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Revista de estudios filológicos
Nº32 Enero 2017 - ISSN 1577-6921
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reseñas

LITERATURA ESPAÑOLA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN, de ANTONIO ARROYO ALMARAZ

María Victoria Navas Sánchez-Élez

(Facultad de Filología, Universidad Complutense de Madrid)

mvnavas@filol.ucm.es

 

Antonio Arroyo Almaraz, Literatura española y medios de comunicación. Edit. Síntesis. Madrid, 2016. 263 págs. ISBN: 978-84-9077-269-0

 

 

 

 

 

 

 

El volumen, que abarca una panorámica que va desde el siglo XVIII hasta nuestros días, está compuesto por una Consideración Preliminar, tres Partes -con dos capítulos en cada una- y una Bibliografía final.

La Consideración Preliminar informa del propósito de este libro: mostrar “la sinergia entre la literatura y los sucesivos medios de comunicación social […] la prensa […], la fotografía, la radio, el cine, la televisión y […] las nuevas tecnologías” (p. 9) de manera que resulta en una “recíproca interferencia” y en un resultado más rico que si se contemplase cada uno de ellos individualmente. La obra añade una novedad, imposición de la editorial o deseo del autor,  pues, además de la Bibliografía del volumen, la página web de la propia editorial Síntesis (www.sintesis.com) completa la bibliografía específica para cada uno de los seis capítulos, al mismo tiempo que incluye 42 textos de apoyo.

Parte I. Una sociedad en cambio (1750-1870). En el Capítulo 1, La ciudad y la industria como medios de una nueva cultura en el siglo XVIII, se hace un repaso desde la industria de la imprenta del setecientos, al lugar que ocupa la mujer en la edición de libros y periódicos, pasando por la prensa más destacada. Todo ello atendiendo a la inclusión de obras de creación y de crítica literarias (teatro, ficción, poesía) y a su correspondiente censura en la prensa de la época. Así vemos, por ejemplo, la polémica entre Juan de Iriarte sobre la Poética de Luzán, fragmentos del Quijote, novelas de María Zayas, obras de Cadalso o sátiras de Jovellanos en El Diario de los Literatos de España, El Pensador y El Censor, entre otros. El capítulo acaba con la biobibliografía de un escritor que “representa mejor que nadie la heterodoxia y el nacimiento de una sensibilidad más moderna”, el romanticismo (pág. 29), Joseph Blanco White, cuyas Letters from Spain, aparecieron primero como artículos en el periódico de Londres New Monthly Magazine.

El Capítulo 2, Las publicaciones periódicas y la paulatina formación de una sociedad lectora, se inicia con una introducción de tipo social, político y cultural desde el Antiguo al Nuevo Régimen. Se refiere, a continuación, al papel fundamental que tuvieron los periódicos y revistas en la introducción y consolidación del romanticismo: en El Mercurio Gaditano surge el debate entre defensores y combatientes del nuevo movimiento; en El Artista publican, entre otros, Espronceda o Zorrilla; en el Semanario Pintoresco Español colaboraron, por ejemplo, Alberto Lista o Enrique Gil y Carrasco; o en El Español firmó algunas de sus colaboraciones Larra. No se olvida el autor de referir también el control censor que hubo sobre los textos literarios en periódicos y revistas. Este Capítulo da cuenta, también, de la sinergia entre literatura y prensa en lo que se refiere al costumbrismo. Vemos, asimismo, que en los medios impresos se fue dando cuenta del cambio en los gustos del público -el folletín, la novela por entregas, la literatura de cordel- y las traducciones de autores franceses, alemanes o ingleses. Así sucede en El Correo Literario y Económico, El Eco del Comercio o El Correo Nacional, entre otros muchos. Antes de acabar este Capítulo se incluye un apartado de autores de otras literaturas de España (catalanes, gallegos y vascos), se menciona la importancia de la aparición de la fotografía en la letra impresa y se concluye con la biobliografía de Mariano José de Larra, creador de la revista El Pobrecito Hablador, publicación donde se encuentran sus mejores artículos.

Parte II. La construcción de la contemporaneidad (1870-1939 [1945] (págs.73-172). El Capítulo 3, Urbanismo y novelización: creación de una industria de la comunicación, principia con un apartado dedicado a la política, sociedad, economía, a los descubrimientos del cine, de la fotografía y al momento histórico español. El debate entre realismo y naturalismo, se inicia en la  Revista Europea de la mano de Emilio Nieto y lo sintetiza Manuel de Revilla en la Ilustración Española y Americana. Destaca como introductora del naturalismo Emilia Pardo Bazán en la revista creada por la propia autora, La Tribuna. Gustavo Adolfo Bécquer publica artículos literarios en El Contemporáneo, bajo el título Desde mi celda: cartas literarias. Pedro Antonio de Alarcón escribe sus textos costumbristas en, por ejemplo, El Occidente. Juan Valera, asiduo colaborador en periódicos y revistas, redacta reseñas literarias, artículos de crítica teatral, ensayos en, entre otros, Revista Peninsular, El Imparcial o la España Moderna. Galdós publica con regularidad en La Nación de Buenos Aires. Leopoldo Alas, Clarín, escribió más de dos mil artículos y Paliques en una serie de Revistas y Folletos como el Madrid Cómico o el Heraldo de Madrid. Este capítulo contempla, asimismo, la creación de autores de otras lenguas de España, Rosalía, Verdaguer o Toribio Alzaga. La aparición de la radio supondrá otro punto de inflexión para la creación literaria y para el desarrollo del nuevo lenguaje especializado.  Así como la fotografía será también fuente de inspiración y referente para autores como Campoamor. No va a ser menos importante el cine pues se van a adaptar obras, ya en 1916, como El abuelo de Galdós o José, en 1925, de Palacio Valdés. Otros escritores, como Vicente Blasco Ibáñez, además, van a dirigir sus propias obras, Sangre y Arena, 1908. Este capítulo finaliza con la biobibliografía de Benito Pérez Galdós.

En el Capítulo 4, Del modernismo a las vanguardias: la Edad de Plata, Antonio Arroyo defiende  que tanto la llamada generación del 98 como el modernismo se deben agrupar bajo la misma denominación, modernismo, aunque entre una y otro haya diferencias y matices. A continuación, como en los casos anteriores, el autor presenta las circunstancias sociales, económicas, políticas, tecnológicas desde 1898 hasta la Guerra Civil: la Institución Libre de Enseñanza, el Ateneo, la Universidad Central, la Residencia de Estudiantes, el Centro de Estudios Históricos, la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, fueron organismos de gran importancia para el desarrollo cultural del país. Uno de los primeros propulsores de la generación del 98 fue Azorín con la publicación en el periódico ABC de una serie de artículos sobre la literatura “regeneradora”. En periódicos como El Liberal, El País, El Imparcial, El Progreso, La Voz y revistas como Germinal o Helios, escribirán las mejores plumas de la época: Maeztu, Baroja, Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán, Benavente, los hermanos Machado, Unamuno. Antonio Arroyo no deja de mencionar el grupo de escritores pertenecientes al novecentismo, movimiento a caballo del final del 98 y principio de las vanguardias. Son autores, entre otros, Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Gabriel Miró, Wenceslao Fernández Flórez, Carmen de Burgos,  que publicaron en periódicos y revistas como Los lunes de El Imparcial, Europa, El Espectador o Revista de Occidente. Por ejemplo, del primero apareció parte de La rebelión de las masas en la prensa antes que en libro. Ramón Pérez de Ayala dio a conocer su obra ensayística, en primer lugar, en ABC o en El Sol. Por su parte, Gabriel Miró publicó en Los Lunes del Imparcial y en Prometeo sus cuentos y leyendas antes de recopilarlos en un volumen. Antonio Arroyo se centra, a continuación, en Ramón Gómez de la Serna, eslabón entre el novecentismo y las vanguardias, y en la revista Prometeo, que representa el nuevo espíritu. En dicha publicación colaboraron, además de Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró o Francisco Villaespesa, y en ella aparecieron traducciones de Anatole France, D’Annunzio, Gorki, Oscar Wilde o Walt Whitman. Otras revistas igualmente significativas, entre otras muchas, fueron Horizonte (donde publicó, por ejemplo, Dámaso Alonso o José Bergamín), Ultra (portavoz del movimiento ultraísta con Gerardo Diego), Litoral (exponente de los inicios de la generación del 27, donde escribieron, entre otros, García Lorca, Guillén, Alberti o Vicente Aleixandre) o Caballo verde para la poesía (en cuyas páginas firmaron, por ejemplo, García Lorca, Miguel Hernández, Luis Cernuda o Rosa Chacel). Antonio Arroyo recuerda también, a continuación, la importancia de autoras como Carmen Baroja, María de Maeztu o María Teresa León y añade un apartado sobre los escritores de otras lenguas como Salvat-Papasseit, Manoel Antonio o José María Agirre. Los últimos apartados de este capítulo están dedicados a la literatura de consumo como la revista de quiosco El Cuento Semanal -que incluía varias colecciones dedicadas a la novela corta, al teatro y a la poesía-, de gran éxito; y a otras publicaciones de carácter sentimental, destinadas esencialmente a la mujer como La Novela Rosa. En estas colecciones se publicó una literatura española y extranjera planteada para llevar a la mujer “por el buen camino”, en textos, entre otros, de Palacio Valdés, Gabriel Miró, Ivan Turgueniev o Rosalía de Castro. La biobibliografía que encierra este capítulo está dedicada Juan Ramón Jiménez.

Parte III. Desde 1939 hasta nuestros días: la sociedad de masas. El Capítulo 5, Aislamiento y modernidad en el contexto de la segunda gran crisis europea, presenta el contexto en que se encuentra la sociedad española en la posguerra. Durante esos años salen a la luz revistas como Vértice (en cuyas páginas escribieron los escritores de la llamada zona nacional: Giménez Caballero, Eduardo Marquina o Dionisio Ridruejo); el  Escorial (revista portavoz de la llamada generación del 36, con Carlos Bousoño, Eugenio de Nora, José Luis Cano, Rafael Morales, Vicente Gaos o Blas de Otero); Garcilaso (promovida por José García Nieto, que proponía una poesía en métrica clásica y temas tradicionales); Espadaña (una de las mejores revistas de poesía del siglo pasado, con la colaboración, entre otros, de Eugenio de Nora);  La Codorniz (revista de humor, creada por Miguel Mihura y con colaboraciones procedentes del surrealismo, futurismo y otros, Edgar Neville, Jardiel Poncela o Fernández Flórez); La Estafeta Literaria (vehiculada a la “política dominante”, por donde pasaron firmas de los Machado, Eugenio d’Ors, Dámaso Alonso, Camilo José Cela, José María Valverde, José Manuel Caballero Bonald); Ínsula (primera publicación independiente de la posguerra donde aparecieron plumas tanto españolas como extranjeras: Ricardo Gullón, J. M. Blecua, Juan Goytisolo o Rubén Darío); así como periódicos como el ABC (con textos, por ejemplo, de Pemán, Sánchez Mazas, Foxá, González-Ruano o Pla). Además de los autores citados otros como Rafael Sánchez Ferlosio, Antonio Gala o Carmen Martín Gaite también iniciaron sus escritos en la prensa antes de reunirlos en recopilaciones. Antonio Arroyo, antes de finalizar este capítulo, no descuida la importancia de la literatura de quiosco ni la estrecha relación entre radio, fotografía, cine y otros medios de difusión -a los que denomina “géneros transfronterizos”: telenovela, teleteatro, telecomedias-, ni a los autores de todos esos géneros. Por último, incluye una biobibliografía dedicada a Francisco Umbral, articulista, autor representativo del género a lo largo de toda su trayectoria: iniciándose en El Norte de Castilla, La Voz de León, La Estafeta Literaria y siguiendo por El País, el ABC o El Mundo.

El Capítulo 6, Apuntes de la posmodernidad, abre un mundo de posibilidades a los escritores gracias a  los nuevos recursos de cine, televisión e internet. Menciona Antonio Arroyo la importancia de los suplementos culturales que publican los periódicos, Babelia de El País, El Cultural de El Mundo, entre otros. Destaca como nuevo género, al que dedica amplio  espacio explicando sus características y modalidades, la escritura informativa de creación, desarrollada, entre otros, por Francisco Umbral, Manuel Vicent, Rosa Montero o Manuel Vázquez Montalbán. Analiza, además, el autor una serie de anuncios televisivos donde se demuestra la estrecha relación que existe entre literatura antigua, moderna o contemporánea y la publicidad. Menciona, asimismo, la importancia de las tecnologías virtuales -internet, blogs, twitter y otros-, como nuevos espacios de entendimiento entre autor y lector. El libro finaliza con un apartado dedicado al movimiento decadentista y esteticista, denominado línea clara -paradigma de la intertextualidad que a lo largo de todo el libro el autor ha venido mostrando-. Dicho movimiento, influido por el cine, la televisión y deudor de los cómics, propugna la nitidez, la máxima comprensión en la historia y busca “la claridad expositiva”. Exponentes del mismo pueden ser Luis Alberto de Cuenca, Pere Gimferrer o, en otros espacios, Jorge Luis Borges o Fernando Pessoa.

Termina así, este libro denso, difícil de resumir, repleto de títulos de revistas, de periódicos, de obras de creación y de crítica de autores que abarcan tres siglos del panorama social, político y literario de España. Libro panorámico, ventana hacia nuevas investigaciones, soporte para los estudiosos que se inicien en los entresijos de las relaciones entre prensa, literatura y medios de comunicación. Al que, tal vez, para su ágil consulta habríamos esperado que incluyese unos índices temáticos.