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Revista de estudios filológicos
Nº25 Julio 2013 - ISSN 1577-6921
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estudios

LA RECONSTRUCCIÓN DE UN ORIGEN “TRANSHISTÓRICO”: EL DISCURSO DEL 11-S

Raquel Fernández Cobo

(Universidad de Almería)

raquel-f.cobo@hotmail.com  

 

Resumen:

Este trabajo intenta revelar las estrategias discursivas que Estados Unidos utilizó para la construcción del discurso del atentado del World Trade Center, partiendo del ensayo del antropólogo Marc Augé “Diario de guerra: el mundo después del 11 de septiembre”. Nuestro artículo postula que, a pesar de ser un acontecimiento eminentemente visual, razón por la que contamos con muchísimas narraciones cinematográficas, es a través del lenguaje, sus mitos y la creación de estereotipos como el poder  construye (e inventa) su propia identidad y, por consiguiente, la identidad del “otro”.

 Palabras clave:

Marc Augé, discurso del 11-S,  estereotipos, Estudios culturales, manipulación

Abstract:

This work attempts to reveal the discursive strategies that the U.S. used for the construction of the discourse of the World Trade Center attack, based on the trial of anthropologist Marc Augé "Journal of war: the world after September 11." Our paper argues that, despite being a predominantly visual event, which is why we have so many film narratives is through language, myths and stereotyping as the power builds (and invent) its own identity and, therefore, the identity of "other."


Keywords:

Marc Augé, speech of 11-S, stereotypes, Cultural Studies, handling

 

DIARIO DE GUERRA

 

En su libro, Diario de Guerra, Marc Augé (1935) analiza, desde el punto de vista antropológico y etnológico, la naturaleza de un acontecimiento que marca la frontera entre un antes y un después en la historia del planeta: el derrumbamiento de las torres gemelas y el incendio del Pentágono. Como indica el propio Augé, la finalidad de la obra es “contribuir a la primera etapa de este programa de reconstrucción. Son páginas de humor y reacción viva, que se alimentan de los acontecimientos, y de la actualidad y que, al mismo tiempo, recuperan la huella de reflexiones ya esbozadas al filo del tiempo, de nuestro tiempo” (Augé 2002: 10-11).  Eso es exactamente lo que nos interesa: la reconstrucción del suceso. Cómo se ha construido el discurso cultural, qué poder tiene el lenguaje en la guerra contra el terror, qué elementos de representación son recurrentes en estos discursos y, lo que es más importante, qué efectos provoca en el receptor.

Si en algo se ponen de acuerdo el cine y la literatura a la hora de mostrar el acontecimiento es en su magnitud visual. La omnipresencia de la imagen de los aviones impactando contra el World Trade Center  es tal que es por  ello que, quizás, sea el cine el que mejor represente lo sucedido. De hecho, el día 7 de octubre de 2001 Augé declara en su diario que, mientras estuvo en el coloquio sobre literatura francófona en Beirut, presenció a través de los medios de comunicación, concretamente la cadena de información Qtar, la noticia de que Bin Laden declaraba la guerra a Estados Unidos. La noticia, según anuncia, evocaba a Palestina y la humillación árabe. De este modo, el terrorista y culpable de los atentados, Bin Laden, entraba a formar parte de “la guerra de las imágenes”. Pero no hemos de olvidar que el cine nos muestra historias, mitos o ficciones que serían intranscendentes si no fuera por el lenguaje (siempre ideologizado) que nos ayuda a leer dichos discursos audiovisuales. No es nada nueva la idea de que el lenguaje es la herramienta más poderosa para representar ficciones y, sobre todo, para convencer y manipular la mente. Así, la “guerra de las imágenes” es ante todo una gran “guerra de las palabras”.

Por ello nos resulta tan acertada la obra de Augé para “desmontar” el discurso del 11-S, porque sirviéndose de sus conocimientos como antropólogo acerca de la pluralidad de significación del lenguaje, titula a su ensayo Diario de guerra con una doble intención. Se vale del concepto ambiguo de diario como diario personal de un individuo que anota sus meditaciones y hechos pasados ordenados cronológicamente que le afectan directamente y que derivan de profundas exploraciones de su mente. Y diario como medio de comunicación de masas que tiene la función de informar. Así, de forma original Augé construye un discurso coherente y muy eficaz. Nos relata los hechos del 11-S combinando fragmentos de texto ordenados por fechas_ tal y como se hace en los diarios íntimos_ y capítulos que parecen encabezados por titulares de noticias informativas (“El acontecimiento y las palabras”, “El tiempo que pasa y no pasa”, “Lo que está en juego”, etc.) . Mezcla el género de autobiografía e información. Con ello, demuestra que no sólo conoce la manera que tienen las grandes potencias de manipular la comunicación, sino que él mismo lo manipula con ironía y humor para evocar al lector relaciones conceptuales que le impulsen a suscitarle preguntas acerca de lo que sucedió realmente en el 11-S y lo que queda por pasar.

Marc Augé observa los acontecimientos partiendo siempre de las palabras. Parte de las expresiones culturales y lingüísticas que tienen una alta capacidad de simbolizar no solo en nuestra cultura sino que alcanzan una dimensión planetaria. Así, juega con las relaciones conceptuales entre palabras tales como “guerra” y “atentado”, “cruzada” y “choque de civilizaciones”, “buenos” y “malos”, “exterior” e “interior”,…etc. Aquí es donde radica la novedad del ensayo de Augé, en su capacidad, como especialista en etnología, de analizar el origen de los hechos, sus causas y sus posibles efectos desde la comunicación a través del lenguaje y la acumulación de ideas que este incorpora en la cultura.

          “¿Se trata de un atentado sin precedentes o de una nueva forma de guerra?” se pregunta Augé. Como bien señala, la distinción entre ambos términos es de suma importancia. El atentado es una forma de agresión, ya sea moral o física, hacia un individuo o grupo de individuos mientras la guerra supone un conflicto socio-político grave entre distintos bandos; con el atentado basta con identificar las causas y los autores para ser explicados y, de este modo, atenuar su impacto. En la guerra, en cambio, no basta explicar las causas para reducir su impacto puesto que al ser un acontecimiento de alcance simbólico es necesario indagar en el origen. Augé señala como el acto terrorista pasó a entenderse y representarse por las autoridades y los medios de comunicación americanos como un acto de guerra entre dos civilizaciones: la civilización americana y la civilización islámica. Y a pesar de proclamarse una guerra, el control de las autoridades y los medios de Estados Unidos evitaban enfrentarse al verdadero origen del acontecimiento. 

 Augé nos cuenta en su diario que Bush llegó incluso a hablar de cruzada. Palabra que connota la idea de conflicto religioso entre musulmanes y cristianos, algo que nos indica que efectivamente Bush mediante el lenguaje, que seguramente utilizó conscientemente como estrategia política, transformó y manipuló la manera en que recibimos las causas del acontecimiento. Y una vez que la palabra produjo su efecto como catalizadora de significado cultural admitió que, “en todo caso,  no se trata de una guerra de religiones” (AUGÉ 2002: 13). El suceso se entendió, de este modo, como un “choque de civilizaciones”, expresión que connota lo histórico e implica lo religioso como legitimación de la misma. Asimismo, la diplomacia americana estableció también la distinción entre “buenos” y “malos” en función de los intereses americanos. Como sugiere Augé, “sólo se puede estar a favor o en contra de Estado Unidos” (AUGÉ 2002: 22). Y a raíz de esta distinción, de estas dos posiciones o, mejor dicho, “únicas posibilidades” se va a ir configurando y diversificando el discurso del 11-S.  

En el capítulo del diario que Augé titula “Comienza la historia” se alude a EE.UU como primera potencia mundial y no solo centro del mundo, sino el mundo “en el sentido de que resume el mundo” (AUGÉ 2002: 39). Así, no es de extrañar que la historia comience en EE.UU: un lugar que acoge, supuestamente, a los ciudadanos de todas las etnias, las culturas y las religiones.

En el capítulo “El interior y el exterior” explica como el derrumbamiento de las torres refleja un drama que confunde exterior e interior. Augé vuelve a servirse del lenguaje para expresar las referencias simbólicas del acontecimiento. Así, se refiere a “interior” para hablar de las torres gemelas como un lugar de trabajo en el que se reflejan las relaciones sociales entre individuos y el carácter de estos como personas que forman parte de un vínculo familiar, personal e íntimo. Y, por el contrario, se refiere a exterior como un lugar para simboliza el espacio más emblemático de Estados Unidos “de circulación, de consumo y de comunicación”. Y anuncia, haciendo referencia a una de sus obras más conocidas, que “el no-lugar deviene lugar”[1]; un lugar de transitoriedad y anonimato se torna un lugar común para las relaciones familiares adquiriendo una dimensión simbólica en todo el mundo. Por ello es tan representativo que los aviones que “rompen” dicho símbolo pertenezcan a compañías norteamericanas: “el sistema es el que se pone en su propia contra” lo que refleja “el carácter suicida de la política americana” (AUGÉ 2002: 64). A partir de ahí, Marc Augé se pregunta, “¿podemos considerar el terrorismo como una enfermedad del propio sistema?” (AUGÉ 2002: 65).

Lo importante es que EE.UU manipula el sentido del acontecimiento y la interpretación que debemos darle mediante herramienta más útil y eficaz para monopolizarlo: el lenguaje comunicativo. Es por eso que, a mi juicio, fue tan fácil acusar a la religión como causa de los acontecimientos porque las religiones monoteístas son susceptibles de distintas lecturas. Las religiones recogen creencias que pueden ser interpretadas según su sentido literal, alegórico, espiritual, moral o anagógico. Y de este modo, en Occidente interpretamos la religión cristiana, pero también interpretamos la religión islámica oponiéndola directamente a la nuestra, buscando las semejanzas y, sobre todo, las diferencias. Trazándola como una religión antagónica. Otra de las estrategias discursivas a los que se refiere Augé es la asociación mental del Islam con “fundamentalismo islámico” y éste con el terrorismo. Es erróneo, a mi juicio, asociar el Corán con la política y el terrorismo. De hecho, el término “fundamentalismo islámico” es una expresión lingüística creada por Occidente que no se conoce en el contexto islámico y que ha sido traspuesta por el cristianismo. Por tanto, el gran poder de Estados Unidos reside en la manipulación de la imagen del otro: el extraño, la amenaza. Marc Augé está en lo cierto cuando apunta a que en realidad el acontecimiento del 11 de septiembre nada tiene que ver con la religión. Señala acertadamente que las razones profundas del atentado responden a cuestiones de injusticia y desigualdad política y económica. Es por ese motivo que la religión, tanto el Corán como la Biblia, son necesarias en un mundo en que los valores humanos se ven corrompidos por los intereses económicos de las potencias dominantes. No debemos dejar que los medios audiovisuales nos confundan cuando presentan árabe e islam como una misma identidad.

Tras el atentado se podía palpar en el ambiente, de una manera irónica y casi sarcástica, que a pesar del dolor por las víctimas, en aquellos países que antaño fueron colonizados_ como América latina o África negra_ se detectó una “sonrisa de satisfacción” cuando la potencia dominante recibió un duro golpe que la convertía para siempre, y desde ese preciso instante en que las torres gemelas y el Pentágono fueron derrumbados, en una civilización vulnerable. La idea de “imperio” estaba en entredicho. Y es que el sábado 22 de diciembre del 2001 Augé declara en su diario que “el mundo en su conjunto no se ha sentido americano tras la caída de las torres gemelas, ¿por qué?”. Augé ha planteado irónicamente la pregunta, ahora es el lector el que debe de darle una respuesta.

Quizás, el aspecto principal de la obra sea su especial hincapié en señalar el carácter “transhistórico” del suceso. Para Augé, el derrumbamiento de las torres gemelas supone “un pasado sin retorno” ; “un acontecimiento que no pasa, que se nos queda atragantado” (AUGÉ 2002: 52). Reconstruye mediante el diario los hechos posteriores al derrumbamiento de las torres con la intención de hacernos ver que para comprender la realidad primero necesitamos entender que no solo nuestra civilización, sino el planeta entero, ha entrado en un proceso histórico que todavía no ha terminado y parece no tener fin. Se ha instalado en el tiempo como un eterno presente. Estamos viviendo la evolución hacia un nuevo contexto que está naciendo y se está instalando lenta y progresivamente en la historia, lo que acarrea el peligro de asumir una posición o punto de vista definitivo ante la incertidumbre de lo que podrá suceder mañana.  Es este punto de incertidumbre donde juega un papel tan importante la comunicación, tanto verbal como audiovisual, ya que a través de los medios de información, de la literatura, de la televisión y de las representaciones cinematográficas estamos construyendo la realidad. Estos medios condicionan la manera de conocer los acontecimientos y, en consecuencia, son aptos para manipular las distintas maneras en que las sociedades pueden elegir reaccionar. Es decir, ante la amenaza y el miedo, ¿quién no necesita prepararse?.

 

IMAGEN, DISCURSO Y MANIPULACIÓN

El único dato verdaderamente objetivo es que la Historia del siglo XXI ha comenzado con un acontecimiento predominantemente audiovisual, en el cual imagen y lenguaje construyen un discurso que se ha centrado, sobre todo, en difundir ciertos estereotipos negativos de la imagen del oriental, del “otro”.  Marc Augé en su Diario de guerra menciona algunos de estos estereotipos y anuncia con cierta sátira que han sido elaborados desde la mirada de occidente y el poder dominante. Con la intención de legitimarse estos estereotipos, los discursos se han servido ante todo del cine y las series de televisión elaborando relatos que mitifican las causas y consecuencias del 11-S. El cine, con la intención de difundir la idea de imperio o nación de los EE.UU ha buscado situaciones análogas en la Historia para crear el mito moderno de los nord-americanos. Si echamos un vistazo a las narraciones cinematográficas bélicas y de catástrofes de Hollywood estrenadas después del 11-S podemos advertir que cobra relieve la figura del ciudadano amenazado. Se señala, en su mayoría, el miedo a la invasión y a la amenaza del “otro” que pueden causar en muchos casos xenofobia o ansias de venganza en el espectador. De este modo, la ficción se mezcla con la Historia y la realidad se percibe, más que nunca, como un relato cinematográfico. La imagen se convierte en la propia ideología y el lenguaje se hace inseparable de su “uso social” (Barthes, [1980]2000: 200).

Lo importante es advertir que ese miedo se origina desde el propio vocabulario, como bien señala Augé. Cuando Bush utiliza la palabra “cruzada” sabe que alude directamente a la oposición que existe entre Oriente y Occidente desde la antigüedad. Las Cruzadas han sido siempre un documento histórico que dio lugar a la creación de relatos míticos, históricos, de viajes, etc., y ayudaron a la creación de estereotipos del mundo islámico. Como vemos, ya desde los orígenes de la Historia la imagen real del oriental se ha mezclado con el mito y la fábula. En este sentido, Edward Said nos indica el interesante hecho de que “el árabe musulmán se ha convertido en una figura de la cultura popular americana” (Said, 1990: 335). El discurso audiovisual ha representado al oriental como un anticristiano y antidemócrata que se forja ante todo de mitología. No es casual que a partir del derrumbamiento de las torres gemelas se estrenen películas históricas que pongan de relieve la guerra de Occidente contra Oriente aludiendo a connotaciones del “bien contra el mal”. Así, Zack Snyder estrena en 2006 la popular adaptación cinematográfica hollywoodiense 300. El director recurre a la figura del rey Leónidas de Esparta y a las ingentes tropas invasoras del emperador Jerges I (reinante entre 485 y 465 a. C) para establecer, a mi juicio, una analogía entre los hechos pasados y los presentes que confrontan a Oriente y Occidente. Recordemos que Leónidas es recordado por su formidable resistencia a los invasores. A pesar de contar solo con 300 soldados, su estrategias y también su derrota fueron consideradas el primer paso de unión de todos los griegos con la intención de frenar el avance persa. Del mismo modo, a pesar de que los EE.UU se creían una potencia invulnerable han sido “tocados” y necesitan ahora difundir la idea de que no están “hundidos”. Los medios de comunicación americanos han querido imponer la idea de que las consecuencias del acontecimiento deben ser la unión de todo Occidente (América y Europa) para frenar la expansión de Oriente. Y para conseguir dicho objetivo y captar nuestra atención los medios de comunicación, el cine y las series de televisión apelan a un vocabulario apocalíptico e hiperbólico­.

La mayoría de las representaciones cinematográficas presentan elementos y juicios de valor negativos hacia la identidad árabe puesto que obedecen al discurso dominante. Pero también es cierto que existen otros discursos que lo contradicen y hacen una crítica hacia Estados Unidos. En Tierra de Abundancia (Land of planty, 2004), por ejemplo, el director Win Wenders pretende sacar a la luz, las contradicciones éticas, sociales y económicas de la potencia dominante presentando una valoración negativa de la política exterior de Estados Unidos. De este modo, este discurso cinematográfico presenta algunos puntos de convergencia con el discurso de Marc Augé. Ambos apuestan por un tono irónico, como se puede intuir desde el propio título, aunque en la película se deja de lado el humor para mostrar el drama humano. En Tierra de abundancia existen dos ideas opuestas que se materializan en los protagonistas. Por un lado tenemos a Paul, un viejo soldado de Vietnam que representa el estereotipo de ciudadano en continuo estado de desconfianza y amenaza tras los atentados del 11-S. El miedo a volver a ser atacado le induce a investigar por su propia mano esos grupos de árabes que puedan ser posibles terroristas. Y por otro lado a Lana, su sobrina, la cual representa el discurso divergente. Se dedica solidariamente a atender un comedor religioso para pobres con el objetivo de que el mundo sea un lugar más generoso, más libre y más justo. Ambos tienen ideas distintas sobre los ciudadanos árabes, lo que no es casual ni extraño si tenemos en cuenta que ella ha viajado de misionera por África mientras él se ha dedicado toda su vida a servir a los ideales americanos. Las dos visiones se unen para mostrar las contradicciones del discurso americano sobre la construcción del “otro” y la confusión de todo el pueblo acerca de lo acontecido realmente en 11-S.

Es interesante advertir que en la mayoría de los discursos el terrorismo es equivalente al grupo que personifica la amenaza, es decir, a los musulmanes. Se asocia, entonces, la palabra terrorismo a un sujeto determinado y no al acto de provocar terror o a la denominación de los actos violentos. El terrorismo es un acto criminal que puede ser causado por bandas de cualquier etnia, cultura o religión: no son actos exclusivamente islámicos. Sin embargo, mientras que “lo americano” se ha representado  en muchas películas desde la vivencia personal, íntima y familiar de un individuo particular como el suceso de un drama humano (tal es el ejemplo de Tierra de abundancia), “lo árabe” nunca se representa desde la experiencia personal sino que se asocia al terrorismo como un grupo indisoluble, como si la persona estuviese ausente y predominaran los “hombres masa”.

El hecho de que exista una amplia bibliografía cinematográfica sobre el tema alude a lo que Augé llamó acontecimiento transhistórico. Puesto que todas anuncian la emergencia de una nueva era que está por llegar y presentan la experiencia pasada como un presente agotador. La crítica, el ensayo, las ficciones, tanto escritas como audiovisuales, exponen los acontecimientos como un problema social vigente pero, es en la arquitectura donde mejor se expresa esta idea. En Corea del Sur unos arquitectos holandeses han diseñado un complejo residencial de lujo  de dos edificios de 300 y 260 metros que recuerda a las Torres Gemelas. Lo más impactante es que en el piso 27 las dos torres conectan con una “nube” de hormigón situada más o menos en el mismo lugar donde impacto el avión.  La similitud entre los nuevos edificios apodados “la nube” y el World Trade Center en plena explosión es fascinante y, a decir verdad, algo grotesca. Es como si la Historia se hubiera parado en el instante en que el avión impacta contra el World Trade Center.

                            

 

 

“La nube” es la imagen apocalíptica que nos recuerda que el terrorismo no ha acabado. Por ello, los medios audiovisuales siguen creando nuevos relatos y construyendo realidades diferentes que abren camino a la imaginación y a la especulación pero, casi siempre, siguiendo unos modelos o estereotipos que dominan el discurso como la distinción entre “buenos” y “malos”, lo “exterior” y lo “interior”, “guerra” y “atentado”, etc. Oposiciones que funcionan gracias a un marco cognitivo cultural compartido por Occidente.  Si el punto cultural en el que la mayoría de los occidentales coincidimos es en la formación cristiana, es lógico que tanto en la literatura y en el cine occidental aparezcan los árabes asociados a valores negativos, puesto que ambas religiones, a pesar de tener puntos de convergencia, se han interpretado por aquellos que tienen el poder de dominar el vocabulario como contradictorias. De modo que la representación negativa no es casual; en EE. UU se utilizan estas relaciones cognitivas como apoyo de su proyecto imperialista y globalizador.

Mediante estos estereotipos y estrategias lingüísticas los medios audiovisuales americanos pretenden imponer su ideología con la intención de asegurar y consolidar su propia forma de poder y dominación. Para Marc Augé la manera de no dejarnos dominar por estos discursos y atenernos ante los acontecimientos que todavía están por llegar es conocer, comprender y reconstruir el origen para observar las tensiones que se concentran en el presente que parece no pasar. Debemos revisar el pasado, reorganizar el presente y  abrir el futuro.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

AUGÉ, M. (2002):  Diario de Guerra: el mundo después del 11 de septiembre, Trad. de Ana Jolís Olivé. Barcelona: Editorial Gedisa.

BARTHES, R. ([1980] 2000):  Mitologías.  Madrid: Siglo XXI de Espasa.

HALL, S. (1980): «Codificar / Decodificar». En Culture, media and language. Londres: Hutchinson.

SAID, E. W. (1990): Orientalismo. Madrid: Libertarias.

SAID, E. W. (1993): Cultura e Imperialismo. Barcelona: Anagrama.

SNYDER, Z. (2004): 300 (t.o. 300), 2006. Color, 117’, EEUU, Warner Bros.

Wenders, Win, Tierra de abundancia (t.o. Land of planty). Color, 126`, EE.UU/ Alemania, 20th Century Fox.

 

 



[1] Marc Augé acuñó el concepto de “no-lugar” en su obra Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Con ese concepto se refería a los lugares de transitoriedad que por ser tan “insignificantes” no pueden ser considerados lugares.