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Revista de estudios filológicos
Nº32 Enero 2017 - ISSN 1577-6921
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peri-biblion

CUANDO EL ORDEN Y EL CAOS SON UNA SOLA COSA.

ANÁLISIS DEL PANTEÓN IDHUNITA

 

Natalia González de la Llana Fernández

(Interkulturelle Studien-Romanistik, RWTH Aachen University, Alemania)

natalia.llana@ifaar.rwth-aachen.de

 

 

Resumen:

Este artículo pretende realizar un análisis del panteón idhunita propuesto por Laura Gallego en su trilogía Memorias de Idhún. En el mundo inventado por Gallego hay seis dioses creadores (3 dioses y 3 diosas) y un Séptimo destructor. Partiendo de otros trabajos previos en los que ya utilizábamos las teorías de Gilbert Durand desarrolladas en Las estructuras antropológicas de lo imaginario para el estudio de la high fantasy en general y de las novelas sobre Idhún en particular, analizamos estas divinidades y su significación simbólica. En contra de lo que se nos da a entender al comienzo de la trilogía, la oposición entre los dioses creadores (los “buenos”) y el destructor (el “malo”) resulta no ser tal. La coincidentia oppositorum que sugiere esta narración la sitúa de lleno dentro del régimen nocturno de la imaginación del que habla Durand.

Palabras clave: Memorias de Idhún, Laura Gallego, literatura fantástica, mitología, literatura juvenil

 

Abstract:

This article offers an analysis of the idhunite pantheon proposed by Laura Gallego in her trilogy Memoirs of Idhun. In the world invented by Gallego there are six creator gods (3 gods and 3 godesses) and a Seventh destructor. Starting from other previous works where we already used Gilbert Durand’s theories developed in The Anthropologic Structures of the Imaginary for the study of high fantasy in general and the novels about Idhun in particular, we analyze these divinities and their symbolic meaning. Contrary to what the trilogy makes us understand in the beginning, the opposition between the creator gods (the “good ones”) and the destructor (the “bad one”) is not really such. The coincidentia oppositorum that this narrative suggests places it completely in the nocturnal regime of the imagination that Durand speaks of.

Key words: Memoirs of Idhun, Laura Gallego, fantastic literature, mythology, youth literature

 

1.   Introducción

 

Tal como hemos señalado en otros trabajos anteriores (González de la Llana 2011 y 2013), la saga Memorias de Idhún de la escritora Laura Gallego comienza sugiriendo un simbolismo antitético (bien-mal, luz-oscuridad, etc.) que entraría de lleno en el régimen diurno de la imaginación según lo describe Gilbert Durand en su ensayo Las estructuras antropológicas de lo imaginario, para pasar después a mostrarnos, en cambio, que se trata de una obra que se incluiría, más bien, en el régimen imaginario nocturno, caracterizado por la unión de contrarios.

Al leer el comienzo de la trilogía el lector tiene la impresión de encontrarse ante un mundo secundario con una causalidad mágica (faery-tale fantasy[1]), es decir, un mundo en el que los dioses han desaparecido como fuerzas sobrenaturales, pero donde sus poderes permanecen en forma de magia, magia que es ejercida por seres inferiores. Sin embargo, posteriormente, nos damos cuenta de que Idhún está regido en realidad por una causalidad sobrenatural, divina (myth fantasy), puesto que sus siete dioses juegan un papel básico en los hechos que tienen lugar y en su sentido último.

Lo que es especialmente interesante de este Panteón es que, al igual que sucede en el caso de los personajes principales, por ejemplo, no nos muestra unos límites claros entre el bien y el mal. La aparente oposición entre dioses buenos (los Seis) y el malo (el Séptimo) no es tan obvia según se va avanzando en la lectura como habríamos podido imaginar al inicio del relato. La representación de estas divinidades y la cosmovisión que implican es lo que nos gustaría analizar en nuestro trabajo.

 

2.   Mitos de origen

 

Laura Gallego desarrolla en su trilogía idhunita un complejo sistema religioso y mitológico que se convierte en el verdadero fundamento de las aventuras de los protagonistas y las dota de una mayor profundidad.

Ya en el segundo tomo, pero sobre todo en el tercero, se nos van revelando los orígenes de las rivalidades que han llevado a la guerra entre los dos bandos que combaten por el dominio de Idhún, y que se remontan a la misma creación del mundo e, incluso, de los dioses. Los descubrimientos que realizan en este sentido Jack, Kirtash y Victoria, los héroes de esta historia, les harán, por otro lado, replantearse dónde están sus alianzas y hasta qué punto tiene sentido su lucha.

Intentemos organizar cronológicamente los acontecimientos a partir de los distintos mitos y leyendas que se nos ofrecen de forma discontinua en los libros. En primer lugar, la «leyenda de Uno» trata de explicar el origen primordial de todo lo existente. Según se dice, en el principio había una entidad llamada Um, que era simplemente una conciencia sin cuerpo y habitaba el vacío en la convicción de que no existía nada más que él. Se dedicaba a meditar y trazar planes hasta que se encontró con Ema, una entidad activa que hacía cosas sin plan previo. De su choque, de su intento de destrucción mutua surgió Uno, que era una fusión de ambas esencias, y se crearon el universo y la materia. Sin embargo, la existencia de Uno fue bastante breve comparada con la de sus antecesores, ya que, una vez terminada la unión, estalló en fragmentos que se dispersaron dando lugar a los dioses, quienes encontraron, en su mayor parte, mundos que habitar.

Los dioses a los que veneran los idhunitas son seis: tres dioses (Aldun, Yohavir y Karevan) y tres diosas (Wina, Neliam e Irial). Pero, en contra de lo que sus habitantes creen, la historia de Idhún comienza en realidad en Umadhun, el Primer Mundo, creado por los Seis y luego destruido también por ellos a causa de sus continuas peleas. Apenas conscientes de la devastación que sus discusiones provocaban en su entorno, los dioses acabaron con Umadhun y decidieron crear un nuevo mundo más perfecto poblándolo de criaturas: Idhún.

Al principio todo fue bien, pero luego volvieron a comenzar los enfrentamientos y surgió un Séptimo dios que los desafió. Se inició una guerra, aunque, esta vez, para no causar daños irreparables, los dioses abandonaron Idhún y dejaron la lucha en manos de seres que los representarían y que estaban destinados a odiarse para siempre: los dragones y los sheks. Del lado de los dragones se pusieron las seis razas inferiores sangrecalientes (humanos, feéricos, celestes, gigantes, varu y yan), mientras que con los sheks combatía la raza sangrefría de los szish. Los unicornios, criaturas enviadas por los dioses para renovar la energía del mundo y entregar la magia a unos cuantos elegidos, fueron los únicos que se mantuvieron neutrales.

El Séptimo dios, sin embargo, no era tan ajeno a los otros como creían los mortales, pues, en realidad, era la sombra de los otros Seis, la parte oscura y destructiva de sí mismos de la que trataron de deshacerse, y que, de algún modo, cobró vida propia. Para que no escapara, lo encarcelaron en una roca en el fondo del mar hasta que, tras varios siglos de prisión, consiguió huir.

Como ya hemos comentado, todas estas informaciones sobre la base mítica de Idhún y sus orígenes, no se presentan de golpe ni de forma clara desde el inicio, sino que se le van ofreciendo al lector de modo progresivo a través de los descubrimientos de los propios protagonistas, que intentan dar un sentido a los graves conflictos en los que se ven envueltos y que se tienen que enfrentar, para su sorpresa, al hecho de que todas sus creencias anteriores sean cuestionadas.

 

 

3.   El panteón idhunita

3.1. Los Seis

 

El tres, símbolo de la perfección, es un número importante en Idhún. Tres son los soles, tres las lunas, los dioses y las diosas, y también los protagonistas que están destinados según la profecía a salvar su mundo. Es un universo en un teórico equilibrio, que queda aparentemente descompensado por la aparición del Séptimo.

Los Seis son dioses creadores que son venerados por sus criaturas:

Se dice que, cuando los dioses llegaron a Idhún, la diosa Wina se enamoró tanto de este mundo que descendió a él y lo cubrió por completo con un manto de vegetación. Todos los dioses colaboraron con ella: Irial condujo hasta el mundo la luz de las estrellas, Karevan hizo crecer las montañas, Neliam pobló los océanos de criaturas acuáticas y utilizó el poder de las lunas para crear las mareas. Yohavir hizo el aire que respiramos, las nubes, los vientos, los olores y los sonidos hermosos. Aldun alimentó los tres soles, pero no se conformó con ver Idhún desde los cielos, y decidió descender para ver por sí mismo el resultado de la creación[…] Su cuerpo de fuego abrasó una gran extensión de tierra, destruyendo toda la obra de los otros cinco dioses. No lo hizo a propósito, pero Wina nunca se lo perdonó. (Gallego, 2005: 199)

 

Como en tantas religiones y mitologías, los Seis se caracterizan, en gran parte, por su poder creador, ofrecen profecías a través de oráculos, y representan, según parece, el Bien, que se encuentra en una lucha continua contra las fuerzas maléficas del Séptimo y sus aliados. Así lo presentan los sacerdotes y así lo creen los fieles.

La verdad, en cambio, es más bien otra. No se trata solo de dioses creadores, sino también destructores, y su actitud dista mucho de ser el dechado de virtudes que se les atribuye. La lucha por el poder en Idhún adquiere precisamente un carácter cósmico de gran peligro para sus habitantes cuando los Seis deciden acercarse a su mundo para intentar destruir al Séptimo, que se había encarnado en el cuerpo de un hada. Inconscientes o insensibles a los efectos catastróficos que su presencia causa en el mundo al que le han dado la vida, los dioses se pasean destrozando todo lo que se encuentra a su paso.

Sabedores de la dificultad de la situación, Jack y Victoria (el último dragón y el último unicornio, que habían luchado en la resistencia contra la encarnación del Séptimo en el hechicero Ashran) sugieren la posibilidad de ayudarlo en su nueva encarnación como el hada Gerde para evitar una lucha entre los dioses que destruya Idhún:

 

-Han venido a luchar contra el Séptimo dios –prosiguió Victoria- que ahora se oculta de ellos en un cuerpo material. Si ese cuerpo es destruido… si la esencia del Séptimo vuelve a ser liberada, los dioses lucharán contra ella y todos nosotros seremos aniquilados en el proceso. (Gallego, 2006: 772)

 

Algunos de sus compañeros de armas, sin embargo, deciden avisar a los Seis de cuál es el paradero de Gerde con la esperanza de que la encuentren y terminen las catástrofes. El aspecto terrorífico que, según explica Rudolf Otto (1996: 24-31), es una de las características de lo numinoso, aparece de forma clara en este encuentro con las divinidades, que se presentan, además, como bastante indiferentes al destino de los mortales (Gallego, 2006: 867-869)

Sorprendidos, pero incapaces de negar la evidencia, los protagonistas se dan cuenta de que los Seis no se preocupan excesivamente por sus criaturas: “Hace tiempo que perdimos el interés por las vidas de las personas y por todas las cosas que hacen. Apenas duran lo que el parpadeo de una estrella.” (Gallego, 2006: 869)

 

     3.2. El Séptimo

 

La lucha inicial de Idhún no incluye teóricamente a los dioses. La tríada protagonista se enfrenta a Ashran el Nigromante, un poderoso mago asociado con los sheks, pero no es hasta bien avanzada la historia que los personajes y los lectores descubrimos que se trata, en realidad, de una reencarnación del Séptimo. Tras el cumplimiento de la profecía, Ashran es derrotado y el espíritu del dios queda de nuevo en libertad hasta que toma el cuerpo de Gerde.

No parece caber duda de que el objeto del odio de la Resistencia es un ser malvado y cruel que merece ser destruido. Y, sin embargo, como hemos dicho, el Séptimo es, en realidad, una creación de los otros dioses, una consecuencia de la escisión de su sombra, tal como observan Victoria y Jack:

 

-¿Quisieron ser solamente dioses creadores, y se “liberaron” de su parte destructiva, del odio, la oscuridad y todo eso?

-O al menos lo intentaron. Tal vez creyeron que habían acabado con ello, pero lo cierto es que, de alguna manera, dieron vida a un nuevo dios. Un dios que concentraba todo lo malo que había en ellos. Y desde entonces, por lo visto no han vuelto a pelearse entre ellos, así que supongo que sí tuvieron éxito en cierto modo. Pero ahora tienen que acabar con esa “parte mala” que se les ha rebelado. Por eso crearon a los dragones, y el Séptimo respondió creando a los sheks, o tal vez fuera al revés. (Gallego, 2006: 562)

 

Por otra parte, si bien es cierto que se trata de una divinidad destructora, no es menos verdad que acaba convirtiéndose, como los otros, en un dios creador, e, incluso, quizás, hasta más “humano” que el resto. Al verse amenazada por la presencia de los otros Seis, Gerde crea un nuevo mundo para huir con sus criaturas (los sheks y los szish), y, cuando están a punto de darle alcance, duda de si cruzar la Puerta interdimensional y escapar abandonando a los sheks que aún no la habían traspasado o esperar sabiendo lo que podría sucederle. Ese momento de duda le cuesta la vida de su reencarnación feérica… y, sobre todo, lo hace más simpático al lector, puesto que lo muestra como un dios mucho más preocupado que los otros por los seres a los que ha otorgado la existencia.

El Séptimo, además, se relaciona con la serpiente, uno de los símbolos cíclicos que Gilbert Durand incluye dentro del régimen nocturno de la imaginación[2]. La serpiente simboliza, nos dice, la transformación temporal, es a la vez animal que muda, que cambia de piel sin dejar de ser él mismo. Para la conciencia mítica es el gran símbolo del ciclo temporal, el ouroboros, que representa la totalización de contrarios. (Durand, 1982: 301-303)

Efectivamente, la capacidad de transformación del Séptimo es mayor que la de los Seis, tomando diferentes cuerpos, mostrando también en ellos una mayor flexibilidad en su naturaleza, que puede adquirir indistintamente una apariencia masculina o femenina. (Gallego, 2006: 416-417)

El hijo mediador que participa de dos naturalezas es también uno de los símbolos cíclicos que cita Durand (1982: 285 y ss.) y que encontramos aquí en la figura de Christian/Kirtash, quien, habiendo nacido humano, fue arrancado a su madre por Ashran, su progenitor, para fundirlo con un shek y convertirlo en un ser híbrido que poder utilizar en su lucha contra la profecía que habría de derrocarlo. Si Jack y Victoria son híbridos por naturaleza, ya que sus cuerpos aceptaron su segundo espíritu cuando aún estaban en el vientre materno, Kirtash fue fabricado con magia negra para cumplir con la función que se le tenía asignada.

Al igual que el Séptimo, Kirtash aparece al principio de la trilogía como un ser fundamentalmente cruel, que asesina a sangre fría y sin un mínimo de remordimiento. Pero lo que es más interesante de este personaje es, de hecho, la fuerte ambivalencia de su carácter. Sus sentimientos de amor por Victoria le harán enfrentarse a su destino y arriesgar su propia vida por ella. No es, desde luego, un héroe clásico como pueda serlo Jack, aunque la oposición aparentemente clara entre ambos muchachos se revela, posteriormente, mucho menor de lo esperado. (González de la Llana, 2011: 113-117)

Como un nuevo Mesías, una especie de Cristo invertido, enviado por un dios oscuro que lo crea para usarlo, Kirtash aparece en la profecía que vaticinaba “solo un dragón y un unicornio podrán derrotar a Ashran; y un shek les abrirá la Puerta”. Modificando la profecía original de los Seis que hablaba de un dragón y un unicornio, el Séptimo introduce una “cláusula” nueva con la que cree que podrá vencer a sus oponentes.

Tanto el Séptimo como sus criaturas son mucho más de lo que parecen, y, desde luego, no son tan despreciables como un restringido maniqueísmo moral podría sugerir, reflexión que es claramente explícita en la serie de Laura Gallego.

 

 

4.   Orden y caos

 

La ausencia progresiva de oposición entre los dioses va unida a una falta de distinción entre el orden y el caos, que no pueden ser separados eternamente

-No existen dioses creadores y dioses destructores –les había contado Christian, en la soledad de la cabaña semiderruida de Alis Lithban-, porque todos los dioses proceden del mismo caos creador, de una voluntad creadora y destructora al mismo tiempo. Porque el orden y el caos, la luz y la oscuridad, el día y la noche, son una sola cosa y no se pueden separar. Están en la esencia de todas las cosas y todas las criaturas.

-Pero los Seis lo hicieron –había objetado Jack-. Extrajeron de ellos esa parte destructora y la encerraron en una especie de cápsula indestructible.

-Y por eso el Séptimo fue oscuro, caótico y destructor al principio -asintió Christian-, y las primeras generaciones de hombres-serpiente fueron monstruos crueles y destructivos. Pero no se puede separar para siempre ambas esencias. Si los dioses se hubiesen liberado del caos, no destruirían las cosas a su paso. No habrían podido crear dragones capaces de odiar.

>>Y si el Séptimo fuese solamente caos y destrucción –añadió-, jamás habría sido capaz de dar vida a una nueva especie.

-¿Quieres decir que, con el tiempo, la parte creadora y la parte destructora volvieron a equilibrarse en la esencia de cada dios? –dijo Victoria. […]

-Y lo irónico del caso –dijo Christian-, es que los Seis no son conscientes de que esa parte destructiva ha vuelto a aflorar en ellos con el tiempo, no se dan cuenta de la destrucción que provocan a su paso. De la misma forma que el Séptimo no tenía conciencia de ser un dios creador.  (Gallego, 2006: 864-865)

 

Los símbolos nictomorfos como la oscuridad, la sombra o la noche aparecen vinculados en el régimen diurno de la imaginación a valores negativos que se relacionan con nuestro lado oscuro, con el caos, en claro contraste con los valores más positivos que se les atribuye a la luz, el día, etc.

La sombra, por otro lado, es ese aspecto más negativo de la personalidad que C.G. Jung (Jacobi, 1946: 100 y ss.) advierte que hay que integrar para alcanzar una personalidad sana. El enfrentarse a la propia sombra, situada en el umbral del camino hacia el inconsciente, significa conocer de forma crítica la propia naturaleza. Solo cuando se llega a ese punto en que se unen la conciencia y el inconsciente puede hablarse de un hombre “completo”.

Como bien sabemos, hay toda una serie de personajes literarios que, por el contrario, han tratado de deshacerse de ese “hermano oscuro” sufriendo, por ello, una escisión interna como la del Dr. Jekyll que no puede más que terminar con consecuencias terribles como la muerte.

Memorias de Idhún nos recuerda esta imposibilidad de separar el bien del mal, el orden del caos no ya solo a un nivel humano individual, sino en un ámbito aún más trascendental, cósmico:

-¿Insinúas que debería reanudar la lucha contra los sheks, abandonarme a un odio ciego y sin sentido? –protestó Jack, irritado.

-Ah, pero fueron el odio, el caos y la destrucción los que dieron origen a todo lo que existe.

-No estoy de acuerdo. Es el amor lo que crea la vida. El odio solo la destruye. Además, tú mismo has dicho que en un mundo perfecto no existirían soldados.

-¿Verdad que es un contrasentido? Ahí es a donde quiero llegar, Yandrak. Esa es la raíz del problema…porque el mismo caos que creó el universo destruyó Umadhun. Y el amor que crea la vida estuvo a punto de destruir al último unicornio, la expresión última de la magia, de la energía creadora de los dioses. Morir por amor. Vivir para odiar. Debería ser una paradoja y, sin embargo, no lo es.

-Es lo mismo –comprendió Jack-. Uno. (Gallego, 2006: 417)

 

Pero, si el bien y el mal no son claramente diferenciables, lo mismo ocurre con otros valores de opuestos como lo masculino y lo femenino, lo que nos lleva de nuevo a la coincidentia oppositorum característica del régimen nocturno.

Entre los símbolos cíclicos mencionados por Durand, cuya ambición básica es dominar el devenir por la repetición de instantes temporales, encontramos teofanías lunares caracterizadas por la polivalencia de sus representaciones y cuyo arquetipo es la combinación triádica de Artemis, Selene y Hécate. Sin embargo, estas tétradas y tríadas lunares pueden condensarse también en simples díadas, lo fundamental en estas teofanías es que muestran un esfuerzo de reintegrar la disyunción de las antítesis. Una variante de este uso mítico de la divinidad aparece en la iconografía con el andrógino. (Durand, 1987: 267-277) Veamos lo que se dice en la obra de Gallego sobre la sexualidad de los dioses:

-Me ha llamado la atención una cosa. ¿Era Um una entidad masculina, y Ema, una femenina? ¿Puede existir el concepto de sexo en algo que no tiene cuerpo?

-Hay dioses y diosas, y se supone que son inmateriales –hizo notar Domivat-. No lo sé. Puede que lo masculino y lo femenino no solo estén vinculados al cuerpo, sino también al espíritu, a la esencia. […] O puede que no, y hablamos de dioses y diosas porque necesitamos imaginarlos como nosotros. Necesitamos saber si hablamos de Él o de Ella, sin darnos cuenta de que eso niega la otra posibilidad. La posibilidad de que sean ambas cosas, o ninguna. […]

-Y fueron cuerpos masculinos y femeninos.

-Eso parece, si hacemos caso de las leyendas. Puede que eso les ayudara a definirse, aunque solo fuera por comodidad. Sinceramente, no creo que les importe demasiado. (Gallego, 2006: 46)

 

 

Frente a lo que puede ocurrir en otras tradiciones, los protagonistas de estas novelas se dan cuenta de que quizá sus dioses no están definidos sexualmente, que puede que solo sea la necesidad humana de imaginarlos lo que nos hace hablar de Él o Ella, que, a lo mejor, incluso da lo mismo porque, en el fondo, los dioses entran dentro de una categoría que va más allá de lo que sus criaturas pueden llegar a comprender.

 

5.   Conclusiones

 

En este trabajo hemos mostrado cómo en Memorias de Idhún los dioses van adquiriendo una mayor importancia en los acontecimientos del relato hasta convertirse en el verdadero fundamento que da sentido a todo lo que sucede. Desde una primera aparente oposición entre los dioses buenos y el malo, que se refleja en el mundo de las criaturas en el enfrentamiento entre dragones y sheks, así como entre las razas inferiores creadas por los Seis y los szish, se pasa a una menor distinción moral entre unos y otros.

Los Seis son dioses creadores, pero también aniquilan con sus peleas lo que se cruza en su camino y, alejados de las vidas de sus criaturas, apenas se interesan ya por sus destinos salvo en lo que esté estrictamente relacionado con la destrucción del Séptimo y sus seguidores. Surgido de las sombras de los otros Seis, producto de su lado más oscuro y destructor, el Séptimo nace en una prisión en la que, sin embargo, no será posible mantenerlo para siempre porque no es posible escindir definitivamente el bien del mal. Por eso mismo, el equilibrio se recuperará pasado un tiempo: los Seis, aunque consigan evitar los conflictos entre ellos, no dejarán de asolar Idhún en busca de su presa sin importarles demasiado las consecuencias para los seres que han engendrado; el Séptimo, por su parte, descubrirá que también es capaz de crear, y, en ocasiones, se mostrará incluso más “humano” que los otros.

Todo esto implica una cosmovisión que rechaza la oposición de contrarios y se integra plenamente en el régimen nocturno propuesto por Gilbert Durand. Los pares inicialmente contradictorios como bien-mal, masculino-femenino, orden-caos, resultan ser imposibles de separar con claridad. El panteón idhunita es un perfecto ejemplo de lo que significa la coincidentia oppositorum.

 

 

Bibliografía

Durand, G. (1982), Las estructuras antropológicas de lo imaginario, Madrid: Taurus.

Gallego García, L. (2005), Memorias de Idhún II. Tríada, Madrid: SM.

_____ (2006), Memorias de Idhún III. Panteón, Madrid: SM.

González de la Llana Fernández, N. (2001), “Las estructuras antropológicas de lo imaginario y la high fantasy. Análisis de Memorias de Idhún de Laura Gallego desde las propuestas teóricas de Gilbert Durand”. Anales de Investigación en Literatura Infantil y Juvenil, número 9, 107-120.

_____ (2013), “The Lord of the Rings and Memorias de Idhún: From a Masculine to a Feminine Imaginary”, Hither Shore 9.

Jacobi, J. (1946), The Psychology of C.G. Jung, London: Kegan Paul.

Otto, R. (1996), Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Madrid: Alianza Editorial.

Tymn, M. B.; Zahorski, K.J. y Boyer, R.H. (1979), Fantasy Literature. A Core Collection and Reference Guide, New York/London: R.R. Bowker Company.



[1] La terminología de faery-tale fantasy y myth fantasy la usan M.B. Tymn, K.J. Zahorski y R.H. Boyer en Fantasy Literature. A Core Collection and Reference Guide, R.R. Bowker Company, New York/London, 1979, pp. 12-15.

[2] Para ver el análisis de otros símbolos cíclicos en esta trilogía, leer N. González de la Llana, «The Lord of the Rings and Memorias de Idhún: From a Masculine to a Feminine Imaginary», Hither Shore 9, (2013).