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Revista de estudios filológicos
Nº29 Julio 2015 - ISSN 1577-6921
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 SEGUNDA VEZ DEL SEGUNDO TRAMO, QUE HUBO DE SER EL PRIMERO

(CRÓNICA DE UNA LOCURA: EL CAMINO DE SANTIAGO EN BICICLETA)

 

 

Juan Antonio López García

 

 

 

          “Sigue pedaleando y no te quejes, no te servirá de nada”.

 

         Hace seis años que hice, junto con dos compañeros del trabajo, mi sobrino y mi hermano, el Camino de Santiago en bicicleta, en el tramo que va desde Burgos a Santiago de Compostela. En el mismo momento que terminamos nuestra aventura nos fijamos como meta volver, para finalizar lo que habíamos empezado[1].

 

         Por diversas circunstancias no encontramos el momento oportuno para hacer realidad nuestra ilusión. Pero al año siguiente, junto con mi hijo y con toda la familia, hice la segunda parte del recorrido (en realidad es la primera), y pude hacer realidad el sueño del camino entero[2].

 

         Pero en mi interior siempre pensaba que alguna vez tendríamos la oportunidad de volver a pedalear los mismos que lo habíamos hecho al principio por el tramo que no habían completado mis primeros compañeros de aventuras.

 

         La crisis que está padeciendo nuestro país nos golpeó de lleno en la empresa en que trabajamos y, después de bastantes problemas, nos vimos abocados al paro a mediados de este año, con lo que desgraciadamente teníamos bastante tiempo para pensar y practicar en la bicicleta, algo que casi hacíamos a diario en mayor o menor medida. A partir de ese momento, empezamos a darle otra vez vueltas a la idea de terminar el camino que nos faltaba por hacer juntos.

 

         La idea fue madurando poco a poco y lo que en un principio pensamos hacer en el verano, por unas circunstancias o por otras, se fue demorando y pasó el verano sin realizar nada y cada uno por su lado. Al final nos lo planteamos en serio; eso sí, había que solucionar los problemas de cada uno, pero al fin decidimos que, o lo hacíamos ya o posiblemente lo aplazaríamos para siempre. Fijamos la fecha para el final del mes de septiembre o principios de octubre de 2014, pues después ya sería imposible para unos y otros y además el tiempo, ya en otoño, nos complicaría mucho el recorrido (aún nos acordamos, cuando hicimos el trayecto anterior, de la ola de frío que nos tocó soportar).

 

         Empezó la planificación. En un principio haríamos el camino en bicicleta Pepe (El Peseta), Teo (El Cristo) y yo. El primer escollo que teníamos que solventar es cómo vamos a llegar a Roncesvalles y después cómo vamos a seguir viajando. El problema del vehículo lo podíamos resolver de dos maneras: alquilar una furgoneta o buscar a alguien que nos la prestara para unos días. Triunfó la segunda opción: conseguimos un vehículo industrial que nos permitía llevar todo el equipaje y las bicicletas con amplitud, pero tenía un pequeño problema: si queríamos que fuese un conductor no tenía permiso para ir cuatro pasajeros, por lo que uno de nosotros debería ir en la parte de atrás, aislado del resto y con el riesgo de que pudiera pasar algo. Este problema lo estuvimos manejando casi hasta el último momento. El segundo escollo era conseguir alguien que nos llevase de conductor, y que a la misma vez tuviese tiempo y confianza con nosotros para que el viaje no se le hiciese incómodo. Ya teníamos hablado, antes de todo este lío, quién sería el conductor. Un compañero nuestro de trabajo se había ofrecido, pero a última hora, cuando teníamos resuelto el tema del vehículo, le surgió un problema personal y no pudo venir con nosotros. Automáticamente empezó la búsqueda de otra persona afín para sustituir al anterior. Pronto se ofreció el novio de mi hija y todo el problema quedó en una anécdota.

 

         Por nuestra parte seguíamos entrenando lo que podíamos para intentar hacer las mismas distancias y jornadas que yo había hecho en mi anterior locura. Si todo iba bien haríamos el viaje repartido de la siguiente manera: un día para subir tranquilamente hasta Roncesvalles, dos días y medio para ir en bicicleta, y el otro medio día para volver en coche. Así pues, el jueves para subir, el viernes, sábado y medio día del domingo para pedalear y cubrir el trayecto hasta Burgos y el medio día del domingo para volver a Murcia.

 

         Pero como no todo puede salir bien, poco antes de la salida se nos juntan dos problemas. El primero con el vehículo, dado que el dueño nos dice que es mejor no hacer el viaje tal y como lo habíamos planteado, pues el seguro solo cubre a tres pasajeros. Y a la misma vez contratan para trabajar, ese mismo fin de semana, al novio de mi hija, con lo cual estamos como al principio, pero con menos tiempo para reaccionar. Sin embargo, Dios aprieta pero no ahoga, y en un mismo momento solventamos los dos problemas. De una parte, el vehículo nos lo dejó un excompañero de trabajo, un todoterreno fabuloso, y por otra parte Teo nos comenta que su hermano Julio se vendría con nosotros como conductor. En ese momento vimos los cielos abiertos, y lo que parecía una suspensión de la aventura, quedó solamente en un susto con final feliz, pues a la postre tuvimos un magnífico coche y un mejor conductor y compañero.

 

         Por fin llega el ansiado día de la marcha. Ya hemos decidido la hora a la que nos iremos, temprano, y para adelantar la salida teníamos preparadas las bicicletas en el vehículo, todas desarmadas y apiladas para aprovechar el espacio que dejaban los asientos traseros. Yo, particularmente, no he dormido nada en toda la noche. Estoy, de nuevo, como los críos cuando salen de excursión.

 

         Cómo me gusta conducir. Llevo el coche de un tirón hasta pasado Sagunto, donde paramos para desayunar y estirar las piernas. Les había prometido a mis compañeros que los llevaría, aprovechando la subida, al Monasterio de Piedra. Seguimos sin ningún problema, camino del monasterio, y muy animados hablando de todo lo que nos iba a pasar o teníamos que hacer. Aproximadamente hacia las once y cuarto de la mañana estábamos en el parque del monasterio, y justo al entrar, tenía comienzo la exhibición de aves rapaces (de todas las veces que he ido es la primera vez que las veo). A continuación pasamos a recorrer el parque natural. El recorrido es aproximadamente de unas dos horas y cada vez que lo veo me gusta más. Mis compañeros quedaron alucinados con el festival de saltos de agua, fuentes, cascadas, etc. a lo largo del recorrido, y al final la cantidad de peces, que casi puedes cogerlos con las manos. Al terminar de ver el parque, nos fuimos al monasterio, donde les hice de guía, dándoles una pequeña explicación de la evolución del monumento. Nadie puede imaginarse cómo, rodeado de un secarral, puede haber una maravilla natural tan grande. Los monjes supieron muy bien elegir dónde hacerse su casa.

 

 

         Después del atracón de naturaleza y cultura, comimos en uno de los numerosos restaurantes que hay alrededor de Nuévalos, y sin descanso reanudamos la ruta para llegar antes de anochecer a Roncesvalles y hacer los trámites de la cartilla, alojamiento, etc.

 

         Nos perdimos un par de veces, por querer atajar, pero al final llegamos a Pamplona, donde  no entramos por el sitio apropiado y tuvimos que cruzarla entera hasta dar de nuevo con la carretera nacional que sube hasta Francia. A partir de aquí el paisaje se torna de secano a húmedo y cambia totalmente de colorido. Al final llegamos a lo que sería la salida del día siguiente a las seis de la tarde.

 

         Yo pensaba que no tendríamos problemas para encontrar alojamiento en Roncesvalles o en Burguete (a dos kilómetros), pero cuando empezamos a preguntar por los hostales, todo estaba ocupado, incluso los hoteles. Fuimos dando tumbos de uno a otro y todos nos decían lo mismo, hasta que un recepcionista nos indicó dónde preguntar y allí fuimos casi desesperados. En un restaurante nos indicaron que tenían alojamiento pero en un pueblo a seis kilometros de Roncesvalles (Espinal/Aurizberri), lo cual tuvimos que aceptar para no seguir buscando más, pues después de ochocientos kilómetros nos daba igual recorrer seis más.

 

         El alojamiento resultó ser una casa rural magnífica, separada interiormente por varios apartamentos, con dos habitaciones dobles, cuarto de baño, salón comedor y cocina. Pero lo mejor de todo era salir, a piso llano, y tener a tus pies miles de metros de césped de un verde intenso. Descargamos y salimos a cenar. Eran las ocho y media y ya no había nadie por las calles. Volvimos a Burguete para encontrar algún bar abierto y tomarnos algo y, creo, dimos con el peor. Cenamos lo que nos pusieron sin rechistar y salimos al terminar rápidamente por no seguir viéndole la cara al camarero. Nos fuimos a Roncesvalles a tomarnos un café y a retirarnos a descansar. Viendo lo anterior creí que no habría nadie por las calles, pero sorpresa, había un buen ambiente en los restaurantes. Me imagino que es un momento de encuentro en la salida de muchas personas venidas desde los lugares más dispersos del mundo. Empezaba a hacer frío. En Murcia salimos con más de treinta grados y ahora mismo el coche marcaba solamente cinco, algo que para nosotros es pleno invierno.

 

 

PRIMERA ETAPA

RONCESVALLES/ORREAGA-AYEGUI

 

         Nos levantamos muy temprano. Después de no dormir en la noche anterior tampoco he dormido bien esta noche, pero no tengo ningún sueño ni cansancio, solo estoy deseando salir de una vez en bicicleta. Recogemos nuestras pertenencias y nos vamos con el coche hasta Burguete donde montamos las bicicletas y desayunamos. Julio empieza su labor de conductor y quedamos en reunirnos en Zubiri.

 

         Vamos con ropa de invierno, de momento hace bastante fresco, aunque sabemos que a poco que salga el sol nos va a sobrar la mitad de la misma. La etapa empieza entrando y saliendo del bosque hasta el alto de Mezkiritz, por el que se cruza la carretera y se entra de lleno en el bosque del Erro y el alto del mismo nombre, pasando primeramente por un par de aldeas pequeñas. Cuando hice el camino con mi hijo nos salimos en este punto a la carretera y bajamos el puerto por el asfalto hasta Zubiri, pero en esta ocasión queríamos subir y bajar por el bosque hasta la población donde está el Puente de la Rabia.

 

         La subida al alto del Erro es tremenda, por primera vez nos bajamos de la bicicleta debido al fuerte desnivel del camino y al mal estado del mismo. Hay veces que estás más de cinco minutos andando, algo que no habíamos hecho en todo lo que recorrimos en tiempos pasados. Por fin llegas al alto y empieza una bajada que por momentos se hace muy peligrosa. A veces está uno tentado a bajarse de la bicicleta cuesta abajo, porque la lluvia ha estropeado mucho las zonas de paso. Aún con todos los problemas, hay que reconocer que el paisaje es único y que solamente lo admira el que se interna en él. Dos horas más tarde llegamos al Puente de la Rabia, donde nos esperaba, con más paciencia que el santo Job, nuestro compañero y conductor Julio.

 

         Volvimos otra vez al camino original que va por la margen izquierda del río Arga, siendo un continuo sube y baja por aldeas sin servicios. El avance era de una lentitud desesperante y al llegar a un puente que cruza el río nos incorporamos a la carretera nacional que baja de Francia camino a Iruña. Seguimos avanzando por caminos de cemento, paseos de asfalto y jardines inmensos, bordeando siempre el río. En este momento nos juntamos con ciclistas que también se dirigían a la capital navarra y que nos acompañaron, guiándonos hasta las mismas puertas de la capital, con una amabilidad tremenda.

 

         Entramos por su puente medieval y murallas dirigiéndonos a la catedral de Pamplona, donde habíamos quedado con Julio. Cuando llegamos ya estaba esperándonos en la puerta de la catedral. Pepe tenía que solucionar un problema personal y tenía que hacer unas diligencias por internet. Estuvimos buscando un locutorio por el centro de la ciudad y no dimos con ninguno, aunque a través del teléfono pospuso el problema hasta que volviera del viaje.

 

         Íbamos ya con mucho retraso y decidimos comer en la plaza del Castillo, ya que era la una pasada. El sol ya empezaba a pegar fuerte y nada más terminar de comer nos subimos a las bicicletas y cruzamos la capital navarra, buscando la siguiente dificultad del día: el alto del Perdón.

 

         El terreno cambia a partir de aquí como de la noche al día, se acaba lo verde y empieza el terreno seco, pedregroso, áspero y muy difícil para la bicicleta, ya que todos los caminos están cubiertos por piedras redondas que hacen patinar mucho las ruedas. Desde Cizur Menor hasta el Alto del Perdón son nueve kilómetros de continua subida, donde me bajé por segunda vez de la bicicleta, ya que no me entraban los tres piñones grandes que me hubieran ayudado bastante en ciertos desniveles. Pero lo peor de todo es que Pepe y Teo se están acostumbrando a bajarse bastantes veces de la bicicleta, y eso es bastante malo, pues rompes el ritmo de pedaleo y retrasas mucho la marcha. A los diez minutos de llegar al alto aparece Julio con el coche y por el otro lado mis dos compañeros literalmente reventados. En realidad tampoco saben lo que les espera en la bajada. Yo recordaba el descenso de piedras sueltas y traviesas de los trenes para poder tener agarre, pero no me podía imaginar lo fatal que está a lo largo de tres kilómetros que se te hacen eternos por la tensión que llevas y el miedo a una caída. No bajas a más de cinco o seis kilómetros por hora. Yo soy un miedica en las bajadas peligrosas, pero, muy despacio, bajé encima de la bicicleta todo el recorrido. A mitad de él me paré porque no veía ni oía a los otros dos, pero al sentirlos reanudé la marcha hasta el final del pedregal. Allí estuve más de un cuarto de hora esperando, y empecé a preocuparme por la tardanza, hasta que los vi bajar andando con la bicicleta al lado. Pensaba que a alguno de los dos se les había roto algo, pero no les había pasado nada, habían decidido hacer todo el descenso andando. A partir de ese momento seguimos descendiendo por caminos mejores y a unas velocidades que no habíamos conseguido hasta entonces.

 

         Nos incorporamos de nuevo a la carretera hasta llegar a Óbanos y, tras cruzarla de punta a punta, salimos de nuevo a la carretera nacional hasta Puente la Reina/Gares, donde confluyen el camino francés y el camino aragonés para ser, a partir de este punto, un solo camino que nos lleva hasta la tumba del apóstol.

 

         Entramos por la calle Mayor y fuimos admirando la gran cantidad de edificios públicos y religiosos hasta el final, en donde se encuentra el puente románico del siglo XI. Nos reunimos con Julio y convinimos llegar hasta Ayegui para pernoctar, pero dado que íbamos con mucho retraso, nos olvidamos del camino original y decidimos llegar hasta la meta por la carretera nacional.

 

         Empezamos nuestra última parte de la etapa muy despacio. Pepe ya había dado muestras de cansancio, y a la mínima pendiente ascendente le costaba horrores superarla, hasta el punto de bajarse más de una vez de la bicicleta. El miedo que yo tenía era que se hiciese de noche antes de conseguir llegar al hotel que teníamos planeado, pero por muchos ánimos que le dábamos, el que tenía que pedalear era él y cada vez estaba peor. Nos quedaban unos veinte y cinco kilómetros para llegar y el tiempo de sol se estaba agotando. A la altura de Lorca ya no podía con su alma y decidió bajarse de la bicicleta y seguir andando hasta llegar a lo alto. Quedaba muy poco tiempo de luz y le comenté a Teo que me adelantaría hasta Estella, donde estaba el vehículo, y le haría volver a Julio para recoger a Pepe y Teo y llegar antes de que anocheciera, para evitar el peligro que ello conlleva con la cercanía del tráfico rodado. Salí disparado como un cohete y cuando más corría parecía que Estella se encontraba más lejos; al poco tiempo la vi a lo lejos, lo cual me animó bastante. Pero resulta que había calculado mal y que lo que había visto a lo lejos no era Estella sino Villatuerta: aún me quedaban cuatro kilómetros para llegar a Estella. Yo también iba al límite de mis fuerzas, pero al fin llegué hasta donde estaba Julio, y le di las explicaciones oportunas para recoger a su hermano y a Pepe. Ya había anochecido cuando empecé a cruzar Estella, camino de Ayegui.

 

         Los dos kilómetros que me faltaban para llegar al final son una subida que se me hizo eterna. Por un lado, vas pedaleando cada vez con menos fuerzas y por otro vas mirando los coches que pasan pegados a ti, ya que no hay ni un palmo de arcén donde circular y has de ir encima de la raya blanca lateral, a la vez que la única iluminación que llevo me la dan las farolas que llegan hasta el hotel. Una vez llegado al mismo, llamo a Teo para saber cómo lo llevan. Me comenta que no quieren subir al coche (me imagino que por pundonor), pero apelo a su buen juicio por su seguridad y al final recogen las bicicletas y suben todos al todoterreno y al cabo de unos minutos estábamos  juntos en el hotel, donde yo ya había contratado las habitaciones.

 

         Eran pasadas las ocho y media de la noche cuando guardamos las bicicletas, prácticamente doce horas desde que empezamos la aventura por la mañana. Pepe estaba literalmente muerto, Teo me imagino que estaba más o menos igual, y yo me había reventado en los últimos quince kilómetros, pero lo que peor tenía era el trasero, lo tenía más pelado que un mono y en carne viva, a pesar de los dos culotes que me ponía.

 

         Después de la ducha reparadora, nos fuimos a cenar a un camping cercano al hotel donde nos metimos unas jarras de cerveza superfrías y hermosas (menos Pepe) que nos sabían a gloria divina. Mis compañeros se comieron unos platos combinados suculentos y yo me zampé la hamburguesa más grande que haya comido en mi vida. Le tenía que haber hecho una foto, pues era digna de ver.

 

         No teníamos ganas de hacer ningún recorrido turístico por Estella (me hubiera gustado), y todos nos fuimos a chafar la oreja y prepararnos para el día siguiente, que esperábamos fuese más suave que el que acabábamos de terminar.

 

FICHA TÉCNICA:

RONCESVALLES/ORREAGA-AYEGUI

3 de Octubre de 2014

Kilómetros recorridos: 114 Kms

Tiempo: 10 Horas y 10 Minutos

Media: 11,21 Km/h

 

SEGUNDA ETAPA

AYEGUI-SANTO DOMINGO DE LA CALZADA

 

         Teníamos derecho a desayuno con la habitación y a ello nos encaminamos a las siete y media de la mañana, para salir lo antes posible. Nos despachamos bien a gusto de todo lo que había para comer y beber; así aguantaríamos lo más lejos posible sin tener que parar para nada. Convinimos en que avanzaríamos hasta Viana de un tirón por la carretera, para así descansar un poco de la tierra, y después nos incorporaríamos de nuevo por el camino original hasta Logroño. Hasta Viana el camino es un continuo sube y baja, y hay que estar atravesando barrancos que te hacen bajar de la bicicleta continuamente, por lo que, tal como estábamos, fue la mejor opción que encontramos.

 

         Fuimos avanzando y viendo a lo lejos Azqueta, Villamayor de Monjardín, Los Arcos, hasta pasar pegados a Sansol y llegar al final a Viana. A ella se entra por una empinada cuesta hasta llegar al casco viejo, donde se encuentra la iglesia de Santa María, que, aunque es parroquia, tiene hechuras de catedral. Entramos a verla y a sellar la cartilla, pues hasta este momento habíamos sellado pocas veces la compostelana. Pero en Viana no solo está la iglesia mencionada, sino que alrededor de ella se encuentran numerosos monumentos que dan fe de la grandeza de la ciudad, ya que en su momento fue frontera entre los antiguos reinos de Castilla y Navarra. En la iglesia de Santa María está enterrado un hijo del papa Alejandro VI, César Borgia, muerto en un lance de espadas en el campo de la Verdad, cerca de Viana.

 

         A la salida de Viana tomamos el camino original y avanzamos entre zonas despejadas y pinada hasta Logroño. A Logroño se entra por una carretera, a veces asfaltada y a veces encementada, rodeada de viñas, que en estas fechas están a punto de ser vendimiadas.

 

         A través de parques y jardines llegamos al puente de Piedra sobre el rio Ebro, que desemboca en la rúa Vieja. Seguimos avanzando hasta la puerta de Carlos V o del Camino. A partir de este momento se acaba la magia de lo antiguo y nos adentramos de lleno en la realidad de las ciudades modernas, grandes avenidas llenas de coches, y tenemos que fijarnos en las flechas para no desviarnos. Ya nos estaba picando un poco el estómago cuando vimos una frutería. Compramos un plátano para cada uno y así aliviamos un poco el hambre, que empezaba a hacer mella en los estómagos. Cuanto más avanzas, más interminables se hacen las calles, que por fin nos llevan a un polígono industrial y éste a su vez al parque de La Grajera.

 

         Como es sábado, hay una gran cantidad de gente, los unos andando y los otros en bicicleta, que van paseando por el largo camino que nos lleva al final a una pinada con un lago inmenso, ideal para pasar un día de campo. Vamos dejando a la gente atrás y, bordeando el lago, empieza un puertecillo (Alto de la Grajera) que nos pone a prueba de nuevo. Pepe, que hasta este momento iba bien, empieza a dar signos de flaqueza, pero a su paso llegamos todos juntos a la parte más alta, que a su vez se junta con la autovía que va a Burgos. A partir de este momento es una bajada para disfrutarla hasta llegar a Navarrete, donde nos reuniríamos con Julio.

 

         Bordeamos por la carretera Navarrete hasta llegar al cementerio. En la fachada del mismo está adosada la fachada del hospital de peregrinos de San Juan de Acre, que se salvó de la destrucción el siglo pasado y que fue fundado en el año 1185. Nos quitamos la mitad de la ropa, pues es la una del mediodía y el sol ya pica bastante. Quedamos en comer en el primer restaurante que veamos, pues la idea de hacerlo en Nájera se nos queda bastante lejos. A partir de aquí seguimos por la carretera, en la que solo vemos tractores llenos de uva, que van a depositarla en las numerosas cooperativas vitivinícolas que hay en la zona. No vimos ningún restaurante y parece que ello, a mí por lo menos, nos daba más hambre, hasta el punto de que paré al lado de unos viñedos y probé unos granos de uva que me parecieron, en ese momento, un manjar, pues la verdad es que estaban muy dulces. Pepe y Teo se animaron y al final nos comimos un racimo cada uno que nos hizo revivir.

 

         Al entrar a Sotés, después de una cuesta bastante dura, paramos en la entrada y vimos un asador, preguntamos si podíamos comer y nos quedamos allí. Llamamos a Julio, que seguía en el cementerio, y a los diez minutos estábamos todos juntos tomando las primeras cervezas (menos Pepe). Comimos bastante bien y, sin pausa alguna, nos encaminamos hacia Nájera. En mi anterior viaje llegué muerto a Nájera y no vi nada de ella, pero esta vez quería ver el Panteón Real.

 

         Después de ir siempre en continua subida, desde el Alto de San Antón, la entrada a Nájera es en descenso, algo que agradeces, pues la velocidad es muy buena y rápidamente entramos en la antigua capital de la Rioja y sede de la corte navarra durante los siglos X y XI. Nos dirigimos al casco antiguo, buscando el monasterio de Santa María la Real. Esperamos a que abrieran a las cuatro. Te dejan meter las bicicletas hasta la entrada, cosa que agradecemos, pues así podemos ver el monumento todos juntos. El claustro gótico es fabuloso y al fondo, aprovechando parte de la cueva que dio origen al monasterio, se encuentra el Panteón Real, donde yacen enterrados los reyes y reinas del antiguo Reino de Navarra.

 

         Tras habernos empapado de cultura reiniciamos el viaje. La salida de Nájera se hace por un costalón (las cuestas de Peñaescalera), que deja paso a grandes espacios abiertos rodeados continuamente de viñedos, unos ya vendimiados y otros a punto de hacerlo. Hemos vuelto al camino original de polvo y piedra, pero vamos bien, con el objetivo final de Santo Domingo de la Calzada.

 

         El trazado va paralelo a la carretera nacional hasta llegar a Azofra, donde se va separando lentamente del asfalto hasta volver a campo abierto y libre de toda vegetación. A lo lejos, y siguiendo el camino, se avista una fuerte pendiente ascendente y, por lo que presentimos, bastante larga, algo que a estas alturas del día no nos hace ninguna gracia. Pero lo que en un principio era una subida dura iba a convertirse en durísima. Empezó muy suave, hasta que a los pocos centenares de metros se tornó en pedregosa y de un nivel digno de un gran puerto. La velocidad era de cinco o seis kilómetros por hora, y si se te ocurría pararte ya no podías subir de nuevo a la bicicleta. Sabía que mis compañeros se iban quedando atrás, pero no miré a mis espaldas ni una sola vez por miedo a patinar y caer. El tramo parecía no acabarse nunca y varias veces pensé en bajarme y seguir andando, por lo duro que se me estaba haciendo, pero poco a poco logré llegar a lo más alto sin bajarme. Miré hacia atrás y no logré divisar a la pareja que me seguía. El camino pedregoso es cada vez menos empinado, hasta que de pronto lo que aparece delante de ti es un complejo turístico con campo de golf, que has de ir rodeando hasta llegar al pueblo antiguo de Cirueña. Normalmente en todos las poblaciones siempre hay una fuente pública donde abastecerse de agua, la cual busqué infructuosamente. Es la primera vez en todo el camino que busco agua, pues yo siempre digo que me parezco a un camello, soy capaz de estar tres horas en la bicicleta sin beber agua, por mucho calor que pase, pero en este momento, al saber que no llevaba agua en la bombona, parecía que la sed se multiplicaba.

 

         Estuve esperando en el pueblo un cuarto de hora hasta que llegaron Pepe y Teo, los cuales me cuentan que habían subido parte de la cuesta anterior andando, de ahí su tardanza. Cuando los vi llegar se me quitaron las ganas de beber, no se me ocurrió siquiera pedirles agua a ellos y ya no volví a pensar en el agua hasta llegar a Santo Domingo.

 

         Desde donde estábamos hasta Santo Domingo nos quedaban unos seis kilómetros, los cuales hicimos por la carretera, ya que estábamos hartos de tanta piedra y sube y baja, así que desde allí hasta la meta fuimos un poco cuesta abajo y con aire de cola, lo cual nos hizo hacer los últimos kilómetros del día en un santiamén.

 

         Por fin entramos en Santo Domingo de la Calzada por una calle peatonal que desemboca en la catedral. Eran aproximadamente las seis de la tarde y lo primero que hicimos fue sacar los tickets para poder visitar la catedral antes de que la cerraran al público. De nuevo nos sorprendió que, muy amablemente, nos dejaran guardar en un anexo a la catedral, las bicicletas y que todos juntos pudiéramos visitar la hermosa catedral que reparte su arte entre el románico y el gótico. En su interior también se podía visitar una colección itinerante de arte chino.

 

         La catedral es muy hermosa, pero hay algo que me apena en mucha gente que la visita: le dan más importancia a una hornacina donde están un gallo y una gallina vivos, en recuerdo del milagro más popular del santo de la Calzada, que a la catedral en sí. El hecho que se narra le ocurrió a una familia alemana en peregrinación a Santiago. Dicha familia se alojó en la posada de Santo Domingo y la criada se enamoró del hijo de esta familia, el cual no correspondió sus amores. Despechada, escondió una copa en el zurrón del joven y lo denunció. El joven fue condenado y ahorcado, y los padres, afligidos, continuaron su peregrinación hasta el final. A la vuelta, encontraron colgado a su hijo, aún vivo, de la soga, mientras que el santo lo mantenía por los pies. Cuando se lo contaron al corregidor no se lo creyó y comentó “tu hijo está tan vivo como la gallina que me estoy comiendo”, tras lo cual la gallina se levantó y cantó. De ahí el dicho de “Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada”. La pareja de animales recuerdan el milagro del santo de la ciudad.

 

         Después de hacer algunas compras de recuerdos (tengo la costumbre de adquirir la Virgen de los lugares que visito) de la ciudad, había que buscar los aposentos para pasar la noche. Nos alojamos en una hospedería regentada por las monjas de la Anunciación.

 

         Guardamos las bicicletas en un patio de la hospedería y subimos a nuestras habitaciones. Como ya era tarde, quedamos en media hora para bajar a dar un paseo por la ciudad, que es muy acogedora, y cenar. No dimos muchas vueltas y aparcamos en una pizzería. Me había propuesto que esa noche dormiría sí o sí. Pedimos todos pizzas para compartir, por cierto muy buenas, y yo por mi parte me pedí una jarra supergrande de cerveza. Me la bebí antes de llegar la pizza, con lo que pedí otra (la idea era enfollonarme algo para dormir bien), y no contento con ello me pedí un pacharán para rematar la faena. Con estos mimbres nos fuimos de recogida sobre las diez de la noche. Esperaba dormirme pronto, pero no fue así al principio, pero harto de ver la televisión me quedé dormido como un lirón por primera vez en todo el camino. Nos esperaba la última etapa, que tendría como meta Burgos.

 

FICHA TÉCNICA:

AYEGUI-SANTO DOMINGO DE LA CALZADA 

4 de Octubre de 2014

 

Kilómetros recorridos: 110,80  Km.

Tiempo:  7 Horas y 40 Minutos

Media:  14,45 Km/Hora

 

TERCERA ETAPA

SANTO DOMINGO DE LA CALZADA-BURGOS

 

         Si todo va bien nos espera un día completo. Llegar a Burgos y volver en coche hasta Murcia.

 

         A las siete y media ya estamos todos en el comedor preparados para desayunar. Las monjitas lo tienen todo preparado. Se te hace raro que te sirvan el desayuno las hermanas religiosas, pero a todo se acostumbra uno. En el centro de la mesa una cestita con tarrinas de mermelada y mantequilla y cuatro panecillos para untar. El café te lo sirve la hermana, la cual lleva en una mano una jarra metálica con el café y otra con la leche. Según lo que pidas, sirve un chorro o dos, pero las jarras no las sueltan nunca, no se desperdicia nada. Pepe pide un zumo y le sirven medio vaso, como es tan poco, pedimos todos zumo y se lo cedemos a él. Está claro que aquí no se desperdicia nada, y que tampoco te puedes llevar nada para el camino, aunque por lo que nos ha costado está bastante bien. Se me olvidaba: también había un plato con cuatro lonchas de jamón de york con dos rodajitas de chorizo cada una.

 

         

 

         Lo recogemos todo, pagamos y sellamos la cartilla, un sello del que se sienten muy orgullosas las hermanas. La verdad es que son muy amables. Esta noche he dormido algo mejor, pero ya no me preocupa eso, ya lo haré cuando terminemos la aventura. Hasta llegar a los Montes de Oca vamos a ir por la carretera asfaltada. Cuando estemos frente a los montes ya veremos por donde seguimos (presiento que será por la carretera).

 

         A las primeras de cambio ya se nota que Pepe va bastante tocado y no hemos hecho nada más que empezar. Parece que no se nota pero vamos siempre en ascenso, muy suave pero constante. Tenemos el viento, suave, de cara y se nos está empalagando el camino. Hasta llegar a la subida de los montes de Oca nos quedan unos treinta y cinco kilómetros que vamos superando como Dios nos encamina. Desde Belorado hasta Villafranca Montes de Oca vamos como las tortugas, salvo cuando hay alguna breve bajada. Parece que Pepe se ha recuperado algo, o así me lo parece.

 

         Nos paramos, para almorzar, a la entrada de Villafranca. Entramos en un bar donde hacen unos buenos bocadillos, con alguna que otra cerveza (en bicicleta creo que no hay control de alcoholemia), junto a un montón de peregrinos. Parece como si todos los que íbamos avanzando nos hubiésemos puesto de acuerdo en hacer una parada en el mismo sitio. Allí hablamos con un ciclista catalán que nos comenta que hace el camino todos los años. Lleva una bicicleta del año de la polca y más peso que un coche en las alforjas. Aún con todo, dice que él siempre va por el camino original, algo en verdad admirable. Le pregunto a una peregrina si puedo levantar su mochila, que la tiene sobre una silla, y ella asiente. Pesa, calculo, más de veinte kilos. La mujer, que es francesa, se ríe al ver el gesto que le hago y se encoge de hombros. Tiene unos sesenta años y os aseguro que yo no llevaría tal peso añadido a la caminata, pero hay personal para todo, cada uno es feliz con lo que hace, y como dice mi mujer: “palos con gusto no duelen”.

 

         Reanudamos la marcha. No hemos hecho el menor amago de superar los montes por el camino, y enfilamos el puerto de la Pedraja por la carretera. Yo lo recuerdo pasándome camiones de madera continuamente, pero este día no sé si nos pasó alguno. A media subida me llaman al teléfono, me paro para contestar y observo cómo se van alejando, primero Teo y segundo, más lentamente, Pepe. Cuando termino la conversación ya no los veía. A partir de ese momento no tenía que esperar a nadie, más bien perseguir a los escapados antes de que llegaran al alto de la Pedraja. Quedaban unos tres kilómetros para encumbrar y lancé la bicicleta como no lo había hecho en todo el camino, con la idea de cogerlos lo antes posible. Fue como una mini cronoescalada, en la que no reventé de milagro. Cogí primero a Pepe, que iba tocado, y posteriormente a Teo, aunque para ello dejé tirado a Pepe. Disfruté esos momentos como un enano.

 

         Justo al llegar a la cima del puerto nos esperaba Julio junto a una ermita abandonada, donde se encuentra una imagen del apóstol Santiago. Solo tiene un cuerpo, una verja para no poder entrar y está rodeada de hierba. Es una lástima el modo en que se encuentra. Con un poco de esfuerzo, por sus dimensiones, se podría rehabilitar este pequeño monumento donde se lee algo sobre Gonzalo de Berceo (no me acuerdo en este momento). A partir de este momento empieza un descenso, que en mayor o menor medida, no cesará hasta llegar a la capital burgalense. Se alcanzan velocidades que para una bicicleta de montaña son bastante rápidas. Me gustaría descender por aquí con la bici de carretera, donde fácilmente se pueden superar los setenta kilómetros por hora. Ya no teníamos otro aliciente mayor que llegar lo antes posible a nuestra meta. Se nos unieron, a la altura de Atapuerca, otros ciclistas, no peregrinos, de la zona, y como la cabra tira al monte, empezamos a correr en grupo sin pensar que nosotros no vamos de competición, pero tampoco nos gusta que se nos adelante. Los dejamos atrás, porque ese grupo entró después por el camino paralelo a la carretera y nosotros seguimos por la nacional. Más adelante, y viendo el peligro de los coches, optamos, como hice en el viaje anterior, por entrar al andadero pegado a la carretera que te introduce directamente a la gran urbe pasando por Castañares.

 

         A partir de este momento solamente nos quedaba cruzar Burgos de punta a punta hasta llegar a la plaza de la catedral, que era donde habíamos quedado con Julio. En ese momento vimos un gran gentío asomándose al rio. No sabíamos, en ese instante, qué es lo que miraban. Las calles próximas a la catedral estaban atestadas de gente, había sensación de fiesta, aunque yo lo interpreté como algo natural, pues era domingo, sobre la una del mediodía. Pero al entrar, por fin, en la plaza el gentío era enorme. No logramos ver a Julio hasta pasado un poco tiempo, pero en ese mismo momento en que nos juntamos, empieza un ruido de cornetas, tambores, chirimaitas, cascos de caballos, y gente apartándose, dejando un pasillo por donde empiezan a desfilar jinetes vestidos al uso medieval, tanto hombres como mujeres. Aún no sé el porqué de aquella fiesta, pero mucha gente iba ataviada con los trajes típicos del Medievo, incluidas las armaduras que entonces portaban los caballeros y que en plena batalla no sé si tendrían fuerzas para moverlas con agilidad. Toda la comitiva se encaminaba al río, de ahí las miradas hacia el lecho del mismo que habíamos visto al llegar a la ciudad. En el cauce del mismo estaban levantadas tiendas de campaña que asemejaban un pequeño burgo, en donde los jinetes y amazonas se chuleaban por el lecho del río con sus monturas, para deleite de la gente.

 

         Después de comprar unos recuerdos, nos hicimos unas fotos de grupo y nos encaminamos al parking donde estaba nuestro todoterreno para desmontar las bicicletas, cambiarnos de ropa y volver a los aledaños de la catedral para comer y verla. Los bicigrinos por segunda vez juntos, y Julio por primera vez en su vida.

         Voy a contar una pequeña tontería que nos ocurrió en la comida, porque si no lo hago reviento. Comimos frente a la catedral. Era un restaurante que tenía menú del día. Ya no me acuerdo de lo que comí yo, ni de lo que comió Pepe, pero sí de lo que pidieron los hermanos de segundo: paella de marisco. Cuando se las sirven, vemos que tienen buena pinta, pero que, según Teo, le falta un pequeño detalle: no han puesto un trozo de limón para aderezar. Teo pide un trozo de limón, y se lo traen (medio y pequeño) en un platillo. Terminamos la comida, pedimos un café y la cuenta. El importe de la cuenta fue algo normal, pues ya sabíamos más o menos lo que nos iba a costar, pero lo más cojonudo es que nos dieron dos notas: una con el importe del menú y las bebidas, hasta ahí todo normal, pero la segunda con ¡el importe del trozo de limón para la paella! (cincuenta céntimos). Yo no sabía si reírme o llorar. Se supone que es algo que debe acompañar a la paella, y en cualquier caso, no cobrarlo. Es como si te ponen un café, y al pedir azúcar, te cobran el café por un lado y el azúcar por otro. Vivir para ver. En Murcia te tiran un kilo de limones a la cabeza y no te cobran nada. En fin, pagué con la Visa, y ahora que lo cuento le tenía que haber dicho que me cobrasen dos veces, cada una por separado, así hubiesen pagado más en comisiones que lo que valía el trozo de limón.

 

Al terminar la comida entramos a visitar la catedral, ya que por la mañana no se podía, pues se estaba celebrando una misa extraordinaria y hasta su final permaneció cerrada al público. No me voy a explayar en explicaciones sobre el monumento, porque lo que exprese aquí será poco para lo que pienso de él, pero sí es la primera vez que lo visito con un audífono que nos da todas las explicaciones, paso a paso, de todos los rincones de esta extraordinaria obra del ingenio humano.

         Al terminar la visita ya se había dispersado todo el gentío que había cuando entramos, todo el mundo se había trasladado a los alrededores del cauce del río y nosotros nos dirigimos hacia el todoterreno que nos había de llevar de vuelta a casa. Por delante teníamos más de 600 kilómetros por hacer. Nos pusimos en marcha hacia las cuatro y media de la tarde y calculamos en llegar sobre las diez de la noche. La idea era volver de un tirón, si no teníamos contratiempos, y no parar ni una sola vez. Nos encontramos con una pequeña cola antes de entrar a Madrid, pero por lo demás todo fue a las mil maravillas y, aunque cansados, llegamos con ganas de volver a hacer el camino de un tirón, cuando tengamos algunos años más y si las fuerzas nos responden, cosa muy importante.

 

         Me gustaría comentar algo sobre un compañero del que hablo poco: Julio. No lo conocíamos de nada Pepe y yo, pero fue el mejor acompañante que pudiéramos elegir, ya que estuvo en todo momento allí donde quedábamos sin tener ni un solo roce en esto de la convivencia, algo que es muy complicado, pues cada uno tenemos nuestras costumbres, por no llamarlas rarezas. Tuvo más paciencia, como dije más arriba, que el santo Job, pues hubo momentos en los que esperó más de dos horas solo hasta que nosotros llegábamos a su altura, haciendo lo que más nos gustaba. Mi más sincero agradecimiento. No he vuelto a verlo, pero a través de su hermano le mando recuerdos.

 

         Siempre escribo lo mismo, pero las últimas letras son para mis dos colegas bicigrinos y naturalmente, como no podía ser de otra manera, a nuestras respectivas familias, que son las que posiblemente más se preocupan por lo que pudiera pasarnos. Hemos tenido suerte y no hemos sufrido ni un solo percance, ni mecánico, ni por supuesto físico, lo que es, en el fondo, lo más importante. A todo el que pueda le invitaría a darse una vuelta por el camino, de la forma que sea, pues seguro que lo pasará en grande. Es posible que dentro de diez años pueda volver a escribir unas líneas, de mi experiencia y la de otros, de nuestro recorrido por el camino, pero esta vez a pie, como peregrinos. Eso sí, sin mochila.

FICHA TÉCNICA:

SANTO DOMINGO DE LA CALZADA - BURGOS

5 de Octubre de 2014

Kilómetros recorridos: 76,50 Km.

Tiempo: 4 Horas, 35 Minutos.

Media: 17,32 Km/Hora




[1] "Crónica de una locura. El Camino de Santiago en bicicleta":

https://www.um.es/tonosdigital/znum15/secciones/tintero-1-caminodesantiago.htm

[2] "Crónica de una locura: el camino de Santiago en bicicleta (segunda parte, que debió ser la primera). Roncesvalles-Burgos:

 https://www.um.es/tonosdigital/znum18/secciones/tintero-5-cronica.htm