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Revista de estudios filológicos
Nº26 Enero 2014 - ISSN 1577-6921
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peri biblión

SOBRE LA DIFERENCIA DE LAS RAZAS, DE FERDINAND BLUMENTRITT

 

Vasco Caini

(edición y notas)

 

 

Ferdinand Blumentritt (1853-1913) nació en Praga, entonces parte del Imperio austríaco. Fue un apasionado estudioso de Filipinas y, como tal, entró en íntima amistad con José Rizal. Publicó un artículo en alemán sobre la revista International Archiv für Ethnographie, Tomo X (1897), pp. 88-92, que salió poco después de la ejecución de Rizal, y que es en parte su conmemoración. Ilustra el pensamiento de Rizal sobre el racismo, tema sobre el cual Rizal era particularmente sensible por los tratamientos sufridos en Filipinas bajo la dominación española. Proponemos el mismo artículo, en la traducción en castellano de Adolf Spanielberg y de León Ma. Guerrero, con notas de José P. Bantug, incluido en la recogida Escritos de José Rizal, Tomo VIII, Escritos varios, segunda parte, Comisión Nacional del Centenario, Manila, 1961, pp. 641-654.                                                                               

 

SOBRE LA DIFERENCIA DE LAS RAZAS
 POR EL PROF. HERRN. FERDINAND BLUMENTRITT

El 30 de Diciembre de 1896, los españoles fusilaron en Manila al Dr. José Rizal, al hijo más grande de Filipinas, como pseudo-iniciador de la revolución que reinaba en ese archipiélago[1]. Era tagalo, nacido en Calamba, un pequeño pueblo de la provincia de Laguna de Bay, Isla de Luzon[2]. Prime­ramente había sido destinado a la carrera eclesiástica, pero le atraía más el estudio de la medicina y así aprobó los exámenes de esta en Manila y Madrid, recibiendo en esta última ciudad el diploma de Doctor en Medicina y Filosofía[3]. Amplió sus estudios en ese ramo en Paris, Heidelberg, Leipzig y Berlín[4], y se dedicó al mismo tiempo a estudiar idiomas y etnografía; fue más tarde nombrado miembro de la sociedad antropológica de Berlín[5]. De vuelta a su patria, se vio muy pronto forzado a emigrar, puesto que su novela Noli Me Tángere le había atraído el odio insaciable de los viejos españoles[6]. Después de una breve estancia en el Japón y Norte América se estableció en Londres, donde, bajo la dirección del Dr. Rost, perfeccionó sus estudios de idiomas[7] y se ocupó al mismo tiempo de la segunda edición de la célebre obra de Morga, Sucesos de las Islas Filipinas, que entonces publicó en Paris[8]. En Biarritz, Paris, Ginebra y Bruselas escribió su segunda novela política, El Filibusterismo. Durante algún tiempo practicó la medicina en Hong-Kong[9] desde donde se dirigió a Borneo (Británico), con intención de fundar allí una colo­nia agrícola-filipina[10]. Consiguió permiso para visitar su patria, pero fue arrestado allí por haberse encontrado, en sus baúles, en la Aduana, escritos anti-españoles[11]. Fue deportado a Dapitan de donde pudo haberse evadido fácilmente. Fiando en su inocencia se quedó en el destierro[12]. Cuando estalló la revolución, le acusaron inmediatamente como su prin­cipal promovedor[13]. Fue querellado tres veces en cinco me­ses, y por último vieron sus poco cristianos enemigos sus de­seos realizados: a la tercera vez fue sentenciado a muerte y eje­cutada la sentencia[14]. Esta es en pocas palabras su vida pero no es de Rizal el político, la desgraciada víctima de la venganza política y personal de quien tenemos que ocuparnos en este escrito, sino de Rizal, el tagalog intelectual, que sentía por su patria un amor romántico, y consideró como deber suyo dedicar su vida en la educación de los malayos filipinos para ponerlos, hasta donde humanamente fuese posible, al nivel cul­tural de los europeos[15].

Se ocupó principalmente en el análisis de los sentimientos que influyen recíprocamente y de cuando en cuando a las razas blancas y de color. Nadie como él estaba en condiciones para emprender el estudio de la importantísima cuestión de la psicología de las naciones y acercarse a su solución, pues, era de raza morena y había vivido en su patria entre sus sencillos com­patriotas, lo mismo que entre los blancos, mestizos y otras razas de Manila y conocía a fondo  Europa, Hong-Kong, Japón y Estados Unidos, no como un simple viajero de paso. Sus extensos conocimientos lingüísticos le facilitaron la lectura de todo lo importante que se publicaba en los países civilizados sin que su vigorosa inteligencia se apegase nunca a lo superficial[16].

Así estaba pertrechado y no en balde. Aunque no le fue posible consignar sus observaciones en un libro, tocaba este tema tan a menudo en sus numerosas cartas y tanto me habló sobre el mismo que bien puedo comunicar aquí sus ideas fun­damentales. He de observar, sin embargo, que Rizal se ocupó solamente de la relación entre los blancos y la raza de color filipina, pues, decía él, la psicología de las otras de color le eran desconocidas.

Rizal decía, que aun de niño ya había sentido profunda­mente que los españoles le trataban con desprecio, nada más que porque era indio. Desde entonces trató de saber que fun­damento moral tenían los blancos, y sobre todo los españoles, de mirar despectivamente a un hombre que pensaba, aprendía y podía lo mismo que ellos, sin más razón que la de tener la piel morena y el pelo lacio.

Los europeos se consideran dueños absolutos de la tierra, y su raza como la única portadora del progreso y la cultura, también como la única especie típica del género homo sapiens, declarando las otras razas inferiores, es decir incapaces de asi­milarse jamás la cultura europea; así las razas de color solo representan simples variedades del género homo brutus, según la opinión de los europeos.

Rizal se preguntaba: ¿Son estas opiniones justas? Esta pre­gunta ya se hizo cuando era colegial y observaba atentamente a sus condiscípulos blancos y a sí mismo. Pronto cayó en la cuenta de que, en el colegio al menos, no se podía notar nin­guna diferencia, en cuanto al nivel intelectual, entre el blanco y el nativo; había perezosos y diligentes, viciosos y morales, estúpidos y muy inteligentes, tanto entre los colegiales blancos como en los morenos. Le alentaba en este estudio de las razas a estudiar asiduamente; se había apoderado de él una especie de envidia racial. Se alegraba cuando un problema difícil, que sus condiscípulos blancos no conseguían resolver, era resulto por él. Esto no lo consideraba él un éxito personal, sino como un triun­fo de su propio país. Era pues, primeramente en el colegio donde obtuvo el convencimiento de que tanto los blancos como los nativos que trabajaban intelectualmente adelantaban de igual manera — ceteris paribus. De ahí dedujo, que tanto los unos como los otros tienen la misma capacidad natural.

Como consecuencia de esta deducción, se desarrolló en Ri­zal, según él mismo lo confiesa, hasta una especie de arrogancia justificada. Principió a acariciar la creencia de que los tagalos eran más intelectuales que los españoles (los únicos blancos con los cuales se había asociado entonces); Rizal contaba con placer, como había llegado a esta deducción engañosa. Pri­meramente, porque se decía lo siguiente: En nuestro colegio no se ensena más que en español, es decir, los blancos re­ciben su instrucción en su propia lengua, nosotros, los nativos, tenemos que esforzarnos en una lengua extranjera para poder comprender la enseñanza, por eso nosotros debemos ser más in­telectuales que los españoles, cuando nos ponemos al nivel de ellos y a superarlos algunas veces. Una más detenida observación despertó en él duda, sobre la preponderancia de la inteli­gencia europea. El notó, que los españoles creían que los na­tivos los veneraban como seres superiores, en la convicción de que los blancos habían sido creados de mejor barro que los nativos. Pero Rizal sabía muy bien que el respeto que los na­tivos demostraban a los blancos no significaba desprecio de su propia raza; el respeto era puramente superficial, dictado por el miedo y el egoísmo. De miedo, porque veían en el blanco a su amo y gobernante, el que despóticamente aunque quizás con la mejor intención, les subyugaba. De egoísmo, porque veían che el europeo, por su vanidad de raza, siempre exhibía un lado débil; de él puede obtener mucho, si uno se arrastra y humilla (el europeo no le quiere pues de otra manera). Los nativos tampoco sienten respeto por el europeo, solamente se inclinan ante él: pero se ríen a sus espaldas, y se burlan de su arrogancia creyéndose ellos más astutos. Como los españoles no recono­cen la verdadera intención de los nativos, Rizal se creyó con razón para considerarles inferiores a sus compatriotas en cuanto a perspicacia. El Dr. Rizal, en los últimos tiempos, recordaba con placer las deducciones engañosas de su juventud, porque, decía él, lo había comprobado en sí mismo, que cuan fácil es for­marse juicios erróneos a propósito de una nación extraña: siem­pre que oía de boca de los europeos, o leía en sus libros opi­niones sobre mi país, se refrescaban en mi memoria las ideas de mi juventud, y el enojo, que de mí se apoderaba desaparecía y sonriendo, citaba el refrán trances: comprenderlo todo es perdonarlo todo.

La estancia en España le abrió un mundo nuevo. Su hori­zonte intelectual principió a extenderse considerablemente. Nue­vas ideas se apoderaron de él. Venia de un país, donde reina la beatería, donde el fraile español, el empleado español, el militar español gobiernan con poder ilimitado cuerpos y almas. Aquí, en Madrid encontró todo lo contrario; libre-pensadores y ateos hablaban libremente de una manera insultante de su religión y de su iglesia, la autoridad del gobierno la encontró aquí escasa, y no solamente vio a los liberales pelear con los cle­ricales, sino que vio con gran asombro, que los Republicanos y Carlistas trabajaban abiertamente por la realización de sus idea­les políticos. Un sentimiento de amargura se apoderó él cuan­do vio la diferencia entre la libertad sin freno de la Madre Patria y la teocracia absolutista de su patria. Estudiaba ahora los varios partidos de España, pero este estudio no contribuyó a mejorar su opinión respecto de los europeos. Vio que todos los partidos se basaban sobre hermosos programas, comprobó también que aunque cada partido bajo sus jefes adolecía de cierta indisciplina, no solamente se acaloraban por un celo partidista sino también por convicción propia; vio que la mayor parte de los políticos eran guiados consciente o inconscientemente por el orgullo y el egoísmo.

Más le asombraba aún el que las masas del pueblo se mos­trasen indiferentes o que, sin reflexión, iban a las urnas electorales. Esto también decía, es el fruto de una vieja civilización de más de dos mil años; que de cien europeos noventa y nueve creen todo sin criticar lo que los redactores de sus periódicos favoritos tientan a bien participarles. "Eso hacen mis tagalos también aunque no tengan la piel blanca."

De mayor influencia para él fue su estancia en Francia, Alemania e Inglaterra. En estos países ensanchó sus conoci­mientos científicos, o por mejor decir, allí descubrió por primera vez el espíritu de la ciencia moderna de los idiomas, allí aprendió por primera vez el significado de la palabra etnografía.

En España se ensena principalmente — hablo aquí solamente de Filipinas lenguajes y etnografía de una manera muy particular. Los frailes españoles escribían y escriben muchas gramáticas y diccionarios de los dialectos filipinos, pero sin tener conocimiento (al menos del conocimiento sistemático) de los otros idiomas malayos. Uno de ellos ha tratado de buscar la relación de los dialectos del país con los otros idiomas malayos, pero se desviaba por senderos aventurados. Solamente los jesui­tas y el mestizo filipino, Dr. T. H. Pardo de Tavera son gloriosas excepciones. En el estudio de los idiomas del Dr. Rizal contri­buyó muchísimo la influencia personal del difunto Dr. Rost de Londres. Los comentarios de este y el estudio de las obras de W. von Humboldt, Jacquet, y Prof. H. Kern le proporcionaron la visión de un mundo completamente nuevo[17]. Se decidió a editar una obra sobre el verbo tagalog; más tarde enmendó este plan, y en Dapitan escribió una gramática tagala en inglés escribiendo al mismo tiempo una concordancia acerca de los ele­mentos relativos del tagalog con el bisaya. Quería dedicar una de estas obras al Dr. Kern en nombre de los malayos y la otra en recuerdo del Dr. Rost. No le fue dado poder concluir los manuscritos[18]. Arrastrado de juzgado en juzgado, hubo de morir en el sitio de ejecuci6n. Felizmente nos quedó un tra­tado sobre la transcripción del tagalog, cuya traducción apareció en las colaboraciones del Instituto lndico[19]. Desgraciada­mente contribuyó esta obra al aumento del odio de sus adver­sarios políticos, pues los españoles están tan apasionadamente predispuestos contra toda clase de obras genuinamente filipinas, que en ellos siempre husmean intenciones separatistas, y en Fili­pinas el que sea sospechoso de separatismo, puede estar seguro de un triste fin.

El estudio de etnografía de los españoles en Filipinas co­rre parejas con sus estudios lingüísticos. Todos los españoles que hoy día escriben sobre la etnografía de Filipinas están muy de­bajo del nivel en que estaba a fines del siglo pasado y a prin­cipios de este siglo su célebre compatriota Hervas, pues saben menos que este. Si se leen obras españolas modernas sobre la etnografía de Filipinas, se observa con asombro, que sus autores trabajan lo mismo que los historiadores y cronistas de los siglos pasados; escriben sus propias observaciones o copian sin criticar los trabajos de sus antepasados, sin tener idea de la relación de las costumbres, moralidad, etc., de los filipinos con los natu­rales de los otros países. En una palabra, la moderna etnografía está todavía en España en pañales.

Rizal, crecido entre españoles, no estaba en este concepto mejor instruido que los españoles mismos. Solamente por mí, que fui el primero en llamar su atención en la brecha de su educación, ahora trató con verdadero ardor de ensanchar sus co­nocimientos en este respecto. Las etnografías generales de von Peschel, F. Muller, Waitz-Gerland, y Ratzel, los paralelos etnográficos de Andree, las monografías de Wilken, las publica­ciones de cultura histórica de Lippert, Hellwalcl fueron en­tonces el tema de su diligente y cabal estudio. Estos estudios no solo profundizaron su saber sino que le sirvieron también de gran consuelo. Pensó que solamente veía ahora, que su nación no era de antropoides como lo afirmaban los españoles, pues encontró que los defectos y virtudes de los tagalos eran puramente humanas y que las predilecciones y vicios de un pueblo no son solamente peculiaridades de raza sino hábitos he­redados sobre los cuales influyen el clima y el medio social.

A esto añadió lo que él llamaba su Curso en etnografía práctica  que consistía en observar la vida de los labradores. Con este propósito en la mente, se retiraba durante semanas y meses a las aldeas tranquilas donde observaba atentamente la vida de los habitantes[20].

El resultado de sus estudios científicos y prácticos lo resumía en los siguientes:

(1) Las razas humanas se diferencian en sus hábitos ex­teriores y la construcción de su esqueleto, pero no en cuanto a su psique. Sienten las mismas pasiones, los mismos dolores que impulsan a los blancos, amarillos, morenos y negros; solo que la forma en que estas se expresan es diferente, pero esta tampoco es constante en ninguna raza ni pueblo alguno, sino variable según la influencia de los factores diferentes.

(2) Las razas no existen más que para los antropólogos; para el observador de la vida de los pueblos no hay más que capas sociales. El clasificar y nombrar estas capas constituirá el problema de los etnólogos. De la misma manera que se reco­noce esquemáticamente la altura de las montañas por las fajas de estratificación así también se podría obtener una cosa similar comparando las capas sociales de la raza humana. Del mismo modo que hay montañas que no alcanzan las más altas capas de altura, así también hay pueblos que no poseen los más altos es­tratos sociales; los más bajos son comunes a todos los pueblos. En los antiguos territorios de cultura de Francia y Alemania forma la masa principal de la población una clase, que está al mismo nivel intelectual que la masa principal de los tagalos; solamente lo separan el color de la piel, el vestido y el idioma. Si los montes no se hacen más altos, los pueblos en cambio crecen poco a poco hacia los estratos superiores. Este crecimiento no depende solamente de la capacidad de los mismos pueblos, sino de la benevolencia del destino y de otros factores, en parte ex­plicables y en parte incalculables.

(3) Cuando no solamente los políticos coloniales sino también los hombres de ciencia afirman, que hay razas de in­teligencia limitada, que jamás pueden elevarse a la altura de los europeos, la verdad de la razón es la siguiente:

Con una inteligencia elevada sucede lo mismo que con la riqueza. Hay pueblos ricos y hay pueblos pobres como hay individuos ricos y pobres. El rico que cree haber nacido rico, se engaña a sí mismo; ha venido al mundo pobre y desnudo lo mismo que su esclavo. Lo que acontece es que el hereda su fortuna que sus padres han adquirido. Creo que también la inteligencia se hereda. Los pueblos, que en ciertas condiciones especiales se vieron obligados a trabajar intelectualmente, tienen naturalmente, la inteligencia más desarrollada que legan a sus descendientes, los cuales han seguido poniéndola a interés. Los pueblos europeos son ricos (en inteligencia) pero los presentes no pueden afirmar sin falsear que desde su creación hayan sido ricos (en inteligencia); han necesitado siglos de combate y tra­bajo, de circunstancias favorables, la necesaria libertad, leyes provechosas, y jefes de recto juicio para legar su riqueza inte­lectual a sus descendientes. Los hoy pueblos inteligentes, lo son por un largo proceso de herencia y lucha. Esto lo prueba la his­toria; los romanos no tenían mejor opinión de los germanos que los españoles tienen de los tagalos, y cuando Tácito los alaba, sigue el mismo camino de tendenciosa adulación como vemos en los secuaces de Rousseau, quienes creían realizados sus ideales filosófico-políticos en Tahití.

      (4) La pobre opinión que los europeos tienen de la gen­te de color se podrá explicar pero no excusarse. Rizal se funda en esto como sigue: A los países exóticos no emigran hombres de carácter indeciso, sine enérgicos que no solamente se llevan consigo de su tierra el prejuicio contra la raza de color, sino también con el sentido de derecho legal que están llamados a gobernar sobre la gente de color. Si se supiera, lo que muy pocos blancos saben, que la gente de color teme la brutalidad de los blancos, con eso ya se puede explicar el por qué la gente de color en las obras de los blancos aparece rebajada cuando ésta naturalmente no puede replicarles con obras impresas. Si se concede además, que la gente de color pertenece a los más in­feriores estratos sociales, así, el juicio de un blanco tiene el mismo valor que, cuando un tagalo educado, que, viajando por Francia y Alemania, juzgara a los franceses y alemanes según las pas­toras, criados, camareros y cocheros.

(5) La desgracia de la gente de color está únicamente en el color de la piel. En Europa hay mucha gente, que se ha elevado a los más altos puestos y honores, siendo descendientes de la esfera más baja del pueblo. Estos escaladores son de dos clases: los unos se asimilan muy pronto el ambiente que les rodea, y nunca se les echa en cara su origen como una vergüenza, sino, al contrario, se les honra por ser self-mademen. Los otros son los advenedizos de los cuales uno se ríe y se burla.

Un hombre de color se encuentra generalmente en la po­sición de la segunda clase de los escaladores, por más noble y pundonoroso que sea, en todas las acepciones de estas dos pa­labras, siempre lleva en la cara la marca indeleble de su ascen­dencia; lo que trae para el hombre de color, según los prejui­cios europeos, penosas humillaciones. Aquí se critica todo; un pequeño error que se perdonaría sin escrúpulos al hijo de un zapatero que se ha elevado hasta hacerle un barón, y que lo mis­mo ha pudo haberle pasado a un descendiente de Montmorency, causa risa y se oye la observación: ¡que quiere V., si es un mo­reno! Pero si no se peca en contra de la etiqueta, si es uno un hábil abogado, un buen médico, esto no se toma como una cosa que se entiende por sí solo, sino que le miran a uno con la misma benevolencia, con que se admiran en un circo a un perro lanudo, pero no como a un hombre de mérito.

De la mala opinión que se tiene de la gente de color, también es responsable la circunstancia de que en los trópicos la servidumbre es gente de color. Si una señora alemana se que­ja de sus sirvientes porque son torpes, con seguridad que no llegaría al extremo de aplicar este adjetivo a toda la nación ale­mana pero los europeos que viven aquí en los trópicos llegan a esta inconsecuencia sin escrúpulos y duermen sosegadamente el sueño de los justos.

También contribuyen los comerciantes a la desfavorable opinión que se ha formado de la gente de color. Los europeos vienen a los trópicos para enriquecerse lo más pronto posible. Eso solo es posible, comprando en el país a precios asombro­samente baratos. Los nativos no consideran este procedimiento como realmente comercial. Creen que los blancos les quieren engañar, y a su vez se arreglan para aprovecharse de los euro­peos, mientras que entre si se tratan más honradamente. Los europeos les llaman entonces embusteros y engañadores, pero cuando ellos mismos tratan de explotar la ignorancia de los nativos sin darse cuenta, creen que tienen el derecho moral como blancos de obrar inmoralmente hacia la gente de color.

El Dr. Rizal afirma finalmente que no se sorprende del prejuicio que los europeos tienen en contra de la gente de color, después de haber visto en Europa los injustificados prejuicios que las naciones europeas se tienen entre sí.

Él era siempre benévolo y justo en sus opiniones respecto a pueblos extranjeros. Su viva y clara inteligencia, su amabili­dad personal, sus finos modales, de hombre de mundo y su no­ble y buen corazón le atrajeron amigos por todas partes, por eso es que la muerte trágica de este hombre noble, intelectual y querido causó un sentimiento general[21]. Rizal también era un artista de mérito; dibujante y escultor. Poseo de él tres es­tatuas de terracota, que pueden apropiadamente considerarse co­mo símbolos de su vida. La una representa al encadenado Prometeo, la segunda, la conquista de la muerte sobre la vida —esta escena es especialmente original; un esqueleto, envuelto en la sotana de un fraile, arrastra en sus brazos el cadáver de una niña; la tercera representa una forma femenina, que está de pie sobre una calavera y en sus manos alzadas tiene una antorcha ardiente: es el Triunfo de la Ciencia, de la inteligencia, sobre la muerte.

En todo caso ha sido Rizal el hombre más célebre, no sola­mente de su país sino de toda la raza malaya. Su recuerdo no morirá en su patria y las generaciones venideras de españoles pronunciarán ciertamente su nombre con respeto. No ha sido nunca un enemigo de España.

 

 

 

 



[1] Es un hecho averiguado que Rizal nunca fue partidario de la revolución armada. Recuérdese que, en uno de los párrafos más inspirados de El Filibusterismo, abogaba más bien por una evolución lenta y por medio de una instrucción general que por otros medios conquistaremos la ansiada libertad. Y añadió aquel párrafo sublime digno de ser rememorado en todos los tiempos: Cuando el fruto de la concepción llegue a su madurez, desgraciada la madre que lo quiera ahogar.

[2]Rizal era el séptimo de los hermanos y nació, como es sabido, el 19 de junio de 1861.

[3] El ideal de la madre filipina de antaño era el tener un hijo sacerdote. Recuérdese, como ejemplo típico, la historia de Mabini. A partir, sin embargo, de 1872, el concepto popular que se tenía de la carrera eclesiástica, había sufrido un tanto por el horroroso fin que habían tenido tres virtuosos sacerdotes filipinos en el Campo de Bagumbayan. No es, pues de extrañar que el Dr. Rizal, influido por el medio ambiente de entonces, y en parte para satisfacer las ansias de una madre solicita, haya comenzado la carrera sacerdotal, pero come viera, por otra parte, que sus naturales inclinaciones no le llamaban al sagrado ministerio, optó por la medicina, a la que consideraba como la profesión más humanitaria de todas. En la veneranda y tricentenaria Universidad de Santo Tomás en Manila, cursó los primeros años de medicina, trasladándose en 1882 a la Universidad Central de Madrid, en donde prosiguió sus estudios de medicina y filosofía y letras a un mismo tiempo. Se licenció en 1884 y también cursó las asignaturas requeridas para el doctorado, pero no habiendo presentado la tesis reglamentaria no le fue otorgado el título.

[4]Habiendo escogido la especialidad de los ojos, oídos, nariz, garganta, hizo estudios de ampliación en diferentes centros culturales de Europa. En París estuvo al lado del célebre oftalmólogo de Wecker, en Berlín bajo Galezeusky y en Viena con el célebre Fuchs de nombradía mundial, quien, cuando hace algunos años visitó esta capital, tuvo frases muy elocuentes para su antiguo ayudante. De vuelta al país, el Dr. Rizal se dedicó a la oftalmología ganando justo renombre en poco tiempo.

[5]A propuesta del célebre Dr. Rodolfo Virchow, el Padre de la Patología Humana, Rizal fue admitido como miembro activo de la Sociedad Antropológica de Berlín, en donde más tarde, y en lengua alemana, leyó su notable conferencia sobre Arte Métrica del Tagalog.

[6]Es justo consignar, que, entre los mismos españoles tuvo Rizal verdaderos admiradores. Solamente mencionaremos a dos que hoy se nos viene a la mente: Juan Utor y Fernández, y Joaquín Pellicana Camacho. Este último recordaba, años después, cómo, en el día del fusilamiento del Dr. Rizal, con el resto de la familia, se rezaron en su casa las preces por el muerto.

[7]El Dr. Rost fue en su tiempo el segundo lingüista del mundo, ha­biendo editado unas setenta gramáticas en los diferentes lenguajes conocidos.

[8]Con el título Sucesos de las Islas Filipinas, el Dr. Don Antonio de Morga, oidor que fue de la Real Audiencia de Manila, publicó en 1609 su célebre obra en México, aunque, es averiguado de que desde 1602, el libro en manuscrito ya corría de mano en mano. En 1868 la Hacluyt Society de Londres publicó una versión inglesa con anotaciones de Lord Henry E. J. Stanley, y más tarde un español, Don Justo Zaragoza, comenzó a reproducir la edición cas­tellana, pero, como no terminara el prólogo que había de escribir, la obra se quedó sin publicar, aunque de las hojas ya impresas, se consiguieron reunir dos ejemplares completos. Es, pues, la obra de Rizal una nueva edición de la primera obra secular sobre el país con unas atinadas observaciones, que, en forma de notas las había incorporado en la obra de Morga, producto de sus investigaciones históricas en el Museo Británico.

[9]En Hong-Kong practicó la medicina y se conocen dos tarjetas dife­rentes de él como profesional, en los que al mismo tiempo que se anunciaba como oculista en lengua inglesa, lo hacía también en chino. Aquí fue donde el Dr. Rizal comenzó la operación por cata­ratas en su propia madre, que, después tuvo que repetirlo, estando ya en Dapitan, y como su madre no observase con puntualidad sus instrucciones, estuvo a punto de perder totalmente la vista, por una indiscreción que hizo exclamar a Rizal: ¡Ahora comprendo, el porqué los médicos no deben tratar a los miembros de su propia familia!

[10]La proyectada colonia agrícola filipina en Sandakan, en el Norte de Borneo, no llegó a efectuarse, debido a la oposición de las auto­ridades españolas en Filipinas, así que tuvo que desistir de su propósito.

[11]Cuando en 1892 el Dr. Rizal retornó a los patrios lares, se alega haberse encontrado en su equipaje, al ser registrado, en la Adua­na de Manila, unos escritos anti-españoles, cuyo autor era D. José Basa. Como dijo muy bien el Prof. Craig en cierta ocasión, no se concibe cómo un hombre sano y de la capacidad mental de Dr. Rizal pensase siquiera, al entrar en un país que si bien era suyo, las autoridades de entonces le eran hostiles, llevar en su persona pruebas fehacientes de su culpabilidad. Se sabe ahora que el sobrino de su Excelencia no anduvo ajeno a este hecho y que todo aquello fue aput up job, como hoy se dice, y que con documen­tos incontrovertibles lo ha probado hasta la saciedad el Prof. Craig.

[12]En su destierro de Dapitan, el Dr. Rizal gozó de una libertad rela­tiva. Aquí, como es sabido, se dedicó a la enseñanza de los chicuelos del lugar, a la colección de materiales de la fauna y flora de la región y, llevado de sus aficiones a la etnología, recogía utensilios caseros, armas y otras cosas de las tribus nómadas de aquella ve­cindad, y hasta hizo excavaciones en compañía de su malogrado maestro, el célebre Jesuita, Padre Francisco de Paula Sánchez, en reconocimiento de cuyas virtudes y servicios al país, la Junta Mu­nicipal de Manila bautizó una de sus calles más importantes con el nombre de dicho sabio jesuita.      

[13]Como promovedor de la revolución, ya hemos dicho que Rizal nunca lo ha sido, y todo el proceso que terminara tan trágicamente en el Campo de Bagumbaian fue una farsa. El Señor Henry W. Bray es autor de esta sangrienta nota: Uno de sus verdugos, es decir, uno de los que formaron parte de la corte marcial, me dijo que tuvo que condenar a Rizal por órdenes superiores.

[14] La sentencia de ejecución, fue llevada a cabo, no en el Campo de Bagumbayan talmente, sino en el lado este del bordillo de la antigua Luneta, con la cara hacia el mar. El piquete de ejecución lo formaba un pelotón de ocho soldados indígenas, tras del cual estaban ocho soldados peninsulares. Cuando, momentos antes de la ejecución, se le acercó el Dr. Ruiz, lo encontró natural, y sorprendido, así se lo dijo al reo. Rizal por toda contestación se encogió de los hombros. Quiso que le fusilaran de frente, pero el jefe de piquete contestó que su orden era fusilarle por la espalda. Obtuvo sin embargo la gracia de que le respetaran la cabeza, y al sonar de la descarga, en un esfuerzo supremo de voluntad, Rizal dio la media vuelta y cayó, no de bruces como solía ocurrir a los centenares de desgraciados que fueron pasados por las armas a raíz de la revolución, sino con la cara al sol:

 

Se grana necesitas para teñir tu aurora,

Vierte la sangre mía, derrámala en buena hora

Y dórela un reflejo de tu naciente luz.

 

[15]Sus ansias de educar a sus paisanos, se reflejan en todas sus obras y encontraron expresión concreta, cuando Don Mariano Cunanan, le ofreció P40.000 para que en Hong-Kong fundara un colegio mo­derno. Los que han hojeado el curso preparado por Rizal, se sor­prendieron por lo avanzado que era su currículo, aun al presente no sufriría en comparación con lo que se da en nuestras aulas. Recuérdese, además, lo que en una de sus cartas decía al Padre Pastells: He vislumbrado un poco de luz y deber mío es enseñárselo a mis paisanos.

[16]Rizal fue siempre metódico en sus estudios y así lograba ahondar sus conocimientos sobre una materia dada. El Dr. A. B. Meyer dijo de él: His many sidedness was stupendous; y Dean Howells, el célèbre novelista americano, al emitir su juicio sobre el Noli Me Tangere en su edición inglesa, The Eagle's Flight, estampó las siguientes palabras: I do not know whether it ought to be astonish­ing or not that a little saffron man, somewhere in that unhappy archipelago should have surpassed our roaring literary successes.

[17]El Prof. A. H. Kern glosó el cuento del Dr. Rizal, La Tortuga y el Mono que apareció en inglés en el Trubners Record, el cual acrecentó su reputación en los círculos científicos mundiales.

[18]No sabemos que la gramática tagala en ingles se haya terminado ni que la concordancia acerca de los elementos relativos del tagalog con el visaya se haya conservado para la posteridad. De todos modos, al intentar Rizal dedicar estas obras al recuerdo de los Doctores Kern y Rost, no hacía más que justicia a quienes tanto debiera su cultura puramente científica.

[19]Esta obra a que aquí se alude es el Arte Métrica de Tagalog cuya versión castellana, hecha por el propio Rizal, fue dada a conocer por primera vez por Don Epifanio de los Santos Cristóbal en 1909, en su conferencia sobre la Literatura Tagala ante la Sa­mahan Nang Manga Mananagalog.

[20]Mientras estuvo en Alemania, Rizal solía pasar los veranos en pequeños villorrios, y en una de sus cartas al pastor F. Ulmer, recordaba con fruición la tolerancia religiosa entre un pastor protes­tante y un sacerdote católico, y las discusiones que entablaba con el primero durante los largos crepúsculos de verano en las soledades de Odenwald.

[21]Don Wenceslao E. Retana en su Vida y Escritos del Dr. Jose Rizal, la biografía más extensa del Héroe, publicada en Madrid en 1907, trae un capítulo entero bajo el título de Post Mortem, en donde se reproducen los juicios póstumos de eminencias europeas sobre la personalidad y los trabajos del Dr. Rizal. El Prof. Blu­mentritt fue quien desde las columnas de la Revista de Etnografía suscribió el primer artículo de fondo que se escribiera en cuales­quiera lenguaje sobre el Dr. Rizal, el que ahora reproducimos en versión castellana. Le sigue después el Dr. Stolpe quien tradu­jo al sueco su célebre Adiós a la Patria.