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Revista de estudios filológicos
Nº27 Junio 2014 - ISSN 1577-6921
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reseñas

Los naufragios del desierto de Zingonia Zingone, Madrid – México, Vaso Roto, 2013

 

Andrea Gallo

(Università “Ca' Foscari” Venecia-Universidad de Valladolid)

agalpes@gmail.com

 

Palabras clave: Zingone; poesía hispanoamericana; literatura Costa Rica; literatura Italia

 

 

 

 

 

En su colección «Poesía», la editorial Vaso Roto de Madrid-México D.F. propone un tríptico lírico de sabor oriental y sugestiones de mil y una noches firmado por la italo-costarricense Zingonia Zingone. Licenciada en Economía, por pasión Zingone se dedica a la traducción de obras literarias. Aficionada desde siempre a la escritura poética, es autora de la novela Il velo (Milano, Elephanta Press, 2000) y de los poemarios Máscara del delirio/ Maschera del delirio (San José, Perro Azul, 2006; Faloppio, Lietocolle, 2008), Cosmo-agonía (San José, Perro Azul, 2007), Tana Katana (San José, Perro Azul, 2009), L’equilibrista dell'oblio/ Equilibrista del olvido (Rimini, Raffaelli, 2011; Editorial Germinal, San José, 2012). Su obra ha sido traducida al inglés, al chino, al hindi y a otros tres idiomas de la India, el canarés, el malabar y el maratí.

Los naufragios del desierto es un poema narrativo constituido por tres partes, tres breves historias de formación en forma de metáfora poética. Tres jóvenes, colcados fuera del tiempo y puestos en un Oriente imaginado, suntuoso y refinado, se enfrentan a la incógnita de la existencia y el misterio del mal. Cada poema está introducido por un cuarteto del Rubaiyat del poeta persa medieval Omar Khayyam, citado en la versión de Joaquín V. González, consturida a partir de la traducción libre al inglés del poeta Edward Fitzgerald.

El primer cuarteto canta la gracia que difunde en el mundo la belleza e introduce «El oráculo de la rosa», la historia de Khalil. Khalil es el “buen amigo”. Khalil «ama la rosa y conoce su aroma». Khalil es un príncipe, un monarca oriental, un emir. Es un rey coronado al que adeptos y detractores aclaman. Es un señor absoluto: amigos, hipócritas e indiferentes lo rodean, doncellas desfilan alegres esperando su turno. Khalil es bueno, pero «camina los senderos de la noche» y «desconoce la esencia,/ el misterio» y, como Agustín, también Khalil, deforme, se lanza sobre la hermosura de las criaturas. Khalil, que ama las rosas, las «abre con furia despeinada» y se convierte en un vampiro «adicto al amor». De este modo pierde su corona y se ampara en el recuerdo y la nostalgia de los pétalos, se descubre mendigo, un Sísifo coronado de espinas, y «refugia la mente y sus razones/ en un puñito de hachís». Es en el desierto de la soledad en donde Khalil, que «no sabe del demonio», encuentra a ángeles y arcángeles y, buscando la vía para vencer la batalla no encuentra «dardo más puntual/ que su palabra arrojada al silencio»; sus versos cantan «el idioma del candor» y el pergamino se vuelve espejo para su alma. Ahí en el desierto del silencio, frente a sí mismo, Khalil, el príncipe, aprende a contemplar la gracia y a besar, humilde, «los frágiles, eternos dedos del amor» y a su blanca rosa dedica su existencia. El maduro Khalil a través de la escritura, a través del arte, recupera el estupor hacia la belleza y la pureza.

El segundo cuarteto del Rubaiyat canta la destrucción de la inocencia e intoduce el segundo exemplum: «Las campanas de la memoria», la historia de Soraya, la “hermosa”. Soraya es una niña que llora en el silencio y los «monstruos afloran/ con rostro de hombre», roban su grito y tapan su boca. Shaytan, el diablo, con semblante humano ha profanado su vida. Soraya, que ha sufrido una violencia incestuosa, «vende su cuerpo, compra/ alegría. Vende alegría, compra/ olvido» y sólo así «exorciza el presente». Pero un día Soraya encuentra un mendigo, es ciego y «es el primer hombre que no la mira» pero «que la ve». Con la compañía del viejo ciego, Soraya toma conciencia del mal que se ha apoderado de su vida y , a la vez, comprende que hay un tiempo para todo y que para ella ha llegado el «tiempo de paz»: el sonido de las campanas de «una iglesia de oriente» que «golpean el vientre del cielo» son anuncio de una recuperada armonía.

El tercer cuarteto del Rubaiyat invoca el refrigerio y frescor que la Fuente en el Desierto puede brindar al caminante exánime.

«Río escondido» es la historia de Bâsim, cuyo nombre significa “el sonriente”. Bâsim es hijo de una madre soltera que, como Penélope, teje y espera vanamente el retorno del amado. Bâsim, nuevo Telémaco, curioso e inquieto como Simbad, mira hacia el mar, sabe que su origen está en los mares del sur y sueña con piratas y aventuras.  Bâsim se convierte en un peregrino, un peregrino desterrado «que escupe amor y odio» y que, con un corazón lleno de furia, remonta el río Guadalquivir, hasta que un día, como Ezequiel, un ángel le conduce «a la entrada del templo»: ahí las aguas del mar quedan purificadas. Bâsim, en cuyo rostro brilla la sonrisa, se arrodilla frente al altar de la Concepción y, con un rosario en su mano, desteje la tela, la larga manta.   

Los naufragios del desierto es un largo poema narrativo construido a través de tres episodios ejemplares, aparentemente desconectados entre sí, pero cuyos elementos unificadores son el silencio y el desierto. El desierto está dibujado como un espacio físico, pero es también el desierto del espíritu en el que, como un oxímoro, el alma herida naufraga y retoma contacto consigo misma, con la profundidad de su ser; sólo así encuentra una vía de salida del mal.

La profusión de metáforas, muchas originales, algunas realmente herméticas, y el empleo de un lenguaje gnómico-sapiencial con amplias citas bíblicas, brindan unidad estilística al texto. La refinada suntuosidad de las imágenes y la adjetivación copiosa revelan una influencia y un gusto rotundamente modernista (Darío aparece explícitamente citado) en su integrante más parnasiana.