estudios
“Ha
he hi ho hu”.
La ilegibilidad en el Finnegans
Wake de James Joyce.
Fabio Vélez
(Universidad Autónoma de Madrid)
fabio.vlez@gmail.com
RESUMEN:
Este artículo intenta desentrañar el carácter ilegible y aparentemente
intraducible del Finnegans Wake de
James Joyce.
PALABRAS
CLAVE: ilegibilidad, intraducibilidad, babelismo.
ABSTRACT: This article tries to figure out the
illegible and apparently untranslatable nature of James Joyce’s Finnegans Wake.
KEY-WORDS: illegibleness,
untranslatable, babelism.
Ustedes se lamentan de que esto no esté
escrito en inglés. No está escrito en absoluto. No es para que se lea –o más
bien no sólo para que se lea.
Beckett
Se preguntaba Derrida, en Deux mots pour Joyce, si era posible
leer a Joyce y declarar enunciados del tipo: “Yo he leído a Joyce”, “leed a
Joyce”, “¿Ha leído usted a Joyce?”, etc. para de inmediato responder: «[éstos]
siempre me han parecido cómicos, de manera irresistible. Joyce es aquel que ha
querido hacer reír, estallar de risa ante semejantes frases. ¿Qué queréis decir
en realidad con “leer a Joyce”? ¿Quién puede vanagloriarse de haber “leído” a
Joyce?». Y concluía: «uno –con Joyce– se mantiene siempre al borde de la
lectura (au bord de la lecture)»[1].
Porque,
¿se puede leer un equívoco? ¿Un equívoco de seiscientas páginas? Joyce, en el Wake, habría movilizado y explotado
hasta límites inconcebibles semejante resistencia. En efecto, habría hecho de
él su tema y su operación. Habría logrado de esta guisa, en una búsqueda
continuada de recursos aberrantes como palíndromos, anagramas, metátesis,
homofonías, aliteraciones, calambures, hápax… conectar la mayor sincronía y
potencia de significaciones inimaginables. En efecto: «poner en fisión cada
átomo de escritura para sobrecargar el inconsciente de la memoria colectiva de
la humanidad: mitologías, religiones, filosofía, ciencias, psicoanálisis,
literaturas»[2]. Pero, ¿cómo leerlo,
entonces? ¿Se puede leer así?
Henos
aquí ante el desafío. El propio Joyce dejó algunas notas al respecto.
Escuchemos, entonces, qué nos dejó dicho, por si pudiera resultar de utilidad.
*
The
Augusta Angustissimost for Old Seabeastius’ Salvation, Rockabill Booby in the
Wave Trough, Here’s to the Relicts of All Decencies, Anna Stessa’s Rise to
Notice, Knickle Down Duddy Gunne and Arishe Sir Cannon, My Golden One my Selver
Wedding, Amoury Treestam and Icy Siseule, Saith a Sawyer til a Strame[3]
Este pasaje corresponde al inicio de una misteriosa carta hallada entre
los desperdicios de un basurero. Y, aunque no lo parezca, hemos tropezado con
un escrito de una trascendencia capital en la novela. Nos las habemos con lo
que parece ser una prueba exculpatoria, es decir, un testimonio que podría
deslegitimar la plétora de habladurías y murmuraciones que estarían
determinando la presunción de acusación del protagonista (dejemos de lado los
actores: quién la concibe, quién la redacta, quien la encuentra o a quién va
dirigida). El fantasma de esta carta venía ya asediando, asomándose en momentos
estratégicos, desde el primer capítulo, pero es ahora, llegados al quinto,
cuando podemos leerla al completo y de primera mano. Si interesa esta en
concreto se debe no tanto a su literalidad, que también, cuanto al texto
restante que la sigue y acompaña. Se podría aventurar entonces que ese otro
texto, a modo de glosa, expondría de alguna manera las claves necesarias para
su lectura. Y ser capaces de interpretar la carta podría significar en cierto
sentido poder leer el resto del libro. Sigamos, pues, este extraño pliegue
metarreflexivo.
Bastarían
las primeras líneas del pasaje citado para atisbar de inmediato la peculiaridad
y el alcance de esta compleja escritura. «The Augusta Angustissimost for Old
Seabeastius’ Salvation» que, traducida, podría quedar más o menos así: «La
Augusta angustiadísima por la salvación del viejo Augusto». Léase: Augusta, la
tercera esposa del emperador Augusto, de nombre Livia, pero asimismo –por
sinápsis– la esposa del inculpado, Anna Livia Plurabelle, siente la mayor de
las angustias y angosturas, porque peligra la salvación de su marido: Augusto
(Sebastos (grieg.)). En sintonía, se alude entonces a «Anna Stessa’s Rise to notice» «the
Relicts of All Decencies», en suma, a la ascensión de la propia Anna para
testimoniar, y acaso así exonerar, el recuerdo de mejores tiempos. Como, por
ejemplo, aquellos dorados por la pátina del amor (y casualmente aparecía
entonces uno de los epítetos concedidos a Hathor, diosa egipcia del amor, «the
golden one»), en comparación agraviosa para con estos, más recientes, que tal
vez le despertaban otras figuras, como las de Tristán e Isolda («Amoury
Treestam and Icy Si seule»)…
Las referencias cruzadas se multiplican,
bullen, y comienza el desfile de irradiaciones incontrolables (La Biblia, los
Brahma Sütra, pero igualmente Shakespeare, Dickens...). No sólo se ha
presentido la exculpación, sino que toda la literatura, reverberando, ha salido
a escena. Prescindamos empero de este iceberg (es decir, de tener que darlo la
vuelta para revelarlo), y escuchemos las “lecciones” que sobrevienen tras la
carta[4].
Tal vez todo estuviera ya cifrado
en esa primera sentencia: «The proteiform graph itself is a polyhedron of scripture»[5]. Se anunciaba entonces la grafía proteiforme de una escritura que, por
las mismas, generaba una inestable e inquietante, por inabarcable, anamorfosis
poliédrica. La escritura pasaba a ser cuerpo, de las dos a las tres
dimensiones, y ello requería una nueva y correcta manipulación. El volumen
incorporaba a la pretendida superficie plana inauditos recovecos y sombras.
Había más de lo que comparecía a primera vista. Se tornaba por ello necesario
emplear tantos sentidos como fueran posibles. Era menester el previo desarreglo
de los mismos para recomponerlos y que pudieran complementarse sin
subordinaciones y jerarquías enquistadas. Así, verbigracia, se esperaba afinar
nuevamente el oído hasta que el sonido del sentido y el sentido del sonido
pudieran volverse afines (here
keen again and begin again to make soundsense and sensesound kin again). Aunque no sólo. Ya lo había preguntado antes, apremiando a la
búsqueda de un mejor punto de vista, con cierta retórica: «Habes aures et num
videbis? Habes oculos ac mannepalpabuat?». Apoyado en los Salmos de una Vulgata algo retocada, interrogaba al lector idólatra: «¿Tienes orejas y no
ves? ¿Tienes ojos y no palpas?». Y aún había más[6]. Con la tercera, agregándose, venía la cuarta: el tiempo. Una nueva
dimensión, ésta, que solicitaba otras pericias. Pues el discurrido del tiempo,
en virtud de su diversa declinación, pronunciación, deletreo o diseminación,
demandaba un nuevo tratamiento de los signos escritos (the as time went on as it will
variously inflected, differently pronounced, otherwise spelled, changeably
meaning vocable scriptsigns). Así que paciencia ante todo –se
alentaba al lector– (and
above all things else we must avoid anything like being or becoming out of
patience), una vez que se ha comprendido
que la relectura es eterno retorno (we must ceaselessly return).
¿Cómo proceder entonces? Para
empezar desterrando toda racionalización por sincopación en la elucidación de
las complicaciones, (ratiocination
by sincopation in the elucidation of complications). Todo es (o puede ser) significativo con la serenidad adecuada (ever looked sufficiently longly): tanto lo externo (enveloping
facts themselves circumstantiating), como lo
literal o psicológico (the
literal sense or even the psychological content). Siempre podremos albergar, en este “caosmos” generalizado (chaosmos of Alle), serias dudas sobre el sentido de la totalidad, o la interpretación de
una frase o un palabra en su contexto (doubts as to the whole sense of the lot, the
interpretation of any phrase in the whole, the meaning of every word of a
phrase so far deciphered out of it)[7]. Y nunca, por ello, se puede concluir de manera negativa, por la falta
de comillas, que el autor de este ininteligible texto fuera incapaz de
desapropiarse de lo dicho por los demás (that its author was always constitutionally incapable of
misappropriating the spoken word of others).
¿Y si aún así se siente
uno perdido (feeling
like (…) lost in the bush)? ¿Dónde buscar la sabiduría en
este espacio baldío (where
in the waste is the wisdom), en el que sólo se mascullan
reminiscencias de rastros incompletos o finales abruptos (the touching reminiscence of an
incompletet trail or dropped final)? Keep calm! La babélica confusión es, en este caso, excusable (pardonable confusion). Como en el caso de la palabra «funferal» –mezcla irreductible de “fun
fair” y “funeral”. Una palabra que guarda en su interior, sutilmente escondida,
otra palabra o palabras extraviadas en su confusa vestimenta. Como si estuviera
grabada y retocada, adecentada y henchida, tan semejante a un huevo de ballena
relleno de conservas, y sentenciada acaso a ser hocicada un trillón de veces
por los siglos de los siglos, hasta que una noche el coco de un lector ideal
que había venido padeciendo un ideal insomnio se hunde o flota (engraved and retouched and
edgewiped and puddenpadded, very like a whale’s egg farced with pemmican, as
were it sentenced to be nuzzled over a full trillion times for ever and a night
till his noddle sink or swim by that ideal reader suffering from an ideal
insomnia). El catálogo de disimulaciones, no obstante, continuaba
pasando revista:
all those red raddled obeli cayennepeppercast over the
text, calling unnecessary attention to errors, omissions, repetitions and
misalignments: that (probably local or personal) variant maggers for the more
generally accepted majesty which is but a trifle ant yet may quietly amuse:
thoseuperciliouslooking crisscrossed Greek ees awkwardlike perched thereand
here out of date like sick owls hawked back to Athens: an the geegees too,
jesuistically formed at first but afterwards genuflected aggrily toewards the
occident: the Ostrogothic kakography affected for certain phrases of Etruscan
stabletalk and, in short, the learning betrayed at almost every lines’s end[8].
En suma, «the learning betrayed
at almos every line’s end». Y, ¿cómo leer cuando el saber es
traicionado a cada instante[9]? ¿Cuando no hay seguridad ni en el punto final de cada enunciado,
palabra o letra? ¿Cuándo no hay ni certidumbre en el idioma?
*
Joyce no se quedó ahí. Todavía se podía
transgredir algún límite. Una vuelta de tuerca más. El equívoco podría ser aún
multiplicado. ¿Cómo? Babelizándolo.
En efecto, haciéndolo hablar varias lenguas a la vez. La responsabilidad ya no
pasaba únicamente –como si esto fuera ya poco– por traducir las complejas
potencialidades semánticas y formales del equívoco, sino por respetar en dicha
tarea la multiplicidad de lenguas. Si el concepto corriente de traducción
seguía estando regulado por el «dos veces
uno», es decir, por la garantía de una pasaje estable, completo y seguro
entre lenguas –asumiendo con ello el supuesto de la integridad rigurosa del sistema,
como si la lengua constituyera un cuerpo propio–, la pregunta radical que abría
el Wake era la siguiente: ¿Cómo
«traducir el babelismo»[10]?
Derrida se preguntaba en la última página del ensayo, en una nota a pie de
página, sobre la necesidad y la pertinencia de tener que traducir el Wake y señalaba, también
interrogativamente: «¿no llega [esta pregunta] siempre tarde?»[11].
Es decir, ¿no es una cuestión tardía, après-coup,
desde el momento en que la traducción ha comenzado «desde la primera lectura»?
O dicho de otro modo: ¿Qué ocurre con un libro que no está escrito en una lengua? ¿Que no tiene lengua de
escritura? (¿Cómo traducirlo entonces?)
¿Que nunca está en casa, que aborrece lo doméstico, porque mora y se demora de
manera cosmopolita? El Wake vino al
mundo huérfano, sin posibilidad de reconocimiento: ¿quién habría de reclamarlo
sin lengua materna, ni patria?
Pero –retomemos la pregunta–, ¿es
posible leer el Wake sin (intentar)
traducirlo? ¿No es traducirlo, también, dejar de leerlo? ¿No reside en ese
doble y contradictorio mandamiento la condena de Babel: en la imposición y la
prohibición, a un mismo tiempo, de la
traducción?
Siendo así, y a pesar de la loca e
hiperbólica tarea, «hay que (il faut)
traducir», es preciso intentarlo. Y nada más pertinente, al caso, que acercarse
al episodio más literalmente babélico
del Wake.
*
Ubiquémonos: parte II,
capítulo noveno. Hacia el final: tras el lampreazo del sexto trueno.
Lukkedoerendunandurraskewdylooshoofermoy portertooryzooysphalnabortansporthaokansakroidverjkapakkapuk[12].
Acaba de cerrarse una puerta. Eso es lo
que se lee y se oye, lo que relampaguea y truena a la vez. Poco antes unos niños jugaban a mimos y adivinanzas hasta
el atardecer (no será esto fortuito, como ya se verá). Pero, ¿es posible? ¿Cómo
que se ha cerrado una puerta? Efectivamente y, además, en varios idiomas; lo
advertimos gracias al golpe onomatopéyico que acaba de producir el estruendo:
luk døren (dan.), dun an doras (gael.), chiudi l’uscio (it.), fermez la porte (fr.), sphalna portan (grieg. mod.), sport one’s oak (ing.), zakroi dver’ (rus.), kapiyi kapal (turc.). Todas ellas expresiones para designar
lo mismo, el cierre. La posterior constatación, por su parte, lo confirma:
Byfall.
Upploud!
The play thou schouwburgst, Game,
here endeth. The curtain drops
by deep request.
Uplouderamain!
Ha caído el telón –the curtain drops, by
fall– y se suceden los vítores y aplausos –Beifall (alem.), applaud (ing.),
applaudir a main (fr.)– de manera
entusiasta –up, loud–.
La
obra ha finalizado –the play, the show (schouwburgst, en holand.), here ended– y algo se ha perdido tras el telón, tal vez
incluso de manera irrecuperable: «Gonn the gawds», «Rendningrocks
roguesreckning reigns», «Gwds… are gttrdmmrng». Los dioses
marchan, han partido –gods are gone–, cumpliendo así con su reino y destino:
Ragnarök –o “destino de los dioses”, la batalla del fin del mundo en la
mitología nórdica–, Götterdämmerung –el “ocaso de los dioses”. Esta impronta
nórdica venía precedida ya por unas señales que estimulaban y orientaban la
mira: «Fionia is fed up…», «Sealand snorres». Así es, no es sólo que Fionia y
Zealand sean dos islas de Dinamarca, sino que, además, Snorri Sturluson, poeta
e historiador del S. XII, debía su fama a la composición de la Edda prosaica, una suerte de poética
nórdica.
Y
junto a una tradición, otra. Con los
dioses idos, sólo cabe encomendarse a los «gustspells» –a actuaciones invitadas
de actores, Gastspiel (alem.), pero
también, a buenas nuevas, gospel (ing.).
Comprometida toda la descendencia humana por el pecado, la salvación por
expiación sería anunciada por medio de un inesperado actor y un nuevo guión,
Jesús y los Evangelios. En el capítulo en cuestión (estamos en el noveno), se
habían podido ya entrever ciertas reverberaciones pentateúticas: «when Adam
Leftus and the devil took our hindmost, gegifting her with his painapple»
–tentación y caída–, «O!Amune! Ark?
Noh?!» –arca de Noé–, «We’ve heard it aye since songdom was gemurrmal» –Sodoma
y Gomorra–... Mas volvamos, sin embargo, a
los «Gwds» y al «Götterdämmerung» ya que junto a los mismos, flanqueándolos,
nos encontramos ahora con un inquietante «Hlls vlls» –¿hills and valleys?, ¿se
está preparando, al rellenar de valles y aplanar de colinas, el camino del
Señor? (Isaías 40:4)–. En todo caso parece claro que de manera acuciante, desde
el trueno, «the timid hearts of words all exeomnosunt». Ciertamente, las
palabras comparecen descorazonadas a causa de su timidez, y ello porque las
vocales que las ligaban han desaparecido de la escena –exeunt omnes (lat.)–. Con los dioses parecen haber
partido también, en cierta medida, el corazón de las palabras. ¿Y no era el
hebreo, lengua de exilio y, por ende, cuasi-divina, una escritura sin vocales?
«Go
to, let us extol Azrael with our harks, by our brews, on our jambses,
in his gaits». Es aquí donde empieza a
insinuarse el episodio de Babel. La referencia inmediata es Génesis 11. Go to
–ea!–, ensalcemos al arcángel Azrael, alcemos una torre y una ciudad, con nuestros
oídos y entendimiento común, gracias al ladrillo cocido y al alquitrán–. «Immi
ammi Semmi» podrían ser las palabras de un hipotético y especial Nemrod: mi
madre –immi (heb.)–, mi nación –ammi
(heb.)–, mi nombre –shmi (heb.). «And shall not Babel be with Lebab?
And he war». Y aquél, el que fue –war (alem.)–, fue declarando la guerra –war (ing.). Poco
antes, un exclamativo «Yip! Yip! Yarrah!» ya preconizaba el fragor de otros
acontecimientos bélicos (¿mención encubierta a las siglas HEP, esto es, al
mensaje cifrado que se transmitían los soldados romanos cuando quedó destruido
por segunda vez el Templo de Jerusalén bajo el mando de Tito –Hierosolyma Est Perdita: Jerusalén ha
caído?) Y es que la confusión ya estaba en la pregunta (pero, ¿quién hizo la
pregunta?). ¿Y no estará Babel con Lebab? O también: ¿No permanecerá Babel con
corazón –Lebahb (heb.)–? ¿No lo
salvaguardará –war (alem. ant.)–? O
mejor: ¿No estará Babel junto a su contrario, conviviendo con él? Todo se juega
en la lectura: de la traducción. ¿No acarrea Babel de manera inherente un doble bind constructivo y destructivo,
es decir, tanto la lectura de Babel como la de su anagrama Lebab? ¿No consiste
acaso en eso su confusión, una escritura borrada pero productiva? ¿No remarcaba
el relato bíblico que con Babel se imponía la confusión y la dispersión de lo propio y uno? Era el contexto inmediato: «And he
shall open his mouth and answer: I hear, O Ismael, how they laud is only as my
loud is one», en aparente conjuración al dios monoteísta (Deuteronomio 6:4).
«Uplouderamainagain!». Otro
–again– nuevo aplauso.
«For
the Clearer of the Air from on high has spoken in tumbuldum tambaldam to his tembledim
tombaldoom worrild and, moguphonoised by that phonemanon, the
unhappitents of the earth have terrerumbled from fimament unto fundament and
from tweeleddedumms down to twiddledeedees». De lo alto, abriendo un claro, un Yahveh preocupado se había
decido por sembrar la confusión. Todo está ya en ruinas –tumbledown aliterado–
y sólo resta la megafonía del ruido –megaphonoise. Ha retumbado todo, los
habitantes, infelices –unhappy, inhabitants–, han sentido el temblar de la
Tierra entera –terre (fr.), tremble (ing.)–, desde el firmamento hasta el
fundamento, indistintamente.
Loud, hear us!
Loud, graciously hear us!
Se implora entonces clemencia. Y, acto
seguido, se retoma un hilo del Wake, el principio del capítulo: aquel
juego entre hermanos y amigos, poco inocente y algo cruel, que, tras una pelea,
concluía al atardecer (Dämmerung) con
la vuelta a casa para la cena. «Now
have thy children entered into their habitations». Señor –Loud, Lord–,
escúchanos. «O Loud, hear the wee beseech of thees of each of
these thy unlitten ones! Grant
sleep in hour's time, O Loud!». Se rogaba al señor entonces por cada uno de
esos pequeños, se le suplicaba para que cuidase de sus sueños. Pues aunque en
el juego las chiquilladas pudieran haber incurrido en pecado (en la adoración a
Chuff por parte de las niñas, en el adulterio implícito de Issy a Glugg o en la
violencia homicida que desató la pelea entre hermanos), se intercede para que
no sean interpretadas como un incurrimiento en los mandamientos divinos. «That they take no
chill. That they do ming no merder. That they shall not gomeet madhowiatrees.
Loud, heap miseries upon us yet entwine our arts with laughters low!». No han matado, tampoco han cometido adulterio
–thou shall no kill
nor murder, thou shall no comeet adultery– no en vano, solo se han orinado en
la cama –mingere (lat.), ni merder (fr.) ni murder (ing.). Así pues, apelando a la templanza divina –lofter law–, que
sus miserias sean mensuradas a la luz también de sus riquezas.
Ha he hi ho hu.
Mummum.
Pocos
pasajes dan tanto que pensar como éste –recordemos que así se clausura el
capítulo–, y pocos han producido un mutismo similar en la crítica. Ensayemos
una hipótesis. Es de sobra conocida la influencia de Vico y la Scienza nuouva en el Finnegans Wake. Y no se trata tampoco
ahora de recordar, por ejemplo, la huella de los corsi e ricorsi en la división de los capítulos o la escansión por
truenos en el modelado de la acción[13].
En
Vico, el trueno, aunque asociado a la idolatría del mundo gentil, tiene la
importancia de dar inicio, cual pistoletazo de salida, a la Historia del
hombre. Es Júpiter, ese proto-universal fantástico, el responsable y capaz de
reunir en un mismo crisol el terror y el deber, a la naturaleza y a la
divinidad. Este, según Vico, encarnaría el primero de todos los sentimientos
humanos («porque cada nación gentil tuvo el suyo») y, consecuentemente, el
nacimiento de lo divino, del derecho y del lenguaje. La lengua, articulada en
el origen con la onomatopeya («con la que todavía observamos que se explican
felizmente los niños»), nacería como respuesta a esa manifestación pirotécnica,
mezcla de luz, ruido y estupor. Vico añadía a este propósito: «Las palabras humanas
siguieron formándose con las interjecciones, que son voces articuladas por el
ímpetu de las pasiones violentas, que en todas las lenguas son monosílabos. De
donde no está fuera de lo verosímil que, a partir del asombro producido por los
primeros rayos en los hombres, naciese la primera interjección con referencia a
Júpiter, formada con la voz “¡pa!”, y que después quedó redoblada en “¡pape!”»[14].
De ahí a la figura paterno-totémica en todas sus dimensiones, como reconocerá
más adelante Vico, no hay más que espera.
La
cosmogonía del Wake es una cosmogonía
de la noche y el sueño[15].
En el capítulo en cuestión, enriquecida además por el prisma de la niñez. Entre
los gigantes bestiales de Vico y los niños de H. C. Earwicker, entre el trueno
y el portazo, entre el padre de los dioses (Júpiter) y la madre de los vástagos
(A. L. P.), en definitiva, entre el día y la noche, parece jugarse, en este
particular pasaje, la confluencia de ambas obras. Pues, ¿acaso no son las
vocales (a, e, i, o, u) la primera enseñanza que reciben los niños, ese primer
trueno en forma de ley? ¿No comienza efectivamente la lengua por esas unidades
elementales? Y, por otro lado, ¿no es igualmente, «mum-mum» (ma-má), la primera
interjección, la primera respuesta, a esa figura divina que es en la niñez la
madre?
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VICO,
G. (2006), Ciencia nueva (1744), trad. R. de la Villa, Tecnos, Madrid.
[1]
J. Derrida (1987), p. 24.
[2] Ibid.,
p. 28.
[3]
J. Joyce (2000), p. 104.
[4]
A este respecto, es de interés, por ejemplo, de James S. Atherton, The Books at the Wake. A study of
Literary Allusions in James Joyce’s FINNEGANS WAKE (2009).
[5]
Joyce, op. cit., p. 107.
[6]
S. Beckett, en un precoz ensayo titulado “Dante… Bruno. Vico… Joyce”, ya divisó
con una lucidez que deja pasmado a cualquiera, qué se estaba jugando en esta
obra: «No es para que se lea –o más bien no sólo para que se lea. Es para que
se mire y se escuche. No es una escritura acerca
de algo; es ese algo (…) Esta
escritura que encuentran ustedes tan oscura es la quintaesencia de lenguaje,
pintura y gesto, con toda la inevitable claridad de la vieja articulación. Aquí
está la salvaje economía de los jeroglíficos. Aquí las palabras no son las
cultas contorsiones de la tinta de los impresores del siglo XX. Están vivas. Se
abren paso sobre la página, y brillan y arden y se apagan y desaparecen», en Detritus (2001), pp. 129 y 132.
Sorprende, más si cabe, pensar que fue precisamente este joven quien empujó a
lengua a un estilo totalmente opuesto; así, frente al hiperbarroquismo de
Joyce, el hiperminimalismo de Beckett.
[7]
Escribe Eco, temprano y certero intérprete del Wake, lo siguiente: «A parte il fatto che molte saranno sfuggite
allo stesso autore (che approntava una macchina per suggerire, capace, come
ogni macchina complessa, di operare al di là delle intenzioni originarie del
costruttore), non è affatto necesario evidentemente che il lettore capisca il
significato esatto di ogni frase e di ogni parola, neppure quando, tra i tanti
intravisti, si ritaglia il senso piú congeniale; la forza del detato sta
nell’ambiguità permanente en el risuonare continuo di tanti sensi che si
prestano a un’opera di selezione ma non vengono domati né eliminati da alcuna
selezione», Le poetiche di Joyce (2002),
p. 130.
[8] Joyce, op. cit.,
p. 120.
[9] D. Attridge escribe: «narrativity abounds in Finnegans
Wake, the book’s very texture is tightly woven web of stories. Through his
extraordinary development of the portmanteau technique, Joyce found a way of
interweaving narrative possibilities at several levels simultaneously: a
paragraph, a sentence, a phrase, or even a word can offer a mini-narrative to
the reader. Linearity –a crucial feature of narrative– goes out the window», Joyce Effects. On Language, Theory, and
History (2001), p. 129.
[10] Derrida, op.
cit., 1987, p. 45.
[11] Ibid.,
p. 52.
[12]
Las citas que siguen corresponden a las tres últimas páginas del mentado
capítulo noveno del FW (pp. 257-9).
Hay deudas obvias por lo que respecta al desentrañamiento de pasajes. Así, de
obligada referencia, es tanto la minuciosa glosa crítica de R. McHugh, Annotations to Finnegans Wake (2006),
como la anónima y virtual en http://finwake.com/.
Cabe destacar también, la lectura de capítulos de algunas monografías: W. Y.
Tindall, A Reader’s Guide to Finnegans
Wake (1969), pp. 99-110 y Ph. Kitcher, Joyce’s
Kaleidoscope. An Invitation to Finnegans Wake (2007), pp. 130-45
[13] No es baladí que se haya decidido emprender
esta lectura desde uno de ellos (según parece –pues con el Wake nunca hay nada en firme–
se pueden escuchar y leer hasta diez truenos en la obra). Richard Ellmann, en
su pantagruélica biografía sobre Joyce, relata la anécdota de que Joyce solía
recomendar a modo de proemio la lectura de la Scienza nuova ante el extravío y la perplejidad de sus lectores, James Joyce (2002), pp. 774 y ss.
[14]
Vico, Ciencia nueva (2006), p. 281.
[15] Véase, a este respecto, de J. Bishop, Joyce’s Book of the Dark: “Finnegans Wake”
(1986).