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Revista de estudios filológicos
Nº30 Enero 2016 - ISSN 1577-6921
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“Y se llamará Andres Nunez”, por Carlos Benito, El Correo, 11 mayo 2015.

http://www.elcorreo.com/bizkaia/sociedad/201505/11/llamara-andres-nunez-20150504114420.html

 

La ley de California no permite usar tildes ni eñes al registrar los nombres de los niños, pese a que la tercera parte de sus habitantes se expresan en español

 

Cartel de una ciudad de California donde 'Mónica' es 'Monica'.

Cartel de una ciudad de California donde 'Mónica' es 'Monica'. /

R.C.

El funcionario teclea, con indiferencia rutinaria, y cientos de antepasados empiezan a revolverse en sus tumbas. Son dinastías enteras de Sánchez, Díaz, Castaños o Ibáñez que, atentos desde el más allá, comprueban cómo la burocracia acaba de mutilar sus apellidos. Ni la ortografía del castellano ni el peso de los siglos han sido capaces de modificar la estricta normativa californiana: los registros de nacimiento utilizan exclusivamente las 26 letras del alfabeto inglés, sin aderezarlas con más marcas que el apóstrofo y el guion, así que a muchos árboles genealógicos de raíz hispana les brota de repente una rama rara que se escribe Sanchez, Diaz, Castanos o Ibanez. Y, por supuesto, a menudo va acompañada de nombres como Andres, Jose, Maria o Elias, que se cuentan entre los doscientos más populares del estado.

La prohibición de utilizar signos diacríticos en los documentos oficiales (desde las tildes de acentuación hasta la virgulilla de la eñe, pasando por la diéresis) no afecta solo a los hispanoparlantes, ni tampoco es exclusiva de esta parte de Estados Unidos. Ahí están los residentes de ascendencia francesa, que contemplan con espanto cómo muchos registradores yanquis suprimen sus circunflejos y sus cedillas, o los alemanes privados de su 'umlaut', los característicos puntitos sobre algunas vocales. Y ahí están, también, las restricciones similares que siguen vigentes en Kansas, Massachusetts o New Hampshire, por citar tres ejemplos más. Pero el caso de los hispanos en California resulta particularmente doloroso por razones históricas y culturales. Hablamos, al fin y al cabo, de un territorio donde más de la tercera parte de la población habla español en familia y donde los 'latinos' son ya el grupo demográfico más importante (suman más de catorce millones), y también de un estado que, entre sus primeras medidas legislativas, hace más de siglo y medio, creó un departamento responsable de la "correcta traducción" de las normas al castellano.

"No tiene sentido que, si tu apellido es O'Neal, se pueda deletrear correctamente en los documentos, pero, si es Núñez, no", resume Nancy Skinner, exrepresentante demócrata en la Asamblea Estatal que el año pasado presentó la AB 2528, un proyecto de ley encaminado a autorizar por fin el uso de signos diacríticos. El debate, centrado en las complicaciones administrativas y tecnológicas del cambio, se cerró abruptamente cuando se estimó que su aplicación podría suponer un coste de diez millones de dólares, un cálculo que Skinner considera exagerado. Las reticencias hacia el uso de eñes y tildes son una manifestación más de la compleja relación de los californianos con el castellano, tan presente en su vida cotidiana y en su entorno: puede entenderse que Los Ángeles haya perdido en inglés su acento ortográfico, pero cuesta más hacerse a la idea de que Los Banos sea el único nombre oficial de la ciudad de Los Baños, que cada cual acaba pronunciando a su manera. "La justificación es que, cuando se incorporó en 1907, las máquinas de escribir no tenían eñe. Y hablamos de una ciudad con una población latina del 65%", se asombra el periodista Juan Esparza Loera, editor del semanario bilingüe 'Vida en el Valle'.

 

 

Carteles de tres ciudades californianas, sin acentos ortográficos ni eñes.

 

Carteles de tres ciudades californianas, sin acentos ortográficos ni eñes.

Carteles de tres ciudades californianas, sin acentos ortográficos ni eñes.

Carteles de tres ciudades californianas, sin acentos ortográficos ni eñes. / R.C.

 

El parque de Año Nuevo

Curiosamente, los activistas más visibles de la lucha en favor de las tildes no pertenecen a la comunidad hispana. Se trata de personas como la propia Nancy Skinner, el periodista Louis Freedberg -que se vio obligado a inscribir como Lucia a su hija, de madre argentina- o el profesor Carlton Larson, de la Universidad de California, autor del informe de referencia sobre la probable inconstitucionalidad de estas restricciones. "Cuando California se convirtió en estado, en 1850, los signos diacríticos se podían esribir fácilmente con pluma y papel, incluso en las propias leyes, pero ahora nos dicen que los modernos sistemas informáticos se quedarán paralizados si les introducimos algo más que los 26 caracteres estándar", critica.

Este experto en historia legal no duda en arremeter contra argumentos muy repetidos, como el que sostiene que estas limitaciones buscan, simplemente, salvaguardar la lengua inglesa. "Es difícil ver de qué modo puede servir a este interés permitir el nombre de Changsurirothenothenom mientras se prohíbe el de Lucía", ironiza el profesor. También desprecia las supuestas complicaciones administrativas, ya que ejemplos como los de las fotografías de este artículo, que han vuelto la espalda a su escritura original, conviven con casos de escrupulosa fidelidad oficial a los orígenes: él cita los parques de Año Nuevo (y pocas eñes puede haber más trascendentes que esa) y Montaña de Oro. "El primer senador por California fue John Charles Frémont -añade- y, bajo la actual legislación, no podría traspasar su apellido a sus hijos".