estudios
LA RECONSTRUCCIÓN DE UN ORIGEN “TRANSHISTÓRICO”: EL DISCURSO DEL 11-S
Raquel Fernández Cobo
(Universidad de Almería)
raquel-f.cobo@hotmail.com
Resumen:
Este trabajo intenta revelar las
estrategias discursivas que Estados Unidos utilizó para la construcción del
discurso del atentado del World Trade Center, partiendo del ensayo del
antropólogo Marc Augé “Diario de guerra: el mundo después del 11 de
septiembre”. Nuestro artículo postula que, a pesar de ser un acontecimiento
eminentemente visual, razón por la que contamos con muchísimas narraciones
cinematográficas, es a través del lenguaje, sus mitos y la creación de
estereotipos como el poder construye (e
inventa) su propia identidad y, por consiguiente, la identidad del “otro”.
Palabras
clave:
Marc Augé, discurso del 11-S, estereotipos, Estudios culturales,
manipulación
Abstract:
This work
attempts to reveal the discursive strategies that the U.S. used for the
construction of the discourse of the World Trade Center attack, based on the
trial of anthropologist Marc Augé "Journal of war: the world after
September 11." Our paper argues that, despite being a predominantly visual
event, which is why we have so many film narratives is through language, myths
and stereotyping as the power builds (and invent) its own identity and,
therefore, the identity of "other."
Keywords:
Marc Augé,
speech of 11-S, stereotypes, Cultural Studies, handling
DIARIO DE GUERRA
En su libro, Diario de Guerra, Marc Augé (1935)
analiza, desde el punto de vista antropológico y etnológico, la naturaleza de
un acontecimiento que marca la frontera entre un antes y un después en la
historia del planeta: el derrumbamiento de las torres gemelas y el incendio del
Pentágono. Como indica el propio Augé, la finalidad de la obra es “contribuir a
la primera etapa de este programa de reconstrucción. Son páginas de humor y
reacción viva, que se alimentan de los acontecimientos, y de la actualidad y
que, al mismo tiempo, recuperan la huella de reflexiones ya esbozadas al filo
del tiempo, de nuestro tiempo” (Augé 2002: 10-11). Eso es exactamente lo que nos interesa: la
reconstrucción del suceso. Cómo se ha construido el discurso cultural, qué
poder tiene el lenguaje en la guerra contra el terror, qué elementos de
representación son recurrentes en estos discursos y, lo que es más importante,
qué efectos provoca en el receptor.
Si en algo se ponen de
acuerdo el cine y la literatura a la hora de mostrar el acontecimiento es en su
magnitud visual. La omnipresencia de la imagen de los aviones impactando contra
el World Trade Center es tal que es por ello que, quizás, sea el cine el que mejor
represente lo sucedido. De hecho, el día 7 de octubre de 2001 Augé declara en
su diario que, mientras estuvo en el coloquio sobre literatura francófona en
Beirut, presenció a través de los medios de comunicación, concretamente la
cadena de información Qtar, la
noticia de que Bin Laden declaraba la guerra a Estados Unidos. La noticia,
según anuncia, evocaba a Palestina y la humillación árabe. De este modo, el
terrorista y culpable de los atentados, Bin Laden, entraba a formar parte de
“la guerra de las imágenes”. Pero no hemos de olvidar que el cine nos muestra
historias, mitos o ficciones que serían intranscendentes si no fuera por el
lenguaje (siempre ideologizado) que nos ayuda a leer dichos discursos
audiovisuales. No es nada nueva la idea de que el lenguaje es la herramienta
más poderosa para representar ficciones y, sobre todo, para convencer y
manipular la mente. Así, la “guerra de las imágenes” es ante todo una gran
“guerra de las palabras”.
Por ello nos resulta tan
acertada la obra de Augé para “desmontar” el discurso del 11-S, porque
sirviéndose de sus conocimientos como
antropólogo acerca de la pluralidad de significación del lenguaje, titula a su
ensayo Diario de guerra con una doble
intención. Se vale del concepto ambiguo de diario
como diario personal de un individuo que anota sus meditaciones y hechos
pasados ordenados cronológicamente que le afectan directamente y que derivan de
profundas exploraciones de su mente. Y diario
como medio de comunicación de masas que tiene la función de informar. Así, de
forma original Augé construye un discurso coherente y muy eficaz. Nos relata
los hechos del 11-S combinando fragmentos de texto ordenados por fechas_ tal y
como se hace en los diarios íntimos_ y capítulos que parecen encabezados por
titulares de noticias informativas (“El acontecimiento y las palabras”, “El
tiempo que pasa y no pasa”, “Lo que está en juego”, etc.) . Mezcla el género de
autobiografía e información. Con ello, demuestra que no sólo conoce la manera
que tienen las grandes potencias de manipular la comunicación, sino que él
mismo lo manipula con ironía y humor para evocar al lector relaciones
conceptuales que le impulsen a suscitarle preguntas acerca de lo que sucedió
realmente en el 11-S y lo que queda por pasar.
Marc Augé observa los
acontecimientos partiendo siempre de las palabras. Parte de las expresiones
culturales y lingüísticas que tienen una alta capacidad de simbolizar no solo
en nuestra cultura sino que alcanzan una dimensión planetaria. Así, juega con
las relaciones conceptuales entre palabras tales como “guerra” y “atentado”,
“cruzada” y “choque de civilizaciones”, “buenos” y “malos”, “exterior” e
“interior”,…etc. Aquí es donde radica la novedad del ensayo de Augé, en su
capacidad, como especialista en etnología, de analizar el origen de los hechos,
sus causas y sus posibles efectos desde la comunicación a través del lenguaje y
la acumulación de ideas que este incorpora en la cultura.
“¿Se trata de un atentado sin precedentes o de una nueva
forma de guerra?” se pregunta Augé. Como bien señala, la distinción entre ambos
términos es de suma importancia. El atentado
es una forma de agresión, ya sea moral o física, hacia un individuo o grupo de
individuos mientras la guerra supone
un conflicto socio-político grave entre distintos bandos; con el atentado basta con identificar las
causas y los autores para ser explicados y, de este modo, atenuar su impacto.
En la guerra, en cambio, no basta explicar
las causas para reducir su impacto puesto que al ser un acontecimiento de
alcance simbólico es necesario indagar en el origen. Augé señala como el acto
terrorista pasó a entenderse y representarse por las autoridades y los medios
de comunicación americanos como un acto de guerra entre dos civilizaciones: la
civilización americana y la civilización islámica. Y a pesar de proclamarse una
guerra, el control de las autoridades y los medios de Estados Unidos evitaban
enfrentarse al verdadero origen del acontecimiento.
Augé nos cuenta en su diario que Bush llegó
incluso a hablar de cruzada. Palabra
que connota la idea de conflicto religioso entre musulmanes y cristianos, algo
que nos indica que efectivamente Bush mediante el lenguaje, que seguramente utilizó
conscientemente como estrategia política, transformó y manipuló la manera en
que recibimos las causas del acontecimiento. Y una vez que la palabra produjo
su efecto como catalizadora de significado cultural admitió que, “en todo caso, no se trata de una guerra de religiones” (AUGÉ
2002: 13). El suceso se entendió, de este modo, como un “choque de
civilizaciones”, expresión que connota lo histórico e implica lo religioso como
legitimación de la misma. Asimismo, la diplomacia americana estableció también
la distinción entre “buenos” y “malos” en función de los intereses americanos.
Como sugiere Augé, “sólo se puede estar a favor o en contra de Estado Unidos” (AUGÉ
2002: 22). Y a raíz de esta distinción, de estas dos posiciones o, mejor dicho,
“únicas posibilidades” se va a ir configurando y diversificando el discurso del
11-S.
En el capítulo del diario
que Augé titula “Comienza la historia” se alude a EE.UU como primera potencia
mundial y no solo centro del mundo, sino el mundo “en el sentido de que resume
el mundo” (AUGÉ 2002: 39). Así, no es de extrañar que la historia comience en
EE.UU: un lugar que acoge, supuestamente, a los ciudadanos de todas las etnias,
las culturas y las religiones.
En el
capítulo “El interior y el exterior” explica como el derrumbamiento de las
torres refleja un drama que confunde exterior e interior. Augé vuelve a
servirse del lenguaje para expresar las referencias simbólicas del
acontecimiento. Así, se refiere a “interior” para hablar de las torres gemelas
como un lugar de trabajo en el que se reflejan las relaciones sociales entre
individuos y el carácter de estos como personas que forman parte de un vínculo
familiar, personal e íntimo. Y, por el contrario, se refiere a exterior como un
lugar para simboliza el espacio más emblemático de Estados Unidos “de
circulación, de consumo y de comunicación”. Y anuncia, haciendo referencia a una
de sus obras más conocidas, que “el no-lugar deviene lugar”[1];
un lugar de transitoriedad y anonimato se torna un lugar común para las
relaciones familiares adquiriendo una dimensión simbólica en todo el mundo. Por
ello es tan representativo que los aviones que “rompen” dicho símbolo pertenezcan
a compañías norteamericanas: “el sistema es el que se pone en su propia contra”
lo que refleja “el carácter suicida de la política americana” (AUGÉ 2002: 64).
A partir de ahí, Marc Augé se pregunta, “¿podemos considerar el terrorismo como
una enfermedad del propio sistema?” (AUGÉ 2002: 65).
Lo importante es que
EE.UU manipula el sentido del acontecimiento y la interpretación que debemos
darle mediante herramienta más útil y eficaz para monopolizarlo: el lenguaje
comunicativo. Es por eso que, a mi juicio, fue tan fácil acusar a la religión
como causa de los acontecimientos porque las religiones monoteístas son susceptibles
de distintas lecturas. Las religiones recogen creencias que pueden ser
interpretadas según su sentido literal, alegórico, espiritual, moral o
anagógico. Y de este modo, en Occidente interpretamos la religión cristiana,
pero también interpretamos la religión islámica oponiéndola directamente a la
nuestra, buscando las semejanzas y, sobre todo, las diferencias. Trazándola
como una religión antagónica. Otra de
las estrategias discursivas a los que se refiere Augé es la asociación mental
del Islam con “fundamentalismo islámico” y éste con el terrorismo. Es erróneo,
a mi juicio, asociar el Corán con la política y el terrorismo. De hecho, el término “fundamentalismo
islámico” es una expresión lingüística creada por Occidente que no se conoce en
el contexto islámico y que ha sido traspuesta por el cristianismo. Por tanto,
el gran poder de Estados Unidos reside en la manipulación de la imagen del
otro: el extraño, la amenaza. Marc Augé está en lo cierto cuando apunta a que
en realidad el acontecimiento del 11 de septiembre nada tiene que ver con la
religión. Señala acertadamente que las razones profundas del atentado responden
a cuestiones de injusticia y desigualdad política y económica. Es por ese
motivo que la religión, tanto el Corán como la Biblia, son necesarias en un
mundo en que los valores humanos se ven corrompidos por los intereses
económicos de las potencias dominantes. No debemos dejar que los medios
audiovisuales nos confundan cuando presentan árabe e islam como una misma
identidad.
Tras el
atentado se podía palpar en el ambiente, de una manera irónica y casi
sarcástica, que a pesar del dolor por las víctimas, en aquellos países que
antaño fueron colonizados_ como América latina o África negra_ se detectó una
“sonrisa de satisfacción” cuando la potencia dominante recibió un duro golpe que
la convertía para siempre, y desde ese preciso instante en que las torres
gemelas y el Pentágono fueron derrumbados, en una civilización vulnerable. La
idea de “imperio” estaba en entredicho. Y es que el sábado 22 de diciembre del
2001 Augé declara en su diario que “el mundo en su conjunto no se ha sentido
americano tras la caída de las torres gemelas, ¿por qué?”. Augé ha planteado irónicamente
la pregunta, ahora es el lector el que debe de darle una respuesta.
Quizás, el aspecto principal de la obra sea su especial hincapié en
señalar el carácter “transhistórico” del suceso. Para Augé, el derrumbamiento
de las torres gemelas supone “un pasado sin retorno” ; “un acontecimiento que
no pasa, que se nos queda atragantado” (AUGÉ 2002: 52). Reconstruye mediante el
diario los hechos posteriores al derrumbamiento de las torres con la intención
de hacernos ver que para comprender la realidad primero necesitamos entender
que no solo nuestra civilización, sino el planeta entero, ha entrado en un
proceso histórico que todavía no ha terminado y parece no tener fin. Se ha
instalado en el tiempo como un eterno presente. Estamos viviendo la evolución
hacia un nuevo contexto que está naciendo y se está instalando lenta y progresivamente
en la historia, lo que acarrea el peligro de asumir una posición o punto de vista
definitivo ante la incertidumbre de lo que podrá suceder mañana. Es este punto de incertidumbre donde juega un
papel tan importante la comunicación, tanto verbal como audiovisual, ya que a
través de los medios de información, de la literatura, de la televisión y de
las representaciones cinematográficas estamos construyendo la realidad. Estos medios
condicionan la manera de conocer los acontecimientos y, en consecuencia, son
aptos para manipular las distintas maneras en que las sociedades pueden elegir
reaccionar. Es decir, ante la amenaza y el miedo, ¿quién no necesita
prepararse?.
IMAGEN,
DISCURSO Y MANIPULACIÓN
El único dato verdaderamente objetivo es que la Historia
del siglo XXI ha comenzado con un acontecimiento predominantemente audiovisual,
en el cual imagen y lenguaje construyen un discurso que se ha centrado, sobre
todo, en difundir ciertos estereotipos negativos de la imagen del oriental, del
“otro”. Marc Augé en su Diario de guerra menciona algunos de
estos estereotipos y anuncia con cierta sátira que han sido elaborados desde la
mirada de occidente y el poder dominante. Con la intención de legitimarse estos
estereotipos, los discursos se han servido ante todo del cine y las series de
televisión elaborando relatos que mitifican las causas y consecuencias del
11-S. El cine, con la intención de difundir la idea de imperio o nación de los
EE.UU ha buscado situaciones análogas en la Historia para crear el mito moderno
de los nord-americanos. Si echamos un vistazo a las narraciones
cinematográficas bélicas y de catástrofes de Hollywood estrenadas después del
11-S podemos advertir que cobra relieve la figura del ciudadano amenazado. Se
señala, en su mayoría, el miedo a la invasión y a la amenaza del “otro” que
pueden causar en muchos casos xenofobia o ansias de venganza en el espectador.
De este modo, la ficción se mezcla con la Historia y la realidad se percibe,
más que nunca, como un relato cinematográfico. La imagen se convierte en la
propia ideología y el lenguaje se hace inseparable de su “uso social” (Barthes,
[1980]2000: 200).
Lo importante es advertir que ese miedo se origina
desde el propio vocabulario, como bien señala Augé. Cuando Bush utiliza la palabra
“cruzada” sabe que alude directamente a la oposición que existe entre Oriente y
Occidente desde la antigüedad. Las Cruzadas han sido siempre un documento
histórico que dio lugar a la creación de relatos míticos, históricos, de
viajes, etc., y ayudaron a la creación de estereotipos del mundo islámico. Como
vemos, ya desde los orígenes de la Historia la imagen real del oriental se ha
mezclado con el mito y la fábula. En este sentido, Edward Said nos indica el
interesante hecho de que “el árabe musulmán se ha convertido en una figura de
la cultura popular americana” (Said, 1990: 335). El discurso audiovisual ha
representado al oriental como un anticristiano y antidemócrata que se forja
ante todo de mitología. No es casual que a partir del derrumbamiento de las
torres gemelas se estrenen películas históricas que pongan de relieve la guerra
de Occidente contra Oriente aludiendo a connotaciones del “bien contra el mal”.
Así, Zack Snyder estrena en 2006 la popular adaptación cinematográfica
hollywoodiense 300. El director
recurre a la figura del rey Leónidas de Esparta y a las ingentes tropas
invasoras del emperador Jerges I (reinante entre 485 y 465 a. C) para
establecer, a mi juicio, una analogía entre los hechos pasados y los presentes
que confrontan a Oriente y Occidente. Recordemos que Leónidas es recordado por
su formidable resistencia a los invasores. A pesar de contar solo con 300
soldados, su estrategias y también su derrota fueron consideradas el primer
paso de unión de todos los griegos con la intención de frenar el avance persa.
Del mismo modo, a pesar de que los EE.UU se creían una potencia invulnerable han
sido “tocados” y necesitan ahora difundir la idea de que no están “hundidos”. Los
medios de comunicación americanos han querido imponer la idea de que las
consecuencias del acontecimiento deben ser la unión de todo Occidente (América
y Europa) para frenar la expansión de Oriente. Y para conseguir dicho objetivo y
captar nuestra atención los medios de comunicación, el cine y las series de
televisión apelan a un vocabulario apocalíptico e hiperbólico.
La mayoría de las representaciones cinematográficas
presentan elementos y juicios de valor negativos hacia la identidad árabe puesto
que obedecen al discurso dominante. Pero también es cierto que existen otros
discursos que lo contradicen y hacen una crítica hacia Estados Unidos. En Tierra de Abundancia (Land of planty, 2004), por ejemplo, el
director Win Wenders pretende sacar a la luz, las contradicciones éticas,
sociales y económicas de la potencia dominante presentando una valoración
negativa de la política exterior de Estados Unidos. De este modo, este discurso
cinematográfico presenta algunos puntos de convergencia con el discurso de Marc
Augé. Ambos apuestan por un tono irónico, como se puede intuir desde el propio
título, aunque en la película se deja de lado el humor para mostrar el drama
humano. En Tierra de abundancia existen
dos ideas opuestas que se materializan en los protagonistas. Por un lado
tenemos a Paul, un viejo soldado de Vietnam que representa el estereotipo de
ciudadano en continuo estado de desconfianza y amenaza tras los atentados del
11-S. El miedo a volver a ser atacado le induce a investigar por su propia mano
esos grupos de árabes que puedan ser posibles terroristas. Y por otro lado a
Lana, su sobrina, la cual representa el discurso divergente. Se dedica
solidariamente a atender un comedor religioso para pobres con el objetivo de
que el mundo sea un lugar más generoso, más libre y más justo. Ambos tienen
ideas distintas sobre los ciudadanos árabes, lo que no es casual ni extraño si
tenemos en cuenta que ella ha viajado de misionera por África mientras él se ha
dedicado toda su vida a servir a los ideales americanos. Las dos visiones se
unen para mostrar las contradicciones del discurso americano sobre la
construcción del “otro” y la confusión de todo el pueblo acerca de lo
acontecido realmente en 11-S.
Es interesante advertir que en la mayoría de los
discursos el terrorismo es equivalente al grupo que personifica la amenaza, es
decir, a los musulmanes. Se asocia, entonces, la palabra terrorismo a un sujeto determinado y no al acto de provocar terror
o a la denominación de los actos violentos. El terrorismo es un acto criminal
que puede ser causado por bandas de cualquier etnia, cultura o religión: no son
actos exclusivamente islámicos. Sin embargo, mientras que “lo americano” se ha
representado en muchas películas desde
la vivencia personal, íntima y familiar de un individuo particular como el
suceso de un drama humano (tal es el ejemplo de Tierra de abundancia), “lo árabe” nunca se representa desde la
experiencia personal sino que se asocia al terrorismo como un grupo
indisoluble, como si la persona estuviese ausente y predominaran los “hombres
masa”.
El hecho de que exista una amplia bibliografía
cinematográfica sobre el tema alude a lo que Augé llamó acontecimiento transhistórico. Puesto que todas
anuncian la emergencia de una nueva era que está por llegar y presentan la
experiencia pasada como un presente agotador. La crítica, el ensayo, las
ficciones, tanto escritas como audiovisuales, exponen los acontecimientos como
un problema social vigente pero, es en la arquitectura donde mejor se expresa
esta idea. En Corea del Sur unos arquitectos holandeses han diseñado un
complejo residencial de lujo de dos
edificios de 300 y 260 metros que recuerda a las Torres Gemelas. Lo más
impactante es que en el piso 27 las dos torres conectan con una “nube” de
hormigón situada más o menos en el mismo lugar donde impacto el avión. La similitud entre los nuevos edificios
apodados “la nube” y el World Trade Center en plena explosión es fascinante y,
a decir verdad, algo grotesca. Es como si la Historia se hubiera parado en el
instante en que el avión impacta contra el World Trade Center.
“La nube” es la imagen apocalíptica que nos
recuerda que el terrorismo no ha acabado. Por ello, los medios audiovisuales
siguen creando nuevos relatos y construyendo realidades diferentes que abren
camino a la imaginación y a la especulación pero, casi siempre, siguiendo unos
modelos o estereotipos que dominan el discurso como la distinción entre
“buenos” y “malos”, lo “exterior” y lo “interior”, “guerra” y “atentado”, etc.
Oposiciones que funcionan gracias a un marco cognitivo cultural compartido por
Occidente. Si el punto cultural en el
que la mayoría de los occidentales coincidimos es en la formación cristiana, es
lógico que tanto en la literatura y en el cine occidental aparezcan los árabes
asociados a valores negativos, puesto que ambas religiones, a pesar de tener
puntos de convergencia, se han interpretado por aquellos que tienen el poder de
dominar el vocabulario como contradictorias. De modo que la representación
negativa no es casual; en EE. UU se utilizan estas relaciones cognitivas como
apoyo de su proyecto imperialista y globalizador.
Mediante estos estereotipos y estrategias
lingüísticas los medios audiovisuales americanos pretenden imponer su ideología
con la intención de asegurar y consolidar su propia forma de poder y
dominación. Para Marc Augé la manera de no dejarnos dominar por estos discursos
y atenernos ante los acontecimientos que todavía están por llegar es conocer,
comprender y reconstruir el origen para observar las tensiones que se
concentran en el presente que parece no
pasar. Debemos revisar el pasado, reorganizar el presente y abrir el futuro.
BIBLIOGRAFÍA
AUGÉ, M.
(2002): Diario de Guerra: el mundo después del 11 de septiembre, Trad. de
Ana Jolís Olivé. Barcelona: Editorial Gedisa.
BARTHES,
R. ([1980] 2000): Mitologías. Madrid: Siglo
XXI de Espasa.
HALL, S.
(1980): «Codificar
/ Decodificar». En Culture, media and language. Londres: Hutchinson.
SAID, E.
W. (1990): Orientalismo. Madrid:
Libertarias.
SAID, E. W. (1993): Cultura e Imperialismo. Barcelona: Anagrama.
SNYDER, Z. (2004): 300 (t.o. 300), 2006. Color, 117’, EEUU, Warner Bros.
Wenders, Win, Tierra de abundancia (t.o.
Land of planty). Color, 126`, EE.UU/ Alemania, 20th Century Fox.
[1] Marc Augé acuñó el concepto de
“no-lugar” en su obra Los no lugares.
Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Con ese concepto
se refería a los lugares de transitoriedad que por ser tan “insignificantes” no
pueden ser considerados lugares.