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Revista de estudios filológicos
Nº27 Junio 2014 - ISSN 1577-6921
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teselas

El largo camino hacia la libertad. La autobiografía de Nelson Mandela

(Círculo de Lectores, Barcelona, 1995)

 

“Si bien la fe de los hermanos Mbekela no afectó a mi padre, sí inspiró a mi madre, que se convirtió al cristianismo. Fanny era literalmente su nombre cristiano, ya que se lo habían puesto en la iglesia. Debido a la influencia de los Mbekela, yo mismo fui bautizado en la Iglesia metodista o wesleyana, como entonces se la conocía, y enviado al colegio. Los hermanos me veían a menudo jugando o cuidando las ovejas y se acercaban para hablar conmigo. Un día, George Mbekela visitó a mi madre y le dijo: “Su hijo es un muchacho inteligente. Debería ir a la escuela”. Mi madre guardó silencio. Nadie en mi familia había ido jamás al colegio, y para mi madre la sugerencia de Mbekela fue una sorpresa. No obstante, se la comunicó a mi padre, que a pesar de su propia falta de cultura –o tal vez debido precisamente a ella-, decidió de inmediato que su hijo menor debía ir al colegio.

La escuela tenía una única aula y un tejado al estilo occidental, y se encontraba al otro lado de la colina. Yo tenía siete años, y el día antes de incorporarme a las clases, mi padre me llevó aparte y me dijo que debía vestirme correctamente para ir al colegio. Hasta aquel momento, al igual que todos los demás chicos de Qunu, sólo llevaba una especie de túnica echada por encima de un hombro y sujeta a la cintura. Mi padre cogió unos pantalones suyos y los cortó a la altura de la rodilla. Me dijo que me los pusiera, y así lo hice. Su longitud era más o menos la adecuada, aunque me estaban demasiado anchos. Mi padre sacó entonces un trozo de cordel del bolsillo y me los ciñó en torno a la cintura. Debía ser un espectáculo cómico, pero nunca me he sentido tan orgulloso de ningún traje como de aquellos pantalones de mi padre.

El primer día de colegio, la señorita Mdingane, la profesora, nos puso a cada uno un nombre en inglés, y nos dijo que a partir de ese momento responderíamos a él en la escuela. Era una costumbre habitual entre los africanos en aquellos tiempos, y sin duda se debía a la influencia británica.

Recibí una educación británica en la que las ideas, la cultura y las instituciones británicas eran consideradas superiores por sistema. No existía nada que pudiera llamarse cultura africana.

Los africanos de mi generación –e incluso los de nuestros días- tienen por lo general tanto un nombre inglés como uno africano. Los blancos eran incapaces de pronunciar los nombres africanos –o se negaban a hacerlo-, y consideraban poco civilizado tener uno. Aquel día, la señorita Mdingane me dijo que mi nuevo nombre sería Nelson. No tengo ni la más remota idea de por qué eligió para mí ese nombre en particular. Tal vez tuviese algo que ver con el gran almirante británico lord Nelson, aunque esto no es más que una especulación.”

 

(p. 25)