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Revista de estudios filológicos
Nº33 Junio 2017 - ISSN 1577-6921
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EMILIO DÍEZ DE REVENGA VICENTE,

ESCRITOR, POLÍTICO Y UNIVERSITARIO

 

 

Francisco Javier Díez de Revenga

(Universidad de Murcia)

revenga@um.es

 

 

 

 

Una de las personalidades más destacadas de la vida política, cultural y académica del primer tercio del siglo XX en Murcia fue, sin duda, Emilio Díez de Revenga Vicente, que, entre sus muchas actividades, fue uno de los fundadores de la Universidad de Murcia en el año 1915, junto a Andrés Baquero, Vicente Llovera, Joaquín Cerdá, Luis Leante y Mariano Ruiz-Funes. Díez de Revenga nació en Murcia el 10 de mayo de 1875 y murió en la misma ciudad el 2 de septiembre de 1932.

 

Responsabilidades de una activa vida privada y pública 

 

Hijo del Registrador de la Propiedad Benigno Díez Sanz de Revenga y de Laura Vicente Selgas, su padre pertenecía a una respetada familia de abogados en ejercicio, sus hermanos Ezequiel y Luciano Díez Sanz de Revenga, hijos del juez  destinado en Murcia y procedente de Burgos Juan Díez Moral. Su madre era sobrina del escritor José Selgas, a quien Díez de Revenga habría de dedicar estudios y un celebrado homenaje en 1922. La primera enseñanza la recibe del maestro Luis Orts González y, como recuerda Cano Benavente, recibió clases de piano y de solfeo del maestro Ramírez, padre de Emilio Ramírez, el autor del himno a Murcia: «Cuentan que fue tan aplicado discípulo y tan bien llegó a dominar el piano, que sólo tenía 8 años de edad, cuando le invitaron a dar un concierto en el Casino» (1986: 144). Cursa bachillerato en el Instituto de Murcia y estudia la carrera de Derecho en la Universidad Central, cuya licenciatura obtiene a los veinte años, ya que registra su título de Abogado en enero de 1896, aunque es en enero de año siguiente cuando inicia el ejercicio de la profesión al darse de alta en el Colegio de Abogados en enero de 1897.

 

Años de estudiante de Derecho en Madrid

 

Había dedicado todo el año a la redacción de su tesis doctoral, que presenta en Madrid el 23 de octubre de 1896 ante un tribunal compuesto por Rafael Palau, Matías Barros y Mier, Faustino Álvarez del Manzano, Francisco de la Cueva Palacio y Luis de Bobadilla. Los ponentes de la tesis fueron los profesores Barrio y de la Cueva y la tesis, titulada La libertad de testar, fue calificada de Sobresaliente con la que obtuvo el doctorado en Derecho Civil y Canónico. En diciembre de 1896 daría su primera conferencia pública en el Círculo Católico de Obreros.

 

        En marzo de 1898 sería admitido como mayordomo de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en la que desempeñaría ya desde ese mismo año, y junto al Presidente de la Cofradía, el Conde de Roche, una labor que prolongaría a lo largo de toda su vida. Su primer acto en la Cofradía fue llevar el estandarte del Traslado de Nuestro Padre Jesús a las Agustinas, que ese año recuperaba la tradición de ser conducido al convento, el último viernes del quinario, portado por mayordomos a la orden del ocasional cabo de andas, el propio Presidente y Comisario de pasos, Conde de Roche.

 

Doctor en Derecho Civil y Canónico

 

A la muerte de su padre, el 20 de agosto de 1899, entraría a formar parte como Vocal del Círculo Católico Obrero, al que se mantendría vinculado también a lo largo de toda su vida. En 1903, ya nombrado Secretario de la Cofradía y Camarero del paso de La Caída, donaría a la Cofradía de Jesús una túnica nueva para el titular del paso. Durante la visita del Rey a la Iglesia de Jesús el 28 de junio de 1903 será el encargado, como Secretario de la institución, de ofrecerle la pluma con la que el Monarca firmaría en el libro de la Cofradía.

 

Con su esposa, recién casados.

 

        Casado en 1897 con Josefa Rodríguez Pellicer, nieta predilecta y heredera mejorada del ilustre médico homeópata y de la Casa Real Tomás Pellicer Frutos, la familia formada por Emilio tendrá enseguida los primeros frutos con el nacimiento de sus hijas Ana (1898) y Pepita (1900), a las que seguirían Emilia (1902), José Luis (1904) y Emilio (1908). A partir de mayo de 1908 trasladaría su domicilio a la calle de González Adalid, número 3, en la que residiría hasta el final de sus días.

        Ya desde los primeros años del siglo, su actividad política en el marco del Partido Conservador será muy intensa y continuada. En 1905 es Secretario del Consejo Central del Patronato de las Cajas de Ahorro Rurales y de Préstamo, y en 1906, cuándo se produce la visita de Maura a Murcia, viene con él en el tren desde Orihuela. El 14 de noviembre de 1908 sería nombrado por el Rey Jefe de Fomento de Murcia y Presidente del Consejo Provincial de Agricultura y Ganadería; en 1908 vocal de la Junta de Hacendados de la Huerta de Murcia y en 1909 sería el elegido Concejal del Ayuntamiento por el Partido Conservador, para ser nombrado el 26 de abril de 1909, Alcalde de Murcia.

        Las actividades y representaciones a partir de su cese en la Alcaldía, en noviembre de aquel año, no se detuvieron en los años siguientes y es frecuente en la prensa de la época hallar referencias a las muchas gestiones en las que participaba siempre de forma muy activa. Vocal de la Junta de Instrucción Pública en 1909; Vocal de la Junta Sardinera en 1909; de la Junta Parroquial de Santa María en la Caridad Murciana, en 1910; Vicepresidente del Círculo Conservador; Vocal de la Junta de Festejos y Turismo en 1911. Año en el que comienza una actividad altruista de la que formaría parte hasta el final de su vida, cuando es nombrado Agente Investigador de la Junta Provincial de Protección a la Infancia y Extinción de la Mendicidad, dentro de la Delegación Provincial de Hacienda. Desarrolló también una labor constante a lo largo de toda su vida como protector de la Tienda Asilo Nuestra Señora de la Fuensanta.

El último día de 1911 cesa como Concejal del Ayuntamiento de Murcia por el Partido Conservador y en 1912 realiza un viaje por París, Berlín y otras poblaciones, tras el cual publica su libro Impresiones de viaje. El 30 de diciembre es elegido Presidente del Casino de Murcia, y en abril de 1913, ya ha unido sus apellidos con el de su familia paterna, para denominarse a partir de ahora Emilio Díez de Revenga Vicente. En mayo de 1914 es condecorado por el Gobierno con la Encomienda de la Orden del Mérito Agrícola.

        En enero de 1915 es nombrado Vocal del Consejo Provincial de Fomento y en mayo de aquel año Catedrático Interino de la Universidad de Murcia por Real Orden de 26 de mayo. Sería elegido en septiembre el primer Vicerrector de la naciente Universidad, y en diciembre de 1915 es elegido por primera vez Diputado a Cortes por la Junta Electoral para cubrir la vacante de Isidoro de la Cierva designado Senador del Reino. Pero en abril de 1916 dejará su escaño y no lo presenta su partido en las nuevas elecciones de 9 de abril de 1916. En noviembre de 1916 sería designado Vocal de la Junta Municipal del Censo y en mayo de 1917 Presidente del Tribunal de Oposiciones de Maestros.

        Otro cometido importante y en el que permaneció hasta la proclamación de la República lo emprende cuando es elegido Decano del Colegio de Abogados de Murcia en junio de 1917, mientras que en julio de ese mismo año es designado Vicepresidente de la Junta para la marcha o funcionamiento del Conservatorio.

        En las elecciones de febrero de 1918 es elegido Diputado a Cortes, el más votado de los candidatos con 11.596 votos, razón por la cual en abril dimite como Catedrático de la Universidad por incompatibilidad con el puesto en el Congreso. En septiembre es elegido Presidente de la Junta de Hacendados de la Huerta de Murcia y en octubre primer Director del Conservatorio Provincial de Música y Declamación.

        En abril de 1919 se le designa Director General de Registros y del Notariado del Ministerio de Gracia y Justicia, puesto desde el que desempeñaría una importante labor al conseguir una Ley que dignificó la profesión de los Registradores de Propiedad, cuerpo de funcionarios al que había pertenecido su padre. Fue la llamada Ley Díez de Revenga por la que sería homenajeado en diferentes lugares de España (Madrid, San Sebastián, Valencia…). En agosto de 1921 sería nombrado Presidente Honorario del Cuerpo de Registradores de la Propiedad en el transcurso de otro  homenaje en San Sebastián. En junio de 1919 vuelve a ser elegido Diputado, nuevamente el más votado de los candidatos de su circunscripción con 9.637 votos, y en julio dimite como Director General para dedicarse plenamente a la Comisión de Gracia y Justicia del Congreso de los Diputados.

        De su labor en las Cortes dan muy buena cuenta sus propias crónicas que aparecían en el diario El Tiempo, firmadas por «Uno de la minoría», que luego reuniría en interesantes libros: el primero de ellos, Las cortes renovadoras de 1918, Impresiones, aparece en junio de 1919. Seguirían Las cortes «facciosas» de 1919. Impresiones parlamentarias (1920) y Las cortes «ideales» de 1921. Impresiones parlamentarias, Murcia (1923). En diciembre de 1919 vuelve a ser elegido Diputado a Cortes por Murcia, el segundo más votado, tras Juan de la Cierva Codorniu, con 9.214 votos.

        El 18 de enero de 1921 es elegido Director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País institución en la que permanecerá hasta su muerte y en la que desarrollará una labor cultural y académica  extraordinaria.  En junio de 1921 recibe un homenaje en Madrid de los profesores de Música de las Escuelas Normales de España y en enero de 1922 es elegido Vicepresidente del Círculo Católico Obrero y Presidente, en febrero, de la Comisión Organizadora del Homenaje a José Selgas en su centenario. De esta actividad quedará la publicación del Libro del Centenario de Selgas  (1923).

        En diciembre de 1922 es nombrado Presidente del Tribunal para Niños, que se inaugura en Murcia y en el que permanecerá hasta el final de sus días, realizando una labor asistencial y jurisdiccional verdaderamente innovadora. En abril de 1923 vuelve a ser  elegido Diputado a Cortes, en cuyo puesto cesará el 13 de septiembre al disolver el General Primo de Rivera las Cortes y los partidos políticos.

Durante la dictadura, apartado de la política, intensificaría sus actividades académicas, profesionales, institucionales y socioeconómicas.  Académico Correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1925), Comisión para el Reglamento de la Confederación Hidrográfica del Segura (1926), Subcomisario de la Comisión Regia de la Seda (1926), Comisión de la Coronación de la Virgen de la Fuensanta (1926), Director Artístico del Festival de la Coronación de la Virgen (1927), Presidente del Colegio de Doctores de Murcia (1927), Síndico de la Confederación Hidrográfica del Segura (1927), Vicepresidente de la Unión Iberoamericana  de Murcia (1928), Vocal de la Cámara de Propiedad Rústica (1929), y Vicepresidente Segundo de la Confederación Hidrográfica (1930). En mayo de 1927 realizó un viaje por el Norte de Italia para  asistir al Congreso internacional de la Seda en Milán, tras el cual escribiría y publicaría su libro Impresiones y recuerdos de un viaje por el Norte de Italia (1927). 

 

 

Con su hijo Emilio en Monte Igueldo (1926)

 

 

En 1930 regresa momentáneamente a la política al ser elegido Diputado Provincial representando a la Real Sociedad Económica (1930) y Concejal del Ayuntamiento por Mayores Contribuyentes, pero renuncia enseguida a ese cargo por tener «entabladas cuestiones económicas con el Ayuntamiento». En diciembre de 1930 publica su libro Artículos adocenados en el que reúne treinta y seis textos que había dado a conocer en la prensa murciana en las últimas décadas

        En febrero de 1931 el Gobierno le concede la Gran Cruz de Isabel la Católica y participó como candidato a concejal por el Partido Conservador por todos los distritos en las elecciones municipales de abril. Proclamada la República, es interesante advertir, según va publicando la prensa de Murcia, cómo decide ir retirándose paulatinamente de todas sus obligaciones públicas a excepción de la Real Sociedad Económica.

Así en mayo de 1931 pone su cargo de Presidente de la Junta de Hacendados a disposición de la Junta como hacen todos los componentes de la misma; en mayo, dimite de todos sus cargos en la Confederación Hidrográfica del Segura; en junio, no se presenta a la reelección de Decano del Colegio de Abogados tras renunciar voluntariamente a su mandato; en septiembre cesa a petición propia como Director del Conservatorio.

        El 31 de agosto de 1932 cuando se hallaba desempeñando una actividad profesional en los Molinos del Segura en Archena sufre un grave ataque cardiovascular, es trasladado a Murcia y en su casa de González Adalid muere la madrugada del 2 de septiembre de 1932. La vida familiar de Emilio había experimentado pérdidas tremendas en los últimos años con la muerte de su hija Ana (1920) y de su hijo José Luis (1924) y de su esposa (1926). Contrajo segundas nupcias con Isabel Sánchez Abellán (1928), de cuyo matrimonio nació su hija Laura (1930).

        Emilio Díez de Revenga tiene dedicada una plaza a su nombre en Murcia, y calles en Monteagudo, en San Pedro del Pinatar y en Molina de Segura, esta última titulada «Escritor Emilio Díez de Revenga».

Retrato de la Real Sociedad Económica de Amigos del País

(Uniforme de Diputado, Gran Cruz de Isabel la Católica, Placa de Doctor en Derecho y Medalla de la Económica)

 

Visita a Murcia de Zorrilla

 

La primera noticia en la prensa de la época que tenemos de Emilio coincide con la visita, en 1886, del poeta José Zorrilla a Murcia, donde contaba con muchos amigos y parientes. De esta vista surgiría la redacción y publicación del poema De Murcia al cielo, que el poeta dedicaría entre otros a  sus parientes de Murcia los Revengas, «que tienen la sangre de mi madre y que saben que por ella llevo sus nombres esculpidos en mi memoria y su cariño infiltrado en mi corazón». La Paz de Murcia, de 10 de enero de 1886 da cuenta detallada del banquete que se ofreció a Zorrilla en el Casino de Murcia, bajo la presidencia, junto al marqués de Villalba de los Llanos, presidente del Casino, que hizo el primer brindis, estaba el conde de Roche y otros numerosos amigos murcianos, entre ellos sus parientes los Revengas, Luciano, Ezequiel y Benigno Díez y Sanz de Revenga, que también hizo un brindis, así como Andrés Baquero Almansa, Ricardo Sánchez Madrigal, Juan de la Cierva Peñafiel, «y otros que no recordamos». Además de los brindis, se leyeron poesías dedicadas a Zorrilla, quien intervino al final. Por su parte El Diario de Murcia, de la misma fecha, hace también relato de la comida al tiempo que añade que el día anterior, también en el Casino, se celebró una velada en la que se leyeron otros poemas, transcritos en el artículo, y algunos jóvenes interpretaron piezas al piano: «la señorita doña Conchita Rodríguez, simpática entre las simpáticas, la niñita Rafaela Díez, profesora prodigio de siete años y el niño de D. Benigno Díez Sanz, que es un poco mayor». El cronista califica a cada uno de los intérpretes: «Y el niño Revenga, que es algo nieto del Sr. Zorrilla, parecía, efectivamente, que ponía, en las notas que arrancaba al piano con sus diminutas manos, algo de un cariño especial». El tal niño Revenga no era otro que Emilio Díez de Revenga Vicente, que en ese momento tenía tan sólo diez años. Como ya sabemos, y según consta en los anales del Casino de Murcia, ya a los ocho años dio allí un concierto de piano.

 

Empresas políticas  

 

Indudablemente las actividades desarrolladas por Díez de Revenga en el mundo de la política son más que destacables y se desarrollan a lo largo de toda su vida coincidiendo con los cargos de responsabilidades que desempeña, desde su puesto como Alcalde de Murcia en plena juventud, su cargo de Jefe de Fomento, a los posteriores al frente de la Dirección General de los Registros del Ministerio de Gracia y Justicia, Comisaría de la Seda y en todo lo relativo a la Confederación Hidrográfica del Segura y su puesta en marcha y funcionamiento ya al final de su vida, a partir de 1927 sin olvidar su participación en la instauración del Tribunal Tutelar de Menores en Murcia.

José Cano Benavente (1986: 143-147) destaca en su libro Alcaldes de Murcia  las singulares características que definían a Emilio Díez de Revenga cuando accede a la alcaldía en 1909, a los treinta y cuatro años, ya que lo considera «uno  de los más brillantes políticos murcianos que militan en el partido conservador, de no común formación humana y política, y recuerda que en ese momento gobierna en España Antonio Maura y es ministro de la Gobernación Juan de la Cierva.

Foto oficial de Alcalde de Murcia

 

Cuando toma posesión el 1º de julio de 1909 pronuncia un discurso «de auténtica calidad», del que recuerda alguno de los párrafos más destacados, sobre todo cuando señala que no viene a ocupar el cargo con ademán de vanidad y que no piensa sino practicar las virtudes de la modestia verdadera: alcanzar la ponderación de los servicios municipales, procurar la instrucción pública, que los servicios de higiene se desarrollen y perfeccionen cada vez más, procurar el ornato de las calles y su conservación, y de  los caminos vecinales, que son las calles de la Huerta, hacer cumplir las ordenanzas municipales, y procurar que los ingresos se equilibren con los gastos…

Coincide su alcaldía con la Semana Trágica de Barcelona y con lo más duro de la Guerra de África por lo que el Ayuntamiento acuerda ofrecer al Gobierno para hospital de convalecencia de heridos el Cuartel de Garay, y, entre los detalles excepcionales de su época efímera de alcalde, se recuerda que adelantó de su bolsillo fondos cuantiosos (12.000 pesetas) para pagar a los funcionarios. Estableció en la capital una Lonja en la plaza de San Agustín, planteó el saneamiento de la ciudad por medio de un ambicioso plan de alcantarillado. Cuando suben al poder los liberales de Segismundo Moret cesa en la alcaldía por Real Orden de 10 de noviembre: «hice cuanto pude y lo que estaba en condiciones marchó sin dilaciones», dice en su discurso de despedida que recoge con todo detalle la prensa local.

        Breve fue, como sabemos, también su paso por la Dirección General de los Registros y del Notariado, que ocupó entre abril y junio de 1919, pero que le permitió conseguir que por medio de las disposiciones legales oportunas se reformase el Reglamento del Registro Mercantil, el del Notariado y el de la Ley Hipotecaria, para permitir que los Registradores de la Propiedad al percibir sus aranceles quedasen equiparados en su retribución a otros cuerpos de funcionarios como los Abogados del Estado o los Jueces, ya que se regían aún por una disposición de 1886. El Ministerio de Gracia y Justicia publicó la Ley de 31 de mayo de 1920 autorizando al Gobierno de S. M. para modificar el arancel vigente de los Registradores de Propiedad con sujeción a las bases que se publican en la Gaceta de 18 de junio. Se trataba de la denominada Ley Díez de Revenga, por la que fue homenajeado por los Registradores de la Propiedad en distintas ocasiones. La prensa de Murcia se hizo eco ampliamente del contenido de esta disposición así como de su aplicación reglamentaria y de los diferentes homenajes recibidos por el ya exdirector general. Relata Martínez Peñalver que «suprimió  la firma por estampilla en los certificados de última voluntad, prohibiéndola al jefe de sección, que tuvo que abandonar el cargo al negarse a obedecer la orden. El funcionario era don Manuel Azaña, futuro jefe de gobierno y presidente de la República» (1969: 151).

Otra de las actividades en las que se implicó decididamente, aún antes de su implantación en Murcia, fue conseguir para la región un Tribunal para la Infancia que finalmente se denominaría Tribunal Tutelar de Menores. La Ley de 2 de agosto de 1918 y el Reglamento de 10 de julio de 1919 disponían la implantación de los Tribunales para niños, lo que se consigue la Murcia ya en 1922, según el propio Díez de Revenga refleja en un artículo publicado en diciembre de aquel año.

Se conseguía así un medio de protección a la infancia fundamental pero también de vigilancia y corrección en las condiciones más modernas y avanzadas. Sin duda, la labor de Díez de Revenga en este sentido fue inmediatamente reconocida por las instituciones judiciales que lo pusieron al frente de tal tribunal en la Región en cuya presidencia permaneció hasta su muerte en 1932, y acaso se cumplieron así los propósitos que expresó en el artículo de 1922 antes citado: «Sea fructífera la implantación del tribunal en Murcia: viva en un ambiente de simpatía y de asistencia moral y material, sin las cuales fracasaría el noble intento».

Muy destacable fue también su labor al frente de la Subcomisaría Regia de la Seda y de la Delegación Regional de Murcia, que tenía bajo su tutela los pueblos de las provincias de Murcia, Albacete, Granda y Almería y los que riega el Segura en la provincia de Alicante. Su misión era divulgar, estimular y fomentar el cultivo de las moreras y las crianzas del gusano de la seda, para lo cual se facilitaban los medios necesarios incluso los plantones de las moreras.  Se trataba de una labor social al mismo tiempo que técnica y científica debidamente dirigida por miembros del Cuerpo de Ingenieros Agrónomos. 

Se estableció una escuela de sericultura en Granada y se realizaron exposiciones y visitas de propagación a pueblos de las provincias de su jurisdicción. Al mismo tiempo se facilitaban a los sederos toda clase de apoyos de tipo técnico, incubadoras, servicios de desinsección, controladores de temperaturas, cursos de sericultura, etc. La labor del Comisario Regio Federico Bernades y del Subcomisario, alcanzó un momento culminante con la participación en el Congreso Internacional de la Seda en Milán, del que dejó cumplida crónica Diez de Revenga en su libro Impresiones y recuerdos de  un viaje por el Norte de Italia.

La Confederación Hidrográfica del Segura es un organismo de cuenca intercomunitaria, creado mediante de Real Decreto el 5 de marzo de 1926 para gestionar las aguas de demarcación hidrográfica del río Segura. Su constitución solemne tuvo lugar en el salón de plenos del Ayuntamiento el 4 de diciembre de 1927, y desde el principio participó activamente en su constitución, ya que a partir de noviembre de 1927 figura en la Confederación como Síndico. En enero de 1930 sería nombrado vicepresidente segundo y en agosto estaría al frente de la Confederación como Comisario Regio en funciones. Desde el principio se trabajó en la elaboración del plan hidrológico de cuenca, así como su seguimiento y revisión, en la administración y control del dominio público hidráulico y de los aprovechamientos así como en los primeros proyectos de construcción y explotación de las pertinentes obras hidráulicas.

 

 

 

Un homenaje a Menéndez Pelayo

 

        La admiración de los sectores católicos y conservadores de la sociedad murciana hacia Menéndez Pelayo ya se puso de manifiesto cuando, invitado por el Conde de Roche, el ilustre polígrafo visitó la ciudad de Murcia, en abril de 1898, para presenciar la procesión de Jesús, la de los Salzillos, que desfila por la ciudad la mañana de Viernes Santo. En otro lugar, he detallado las circunstancias de aquella visita, en la que se puso de relieve el afecto y el aprecio de muchos murcianos hacia el ilustre visitante (2012: 17-22). Por otro lado, un selecto grupo de personajes de la vida murciana mantuvieron con Menéndez Pelayo una correspondencia que publicó, coincidiendo con el otro centenario, Luciano de la Calzada (1956-57: 535-566). Entre esos corresponsales figuraba su amigo más cercano en Murcia, Enrique Fuster, Conde de Roche, un aristócrata distinguido por sus actividades empresariales, agrícolas y sobre todo por sus investigaciones en torno a la historia de Murcia y a los murcianos más ilustres, como Saavedra Fajardo, Salzillo, Cascales o Roque López, tal como he analizado en otro lugar al realizar la biografía del aristócrata murciano, muerto en 1906 (2012: 5-49).

        Sin duda, Roche, si hubiera vivido en 1912, hubiera sido uno de los protagonistas del homenaje que el Círculo Católico Obrero dedicó en Murcia el 2 de junio de aquel año, inmediatamente después de la muerte de Menéndez Pelayo acaecida en Santander el día 19 de mayo. No lo pudo hacer el ilustre aristócrata pero sí participaron en el homenaje dos de sus amigos y admiradores, Emilio Díez de Revenga y Joaquín Báguena, que ofrecieron dos discursos entusiastas, junto a los poetas José Tolosa y Ricardo Sánchez Madrigal, que leyeron dos curiosas composiciones.

        Se conserva un opúsculo Homenaje a Menéndez y Pelayo. Discursos y poesías leídos en la velada que le dedicó el Círculo Católico de Obreros de Murcia, en la noche del 2 de junio de 1912 (1912) que recoge todos los textos leídos en aquel homenaje, que fue publicado en el mismo año 1912 por los talleres de la Tipografía de La Verdad. El presidente del Círculo Católico Obrero, Mariano Palarea y Sánchez de Palencia, cierra el folleto, que recoge los poemas y los discursos, con una reseña de la intervención en el acto del Obispo de la Diócesis, Vicente Alonso Salgado, ya que no se pudo recoger taquigráficamente. Y hace de relator del homenaje el bibliotecario José María Ibáñez García que presenta la publicación. Pues bien, Díez de Revenga, Báguena, Sánchez Madrigal y Palarea figuran entre los numerosos murcianos destacados que acogieron y acompañaron a Menéndez Pelayo cuando vino a Murcia en abril de 1898.

 

 

 

        «¡Era la Patria!» se titula el discurso de Emilio Díez de Revenga Vicente, título tomado de un texto de Ricardo León, evocado al principio de sus palabras. Ni qué decir tiene que los elogios surgen desde el principio hacia el «sabio universal» recordado, con mención detenida de sus muchos hallazgos y aportaciones al conocimiento de la historia de España. Quizá también en este caso los recuerdos personales interesan ahora, pasados los años, más que las consabidas alabanzas. Los personajes evocados eran los corresponsales de Menéndez Pelayo, cuyas cartas se conservan en su Biblioteca de Santander: «Hace pocos años, después que estuvo en Murcia, le visité en su casa de Santander. Estaba sentado delante de la mesa central de esa nave de su Biblioteca que ahora reproducen con profusión las Revistas ilustradas. Como era sabio, era humilde, era afable, era bueno. Suspendió breve tiempo su trabajo: me habló con cariño de Murcia, recordó al conde de Roche, me preguntó por Baquero y por Báguena…  elogió nuestro Salzillo, me excitó al estudio de la Murcia arábiga. Salí bien pronto: ¡me parecía ilícito distraer la atención de aquel hombre sin igual! En aquella estancia experimenté un sobrecogimiento espiritual, un místico arrobamiento cuyo recuerdo durará lo que dure mi vida. Al poco rato el amplísimo horizonte, el mar extenso que se contempla desde las playas de Santander, me parecían mezquinos en comparación de la inmensa grandeza espiritual que se respiraba en la Biblioteca del sabio».

Pero no está de más que extraigamos unos párrafos de la intervención de Díez de Revenga para advertir el nivel de elogio de una España y de un pensamiento determinados, el católico-conservador que el político murciano y murcianista defendió siempre, ideología en la que Menéndez Pelayo era uno de sus guías y uno de sus maestros, hasta el punto de convertirlo, siguiendo la frase de Ricardo León, con la que titula su trabajo, como representación indiscutible de la patria: «Él era la Patria. Vino a la vida en esa región de la montaña cantábrica por donde la noble Castilla se asoma a contemplar la inmensidad del mar que llevó sobre sus olas encrespadas los blasones de la bandera de la Patria a todas las riberas del mundo. Allí, antes de que la construya la mano del hombre, se dibuja ya, esbelta, gloriosa, colosal, la estatua del sabio, coma pirámide levantada por la mano de Dios en lo más alto de la cordillera: su cabeza está coronada con los girones de las nieblas, más alta que la región del águila: sus pies se hunden en las fértiles vegas por donde los ríos corren entre maizales y castaños; sus ojos miran arriba como luce el sol, sin que empañe su brillo el vapor de la tierra, y abajo, como al estallar la tempestad, el indomable mar cantábrico se despedaza contra las tajadas rocas con su mano indica un más allá que no tiene límite, que todo lo abarca, que señala los destinos inmortales del genio español…»

Mucho más moderado en sus observaciones, y distinguiendo bien las superficialidades póstumas y los elogios fáciles, de la verdadera lectura del maestro, opta Joaquín Báguena por la presentación verdadera de Menéndez Pelayo en su auténtico significado, dejando a un lado lo trivial, buscando directamente al maestro y sus doctrinas.

 

Díez de Revenga y la Universidad de Murcia

 

Díez de Revenga fue el primer Vicerrector de la Universidad de Murcia y, a la muerte del Comisario Regio Andrés Baquero, en enero de 1916, y hasta su sustitución por Vicente Llovera, actúa como Rector en funciones.

La Real Orden de creación de la Universidad establecía que habría 13 catedráticos numerarios, uno de ellos de Elementos de Derecho Natural, que fue la cátedra que ocupó interinamente. Fue el primer catedrático que pronuncia el discurso inaugural, en el Curso Académico 1916-1917, en torno a Algunas consideraciones sobre los conceptos de Derecho y Fuerza.

Destacamos a continuación los datos más sobresalientes de la relación de Diez de Revenga con la Universidad de Murcia, a cuya creación contribuyó desde el comienzo con su total apoyo. En el periódico murciano El Liberal (que fue el promotor de la campaña de prensa que lograría la creación de nuestro primer centro docente, gracias a la iniciativa, el entusiasmo, la constancia y la abnegación de Pedro Jara Carrillo, su director), en el número de 30 de marzo de 1914, en el artículo que aparece en primera plana, con el título de «Pidiendo la Universidad», figura Díez de Revenga entre las adhesiones a la reunión que ha tenido lugar en el Ayuntamiento para pedir la universidad, como Presidente del Casino. Y en  El Liberal, del 3 de mayo de 1914, se indica que viaja a Madrid como Presidente del Casino y representante de la Real Sociedad Económica de Amigos del País para gestionar la implantación de la Universidad: «En el correo de esta tarde salen para Madrid los señores que componen la comisión gestora, nombrada en la asamblea magna, para gestionar la concesión de una Universidad en Murcia. La comisión lleva la representación de toda esta extensa región que abarca el antiguo reino de Murcia y la provincia de Alicante. Va con esos dignísimos representantes, el alma de un puñado de pueblos que ansían facilidades para ampliar su cultura. A despedirlos esta tarde debemos salir todos los murcianos, todo el que siente amor por el saber y por el bien de los hijos de este trozo de España, alejado de los centros superiores de cultura, que quiere se le conceda el pan espiritual de la instrucción y de la enseñanza. Nuestra presencia en la estación les prestará dobles alientos para pedir a los Poderes públicos que se nos atienda en la demanda que hacemos. No pedimos gracia, pedimos justicia, equidad. Pedimos que se nos iguale en facilidades para enseñar a nuestros hijos, a las de regiones del resto de España que gozan hasta con profusión, alguna de ellas, de tales centros culturales. Esta tarde marchan a Madrid el alcalde de Murcia D. Laureano Albaladejo; D. Emilio Diez de Revenga Vicente, en representación de la Sociedad Económica de Amigos del País y como presidente del Casino, D. Gregorio Manuel Maza, catedrático del Instituto; D. Francisco Medina, en representación de la Academia de Medicina; D. José María Arnáez, por la Escuela Normal, y con distintas representaciones de todas las demás fuerzas vivas, D Joaquín Amo, D. Juan Armero, D. Juan Antonio Martínez, D. José García Mira, D. José García Sánchez, D. Eduardo Sánchez Sevilla, D. Francisco Hernández Arce y D. Pedro Jara Carrillo, director de EL LIBERAL. Además se unirán a estos señores las representaciones siguientes: De Cartagena, que llegarán en el mismo tren correo, el alcalde y cuatro distinguidas personalidades; de Albacete, de Alicante, de Lorca y de algunas otras poblaciones. En Madrid se unirán a los comisionados los Excmos. Sres. Conde de Heredia Spínola, D. Luis Federico Guirao y D. Elías Taimo, senador por la Económica y todos los diputados y senadores de las provincias de Murcia, Alicante y Albacete. La comisión representa dignísima mente a esta región y sabrá exponer al ministro de Instrucción Pública la aspiración unánime que se persigue, dispuestos a llevarla a la realidad. Hemos llegado al momento culminante de nuestra campaña, de la campaña que nos ha dictado Murcia y nos han secundado todos los pueblos limítrofes. Nuestro deber es acudir a despedir a esos dignísimos representantes de nuestras aspiraciones para que lleven hasta el último momento la expresión de nuestro deseo. Murcianos: acudamos a la estación esta tarde a despedir a la comisión que marcha a Madrid a gestionar que sea concedida una Universidad a Murcia».

En el mismo periódico, el 5 de mayo, con el título de «Los comisionados en Madrid», aparece una noticia fechada en la noche anterior en la capital de España, indica que llegaron los comisionados que vienen a gestionar el establecimiento en Murcia de una Universidad, a los que se unirán los procedentes de Alicante y Cartagena. La comisión visitó al doctor Maestre, catedrático de Medicina Legal de la Universidad central, quien se ofreció incondicionalmente para conseguir los propósitos y les acompañó al domicilio del exministro murciano Juan de la Cierva. Éste telefoneó al ministro de Instrucción Pública señor Bergamín para entregarle la correspondiente instancia y apoyarla, para lo que les recibirá al día siguiente.

De esa visita a Madrid queda un testimonio impagable en un artículo que, a su vuelta a Murcia, Díez de Revenga daría a conocer en El Tiempo, el 6 de mayo de 1914, con el título de «La Universidad que queremos», en el que se refiere precisamente a la visita al catedrático doctor Maestre y las impresiones tan favorables que producen en el autor del artículo la manera de enseñar del catedrático de Medicina Legal, que considera ejemplar y muy innovadora. Y entre otras cosas, escribe: «Dícese que don Tomás Maestre no suspende a ningún estudiante; ¿y cómo había de hacerlo? Sus cátedras de controversia y de experimentación están pobladas diariamente de todos sus alumnos; y él, en la forma, más que el maestro, es el camarada en la tarea común de la investigación y del análisis. Así se enseña. Para enseñar así, vengan Universidades y centros docentes. Para recitar una campanuda conferencia durante tres cuartos de hora y ocupar el resto del día en la política, en el Club o en nada, sin preocuparse ni un instante del grado de comunicación científica con los alumnos, para eso, en realidad sobran centros de enseñanza, porque los títulos que expiden no son generalmente más que certificaciones autorizadas de lo agradablemente que en ellos se pierde el tiempo. Yo deseo la creación de nuestra Universidad con querer tan fuerte como el que más; pero no como una máquina de fundir médicos y abogados en un ambiente de lenidad y desprestigio; sino como el centro académico de la región dispuesto a resucitar y emular las glorias de la Universidad española en aquellos tiempos en que sus doctores llevaron la voz de la ciencia en todas las partes del mundo. Sí, deseemos nuestra Universidad, no para que ofreciendo depresivas facilidades deriven hacia sus aulas todas las aspiraciones de nuestra juventud. Paralela a su influencia debe ser la que ejerza ese centro de experimentación y enseñanza agrícolas que ya se levanta para honor y provecho de Murcia en las estribaciones de la sierra de la Fuensanta: en este se enseñarán nuevos procedimientos para trasformar los cultivos de nuestra fecunda tierra: en aquella se abrirán nuevos horizontes a la actividad intelectual de nuestra región. Los hombres como Maestre no tendrán que abandonar su país para constituir su cátedra. Los hombres que sucedan a Baquero en la alta misión de conducir la intelectualidad de Murcia, podrán, como él, vivir a la sombra bendita de la Torre y contemplar todos los días desde el Malecón su magnífica silueta, que simboliza no solo nuestras creencias y nuestros amores, sino nuestros nobles anhelos de elevar, de elevar el espíritu».

El artículo apareció en el periódico firmado con uno de sus seudónimos X DE R, y lo cierto es que mucho debió de satisfacerle tal artículo, porque lo incluyó en 1930 en su libro Artículos adocenados, en el que seleccionó sus treinta y seis mejores artículos.

El Tiempo, el 28 de mayo de 1915, recogerá ya la noticia de que con fecha 26 de mayo han sido nombrados los catedráticos de la Universidad a propuesta de Andrés Baquero Almansa, Comisario Regio, cuyos nombres aparecen ya en la noticia. Pero en el mismo periódico, el 29 de mayo de 1915, se dará  a conocer el cuadro de profesores con la referencia a la asignatura o cátedra que desempeña cada uno de ellos.

Otro artículo interesante, por las reflexiones sobre la Universidad que contiene lo publica Díez de Revenga en El Tiempo, el 15 de agosto de 1915, con el título «De nuestra universidad». Se trata de un texto bastante irónico en respuesta a una cierta polémica que debió de surgir aquel verano en torno a las incompatibilidades, especialmente la presidencia del Casino con los estudios de Derecho Natural: «Mientras se discuta la constitución y el funcionamiento interinos de nuestra naciente universidad con donaires de tan buena ley como considerar incompatible la presidencia del Casino con el estudio del Derecho Natural, nada debemos oponer los que por amor a nuestra tierra hemos de contribuir al establecimiento en ella de la undécima Universidad española. Con reír o deplorar el chiste quedamos cumplidos».

Más le preocupa la opinión de un periodista, Barrenillo, aparecida en la revista semanal ilustrada, publicada en Madrid,  Mundo Gráfico, sobre todo porque este periodista da por muerta ya la Universidad antes de que nazca con los siguientes argumentos:    «porque en la actualidad ofrece un cuadro tan arcaico y anodino que trasciende a cosa sin vida» y porque las Cátedras las rigen unos señores intachables en sus personas, pero en su mayor parte en las últimas épocas de su vida». La contestación de Díez de Revenga es tan certera como contundente: «Para hacer esas afirmaciones no ha tenido presentes el articulista las respectivas partidas de nacimiento del Profesorado interino. Cierto que hay dos o tres Profesores de avanzada edad, encanecidos en el estudio y en el ejercicio constante y benemérito de su profesión y que ostentan entre sus títulos el de haber desempeñado Cátedras de la extinguida Universidad libre de Murcia. Además de estos señores el claustro interino que preside el maestro Baquero, insigne Comisario Rector, en toda la exuberante esplendidez de su inmenso talento y en el pleno goce de su prestigio científico y literario, se compone de doctores catedráticos del Instituto, especializados en enseñanza, de hombres que ostentan alta representación científica en Cánones, Derecho y Medicina, de un grupo de jóvenes doctores que sienten en su espíritu actividad, fuego, investigación, adaptación a las modernas orientaciones universitarias…  todo eso que Barrenillo echa de menos suponiendo gratuitamente que casi todos nosotros estamos emulando la portentosa longevidad de Matusalén y que conducir a la Cátedra en un carrito de mano».

Finalizada esta parte defensiva, continúan los argumentos que apoyan la creación de una Universidad en Murcia, sobre todo por las fuerzas vivas que la han apoyado. Pero realizado esto, y a la pregunta de «¿Qué será luego nuestra Universidad?» siguen una serie de respuestas que  lo son para el articulista de Mundo Gráfico, pero que también se convierten en reflexiones programáticas de lo que hay que conseguir con nuestro primer centro docente:

«Nosotros los murcianos queremos que sea una Universidad más con todos los prestigios de sus hermanas mayores y con orientaciones modernas que perseguimos con grandes esfuerzos para implantar los estudios de Agricultura y Minería. Nosotros los murcianos hemos propuesto que la provisión definitiva de todas las Cátedras se haga por oposición libre y en un breve período de tiempo que ya ha empezado a cursar con el anuncio de la oposición de siete Cátedras. Nosotros los murcianos queremos que nuestra Universidad no sea una máquina de hacer licenciados, sino un centro de enseñanza que se caracterice por su dignidad, por su disciplina, por la organización de sus estudios, por la austeridad y la probidad de sus Profesores. ¿Será una Universidad-puente como teme Barrenillo? ¿Será una senda cruzada por transeúntes del Profesorado? Nosotros los murcianos debemos evitarlo hasta donde nos sea posible, haciendo los mayores esfuerzos. Y cuando nuestros hombres trabajen para conquistar definitivamente y en noble lucha las Cátedras de la Universidad de Murcia, no tendrán ciertamente el amparo a todo trance del pretendido caciquismo que en esta hermosa tierra campea triunfante, Pero necesitarán apoyo para contrarrestar el evidente caciquismo que en las altas regiones se ejerce por Instituciones de uno y otro bando que monopolizan, como sabe Barrenillo, para sus clientes, la provisión de Cátedras y con ellas la sagrada función de la Enseñanza».

        Sin duda, entre tantos buenos propósitos, está claro que uno de los asuntos que preocupa definitivamente al autor del artículo es el sistema de provisión de cátedras, y sobre ello, más adelante, surgirá una sorprendente polémica, cuando comiencen a llegar los profesores numerarios, con los que Díez de Revenga mantuvo excepcionales  relaciones de aprecio y amistad. Aunque hubo algún roce sonado en el banquete homenaje a Ruiz-Funes cuando obtuvo su cátedra de Derecho Penal en propiedad, como he estudiado en otro lugar (2017). Las referencias a los caciquismos, de una y otra parte, son los suficientemente reveladoras del ambiente que se vivió en los primeros años de la Universidad de Murcia.

 

 

        Siguiendo la cronología que nos hemos marcado, y ya muy próximos a la inauguración de la Universidad, se puede leer en El Liberal, 10 de septiembre de 1915 la noticia de su elección de Vice-Rector de la Universidad. Conviene detenerse en los términos de la noticia: unanimidad, alta estima, valer científico, condiciones morales…: «Ha sido nombrado Vice-Rector de nuestra Universidad nuestro querido amigo el Dr. D. Emilio Diez de Revenga. El acuerdo, tomado por unanimidad, demuestra el alto concepto que sus compañeros de claustro tienen de las excepcionales dotes del Sr. Diez de Revenga. Cuanto nosotros pudiéramos decir de esas condiciones, que sus compañeros le han reconocido, pudiera resultar interesado por el afecto que le profesamos. Además sería incurrir en una vulgaridad porque esa alta estima de su valer científico y de sus condiciones morales es general en todos los murcianos. Nuestra más cordial enhorabuena».

        Cuando llega el momento histórico de la inauguración del curso académico y de la Universidad, la prensa se vuelca con informaciones a toda plana de los actos y los tres más importantes periódicos recogen colaboraciones de los protagonistas más significativos del acontecimiento.

Portada de El Liberal con motivo de la inauguración de la Universidad (1915)

 

Emilio Díez de Revenga escribiría en cada uno de ellos un artículo del máximo interés, y en todos ellos recoge su opinión, muy valiente e innovadora sobre lo que debe ser la Universidad. El artículo de El Tiempo, 7 de octubre de 1915, titulado «Nuestra región», es muy positivo y alentador. Partiendo de los orígenes de la creación de Universidad, con cariñoso recuerdo a Isidoro de la Cierva y a las frases desalentadoras que les decían en Madrid, prefiere plantearse esta creación de la Universidad desde una altura de miras que hacen referencia al progreso de la Región, dotada generosamente por la naturaleza, pero preterida en su valor intelectual. Una región que en el plano intelectual estaba a la defensiva y que ahora debe enfrentarse a decisiones que supongan logros definitivos.

Se muestra en este artículo especialmente defensor de la actividad, de las acciones para conseguir los fines que expone como fundamentales a partir de la creación de la Universidad. Redención, esfuerzo, confianza, voluntad y trabajo, esos son los términos en los que basa su afán por conseguir los objetivos de progreso que propone. Y ese será el único medio para superar la dejadez, el abandono, las melancolías, las inercias y el no hacer nada que distingue, a su juicio, a este país. Y cuando el país cae en estas negaciones, está abocado a la impotencia y a la muerte.

El artículo de El Liberal, 8 de octubre de 1915, lo titula «Nuestra Universidad» y es el más duro de los tres, porque contiene una acerada crítica sin miramientos a la situación de la actual Universidad española, repetitiva, atrasada, sin estímulos, que no ha sido capaz de superar la universidad tradicional o clásica y llegar a ser la Universidad moderna que exigen los nuevos tiempos. Se habla de complicada máquina de la pedagogía oficial en las primeras líneas y de la necesidad inaplazable de restaurar la Universidad española. Desarrolla en sus líneas un panorama muy desalentador de la Universidad española en su opinión, ya que delata sin ambages no solo la falta de capacidad e interés de los repetitivos profesores que no son capaces de transmitir una enseñanza activa, sino que alude  a los alumnos, que en su mayoría, solo vana a la Universidad a obtener  el certificado de sus estudios. Incluso a algunos de estos alumnos los llega a calificar con especial dureza no sin ironía e incluso sarcasmo.

        La parte más severa está referida a la situación de la Universidad, aunque también llega a expresar la esperanza de que en Murcia, con la nueva Universidad se pueda llegar a hacer algo diferente y regenerar el organismo universitario con las demás regiones. Lo agradablemente que se pierde el tiempo en la Universidad en frase de Pidal, y que en España el Estado y la Sociedad no se saludan más que para agraviarse, en frase de Maura son síntomas claros de la decepción que  expresa  ante el panorama universitario español del momento, sobre todo si se compara con el de otros países del entorno. Que la palabra investigación, a la altura de 1915, aparezca en dos ocasiones en el artículo es reveladora del afán de modernización de las enseñanzas que expresa todo el artículo. Y con la palabra investigación otras se pueden leer de parecido tenor cuando se alude a los profesores de otros países: estudiosos incansables y originales, trabajo intenso y  propia investigación.

La propuesta final, recogida en las últimas líneas, va en busca de una regeneración universitaria basada en los valores que  quedan declarados literalmente: cultura, inteligencia y espíritu para regenerar la Universidad.

En el artículo de La Verdad, 8 de octubre de 1915, titulado «Esperanza», se cierra con una anhelo de esperanza para la Región, por considerar la Universidad el instrumento que la empuje a superar toda clase de obstáculos y dificultades a que se ha referido a lo largo de este breve artículo.  Ha denunciado en sus líneas la dejadez de la región por el progreso intelectual y se ha remontado a los tiempos en los que la ignorancia dominaba a sus habitantes. Ahora, cuando las estadísticas dicen que hay menos analfabetismo, advierte que la Universidad, la undécima de España, no debe despreocuparse de aquellas clases sociales que, aun sabiendo leer, están alejadas de la cultura intelectual. Atribuye a la formación y a la cultura la posibilidad de  propagar ideas que suponen la rectitud de juicio  para no caer en los errores de siempre.

        Se le descubre preocupado por el progreso de los pueblos y en concreto por el progreso intelectual de la Región, para el que la Universidad habrá de ser fundamental, y atribuye a sus promotores una responsabilidad para conseguir el progreso intelectual incluso de las clases que no tendrán acceso a la Universidad. Y se queja amargamente del letargo que ha sido característica de la Región como si esperase que alguna vez llegara el momento de la expansión. Una divina esperanza en el engrandecimiento de la Región cierra este conciso pero inquieto artículo.

Un año después tendría lugar la apertura del curso académico, para la cual es elegido como autor del discurso inaugural, que se publicó por la Universidad y que recogió en gran parte también la prensa local. Contiene como es habitual en este tipo de intervención una referencia a los acontecimientos más significativos del curso anterior, entre los que destaca la muerte del primer Comisario Regio, Andrés Baquero, en enero de aquel año, seguida de la parte doctrinal, titulada Algunas consideraciones sobre los conceptos de Derecho y Fuerza. Pero terminada esta parte científica y jurídica, aprovecha el autor la ocasión para leer unas interesantes reflexiones sobre la Universidad, la enseñanza, la educación y los alumnos, que la prensa recogió detalladamente, como lo hace El Liberal, 2 de octubre de 1916, en su información titulada «Apertura de curso en la Universidad».

Y en especial se dirige a los alumnos para ofrecerles algunas observaciones que no consejos, porque no quiere ser «quien desee encerrar su virgen inteligencia en círculos mezquinos que la priven de su aptitud científica y de su libertad para investigar»; porque lo que desea es «prevenirla de que no entregue, sin meditar, las lozanías de su espíritu a falsas direcciones del pensamiento». Y, sin duda, lo que más le preocupa es la inercia de la Universidad española a servirse de lo extranjero menospreciando lo nacional, con lo que da su discurso una trayectoria del más puro nacionalismo español frente a ideas que pueden llegar a engañar a los más jóvenes.

 

«Vosotros, Juventud de esta región, no sois así. Vosotros creéis, esperáis, amáis, afirmáis. No admitáis nada por sistema, pero no desechéis sistemáticamente nada». Para definitivamente apostar por lo nacional frente a lo que desde el exterior puede ofrecer una apariencia engañosa y no deseada, lo que ilustra con sobresalientes y vibrantes ejemplos: «sois hijos de la gloriosa nación que tan altos supo pensar el origen, la esencia y los atributos del Derecho; que sois herederos de la gloria de los Victoria, de los Soto, de los Suárez, de los Vázquez, de los Alpizcueta, do los Agustín, de los Covarrubias, de los Toledo, de los Castro y de tantos otros a quienes la Ciencia del Derecho entregó a raudales sus tesoros y que brillaron con claro esplendor en la historia de nuestra Filosofía jurídica, tan reverenciada por Grocio y tan alabada por los modernos juristas de Italia y Alemania». Para continuar con los ejemplos más visceralmente representativos de su clara posición ideológica nacionalista y conservadora: «Y al recordar esto, no tendréis que abdicar vuestra personalidad ni renegar de vuestro abolengo, ni pedir triple llave para el sepulcro del Cid, ni que se quemen las ediciones del Quijote, ni que se pase la fría esponja del enervante positivismo sobre la gloriosa leyenda del ideal. Antes bien, os servirá recordarlo para recoger en lo bueno que nos legara la tradición, las esencias del genuino carácter nacional y orientar después el pensamiento hacia los espacios infinitos del porvenir de la patria».

Ni que decir tiene que este exordio final abordó otros asuntos candentes que afectaban a la nueva Universidad, algunos tan materiales como la expresión del deseo de la  consecución inmediata de un edificio propio, porque ese discurso y ese acto se estaban desarrollando el en Instituto Provincial, en el edificio San Isidoro donde la Universidad se albergó en los primeros años. Buenos deseos para el futuro y muchos ánimos para todos profesores y estudiantes en la seguridad que, desde allí se estaba haciendo región para hacer más grande a España, como evoca en las palabras finales de tan nutrido discurso: «Arrojemos nosotros ideas y nacerán sabios; sabios y hombres de ciencia que reconstruyan el grandioso monumento de nuestra personalidad regional con que hemos de concurrir nosotros a la grandeza, a la prosperidad, a la cultura de España. Honrando todos a nuestra Universidad honraremos también a esta tierra bendita que mereció conservar en premio de fidelidad, en prenda de regios amores y en señal de predestinación intelectual las entrañas del Rey Jurista, del Rey Legislador, del Rey Sabio».

Señala el cronista que «grandes y prolongados aplausos seguidos de efusivas felicitaciones de la selecta concurrencia, premiaron la labor del sabio catedrático que tan alto deja el nombre de nuestra Universidad», y lo cierto es que el discurso, que puede leerse también en el ejemplar que se imprimió para la ocasión, es un testimonio de la estatura intelectual del conferenciante pero desde luego del muy alto nivel que debió de revestir aquel solemne acto inaugural.

 

 

De su labor como Catedrático Interino de Elementos de Derecho Natural también se conserva el programa de la asignatura, sin duda completo y exhaustivo en lo que a la materia que enseñaba se refiere. Y no pasaría mucho tiempo hasta que el diario El Tiempo, 12 de marzo de 1917, recoge el elogio que la Revista de España y América, en su número de febrero de aquel año hace del discurso de Emilio Díez de Revenga, en el marco de un reportaje sobre los diferentes discursos inaugurales de las universidades españolas, titulado «Al margen de los discursos». Al llegar a la naciente Universidad de Murcia todo son elogios para su discurso inaugural y sus «levantadas frases de españolismo sano y neto» y sobre todo para la fundamentación doctrinal del ensayo sobre los conceptos de Derecho y fuerza al estar basados en la filosofía patria: «¡Hermosas y levantadas doctrinas las del Sr. Diez de Revenga en este su discurso! Pero aún es más hermoso, halagador y confortante, saber que para beberlas, no ha tenido necesidad de acudir a extrañas fuentes, sino le ha bastado volver los ojos “al tesoro literario y científico de la patria”».

En los meses siguientes comenzaron a proveerse las cátedras con profesores que las iban obteniendo por oposición libre, y de este modo fueron llegando los primeros catedráticos numerarios como José Loustau, Ramón Carande o Pedro Font y Puig, que ocuparon respectivamente las cátedras de Mineralogía y Botánica y Zoología General; Economía Política y Hacienda Pública, y Lógica Fundamental. De hecho los tres serían nombrados respectivamente también Comisario Regio y Rector; primer Decano de la Facultad de Derecho, y primer Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, entre diciembre de 1916 y abril de 1918.

Se da la circunstancia de que Emilio Díez de Revenga en las elecciones de febrero de 1918 fue elegido Diputado a Cortes por Murcia (fue el más votado en su circunscripción), por lo que, quizá por esta razón, o también por la presencia de profesorado numerario en la Universidad, decide dimitir al mismo tiempo que lo hace el Comisario Regio Vicente Llovera, que en ese momento era también Presidente de la Diputación Provincial. La Verdad, de 20 de abril de 1918, recoge sí la noticia, bajo el titular de «Dimisiones»: «Por entender que existe número suficiente de catedráticos propietarios para el funcionamiento de la Universidad, ha presentado la dimisión de su cargo, el Comisario Regio don Vicente Llovera y Codorniu. También le ha sido admitida la renuncia de la cátedra de Derecho Natural, presentada por el diputado Cortes por Murcia, don Emilio Diez de Revenga, por incompatibilidad con su nuevo cargo. Para  desempeñar esta cátedra ha sido nombrado interinamente, don Diego Hernández Montesinos».

        La noticia no fue muy bien recibida, porque El Tiempo, de 21 abril de 1918, en un artículo titulado «Ecos de la Universidad», tras juzgar muy correcta la dimisión del muy valorado Comisario Llovera, en el caso de Díez de Revenga lamenta que se haya marchado, aunque ponen en duda la cuestión de la incompatibilidad, con toda razón desde luego, porque entre diciembre de 1915 y abril de 1916 Diez de Revenga fue Diputado a Cortes y también catedrático interino al mismo tiempo. El periódico entonces argumenta y valora la situación con palabras de total elogio hacia el dimisionario: «Sus prestigios y sus condiciones se han visto proclamados por sus compañeros de Claustro que le confirieron el cargo más delicado dentro de la comisión de Hacienda. Al frente de su cátedra se ha distinguido como profesor asiduo y laborioso, y sus discípulos, que son los primeros en reconocer sus méritos excepcionales, pueden con orgullo decir que en otra Universidad hubieran podido aprender lo mismo, pero más, no. Nos consta que personas muy doctas en materia docente sostienen la teoría de que el señor Diez de Revenga, por su carácter de interino, no era incompatible con el cargo de diputado a Cortes; pero su criterio en esto, quizá por exceso de susceptibilidad, ha sido el que acabamos de exponer. Respetamos su resolución pero al consignarla es muy justo que le rindamos el elogio merecido por su amor a la Universidad y por su labor al frente de la cátedra».

 

Retrato en el Colegio de Abogados de Murcia

Amistad con Azorín

 

            Fue la política y, en concreto, la adscripción a la minoría ciervista, las que motivaron el inicio de una amistad que duró años entre Azorín y Díez de Revenga, por lo menos desde 1916, cuando Díez de Revenga accede por primera vez al Congreso de los Diputados. Porque hay que recordar como señala José Antonio Ayala que Azorín, seguidor inicial de Antonio Maura, en 1913 se sintió desencantado y se distanció buscando otros horizontes: «Azorín no se retractaría nunca, públicamente, de su inicial adhesión al maurismo, pero se sentiría mucho más ligado a otra figura del partido conservador, adscrito también teóricamente a la corriente maurista, pero que, en el confuso proceso de disgregación del partido conservador que se conoce con el nombre de “fulanismo”, hacía figura de jefe de facción o de fila: el murciano Juan de la Cierva, ministro en varias ocasiones durante el reinado de Alfonso XIII. La fidelidad de Azorín al ciervismo no se interrumpiría a lo largo de todo el régimen monárquico y estaría basada en una “devoción” personal al político murciano» (1980: 61).

En 1922, cuando se crea en España el Pen Club es Azorín, su presidente, el que le cursa una invitación para que forme parte del mismo: «estando en vías de formación en España esta institución de amistad y compañerismo internacional de los escritores, hemos creído imprescindible contar con su nombre para que figure entre los ilustres escritores contemporáneos», le escribe Azorín en una carta circular cuyo destinatario y un expresivo «mi querido amigo» escribe de puño y letra, como lo hace también en la escueta firma: «Azorín».

La idea es reunirlos mensualmente «para que los obreros de la inteligencia lleguen a una íntima cordialidad, acrisolada por encima de sus diferencias de estilo o de ideas». El PEN club de España (Poetas, Escritores, Novelistas), pero también pluma en inglés, fue fundado el 5 de mayo de 1922 en Madrid por Azorín y Ramón Gómez de la Serna. El ABC de 6 de mayo recogía la noticia y ponía de relieve los propósitos del nuevo club de escritores. «Semejante de los de Londres, París, Bruselas, se ha constituido en Madrid un centro literario con la única misión, y no es poco, de fomentar las relaciones de camaradería entre los profesionales y los amigos de las letras. Se llama PEN Club, que quiere decir Club de Poetas, Ensayistas y Novelistas, y estará en comunicación con sus similares en el extranjero. Periódicamente, acaso una vez al mes, el PEN Club organizará comidas de confraternidad, a las que asistirán los socios y a las que serán invitados los hombres de letras de otros países. Ayer se reunieron a almorzar los miembros del Comité de este interesante Club literario. Asistieron el presidente, Azorín, y Maeztu, Díez Canedo, Gómez de la Serna, Almagro, Enrique de Mesa, Pérez de Ayala y Salaverría. Después de ultimar algunos detalles de organización se dio por constituida la nueva Sociedad, que pronto ha de reunir en su

 

En la Sagrada Cripta de Pombo: el primero de la derecha, última fila

 

seno a toda la familia literaria. El PEN Club, que estará tan distante de las Academias como de los antros bohemios, será algo que sentará bien a la vida intelectual, dándole cordialidad y una mayor cohesión de clase, de oficio o de gremio».

Díez de Revenga asistió a numerosas comidas mensuales según consta en los tarjetones que se imprimían con la relación de comensales durante los años 1923 y 1924, y, desde luego, estuvo presente en el banquete en honor de Martínez Ruiz que se celebró el día 22 de noviembre de 1927 a las nueve y media de la noche en la Sagrada Cripta de Pombo. Le costó catorce pesetas y tenía el número 27, según consta en la tarjeta de invitación. ABC daría a la mañana siguiente buena cuenta de los detalles del homenaje con la relación completa de los concurrentes, la intervención de Ramón Gómez de la Serna, de Eugenio d’Ors y del Dr. Pittaluga, y el discurso final de Azorín, con protesta de Eugenio D’Ors, porque consideraba que Azorín se dejaba engañar por aquellos que creían que había desaparecido la cultura europea, e intervenciones finales del pintor Solana y de Felipe Sassone. Del acto queda una inmensa fotografía con todos los comensales agrupados en torno a Azorín, Eugenio d’Ors y Ramón Gómez de la Serna.

 

Actividades académicas, sociales y profesionales

 

Nos referimos a continuación a las numerosas actividades que desarrolló en el campo de la vida académica, social y profesional, al frente del Conservatorio Provincial de Música, del Casino de Murcia, de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y del Colegio de Abogados.

Una de las empresas en las que participó con mayor entusiasmo fue en la creación y posteriormente en la dirección del Conservatorio Provincial de Música y Declamación, que surge de un grupo de intelectuales murcianos en 1917, Pedro Jara Carrillo, Isidoro de la Cierva, Emilio Díez de Revenga, Ángel Guirao, Antonio Ruiz-Funes y Mariano Sanz Fargas, entre otros. Se redactaron unos estatutos, se nombró al profesorado y así nació este centro de enseñanza musical dependiente de un patronato presidido por Isidoro de la Cierva.

 

Dibujo de Victorio Nicolás

 

Por Real Orden de 26 de septiembre de 1918 se concede validez académica a los estudios impartidos aunque depende administrativamente del Conservatorio de Madrid, de manera que inicia sus actividades en el curso 1918/1919. Las clases se imparten en el edificio de las Escuelas Graduadas de Santo Domingo, hasta que en 1920 se trasladan al Teatro Romea a unos locales cedidos por el Ayuntamiento.

        El 5 de enero de 1919 tuvo lugar la inauguración oficial del Conservatorio en un acto presidido por Mariano Benlliure, Director General de Bellas Artes, con la presencia de Tomás Bretón, Director del Conservatorio Nacional. Tal como se recoge en el opúsculo Discursos pronunciados en la solemne inauguración del Conservatorio provincial de música y declamación celebrada el 5 enero 1919, en primer lugar intervino Emilio Díez de Revenga, quien en su discurso afirmó que esperaba que el Conservatorio «despertara nobles aficiones, puliera y educara aptitudes, estimulara voluntades, regenerara energías y se constituyese en alma mater de una nueva generación que rememore y abrillante las glorias de aquellos insignes murcianos, cuyo nombre está perennemente en el recuerdo de todos… que se formaron para realizar todo esto, por nuestro abandono lejos de la tierra de su nacimiento». A Díez de Revenga le correspondió dar cuenta detallada de todas las gestiones llevadas a cabo tras la idea de Jara Carrillo de conseguir para Murcia un Conservatorio. Tomás Bretón citó en su discurso a los murcianos ilustres Julián Romea y Manuel Fernández Caballero y animó a «los notables profesores que constituyen el claustro del Conservatorio de Murcia a mantener y superar, si es posible, la tradición artística de esta región privilegiada». Por último, Mariano Benlliure, tras recordar a tres artistas murcianos, Salzillo, Valdivieso y Fernández Caballero, entregó un busto de bronce del músico murciano dedicado al Conservatorio como recuerdo de la inauguración. Hasta 1931 estuvo Díez de Revenga al frente de la dirección del Conservatorio velando siempre por su buen funcionamiento y atento a la valoración de los estudios. El homenaje a Pedro Jara Carrillo tras su muerte (1927) y los dedicados al maestro Fernández Caballero y la gestión de su monumento (1928) destacan entre las numerosas actividades llevadas a cabo durante su mandato. Su preocupación por el conservatorio se mantuvo hasta el final. Su último artículo en la prensa estaba dedicado precisamente a «La incorporación del Conservatorio», publicado El Liberal, el 25 de mayo de 1932, en el que tras celebrar que, por fin, el Conservatorio sea, por el Decreto de 11 de mayo de 1931, ya un centro oficial del Estado, denuncia implacablemente las medidas tomadas por el legislador contra parte del profesorado que queda en una situación laboral anómala e injusta.

Durante los cuatro años que estuvo al frente del Casino de Murcia, entre 1912 y 1916, llevó a cabo numerosas iniciativas que mejoraron visiblemente la sede social. De acuerdo con los datos facilitados por José Guirao López de Navas (1994) saneó las finanzas, amuebló digna y elegantemente la biblioteca, que catalogó por primera vez, mejoró los salones, revistió de mármol las galerías y mejoró mobiliario de las famosas peceras, además de dotar al Casino de una bandera. Vicente Llovera, Mariano Ruiz-Funes, José María Llanos, Dionisio Alcázar o Tomás Palazón, fueron algunos de los murcianos que le acompañaron en las distintas juntas de Gobierno que presidió.


Homenaje en la Económica a Juan de la Cierva Codorniu

 

Las tareas y gestiones realizadas por Diez de Revenga al frente de la Real Sociedad Económica de Amigos del País fueron reflejadas con todo detalle por José María Ibáñez en el Homenaje póstumo que publicó la Económica en 1932 con prólogo in memoriam de Andrés Sobejano. Destacan sobre todo los encuentros con motivo de las inauguraciones del curso en la Academia de Bellas Artes a cargo de personalidades como los catedráticos Elías Tormo, Pedro Font Puig y José Loustau, la pedagoga y asambleísta Natividad Domínguez (presencia femenina en un acto de este tipo que causó especial sorpresa y asombro), Andrés Sobejano o los homenajes con motivo de su nombramiento como socios de mérito del Obispo Frutos o de Juan de la Cierva Codorniu, el inventor del autogiro.

La prensa local hacía un verdadero despliegue, incluso con fotografías del acto,  en cada uno de estos encuentros celebrados. El homenaje al cardenal Belluga, el dedicado, con publicación incluida, Andrés Baquero o la visita a la Real Sociedad Económica, con los consiguientes homenajes, de los hermanos Álvarez Quintero o de Federico García Sanchiz fueron algunos de los actos más relevantes en los doce años de mandato al frente de la institución, que mantenía, desde el siglo xviii, una Academia de Dibujo en la que se formaron, en sus inicios, muchos pintores y escultores de aquellos años. La creación, en 1931, del «Premio Diez de Revenga Vicente» para los estudiantes de Dibujo reconoció las cualidades y los méritos de su mandato como Director.

 

Serafín y Joaquín Álvarez Quintero en la Económica

 

Catorce años estuvo al frente del Colegio de Abogados desde donde realizó una intensa actividad profesional. Colegiado también en Cartagena, Lorca y Madrid, señala Martínez Peñalver que «profesionalmente agotaba todas las posibilidades de solución amistosa, antes de plantear la contienda judicial». A pesar de su adscripción política fue durante su mandato el Decano de todos los abogados murcianos y defendió siempre sus derechos tanto colectivos como individuales.

Se recuerdan algunos logros significativos como la publicación de las obras del maestro Jacobo de las Leyes, que editó bajo la supervisión de los catedráticos de la Universidad Central Rafael de Ureña y Adolfo Bonilla San Martín (1924).

 

 

 

 

Presentó, tal como quedó recogido en un impreso, la exposición acerca del proyecto de reforma de la Ley Orgánica de los Tribunales y de la de Enjuiciamiento civil y criminal, que, por acuerdo de la corporación, expuso en la comisión permanente de Gracia y Justicia del Congreso. Con ello reivindicaba una serie de derechos de los abogados: la justicia gratuita, la administración de la Justicia municipal, los tribunales unipersonales y colegiados, la instancia única, la oralidad del juicio, inamovilidad e independencia de la Judicatura, etc.

 

Sus intervenciones, ya al final de su mandato, en la Asamblea de decanos de Colegios de Abogados en Sevilla (mayo, 1930) sirvieron para presentar iniciativas del Colegio muy provechosas para la vida profesional. En 1931, cuando decidió resignar el cargo, escribió una emotiva carta a sus compañeros exaltando las virtudes más altas de la profesión y manifestando su veneración «por el santo y sagrado nombre del Derecho, por la ciencia elevadísima que lo estudia y por la profesión nobilísima que lo ejerce».

 

Con Salzillo, la Cofradía de Jesús y el futuro Museo Salzillo

 

Hay que partir de la mala impresión que se difundió por toda Europa a principios del siglo pasado sobre el arte de Salzillo debido al juicio que un estudioso francés  llamado Marcel Dieulafoy realizó en su libro La Statuaire polychrome en Espagne, que publicó en  Paris, en Hachette, en 1908, y que difundió un juicio muy arbitrario sobre Salzillo, al parecer porque lo había juzgado a través de unas pésimas fotografías de la época, y jamás vino a Murcia a comprobar sus juicios. María Teresa Marín en su libro El Museo Salzillo de Murcia algo ha relatado sobre la indignación que produjo tal hecho en Andrés Baquero Almansa, cuyas investigaciones, en muchísimos casos, siguen aún vigentes debido a sus numerosos descubrimientos documentales y aciertos críticos, hoy de referencia inexcusable; y en Emilio Díez de Revenga, uno de los más entusiastas cronistas y defensores, tanto de la Cofradía como de Salzillo.

Ambos salieron al paso de tanta superficialidad como falta de criterio científico cuando desenmascararon al estudioso francés en dos artículos publicados en La Verdad de Murcia, en diciembre de 1912. Pero el daño estaba hecho, porque todavía en 1966, la estudiosa italiana Giovanna Grandi, autora del estudio crítico del fascículo Salzillo publicado en Milán por la Fabri Fratelli Editori, en su  colección «Los maestros de la escultura», aún se hacía eco del juicio tan negativo que había merecido a Dieulafoy su visión tan poco científica de la obra de nuestro primer escultor. Lo cierto es que Grandi la consideraba ya superada, gracias a las numerosas investigaciones y publicaciones sobre Salzillo que se habían sucedido a aquel juicio tan adverso como superficial.

El artículo de Baquero se titula «Salzillesca» y aparece en La Verdad, el 19 de diciembre de 1912, dedicado «A Don Emilio Díez»:

«Le dedico a usted esta “impresión” (o lo que sea), porque usted es de los admiradores de Salzillo conscientes, y, además, casi su cronista oficial, como Secretario de la Cofradía de Jesús.

He acabado estos días mi libro sobre Artistas Murcianos, del cual había dejado para lo último el estudio sobre Salzillo. He procurado conocer cuánto se ha escrito acerca de nuestro insigne escultor, y teniendo noticias (por referencias) del libro de Mr. Dieulafoy sobre La escultura policroma en España, lo he hecho traer. Con sólo verlo, me he explicado desde luego la veneración con que lo citan ahora nuestros escritores de arte. Es un libro en folio, monumental, de mucho lujo y precio, lleno de fototipias magnificas. Su autor, francés y miembro del Instituto. Toma su asunto desde los griegos y los persas. Luego viene a España, y Barcelona, Tarragona, León, Burgos, Valladolid, Sevilla y Granada le ofrecen campo para historiar paso a paso nuestra imaginaria, clasificar por escuelas nuestros escultores, ponderar las excelencias de los maestros, agrupar sus discípulos, registrar los varios procedimientos de su técnica, etc., con un método aparatoso y una erudición efectista.

Dentro de ese método, tenía que entrar, naturalmente, el decir algo de nuestro Salzillo también. Dice cuatro cosas… que se las pudiera haber ahorrado. Pero ¡ah!, las dice Mr. Dieulafoy, y ¡las dice en tal libro!... ¿Comprende usted el prestigio con que se habrán impuesto a ciertos críticos librescos...?

Pues, siquiera por desahogo, va usted a consentirme que le diga que Mr. Dieulafoy habla de nuestro Salzillo de oídas, sin haberse enterado. Llegó en su viaje informativo hasta Granada, y desde Granada se volvió. No pisó las tierras de Levante. Supo que se hablaba mucho de Salzillo. Pero Salzillo floreció a mediados del siglo XVIII: vaya una época de genios; tenía que ser una medianía.

Mr. Dieulafoy se documentó leyendo el artículo de Ceán Bermúdez en su Diccionario y el discurso de García Alix en su recepción en la Academia de Bellas Artes: lo suficiente para adornar también su juicio con unas cuantas citas de fácil erudición. Respecto de las obras de nuestro genial imaginero, la colección de postales de Hauser y Menet, que ni siquiera están sacadas directamente de Salzillo, sino de las fotografías de Almagro. Lo he conocido al pronto, porque da como de Salzillo la Santa Cecilia de las Agustinas y el Niño dormido de las Anas, que en dicha colección de postales le atribuyen equivocadamente.

Y con ese bagaje (un mudado, una gorra y unas zapatillas, como quien dice) por toda información, se mete su crítica por la región levantina y formula  su juicio desdeñoso acerca de nuestro Salzillo. ¡Después de haberse hecho lenguas de las efigies académicas de Luis S. Carmona…!

La obra de Salzillo la encuentra bastante inferior a su fama. El Ángel, la Dolorosa y la Verónica están «sacados del mismo modelo» El San Francisco, «buena estatua, copiada de un original de Montañés». «La Virgen es bella, pero su aflicción no conmueve, porque se nota su convencionalismo». «Salvo la Verónica y el Ángel de la Oración, que son dos frías y buenas estatuas, y después el San Jerónimo y  la Purísima, las otras figuras suelen ser afectadas en sus actitudes. Las ropas, estudiadas insuficientemente, presentan sequedades (desmaigreurs); las extremidades aparecen faltas de dibujo…» Como la obra maestra de Salzillo, entre las soberbias ilustraciones de su libro, pone sólo la fototipia de la Verónica.

¿Qué le parece a usted? Para nosotros, que tenemos fe en nuestro escultor, que lo admiramos, porque lo vemos y lo sentimos, esa boutade es una ligereza, una de tantas a que nos tienen acostumbrados los franceses. Pero el snobismo artístico, el que le deja llevar de la moda y toma por figurín, de la estación el último libro ultramontano, ¿no cree usted que se habrá influido de estos juicios cediendo al prestigio de libro tan monumental, y que podrá ser que ya a estas horas estas horas ya alguno tenga de Salzillo formulada una idea nueva, épatante en la cual vaya envuelta cierta benévola conmiseración de buen tono relativa al entusiasmo ingenuo, pueblerino, con que aquí celebramos a nuestra gloria, cual si fuera una cosa del otro jueves?

E pur, si muove...»

        En el artículo que acabo de reproducir, Andrés Baquero está haciendo referencia a su trabajo más reciente, la historia de los «artistas murcianos», que acababa de finalizar, libro muy esperado en la sociedad intelectual murciana como hemos de ver enseguida, ya que en la contestación a su artículo, Díez de Revenga titulará el suyo «¡Albricias!», interjección con la que celebra que Baquero haya terminado su estudio y esté próximo a publicarse. En efecto, el libro de Baquero Almansa, entre los suyos el más sobresaliente, acabó titulándose Catálo­go de los profesores de las Bellas Artes murcianas, con una introducción histó­rica y se imprimió en los talleres de Nogués en 1913. Se trata de un volumen de más de quinientas páginas, en cuyo estudio preliminar lleva a cabo un  panorama innovador sobre la historia del arte en la región, al que sigue la reseña de doscientos setenta y un artistas. Hubo una nueva publicación del libro con el título de Los profesores de las Bellas Artes murcianos con una introducción histórica, que llevó a cabo el Ayuntamiento de Murcia en 1980, por iniciativa de Manuel Muñoz Barberán cuando estaba al frente del efímero Consejo Municipal de Cultura y Festejos.

        El entusiasmo ante el nuevo libro y la responsabilidad que sobre Salzillo atribuye Baquero a Díez de Revenga se reflejan en el artículo de éste último que está dedicado «A don Andrés Baquero», y apareció en La Verdad el 21 de diciembre de 1912 con el título de «¡Albricias!». Su texto es el siguiente:

«Si en la preciosa impresión salzillesca que me ha dedicado usted, no hubiera más que la ocasión de decir las cosas sabrosas e interesantísimas que aquella contiene, me hubiera limitado a dar a usted particularmente las gracias por la merced que me concede mezclando mi nombre en estos criticismos artísticos en que ustedes, las personas mayores, discurren con reconocida autoridad.

 

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 El Cristo de La Caída con la túnica que regaló en 1903 a la Cofradía.

 

Y digo que lo hubiera hecho particularmente porque no es de general interés que yo suscriba (mejor diría acate) con una afirmación, como lo hago, el sentido de las preguntas que usted me brinda. Ahora, eso sí; la expresión de mi gratitud era inevitable, porque crea usted que me ha llenado de satisfacción, por lo que me honra, que usted al hablar de este asunto, precise por mi banda una serie de primorosas carambolas.

Pero lo que me hace acudir a contestar a usted públicamente poniendo al frente de estos renglones una exclamación de júbilo, es que en ese artículo da usted una noticia que merece cuando menos que yo, no a título de casi cronista oficial de Salzillo (como me considera haciéndome favor inmerecido) sino como controleur de cuanto se dice de nuestro insigne escultor, la registre y celebre y encomie con entusiasmo.

«He acabado estos días mi libro sobre Artistas murcianos del cual había dejado para lo último el estudio de Salzillo».

        ¡Ahí es nada! ¿Luego es cierto que esos eruditos, ilustradísimos estudios de la Murcia que fue, están terminados y van a salir a la luz pública? ¿Luego es cierto que la personalidad de nuestro inmortal imaginero va a ocupar definitivamente el lugar que merece en la Historia del Arte escultórico?

¡Albricias! En adelante los Dieulafoy que quieran escribir sobre la escultura de España, no podrán hablar de nuestro Salzillo de oídas, aunque se queden por tierras de Granada. Aquí, en las de Levante, usted habrá montado un proyector luminosísimo que esparcirá sus fulgores sobre la colosal figura de nuestro escultor; y los que tenemos fe en él por que le admiramos, porque lo vemos y lo sentimos, deberemos a usted eterna reverencia cuando miremos en bancarrota esas boutades a que nos tienen acostumbrados los franceses y esos snobismos artísticos de los que deforman su propio juicio, si es que lo llegaron a formar, al vaciarlo en moldes extranjeros.

        Y creo que al fin, nuestra gloria quedará como cosa del otro jueves. Del Jueves grande del Arte».

        Muy orgulloso se debió de sentir Díez de Revenga de estos dos artículos, ya que los reproduciría, dieciocho años después, en su libro de 1930 titulado Artículos adocenados. Una reproducción del artículo de Baquero, nuevamente impreso, permaneció enmarcada durante muchos años en la Sacristía de la Iglesia de Jesús, para que todo el que pasará por allí la pudiese leer. Como se ha podido advertir, la valiente reacción de los dos amigos murcianos pone en claro lo despistado que estaba el estudioso francés, que, como hemos advertido, no jugó limpiamente y se limitó a emitir unos juicios sobre unas malas reproducciones fotográficas. Las reivindicaciones eran justas, pero ahora, pasado tantos años, más de un siglo, lo que más estimula, tras su lectura, es advertir el tono irónico y distendido, sereno pero firme, que estos dos escritores, entusiastas de Salzillo, emplean a la hora de valorar a estos hispanistas de pacotilla que juzgaban los valores españoles sin molestarse en acudir al lugar adecuado a documentarse. Afortunadamente, el hispanismo internacional cambió mucho a lo largo del último siglo, pero cada cual en su especialidad conoce muchos patinazos de otros tantos estudiosos extranjeros, despistados o mal documentados. Y tal situación es la que Baquero y Diez de Revenga denuncian en estos artículos de 1912 con buen humor y sin complejos. Como debe ser…

La Cofradía de Jesús y la procesión de Viernes Santo en la mañana han suscitado muchos artículos y textos literarios y de crítica artística que se han venido publicando en la prensa a lo largo de los últimos cien años. Pero creo que, entre todos, no hay ninguno tan original como el titulado «La Cofradía innominada», que publicó en el diario El Tiempo de Murcia, en la Semana Santa de 1922, Emilio Díez de Revenga.

        El artículo, tal como apareció en El Tiempo, está dedicado a «Don Isidoro de la Cierva, murciano ilustre», que también era Mayordomo de la Cofradía y Camarero de La Dolorosa. Para que se comprenda una referencia presente en el artículo, hay que advertir que en 1920 Emilio perdió a una hija muy joven, tras una rápida enfermedad, y un año antes lo mismo le había sucedido a Isidoro. Eran muy buenos amigos, camaradas en la política, compañeros en la Cofradía y colegas en la profesión jurídica (Abogado y Notario), además de en otras muchas actividades, y les unió también una misma desgracia familiar, que aparece reflejada en el artículo, como detalle personal entrañable que, aunque pase el tiempo, sigue conteniendo su emoción.

        Los otros nombres citados son de fácil identificación, ya que pertenecen a murcianos muy ilustres que, por lo visto, formaban parte de la concurrencia la mañana de Viernes Santo a las puertas de Jesús: José Martínez Tornel (1845-1816), el gran periodista y estudioso y recopilador de nuestras tradiciones; Andrés Baquero Almansa (1853-1916), erudito catedrático del Instituto y Comisario Regio de la Universidad; José Frutos Baeza (1861-1918), periodista, historiador y poeta, que murió justamente la madrugada de un Viernes Santo; y Joaquín Báguena Lacárcel (1866-1921), estudioso de la historia de la región y erudito investigador, director del Museo Provincial. Todos ellos murieron en las primeras décadas del siglo XX. Y señaladas estas referencias transcribimos íntegro el texto del artículo, que su autor recogió también en su libro de Artículos adocenados, de 1930:

 

 

        «Hay en Murcia una pequeña Cofradía que no figura en ningún Registro de Asociaciones, que no reparte citaciones, ni celebra Cabildos, ni discute antigüedades y preeminencias, ni ha sentido el impulso de formar Estatutos.

Celebra una sola reunión anual al aire libre, en una tibia y perfumada mañana de la primavera murciana. Todos los Viernes Santos se congrega, recogida y silenciosa, en un lugar próximo a la portada de la Iglesia de Jesús. No figura más que un solo asunto en su orden del día.

 

        Es la hora del amanecer. Lentamente van apareciendo los maravillosos Pasos de la Procesión. Se acerca el momento sublime en que la Virgen Dolorosa dibuja su figura en el arco de la puerta. Y en ese momento acelera su paso el sol y un rayo de su purísima luz se deposita sobre la frente pálida de la más portentosa representación del Dolor.

        Los mudos Cofrades de la Innominada experimentamos en ese momento un éxtasis de fervorosa piedad, de exaltación artística inefable. Y nos despedimos hasta el año venidero.

        Algunos no vuelven. Un año faltó el maestro Tornel. Otro no pudo asistir el maestro Baquero. Otro año, nuestro romancero Frutos acababa de partir. Otro año el sapiente Báguena faltó a la cita...

        Otro año llevaste tú en los más recónditos repliegues del alma un gran dolor. Al siguiente, herido por ese mismo dolor, concurrí yo a la reunión misteriosa. Dos virgencitas puras que perfumaron nuestros hogares con el hálito de su candor, que caminaron por la senda feliz de la juventud cogidas de la mano, habrán subido a besar las regiones bienaventuradas de la Virgen Madre, como aquí en la tierra las besa el angelito de Salzillo que aparece en el paso prodigioso.

        Desde entonces, allí se funden todos los años nuestros corazones en un sentimiento y nuestras almas en una oración sin palabras... Allí rememoramos, embalsamándolo de resignación, el dolor punzante y desgarrador de aquellos días en que los párpados plegados por la muerte de nuestras hijas, semejaban mariposas tristemente posadas  sobre sus rostros de cera y en que vimos vagar en sus labios yertos una sonrisa más que de despedida, de místico y amoroso llamamiento hacia el inmortal seguro»               

        El artículo, muy original en su concepción de la nueva «Cofradía», se convierte al final en una reflexión personal y entrañable, con un tono casi de confidencia entre dos amigos, que al autor no importó en hacer pública y exteriorizar a través de la prensa. Sin duda la especial condición de las mañanas de Viernes Santo es capaz de despertar sentimientos muy personales presididos por una singular emoción. ¡Cuántas veces, en las mañanas de Viernes Santo hemos observado a muchos nazarenos, o gentes que van a ver salir la procesión, acordarse de aquéllos que ese preciso año faltan a la cita! Las reflexiones finales del artículo, tan personales, son producto, sin duda, del especial entorno emocional que esa mañana se vive cada año.

Otro de los proyectos en los que participó Díez de Revenga fue en el de la creación del Museo Salzillo. Los antecedentes de esta idea figuraron en el Programa murciano de Isidoro de la Cierva, que leyó en el Círculo Liberal-Conservador de Murcia el 6 de enero de 1914 y que, recogido en un folleto lleno de interés, expresa las ambiciones y proyectos que el pueblo murciano debía procurar obtener en los más diversos aspectos de la política, la economía, la industria, el comercio o la cultura regionales. Colaborador de este programa e introductor de la referencia al Museo en el mismo fue el diputado Emilio Díez de Revenga Vicente, máximo defensor de la idea y propagador de la creación de tal centro museográfico. En los planes referentes a cultura de ese programa hay, en efecto, una amplia referencia a lo que podría ser el Museo Salzillo que, por su carácter ideal y notable ambición, resulta de extraordinario interés, al ser considerada «la empresa artística más grande y reclamada en estos tiempos».

        Los propósitos planteados por Isidoro de la Cierva no fueron realizados inmediatamente, aunque tampoco cayeron en olvido, porque pronto se puso de manifiesto que lo planeado había quedado en mero programa sin resolver. Así, con motivo de la inauguración del Conservatorio, a principios de 1919, la presencia en Murcia del director general de Bellas Artes, el escultor Mariano Benlliure, puso de nuevo en movimiento el interés de las fuerzas vivas de Murcia. Y fue, en concreto, un artículo de Emilio Díez de Revenga, publicado en El Liberal, el 19 de enero de 1919, el que abrió de nuevo el fuego y reinició las gestiones para la realización del tan anhelado centro museográfico. He aquí el texto del artículo, titulado «El Museo Salzillo»:

 

 

«Varias veces se ha manifestado la aspiración que expresa este título. El Museo Salzillo fue incluido como uno de los puntos del programa murciano que expuso nuestro ilustre Senador Don Isidoro de la Cierva en una interesantísima y patriótica conferencia de 1914. Brindaba la realización del propósito a Don Andrés Baquero. Cerráronse los ojos siempre puestos en las cosas de Murcia del insigne Maestro que supo con las efusiones de su inmenso espíritu despertar, acelerar, poner de relieve las energías latentes en el alma murciana, y con su desaparición parece como que se esfuman nuestros ideales literarios y artísticos y se dibuja el sino de este noble país inclinado a la apatía y al renunciamiento.

Pero he aquí que la inauguración de nuestro Conservatorio de Música y Declamación hizo vivir horas de Murcia al genial escultor Benlliure. Cuando aceptó la invitación a presidir aquella solemnidad decía: “y así admiraré otra vez las obras del divino Salzillo”. Cuando estuvo entre nosotros fue repetidamente al templo de Jesús, volvió al convento de los Jerónimos y fijó su escrutadora atención en las imágenes “del divino Salzillo”, a ratos en contemplaciones críticas, a ratos en éxtasis admirativos. Cuando regresó a Madrid, las cartas en que agradecía atenciones, inferiores siempre a sus merecimientos, concluían con un recuerdo de las “obras del divino Salzillo”.

El último día que visitó el insigne artista la Iglesia de Jesús, invitado a firmar en el Álbum, escribió lo siguiente: “Deseo firmar en el Álbum del futuro Museo Salzillo dedicado a conservar la obra del inmortal escultor, siendo la creación de aquel Museo el más grande homenaje que Murcia, y al decir Murcia, digo España, puede rendir al glorioso Maestro”.

Estas palabras señalan el deber que tienen Murcia y España de coleccionar la portentosa labor de nuestro inmortal imaginero: esas palabras han sido escritas por el artista prodigioso cuyas obras escultóricas reciben los homenajes de Europa, de América y del mundo entero. ¿Las desoiremos nosotros? Son una obligación y una promesa: son además, un acicate.

En la Iglesia de Jesús debe perpetuarse el culto al Titular, antiguo Patrono de Murcia, objeto de singular devoción en todo tiempo. Ese Templo linda en parte con tierras de la huerta y contiguo a él podría construirse el Museo Salzillo con la cooperación de la Real y Muy Ilustre Cofradía y de Murcia entera y con el auxilio del Estado. En grandes naves, convenientemente iluminadas en colocación que permitiera las más adecuadas visuales, se reunirían los famosos Pasos y muchas de las maravillosas imágenes que en huecos y hornacinas oscuras de otros Templos, ni excitan la piedad, ni hacen admirable el arte religioso que inspiró a su autor. Murcia daría un valor eminente a su personalidad regional artística. España, asociándose a la obra, enriquecería su tesoro y rendiría merecido tributo a una de las manifestaciones más excelentes del arte nacional.

Las palabras de Benlliure encierran una invitación perentoria. Las publico para encomendarlas a la Prensa de Murcia tantas veces portavoz de fecundas y nobles iniciativas. Los que tienen obligación de recogerlas entre los que, en lugar modesto, no me excluyo, las recogerán gustosamente para concretarlas en un proyecto de acción. Y el día en que se realizara ese proyecto, para el mundo del Arte existiría el Museo Salzillo. Para Murcia, sería más que un Museo, un Relicario».

Los argumentos de Díez de Revenga fueron los mismos de La Cierva, aunque ahora reforzados por la autoridad técnica y moral que había impreso a las gestiones la adhesión del maestro de la escultura Mariano Benlliure. El eco de esta propuesta y la incitación a una campaña de prensa realizada por Díez de Revenga no se hizo esperar, y, a los pocos días, en La Verdad de 22 de enero de 1919, el poeta Ricardo Sánchez Madrigal escribía un largo artículo que se continuó en los periódicos de los días 24 y 26. El texto del viejo poeta murciano resulta bastante curioso por los datos y anécdotas que aporta como respuesta, en la prensa, a la llamada de Díez de Revenga. Dados los años con que contaba el articulista, las referencias aportadas son múltiples y el apoyo de la idea total. Al final del artículo de Sánchez Madrigal, después de la firma, el diario hace una pequeña referencia en breve nota a una reunión que en el Círculo de Bellas Artes se había convocado para tratar del Museo, como había sugerido El Liberal días antes. En efecto, en la documentación existente en el archivo del actual Museo se conservan borradores del B. L. M. de La Cierva, convocante de la reunión, y lista de las personas requeridas, cuya entidad e importancia cultural revela el ambicioso carácter que el político murciano quiso dar al proyecto. Según las notas conservadas, fueron citados representantes, de alto nivel, de los más variados estamentos, desde el obispado y el cabildo catedralicio a la Universidad, el Ayuntamiento, centros docentes, archiveros y, con gran acierto, arquitectos, pintores y escultores murcianos.

La prensa del lunes 27 dio cuenta cumplidamente de la reunión dominical, y las gestiones deberían de empezar a partir de entonces, decididos ya a realizar el ansiado Museo junto a la iglesia de Jesús, para así disponer a un tiempo de las imágenes pasionarias de la Cofradía de Jesús sin necesidad de sacarlas de la ermita donde se custodiaban desde que el escultor las realizó, y aprovechar los terrenos colindantes, de gran amplitud, por ser huerta sin habitar, para construir las nuevas naves que debía albergar al resto de la obra del genial imaginero. Nunca sabremos si este proyecto, que no se llegó a realizar y que publicó hace ya años Concepción Ruiz Abellán, hubiera sido fructífero, porque lo que parece imposible es que, como deseaban los autores de esta idea, es despojar a las iglesias de Murcia de los numerosas esculturas de Salzillo que hay en la ciudad y en la región. Si pudo hacerse por fin por lo menos con el Belén de Salzillo, propiedad del Estado y que hoy figura en el Museo actual junto a la colección de los pasos de la Cofradía de Jesús.

 

Con la Fuensanta

 

        La tradición literaria de la Fuensanta es otro de los tesoros patrimoniales de la ciudad y de la región. Numerosos escritores a lo largo de los siglos dedicaron a la Virgen textos que recopilé en otro trabajo en el que puse de relieve la especial dedicación de algunos de nuestros escritores como José Martínez Tornel o José Ballester. Un buen ejemplo de esta dedicación lo representa Emilio Díez de Revenga, del que podemos recordar y gozar tres artículos sobre la Virgen, dos de ellos coincidentes en la fecha con la solemne Coronación de 1927, a cuyo esplendor colaboró decisivamente al ejercer la dirección del espectáculo artístico, teatral y poético que se desarrolló en el Teatro Romea.

        El artículo titulado «Frutos de la Coronación» aparece en el extraordinario de La Verdad  de 24 de abril de 1927 y apenas tiene veinticinco líneas, pero en ellas asegura que es el momento de acercar la Virgen al pueblo, y que, cuando en las venidas a la ciudad esté en la catedral, no esté lejos, tan lejos, de los fieles, sino que pueda verse desde cerca. Esta idea ya la desarrolla en un artículo, publicado en El Liberal el 23 de septiembre de 1925, que luego incluyó en su libro Artículos adocenados, con el título de «Veamos a nuestra Fuensanta».

Merece la pena que reproduzcamos el artículo de 1927, por lo que en él se advierte no sólo la idea antes expuesta, sino también su preocupación por que la Virgen nunca sea olvidada y que a los días de fiesta no sucedan días de olvido en el eremitorio del Monte: «Ya es un hecho la Coronación de nuestra Madre y Señora la Virgen de la Fuensanta: ya nuestra fe y nuestro amor a la Patrona, podrán ponerse en parangón con el amor y la fe de otros pueblos. Ya sobre la faz morena de nuestra Virgen, refulgirá la Corona que, con ser tan valiosa, tendría poca significación si en ella el oro no fuera emblema de la nobleza de nuestras ofrendas, los rubíes no representarán las gotas de sangre de nuestros sacrificios, las esmeraldas no encerrarán el anhelo de nuestras esperanzas, los brillantes no estuvieran engarzados para simbolizar nuestras lágrimas…

De ahora en adelante, además de proseguir el piadoso y alegre trajín popular de traerla y llevarla, en días de bulliciosa romería, habremos de ahincar los esfuerzos de nuestra devoción para que cuando la Virgen se halle en Murcia, en su sede de la Catedral, sea en un camarín accesible a la vista, acompañado y venerado sin cesar, no separado de los fieles por férreos cerramientos; y para que cuando se halle en su Ermitorio del Monte, el Ermitorio sea relicario pulcro y bruñido, y junto a él no crezcan nunca las ortigas del olvido, ni en sus muros se dibujen jamás las grietas del abandono».

 

Resultado de imagen de Crónica de la Coronación de la Virgen de la Fuensanta

 

Muy emotivo es el tercer artículo que escribió para el extraordinario de El Tiempo, y también más extenso. Se titula «El lugar de la Coronación» y en él celebra el gran acierto que ha supuesto el lugar elegido, el puente, prolongación de la tierra murciana; y el río, si sereno, símbolo de fecundidad; si desbordado, objeto de sufrimientos y lágrimas, también nutricias. Porque en definitiva todo el artículo se centra en el sentido el agua y en su valor como símbolo, tanto la del río como la que se concentra en el rocío, fecundador, tal como en un lírico texto de admirable prosa paralelística dejó en el texto: «Las miríadas de gotas privilegiadas que presencien el solemne y trascendental espectáculo, representativas serán de cuantas penetraron en las entrañas de nuestra Huerta y la hicieron estallar en frutos; representativas serán de las gotas de nuestras flores; representativas serán también de aquellas turbias oleadas que, en los días luctuosos y tristes, envolvieron como un vasto sudario la inmensa desventura de la inundación».

        No estaría completa la relación de Emilio Díez de Revenga con la Fuensanta si no examinásemos la empresa artística y literaria más importante en relación con la Patrona de Murcia. Se trata del Retablo escénico mariano titulado Fuente-Santa y que, ideado y dirigido por Díez de Revenga, se representó en el Teatro Romea de Murcia con toda solemnidad la noche del sábado 23 de abril de 1927, la víspera de la Coronación canónica, «ideado y escrito ex profeso ―como se indica en el programa― por los poetas murcianos en homenaje a la Excelsa Patrona de la ciudad e inspirado su orden en las estancias del romance popular murciano del insigne escritor y poeta local Don José Martínez Tornel».

        Afortunadamente, se conservan todos los textos que compusieron el Retablo e incluso el de la intervención del maestro de ceremonias, «breves palabras preliminares, explicativas del origen y distribución de materias de este Retablo a cargo de Julio López Maymón, Deán de la  Catedral». Todos los textos están reproducidos en la Crónica  de la Coronación, por lo que vamos a ahorrar, en esta ocasión, las citas textuales, pero no la descripción y valoración de este monumento literario hoy tan olvidado.

En efecto, la estructura del Retablo se hace sobre la ordenación del romance «La Virgen de la Fuensanta» (1880) de Martínez Tornel, comentado y recogido por mí en un trabajo anterior, «La tradición literaria de la Fuensanta» (2012), y compuesto de seis partes o estancias: I Introducción, II Historia de la imagen, III El Santuario, IV La cómica de la Cueva, V La Generala, VI ¡Al monte! ¡Al monte!. La introducción fue representada por una loa, género recuperado del teatro clásico español y de la fiesta teatral barroca; a la loa la siguieron seis tablas que suponen un ajuste respecto a las partes del romance modelo.

La parte II, «La historia de la imagen» se convierte en la tabla titulada «La reconquista». La tabla «De Murcia al cielo» surge nueva, seguramente representando el texto del primer romance, I «Introducción». La III «El Santuario» se convertirá con el mismo nombre en la tabla cuarta, mientras que la IV «La cómica de la Cueva» y la V «La Generala» serán las tablas tercera y quinta. La parte VI «¡Al monte! ¡Al monte!» será la tabla sexta «La romería»

He aquí la construcción y significado de la loa y de las distintas tablas. La loa es un canto poético realizado por Pedro Jara Carrillo, en el que sitúa ante una nutrida enredadera de rosas entreabiertas, un trono, en el que está Murcia reina, recibiendo el tributo de los ingenios locales, Cascales, Saavedra Fajardo, Polo de Medina y Salzillo, que ofrecen su homenaje al mismo tiempo a la Virgen de la Fuensanta. Tanto Murcia como la Patrona son personajes, como lo son también La Gitanilla y Cervantes.

Andrés Sobejano se encargó de escribir los dos cuadros de «La Reconquista»: el primero en Alcaraz, y en la Aljama, el segundo. Los personajes más importantes son Alfonso X el Sabio y Jaime I el Conquistador, pero otros muchos enriquecen la escena. El mismo autor y otros muchos murcianos y murcianas se encargaron de desempeñar los muchos papeles de esta tabla, tal como consta en la trascripción del texto que figura en el libro de la Coronación.

A Enrique Soriano correspondió la redacción de la tabla «De Murcia al cielo», inspirada en el poema de José Zorrilla, «poema delicadísimo ―como asegura López Maymón― con versos que semejan suspiros de céfiro blando entre rosaledas. El ángel y la zagala, en erótica charla entretenidos en la huertana cañada, de Murcia al Cielo, de Zorrilla; la inspiración fecunda, llena de delicadeza de sentimientos del poeta laureado Sr. Soriano Palomo, con enguantada mano desdobla el paisaje; y Myriam la cristiana siempre defendida por Beni-Amar el viejo moro es la huertana del poema, que de amor sin materia, muere plácida, debajo del arco que en la sierra, Santuario y Hospedería hermana; y el espíritu se escapa siguiendo el vuelo invisible del niño misterioso, de quien solo se oye la voz meliflua del ángel.»

 

 

La tercera tabla correspondió a Dionisio Sierra titulada, como sabemos, «La cueva de la Cómica», a través de dos cuadros: el primero situado en el vestuario del Corral del Príncipe en la Villa y Corte, donde se produce un interesante diálogo entre Lope de Vega y Salucio del Poyo a través del cual se informa al público de quién es la histriona Baltasara; el segundo, en la sierra, donde Valcárcel Vera y las mujeres del pueblo, andrajosas y hambrientas informan de quién es la penitente de La Cueva de la Cómica.

Leopoldo Ayuso escribe la cuarta tabla, «El Santuario», con sólo dos personajes, Fuensanta y El poeta, que se sitúan en la época actual y delante del Santuario. Son también dos cuadros, «Elogio del santuario» y «Ofrenda de la Vega».

        Andrés Bolarín desarrolla la historia de «La Generala» en dos cuadros y un intermedio, refiriendo el episodio de los días de la Guerra de la Independencia en Murcia. Entre sus personajes figuran Don Pedro González Llamas, deán de la Catedral, canónigos y ayudante del mariscal, etc.

        La parte más popular correspondió a la tabla sexta, «La romería», escrita en panocho por Francisco Frutos Rodríguez. López Maymón valora con sabiduría lo que el panocho es y supone: «De una reunión constante de buenos murcianos, amantes del terruño, en pasados días, salió un nuevo género poético en el teatro y en el libro: el verso y la prosa panochos. Un paréntesis hubo de silencio... y apareció un heredero legítimo de aquellos, Frutos Baeza que llevó a los Bandos de la Huerta ese humorismo sano, con sentimientos y hablar huertanos... La muerte, que nada respeta, se llevó al poeta, enlutando la poesía panocha; mas en esta vez, no quiso Dios que fuese arbitraria la ley de la herencia, y surgió su hijo Frutos Rodríguez.» Lo subtitula «Cuadro de costumbres murcianas» y sus personajes son todos populares, extraídos de la vida rural del momento mientras la escena transcurre conforme se desarrolla la romería hasta la llegada de la Virgen al Santuario. Se cantaron malagueñas y la rapsodia coral del maestro Ramírez de La parranda.

La dirección artística de todo el Retablo correspondió a Emilio Díez  Revenga, en colaboración con los profesores del centro Pedro Jara Carrillo y Dionisio Sierra, que actuaron de directores de escena. La orquesta y el orfeón del Conservatorio, dirigidos por Manuel Massotti, interpretaron diversas composiciones musicales del maestro Fernández Caballero, del maestro Ramírez o compuestas para la ocasión como la «Canción galaica» del maestro José Salas. Como apoteosis final se escenificó un «Triunfo» de la Virgen, con intervención de todos los personajes de las distintas tablas y se interpretó a gran orquesta y coro el «Himno a la Virgen de la Fuensanta» texto de Pedro Jara Carrillo y música de Gerónimo Oliver.

 

Obra periodística y literaria

 

Dos fueron los libros de viajes que publicó Díez de Revenga, a raíz de sendos desplazamientos por distintos lugares de Europa. El contenido de los mismos responde, como ya señala en la dedicatoria del primero de estos volúmenes, Impresiones de viaje, a unas impresiones «escritas a vuelapluma y sin pretensión alguna de mérito literario». Se publica este volumen en la imprenta de El Tiempo y aparece en 1912, cuando aún no había unido el apellido, por lo tanto bajo la firma de Emilio Díez. Como él mismo advierte, recoge artículos publicados en el diario El Tiempo, en total 12 artículos fechados los dos primeros en julio y el resto en agosto, que recogen un recorrido por las siguientes ciudades: París, Pforzheim, Wildbad, Baden Baden, Oos, Berlín, Hamburgo, Malinas, Amberes… Francia, Alemania y Bélgica desfilan a través de estas poblaciones por los recuerdos del viajero que redacta de forma inmediata, de manera que sus descripciones van acompañadas de reflexiones de lo más variado sobre los habitantes, en las que surgen las inevitables comparaciones con España y los españoles del momento. Hay en este libro algunos aspectos que llaman la atención poderosamente porque revelan el carácter, el pensamiento y la ideología del autor, como son sus observaciones al entrar en Flandes y rememorar detalladamente la presencia de España en aquellas tierras y el orgullo que siente al descubrir el escudo de la monarquía española  en un edificio principal de Amberes.

        No se trata por tanto solo de una geografía descriptiva sino de observaciones de tipo socioeconómico que conceden a estos artículos un tono muy personal y grato, aun leyéndolos más de un siglo después de que fueran escritos. Aunque el viaje se realiza en tren, también hay unos traslados, en concreto por la Selva Negra, en automóvil por unas modernas y llamativas carreteras cubiertas de alquitrán en las que no se levanta una mota de polvo. La estancia en Alemania le lleva también a elaborar consideraciones sobre el trabajo y los inventos de los alemanes, como el célebre Zeppelin que tiene ocasión de ver en uno de sus desplazamientos. El apoyo de la población a los inventores es total en Alemania en contraste de lo que ocurre en España, y, como es habitual, las comparaciones con España resultan desoladoras. En el caso de los inventos surge el despego que sufrió Isaac Peral y su submarino en el recuerdo del viajero.

        No están ausentes las reflexiones políticas en el momento de descubrir que en Alemania la monarquía es respetada y comparte su existencia con los partidos políticos más diversos, porque el Emperador está por encima de cualquier discusión. La figura de Bismark es respetada por todos: «Los alemanes son grandes porque  tiene disciplina; y porque la tienen son libres con verdadera libertad; son grandes porque les une un noble sentimiento de solidaridad ante los destinos nacionales; son grandes porque aman a su patria y respetan a su Rey; son grandes porque tiene la serena, la potente, la enérgica posesión de sí mismos.

        Como ha señalado Amelia Cano Calderón, cuando se ocupó de los dos libros de viajes de nuestro autor, en ellos «se introduce en el sentido de viaje como un concepto abierto del mismo, por eso caben en sus artículos todas sus experiencias: lo visto en la realidad y lo que esa visión produce en su mente como pensamiento o reflexión. Sabe que ya en aquellos años, y en Europa, el viaje-descubrimiento es imposible […] Este claro conocimiento le lleva a obviar las descripciones para  convertirlas en reflexiones sobre arte, paisaje y modo de vida» (1986: 116).

        El segundo libro de viajes, Impresiones y recuerdos de un viaje por el Norte de Italia, recoge las impresione de un viaje de trabajo que realizó para representar a la Comisaría de la Seda en el Congreso Internacional de Milán, en junio de 1927, por lo que en este libro se mezclan las impresiones personales de tipo social que ya advertimos en el anterior, la descripción de algunas ciudades y monumentos con el reflejo de las actividades oficiales. En todo caso, el viaje es mucho más amplio que la obligada visita a Milán, porque el viajero aprovecha para asistir en Barcelona a la Exposición de Industrias, representando también a la Comisaría de la Seda, y para visitar Niza, Montecarlo, Génova, Como, Verona, Vicenza, Padua, Venecia, Udine, Cividale… El libro se completa con la transcripción completa de una larga entrevista que publicó el diario El Liberal, el 11 de julio de 1927, con las impresiones de su viaje y del congreso sedero de Milán y con una fotografía en el Essicatoio  de Cividale en la que el viajero aparece con la comitiva española y los responsables del Essicatoio.

 

En el Essicatoio de Cividale con congresistas españoles e italianos

 

        De la alternancia entre las impresiones personales y las referencias a la comisión oficial que le llevó a las tierras del Norte de Italia, interesan desde luego  las reacciones ante algunas novedades llamativas advertidas en el viaje. Hay que destacar desde luego la mala impresión que le causa la Costa Azul  como «colmena del vicio inextirpable», la presencia de los camisas negras al cruzar la frontera italiana, los recuerdos y la defensa de la españolidad de Colón al llegar a Génova, las admiración absoluta ante la grandeza de la ciudad de Milán, la gracia de las ragazzas lombardas y sobre todo la maravilla del paseo por el lago de Como. Ni qué decir tiene que las excursiones a Padua, Vicenza, Verona o Venecia despiertan toda clase de adjetivos entusiastas, aunque la reacción ante el Lido es similar a la reacción que ya expresó implacablemente ante la Costa Azul.

Publicó en 1915 Emilio Díez de Revenga su libro titulado Selgas, poeta, novelista, satírico, cuyo origen, según explica el autor, está en una conferencia pronunciada en el Círculo de Bellas Artes de Murcia, en marzo de aquel año, en un ciclo, organizado por Vicente Llovera Codorniu, en el que participaron otros ilustres intelectuales murcianos. Interesa establecer, como hace el escritor, la vinculación que siente hacia la figura de Selgas, cuya hermana Ana Selgas Carrasco era la abuela materna del autor.

Tras una breve explicación del marco histórico en que se desarrolló la literatura de la época de Selgas, extiende su conferencia a lo largo del volumen compartimentándola en las tres partes que anuncia el título: el poeta, el novelista y el satírico.  y a lo largo d esos tres capítulos destaca, tras los oportunos datos biográficos, la importancia de José Selgas, que, nacido en Murcia el 27 de noviembre de 1822, par­ticipa en su juventud en las tertulias li­terarias de la época, y colabora en La lira del Táder y en La Palma. Cesante como funcionario en Murcia, marcha a Madrid en 1850, llamado por el conde de San Luis. En la corte, aunque solucionó los problemas económicos, abandona en parte su quehacer literario porque se dedica a su actividad funcionarial y al periodismo. En El Padre Cobos cultivaba un periodismo satírico al servicio del Partido Moderado y del ca­tolicismo de la época. Fue elegido di­putado a Cortes en 1866, y en 1879, tras la Restauración y con Martínez Cam­pos, fue promovido a la Secretaría de la Presidencia del Consejo. Por esas fechas colabora en La Gorda. A su muer­te, ocurrida en 1882, fue muy elogiado por sus compañeros de Academia y por los escritores de la corte. La obra lite­raria de Selgas abarca casi todos los gé­neros vigentes en su época. Como poe­ta Selgas es autor de La primavera (1853), El estío (1853), libros que le ini­cian en el campo de la creación poética y que demuestran su ímpetu juvenil; Flores y espinas (1879) y Versos póstu­mos (1882), estos últimos representan su etapa de madurez poética, mientras que los dos primeros referidos a las es­taciones no son sino el inicio de un plan concebido por Selgas sobre las estacio­nes, que no llegó a completarse. Como señala Díez de Revenga, «la fuerza poética de las composiciones de Selgas no está en ideas que conmuevan, ni en pensamientos que subyuguen el ánimo, sino en la potencia imaginativa con que embellece las coas naturales y en la pompa exuberante con que adorna sus sentimientos. Sus versos no agitan el alma como los de Heine o los de Leopardi; triunfa cuando extrae las ideas que anidan en las flores y esas ideas son el amor y la amistad, la gratitud y la modestia, el candor y la virtud».

Escribe cuentos y novelas cortas, como El cora­zón y la cabeza, El pacto secreto, Dos para dos, El saludador y El mal de ojo, Mundo, demonio y carne, Rayo de sol, y otras. Como narrador extenso es autor de: Un duelo a muerte (1871), Deuda del corazón (1872), El ángel de la guarda (1875), La manzana de oro, La maripo­sa blanca (1876), El número 13 (1876), Una madre (1883), Un rostro y un alma, Dos rivales, La Nona. Señala Díez de Revenga que «el mérito principal de las novelas de Selgas es la verdad de sus caracteres y de sus descripciones» y valora especialmente que en sus novelas «mantiene en todo momento el interés y el embeleso del lector, por la encantadora verdad de las descripciones, por la ingeniosa amenidad de los diálogos, por el conocido sello de vida que ostentan todos los personajes».

Sin embargo, el género más y mejor cultivado por Selgas fue el periodismo, sobre todo en el as­pecto satírico, que realiza en El Padre Cobos y en La Gorda. Sus artículos se editan en diversos li­bros: Hojas sueltas (1861), Más hojas sueltas (1863), Nuevas páginas (1864), Delicias del nuevo paraíso (1875), Cosas del día (1874), Fisonomías contemporá­neas (1877) y Hechos y dichos (1879). Como señala Díez de Revenga, «Selgas fue un crítico en toda la estricta acepción de la palabra. Tuvo un criterio y lo aplicó constante, sin que afecte para la hondura y gravedad de su crítica que sus escritos revistan una forma aguda y festiva tan característica. Pero si sus escritos se desnudan del ropaje exterior, aparecen recubiertos con el arnés de la de la erudición filosófica, y sobre todo con el sentido de las realidades humanas y sociales». Para cerrar el libro, un capítulo dedicado a «El hombre» concluye la obra con un retrato personal del biografiado en el que destaca la modestia, la bondad y la sencillez como cualidades de una personalidad que nunca tuvo vanidad a pesar del aprecio que le dispensaron sus contemporáneos como Arnao, Fernández Guerra, Cañete y el Conde de San Luis.

La relación de Díez de Revenga con Selgas no quedó aquí ya que en 1922 fue nombrado Presidente de la Comisión del Homenaje a Selgas en su centenario y se encargó personalmente de todos los detalles de esa celebración que culminó con el traslado de los restos morales del escritor y su sepultura en una capilla de la catedral de Murcia. Un volumen, El libro del centenario de Selgas, recoge todos los pormenores de la efeméride.

 

En sus páginas se incluye el texto de su discurso en la brillante fiesta literaria y musical que tuvo lugar en el Teatro Romea. Y es que en Murcia, en los primeros días de junio de 1922, se vivieron jornadas de auténtico fervor, que llegaron a traspasar el ámbito cerrado del círculo culto de la pequeña sociedad provinciana, para saltar a la propia calle, por donde los restos de Selgas, traídos de Madrid para la conmemoración, hubieron de discurrir camino de la catedral, en medio del entusiasmo popular de los murcianos que, según rezan las crónicas de la época, abarrotaron las calles del recorrido, asistieron a las honras fúnebres y agotaron las entradas del Romea para la velada literaria que cerró los actos.

 

 

La información completa de estos festejos, por igual cívicos, religiosos y sociales, sin olvidar el componente literario desarrollado en panegíricos, ofrendas poéticas, etc. quedan recogidos con sobrada amplitud en el antes citado Libro del Centenario, así como en la prensa murciana de aquellos meses, recogida en una relación hemerográfica que publiqué  hace años en Monteagudo (1982), de todos los trabajos de prensa que, con motivo del centenario, aparecieron en 1921 y sobre todo en 1922, en la prensa local y nacional. Las referencias proceden del álbum de prensa del diputado murciano, que con extremo cuidado seleccionó todos estos textos.

Del año 1922 es su prólogo a la obra Frutos y SorianoEl libro regional, que contó también con un epílogo de Mariano Ruiz-Funes. Ambos intelectuales hacen en sus páginas interesantes consideraciones sobre la identidad regional, y entre las palabras de Díez de Revenga, tras un pormenorizado análisis de la dedicación de los murcianos a su región y el amor a la patria, concluye con palabras que sentaron, desde entones, cátedra, y que muchas veces han sido citadas: «Recojamos, conservemos, divulguemos nuestras modalidades sociales, literarias y artísticas; hagámoslas amar. Y cuando consigamos esa restauración de las energías que alientan el alma murciana no nos mantengamos a defensiva: aspiremos en el concierto de las regiones de España a difundir, a penetrar, a merecer una significación activa y militante».

Otro importante sector de la obra publicada por Emilio Díez de Revenga está constituido por los libros de crónicas parlamentarias. De acuerdo con los datos que figuran en el Congreso de los Diputados, y como ya sabemos, Díez de Revenga fue Diputado a Cortes en cinco legislaturas:

 

47. Elecciones 8.3.1914   Murcia  

49. Elecciones 24.2.1918   Murcia  

50. Elecciones 1.6-1919   Murcia  

51. Elecciones 19.12.1920   Murcia  

52. Elecciones 29.4.1923   Murcia

 

En la Legislatura 47 ocupó el escaño de Isidoro de la Cierva, al ser nombrado éste Senador, pero en las cuatro restantes concurrió a la elección y, aunque fueron legislaturas muy breves, fue asiduo asistente a las sesiones parlamentarias y se convirtió por decisión propia en puntual cronista de aquellas difíciles Cortes. Redactó unas crónicas, «recogidas al correr de la pluma», que publicó el diario murciano El Tiempo con el seudónimo de Uno de la minoría. Tal labor la desempeñó en las legislaturas 49, 50 y 51, ya que la 52 fue aún más breve al ser disueltas las Cortes por el General Primo de Rivera, en septiembre de 1923, a los pocos meses de haber sido elegidas. Por lo tanto, sus crónicas correspondientes a las legislaturas de 1918, 1919 y 1920 fueron las que reunió en sus tres libros: Las Cortes renovadoras de 1918 (1919), Las Cortes «facciosas» de 1919 (1920), Las Cortes «ideales» de 1921 (1923).

 

Fotografía para el carnet de Diputado a Cortes

 

        El mismo cronista explica en el prólogo de sus tres libros las circunstancias políticas que provocaron la brevedad de tales legislaturas. Así, las del 1918, que llevan el apelativo de «renovadoras», surgen, provocadas por la crisis producida cuando el Gobierno se propuso ensayar el sistema de gobiernos parlamentarios conseguidos por la coincidencia de grupos pero sin mucha disciplina, de manera que ofrecieron el «espectáculo insólito» de que formaran parte de ese gobierno todos los grupos menos el de Juan de  la Cierva. No fueron capaces de aprobar el único punto sustancial de programa de aquel gabinete, el presupuesto: «la crisis absurda, inexplicable e inexplicada todavía, que dio ocasión a la constitución del Gobierno nacional,  esterilizó quizás la labor renovadora de estas Cortes de 1918. El insigne patriota D. Antonio Maura, que fue exaltado a la presidencia de aquel Gobierno entre vítores y aplausos tan merecidos  como faltos de fuerza de sinceridad, pudo comprobar bien pronto que el sacrificio de su amalgama con sus detractores, no era  un servicio a la Patria». Cayó el gobierno y los que le sucedieron  renovaron el espectáculo de las «luchas  personales y mezquinas», que llevaron al último de ellos, hacia la disolución de estas Cortes que se prometían renovadoras a paco más de un año de su apertura.

        Las crónicas en efecto recogen, por tanto, las impresiones personales de cada día y revelan en el escritor sus propios sentimientos ante el desarrollo de una legislatura controvertida y crítica, lo que manifiesta claramente en el prólogo al señalar que los artículos en el libro reunidos expresan, del propio autor, los «movimientos admirativos, repulsiones irresistibles, bravos impulsos de protesta, vagas e imprecisas nostalgias de quien amando el Régimen parlamentarios como expresión ideal de la voluntad del pueblo, al engolfarse en la vorágine de pasiones y corruptelas que le adulteran y prostituyen, ha sentido en su alma a veces el fuego de la indignación patriótica, a veces el frío y cortante brote de la ironía despectiva».

        El segundo volumen recoge la crónica de unas Cortes, las de 1919, que aún antes de constituirse ya fueron denominadas por todo el bloque de la izquierda Cortes facciosas. Nacieron al mismo tiempo que la inestabilidad de los gobiernos se iba generando a causa de las intrigas dentro del propio partido conservador, aunque el patriotismo de las Cortes logró que se aprobara por fin el presupuesto, calificado por el cronista con gran dureza, como «lleno de abusos, corruptelas e injusticas, pro cien veces mejor que la interinidad y el desgobierno en que viviera el país  desde que las disposiciones dispersas y contradictorias habían modificado al anterior Ley Económica».

        Pero la vida de esta legislatura también fue muy breve. El gobierno de Eduardo Dato mostró actitud despectiva ante el parlamento y a los quince meses puso a la firma del rey la disolución del mandato de unos diputados elegidos para cinco años «con la misma sencillez con que se releva un funcionario dependiente del Poder Ejecutivo». No se le oculta en este segundo volumen tampoco la desazón y el desánimo que en el cronista produjo la actitud de las formaciones políticas por más que al final rechazaran unánimemente aquellos que las denominaron facciosas el decreto de disolución: «La unanimidad de ahora es el castigo de la insinceridad, la injusticia y la pasión con torpemente las calificaron».

        Las de 1921 estaban llamadas a ser las Cortes ideales si la confluencia de los partidos monárquicos lograba la mayoría suficiente. Pero los resultados no fueron los esperados y, aunque socialmente eran conservadoras, ningún sector pudo contar con la mayoría suficiente para cumplir los ideales que se propusieron al concurrir a las urnas. Aunque apoyaron gobiernos más o menos estables,  mueren estranguladas por el desastre de África, a cuyo conflicto y fatales resultados dedica el cronista palabras de solidaridad y de condena.

Pero lo que más le disgusta es que fueron  las insinceridades, las codicias, las egoístas pasiones ambiciosas las que dieron al traste con el pretexto de la guerra de África con estas Cortes disueltas  «cuando apenas han vivido poco más de la tercera parte del tiempo de su duración legal». Y sobre todo cuando en los gobiernos de Europa, de opción conservadora, se está procurando sobrepasar las ambiciones personales para conseguir ocuparse  de la resolución de los problemas económico-sociales sin que intervengan doctrinarismos políticos ni sectarismos religiosos.

        Y la conclusión, al frente de este libro se convierte en un deseo fervoroso de que las nuevas Cortes vayan por otro camino, lo que en efecto no ocurrió porque, como sabemos, fueron aún más breves y disueltas por la Dictadura. De todos los días de aquellas difíciles Cortes quedó el testimonio de un cronista que al mismo tiempo estaba comprometido por una opción política en la que creía, aunque su comportamiento sectario y disolvente tanta indignación le producía a la luz del resultados de aquellas legislaturas tan efímeras.

 

Reunió Emilio Díez de Revenga en 1930, en un volumen, una importante selección de sus artículos de prensa que tituló, como el mismo justifica en el prólogo, Artículos adocenados en un gesto de modestia, dado que nunca dio importancia literaria a sus trabajos. También quería con este título recordar y homenajear al poeta Gerardo Vicente Selgas, hermano de su madre y secreto escritor, desconfiado de sí mismo y temeroso de su valor como poeta, a quien Federico Balart, aconsejó, en su tertulia madrileña de los últimos años del siglo anterior, titular su primer libro Versos adocenados, un conjunto de doce sonetos, doce epigramas y doce composiciones varias, que no se decidía a publicar. Al escuchar el ingenioso e irónico título que le recomendaba Balart, tan confundido quedó que nunca más se supo del proyectado libro poético. Como homenaje a él y considerando que los suyos si pueden ser denominados adocenados, se decide a publicar sus artículos de periodísticos con este curioso título para un libro en el que recupera trabajos de más de dos décadas aparecidos en la prensa local.

Son un total, por tanto, de treinta y seis artículos, agrupados en tres partes, aunque, como se podrá advertir en la bibliografía final, Díez de Revenga publicó algunos artículos más que, finalmente, no incluye entre los seleccionados en este libro. En la relación bibliográfica final se indica con la abreviatura AA los textos que figuran en Artículos adocenados.

Si advertimos que el artículo doble que abre el libro está fechado en el periódico original en septiembre de 1911 y el último está publicado en julio de 1930 podemos concluir que los recopilados son los artículos de toda una vida de colaborador en la prensa murciana, fundamentalmente en el diario El Tiempo, pero también en  La Verdad y en El Liberal. El libro aparece al final de año y algún artículo de los últimos meses no llegó a entrar en el volumen como el titulado «El vuelo del autogiro. Impresión», que publica en El Tiempo el 7 de septiembre.

Sin embargo, su colaboración en la prensa continuó en los años 1931 y 1932. Su último artículo, sobre «La incorporación del Conservatorio», apareció en El Liberal el 25 de mayo de 1932.

Los intereses del cronista de la actualidad que en realidad era Díez de Revenga se relacionan con las diferentes actividades que desarrolló a lo largo de su vida, pero sobre todo son los asuntos relativos a Murcia, a su cultura, a su literatura, los que predominan en el libro. Escritores consagrados como como Ricardo Gil, Balart o Selgas comparten páginas con escritores contemporáneos como Enrique Martí, Dionisio Sierra, Sánchez Madrigal y otros muchos. También aparecen, aunque de manera moderada, artículos relacionados con la política, con el partico Conservador y  con sus principales representantes como Maura. Y, como ya sabemos, la Universidad, la Cofradía y la Iglesia de Jesús, el futuro Museo Salzillo, la Virgen de la Fuensanta fueron ocupaciones primordiales, como lo fue siempre la modernización de la ciudad y de la región, lo que se advierte en los artículos en los que se ocupa de cuestiones sociales o económicas a las que tantos desvelos dedicó a lo largo de su vida.

En conjunto, se trata de una buena colección muy representativa de los intereses del pensador y del político que, ante todo, mostraba su inquebrantable y permanente amor por Murcia, por sus tradiciones, por su cultura y por su literatura.

Unas palabras de Andrés Sobejano Alcayna resumen muy bien la personalidad de Emilio Díez de Revenga, cuando señala en el Homenaje póstumo de 1932, que «fue altavoz con su pluma y su palabra de todo conato de progreso regional, material y moral, y defensa indomable y perseverante de los derechos tradicionales y comunes. Su ecuanimidad, su discernimiento, su corrección y su bondad, se reflejaron siempre en su porte y rostro, de habitual expresión mansa y amable, a la vez que entera y consciente, de mirada suave y persuasiva, y de frente espaciosa y despejada […] Como escritor, su estilo bien pulido nos hizo partícipes en libros deliciosos, de muy curiosas impresiones de viajes, de crónicas parlamentarias, de ensayos y comentarios de actualidad, en los que entretejía, con primores de tapiz, la agudeza de la observación con los matices de su sensibilidad refinada».

 

***

Nota final: dedico este trabajo a la memoria de Emilio Díez de Revenga Rodríguez, que mantuvo muy viva siempre la presencia de su padre. Y agradezco a Emilio Díez de Revenga Torres su aportación de ideas y documentos que han sido muy útiles para completar esta biografía.

 

Bibliografía

 

Crónicas, discursos, prólogos y ensayos

 



 

La libertad de testar. Discurso leído en la Universidad Central para obtener el grado de doctor, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Felipe Marqués, 1896.

El deber social y el deber político La asistencia a la vida pública como primera obligación de la ciudadanía, Conferencia dada en el Círculo Liberal Conservador de Murcia, el día 5 de febrero de 1911,  Murcia, Tipografía El Tiempo, 1911.

Homenaje a Menéndez y Pelayo. Discursos y poesías leídos en la velada que le dedicó el Círculo Católico de Obreros de Murcia, en la noche del 2 de junio de 1912. Murcia, Tipografía de «La Verdad», 1912.

Impresiones de viaje, Murcia, Imprenta de El Tiempo, 1912.

Estudio sobre Selgas, poeta, novelista, satírico, Murcia, Sucesores de Nogués, 1915.

Algunas consideraciones sobre los conceptos de Derecho y Fuerza. Discurso leído en la inauguración del curso de 1916-1917, Murcia, Universidad Literaria de Murcia, 1916.

Programa de Elementos de Derecho Natural, Murcia, Universidad de Murcia, 1917.

 


 


Exposición acerca del proyecto de reforma de la Ley orgánica de los tribunales y de las de enjuiciamiento civil y criminal que en nombre y por acuerdo del Ilustre Colegio de Abogados de Murcia ha presentado ante la Comisión Permanente de Gracia y Justicia del Congreso de los Diputados Don Emilio Díez de Revenga, Murcia, Tipografía de José Antonio Jiménez, 1918

Discursos pronunciados en la solemne inauguración del Conservatorio provincial de música y declamación celebrada el 5 enero 1919, Murcia,  Tipografía Artística, 1919.

Las Cortes renovadoras de 1918. Impresiones, Murcia, Sucesores de Nogués, 1919.

Las cortes «facciosas» de 1919. Impresiones parlamentarias, Murcia, Sucesores de Nogués, 1920.

Amor y dolor. Poesías de Leopoldo Ayuso, prólogo de Emilio Díez de Revenga, epílogo de Nicolás Ortega, Murcia, Tipografía Sánchez, 1921.

Frutos y SorianoEl libro regional, prólogo de Emilio Díez de Revenga; epílogo de Mariano Ruiz-Funes, Murcia, Imprenta Lourdes, s. a. [1922].

Las cortes «ideales» de 1921. Impresiones parlamentarias, Murcia, Sucesores de Nogués, 1923.

Reseña histórica de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de la ciudad de Murcia, desde el año de 1878 a fines de 1925, redactada por acuerdo de la Junta del 13 de marzo de 1924. Introducción, Emilio Díez de Revenga, director, Murcia, Real Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia, 1926.

Impresiones y recuerdos de un viaje por el norte de Italia, Murcia, Sucesores de Nogués, 1927.

Cajines y albares. Edición completa de los romances murcianos y panochos de José Frutos Baeza,  precedida de una nota preliminar de Emilio Díez de Revenga y un Romance prólogo de Salvador Rueda, Murcia, Imprenta Asilo Lourdes, 1927.

Fernández Caballero. Estudio biográfico crítico, de Ramón Blanco y Rojo de Ibáñez Blanco y Rojo de Ibáñez; con un prólogo del Ilmo. Sr. Don Emilio Díez de Revenga, Murcia, Tipografía Abellán, s. a. [1928]

Solemne sesión celebrada por esta Sociedad en homenaje al gran patricio murciano D. Andrés Baquero Almansa,  + 1916 con motivo de la colocación de su retrato en el salón de actos el día 10 de abril de 1930. Trabajos leídos en la misma, Murcia, Real Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia, 1930.

Artículos adocenados, Murcia,  Sucesores de Nogués, 1930.

 


 




 

Artículos de prensa

 

Álbumes de prensa de Emilio Díez de Revenga Vicente, Murcia, 1911-1932, 6 vols.

«Sobre una idea. A un conservador joven», El Tiempo, septiembre 1911.

«Desde Fortuna I», [septiembre 1911]. AA.

«Desde Fortuna II», [septiembre 1911]. AA.

«La conferencia de Martí», El Tiempo, 4-3-12. AA.

«Viernes Santo (de antaño)», El Tiempo, 4-4-12. AA.

«Menéndez Pelayo», El Tiempo, 5-6-12.

«El discurso de Maura», El Tiempo, 24-10-12. AA.

«Superchería colectiva», El Tiempo, 1-10-12. AA.

«La conferencia del Sr. Pérez Villamil», El Tiempo, 7-10-12. AA.

«La cumbre», El Tiempo, 9-12-12. AA.

«Impresiones parlamentarias». El Tiempo,13-12-12.

«Albricias», El Tiempo, 21-12-12. AA.

«La fiesta de las flores y Selgas», El Tiempo, 13-3-13. AA.

«Ricardo Gil. Balart», [4-13]. AA.

«Remembranza», [fechado 18-3-13]. AA.

«Un cuento… que ha sucedido», [11-13]. AA.

«La conferencia naval de Londres. Tesis por D. Joaquín Cerdá», El Tiempo, [6-14]

«La Universidad que queremos», El Tiempo, 6-5-14. AA.

«Sobre los árboles del Malecón», El Liberal, 1-3-15.

«Las reformas judiciales. Acerca de una ideíca», El Liberal, 5-7-15.

«De nuestra Universidad», El Tiempo, 15-8-15.

«Nuestra región», El Tiempo, 7-10-15.

«Esperanza», La Verdad, 8-10-15.

«A los exploradores del campamento de Espuña», Espuña, 26-7-18. AA.

«El Museo Salzillo», El Liberal, 18-1-19. AA.

«La cátedra de Derecho Penal», El Tiempo, 24-5-19.

«La cárcel de Murcia», El Liberal, 10-7-20.

«Frutos en San Ginés», [fechado 13-7-20]. AA.

«Reflexiones», El Tiempo, 30-7-20. AA.

«Antonio Puig», El Liberal, 15-9-20. AA.

«El centenario de Selgas» [Carta abierta a Ricardo Sánchez Madrigal, Pedro Jara Carrillo y Mariano Ruiz Funes], El Liberal, 27-3-21.

«El centenario de Selgas» [Carta abierta a Ricardo Sánchez Madrigal, Pedro Jara Carrillo y Mariano Ruiz Funes], El Tiempo, 27-3-21.

«Las modernas parfileuses», El Tiempo, 27-7-21. AA.

«Las luces del Peñón», [fechado 13-1-22]. AA.

«La santa española», La Verdad, 12-3-22.

«La idea de Dios», El Tiempo, 14-4-22.

«El problema del abastecimiento de las aguas», El Liberal, 25-4-22.

«El hombre», Alma Joven, Extraordinario dedicado a Selgas, 1-6-22.

«Selgas, escritor satírico», El Tiempo. Extraordinario dedicado a Selgas, 6-6-22.

«Un sueño», La Verdad, [Homenaje a Selgas. Extraordinario], 10-6-22.

«Los tribunales para niños. Su institución en Murcia», El Liberal, 19-12-22. El Tiempo, 20-12-22.

«La cofradía innominada», El Tiempo, 30-3-23. AA.

«Vida moderna», El Tiempo, 2-8-23. AA.

«Un hotel para Murcia», El Tiempo, 8-9-23. AA.

«Obras del Maestro Jacobo de las Leyes», El Liberal, 30-10-24. AA.

«La Patria y el Rey», La Verdad, 23-1-25.

«Muñoz Pedrera», El Liberal, 21-3-25. AA.

«Recuerdo imborrable. A la santa memoria de don Ricardo Sánchez Madrigal», La Verdad, 7-7-25. AA.

«Florán» [fechado 9-25]. AA.

«Veamos a nuestra Fuensanta»,  El Tiempo,  23-9-25. Patria Chica, 9-11-31. AA.

«Alfonso X y Micer Jacobo de las Leyes», El Liberal (Almanaque), 6-1-26.

«La sublime sencillez de San Francisco», El Tiempo, 5-6-26. AA.

«El último libro murciano», El Liberal, 8-9-26. AA.

«Frutos de la coronación», La Verdad, diario católico de información a su excelsa patrona en las Fiestas de su Coronación, Murcia, abril 1927.

«El lugar de la coronación», El Tiempo, 26-4-27.

«La Iglesia de Jesús», [1928].

«Dionisio Sierra», El Tiempo, 27-7-30. AA.

«El vuelo del autogiro. Impresión», El Tiempo, 7-9-1930.

«Nuestra academia de nobles artes», La Verdad (Extra), 1-1-31.

«Sic vos non vobis», El Tiempo, 3-4-31.

«El conservadurismo español», La Verdad, 13-1-32.

«La incorporación del Conservatorio», El Liberal, 25-5-32.

 

 

 

Obras citadas

 

Ayala, José Antonio, «Azorín y Juan de la Cierva (Historia de unas elecciones)», Murgetana, 59, 1980.

Calzada, Luciano de la, «Cartas de murcianos a Menéndez Pelayo», Anales de la Universidad de Murcia, Filosofía y Letras, 15,4, 1956-1957.

Cano Benavente, José, Alcaldes de Murcia (1886-1939), Murcia, Ayuntamiento de Murcia, 1985.

Cano Calderón, Amelia, «Viajeros murcianos», Murgetana, 70, 1986.

Cierva, Isidoro de la, El Programa Murciano, conferencia leída en el Círculo Liberal-Conservador el día 6 de enero de 1914, Murcia, Tipografía de El Tiempo, 1914.

Coronación de la Santísima Virgen de la Fuensanta. Grandiosa solemnidad literaria en homenaje de la Patrona de Murcia. Sábado 23 de abril 1927. Teatro Romea. Programa. 8 págs.

Crónica de la Coronación canónica de Nuestra Señora de la Fuensanta, Patrona de Murcia, Murcia, Tipografía San Francisco, 1928.

Díez de Revenga, Francisco Javier, «Selgas y la variación del gusto literario», Monteagudo, 77, 1982.

Díez de Revenga, Francisco Javier, «La Cofradía innominada: un nazareno y un artículo», Nazarenos, 3, 2000.

Díez de Revenga, Francisco Javier, «Salzillo juzgado por un francés y reivindicado por dos ilustres murcianos (1908-1912)», Nazarenos, 15, 2011.

Díez de Revenga, Francisco Javier, «Un homenaje a Menéndez Pelayo (Murcia, 1912)», Monteagudo, 17, 2012.

Díez de Revenga, Francisco Javier, «La tradición literaria de la Fuensanta», Murgetana, 127, 2012.

Díez de Revenga, Francisco Javier, «Enrique Fuster, conde de Roche: aristocracia y cultura», Tonos. Revista Electrónica de Estudios Filológicos, 23, 2012.

Díez de Revenga, Francisco Javier, «La procesión de Jesús en 1898 (En el centenario de Menéndez Pelayo)», Nazarenos, 16, 2012.

Díez de Revenga, Francisco Javier, «Emilio Díez de Revenga Vicente y la Universidad de Murcia (1914-1919)», Historia de la Universidad de Murcia, Murcia, 2017.

En celebración del primer Centenario del nacimiento poeta José Selgas y Carrasco, Murcia, Círculo de Bellas Artes, 1922, programa. 4 págs.

Fuente-Santa. Retablo escénico mariano ideado y escrito exprofeso por los poetas murcianos en homenaje a la excelsa Patrona de la ciudad e inspirado su orden las estancias del romance popular murciano del insigne escritor y poeta local D. José Martínez Tornel, titulado «La Virgen de la Fuensanta», Crónica  de la Coronación, págs. I-CXXV.

Guirao López de Navas, José, El Casino de Murcia 1847-1994, Murcia, Casino de Murcia-Asociación de la Prensa, 1994.

Homenaje póstumo a la memoria del Excmo. Sr. D. Emilio Díez de Revenga y Vicente ... Alumnos premiados en el curso 1931 a 1932 en la Academia de Dibujo, fundada por la Sociedad en 1779. Textos de Francisco Giner Hernández, Andrés Sobejano y José María Ibáñez García, Murcia, Real Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia, 1932.

Marín Torres, María Teresa, El Museo Salzillo de Murcia, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 1998.

Martínez Peñalver, Diego, Historia del Colegio de Abogados de Murcia, Murcia, Colegio de Abogados de Murcia, 1969.

Ortega Pagán, Nicolás; Ortega Lorca, Nicolás; Ortega Lorca, José, Callejero murciano, Murcia, Ayuntamiento de Murcia, 1973.

Ruiz Abellán, M.ª Concepción, «El primer proyecto de Museo Salzillo en Murcia (1919)», Anales de la Universidad de Murcia. Filosofía y Letras, 38, 3, 1981.