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Revista de estudios filológicos
Nº33 Junio 2017 - ISSN 1577-6921
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ODISEO Y PENÉLOPE DE MARIO VARGAS LLOSA. EL VIAJE INVERTIDO

Marina Peñalosa Montero

(Universidad de Murcia. Facultad de letras. Murcia, España)

marina.penalosa1@um.es

 

 

RESUMEN:

Mario Vargas Llosa en su faceta de escritor teatral recupera la obra clásica homérica para volver sobre algunos de los rasgos esenciales en su dramaturgia: la condensación de la historia y el contraste entre la realidad y la ficción. Así, el presente estudio sitúa frente a frente la extensa épica griega y la versión minimalista contemporánea del escritor peruano para acercar un poco más los estudios literarios a la obra dramática de Vargas Llosa. Tras realizar una brevísima introducción a la inquietud teatral del escritor, se analiza la intrínseca necesidad que conlleva el género dramático de reducir a lo esencial la materia homérica. Dos personajes, que se convierten en actores de la ficción expuesta por Odiseo, sirven a Vargas Llosa para resaltar la intención, más emotiva que material, de la aventura. Por ello este estudio analiza cada canto de Odiseo y Penélope remitiendo siempre a la fuente original para constatar la (re)visión de la aventura griega a través de la mirada del siglo XXI.

Palabras clave: Odisea, Homero, Vargas Llosa, teatro, Literatura Comparada.

ABSTRACT:

Mario Vargas Llosa as a dramatic writer comes back to the classic work of Odyssey to show us some of the essential characteristics in his writing: the reduction of the story and the contrast between reality and fiction. This essay confronts the Greek epic and the minimalized version of the Peruvian writer to bring his work closer to the comparative and literary studies. In first place it will sum up the dramatic interest of Vargas Llosa along his life. After that it will be analysed the importance of reduce that amount of the Homeric matter to reformulate it in a new genre. Vargas Llosa uses two characters to highlight the emotional intention more than the material side of the adventure. That is why this essay will analyse every part in Odiseo y Penélope: to come back to the original source and confirm that in the twenty first century the Greek adventure has received a (re)view.

Keywords: Odisea, Homero, Vargas Llosa, theatre, Comparative Literature.

 

 

1. INTRODUCCIÓN

«PENÉLOPE ¿Quieres que juguemos a inventar el pasado, Odiseo?» (Vargas Llosa, 2007: 25).

 

Mario Vargas Llosa (1936), espectador de teatro desde niño, lector de autores clásicos como Valle-Inclán, Camus, Ibsen o Pirandello empezó muy joven su trayectoria como dramaturgo con la obra La huida del inca, con la cual ganó el segundo premio que concedía un concurso de teatro infantil. Tuvieron que pasar veinte años hasta que la escritura de teatro volviera a ser una parte importante de la obra del peruano. La señorita de Tacna (1981), Kathie y el hipopótamo (1983) o El loco de los balcones (1993) son un ejemplo de historias que, casi necesariamente, debían ser mostradas a través de la forma de la dramaturgia. «El teatro no cuenta una historia, como hacen las novelas. La representa, la mima, la finge, la encarna, la vive. (…) El teatro es vida y ficción, ficción que es vida» (Vargas Llosa, 2007: 132).

De esta forma, el autor de historias como La ciudad y los perros o La fiesta del chivo decide devolver a la vida la obra universal de Homero mediante una forma distinta. Vargas Llosa, como él mismo comenta, se introdujo en la lectura de la Odisea concienzudamente para llevar al Festival de Teatro Clásico una adaptación de la misma. Asegura en el epílogo a la obra, titulado «El viaje de Odiseo», que no había leído hasta entonces la obra de Homero en su totalidad, aunque si algo sabía es que es «el texto literario y la fantasía mítica que funda la cultura occidental» (Vargas Llosa, 2007: 147). Como «genial embaucador», Odiseo se convierte en el contador de historias de Occidente y así, en una versión minimalista —en palabras del autor—Odiseo y Penélope nos acerca a ese arte de relatar, revivir incluso, las aventuras que durante veinte años tuvieron al héroe homérico alejado de su amada Ítaca.

Como un complemento a la obra original, el texto de Vargas Llosa comienza donde termina la Odisea. Los amantes, al fin juntos, deciden revivir mediante palabras  las aventuras que vivieron estando alejados. Dos actores, dos personajes en su individualidad y a la vez dos personajes actores que recrean lo contado. Un narrador inicial nos sitúa en el final de la épica homérica:

El reencuentro de los esposos tiene lugar luego de una escena apocalíptica. Ello no es obstáculo para que ambos disfrutaran, dice el poema, “del deseable amor”, e inmediatamente después, “se entregaran al deleite de la conversación” (Canto XXIII).

En este momento comienza este espectáculo (Vargas Llosa, 2007: 18).

 

Un juego de perspectivas dota de esa originalidad a la obra dramática. Lo que podría ser una repetición de elementos clásicos es, en cambio, una creación nueva. ¿Qué le contó Odiseo a Penélope después de veinte años alejado de Ítaca?

 

2. El mito minimizado

El mito es un elemento literario que, aún hoy, sirve para dar cuenta de una realidad histórica concreta mediante el relato de esas historias que permanecen ancladas en la colectividad pero que, como se comprobará con la obra de Vargas Llosa, se pueden reformular, modernizar o, incluso, sintetizar para amoldarlas a los nuevos tiempos. Christina Mougoyanni, en El mito disidente, resalta que «el mito es en realidad un modelo de reflexión sobre los comportamientos humanos que vincula su significado a cada momento histórico» (Mougoyanni, 2006: 10-11). En este sentido y para Vargas Llosa, el mito homérico mantiene una «discusión» en torno al «viaje a la ficción», y es esa dualidad la que cobra interés en el teatro del peruano, centrado principalmente en el contraste entre memoria e imaginación.

Si el género épico se caracteriza por una poesía narrativa extensa donde un héroe vive una serie de aventuras, en Odiseo y Penélope la acción se reduce al relato del recuerdo y a la escenificación del mismo. Como si nos encontráramos en un estadio posterior a lo que es la Odisea homérica, Vargas Llosa se sirve de la materia griega para destacar otros aspectos diferentes de la valentía y el heroísmo habituales del protagonista. El peruano busca «fundir en esta obra el arte de los contadores de cuentos con la representación dramática y la lectura pública» (Vargas Llosa, 2007: 154), lo que no es sino la explicitación de una cuestión que ha perseguido a la obra de Homero a lo largo de siglos de estudio: la duda de si las hazañas y aventuras relatadas por Odiseo en los diferentes ambientes son, en efecto, reflejo de esa vida alejado de Ítaca o si, por el contrario, la imaginación y la fábula atrapan a un héroe aislado tanto en el espacio como en el tiempo.

En torno a esta idea del contraste entre recuerdo e imaginación Vargas Llosa formula gran parte de su teatro. La confusión entre lo que se recuerda, lo que se imagina y lo que se relata sólo nos deja ver que, como aduce Meco Medina, «quizá no hay recuerdo sin imaginación» (2006-2007: 188). Dentro de esa sentencia se puede incluir, sin esfuerzo, la propia Odisea, pero especialmente la obra teatral del peruano. Odiseo y Penélope, es más, termina con una pregunta abierta de Penélope, quien se convierte en la voz de todos los lectores modernos del mito griego al confesar:

PENÉLOPE ¿Sabes que me cuesta creer que hayas vivido todas esas aventuras? Las que me has contado y las que te quedan por contarme. Se me ocurre, de pronto, que, más que un aventurero, eres un fantaseador. Un contador de cuentos. Uno de esos embaucadores que divierten al público en el ágora con fantasías extravagantes (Vargas Llosa, 2007: 112).

 

A lo que Odiseo responde, casi confirmando lo que sospechamos nosotros y sólo Penélope se atreve a verbalizar —como si sólo estuviera en su mano desmitificar el papel de héroe griego—:

ODISEO Tal vez no estés lejos de la verdad, Penélope. Te confesaré un secreto. Cuando me oigo refiriendo aquellas peripecias ante extraños, ya no estoy muy seguro si es mi memoria la que habla por mi boca, o mi imaginación. Contándolas, las vivo, cierto. Pero no estoy seguro de si de veras las viví, o si, al contarlas, cambiaron tanto que es como si las estuviera inventando (Vargas Llosa, 2007: 112).

 

Odiseo como contador de cuentos, como fabulador, interesa a Vargas Llosa más que como héroe, más que sus aventuras increíbles con sirenas o cíclopes. Por eso, la obra sólo consta de dos actores, dos personajes que se convierten a su vez en actores de su propia historia. Mientras Odiseo relata algunos episodios concretos de su viaje —que comentaré más adelante— Penélope no sólo escucha como un personaje paciente sino que se convierte en sujeto de la representación tomando la forma metafórica de las amantes de Odiseo. Ella es la importante oyente del relato como en la obra original era el ancla final de Odiseo en Ítaca. Aunque su papel, en términos cuantificables, no resulte relevante —en la Odisea interesa más la presencia de los pretendientes que su angustia misma y sólo nos acerca a la amante a través de las artimañas que crea para engañar a los invasores— sí es en términos cualitativos la base sobre la que no sólo el héroe, sino que también la historia se sustentan.

 

3. Análisis de la obra

Odiseo y Penélope se estructura en once actos que se corresponden, en primer lugar, con el viaje que Odiseo inicia al salir de Troya, y que en la Odisea aparece también como relato que el héroe cuenta ante los Feacios —que irían desde los cantos IX hasta el XII— y, en segundo lugar, con los episodios posteriores, empezando con la aventura en la isla de Calipso —canto V— y continuando con el regreso a Ítaca —cantos XIV y XXII. Sólo el primero de los actos incluye la aventura personal de Penélope y sirve para enlazar el final de la Odisea con el principio de la obra, cuando los amantes se han reunido y Homero nos cuenta que:

Los dos, una vez que hubieron gozado del placentero amor, se entregaron al deleite de los relatos. Mutuamente se lo contaban todo: ella, la divina entre las mujeres cuánto había sufrido en el palacio (…). Por su parte Odiseo refería todos sus lances: cuántas penas causó a otros hombres y cuántas soportó él con esfuerzos (Homero, 2014: 469-470).

 

En un comienzo in media res, los personajes aparecen en la escena hablando, primero con un tono apenas audible y poco después con un tono propio para iniciar el relato. Odiseo se está refiriendo a lo ocurrido en la tierra de los lotófagos, su «primera aventura, a los pocos días de zarpar de Troya» (Vargas Llosa, 2007: 21). Pronto la voz de Penélope aparece para pausar el relato de Odiseo. Ambos personajes se tapan con el manto que, astutamente, Penélope tejía y destejía cada noche durante tres años. En apenas dos fragmentos el personaje vuelve sobre los cantos I, II y IV de la obra homérica e, imitando la voz de un pretendiente y de un cortesano, le confiesa a Odiseo cómo fue obligada a escoger nuevo marido de entre todos los que en su palacio se presentaron.

El diálogo concluye con la intención de Penélope de escuchar a su amado:

PENÉLOPE Ésta ya no es la hora del amor, sino la de los cuentos. Sigue con tu historia.

ODISEO Que sea nuestra historia, Penélope. Ayúdame a reconstruirla. Compártela conmigo. Yo mismo no la tengo clara y ordenada en mi memoria. Resucitémosla juntos, como si la hubiéramos vivido los dos.

PENÉLOPE ¿Quieres que juguemos a inventar el pasado, Odiseo?

ODISEO No a inventarlo. A hacerlo, a vivirlo de verdad, otra vez, con la fantasía y la memoria, pero ahora, juntos. El pasado es maleable como la arcilla, depende de nosotros tanto como el futuro, Penélope (Vargas Llosa, 2007: 24-25).

 

Este primer acto introduce al lector —espectador— en el mundo particular de la obra. Mediante la convención teatral de informar al público, pero de manera muy sutil, los dos personajes nos adelantan que, desde este acto y hasta el final, serán ellos quienes representen la Odisea. De ahí que el propio escritor haya catalogado de versión minimalista su Odiseo y Penélope. Gracias a esta reducción tanto de personajes como de acontecimientos, Vargas Llosa consigue una vivencia dramática mucho mayor, una condensación de las emociones propias del teatro y, sobre todo, de la emoción misma de contar un cuento, donde deja de importar si son verdad o ficción aquellas historias que se representan. En una entrevista, el nobel comentó que «El teatro (…) es un género de síntesis, de condensación, que se basa en ciertas servidumbres, una de las cuales es el diálogo» (Espinosa Domínguez, 1986: 57); en ese diálogo Penélope y Odiseo recrearán la historia universal de Homero para rehacer la experiencia, pero también para acotar el viaje del héroe que, aunque universal, en la obra se convierte en un universo casi privado, íntimo.

El siguiente acto coincide ya con el relato que el propio Odiseo hace a los Feacios en el canto IX. «La gruta de Polifemo» empieza con una situación de la acción, una brevísima contextualización donde podemos comprobar la idea que vengo repitiendo de la minimización de la materia épica. Si en la Odisea asistimos a la explicación de cómo eran los cíclopes:

Y llegamos a la tierra de los cíclopes, prepotentes y salvajes, los que, confiados en los dioses inmortales, ni plantan ni trabajan la tierra con sus manos, sino que todo les crece sin sementeras ni arados: trigos, cebadas y vides, que les ofrecen vino de sus grandes racimos, y la lluvia de Zeus les da frutos. No tienen ellos ni asambleas ni normas legales, sino que habitan las cumbres de altas montañas, en cóncavas grutas, y cada uno impone sus leyes a sus hijos y mujeres, y no se cuidan los unos de los otros (Homero, 2014: 200).

 

En Odiseo y Penélope, la misma información queda reducida a: «después supimos que los cíclopes vivían aislados unos de otros, en las cumbres» (Vargas Llosa, 2007: 29). Junto a esta simplificación de la narración —propia del teatro por su carácter dialógico y a pesar de que esta obra se base en la idea del héroe como contador de historias— otro recurso dramático que va a seguir Vargas Llosa para convertir a sus dos personajes en otros muchos es la convención de que, tras un primer fragmento de Odiseo, Penélope ya puede seguir la historia cumpliendo con los diferentes papeles, y funcionando, cuando es necesario, como narradora «omnisciente» de la historia que se está relatando.

En el acto dedicado a la aventura con Polifemo, Odiseo relata cómo el cíclope mató a varios de sus hombres y cómo el héroe se sirvió del ingenio para emborrachar a la bestia, para luego herirle con una estaca en el ojo. Recuerda la anécdota de nadie y cómo escaparon de la gruta abrazados a unos carneros. Odiseo no cuenta, en cambio, cómo su soberbia es la culpable de que su viaje de regreso se prolongara durante veinte años y de que, a su regreso, su palacio estuviese invadido, lo que demuestra que la intención de Vargas Llosa no es tanto relatar una historia cronológicamente estable y llena de precisiones, sino que los episodios son una excusa para desarrollar la labor del Odiseo contador de cuentos y de la Penélope intérprete de historias. Asimismo, el hecho de que sea Penélope la receptora única de los relatos de Odiseo hace que este focalice la atención en las acciones que más le honran aunque eso implique relatar sus aventuras amorosas.

Por ejemplo, en el siguiente acto, «El palacio de Circe», Odiseo no niega que, durante el año que pasaron allí, él se convirtiera en el amante de la maga:

PENÉLOLE Subiste a la alta cama de Circe y la amaste.

ODISEO Pero, inmediatamente después, me ganó la congoja. Ni los ungüentos y masajes de las siervas de Circe, ni las ricas vestiduras con que la maga me cubrió, ni los manjares que a diario me ofrecía, me libraban de la tristeza en que estaba sumido, noche y día (Vargas Llosa, 2007: 41).

 

Siguiendo con el orden cronológico de las aventuras, el siguiente acto, «La morada de las sombras» lleva a Odiseo y su tripulación hacia el Hades, como le obliga Circe. Tras hablar con Tiresias, quien le expone las razones de su «exilio», Odiseo ve a su madre y en un breve pero emotivo fragmento Odiseo cuenta cómo: «Tres veces traté de abrazarla y las tres se desvaneció en mis brazos, como un espejismo. Lloré pensando que ya nunca la oiría reír, regañarme, darme esos lúcidos consejos» (Vargas Llosa, 2007: 50). Todavía en el viaje de regreso, Odiseo llega a la isla de las sirenas. Gracias a los consejos de Circe sobrepasan la isla sin caer en la tentación y, al final del acto, Odiseo, siguiendo con el recurso del contador de cuentos, adelanta lo que ocurrirá y valora la situación que acaba de relatar:

Si mis hombres me hubieran obedecido del mismo modo cuando les ordené seguir las instrucciones de Tiresias, estarían vivos. Pero, me adelanto. Todavía no hemos llegado a la tierra donde pastan los rebaños de Helios Hiperión (Vargas Llosa, 2007: 59).

 

En este acto, «El canto de las sirenas», gracias a la brevedad con la que se representa, percibimos otro de los elementos clave en la obra dramática de Vargas Llosa. No hay escenario, ni cambios de vestuario pero los personajes se trasladan mentalmente a los diferentes lugares por donde Odiseo vagó durante su viaje de regreso; de esta forma, los fragmentos, que podemos denominar narrativos, no se caracterizan por su detenimiento en la descripción de entornos o personajes sino que unas breves notas sirven para contextualizar la acción que se va a representar mediante el diálogo. Un ejemplo de esto es la brevísima descripción que hace de las sirenas al principio del acto: «Dos seres bellos y monstruosos. Mitad mujer y mitad pez o pájaro» (Vargas Llosa, 2007: 55). En contraste con esta breve descripción, el Odiseo teatral expone sus sentimientos y sus inquietudes después de cada nueva aventura que lo aleja de su regreso feliz a Ítaca. También en el acto de las sirenas, que como comento es muy breve pero condensa en sí algunos de los rasgos que caracterizan la versión minimizada que es Odiseo y Penélope, «escuchamos» a Odiseo:

Nunca he sentido tanta alegría como al salir del Hades, cuyo recuerdo me estremece. Cuando, por fin, las naves cruzaron la región de la niebla y la oscuridad donde viven los cimerios, todavía se entrechocaban los dientes de mis hombres y los míos. Sudábamos frío. Nos mirábamos como si hubiéramos nacido de nuevo (Vargas Llosa, 2007: 55).

 

El recuerdo despierta de nuevo en Odiseo esos sentimientos de terror, angustia e impotencia, como consecuencia de visitar el Hades y descubrir allí a algunos de sus seres queridos. Pero el horror no termina allí, el siguiente acto, «Los monstruos marinos (Escila y Caribdis)», le da a Circe —a Penélope representando su papel— la voz para describir a Escila como «un monstruo marino horripilante. Doce pies terminados en muñones, seis cuellos, seis cabezas y seis jetas profundas» (Vargas Llosa, 2007: 63) y a Caribdis como «el monstruo sediento» (Vargas Llosa, 2007: 64). Odiseo, eterno luchador, no quiere atender a los consejos de Circe y lucha contra los monstruos marinos, pero como el sino es inevitable, los seis hombres de Odiseo que han de morir, morirán:

Desde entonces, muchas noches, los aullidos de los seis compañeros que me mató Escila estallan en mi cabeza y me despierto, bañado en sudor. Aquello fue lo más triste que me ha tocado ver de todo cuanto he visto recorriendo los caminos del mar (Vargas Llosa, 2007: 66).

 

Este recuerdo devuelve momentáneamente a los enamorados a la realidad del presente. Penélope vuelve a ser ella misma y asiste al sufrimiento de su amado: «de pronto te sentí temblar como un niño con frío. Tenías la cara mojada por las lágrimas. ¿Soñabas con ellos, Odiseo?» (Vargas Llosa, 2007: 66). El largo viaje de regreso pesa más a Odiseo por las muertes a las que ha conducido a sus compañeros que por los años mismos. Al final del acto, presenciamos a un héroe humano, con miedo, sin fuerza para recordar ante los familiares las horribles muertes a las que se sometieron los que con él viajaban.

Una última aventura antes del nostos lleva a los supervivientes, dirigidos por Odiseo, hacia la isla de Trinaquia donde, a pesar de los consejos de Circe, tuvieron que parar a descansar. Euríloco es, en este caso, el culpable de la desgracia que presenciamos en «Las vacas del sol». Un diálogo ágil, con cambios constantes de voz entre Odiseo y Penélope da cuenta de lo frenético de la situación cuando el dios Helios castiga a los hombres de Odiseo por sacrificar las vacas sagradas. El éxtasis del diálogo acelerado al que asistimos concluye con la supervivencia del héroe y la llegada de su «salvadora», la diosa Calipso.

A partir de entonces, el viaje de Odiseo toma rumbo definitivo hacia Ítaca y las aventuras dan paso a la calma. «Con la ninfa Calipso, en la isla Ogigia» contrarresta el ritmo del acto anterior. Penélope escucha atenta lo que su amado tiene que contarle. Ella pregunta cómo es Calipso y, por primera vez, la voz de la mujer pregunta acerca de los amores de Odiseo: «La amaste, entonces» (Vargas Llosa, 2007: 77) asegura ella. La respuesta de Odiseo sigue la idea de que su esposa es la única receptora de sus aventuras, por lo que da cuenta de su amor hacia ella: «El recuerdo de Penélope se interponía siempre entre ellas y yo. Y me impedía amar a las mujeres que deseaba» (Vargas Llosa, 2007: 77). Al contrario que en la aventura de Polifemo, la escena de Calipso amplía la muestra de angustia y tristeza del héroe. Si Homero pone en boca de los dioses —de Atenea sobre todo— el relato, Vargas Llosa devuelve al protagonista su papel de narrador.

Si la Odisea se sirve de una frase para mostrar esta desazón: «Pasaba, sin embargo, las noches por necesidad en la cóncava gruta al lado de la que le amaba sin amarla él» (Homero, 2014: 136). En el texto dramático, todo el acto se centra en representar los siete años de vida que pasó Odiseo teniendo como compañera a la enamorada Calipso:

No me ilusionaba en absoluto. ¿Sabes por qué, Penélope? Ante todo, por ti. En mis veinte años de ausencia, en esos siete años que pasé en Ogigia con la ninfa Calipso, ni un solo instante renuncié a tu amor. Ciertos días, veía dibujarse tu cara en el aire, en las nubes, en la espuma, en el agua. Tu cara velada por mis lágrimas. La eternidad es monótona, Penélope. La vida de los mortales, no (Vargas Llosa, 2007: 79-80).

 

Este episodio, que da un punto y final a la aventura de Odiseo alejado de Ítaca, se contextualiza más que ningún otro en ese entorno que Vargas Llosa está desarrollando. Aunque la multitud de personajes representados parezca despistar al espectador, siempre vuelve sobre el diálogo entre los esposos, quienes sufren los recelos de una vida separados por la desdicha. Penélope recupera la voz para recordar que, más que espectadora de la vida de Odiseo, es parte de él mismo y así lo refleja el héroe.

«Odiseo y Nausica en la tierra de los feacios» es ya la última parada del héroe antes de su regreso. En este acto, Odiseo nos devuelve al principio de su relato ante los Feacios, que en la Odisea se corresponden con los cantos IX-XII, y que han servido a Vargas Llosa para desarrollar su Odiseo y Penélope.

Y hablé, hablé, no sé cuántas horas y días, en un palacio que a cada rato se llenaba de más y más gente. Escuchaban absortos. Reían, lloraban, se asustaban, se alegraban. Les conté de los lotófagos, de los cíclopes, de Circe, de Hades, de las sirenas, de Escila y Caribdis, de las vacas del sol y de mis siete años en la isla Ogigia, con la linfa Calipso (Vargas Llosa, 2007: 89).

 

El resumen que presenta aquí Odiseo sirve de enlace entre los actos anteriores y la representación del nostos que está apunto de suceder. Con la ayuda de Alcino y Palas Atenea Odiseo llega a Ítaca, al puerto de Forcis, y aunque le cuesta reconocer lo que ve, su ánimo está pleno porque «[I]ba a recobrarte a ti, mi reina» (Vargas Llosa, 2007: 92).

Los dos últimos actos se corresponden con dos acontecimientos esenciales en la Odisea: el primero es el regreso del héroe a Ítaca bajo la forma del mendigo —canto XIV. En este acto, Penélope vuelve a cobrar importancia, como relevante es también la recreación del amor entre ambos. Ahora es Odiseo quien muestra su recelo al imaginar la vida de Penélope rodeada de pretendientes. Vargas Llosa introduce aspectos que están latentes en el clásico griego pero que, con la mirada del siglo XXI, pueden explicitarse:

PENÉLOPE Fue una suerte que hubiera tantos aspirantes a sucederte en el trono. Así, dando esperanzas a unos y a otros, intrigando para que se pelearan entre ellos, pude ganar tiempo. A uno solo, hubiera sido más difícil engañarlo.

ODISEO No sólo en el trono querían reemplazarme. También en tu alcoba y entre tus piernas.

PENÉLOPE ¿Y ese tono? ¿Y esas palabras vulgares? ¿Y ese brillo beligerante en tus ojos? Se diría que estás celoso, Odiseo.

ODISEO Estoy celoso (Vargas Llosa, 2007: 96).

 

A los celos que confiesa Odiseo se suma entonces el sentimiento de Penélope, quien ha estado escuchando desde el comienzo cómo su esposo ha pasado veinte años alejado de casa, sí, pero sobre todo, cómo y a quién ha amado durante ese tiempo. La curiosidad de la amada da lugar a Odiseo a un momento de duda en su narración: «Este tema me turba. Te lo contaré todo, poco a poco. Pero, después. Ahora, volvamos a la historia» (Vargas Llosa, 2007: 97). Como el contador de cuentos, casi el aedo, que es Odiseo las hazañas, las heroicidades y las aventuras forman parte de su repertorio más que aquellos pequeños fragmentos de vida que, en cambio, para Penélope son vitales.

El segundo acontecimiento, y el último acto de la obra, se corresponde con el canto XXII, la matanza de los pretendientes. Este relato convierte en circular la obra pues el comienzo del diálogo entre los amantes tiene lugar después de esta hazaña y con ella concluye Odiseo su narración. En «La matanza» Penélope entiende por qué no se despertó cuando se llevó a cabo la masacre y su turbación tras un sueño tan poco habitual cobra sentido ahora. Aunque el héroe relate la batalla a su amada, no tarda en asegurar que «todo ese horror es ahora sólo materia de cuento (…) [con] las palabras que vuelven inofensivo lo violento, bello lo feo y grato y divertido hasta lo más odioso y abominable» (Vargas Llosa, 2007: 112).

Los horrores, las muertes, las amargas aventuras han pasado y sólo queda recordar, relatar, narrar, ¿inventar?

 

4. CONCLUSIÓN

La reformulación de los mitos que han servido a la literatura para indagar tanto en el ser humano en esencia como en nuevas preocupaciones que son consecuencia de diferentes periodos históricos, sigue apareciendo en el siglo XXI con nuevas caras, nuevas alusiones y nuevos usos. Mario Vargas Llosa se sirve de su particular visión del teatro como el género mediante el cual indagar en esa dualidad realidad-ficción, recuerdo-imaginación para mostrar una figura esencial, la del contador de cuentos. A pesar de que el teatro exige concreción, resumen, representación fragmentada de una realidad, el peruano utiliza esa reducción en beneficio propio para ampliar la emoción y la sensibilidad de una historia como la relatada en la Odisea. Su teatro minimalista no reduce sino que amplía los confines de lo sensitivo y gracias al diálogo entre los amados que se reúnen tras veinte años de aventuras asistimos a un acto de amor verbalizado.

Odiseo y Penélope no sólo puede considerarse un complemento a la obra original por lo que de ampliación tiene, sino que es, a su vez —y aunque parezca contradictorio—, un perfecto primer acercamiento a la materia homérica. Los episodios más relevantes se dan cita en esta obra que prescinde de lo accesorio, de lo material incluso, para recrear el viaje de Odiseo a través de las emociones. Por último, la obra de Vargas Llosa es un homenaje al arte de contar historias, al arte de focalizar la atención en aquello que interesa al interlocutor, al receptor, al oyente, a Penélope. Un homenaje a la palabra del creador, del contador y un homenaje al lector y al espectador.

 

5. Bibliografía

Fuentes primarias:

HOMERO (2014): Odisea (primera reimpresión). Madrid, Alianza Editorial.

VARGAS LLOSA, Mario (2007): Odiseo y Penélope. Barcelona, Galaxia Gutenberg.

Fuentes secundarias:

ESPINOSA DOMÍNGUEZ, Carlos (1986): «”Para mí, el teatro es un ascesis, una cura de adelgazamiento”: Entrevista a Mario Vargas Llosa», Latin American Theatre Review, Vol. 20, Nº 1, Fall, pp. 57-60.

MECO MEDINA, Joaquín (2006-2007): «El contador de historias: Pasado e imaginación en la obra teatral de Vargas Llosa», El guiniguada, Nº 15-16, Las Palmas de Gran Canaria, pp. 187-194.

MOUGOYANNI, Christina (2006): El mito disidente. Ulises y Fedra en el teatro español contemporáneo (1939-1999), Pontevedra, Mirabel Editorial, S.L.