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Revista de estudios filológicos
Nº33 Junio 2017 - ISSN 1577-6921
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ESTROFAS COMO TROMPETAS DE CRISTAL. EL PAPEL DE LA POÉTICA Y EL PARALELISMO EN LA TEORÍA LITERARIA DE ROMAN JAKOBSON[1]

Ingrid Estephani Román Mancillas

(Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Estudios Superiores Acatlán. México, México)

romisky1995@gmail.com

Lizet Guadalupe Juárez Soto

(Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Estudios Superiores Acatlán. México, México)

centurychild@hotmail.com

Sandra Alvear Hernández

(Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Estudios Superiores Acatlán. México, México)

sandraalvear27@gmail.com

 

 

RESUMEN:

Roman Jakobson es famoso por haber expandido y replanteado la teoría de las funciones del lenguaje, una de las más notables contribuciones no sólo al desarrollo de la escuela funcionalista rusa, sino al ámbito de la lingüística en general. Los objetivos de la presente investigación son explicar la teoría poética desarrollada por este autor (que si bien posee una importancia equiparable a la anterior, es menos conocida), difundirla y mostrar su trascendencia. Jakobson planteó la necesidad de incluir la literatura y la poesía dentro de los estudios lingüísticos, puesto que en ambas se emplea la lengua como medio de expresión. Asimismo, señaló que existen dos tipos de lenguas: la cotidiana y la poética. Cada una de ellas está determinada por una función dominante a la cual se subordinan las demás; en la primera es la referencial y en la segunda, la poética. A su vez, el teórico moscovita amplió el concepto del paralelismo al establecer que éste provoca la permanencia del mensaje, la desautomatización del lenguaje y el desdoblamiento característicos de los textos poéticos. Sus postulados representan un punto de inflexión en el análisis de la literatura ya que desprecian el enfoque subjetivo de los estudios literarios de su época y los dotan de un carácter científico.

Palabras clave: Roman Jakobson; función poética; paralelismo; teoría poética; análisis literario.

 

ABSTRACT:

Roman Jakobson is well known for expanding on and redefining the theory of the functions of language, one of the most notable contributions to Russian formalism and linguistics. This research is aimed to explain Jakobson’s poetic theory (as important as the previous one, yet less famous), disseminate it and make the reader aware of its significance. Jakobson considered that it was necessary to include literature and poetry in studies in linguistics due to the fact that both make use of language as means of expression. Furthermore, he set that two types of language exist: everyday and poetic. Each of them are determined by one dominant function to which the others are subordinated –in the former, the referential; in the latter, the poetic. Additionally, Jakobson broadened the concept of parallelism through establishing that this provokes the permanence of the message, the defamiliarization of language and the splitting characteristic of poetic works. This theory represents a milestone in literary analyses since he disdained subjectivity in the literary studies of his time and provided them with a scientific character[2].

Keywords: Roman Jakobson; poetic function; parallelism; poetic theory; literary analysis.

 

 

El objetivo de esta investigación es explicar la teoría poética de Roman Jakobson a través del desarrollo de los conceptos de función poética[3] y paralelismo. Con el fin de contextualizar el trabajo del autor, se esbozarán sus principales influencias académicas. Luego, se explicará la teoría jakobsoniana de las funciones del lenguaje, principalmente, de la función poética, la relevancia que el paralelismo tiene dentro de ésta y se describirá su impacto en los textos poéticos. Posteriormente, se examinará de manera específica el concepto de paralelismo gramatical y su efecto en las obras literarias.

Jakobson dedicó gran parte de su obra al estudio de las relaciones entre lengua y literatura. Perteneció a la generación de grandes intelectuales rusos nacidos durante el último cuarto del siglo XIX. Al igual que su contemporáneo Malévich, se interesó en el desarrollo de una “nueva comprensión de los elementos de la significación en la pintura y en la lengua” (Jakobson, 1981a). En 1914 ingresó a la Facultad de Historia y Filología de la Universidad de Moscú, donde aprendió que existe una relación estrecha entre el análisis de la lengua, la literatura y el folclore. Fue gracias a esta perspectiva que, en 1915, fundó el Círculo Lingüístico de Moscú junto a otros colegas de la Universidad. Asimismo, en 1920 creó la Fonología como disciplina en colaboración con Trubetzkoy y el Círculo Lingüístico de Praga junto con Vilém Mathesius en Checoslovaquia seis años más tarde (Jakobson, 1981a).

Jakobson recibió influencias de diversos autores y corrientes que contribuyeron al desarrollo de su teoría. Entre las más importantes se encuentran el formalismo ruso (el Círculo Lingüístico de Moscú y la Sociedad para el estudio del lenguaje poético       –Opojaz–), el Círculo Lingüístico de Praga, Ferdinand de Saussure y Gerard Manley Hopkins. 

Por un lado, retomó de los formalistas la premisa de que la lengua cotidiana y  la lengua poética son dos códigos diferentes. Dentro de la primera, los vocablos no generan interés per se porque son utilizados como un simple instrumento para lograr la comunicación, su sonido y su estructura pasan desapercibidos para la consciencia. En la segunda, por el contrario, la forma llama la atención sobre sí misma, pues las palabras y sus componentes adquieren valor autónomo, es decir, se emplean de manera particular y dejan de percibirse como vanos constituyentes de un mensaje para ser apreciados en su totalidad (Blanco, 1997-1998).

Del mismo modo, Jakobson adoptó de la Opojaz el concepto de dominante, el cual definía como el elemento lingüístico específico en el sistema de la literatura al que se subordinan los demás componentes[4] (Buxó, 1978). Igualmente, recuperó la noción de que la poesía no se reduce a un pensamiento por imágenes, como lo afirmaban los simbolistas, sino que son parte del procedimiento de creación poética y están al mismo nivel que otros medios de los que se sirve la poesía para intensificar la sensación y la impresión que deja un objeto, como la comparación, la repetición, la simetría, entre otros. (Shklovski, 1917).

En este sentido, tanto la Opojaz como los formalistas compartían con el movimiento futurista ruso el deseo de demostrar que los sonidos no cumplen únicamente un papel ornamental en el verso, sino que son esenciales independientemente de las imágenes[5] que portan (Eichenbaum, 1925). Basándose en la poesía transracional, los formalistas y la Opojaz plantearon la existencia de una poesía sin imágenes, donde el material verbal no carga un significado, sino una sensación. Mediante el empleo de “neologismos, procedimientos extrañificadores y sonidos auto-referentes” (Sanmartín, 2006, p. 49), los futuristas crearon e incorporaron a sus poemas el lenguaje transracional, el cual “supone un sentido a los sonidos sin que constituyan palabras” (Eichenbaum, 1978, p.27). Posteriormente, Jakobson ligaría este tipo de expresión poética con el paralelismo gramatical.

Por otro lado, en el Círculo Lingüístico de Praga, Jakobson y sus colegas ampliaron algunas ideas establecidas anteriormente por los formalistas y engendraron otras, entre ellas, la “concepción funcional de la lengua como ‘sistema de medios apropiados a un fin’” (Lázaro, 1975, p. 1), el lugar no predominante de la función emotiva en las obras poéticas, el valor autónomo de estas obras como producto de la ambigüedad y “el postulado […] según el cual la lengua poética se caracteriza por la violación de ciertas reglas obligatorias para la lengua práctica” (Buxó, 1978, p. 42).

En lo que concierne a Saussure, coincidía con algunos aspectos de su teoría, pero estaba en desacuerdo con otros. El lingüista moscovita retomó la formulación saussuriana de que “cada unidad de la cadena hablada se ordena con arreglo a dos jerarquías o conjuntos separados: el paradigma y el sintagma [en términos de Jakobson, selección y combinación]” (Buxó, 1978, p. 28). También siguió y modificó el principio de la oposición. Sin embargo, disentía de las características de la arbitrariedad y la linealidad del signo lingüístico.

Por un lado, el investigador ruso creía que el significado es inherente al significante y viceversa, es decir, que la relación entre estos dos componentes es necesaria y no arbitraria (Jakobson, 1978). Por otra parte, las unidades de estudio de la Fonología y la Morfología, el fonema y el morfema, que conforman las palabras no sólo aparecen de manera lineal en la cadena hablada, sino que también se superponen jerárquicamente (Caton, 1987).   

Como gran influencia se encuentra, por último, el poeta inglés Hopkins, quien propuso que el principio del paralelismo es un elemento constitutivo imprescindible del arte literario. Dicho principio fue fundamental dentro de la teoría jakobsoniana; ya que, como se verá más adelante, el autor lo adoptó y lo desarrolló a fondo para analizar y explicar las relaciones que establecen entre sí los componentes de los poemas. Asimismo, heredó de Hopkins la idea de que las figuras gramaticales son igualmente importantes que las figuras fónicas en las obras poéticas (Jakobson, 1981a).

Al ser funcionalista, Jakobson creía que todo acto de comunicación verbal está orientado a un propósito, es decir, que todo mensaje verbal tiene una finalidad; por lo tanto, el lingüista debe “investigar el lenguaje en toda la variedad de sus funciones” (Jakobson, 1981a, p. 352). En este sentido, propuso seis factores imprescindibles que constituyen el hecho discursivo:

El destinador manda un mensaje al destinatario. Para que sea operante, el mensaje depende de un contexto de referencia que el destinatario pueda captar, ya verbal ya susceptible de verbalización; un código del todo o en parte cuando menos, común a destinador y a destinatario […]; y, por fin, un contacto, un canal físico y una conexión psicológica entre el destinador y el destinatario, que permite tanto al uno como al otro establecer y mantener una comunicación (Jakobson, 1981a, p. 353).

 

Cada factor determina una de las seis funciones del lenguaje: la emotiva, la referencial, la conativa, la fática, la metalingüística y la poética. La primera de ellas, focalizada en el destinador, señala la actitud de éste ante el mensaje que emite; la segunda, que apunta al contexto, se caracteriza por presentar de manera clara y unívoca las entidades aludidas en el mensaje; la tercera llama la atención sobre el destinatario, así como sobre el efecto que el mensaje provoca en él; la fática, que se enfoca en el contacto, tiene como fin verificar el estado del canal de comunicación (iniciarla, prolongarla o interrumpirla) (Jurado, 2011). La siguiente, la función metalingüística, es aquella que se centra en el código, “un lenguaje en el que hablamos del código verbal mismo” (Jakobson, 1988, p. 85). Finalmente, Jakobson identificó la función poética, definiéndola como aquella enfocada en el mensaje por el mensaje mismo la cual hace que la palabra se sienta como palabra en lugar de ser un mero índice de la realidad y la aleja del “automatismo perceptivo”.

Jakobson creía que el lenguaje empleado por la poesía es un lenguaje exclusivo, en otras palabras, un empleo particular de la lengua y, por lo tanto, lo incluyó en el campo de estudio de la lingüística. De la misma forma, el teórico moscovita consideraba que si la estructura interna del lenguaje salta a la vista en el arte verbal, entonces las formas poéticas son, efectivamente, formas lingüísticas y, por consiguiente, su estudio también corresponde a la lingüística (Steiner, 2001). La rama de esta ciencia que estudia “la función poética en sus relaciones con las demás funciones del lenguaje” (Jakobson, 1981, p. 363) y, más particularmente, las “diferencias específicas que caracterizan al discurso poético respecto de otros tipos de discurso” (Buxó, 1978, p. 41) es la literariedad. La principal de dichas diferencias radica en que la función estética es la dominante, lo cual significa que existe una jerarquización donde las demás funciones se subordinan a la poética sin que eso signifique que desaparezcan. Así pues, la poesía es “un mensaje verbal en el cual la función estética de la lengua es la dominante” (Buxó, 1978, p. 26). Si la poeticidad no está presente, una obra literaria no es considerada una obra de arte, pero ¿qué es necesario para que la poeticidad exista? Para dar respuesta a esta interrogante, se requiere abordar el tema del paralelismo a partir de los

[…] dos modos básicos de conformación empleados en la conducta verbal, la selección y la combinación. […] La selección se produce sobre la base de la equivalencia, la semejanza y la desemejanza, la sinonimia y la antonimia, mientras que la combinación, la construcción de la secuencia, se basa en la contigüidad. La función poética proyecta el principio de la equivalencia del eje de selección al eje de combinación (Jakobson, 1981, p. 360).

 

Se entiende por selección la operación fundamental que permite al hablante elegir la palabra apropiada de entre una variedad de expresiones y por combinación a la construcción de la cadena hablada de los vocablos seleccionados previamente. Como se recordará, Jakobson retomó esta idea de Saussure. El lingüista ginebrino, dentro de sus dicotomías, identificó la de paradigma y sintagma. El paradigma es el conjunto de elementos lingüísticos de cualquier nivel de la lengua relacionados por similitud y que son conmutables en un contexto específico; el sintagma es la combinación lineal de elementos en la cadena de habla que pertenecen a distintos paradigmas (Holenstein, 1976).

A pesar de que los procesos de selección y de combinación están presentes tanto en la literariedad como en el resto de las funciones del lenguaje, la actualización en la primera es distinta. El concepto de actualización es definido por Beristáin (1985) como la “realización concreta del valor de una palabra al pasar de su existencia abstracta dentro del sistema de la lengua al habla, donde el contexto selecciona algunos de sus rasgos pertinentes, es decir, de sus semas” (p.29). El contexto tiene sus propias reglas y determina la elección de elementos lingüísticos en la cadena de habla; sin embargo, la función poética impone “sus criterios particulares”, a saber, el principio de equivalencia se superpone sobre el principio de contigüidad: “lo ya emitido reaparece en la cadena; el emisor se vuelve sobre ello con el fin de ponerlo de relieve y, por lo tanto, de llamar la atención sobre el mensaje” (Lázaro, 1975, p. 5). Por consiguiente, la reiteración se convierte en un elemento crucial de las obras poéticas.

En resumen, el paralelismo es la reiteración regular de unidades equivalentes en todos los niveles de la lengua (en el plano fónico, sintáctico, morfológico, semántico y léxico) producto de la proyección del principio de selección paradigmático sobre la construcción de la secuencia (Buxó, 1978). Esta reiteración se presenta en el nivel fónico a  través de los recursos de la lengua poética (prosodia, unidad melódica, repetición del verso y las partes métricas que lo componen, etc.) y dan como resultado que el sonido supere la significación: La semejanza fonética se siente como relación semántica (Jakobson, 1981a).

Las consecuencias de la presencia del paralelismo en los textos poéticos son: la ambigüedad y la reificación del texto, la permanencia del mensaje, la desautomatización del lenguaje, así como un mensaje, un destinador y un destinatario desdoblados. De acuerdo con Beristáin, la ambigüedad es el “efecto semántico producido por ciertas características de los textos que permiten más de una interpretación simultánea sin que predomine ninguna, en un segmento dado, de modo que corre a cuenta del lector el privilegiar una de ellas” (1985, p. 41); estas “características de los textos”, que rompen las reglas de la lengua cotidiana, se dan por la preponderancia del principio de equivalencia sobre el eje sintagmático.

A diferencia de los mensajes dominados por la función referencial, donde los referentes de la realidad se representan de manera clara, los textos poéticos exponen referentes con significado impreciso, o sea, polisémicos. Este carácter ambiguo no sólo se limita al sentido de las palabras: también ejerce su influencia sobre el destinador y el destinatario del mensaje.

Además del autor y el lector, se da el ‘yo’ del protagonista lírico o del narrador ficticio y el ‘tú’ del supuesto destinatario de los monólogos, dramáticos, súplicas y epístolas […] Al mensaje con doble sentido corresponden un destinador dividido, un destinatario dividido, además de una referencia dividida (Jakobson, 1981, p. 382-383).

 

Así pues, la desautomatización está ligada a la ambigüedad. En el lenguaje cotidiano, la asignación de una palabra a una entidad se hace de manera automática; en cambio, en la lengua poética, este proceso es consciente y, al serlo, el sentido de las palabras “se oscurece” y dejan de ser “meros índices” de las entidades de la realidad para adquirir su “propio peso y valor” (Buxó, 1978, p. 22).

Por otro lado, el paralelismo provoca el carácter permanente del mensaje poético. La estructura de la obra poética está encaminada a preservar la identidad del mensaje con el fin de que éste pueda ser repetido. La reiteración de elementos constitutivos del mensaje ocasiona su reificación, la repetición del mensaje hasta que se vuelve algo perdurable (Jakobson, 1981).

Aunque las equivalencias fónicas y léxicas son las manifestaciones más evidentes del paralelismo en la poesía, Jakobson señaló que las categorías gramaticales[6] y las unidades morfológicas (afijos) también pueden establecer relaciones equivalentes entre sí. Las categorías y unidades redobladas o en contraste recíproco, que por su distribución crean un efecto artístico de individualización de las partes y de integración de todo el poema, constituyen las figuras gramaticales y, a su vez, estas últimas forman el paralelismo gramatical (Jakobson, 1981a). El anterior pone de relieve los rasgos característicos de la red de clases de palabras que permanecen latentes en el lenguaje habitual y que se hacen más expresivos y notables en poesía (Jakobson, 1981a). Jakobson notó la trascendencia de dichas figuras y tropos por primera vez mientras comparaba obras originales con sus diversas traducciones y estudiaba poesía sin imágenes; posteriormente, sostendría que no la falta, sino la escasez de tropos léxicos se ve compensada con este tipo de paralelismo (Lázaro, 1975).

Al notar el valor que las mencionadas figuras tienen en las obras poéticas, el teórico moscovita demandó a los analistas estudiar la interacción de los niveles sintáctico, morfológico y léxico, así como “los diferentes casos de contigüidad a nivel semántico [para comprender e interpretar cabalmente] las diversas combinaciones gramaticales en poesía” (Buxó, 1978, p.33). A pesar de que Jakobson no dictó un procedimiento riguroso al respecto, creyó pertinente crear una técnica que revelara “la estructura gramatical de un poema con relación a la arquitectura de sus estrofas” (Jakobson, 1981a, p. 124) y los fines que persigue la distribución de las categorías gramaticales con el objetivo de descubrir el efecto artístico del poema (Jakobson, 1981a).

Lo anterior constituye sólo una parte de aquello que llamó la atención de Jakobson desde su juventud: el análisis y la comprensión integrales de las obras poéticas. La necesidad imperante de crear métodos específicos para “el estudio inmanente de la literatura” (Buxó, 1978, p. 17) fue advertida por el maestro ruso desde sus inicios formalistas en los análisis literarios pues, hasta ese momento, los expertos en la poesía del pasado habían implantado las circunstancias de su época en los análisis de los textos que estudiaban, emitiendo, así, juicios erróneos, subjetivos y totalmente alejados de la significación real de los escritos.

La crítica literaria previa al formalismo ruso se había alejado “cada vez más del cómo de los textos” (Gordon, 2005, p. 111); se caracterizaba por ser “una mescolanza indiscriminada de crítica impresionista, datos históricos, biográficos, anecdóticos, psicológicos, sociológicos y genéticos de una obra”[7] (Gordon, 2005, p. 112). Por un lado, los impresionistas relegaban a un segundo plano la estructura de la obra literaria y se enfocaban en los efectos y las emociones que ésta provocaba en los lectores, o en las ideas y la personalidad del autor (Aguiar, 1972). Por otro lado, los críticos reducían la obra a un producto de las vivencias de su creador o del contexto histórico y social que la rodeaba.

Estos estudios literarios tradicionales, que se valían de procedimientos erráticos y heterogéneos, fueron rechazados y sustituidos por los formalistas rusos —Jakobson entre ellos— para crear una verdadera “ciencia de la literatura” (Buxó, 1978), donde la obra se convirtió en el centro de sus preocupaciones y “examinaron sin prejuicios [ni subjetividades] su materia y su construcción” (Todorov, 1978, p. 16), es decir, “la técnica, los recursos, y los materiales verbales con los que el artista teje su obra” (Gordon, 2005, p. 111). De acuerdo con Jakobson, específicamente, estos análisis científicos exhaustivos reciben el nombre de estudios literarios; mientras que la crítica literaria emite juicios subjetivos y, por lo tanto, irrebatibles (Buxó, 1978). Para el análisis de la constitución de los textos literarios, tanto modernos como de épocas anteriores, el maestro ruso propuso que deben tomarse en cuenta tres aspectos: “la tradición poética presente, el lenguaje cotidiano actual y la tendencia poética que rige la manifestación particular [del autor]” (Buxó, 1978, p. 19).

¿Qué se logra al aplicar los criterios anteriormente mencionados en el análisis de los textos poéticos?, es decir, ¿qué se consigue con un análisis riguroso conforme a Jakobson?

Un análisis lingüístico riguroso permite captar las diversas manifestaciones del paralelismo poético y, a su vez, el paralelismo poético es de un valor precioso para el análisis lingüístico del mensaje, ya que nos indica con precisión qué categorías gramaticales o qué componentes de las estructuras sintácticas pueden ser percibidos como equivalencias por una comunidad lingüística determinada y convertirse así en unidades paralelas (Jakobson, 1981a, p. 113).

 

Además, los significados que se perciben a través de la distribución de los elementos lingüísticos relacionados paralelísticamente en la obra poética, dejan ver el manejo de los significados de una lengua particular, así como las características que diferencian esa lengua de las demás.

Si bien, Jakobson realizó múltiples análisis literarios (Los gatos de Baudelaire, El cuervo de Edgar Allan Poe, entre otros), nunca determinó un procedimiento para llevarlos a cabo. No obstante, Petöfi establece que:

Afirmaciones recurrentes en los análisis de Jakobson demuestran cómo considera el lenguaje poético ―en analogía con los diversos lenguajes naturales― como un lenguaje en el cual los versos y las estrofas son unidades de lenguaje. En todo caso buscaba ‘definir’ estas unidades como los fonemas de una lengua, o sea, mediante las semejanzas y las oposiciones que se podrían mostrar en las unidades de un mismo nivel. Propiamente como en la investigación fonológica, Jakobson aspiraba a descubrir universales también en el campo de la poética, y es precisamente gracias a este interés como verificaba sus métodos ―con frecuencia junto con un co-autor― analizando obras poéticas (breves la mayoría de las veces) escritas en diversas lenguas (1996, p. 137).

 

            En definitiva, Jakobson revolucionó la manera de estudiar textos poéticos a través del desarrollo gradual de su teoría poética. Sus influencias formalistas fueron determinantes para que considerara los textos poéticos como parte del campo de estudio de la lingüística. Justificó esta inclusión argumentando que el lenguaje debía ser estudiado en toda la variedad de sus funciones y ubicó a la función poética como una de ellas. Para que la poeticidad exista, es indispensable la presencia del paralelismo, que es el que ocasiona las características esenciales de cualquier texto poético: la ambigüedad y reificación del texto, la desautomatización del lenguaje, el desdoblamiento y el carácter permanente del mensaje. Si bien el teórico ruso sostuvo que la manifestación más evidente del paralelismo son las figuras fónicas, dio especial relevancia a las figuras gramaticales, a partir de las cuales se aprecian aspectos de la organización de las categorías gramaticales de una comunidad lingüística. Roman Jakobson fue uno de los primeros lingüistas en notar la necesidad de crear un método de análisis objetivo para las obras literarias; sus ideas fueron revolucionarias en su contexto y siguen siendo relevantes hasta nuestros días.

 

BIBLIOGRAFÍA

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[1] Esta investigación se realizó dentro del Taller de producción de textos lingüísticos de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán a cargo de la profesora Ana Laura Díaz Mireles a quien agradecemos su guía y consejo.

[2] Agradecemos la participación del profesor Santos Casimiro Castro en la revisión de esta traducción.

[3] En la presente investigación se seguirá la terminología de Buxó (1978), quien también nombra esta función como poeticidad o función estética.

[4] Jakobson analizó el verso checo en tres períodos poéticos diferentes: el medieval del siglo XIV, el realista del siglo XIX y el moderno del siglo XX para ejemplificar el concepto de dominante. En todos ellos se presentan rima, esquema silábico y entonación; sin embargo, la jerarquía que relaciona estos rasgos cambia. Durante el medievo checo, el elemento indispensable para que el verso fuera considerado como tal era la rima. Ésta se volvió facultativa en la poesía realista, mientras que el esquema silábico regular fue el que predominó. Posteriormente, la entonación constituyó el elemento dominante de la poesía moderna checa (Prado, 1977).

[5] Como ejemplos de poesía sin imágenes véanse el Canto VII del poema Altazor de Vicente Huidobro (Huidobro, 1999) y la jitanjáfora de Mariano Brull (Reyes, 2009).

[6] También llamadas categorías morfológicas por Jakobson (véase Jakobson, 1977) y clases de palabras de acuerdo con la Real Academia Española (2010).

[7] Taine, por ejemplo, desarrolló la crítica literaria científica, que buscaba descubrir la facultad-maestra de un escritor. Esta última se conforma por la raza, el medio y el momento; es decir, “el conjunto de ‘disposiciones innatas y hereditarias’ que, asociadas con ‘acentuadas diferencias en el temperamento y en la estructura del cuerpo’, diversifican a los pueblos entre sí” (Aguiar, 1972, p.376), el medio geofísico, climático o sociopolítico sobre el que se extiende la raza, así como la interacción de las fuerzas del pasado y del presente en cualquier proceso histórico, respectivamente. En cuanto a la crítica impresionista, algunos de sus representantes fueron Proust, Péguy y Valéry (Aguiar, 1972).