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Revista de estudios filológicos
Nº32 Enero 2017 - ISSN 1577-6921
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ENTREVISTA A RAFAEL PULIDO: “LA MÁGICA CADENA DE LA LECTURA”

Javier Fornieles Alcaraz

(Universidad de Almería. Facultad de Humanidades)

Houndegnon Sodansou

(Universidad de Abomey-Calavi. Facultad de Letras, Artes y Humanidades, Cotonou. Benín)

 

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Rafael Pulido Moyano nació en Córdoba en 1967 y trabaja actualmente como profesor titular en la Universidad de Almería. Realizó su doctorado en Antropología social y su investigación se inscribe preferentemente en el terreno de la etnografía de la educación.

Al margen de sus ocupaciones académicas Rafael Pulido es autor de dos novelas. La primera de ellas, Cadenas magiares, se publicó en 2009 por la editorial Alhulia. La segunda, titulada La última partida de Leonidas Nimni (obra póstuma de Nico Alsuari), ha sido editada este año, en 2016, por la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil.

Las dos novelas mencionadas nos permiten ya señalar algunos de los rasgos e inquietudes que marcan su trayectoria como escritor.

En primer lugar, llama la atención el lugar destacado que ocupa la reflexión sobre el proceso de escribir en las narraciones de Pulido. Marcos Orellana, uno de los personajes principales de Cadenas magiares, está redactando su tesis. En la novela figura, además, como personaje el narrador, muy cercano por sus rasgos al autor, al propio Rafael Pulido: profesor universitario, dedicado a la antropología de la educación. Este narrador nos explica cómo ha ido obteniendo la información a partir de diarios, entrevistas. E incluye fragmentos de la tesis de Marco y otros textos como el discurso de Santiago ante las autoridades académicas.

La atención concedida a la escritura tienen mayor importancia aún en la segunda narración. En este caso, la obra se presenta, incluso, como una edición de la novela que vamos a leer. El crítico en la ficción, Manuel Fresnedo Vara, comenta y reflexiona sobre el contenido y las características formales del texto que edita, e incorpora sus observaciones en notas a pie de página.

De esta forma, la novela se articula en una serie de piezas que encajan unas dentro de otras. Junto al autor empírico, Rafael Pulido, nos encontramos con las voces de los personajes, del escritor que supuestamente escribe la novela –Nico Alsuari- y con la propia voz del supuesto especialista, Manuel Fresnedo. Por lo demás, Nimni, el protagonista de La última partida, trabaja como lector en una editorial, juega con la idea de escribir una novela, y la obra se completa con una supuesta entrevista a Nico Alsuari.

Sin embargo, la presencia de elementos metaliterarios puede resultar equívoca. Nos puede llevar a un error de perspectiva. La ironía que se proyecta a veces sobre las disputas de los profesores que comentan la obra de Alsuari constituyen, en este sentido, una clara advertencia. En las novelas de Rafael Pulido no se pretende construir un mundo circular, distante y encerrado en sí mismo, sino todo lo contrario: la intención del escritor parece más bien la de mostrar hasta qué punto la literatura determina, forma parte de nuestra vida.

Algunos de los juegos metaliterarios muestran claramente esa intencionalidad. En las novelas Rafael Pulido destaca siempre la importancia de la lectura, de la interpretación que hacemos de una obra. Las lecturas importan porque influyen y modifican la experiencia vital de sus personajes. Viaje en torno a mi cráneo, la obra de Frigyes Karinthy, en la que éste nos cuenta sus experiencias con la enfermedad, va de mano en mano en la novela, se la recomiendan los amigos, va estableciendo una red de inesperados reconocimientos entre los personajes en Cadenas magiares.

Tan cercana está la lectura o la escritura a la propia vida que no parece que aquellas puedan separarse de la autobiografía. Leer es perturbar lo ajeno. Y otro tanto ocurre con la escritura cuando no se encuentra directamente relacionado con nuestras propias experiencias. En La última partida de Leonidas Nimni, Alsuari piensa que se debe escribir cuando te lo pide el alma. En la entrevista que realizamos, Rafael Pulido indica la presencia de numerosos elementos autobiográficos incorporados en sus novelas. Nimni quiere en realidad hablar, escribir, de sí mismo. Las opiniones de Ulises –se nos advierte- son las de Alsuari, el supuesto autor de la novela que leemos. Nimni se pregunta si de alguna forma no está traicionando el legado de Ulises, su abuelo, cuando se plantea hacer una novela, quizás un negocio, con sus recuerdos. Y un vivo sentimiento de ser traicionado será lo que experimente cuando encuentre una novela en la que se cuentan sus propias experiencias de infancia.

Por este mismo motivo, quienes cultivan la pintura o la poesía se presentan como almas independientes, que deciden refugiarse en su vocación y se muestran escasamente interesados en la comercialización de su obra. Es el caso del pintor Altamirano, un personaje difícil de olvidar, entregado a la vida bohemia en Cadenas magiares. Y es el caso de Ulises, quien decide no publicar los versos y considera que es mejor difundirlos, recitarlos, oralmente, en la plaza o en las aulas. La lectura se asemeja así al proceso que desencadena la enseñanza. En una y otra se establece una relación tan intensa como personal. Por eso Ulises ha sido un gran maestro o Altamirano reprocha a los profesores el escaso interés que parecen mostrar en ocasiones por sus alumnos. En ambos casos se trata de seres humanos que alumbran la noche e infunden vitalidad en quienes tienen la suerte de conocer sus obras o disfrutar de su amistad. Una idea que se recoge al final de Cadenas magiares en una bella imagen puesta en boca de Hermes, el profesor refugiado en las Alpujarras: “Quise saber por qué comparaba a sus alumnos con varitas de incienso, y me explicó que ellos, que él, que todos, somos como las varitas de incienso, tan frágiles que puede arrastrarnos la brisa más leve si no estamos enraizados, pero con una enorme fuerza interior que reside en el aroma que podemos desprender”.

En este mismo sentido debemos interpretar la despreocupación del artista por la difusión de su obra. Actúa así, consciente de su responsabilidad, para evitar todo lo que pueda impedir su consideración, por parte del lector, como una vivencia auténtica. La obra queda entregada al azar, a la generosa disposición de quienes se acercan a ella, se sienten transformados y necesitan compartirla con los demás.

Ese azar que difunde los libros memorables entre los espíritus afines es también el factor que guía las acciones de los personajes. Las casualidades surgen de continuo y constituyen un desafío para el narrador: Ulises pasa su niñez en la casa de Trotski y en La última partida está a punto de embarcar en el Gramma camino de La Habana. Y, Hermes, un antiguo profesor de universidad en Granada, puede ser al mismo tiempo el joven revolucionario que encandiló en Hispanoamérica muchos años antes a otros personajes de la novela.

Pulido emplea buena parte de su trabajo en justificar estas casualidades, en valorarlas y otorgarles un sentido. Y una detallada investigación sustenta el relato de hechos como la aparición de Peter Nemenyi y su parentesco con Bobby Fischer, que a los lectores en principio les pueden parecer libremente inventados por el narrador.

Sin embargo, no le falta razón, quizás, a Nico Alsuari, el ficticio autor, cuando rechaza la tentación de buscar un realismo innecesario.  La verosimilitud de estas novelas se apoya en la descripción de calles, bares conocidos, de acontecimientos tan reconocibles como la situación política o el desencanto por el rutinario papel que desempeña la universidad. Pero el realismo procede en estas novelas ante todo de la capacidad para envolver emocionalmente al lector con continuos elementos intensificativos y para hacerle partícipe de esa gozosa experiencia de lecturas y camaradería que envuelve a sus personajes. Una vez cruzada esa puerta en Cadenas magiares el lector se embarca con entusiasmo en ese continuo descubrimiento de nuevas casualidades y vínculos entre los personajes, y no necesita los comentarios ni los atenuantes sobre la verosimilitud de la historia. Todo forma parte de esa ‘cadena’ de azares, encuentros, lecturas, que surge cada día y se prolonga en el tiempo como muestran los nombres simbólicos de muchos de sus personajes: Ulises, Hermes, Leonidas.

Finalmente, me gustaría señalar brevemente otro par de rasgos.

En primer lugar, el ajedrez, una de las pasiones de Rafael Pulido, se proyecta en las dos obras. Uno de los ejes de la investigación de Marcos Orellana en Cadenas magiares gira en torno a Boby Fischer. Nimni es un enamorado del ajedrez y solo al final, cuando llega el momento decisivo, participa en un torneo. En ambas novelas, el ajedrez surge además como una especie de símbolo del arte y por tanto, como hemos dicho, de la propia vida. Exige esfuerzo, pasión, entrega. De ahí que la persona en la que se inspira Nico Alsuari, el supuesto autor de la novela, para crear la figura de Nimni, juega con la misma actitud y audacia que muestra en su propia vida. Y lo mismo ocurre con otro personaje incorporado de la vida real, el Ché, quien no jugará nunca sin tener un plan, sin buscar la iniciativa.

En segundo lugar, los protagonistas se caracterizan por acceder al mundo, a la amistad, a las lecturas, llenos de ilusión y de proyectos para terminar finalmente desencantados. Marcos quedará decepcionado por los comportamientos que observa en la universidad. Y sufrirá luego el terrible golpe de una enfermedad. Los amigos, el amor,  la creación y las lecturas, a veces la familia, serán algunos puertos en los que uno puede encontrar refugio. Pero también el desengaño llega a esos lugares. Nimni experimenta la prepotencia y el acoso de sus compañeros de juegos; y se siente traicionado por las mujeres que ha amado. La decepción lo llevará finalmente a suicidarse y a matar a unos políticos corruptos en un acto de terrorismo.

El lector se encuentra así sacudido por sentimientos contradictorios. Por un lado, se deja llevar por el entusiasmo y las ganas de aprender y de vivir que muestran muchos personajes. Por otro lado, observa la corrupción que rodea a la política o los engaños y las ruindades del mundo universitario, que el propio autor ha conocido y experimentado de cerca. Parece que al final no existe más salida ante este conflicto que la muerte o la huida como ejemplifican Edgar Altamirano o Hermes, el profesor despedido y que vive ajeno a todo en Capileira.

Pero en medio nos queda el esfuerzo de haberlo intentado. Y como lectores resulta difícil no dejarnos seducir por una escritura que nos lleva con entusiasmo por las calles de Granada o por el recuerdo de las inquietudes juveniles y los rituales de la amistad. No me extraña que algún lector le haya preguntado por el teléfono de alguno de sus personajes. Yo estoy casi por pedirle  la dirección del bar Malonia y por buscar mañana mismo las huellas de Altamirano.

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ENTREVISTA: RAFAEL PULIDO

 

-Los elementos metaliterarios, las reflexiones sobre la escritura, aparecen ya en Cadenas magiares. Y tienen una importancia mucho mayor en la segunda novela. ¿Le interesan especialmente este tipo de obras?

-No, no tengo especial predilección por la metaficción. Reconozco que los bucles metaliterarios siempre me han divertido como lector, pero hay maravillosas historias que no incluyen referencias a su propia condición de textos escritos por un autor. Creo que se rompe cierta magia al explicitar en un texto que se trata de eso, de un simple texto, como si no se permitiera la inocencia del lector crédulo que se entrega a la historia olvidando que es ficción. Pero, por otro lado, se trata de golpes de realismo, como si dijeses al oído del lector que no se deje engañar, que lo que tiene delante es una construcción.

 

-¿Cómo se articulan, en concreto, esas reflexiones metaliterarias en su última novela, La última partida de Leonidas Nimni (Obra póstuma de Nico Alsuari?

-En esta segunda novela valoré la posibilidad de incluir una nota al comienzo dirigiéndome al lector, diciéndole algo así como que no dudo de su habilidad para detectar trampas, juegos y guiños en la narración que se dispone a leer, pero que creía conveniente aclarar algo para evitar malentendidos. Le diría que, como bien muestra la portada, mi nombre es Rafael Pulido Moyano, y que yo soy el autor de eso que tiene ante sus ojos, que yo inventé esta historia pero, mientras la escribía, decidí adjudicar su autoría al “conocido” escritor Nicolás Alsuari Cañas, reservando para mí –para Rafael Pulido Moyano, el auténtico autor- el papel de un crítico literario, a quien llamé Manuel Fresnedo, un experto en la obra de Alsuari. Le habría explicado al lector que esta maniobra -¡en absoluto original!- me permitió tomar distancia del texto principal –el que había “escrito” Nico Alsuari- y someterlo al análisis y la discusión. De este modo, transmutado en Manuel Fresnedo, me permitía la licencia de redactar el Postcriptum que aparece en la novela, donde ofrezco algunas pinceladas sobre la vida y la obra de Alsuari, incluyendo la entrevista que mantuve con él poco antes de su muerte. Le diría a mi lector que a lo largo del texto encontraría notas numeradas, que si quiere consultarlas puede ir a las últimas páginas, pero que podría prescindir de ellas, así como del Poscriptum, y concentrar sus energías lectoras en La última partida de Leónidas Nimni. Lo repito, es muy probable que estas aclaraciones no sean necesarias, pero quería hacerlas por si acaso, por si las moscas. Pero al final desistí y no incluí esta nota aclaratoria.

 

-La segunda novela nos muestra un personaje que decide suicidarse en un acto terrorista para denunciar las mentiras y la podredumbre de la política. ¿Tiene alguna relación el tema con la decisión de envolver el texto en los comentarios del supuesto autor en la ficción, Nico Alsuari, y del crítico que la edita?

 

-No, no hay relación entre ambas cosas. El suicidio del protagonista fue precisamente lo primero que puse sobre la mesa de trabajo al escribir esta novela, el único elemento indiscutible, todo debía conducir a ese momento terrible. Lo demás fue un añadido final. Envolver el texto en los comentarios del supuesto autor en la ficción, Nico Alsuari, y del crítico que la edita, fue un experimento realizado después de terminar de escribir la historia, a la que encontré un poco insulsa en su primera versión.

 

-Escribir, leer, pintar surgen en sus personajes como actividades relacionadas directamente con una necesidad interior. Incluso parece que la publicación o la comercialización de la obra altera sus características fundamentales. ¿Es solo la opinión de sus personajes? ¿Se corresponde con sus propias ideas?

-Comparto esa opinión con mis personajes. Toda obra artística pierde algo de su esencia cuando se convierte en objeto de mercado, o mejor dicho, cuando se pretende obtener beneficio económico con ella. En un mundo ideal, las obras de arte jamás tendrían un precio, ya fuesen cuadros o literatura, y los artistas deberían vivir de lo que les regalasen voluntariamente quienes disfrutasen de su arte, ya sea dinero u otro tipo de bienes. ¡Pero esto es una locura!

 

-El ajedrez es también una pasión, una actividad que marca la vida de los personajes en Cadenas magiares y en La última partida de Leonidas Nimni (obra póstuma de Nico Alsuari). ¿Tiene el ajedrez para Vd. un significado especial?

-El ajedrez, aparte de ser el deporte más violento, es la fuente de metáforas más rica y compleja que pueda encontrarse para iluminar los rincones del ser humano y de la sociedad. Sí, tiene un significado muy especial para mí. Yo soy un adicto al ajedrez, y lo incluyo en mis novelas como terapia de desintoxicación.

 

-Junto a los elementos claramente imaginados, en ambas novelas se multiplican las referencias externas a una realidad reconocible por el lector (Granada, Madrid, Guayaquil…). Hay otros elementos sobre los que tengo algunas dudas. La extraña historia sobre el hermano desconocido de Bobby Fischer, la investigación de Marcos Orellana ¿es fruto de su imaginación o hay detrás una historia real?

-Sí, sí, se corresponde con una realidad perfectamente documentada. Pasé dos años investigando sobre Peter Nemenyi, el hermano por parte de padre de Bobby Fischer. Leí el expediente del FBI que desvelaba este parentesco con objeto de aportar suficiente contextualización histórica para mi novela Cadenas magiares. Peter fue un hombre de humildad infinita que, a decir de una amiga íntima, no refería su parentesco con el genio de Brooklyn porque le hubiera parecido un acto de vanidad. El verbo presumir no existía en el vocabulario de Peter, aunque él podría haber presumido de muchas cosas. Por ejemplo, de hablar varios idiomas, o de presenciar las primeras coreografías del revolucionario de la danza moderna, Merce Cunningham, su compañero de estudios en Black Mountain Collage, o simplemente de tener el coraje y la claridad de ideas necesarios para renunciar a las prebendas de una cátedra y así poder dedicar su tiempo a los más necesitados, ya fuesen negros, mujeres maltratadas, países que sueñan con una revolución o gente sin recursos económicos, y a criticar abiertamente la política de su gobierno en materia de sanidad (Peter defendió con uñas y dientes la necesidad de crear un sistema de seguridad social como el que años después intentaría promover Barack Obama) y, muy especialmente, en asuntos de política internacional.

Compartir genes con Bobby Fischer podría ser otro motivo para presumir, aunque no puede descartarse el que, a la luz de las posiciones ideológicas que Bobby fue desarrollando, ello pudiera llegar a ser un motivo para vergüenza de Peter. En mi opinión, Peter siempre estuvo al tanto de la trayectoria seguida por su hermano, tanto en su ascenso al cielo ajedrecístico como en la posterior caída al infierno del olvido y la locura.

 

-Hispanoamérica está presente en las dos novelas. Algunas de  las experiencias básicas de los personajes han tenido lugar allí. Incluso su segunda novela, La última partida de Leonidas Nimni, ha sido publicada en Ecuador por la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil.

 

-Sí, es cierto. Edgar Altamirano, el ‘loco’ pintor de mi primera novela, es argentino, y la segunda novela es ecuatoriana ciento por ciento, como dicen por allá.

Precisamente, Altamirano, este personaje que se mueve por Hispanoamérica y por nuestro país, tiene para mí un especial significado. Por eso aparece en las dos novelas, establece un puente entre ambas, que de este modo se comunican y provocan el reconocimiento cómplice del lector.

Digamos que me cuesta menos trabajo fantasear en Hispanoamérica, con ella y desde ella. Europa me parece tan real que no cabe en mi cabeza escribir una historia “europea”. Estados Unidos, sin embargo, me parece surrealista, por eso he situado en Nueva York mi tercera novela, contando la historia de un quiosquero de Brooklyn, ¡completamente ajeno a Bobby Fischer!

 

-¿Hay muchos elementos autobiográficos en sus novelas?

-¡Muchísimos! Cadenas magiares es la historia de un estudiante universitario en Granada. Cuando escribo eso de “hubo un tiempo en que ir Malonia era, para muchos jóvenes sedientos de vida y de verdad, tocar el cielo. Un tiempo en que salir a la calle era pensar la revolución y recorrer la noche del Albayzín profundo era navegar por los mares de la conspiración”, estoy contando lo que le pasó al Rafa Pulido del año 1986. Por cierto, ésa fue la primera frase que escribí en el relato que catorce años después salió a la luz como Cadenas magiares. Y en La última partida de Leonidas Nimni hay una buena selección de fragmentos de mi memoria que utilizo en la novela. El episodio principal de la primera parte se ocultó durante más de treinta años en la maleza más espesa de mis recuerdos, de donde creí que jamás saldría, pero lo hizo. La escena más vigorosa de la segunda parte, por el contrario, pertenece a esa clase de experiencias que uno desea compartir con los demás desde el primer momento. Me ocurrió apenas unas horas después de aterrizar por primera vez en Guayaquil, a finales de 2009.

 

-¿A qué público van dirigidas sus novelas? ¿Cómo se imagina usted a sus lectores? ¿Qué reacciones ha tenido por parte de ellos? ¿Qué aspectos de las narraciones parecen llamarles la atención?

-He recibido algunos mensajes de correo electrónico donde los lectores muestran sus impresiones tras la lectura de mis novelas, pero no me atrevo a señalar qué lector-tipo tienen éstas. La verdad es que nunca he pensado en un tipo de lector al que dirigir mis historias. Supongo que eso sólo ocurre cuando uno busca con descaro el beneficio económico de su escritura, cuando uno tiene ya un nombre en el mercado. No sé, son meras especulaciones. No me importa el lector, sinceramente, aunque confieso que nunca más volveré a confundirlo con la borrosa línea entre la ficción y la realidad histórica documentada. Un tipo me pidió el número de teléfono de un personaje femenino de mi primera novela. No le respondí. ¿Qué podía decirle?