Número Actual - Números Anteriores - TonosDigital en OJS - Acerca de Tonos
Revista de estudios filológicos
Nº29 Julio 2015 - ISSN 1577-6921
<Portada
<Volver al índice de teselas  

teselas

 

EL INCREÍBLE VIAJE DEL FAQUIR QUE SE QUEDÓ ATRAPADO EN UN ARMARIO DE IKEA, ROMAIN PUÉRTOLAS

(Grijalbo Narrativa, Barcelona, 2014)

 

Faquir de profesión, Dhjamal Mekhan Dooyeghas (pronunciado “Llámame cuando llegues”) había decidido viajar por primera vez a Europa de incógnito. Para la ocasión había cambiado su uniforme, que consistía en un taparrabos en forma de enorme pañal, por un traje de seda brillante y una corbata alquilados a precio de ganga a Yogi (pronunciado “Jogging”), un viejo del pueblo que en su juventud había trabajado como representante de una famosa marca de champú y que aún conservaba unos bonitos rizos, ahora grises.

Embutido en su disfraz, que vestiría durante los dos días que duraría su escapada, el indio anhelaba en secreto que lo confundieran con un riquísimo empresario indio, hasta el punto de que prefería pasar de la comodidad de un chándal y unas sandalias para un viaje de tres horas en autobús y ocho horas y quince minutos en avión. Fingir ser lo que no era, después de todo, formaba parte de su profesión. Era faquir. Por razones religiosas había conservado su turbante, debajo del cual seguía creciendo su pelo, que hoy día debía de alcanzar los cuarenta centímetros y hospedar una población de treinta mil almas, microbios y piojos todos juntos.

Al subirse al taxi ese día, Dhjamal Mekhan Dooyeghas (pronunciado “Ya me quedan dos leguas”) había notado enseguida que su atuendo había causado en el francés el efecto deseado, y eso a pesar de su nudo de corbata, que ni él ni su primo habían sabido hacer, ni siquiera después de las explicaciones claras pero temblorosas de un Yogi afectado de Parkinson. Al final, habían acabado por sujetarla con un imperdible, lo que parecía pasar desapercibido entre tanta elegancia.

Como un vistazo por el retrovisor no era suficiente para contemplar tanta belleza, el conductor se había dado la vuelta para admirarlo mejor, lo que hizo que sus cervicales crujieran como si estuviera ejecutando un número de contorsionismo.

-¿Ikea?

-Ikeaaa.

-¿Cuál? Eh… What Ikea? –farfulló el chófer, aparentemente tan suelto en inglés como una vaca (sagrada) sobre una pista de hielo.

-Just Ikea. Doesn’t matter. The one that better suits you. You’re the Parisian.

El taxista se frotó las manos sonriendo y arrancó.

Ha mordido el anzuelo, pensó Dhjamal Mekhan Dooyeghas (pronunciado “Qué mal, me qu’an dos yeguas”), satisfecho. Finalmente, su nuevo look cumplía con su misión de maravilla. Con un poco de suerte, y si no abría mucho la boca, hasta lo tomarían por un autóctono.

(págs. 16-17)