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REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS
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N Ú M E R O    I I I

NÚMERO 3 - MARZO 2002

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Homenaje a Antoine de Saint-Exupéry y Le Petit Prince
María del Carmen Artigas Guillamón
(Universidad de Murcia)


 

                                            

 

 

“Il faut  créer des liens entre les hommes”

 

 

 

 

Los días 3, 4 y 5 de Mayo del 20001 tuvo lugar en París y Lyon el Coloquio Internacional de Asociaciones y Comités de Antoine de Saint-Exupéry.

Después de haber realizado en París una exposición de pintura en el Espace Saint-Exupéry, con motivo del centenario del nacimiento de este autor, fui invitada personalmente por Frédéric D’ Agay, sobrino-nieto de Saint-Exupéry y Presidente del proyecto de Fundación Antoine de Saint-Exupéry a participar en este Coloquio representando a España.

En este artículo deseo narrar las impresiones y anécdotas entrañables que nos permiten acercarnos un poco más a la figura de este gran humanista del siglo XX tan preocupado siempre de la suerte y del destino del hombre. 

 

 

 

 

La cita era a las diez en el Plaza Santiago de Chile, un pequeño y recogido jardín situado en una esquina de Los Inválidos. No parecía una mañana del mes de mayo sino de noviembre. Tan sólo el suave olor de  los árboles cuajados de lilas blancas y moradas o los ramitos de muguet que se veían por todas partes nos recordaban que era mayo a pesar del frío y de la intensa lluvia que hacía aún más gris y triste el cielo de Paris.

Preferí adelantarme a la hora y buscar, con tiempo, el lugar exacto en el que se hallaba el busto en bronce de Saint-Exupéry donde íbamos a reunirnos aquella mañana para depositar un ramo de rosas.

No fue difícil descubrir que justo al otro lado de la calle estaba la pequeña plaza y, aunque la lluvia era cada vez mas intensa, decidí acercarme para hacer unas fotos. En ese instante un coche paso junto a mí y bajando a medias la ventanilla me preguntó su conductor: “¿Por favor sabe usted donde se encuentra el busto de Saint-Exupéry?” Le pregunté si él también formaba parte del Encuentro Internacional de amigos del escritor. La respuesta no se hizo esperar: “Sí, soy de la Embajada del Líbano. Suba, llueve mucho”. Le di las gracias por su amabilidad y le dije que prefería hacer unas fotos antes de que llegase más gente. Después supe que era, en efecto, el agregado cultural de la Embajada del Líbano en París.

Una puertecita de hierro pintada de verde cerraba el acceso a un pequeño jardín y allí, sobre el césped, en el centro de una estrella de tulipanes amarillos estaba el busto en bronce de Saint-Exupéry, solo, como siempre lo había estado, bajo la lluvia, y al fondo, ondeando entre la espesa lluvia y las floridas ramas blancas y verdes de los castaños, la bandera francesa de Los Inválidos.

Pronto empezaron a llegar los representantes de los distintos países convocados, Madelaine Tezenas du Montcel, conocida escultora francesa que realizo el busto en 1988, y, por supuesto, la familia de Saint-Exupéry presidida por François D’Agay de Saint-Exupéry, sobrino y ahijado suyo y el miembro más antiguo de la familia.

Frédéric D’Agay, hijo de François y presidente del Proyecto de Fundación, nos entregó a cada uno  una rosa blanca para depositarla junto al busto.

Le pedí dos rosas: una de ellas sería entregada en lugar de alguien que no había podido estar allí aunque, estoy segura, lo estaría de alguna manera. Gracias a él, a José Alberto, yo estaba allí y alguien dijo que el agradecimiento es la memoria del corazón. 

Frédéric nos dirigió unas breves palabras de bienvenida y como la mayoría,  a pesar de gabardinas y paraguas, estábamos bastante mojados decidimos dirigirnos al auditorio de los Inválidos donde nos esperaba el general De la Presle, gobernador del mismo, para contarnos la historia y dedicación actual del noble edificio. Y... tras las palabras del general, llegó la gran sorpresa africana: el padre Godé Iwele.

El padre Godé es de Zaire. Actualmente es profesor en la universidad de Ottawa (Canadá) y uno de los estudiosos más importantes de Le Petit Prince. Aunque lleva ya muchos años en Canadá, no ha perdido su sonrisa africana ni ha dejado de vestir las alegres y coloristas ropas de su país. El padre empezó su conferencia titulada “La guerra de los corderos y los arbustos” pidiendo disculpas al auditorio porque siempre que leía de nuevo Le Petit Prince sentía en él cierta “démangeaison”. Añadió que ante tan ilustre público reunido aquél día bajo la enorme cúpula de Los Inválidos, “il n’allait pas se gratter”; y es que el padre Godet había echado por tierra, con la sencillez de un niño, todas las teorías sobre las diferentes interpretaciones de la relación de “la rosa” y el Principito. Por un lado las de la escuela psicoanalista alemana que identifica a la rosa con la madre de Saint-Exupéry, o la mas reciente que identifica a la rosa con su mujer: Consuelo Suscin.

EL padre Godé había sabido interpretar Le Petit Prince por el camino más corto y recto, desde el corazón, he aquí el secreto, no desde la mente, y esta era la clave que nos regalaba a todos aquel día. Entonces comprendí algo que me preocupaba desde hacía tiempo: las distintas traducciones e interpretaciones del verbo “apprivoiser” y la polémica, a veces tópica, que esto acarrea, cuando en realidad tal polémica no debiera existir. Recordé la película Bambi de Walt Disney. Bambi al ver por primera vez  un pájaro pregunta a su amiga la mofeta cómo se llama “esa cosa que vuela” y ésta le responde: “pájaro”. Más tarde, Bambi  ve una mariposa, algo que también vuela, y también le llama “pájaro”.

Es este uso infantil del lenguaje el que Saint-Exupéry mantiene consciente e intencionadamente en las tres situaciones distintas en las que aparece el verbo “apprivoiser”: “apprivoiser le renard”, “apprivoiser des amis”, “être apprivoisé par une rose”. ¿Por qué empeñarnos en hacer distinciones más allá de las intenciones del propio autor, despojando este bello verbo de esta connotación infantil?.  Por esto no hay que temer al traducir al español por “domesticar”, una única traducción para tres contextos diferentes, sí, pero que se reducen a uno sólo en boca de un niño que ve con los ojos del corazón. Dejemos, pues, la polémica para “les grandes personnes”.

En ese primer día de nuestro encuentro, el general De la Presle abrió el “Salon des Boiseries” de Los Inválidos para ofrecernos una comida en la que también estaría el capitán Hervé de Saint-Exupéry, piloto de Mirages del Ejército francés del Aire. Hervé, con motivo de las celebraciones del centenario del nacimiento de Saint-Exupéry en Lyon, aterrizó con su Mirage 2000  a tan sólo 15 metros del Breget XIV utilizado por el escritor en alguno de sus vuelos.

Realmente todos los que allí estábamos, convocados para esas jornadas, formábamos una gran familia, unidos por algo que estaba por encima de países, edades e ideas religiosas o políticas.

El grupo  de “Amigos de Saint-Exupéry” de París, presididos por Madame Paule Bounin, profesora de Literatura francesa en la Sorbona, había conseguido imprimir el mismo día 1 de mayo, dos artículos inéditos sobre Saint-Exupéry para ofrecérnoslos como regalo. Uno era el testimonio de Bernard Lamotte, ilustrador de libros y amigo del escritor y el otro el de Henry Elkin, psicoanalista, que narraba su travesía junto a Saint-Exupéry desde Nueva-York a África del Norte el 20 de Abril de 1943.  Este  testimonio apareció publicado en Gallimard junto con los recuerdos personales de John Phillips, el último que habló con él aquella mañana del 31 de julio de 1944 antes de despegar con su avión, un P. 38 Lighthing, desde la base de Bastia y desaparecer para siempre.

La Asociación “Amigos de Saint-Exupéry” fue creada, poco después de la desaparición de Saint-Exupéry, el 31 de Julio de 1944, por algunos miembros de la familia y amigos cercanos: su primo André de Fonscolombe, Henri de Ségogne, André Gide, Léon Werth, gran amigo al que dedicó Le Petit Prince, etc.

En un principio, fue presidida por el General Gavoille, antiguo comandante del grupo 2/33, el famoso grupo de la base de Orconte celebrado en Pilote de guerre. Más tarde, Jean Israël, Secretario de la Asociación durante más de 20 años, trasladó la sede a Paris.   

Fue Paule Bounin quien me presentó a la mujer de Jean Israël, aquel compañero de vuelo de Saint-Exupéry y que era, según éste, “uno de los más arriesgados y valientes”:

 

“Le scrupule du commandant me fait souvenir d’Israël. Je fumais, avant-hier, à la fenêtre de la salle des renseignements. Israël, quand je l’ aperçus de ma fenêtre, marchait rapidement. Il avait le nez rouge. Un grand nez bien juif et bien rouge. J’ ai été brusquement frappé par le nez rouge d’ Israël.

Cet Israël, dont je considérait le nez, j’ avais pour lui une amitié profonde. C’était l’un des plus courageux camarades pilotes du Groupe. L’ un des plus courageux et l’ un des plus modestes. On lui avait tellement parlé de la prudence juive que, son courage, il devait le prendre pour de la prudence. Il est prudent d’être vainqueur.

Donc, je remarquai son grand nez rouge, lequel ne brilla qu’ un instant, vu la rapidité des pas qui emportaient Israël et son nez.

Sans vouloir plaisanter,  je me retournai vers Gavoille:

 -Pourquoi fait-il un nez comme ça?

-Sa mère le lui a fait, répondit Gavoille.

Mais il ajouta:

-Drôle de misión à basse altitude. Il part.

-Ah!

Et,bien sûr, je me suis rappelé le soir, lorsque nous eûmes cessé d’attendre le retour d’ Israël, ce nez qui, planté dans un visage totalement impasible, exprimait avec une sorte de génie, à lui seul, la plus lourde des préoccupations. Si j’ avais eu à commander le départ d’ Israël, l’ image de ce nez m’ eût hanté longtemps comme un reproche. Israel,certes,n’avait rien répondu à l’ ordre de départ,sinon: “Oui, mon Commandant. Bien, mon Commandant. Entendu, mon Commandant. “Israël, certes, n’ avait  pas tresailli d’ un seul des muscles de son visage. Mais, doucement, insidieusement, traîtreusement, le nez s’était allumé. Israël contrôlait les traits de son visage, mais non la couleur de son nez. Et le nez en avait abusé pour se manifester, à son compte, dans le silence. Le nez, à l’insu d’ Israël, avait exprimé au commandant sa forte désapprobation.” [1]

 

Y bien, Madame d’ Israël había venido a la inauguración de mi exposición de pintura, “Tableaux pour Le Petit Prince”, en París, y aún estaba muy afectada por la muerte de su marido ocurrida  hacía unos cinco años.

Paule me contó que una vez fue con un grupo de amigos a entrevistar a Jean Israël y que antes les advirtió: “Sobre todo, no le preguntéis por su nariz”. Jean,  como buen judío tenía una nariz que no pasaba desapercibida y esto venia reforzado con la anterior alusión hecha por Saint-Exupéry en Piloto de guerra. Al terminar la entrevista, Jean Israël les dijo: “¡Bueno, aún no han dicho ustedes nada sobre mi nariz!”.

La familia D’Agay y Saint-Exupéry se habían ofrecido amablemente para alojarnos en sus propias casas, como símbolo de hospitalidad y generosidad. Incluso el vino servido en la comida organizada en Los Inválidos había sido traído por los Fonscolombe de sus viñedos de Provenza[2].

Al día siguiente, en el coloquio entre los representantes de cada país, pudimos todos darnos cuenta de hasta qué punto el escritor-piloto había llegado a influir, un siglo después, en los proyectos y vidas de tanta gente: Igor, un joven estudiante ruso, de Voronej, había fundado una asociación llamada “On n’ est jamais seul chez les hommes”, se ocupaba de sostener campos de trabajo, en medio de una ciudad destrozada por las guerras, para crear “El jardín del Principito”. Había que plantar muchos árboles y entre ellos se colocarían estatuas alusivas a diferentes pasajes del libro, como por ejemplo “El nacimiento de la rosa”. Al escultor Jean Marc de Pas se habían ofrecido como modelos para las estatuas Kristina Semenovskaïa, la maniquí franco-rusa de Christian Dior, y la famosa Leticia Casta.

El grupo de Albania, bajo el nombre “Amigos de las puestas de sol”,  había organizado un concurso fotográfico para premiar las más bellas puestas de sol del planeta.

En aquel coloquio internacional cada participante expuso y contó sus proyectos para divulgar la obra y valores de Saint-Exupéry: el grupo Gercor con el doctor Dominique Soubrane, junto con otros colegas e investigadores, trabajaba en un conocido hospital de París aplicando gratuitamente las últimas técnicas de curación a los enfermos de cáncer; Mme. Solange Marchal, junto a Mr. Boutros Ghali, había creado los premios “Saint-Exupéry valores juventud” para la difusión de la francofonía entre los niños y jóvenes; Mr. Frank Bejat realizaba el sueño de muchos niños paseándoles en su globo del Principito por los cielos de Francia; la asociación “Déssine–moi un mouton” cuidaba a los niños enfermos de sida; la asociación “Petits Princes” se encargaba de realizar los deseos de los niños enfermos; “Courrier Sud” organizaba todos los años un railly a pie para jóvenes a través de Marruecos. No quisiera dejar de mencionar la breve intervención de Mme. Kozhevnikova que, durante 20 años, había trabajado en la traducción al ruso de la obra más extensa y compleja de Saint-Exupéry: Citadelle. Así podríamos seguir enumerando los diferentes proyectos presentados y que ya son realidad por todo el mundo: Canadá, Chile, Japón, Ruanda, etc.

 

Aquella noche todos los participantes asistimos, en el “Espace Saint-Exupéry”, a un sorprendente espectáculo teatral, “Le retour de Saint-Exupéry”, obra creada e interpretada por Christian Rizoud que vestido de aviador  representaba al propio escritor que, a modo de “fantasma”, había vuelto para contarnos su último vuelo.

El último día de nuestro encuentro teníamos prevista una visita a Lyon para inaugurar, junto con el alcalde de la ciudad, el monumento a Saint-Exupéry en la place Bellecour. El monumento era realmente bello. Se trataba de un monolito, de unos tres metros de altura, de piedra blanca tallada de manera irregular en planos verticales en cuya superficie aparecen grabadas en bajorrelieve fugaces estrellas de diferentes tamaños. Sobre el monolito, allá arriba, dos esculturas en bronce: Saint-Exupéry vestido de piloto, sentado en el borde mismo del monolito, y tras él, de pie y apoyado en su hombro, el Principito, y los dos mirando al cielo.

Nuestra última visita sería a un lugar muy querido por Saint-Exupéry: el castillo de Saint-Maurice de Rémens, un pueblecito situado a pocos kilómetros de Lyon donde el escritor pasaba de niño las vacaciones.

El castillo, que había sido de la condesa de Tricaud, es una gran casa solariega que desde un pequeño promontorio domina todo el pueblecito de Saint-Maurice y tras ella hay un gran parque poblado de inmensos árboles, rodeado por un pequeño muro de piedra tapizado por toda clase de enredaderas silvestres, hiedra y musgo. En aquella casa y en ese parque se había desarrollado toda la infancia de Saint-Exupéry, una infancia en cierto modo privilegiada por la intensidad de las relaciones familiares y por un mundo mágico, lleno de juegos y ritos que más tarde le harían decir: “Je suis de mon enfance comme d’ un pays”. Cuando se encuentre, años después, en la inmensa soledad del desierto del Sahara serán estos recuerdos de infancia los que le sostengan  y conforten:

 

“En face de ce désert transfiguré je me souviens des jeux de mon enfance, du parc sombre et doré que nous avions peuplé de dieux, du royaume sans limite que nous tirions de ce kilomètre carré jamais entièrement fouillé. Nous formions une civilisation close, où les pas avaient un goût, où les choses avaient un sens qui n’étaient permis dans aucune autre. Que reste-t-il  lorsque, devenu homme, on vit sous d’autres lois, du parc plein d’ombre de l’enfance, magique, glacé, brûlant, dont maintenant, lorsque l’on y revient, on longe avec une sorte de désespoir, de l’extérieur, le petit mur de pierres grises, s’étonnant de trouver fermée dans une enceinte aussi étroite, une province dont on avait fait son infini, et comprenant que dans cet infini on ne rentrera jamais plus, car c’ est dans le jeu, et non dans le parc, qu’il faudrait rentrer”. [3]

 

La añoranza de ese corazón de niño es lo que le hace decir a Saint-Exupéry que nunca más entraremos en ese parque encantado porque hemos perdido la fantasía, la pureza y la ilusión, en definitiva, los valores de la infancia, única llave para poder entrar en ese mundo mágico y seguro.

Simone, hermana de Saint-Exupéry, en su libro Cinq enfants dans un parc, nos ha dejado un precioso y entrañable testimonio de la infancia de los cinco hermanos y de sus vacaciones en Saint-Maurice. El libro, editado por Gallimard, nos revela una vez más el cariño con el que, no sólo Antoine, sino también ella recuerda  la vida en el Castillo.

Antes de su muerte, Simone había publicado dos artículos sobre sus recuerdos de infancia, uno en 1956, en la Revista Résonnances nº 40, titulado “Vacances de Pâques” y más tarde en 1974, en la Revista Icare nº 69, otro titulado “La patrie de l’ enfance”. Sin embargo es en su libro Cinq enfants dans un parc donde Simone se recrea en sus recuerdos.

Empieza su relato describiendo su regreso al Castillo de Saint-Maurice pasados los años. Simone, a medida que se acerca al castillo, presiente que todo ha cambiado: la reja del parque está oxidada y abierta, han cortado el bello seto de manzanos y también los negros y majestuosos abetos. Todos estos cambios no son más que un triste presagio que la llevan a exclamar: “Je n’irai pas plus loin. C’est déjà trop. Mes images précieuses, je ne veux pas les échanger contre d’autres moins belles” y más adelante añade “un collège d’ enfants nous a remplacés....une cloche s’agite, la cloche qui sonnait deux coups pour les repas. Les enfants vont se laver les mains et s’ asseoir dans le réfectoire, entre eux; nous, nous mangions avec les grandes personnes. Mais ensuite, nous avions tout le parc.

Les voix des enfants s’ éloignent. Le silence m’environne et me restitue les mille voix de la terre. Un pinson chante, des abeilles bourdonnent. Le vent caresse les branches des pins et elles bruissent doucement.

Que dit la mésange  au-dessus  de ma tête? 

Que dit le vent en me frôlant la joue?

Leur langage m’est familier. Ils se rappellent...Ils racontent...Ils disent...: “ Autrefois, cinq enfants jouaient dans ce parc...”. [4]

 

Esa misma sensación que Simone sintió al regresar pasados los años al lugar de su infancia, es la que  sentimos esa mañana al acercarnos, con ilusión y curiosidad, a aquel castillo de Saint-Maurice tantas veces citado por Saint-Exupéry en sus obras. No, no era posible, aquello no había sido un sueño. Las voces de los niños aún se oían en el parque como se oía el suave murmullo del viento entre las ramas de aquellos viejos árboles que Marie de Fonscolombe tantas veces había pintado. Y es que, a pesar de tantos años, el parque y aquella casa seguían rodeados, protegidos, por un halo mágico que el tiempo no había podido destruir.

Simone no llegó a terminar el libro, según palabras de su sobrino Frédéric D’Agay, que figuran en el prólogo de la edición de la obra, realizada con motivo del centenario del nacimiento de Antoine, lo que supone un misterio:

 

“Cela aurait pu être le livre couronnant sa carrière de femme de lettres, mais elle ne voulut jamais ni le terminer, ni le publier. Pourquoi?

Cela demeure un profond mystère. Peur de trahir une intimité familiale?, de souvenirs qui n’appartenaient plus qu’à elle et à sa soeur?

Nous avons decide de le publier en cette année du centenaire de la naissance d’Antoine car c’est un texte fondamental sur son enfance et l’atmosphère particulière de Lyon et de Saint-Maurice”.[5]

El castillo había sido vendido, años atrás, por problemas económicos familiares, a la ciudad de Lyon en 1932 y en verano se convertía en un centro de vacaciones para niños. Del mobiliario original sólo queda la gran mesa de madera del comedor y los artesonados de la sala de billar. Algunos de aquellos muebles, incluso ya en época de Saint-Exupéry habían sido vendidos, según nos contó el hijo del jardinero del Castillo, por el mismo Antoine, apremiado por sus necesidades económicas, a la vuelta de alguno de sus viajes. Aquel hombre, durante la comida en Saint-Maurice, también me enseñó amablemente un ejemplar de la primera edición de Terre des hommes dedicada por Antoine y diversas fotos de la familia Saint-Exupéry.

Los recuerdos de las gentes de Saint-Maurice estan llenos de afecto y cariño hacia la familia de Antoine y en especial hacia “la condesa”, como ellos llamaban a su madre. Se sienten orgullosas de que hayan compartido sus vidas  en aquel pequeño pueblo.

Es, precisamente, en Terre des hommes donde aparecen con más fuerza los recuerdos de  aquella casa, refugio seguro, en los momentos en que, perdido en el desierto, más lo necesita, haciéndose tan presentes que le llevan a decir: “Mes songes sont plus réels que ces dunes, que cette lune, que ces présences. Ah! Le merveilleux d’ une maison n’ est point qu’ elle vous abrite ou vous réchauffe, ni qu’ on en possède les murs. Mais bien qu’ elle ait lentement déposé en nous ces provisions de douceur”.[6]

Y era precisamente ante esa casa que tantas provisiones de ternura había depositado en su corazón donde, en esos momentos, íbamos a terminar aquel encuentro.

La casa, ahora vacía, hablaba de un pasado tan lleno de vida y de amor que aún dejaba oír aquellas voces infantiles y los negros abetos del parque estaban tristes recordando tantos juegos de niños bajo sus ramas. Incluso, el aroma de los tilos en aquel mes de mayo nos hacía sentir aún más la nostalgia de su ausencia y recordé las palabras del zorro al despedirse del Principito: 

“ Ah! Dit le renard, Je pleurerai.

C’est ta faute, dit le Petit Prince, je ne te souhaitais point du mal, mais tu as voulu que je t’apprivoise...

Bien sûr, dit le renard.

Alors tu n’y gagnes rien!

J’y gagne, dit le renard, à cause de la couleur du blè”.[7]

 

                                                              



[1] Antoine de Saint-Exupéry, Pilote de guerre, Gallimard 1942, págs. 18-20.

 

[2] La madre de Saint-Exupéry era Marie de Fonscolombe.

 

[3] Antoine de Saint-Exupéry, Terre des hommes, Gallimard, 1939, pág. 108.

[4] Simone de Saint-Exupéry, Cinq enfants dans un parc, Gallimard, 2000, pág. 11.

[5] Simone de Saint-Exupéry, op.cit., prólogo de Frédéric D’Agay.

[6]Antoine de Saint-Exupéry, Terre des hommes, Gallimard, 1939, pág. 66.

 

 

[7]Antoine de Saint-Exupéry, Le Petit Prince, Harcourt, Brace & World, Inc., New York, pág.86.



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