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Revista de estudios filológicos
Nº33 Junio 2017 - ISSN 1577-6921
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teselas

La séptima función del lenguaje, Laurent Binet

(Seix Barral, Barcelona, 2016)

 

         - Tengo que entrrregarr mi merrrcancía…

         La mayoría de las lenguas que hay en el mundo emplean la r apicoalveolar, que se llama r vibrante, al contrario que el francés, que ha adoptado la R dorsovelar desde hace unos trescientos años. Ni el alemán ni el inglés hacen vibrar la r. Lo que no sucede en el italiano ni en el español. ¿En el portugués quizá? Es un poco gutural, en efecto, pero el fraseo de ese hombre no es ni lo suficientemente nasal ni lo suficientemente melódico, en realidad es incluso bastante monocorde, hasta el punto de que en él se distinguen mal las inflexiones de pánico.

         Diríase ruso.

(pág. 15)

 

 

         «Soïouz nerouchymyï respoublik svobodnykh…»

         Unos estudiantes entran y se juntan con unos amigos en una mesa animada. Anastasia le pregunta a Simon si es de la policía. Al principio, Simon protesta: ¡por supuesto que no es un poli! Pero, por alguna razón desconocida para él, explica que está ejerciendo un papel de, digamos, asesor del comisario Bayard.

         «Splotila naveki Velikaïa Rous’…»

         En la mesa del fondo, el agente de policía dice «esta noche». Simon cree oír que el búlgaro le contesta con una frase corta en la que está la palabra «Cristo» dentro. Contempla la sonrisa de la joven y piensa que más allá de la tormenta está el sol radiante y la libertad.

         Anastasia le pide que le hable de Barthes. Simon dice que era un hombre que amaba mucho a su madre y a Proust. Anastasia sabe quién es Proust, naturalmente. Y el gran Lenin ha iluminado nuestro camino. Anastasia dice que la familia de Barthes estaba inquieta porque habían desaparecido las llaves que llevaba consigo y querían cambiar las cerraduras, lo cual supondría más gastos. Stalin nos ha inculcado, nos ha inspirado la fe en el pueblo. Simon recita esa estrofa a Anastasia, pero esta le indica que después del informe de Jruschov, el himno fue modificado para suprimir la referencia a Stalin. (Aunque hubo que esperar a 1977 para hacerlo.) Qué importa, piensa Simon, nuestro ejército ha salido fortalecido de los combates… El búlgaro se levanta y se pone la chaqueta, se va a marchar, Simon duda si seguirlo. Pero, prudentemente, elige continuar con su misión. Nuestras batallas decidirán el futuro del pueblo. El búlgaro cruzó con él la mirada cuando quiso matarlo. El policía, no. Es menos peligroso, no cabe duda, y además ya sabe que ese poli está mezclado en el asunto. Al salir, el búlgaro mira a Anastasia, que le ofrece su mejor sonrisa. Simon siente como si la muerte lo rozara, su cuerpo se tensa, baja la cabeza. A continuación, sale el policía. Anastasia le sonríe también. Simon piensa que es una mujer habituada a que la miren. Ve al policía subir de nuevo por la calle Monge y sabe que tiene que reaccionar rápido si no quiere perderlo; saca un billete de veinte francos para pagar el té y el Martini y, sin esperar la vuelta (pero cogiendo el recibo), se lleva consigo a la enfermera agarrándola por el brazo. Ella parece un poco sorprendida, pero no se resiste. «Partiia Lenina, sila narodnaïa…» Simon le sonríe a su vez, tiene ganas de tomar el aire y tiene un poco de prisa, ¿sería tan amable de acompañarlo? En su cabeza, acaba la estrofa: «…Nas k torjestvou kommounizma vediot!». El padre de Simon es comunista, pero no cree necesario revelárselo a la joven, que parece divertirse, menos mal, con su comportamiento ligeramente excéntrico.

(pp. 158-159)

 

         00.07 horas.

         Delante de la entrada del Archiginnasio, se apiña una muchedumbre no muy numerosa junto a un gorila de discoteca que se parece a cualquier otro gorila de discoteca, salvo que este lleva gafas de sol de Gucci, un reloj de pulsera de Prada, un traje de Versace y una corbata de Armani.

         El hombre con guantes habla con el gorila, flanqueado por Simon y Bayard. Le dice: «Siamo qui per il Logos Club. Il códice é fifty cents».

         El gorila, desconfiado, pregunta: «Quanti siete?».

         El hombre con guantes se gira y cuenta: «Humm… Dodici».

         El gorila reprime un rictus divertido y le dice que no va a ser posible.

         Entonces Enzo da un paso adelante y dice: «Ascolta amico, alcuni di noi sono venuti da lontano per la riunione di stasera. Alcuni di noi sono venuti dalla Francia, capisci?».

         El gorila ni se inmuta. El argumento de la rama francesa no parece impresionarlo sobremanera.

         «Rischi di provocare un incidente diplomatico. Tra di noi ci sono persone di rango elevato».

         El gorila mira con desprecio al grupo y dice que no ve más que una panda de piojosos. Exclama: «Basta!».

         Enzo insiste: «Sei cattolico?». El gorila se quita las gafas. «Dovresti sapere che l’abito non fa il monaco. Che diresti tu di qualcuno che per ignoranza chiudesse la sua porta al Messia? Como lo giuducheresti?» ¿Que cómo juzgaría a quién, por ignorancia, cerrase la puerta a Cristo?

         El gorila pone mala cara, Enzo ve que vacila, el hombre reflexiona unos largos segundos, piensa en el rumor del Gran Protágoras de incógnito y finalmente señala a los doce: «Va bene. Voi dodici, venite».

         (pp. 208-209)

 

         El nuevo grupo interpela escandalosamente al primero. Por lo que Kristeva cree entender, los tildan de chupapollas franceses. Ella tarda en comprender que se trata de una aposición preposicional (chupadores que tienen la característica, además, de ser franceses) o de un complemento del nombre (practican la felación a los franceses), pero dado que el grupo aludido parece anglosajón (ya que ella ha creído detectar que dominan ciertas reglas del fútbol americano), piensa que la hipótesis más probable es la segunda. (Téngase en cuenta que la ambigüedad funciona también en inglés: el French de «French suckers» puede ser un adjetivo en posición de epíteto antepuesto o bien un sustantivo genitivo absoluto.)

         En cualquier caso, el primer grupo replica con insultos del mismo orden («you analytic pricks!») y no cabe duda de que la situación habría degenerado si un hombre de unos sesenta años no hubiera intervenido para separarlos gritando (en francés, sorprendentemente): «¡Calma, desgraciados!». Uno de los jóvenes pretendientes de Kristeva le susurra, para impresionarla con su dominio de la situación: «This is Paul de Man. He’s French, ¿no?». Kristeva matiza: «No, belga».

         El hombre-arbusto farfulla bajo su árbol: «The sound shape of language…».

         La joven que se manifiesta sola se desgañita como si fuese seguidora de uno de los equipos: «We don’t need Derrida, we have Jimi Hendrix!».

         Distraído por el eslogan un tanto desconcertante de Cruella de Vil Redgrave, Paul de Man no ha reparado en de quién es la voz que le dice a su espalda: «Turn round, man. And face your enemy». Un hombre con una americana de tweed demasiado holgada ha surgido detrás de él, brazos muy largos, peinado con raya a un lado y un mechón sobre la frente, con pinta de uno de esos secundarios de las películas de Sydney Pollack, pero con unos ojos pequeños y penetrantes que le taladran a uno hasta los huesos.

         Es John Searle.

(pp. 280-281)

 

 

         Eco se vuelve hacia Sollers y hace educadamente una inclinación a la vez que se recoloca la nariz de su máscara.

         «¿Podría hacer, primero, una pequeña observación de etimología? Sin duda, ustedes habrán notado, querido público, honorables miembros del jurado, que el verbo forcener ya no se emplea en el francés moderno, solo sobrevive su huella a través del sustantivo forcené, que designa a un loco que tiene un comportamiento violento.

         »No obstante, esta definición de forcené puede inducirnos a error. Originariamente –me permito aquí un breve comentario ortográfico– forcener se escribía con una s, no con una c, ya que venía del latín sensus, “sentido” (animal quod sensu caret); forsener es literalmente estar fuera del sentido, es decir, estar loco; pero no tenía, en sus inicios, la connotación de la fuerza.

         »Dicho esto, esa connotación debió de aparecer progresivamente, con la restauración ortográfica que sugirió una falsa etimología y por eso, diría yo, esa ortografía estaba acreditada en el francés común desde el siglo XVI.

         »Allora, la cuestión que yo habría debatido, si mi honorable adversario la hubiera suscitado, habría sido la siguiente: ¿es “forcener doucement” un oxímoron? ¿Hay o no hay una unión de dos términos contradictorios?

         »No, si se tiene en cuenta la verdadera etimología de forcener.

         »Si, si se admite la connotación de la fuerza en la falsa etimología.

(pp. 382-383)