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Revista de estudios filológicos
Nº27 Junio 2014 - ISSN 1577-6921
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LA POESÍA FÉRREAMENTE FEMINISTA DE FRANCO FARÍAS:

PULIDA PIEDRA DEL CAMINO PARA SER LANZADA

 

Guy Merlin NANA TADOUN

(Universidad de Yaundé I—Escuela Normal Superior)

 

Resumen:

Partir de algunos antecedentes teóricos del feminismo y de la sartriana concepción de la literatura para analizar Poemas circunstanciales de la escritora venezolana Lydda Franco Farrías. Mostrar, al cuestionar determinados versos del texto inicial, que toda su escritura tiene un trasfondo sociológico, pura y férreamente feminista. Tal es el objetivo de este estudio de cuya característica medular se deducirá lo siguiente: hablar de la literatura de Lydda Franco Farrias es hablar, además de una retórica intertextual, de una poética del movimiento que alía activismo político a pragmatismo literario, subjetivismo lirico a invitación a la resistencia colectiva, responsabilidad de la vulnerable mujer a deconstrucción de los estereotipos sociales. 

Palabras clave: feminismo, compromiso, poesía venezolana, sexismo, ginesis, ginocrítica, deconstrucción.

 

Résumé:

Partir de quelques antécédents théoriques propres au féminisme et à la sartrienne conception de la littérature afin d’analyser le recueil Poemas circunstanciales de l’écrivaine vénézuélienne Lydda Franco Farrías. Montrer, par le biais d’une lecture de l’incipit poétique, que son écriture a, dans sa quasi-totalité, un arrière plan sociologique, purement et fortement féministe. Tel es l’objectif primordial de cette étude dont il faudra déduire de sa caractéristique nodale ce qui suit : parler de l’écriture de Lydda Franco c’est, au-delà de son substrat intertextuel à labourer, découvrir une poétique du mouvement, qui allie à la fois activisme politique et pragmatisme littéraire, subjectivisme lyrique et invitation à une résistance collective, responsabilité de la femme et déconstruction des stéréotypes sociaux.

Mots clés : Féminisme, engagement littéraire, poésie vénézuélienne, sexisme, ginesis, génocritique, déconstruction.

 

 

La mujer que soy, canta.

Mi génesis: la escoria, la ceniza, los agrarios sudores.

Mi elemento: la palabra, piedra del camino para ser lanzada,

vínculo secreto que madura sus claros volúmenes,  

cópula exacta para que el amor germine.   

Hablo de la mujer que soy e intuyo

que mi presencia trenzará la llegada de minutos fluviales.

Creo en el privilegio de la sangre nueva,   

en la voz que no se escurre,

en la dialéctica orgánica de mi estructura viva.   

Creo en la síntesis del hueso,     

en el axioma de mi futura desintegración.

 

Del proemio de Poemas circunstanciales (1965)



Introducción (de la teoría a los objetivos de trabajo)

 

Teóricamente hablando, entre otros conceptos clave, los “feminismos posmodernos” (Selden, 2001:258)  oscilan entre la ginocrítica o crítica centrada en el hombre y la ginesis acuñada por Alice Jardine (1985). Linda Nicholson (1995), a la que seguirá Patricia Waugh (1990), considera el posmodernismo como una vía de acceso al verdadero feminismo, el que no está basado en las “experiencias de mujeres blancas occidentales de la clase media” (Selden, 2001:259), sino en consideraciones tendentes a la universalidad, y cuyos fundamentos rechaza Jardine.

Aunque en porcentaje no paralelo al de los varones —en términos de representatividad y bibliografía crítica—, la poesía latinoamericana, fecundo crisol de voces, también ha sido poblada por mujeres escrituralmente dinámicas. Ese activismo hace de ellas unas insignes defensoras del género femenino. Como Christine de Pizan y Simone de Beauvoir consideradas mundialmente como pioneras, son mujeres  capaces de levantar la pluma a su manera para resistirse a una hostilidad permanente porque les tocó vivir en un orbe extraño y discriminatorio, un orbe abocado al androcentrismo o al patriarcado avasallador y muy difícil de derrocar, al prejuicio en el sentido que le dieron Bettelheim y Janowitz (1981); prejuicio visto como recurso del que se han valido algunos para legitimar su ego y su complejo de superioridad. A tal complejo se opone una reacción combativa del débil que ve su identidad pisada y que, al menos, procura equilibrar las fuerzas.

Se trata, en otras palabras, de un mundo donde al machismo se opone un feminismo hoy a ultranza, desarrollado desde la paciente e inspirada soledad de unas manos sedientas de metamorfosis social, de libertad y equidad; manos o plumas adictas a la concepción de la poesía como herramienta o arma socialmente utilitaria, como palabras que, a juicio de  Brice Parrain al que citó Sartre (1948), <<sont comme des pistolets chargés>> [son como pistolas cargadas] o, venezolanamente hablando,  cual <<piedra [s] del camino para ser lanzada (s)>> (Franco Farías, 1965; 2004)

A partir del contexto de aparición de este verso mostraremos que en torno a esta imagen “geológica” se articula una retórica acerba y casi marcial, quintaesencia de una filosofía de trasfondo subjetivo y colectivo, dinámico y militantista, pragmático e intertextual, sartriana, férrea y comprometidamente feminista.

 

  1. Hacia una poética del movimiento: el íncipit como prefiguración de una poética férreamente feminista

 

Franca y directa como se ve en nuestro epígrafe que, en parte, recoge el rótulo de este ensayo, simple y desprovista de adornos innecesarios, la escritura de Lydda Franco Farías (Sierra de San Luis, Falcón, 1943-Maraciabo, 2004) se rebela en  y contra un universo donde sólo predomina la ley del rey varón.  Al inscribirse en esa lógica disidente, tal escritura, ya de por sí comprometidamente feminista (hipótesis-objetivo de este trabajo), se autocontempla y autocalifica de <<esfuerzo mayéutico / para no abortar al hombre / un esfuerzo violento,/ definitivo  para que nazca íntegro>> (1965). La concreción de dicha declaración que debemos considerar como un verdadero proyecto poético oscila entre rebelión y revelación, entre revolución y, ante todo y sobre todo, deconstrucción de la tradicional imagen de la mujer.

A mi modo de ver, además del clima existencialmente conflictivo que conlleva el binomio hombre-mujer y de la metamorfosis varonil que de esa pelea deriva (“para que nazca íntegro”), diré que la verdadera poética de Lydda Franco se perfila en la densidad programática de los tres primeros versos de sus Poemas circunstanciales. Más allá del dolor y desamparo, de lo nauseabundo  y lo escatológico donde descansa una poesía filosófica fundada en la “búsqueda de libertad e identidad desde una desenfrenada autoironización, en « UNA », poema-urna en el que se resume toda la poética feminista de la venezolana, la reiteración de los dos puntos recalca la voluntad de definir sin ambages las pautas de un pacto poético que lleva a la escritora a reconocer antes de aludir a la inmensa pena que el término “sudores” metaforiza que:

 

La mujer que soy, canta  

Mi génesis: la escoria, la ceniza, los agrarios sudores. 

Mi elemento: la palabra, piedra del camino para ser lanzada…

 

En esta breve construcción “posmoderna” que acaba en una de-construcción de la mujer antigua u original (mujer reducida a polvo, a nada) la destinadora de los poemas no duda en clamar primero su feminidad y su ya moderno estatuto de escritora. Incluso desde el punto de vista de la visualización espacial de estos versos se inicia ya el cambio de paradigma ya que la evolución de su condición “genéticamente” pasiva  se ve superada por la de la mujer creadora que se alza entre otras y desde el preludio del canto para decir “basta ya”. Y si crear quiere decir sacar algo de la nada, connota en este “contexto” algo semiótica y socialmente meliorativo. De lo que se trata es destruir los baluartes discriminatorios para dibujar una territorialidad compartida pero más viable. Es edificar a lo divino un orden nuevo; y al hacerlo la poetisa vaticina un cielo lleno de inmensas promesas, si bien garantizar dicho orden significa llevar en sí el arma que es más poderosa que las bombas de las que nos va acostumbrando este siglo bélico: la palabra su primer y último elemento.

Ser mujer como se autodefine significa dejar el lodazal de la humillación y del sufrimiento “agrario” para levantarse y refugiarse en el grito libertador. Pero el acto de levantarse implica un estratégico movimiento contrario porque para lanzar la piedra hay que cogerla primero. Y el cogerla no es un mero acto físico y circunstancial porque supone demasiado coraje, perseverancia, carácter y sacrifico. Así se renueva, en el verso 3, la metáfora de la piedra, estorbo del camino, depósito de substancias milenarias que es al tiempo, símbolo de alianza y condena. Alianza con el bello arte  y dulce condena para quien se compromete en usarla como arma única y vital. El acto de arrojar la piedra conlleva, en el plano simbólico, la delicada actividad escritural y el activismo político de la autora. El acto de lanzar la piedra perpetúa este doble compromiso convirtiéndose en un acto ético fundamental, filosofal. Filosofal o ideológica desde la perspectiva de quien la tira al mar de la vida. Y fundamental para todas aquellas “hermanas” o parejas que la reciben a la cara dolorida, en el corazón enajenado o en el alma angustiada.

        

2. La deuda con los paisanos: una retórica intertextual

 

Podría decirse que aquel curioso “terceto” que aislamos a guisa de interpretación liminal traza, desde el comienzo autoreflexivo y autoreferencial de Poemas circunstanciales la parábola de un credo poético atravesado por la acción; dinamismo de una persona plural que es, además de escritora, a la vez hija de una sociedad patriarcal, ama de casa, esposa y mujer política. Y es precisamente por la política y la escritura que se enaltecen las demás facetas borradas de aquélla que, sabiéndose mortal, cree en la “sangre nueva”, en el movimiento de las cosas porque intuye que su presencia trenzará la llegada de minutos fluviales.

Intertextualmente hablando, la literatura de Lydda Franco bebe de la fuente literaria y paisana de Víctor Valera Mora, procura  abrirse un camino propio donde el erotismo, desprovisto de tabúes y llevado a su máxima expresión, va tejiendo la seda de una red semiótica cuya riqueza rebasa el campo de lo meramente temático.

Si “la poesía es un arma cargada de futuro” para Gabriel Celaya, una botella que el poeta debe arrojar al mar para Alfred de Vigny, para la escritora venezolana, poesía y tirachinas tienden a tener, por metáfora, la misma función. La poeta surge de su biótopo latinoamericano y andando por el camino candente de la existencia, donde no ve a la mujer levantar dignamente la cabeza, a guisa de compromiso vital y esencial, se arrodilla y coge la piedra que va a pulir a su manera para arrojarla a la fétida realidad. La condición femenina se convierte así en las conocidas preguntas filosóficas “¿Quién soy yo, adónde voy? Como Hannit Ossot, su paisana, Lydda Franco se pregunta quién es realmente esta mujer que no sólo cose y pare, y quienes también...aquellas que toman cuerpo en el espacio digno del grito. La definición que ella da a la mujer escapa a una consideración unívoca porque la que cose y pare es a la vez la que llora y canta, grita y sueña.

En esta especie de fingir estratégico y auténtico propio de la literatura, se recicla el debate que  posibilita la crisis, la contradicción, el desequilibrio, vistos como telón de fondo de toda actividad crítica, poética y filosófica. La poeta sabe y no sabe ubicarse dentro del hiato. A caballo entre la doble fractura psicosomática, sabe y no sabe si dejará de ser ella misma. Pero de lo que sí parece estar segura, es de la realidad de las carencias de aquel ente que tiende a globalizarlo todo, a prejuzgar a todas, amasándolas en las mismas bolsas. Por eso, dice:

 

en mi oficio no cuenta

el desafinado silogismo

ni el maullido de los juramentos

cuenta la proporción de goce o de desprecio

el instante de sometimiento a juicio

 

Como cualquier escritor sartrianamente comprometido, Lydda se convierte, igual que Valera, en demiurgo y portavoz de las voces calladas, voces a las que, sin caer en una desilusión de raigambre nihilista característica del último Valera, no para de aconsejar y orientar a sus lectoras, en un tono donde lo vocativo recuerda ora la atmósfera de los consabidos mandamientos, ora el principio de igual sintagma, del poema titulado “Job” de Víctor Valera Mora. El esquema siguiente da muestra de dicha intertextualidad:

 

 Desconfía del que viene hacia ti

Con el seso en el pico de la lengua...

(Valera Mora)

Desconfía hija de esos muchachos

Que te leen poemas de dudosa factura...

(Franco Farías)

 

Más allá de la simetría compositiva se desprende del hipertexto una advertencia que el sujeto lirico da a las mujeres que se dejan fácilmente engañar por los varones en cuyos melosos y mentirosos discursos no deben fiarse.

Otros rasgos ajenos atraviesan el pensamiento de Lydda Franco Farrias. Como Hannit Ossot que se pregunta si la mujer que ella representa pertenece a “la Edad Media”, a la Venezuela natal o a la Venecia tan acogedora y “reposo para la melancolía”, Lydda Franco se pregunta cómo hacerse mujer sin sufrir la condena de la esclavización ambiente. Se pregunta cómo ser poeta o poetisa sin abismarse en la asfixiante monotonía. ¿Cómo ser mujer de derecha o mujer de izquierda sin reflejar la diferencia, sin ser animalizada o sin pertenecer a lo que ella llama ahora “la escala más baja del zoo”.

No es de extrañar, dada su precaria condición económica y el contexto social en el que la vida quiso que “la pobre” (que dice que es) se desarrollase, que tomara el partido de las llamadas “exprimidas oprimidas”, las “dueñas y señoras/ militantes a tiempo completo de los/ OFICIOS PROPIOS DE SU SEXO/ armadas de escobas y rastrillos”; o que se identificase más con esas otras caras de las que habla Ossot, es decir, con las enlutadas caras que llevan “un pañuelo amarrado a la cabeza/ pañuelos negros para sujetar la desesperación”; caras que “ahora [viven] en el detalle, en fragmentos, en trazos/ sobre la línea de un rostro” y para quienes llegó la hora de romper el peso del silencio porque “ningún milagro devendrá tersura”, porque la mujer animalizada y maltratada sólo despertará al ritmo de las piedras. Piedras que ya no vendrán de las malhechoras manos de algunos de sus parejas. Piedras que serán preciosa o candente o fulgurante llamada de un alter ego cantador y encantador, de una compañera hechicera que será capaz de dar órdenes a las ollas para domeñar el mal colectivo e intentar extirpar de la vida, claro que como por arte de magia, el cáncer que corroe el tiempo y hace que devenga áspero o decadente, inhóspito o inhabitable, pues, peligrosamente canceroso.

 

3. El simbolismo del tejer o la subjetiva invitación a la acción colectiva

 

Como adelantamos en el apartado primero de este estudio, del activismo político de Lydda Franco brota, paralela, un dinamismo escritural que se concreta mediante el uso de determinadas categorías verbales de gran simbolismo ideológico. Como no hay que vivir cruzándose de brazos “en la actitud estéril del espectador porque la vida no es ningún espectáculo” como escribió el martiniqués y surrealista Aimé Césaire (1971), como tampoco nació la poeta venezolana “para ocupar un lugar y nada más”, entre éstas categorías se alzan, imponentes, los verbos hacer y coser, romper y rasgar, tejer y hablar, escurrir y germinar.

Esta poesía, de cabal factura pragmática, da testimonio de la realidad, interpela directamente a todas las destinatarias internas y externas de los poemas por ser “piedra para ser lanzada”. No importa si para que “germine el amor” o “se infiltre la luz en las conciencias” adormecidas, caen todas las oscuras y mal pintadas caras femeninas, todas las máscaras y tabúes tejidos en torno a aquel objeto extraño -la mujer- del que, como excusa escritural, partirá la poeta para poner en tela de juicio su tétrica condición, para profetizar la paz que vendrá de la resistencia, para desgarrar, extinguir o mermar, al menos en los espacios de la imaginación, esa dosis de menosprecio existencial, esas etiquetas milenarias que siguen relegándola al segundo rango, esos prejuicios que justifican, desde una perspectiva, la consideración de la escritura como un espacio idóneo al canto satírico, al grito libertador.

 Pero “¿qué hacer” cuando la realidad es un pozo sin agua, un estante lleno de melancolía, un “bolero a media luz” o un “manifiesto desesperado para mujeres en estado interesante? Habrá que tejer como predica Lydda, habrá que tejer hasta la muerte, hasta el sacrificio final; esto es, en palabras suyas, “dejar caer los párpados/ e ir perdiendo altura/ [hasta] confiscar el vacío”, esta nada aparente que es en realidad “extensión sin término/ fibra de oxígeno/” sin la que es imposible respirar. Habrá que acechar la luz hasta alcanzar el ayuno, el ascetismo, la ceguera; porque “lo buscado adelgaza” y “Demasiada luz despoja” dice o recuerda Lydda, como si se tratase de esa curiosa y crespiana “peladura del mediodía”.

 

4. Hacia la igualdad existencial: de la responsabilidad femenina a la des-teatralización masculina

 

Resulta difícil alcanzar la meta cuando además del sexismo y machismo se desdobla el yo lírico femenino y se convierte en primer oponente del sujeto lírico que no dudará, sin embargo, en luchar contra sí mismo, contra el entorno cómplice de masculinas amenazas. Se hace necesario tomar en serio la evidencia de la osadía femenina. Puede que sea más duro y alienante el precio de esta ignominia correspondida, del no a la cosificación, del sí a la búsqueda de estima o autoestima.

Para la poeta venezolana, la revolución femenina no vendrá del mero hecho de proclamar su feminidad cual pasiva tigresa. Ser mujer es estar condenada a las espinas del dolor, a los estigmas del hogar. Pero cuando ésta deja de coser para tejer de otra manera, cuando “rompe y rasga”, es decir, cuando escribe, se responsabiliza y deja de ser aquella “muchacha ejemplar y enamorada /a quien engañan y maltratan”, y ante quien  se suele abrir hipócritamente el telón de los “ yo te perdono/ yo te prometo/ yo te juro/ mi ego te besa”, de todo aquello que “me da risa ....me da risa ... me da risa”. 

Deshacerse de la que yo llamaría –con perdón– risible teatralización masculina es para Lydda Franco acercarse a la igualdad, es conocerse a sí misma a través del activismo político y mediante el poderoso fulgor de la palabra poética. Ésta “tiene la posibilidad, entre otras muchas calas de revelar, de sacar a flote la otra parte del iceberg”. Pues, rebelarse contra todos los apriorismos para revelar al mundo otras o las demás caras de la mujer es sacar al flote, por supuesto, las lacras de una sociedad vergonzosamente patriarcal. Es deshacerse del yugo machista, es vivir haciéndose y al hacerse, una existe verdaderamente como ser simplemente y no como mujer aminorada, habiendo superado mediante el acto de tejer, el terco y lóbrego “tiempo canceroso”, tiempo disfórico de la caricaturización.

En su caso de mujer especial la invención de un territorio eufórico en el que ejerza su libertad le permite remontarse a un tiempo pretérito. A través del poder purificador de la lluvia fuertemente deseada en “quisiera esta noche que llueve”, verso liminar del conocido y breve poema rotundo, dicha analepsis posibilita el regreso a la esencia salvaje donde cobra sentido la humanidad.  Humanidad atenta a lo que Luis Alberto Crespo llama “lo primario”, que se opone a “lo urbano”. Humanidad condenada a ser libre, tras vencer la noche de toda estigmación, de toda discrepancia fisiológica o sexual, tribal y racial.

Adjetivación y polisíndeton facilitan, en el plano expresivo,  la visión poética de esta metamorfosis social. Se agudiza más la mirada del lector macho o hembra (Cortázar). Esto ocurre cuando éste se percata de que el espacio poético se va convirtiendo en nueva escena en la que el mismo personaje poemático, la misma “mujer que canta”, se mueve “desnuda, descalza, morena y sin mordazas” por entre bosques y parques de la vida, es decir independientemente de las normas de la llamada civilización; normas que procura de-construir el poema. Tal dinamismo físico se interpreta, en lo ideológico, por el ansia de la poeta de pertenecer a una sociedad donde priman justicia y equidad, donde se edulcora nuestra mirada hacia la muy estereotipada imagen femenina.

En este mismo sentido, caminar “sin mordazas” preludia el fin del milenario cautiverio femenino y apunta a la caída de la fría dictadura varonil. Para las mujeres del mundo caminar “sin mordazas” significaría tener por fin derecho de ciudadanía, poder ir y venir sin preocupaciones de género ni agresiones, sin trampas ni obstáculos, exactamente como aquel “reptil” poco nocivo del poema, que ya no vive para ser aplastado. Tras una ficticia transfiguración, la misma “serpiente”, por ser parte de la naturaleza, puede, en adelante, reptar sereno por la tortuosa y lisa senda de la existencia. Con tanto simbolismo, resulta que el sentimiento de la naturaleza cobra mayor sentido en esta poesía subversivamente feminista. Quizá resida su verdadero valor en este volver a definir al Hombre -esta vez con mayúscula- como ser destinado a la libertad simbolizada por la desnudez del cuerpo femenino bajo la lluvia que, semióticamente hablando, funciona como un elemento pertinentemente meliorativo.

 

5. Más allá del sueño y la lucha: La verdadera cara de la mujer actual (¿victoriosa o vulnerable perdedora?)

 

Lo propio de esta poesía es revelar lo que sigue ocupando un lugar tristemente famoso en la cotidianeidad latinoamericana, española, africana, etcétera. El tiempo ha pasado y aunque se van flexibilizando las desigualdades sociales, curiosamente, cada día que pasa, un cadáver más se añade a la cantidad de víctimas de la violencia doméstica hoy conocida bajo la fórmula española de “violencia de género”.

La mujer cuyas capacidades intrínsecas superan a veces al coeficiente intelectual del hombre sigue siendo para algunos un ser “higiénico” hecho para el baño, la casa, el sexo y nada más. Esa mujer, que se merece respeto y derecho de ciudadanía, trocada en figura singular y múltiple, autodefinida como “escoria”, irreversible y genéticamente considerada como madre portadora de la luz, va a ser en el espacio del poema, residuo de un espejo fragmentado, esperpéntico. Va a ser a la vez “corta flores/ que se empeña en no servir para nada/ que se atavía para asistir a la ceremonia del juicio final/ que es mañosa y desconfiada (...) que a diario recibe golpes contundentes /”.

 Esta mujer -pegada y ultrajada- fuente de la existencia, y sin la que no hay esperanza ninguna, mujer que tiene sin embargo una piel tan “dura” como la de un “reptil”, acabará rindiéndose, como si ese coraje o esa arrogancia fantasmagórica de la que habla la poeta se diluyera en su condición primordial de ser innegablemente “vulnerable”.

Pese a sus posibles caídas, siempre será imprescindible cantar sus dolencias, anunciar su completa libertad aunque quepa preguntarse -quizá para prolongar esta reflexión y adelantar unas conclusiones– si dicha vulnerabilidad final no significa el fracaso del programa poético de Franco Farías o, por extensión, el de la escritura feminista en general. Llegado a este punto, para prolongar el análisis y enriquecer la perspectiva comparatista que no siempre es el resultado de coincidencias o influencias ya que los poetas siempre dialogan entre sí aun sin haberse conocido o sin pertenecer a la misma cultura, uno puede preguntarse si esta plausible derrota tiene algo que ver, en una cierta medida, con el sentimiento de frustración que experimenta el poeta Víctor Valera Mora cuando, cansado de vaticinar el porvenir, de creer en la potencia de la palabra capaz de revolucionarlo todo, de crecer en una especie de “beato” optimismo, acaba hundiéndose en un cataclismo desconcertante notable en la técnica del collage, el coloquialismo, y el nihilismo lírico visible en sus últimos poemas. Si fuese el caso, podría decirse, parafraseando a Marx, que los poetas suelen interpretar el mundo a su manera, ignorando que lo que importa es el poder transformarlo, que es lo más difícil.

Ahora bien, proponer a su manera una actitud desafiante ante la inmediatez cosificadora sería, querámoslo o no, un acertado intento de concienciar y por qué no, de transformar el universo femenino, propiciando en posibles plumas, en otras mujeres o en su vida diaria, la angustia de afrontar heroicamente el miedo con sus demonios, de escuchar las eternas resonancias que se reflejan en  la “pagina en blanco” cuando  en lo olvidado/ en el escombro/en lo que es penumbra/ pendiente/ otro tiempo / tejo.

Dicho de otra manera, frente a la disforia que supone el olvido de la mujer, el presente y tenebroso tiempo de su sufrir y de la resistencia apunta a la eufórica bandera de la libertad conquistada o cortada desde la tela dura del trabajo. El día en que más de la mitad de las mujeres del mundo aprendan a romper y rasgar -utopía nada indiscutible-, a seguir ocupando cargos antes destinados sólo al hombre, habrá, seguramente, menos amenaza en el aire. Por supuesto que la mujer, en su afán de “rivalizar” al hombre, de ser “caballero de la brillante armadura” como dice nuestra autora, no debe olvidar que fue creada para perpetuar la vida y someterse amorosamente a él, para garantizar el orden preestablecido sin aniquilar al hombre del que debe cuidar y del que debe recibir, igualmente, apoyo y colaboración. Quizá en ello se cumpla, grosso modo, su vana vulnerabilidad, su eterna importancia en un mundo cada vez más abierto a las libertades individuales, al mimetismo, a la no-procreación, al “matrimonio para tod@s”.

 

Conclusión

 

Como ya adelantamos a guisa de conjetura en la brevísima introducción, queda final y verdaderamente claro que la poesía de Lydda franco es una escritura sartrianamente feminista. Pues, el acto de comprometerse implica aquí un querer revelar y cambiar el statu quo social, una puesta al desnudo del modus vivendi femenino en un intento pragmático y consciente de responsabilizarse a sí mism@ y a l@s demás. Bien lo sabe Franco Farías. Y nos lo acaba de demostrar mediante un lenguaje directo y acerbo, lleno, sin embargo, de gran simbolismo filosófico y político.

Así considerada, la mujer o mejor dicho, la nueva mujer, intuida y estéticamente plasmada, es dueña de una “oficina” que trasciende la fea y tradicional cerrazón de la cocina. Ésta deriva, como el ente masculino de cuyas costillas provino, del polvo original. Por tanto, como él, no es eterna. De ahí que a veces, los poemas se nutran de intertextos de índole bíblico-literaria que no sólo traducen lo efímero de la vida, la evidencia de la desintegración corporal presente en el Neruda de la primera Residencia para quien “las cosas siempre vuelven a su sitio”, sino que a veces, sirven para duplicar la mismísima miseria de la instancia aquí problematizada ; instancia  femenina que por el poder de la pluma —deja de ser considerada criatura pasiva y “sexo débil” porque ha dejado de ser mero objeto, mueble hecho para rellenar lugares y nada más.

En el texto inicial que sintetiza su poética, repitamos, “La mujer que [ahí estaba] canta”. Al verbo “cantar” hay que darle ahora toda la carga vocal y existencial de la que habla, la que escribe o simplemente actúa y que no se deja abrumar por consideraciones puramente machistas. En el prefacio de sus Contemplaciones (1856) el gran poeta francés Víctor Hugo recordaba a sus lectores que les hablaba a todos cuando se refería a su propio yo en sus obras poéticas. Aplicándolo a nuestra autora contemporánea puede decirse que cuando Lydda habla sí a través del personaje poemático que pone en escena, habla no sólo de sí misma, sino a y de cualquier persona acomplejada y a la que acomplejan. Habla de y a la mujer venezolana, africana, europea, oriental. Y como Sartre sabe que en su empeño en revelar el mundo a sus semejantes, la escritora comprometida proyecta hacer que sus prójimas se responsabilicen ante el objeto que se les ofrece amorosa y gratuitamente, a fuerza de “agrios sudores” diurnos y nocturnos.

A lo largo de su obra, la poeta o poetisa como seguramente querrá -por feminismo- que se la llamemos, no sólo afirma sino que refuta o infirma, confirma y amenaza; pero sobre todo  ironiza y aconseja. No se contenta con caer en una actitud contemplativa  porque la vida no es espectáculo ni para el hombre ni para la mujer. El dinamismo de la cantadora, o de la que yo llamaría “lanzadora de piedras literarias”,  se ve reforzado por la fragmentación del yo lírico cuya perspectiva variará  según diga “yo  soy...” “ no soy...” “ la mujer es...” “ la mujer que soy...“esa mujer...” o “tú...mujer...” Esta autopsia mental evidencia el rol que al ideal femenino se le asigna en general, desde un enfoque plural y pertinentemente autoreferencial: ser como Morfeo la que encanta y mece al mundo por su flauta. Ser la que se desdobla, interroga, contesta, elude, alude. Ser para muchas la terca antorcha que ilumina la noche de los prejuicios. Estar en la poesía para respirar, o sea, para vivir. Vivir para “joder”, con perdón, para molestar cantando o tejiendo, para “romper y rasgar” y no sólo para coser o cocer. Ser simplemente un ser capaz de soñar, procurando dar a las excluidas o “exprimidas oprimidas” una suerte de crecer, un regusto de esperanza. Para la también autora de “Descalabros en obertura mientras ejercito mi coartada” el existir de la mujer subtiende, en definitiva, una forma de prepararse no para las duchas innecesarias, sino para la lucha ideológica. Si vivir es sufrir para la mujer, para sobrevivir ésta debe tomar la “delantera” y quedarse fiel a los ideales ennoblecedores, debe resistirse a todo(s) sin ningún complejo de inferioridad. Si el vivir femenino se asimila al permanente sobrevivir, no sin razón concluye la poetisa, mediante un lenguaje una vez más marcial, deconstructivista y férreamente feminista:

 

para sobrevivir hay que golpear primero. […]

Si hasta aquí me trajo el rio

entonces tendré que contradecir al rio

y seguir aferrada a mis convicciones,

aun en contra de mi pequeñez.

 

Bibliografía

 

Césaire, Aimé (1971). Cahier d’un retour au pays natal. Paris: Présence Africaine. 

Bettelheim, Bruno y Morris Janowitz (1981). Cambio social y prejuicio. México: Fondo de Cultura Económica.                                                                                   

Franco Farias, Lydda

     (1965). Poemas circunstanciales. Caracas: Policrom.    

     (1994). Descalabros en obertura mientras ejercito mi coartada. Maracaibo: Univ. del Zulia.        

     (2004). Antología poética. Caracas: Monte Ávila Editores.      

Jardine, Alice (1985). Gynesis: configuration of women in Modernity, Ithaca: Cornell Univ. Press.

Nicholson, Linda (ed.) (1990). Feminism/Postmodernism, Londres y Nueva York: Routledge.

Sartre, Jean Paul (1948). Qu’est-ce que la littérature?Paris: Gallimard.

Selden, Raman y otros (2001). La teoría literaria contemporánea. Barcelona: Ariel.

Waugh, Patricia (1989). Feminine Fictions: Revisiting the Modern. Rouledge: Londres.