Bogotá en proceso de
transformación, y por un complejo mapa de ideas, que desemboca en los
fundamentos de una visión de mundo estructurante de nuestros conflictos y
procesos irresueltos (II).