reseñas
Pasado,
presente y futuro de la interculturalidad en las aulas
Juan Antonio López
Ribera
(IES “Villa de Abarán”, Abarán)
RESEÑA: Escuela e inmigración: la experiencia española, de Mohamed
El-Madkouri Maataoui y Beatriz Soto Aranda.
(Instituto de Estudios Ibéricos e
Iberoamericanos, Universidad de Varsovia, 2012, 264 págs. ISBN:
978-83-62171-74-3)
Corren
tiempos turbulentos para la educación, y por ello el libro de Mohamed El-Madkouri
Maataoui y Beatriz Soto Aranda Escuela e
inmigración: la experiencia española se hace necesario, y yo diría que casi
imprescindible, por su reivindicación de una interculturalidad que no solo
quede recogida en el papel, sino que sea puesta en marcha de manera efectiva en
las aulas para garantizar la integración social del alumnado inmigrante. El
libro, según explican los autores, lleva a cabo un estudio de la experiencia
intercultural en las aulas españolas de los últimos veinte años, con el fin de
“aportar una reflexión enriquecedora al debate social que sobre la inmigración
está teniendo lugar en la sociedad polaca en la actualidad” (pág. 11), y, aún
más importante, “contribuir a una reflexión sobre el modo en que la universidad
debe encarar la formación de los futuros profesores” (pág. 12). Desde esta
doble perspectiva, el estudio que nos ocupa no solo quiere hacer un balance
histórico de las relaciones entre escuela e inmigración, sino que ofrece
alternativas y propuestas realistas para mejorar el modelo de integración
cultural y lingüística en un futuro inmediato.
El
primer capítulo, “La inmigración en el marco de las transiciones española y
polaca”, funciona como contexto histórico del último cuarto de siglo tanto en
España como en Polonia. Ambos países, el primero con su proceso de transición
democrática y su entrada en la CEE en 1985, y el segundo con su abandono del
sistema comunista gracias al Movimiento Solidaridad liderado por Lech Walesa,
comparten rasgos comunes en su historia reciente: dejan atrás un régimen
autoritario que restringía la salida de los ciudadanos al exterior, se
incorporan a la Unión Europea (con la consiguiente modificación de sus
estructuras económicas) y su entorno geoeconómico se caracteriza por el cierre
de fronteras. Estas circunstancias propician que la inmigración se convierta en
un factor económico de mucho peso y en materia de muchos e importantes debates
sociales.
El
segundo capítulo, “Situación y desarrollo de los colectivos inmigrantes más
destacados en España”, examina la amplia diversidad del colectivo inmigrante en
España desde el final del proceso de transición, que los autores sitúan en 1985
(entrada en la CEE), y sus relaciones con el exogrupo, la sociedad española. En el año 1990, la población
inmigrante era en su mayoría de Europa del Este, principalmente polacos,
rumanos y rusos. Más adelante, en 1995, el grueso de la inmigración es de
origen marroquí; en general, se trata de hombres jóvenes con estudios
universitarios que suelen agruparse en las localidades de costa, y que en los
últimos años –señalan los autores– han tenido que sufrir cierta estigmatización
por parte del exogrupo debido a
acontecimientos como los atentados del 11-M. Ya a partir del año 2000,
Hispanoamérica ha sido el origen de la mayoría de la población inmigrante en
España, aunque, como se puede comprobar estadísticamente, este tipo de
inmigración es un fenómeno creciente en nuestro país desde 1970. Los países de
origen más frecuentes de este colectivo son Perú, Venezuela y Ecuador, y como
rasgos principales podrían señalarse que son un grupo mayoritariamente joven,
cuya cualificación laboral ha ido reduciéndose con el tiempo y que gozan, por
lo general, de una buena imagen entre los miembros del exogrupo debido a la
cercanía lingüística. Los autores, por otra parte, no se olvidan de un fenómeno
tan reciente como es la inmigración de origen asiático: los inmigrantes chinos,
dedicados en su mayoría al sector servicios y que el exogrupo suele calificar
como autosuficientes, y los inmigrantes de origen filipino, principalmente
mujeres empleadas como servicio doméstico.
De
todos estos datos objetivos se puede extraer una conclusión muy clara: la
inmigración en el contexto español es un fenómeno multifactorial, donde cada
grupo de inmigrantes ha evolucionado de manera muy distinta. Ese proceso de
evolución, como bien apuntan los autores, ha sido bastante desconocido para el
nativo español, que muchas veces basa su visión de estos grupos de inmigrantes
en tópicos.
Bajo
el título de “Implicaciones sociolingüísticas de la inmigración”, el tercer
capítulo del libro centra su atención en los mecanismos puestos en marcha por
la Administración a la hora de apoyar la inserción lingüística de los
inmigrantes: “La reagrupación familiar, entre otros factores, va a obligar a
las administraciones públicas, en concreto a las comunidades autónomas ya que
la mayoría tienen competencias en educación y servicios sociales, a establecer
políticas sociales de integración de los inmigrantes” (pág. 68). Dos de las
principales políticas de integración del colectivo inmigrante son la adquisición
del español (L2) como lengua de acogida (LA) y los servicios de mediación
lingüística.
Tradicionalmente
se ha considerado que la adquisición de una segunda lengua marca el grado de
integración social y la inserción laboral del sujeto inmigrante. En el contexto
español, hay que tener en cuenta varios elementos clave en ese proceso de
integración lingüística, como son la cantidad y la calidad del input (información lingüística) recibido
por el inmigrante, el tipo de actividad laboral ejercida, la situación
administrativa y laboral y el acceso al registro escrito. Inevitablemente, en
esa adquisición de la lengua de acogida tiene un papel fundamental la escuela y
sus políticas lingüísticas; en este sentido, el profesorado dedicado a la
enseñanza de español para inmigrantes tiene dos retos ineludibles: conseguir
alumnos “competentes”, entendiendo esa competencia como la capacidad o
habilidad para desenvolverse en la L2 en contextos diversos, y fomentar que el
estudiante encuentre un ritmo y forma de aprendizaje propios.
En
cuanto a los servicios de mediación lingüística, los autores señalan que, por
lo general, las comunidades autónomas han encargado este servicio a
intérpretes, que han ejercido una labor de apoyo indispensable en el sistema
educativo, especialmente en lo que se refiere a la traducción de documentos
oficiales (en los procesos de matriculación de alumnos) y a la asistencia a
alumnos con dificultades de aprendizaje lingüístico. Los autores hacen especial
hincapié en este asunto: “el mediador no puede ni debe sustituir a otros
profesionales con funciones especializadas, tal es el caso de profesores y
orientadores, sino servirles de apoyo” (pág. 102). El mediador es una figura
que debe ser no solo bilingüe, sino bicultural, es decir, su mediación
lingüística no debe quedar al margen de la mediación intercultural. Por ello,
“la mediación lingüística en centros de educación primaria y secundaria se debe
plantear no solo como un recurso que la administración oferta a los centros
educativos sino como un derecho de las familias que debe estar convenientemente
regulado y soportado. La formación de los mediadores, entonces, debe
convertirse en uno de los objetivos de los estudios de Traducción e
Interpretación en España” (pág. 111).
El
cuarto capítulo, titulado “La gestión lingüística y cultural de la
inmigración”, incide en el tema de la integración social del inmigrante desde
la doble perspectiva lingüística y cultural, pues, como escriben los
autores, “la inmigración es uno de esos
fenómenos que hace cuestionar los parámetros constitutivos de las sociedades,
desde principios teóricos como el concepto de ciudadanía, la igualdad ante la
ley, hasta aquellos que los ciudadanos perciben de forma inmediata como la
vestimenta, la comida, los olores o el idioma; en suma, la identidad colectiva”
(pág. 115).
Especialmente
interesante es el apartado en el que los autores examinan el tratamiento del
tema de la inmigración en los medios de comunicación; en lo que atañe al ámbito
educativo, los medios siguen dando una imagen del inmigrante como problema, una
falacia que los autores desmontan con datos de los Informes PISA de los últimos
años. Pese a ello, no olvidemos, como hemos dicho antes, que la imagen del
inmigrante se forja la mayoría de veces de manera superficial y con arreglo a
tópicos; es por eso que los autores afirman que “estamos todavía lejos de una
consideración de la inmigración como fenómeno cultural positivo” (pág. 127).
Una
integración efectiva del inmigrante debe llevarse a cabo, según los autores,
bajo un criterio lingüístico, “ya que la lengua está implicada en todas las
facetas del ser humano haciendo posible no sólo la comunicación sino que
facilita los conocimientos sociales y culturales necesarios para cualquier
proyecto de integración” (pág. 129). Es decir, una buena integración social del
inmigrante consiste en dotarlo de un conjunto de habilidades que lo permitan
interactuar socialmente con éxito (o lo que es lo mismo, interactuar
correctamente en cualquier contexto). Si el inmigrante se maneja bien en la
lengua autóctona, sin duda tendrá la oportunidad de conocer más profundamente
la sociedad en la que quiere integrarse.
Conocer
la lengua da al inmigrante la oportunidad de aprehender la identidad del lugar
en el que vive y trabaja. La construcción de esa identidad comienza en la
escuela, en el aula; en los países occidentales, tres han sido los principales
modelos de política social y educativa, y por tanto tres han sido las visiones
sobre el papel de la lengua de acogida (LA): 1) el modelo asimilacionista, que
consiste en un aprendizaje rápido de la LA, sin tener en cuenta la L1 del
aprendiz; 2) el modelo segregacionista, en el que se mantiene la L1 como lengua
vehicular en la etapa de educación primaria (se reconoce la diferencia), y 3) el
modelo interaccionista, que “considera que las dificultades vendrán dadas por
un déficit cognitivo debido a las deficiencias culturales y sociales o a la
pérdida de la lengua materna. En el primer caso se opta por intensificar la
enseñanza de la lengua oficial y por el desarrollo de programas de enseñanza
multicultural. En el segundo, se apoya la adquisición de la L1 como asignatura
o como vehículo de instrucción en la Enseñanza Primaria” (pág. 139). Por
último, este cuarto capítulo se ocupa de la enseñanza de lengua y cultura de
origen (ELCO) en España; estos programas educativos están planteados como apoyo
a la formación de los alumnos inmigrantes con vistas al retorno a su país de
origen.
El
quinto y último capítulo, “La adquisición del español: planteamientos desde la
escuela”, es el corazón de la obra que nos ocupa. En él, los autores
profundizan en el análisis de los métodos prácticos de enseñanza del español
para inmigrantes en la escuela. En primer lugar, los autores exponen una serie
de “ideas preconcebidas” que se desprenden de las encuestas realizadas en los
distintos niveles educativos: en Educación Infantil, por ejemplo, los
profesores suelen considerar que la L1 es más o menos difícil en función del
espacio geográfico en que se habla y de las diferencias culturales; por otra
parte, los niños no tienden a utilizar la lengua de sus padres, salvo que se
les imponga, por lo que el español se adquiere como una L1, y eso probablemente
es la principal causa, como indican las encuestas realizadas por los autores,
de que los niños se integren con entusiasmo y adopten enseguida las costumbres
españolas (además, los padres suelen insistir en que se les hable a sus hijos
en español); en cuanto a la Enseñanza Obligatoria, las dificultades en el
aprendizaje del español suelen argumentarse en base a la mayor o menor
proximidad lingüística entre la lengua de origen y la lengua de acogida, y por
el hecho de si el país de origen es bilingüe o no.
Como
fundamentos teóricos de su investigación sobre la adquisición de la L2 como
lengua de acogida en la escuela, los autores hacen mención al enfoque
cognitivo-lingüístico, que atiende preferentemente al concepto de proficiencia
lingüística (combinación y puesta en práctica de las destrezas de comunicación
interpersonal y la competencia académica de la lengua), y al enfoque
socio-educativo, que analiza, además del concepto de proficiencia, el papel de
la escuela como incentivador en el desarrollo de la LA. Una vez sentadas esas
bases teóricas, culmina el capítulo con los resultados de la investigación de
los autores, llevada a cabo sobre estudiantes marroquíes de dos colegios de
Madrid y otro de Valladolid. En el caso de Madrid, se hace especial hincapié en
cuestiones como el uso del español en el entorno familiar, la influencia de la
L1 y las características de la enseñanza reglada; el estudio realizado en
Valladolid toma como sujetos a cuatro estudiantes procedentes de la misma
localidad marroquí, caracterizada por su bilingüismo social y por su alta tasa
de emigración a España.
Los
dos estudios arrojan conclusiones muy interesantes. De entrada, los resultados
desmontan todos los argumentos aducidos para justificar las dificultades de
aprendizaje de la L2: “toda persona de por sí está capacitada para aprender y
utilizar un idioma de forma comunicativa, independientemente de cual sea para
ella la L1” (pág. 221). Por lo tanto, se hace necesario reorientar la base de
los planteamientos en torno a esta cuestión y hacerlos más acordes con la
realidad; los autores proponen, entre otras cosas, fomentar un conocimiento más
profundo de las relaciones entre el español y la lengua de origen del
inmigrante, mejorar la formación específica del profesorado para la enseñanza
de segundas lenguas, instar a las editoriales para que realicen un esfuerzo en
el diseño de materiales didácticos orientados a este tipo de enseñanza y
establecer una tipologización del alumnado marroquí en base a criterios
objetivos.
¿Y
si descendemos al aula? ¿Cómo mejorar la atención al alumnado inmigrante? Los
autores hacen una propuesta muy clara: “considerar que las aulas de
compensatoria deberían estar más enfocadas a reforzar el desarrollo de las
destrezas académicas y al desarrollo de la competencia lingüística, dando
énfasis a la estructura formal del español. Esto supone la necesidad de
evaluar, en el momento de la incorporación del alumnado al centro, no sólo el
conocimiento del español, sino los conocimientos previos y las destrezas
desarrolladas, tales como la lectoescritura o las matemáticas” (pág. 224). De
esta forma, explican los autores, los alumnos inmigrantes podrían ser agrupados
por su grado real de escolarización, y así las sesiones lectivas ganarían en
rentabilidad, facilitando una incorporación más rápida de estos alumnos al aula
de referencia.
Vuelvo
a la idea del principio. Escuela e
inmigración: la experiencia española es una reivindicación clara de la
interculturalidad efectiva en las aulas. De la interculturalidad como
interacción positiva entre personas de distinto origen, como un valor que
enriquezca nuestra convivencia diaria. Como bien sostienen Mohamed El-Madkouri
y Beatriz Soto Aranda durante su obra, la interculturalidad no consiste
únicamente en el aprendizaje de una segunda lengua, sino también en la asunción
de los valores y costumbres que forjan la identidad del territorio de acogida.
Ello es posible si se lleva a cabo una apuesta fuerte por la formación del
profesorado y por la dotación de recursos didácticos específicos para el
trabajo en el aula con alumnado inmigrante. Esas deberían ser dos piedras
angulares dentro de un proyecto intercultural efectivo en el aula; y con “efectivo”
nos referimos a que el alumno inmigrante adquiera las habilidades lingüísticas
y sociales necesarias para desenvolverse en cualquier contexto de la vida
cotidiana. Conseguir esto de manera reglada, con medidas claras y cercanas a la
realidad, es esencial para que la ciudadanía deje de considerar el fenómeno de
la inmigración como una fuente de problemas. Superar esa visión superficial y
tópica del inmigrante es un reto que la sociedad española aún tiene pendiente:
“La interculturalidad supone la aceptación por parte de la sociedad de que
entre sus ciudadanos los hay que tienen idiosincrasias particulares y que no
por ello deben ser discriminados. Al contrario, el conocimiento de otras
lenguas y otras tradiciones no nos hace sino más universales, máxime en un
mundo globalizado como el de hoy” (pág. 226).
Sin
duda, el libro de Mohamed El-Madkouri y Beatriz Soto Aranda desmonta muchas de
las falsas imágenes sobre la inmigración que aún cunden en nuestra sociedad, y
lo más importante, recoge propuestas realistas y efectivas para que, en el
ámbito educativo, la diversidad lingüística se convierta, más pronto que tarde,
en un factor positivo en todos los niveles de enseñanza. La interculturalidad
es un proyecto que comienza en la escuela y culmina en la calle, en el día a
día, en la convivencia pacífica y en el respeto a la diferencia. A todo ello
quiere contribuir este libro, Escuela e
inmigración: la experiencia española, lectura muy recomendable por su rigor
analítico, por su lúcida visión del panorama educativo y, sobre todo, por sus
propuestas sólidas y creíbles en lo que atañe a la enseñanza de español para
inmigrantes.