REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS



El contraste irónico en NAUSÍCAA de Luis Alberto de Cuenca
Juan Antonio López Rivera
(Universidad de Murcia)

 

 

NAUSÍCAA[1]

El mar de Homero ríe para ti,

que te acodas desnuda en la baranda

en busca de aire fresco, con la copa

de néctar en la mano, mientras vienen

y van los invitados por la fiesta

que has dado en el palacio de tu padre.

El aire puro inunda tus pulmones

y el néctar se te sube a la cabeza.

Llega entonces el hombre de tu vida

a la terraza. Es una hermosa mezcla

de fortaleza y sabiduría.

Ulises es su nombre. Tú no ignoras

que pasará de largo. Ya soñaste

su desdén tantas veces… Pese a todo,

el brillo de tus ojos insinúa:

“No me canso de verte”. Y tus oídos

reclaman: “Háblame, dame palabras

para vivir”. Y con el sexo dices:

“Dueño mío, haz de mí lo que te plazca”.

Todo es entrega en ti, dulce Nausícaa.

Pero él está aburrido de la fiesta,

perdido en el recuerdo de su patria,

y no se fija en ti, ni en ese cuerpo

de diosa acribillado de mensajes

que nunca llegarán a su destino.

 

 

 

 

 

 

1.- NIVEL MACROESTRUCTURAL

         En este apartado de nuestro comentario, intentaremos ofrecer una perspectiva general del poema Nausícaa de Luis Alberto de Cuenca, señalando sus rasgos y características más importantes con el fin de poder establecer unas pautas que seguiremos a lo largo de todo nuestro análisis.

         A primera vista, observamos que el poema tiene dos personajes protagonistas, Nausícaa y Ulises, sobre los que se desarrolla una pequeña anécdota: en una fiesta, Nausícaa avista a Ulises y da rienda suelta en su mente a todo el deseo que siente por el joven héroe; pero éste muestra una actitud poco complaciente con la de Nausícaa, ya que se le ve aburrido y abstraído. Por lo tanto, podemos decir que, aunque la anécdota sea pequeña, mínima, el poema posee cierto carácter narrativo.

         Pero esa anécdota no está narrada en un tono épico, como pediría el origen mismo del texto, el canto VII de La Odisea, donde Ulises, tras naufragar, se encuentra con Nausícaa, quien lo ayuda. Este texto no recrea una hazaña divina, ni una batalla, ni nada que requiera ese tono solemne con el que se narran las historias mitológicas. Estamos ante una especie de “encuentro”, aunque no físico, entre dos personas con nombre de personajes mitológicos. El tema, que ya antes hemos enunciado, es más propio de la lírica amorosa. Se produce, por lo tanto, una desautomatización de los elementos mitológicos que se manejan en el poema. Aquí, Ulises no es un héroe, ni Nausícaa quien lo ayude tras la tempestad. La situación es totalmente cotidiana. Ésta es una de las principales bazas con las que juega el poema: la unión de tradición y modernidad, o mejor, postmodernidad, debido a la fuerte carga irónica del poema, que por lo demás es una de las principales características en la poética de Luis Alberto de Cuenca.

         El concepto de ironía, ligado inevitablemente en este poema a los de desautomatización y postmodernidad, está muy presente en esta composición. Todo el poema juega con el episodio homérico antes citado como punto de mira, como nos indica nada más empezar el poema el autor (“El mar de Homero ríe para ti”), y la traslación del mismo a un tiempo contemporáneo donde se desarrolla una anécdota que casi podríamos decir que se acerca al melodrama, por aspectos como el uso de expresiones tópicas de ese terreno (“pasará de largo”, “hombre de tu vida”) y la ensoñación amorosa de Nausícaa (de la que hablaremos más abajo), aspectos contagiados por esa ironía que vertebra el poema y que serán analizados con más detenimiento en otro punto de nuestro comentario.

         Aparte de esto, el qué de este poema, como veremos, no es lo más importante. Nos parece más adecuado centrarnos en una dualidad que constituirá el eje central de esta composición: la dualidad físico/psíquico. Todo el poema oscilará en torno a estos dos estadios. Dentro de una estructura casi perfecta, los dos personajes serán abordados desde el ámbito físico y, de modo más amplio, desde el ámbito mental.

         A este respecto será de una importancia capital el ámbito mental de Nausícaa, es decir, la introspección psicológica a la que será sometida durante todo el poema. Dicha introspección será nuestra guía en el comentario, ya que todo lo que el texto narra está percibido a través de los ojos de Nausícaa, que interpreta lo que ve y puede llegar a alterarlo, acomodándolo a su gusto. Decimos esto porque, al leer el poema, observamos que la voz, en este caso narrativa, está en tercera persona, pero va desapareciendo conforme va adentrándose en la mente de Nausícaa. Esta mente, embriagada de alcohol y guiada por el deseo, invade a esa tercera persona, que se convierte en una especie de estilo indirecto libre, propio de la narrativa (no olvidemos lo dicho anteriormente: el poema tiene carácter narrativo). Este cambio de perspectiva, que se producirá después de que “el néctar se le suba a la cabeza” a Nausícaa, será nuclear en nuestro análisis. A partir de ahí, será a través de Nausícaa, o mejor, a través del deseo de Nausícaa, por donde tengamos que observar la realidad. El deseo será quien domine la mente de Nausícaa, será quien la haga ver en Ulises al “hombre de su vida”, “hermosa mezcla de fortaleza y sabiduría”, el que una vez más le haga “soñar su desdén”, será el que haga que sus ojos, sus oídos y su sexo hablen pidiendo a su “dueño”, será el que haga que la tercera persona vuelva a aparecer para definirla: “Todo es entrega en ti, dulce Nausícaa”. Ella, Nausícaa, será quien unifique constantemente lo físico (cabeza, ojos, oídos, sexo, cuerpo) con lo mental (todas sus ensoñaciones). Todos estos aspectos los trataremos pormenorizadamente más adelante, ya que ahora, como hemos dicho con anterioridad, sólo pretendemos dar una visión general a modo de primer contacto con el texto.

         Pero, ¿y Ulises? A Ulises lo vemos desde dos planos: el de la idealidad y el de la realidad. Lo vemos desde la idealidad cuando lo miramos a través de los ojos de Nausícaa, como ya hemos dicho arriba. Pero, cuando la voz “narrativa” abandona la mente de Nausícaa, dejando atrás su percepción de las cosas, aparece el verdadero Ulises. Es un hombre “aburrido de la fiesta”, que no olvida su misión (“perdido en el recuerdo de su patria”), y que será quien produzca el encuentro definitivo entre lo físico y lo mental: “y no se fija en ti, ni en ese cuerpo” (cursiva nuestra). Ulises es quien convierte el inicial optimismo ensoñado de Nausícaa en desdén verdadero, real. Y, paradójicamente, estos dos elementos, antitéticos semánticamente, se verán unidos en los versos finales del poema. Es una unión en el desdén. Pero será una unión sintáctica, ya que, como veremos, el encuentro de estos dos sentimientos es imposible, debido a  que el optimismo y la ilusión de Nausícaa y el desdén de Ulises se encuentran en dos esferas distintas (idealidad y realidad). Así lo dice el texto: “y no se fija en ti, ni en ese cuerpo / de diosa acribillado de mensajes / que nunca llegarán a su destino”.

         Sobre todos estos conceptos sentaremos las bases de nuestro comentario. Pasemos ahora al nivel microestructural, donde ya analizaremos más detalladamente el presente poema.    

 

2.- NIVEL MICROESTRUCTURAL

         A continuación procederemos a analizar la dispositio del poema, es decir, la disposición y desarrollo de todos los elementos enunciados en el apartado anterior, atendiendo además a los rasgos lingüísticos que nos puedan servir de ayuda para sacar a la luz toda la riqueza poética de este texto. Hemos estimado conveniente analizar desde ambos puntos de vista simultáneamente porque creemos que la conjugación de las dos perspectivas puede aportar mucho más a nuestro comentario, y así evitaremos separaciones forzosas que puedan anular la cohesión elemental que posee el presente texto.

         Los primeros versos del poema constituyen una presentación física del ambiente y de nuestra protagonista, Nausícaa. En el primer verso, el autor se encarga de dejar clara la referencia literaria que está recreando: “El mar de Homero ríe para ti”. Ya sabemos que el poema va a tener como base a Homero y su Odisea, configurando así un claro ejercicio de intertextualidad. Más adelante podremos concretar cuál es el episodio de la Odisea que se está recreando, cuando Ulises entre en escena: es, como ya hemos dicho con anterioridad, el canto VII de la gran obra homérica.

         Pero en ese verso, aparte de la referencia intertextual, nos encontramos con una bella metáfora que no debemos descuidar: “El mar… ríe para ti”. El poeta se dirige a alguien que está mirando al mar. Por supuesto, podemos suponer y suponemos que es Nausícaa, ya que el verso está colocado inmediatamente después del título. Pero ese mar “ríe” para ella. Podemos entender esta metáfora de dos maneras: 1) como metáfora de un mar en calma, apacible, agradable; 2) como una señal anticipatoria de todo el proceso introspectivo que se llevará a cabo sobre Nausícaa; el mar “ríe”, reflejando así el estado de ánimo de Nausícaa, que lo mira posiblemente dando ya forma a sus ensoñaciones, a sus deseos, a su ilusión, de los que parece alimentarse, como veremos más adelante. En el mar, Nausícaa encuentra un aliado que nunca le robará su ilusión, uno de sus rasgos definitorios.

         La descripción propiamente dicha se desarrolla en los siguientes versos. Sintácticamente distribuidos en complementos circunstanciales, encontramos todos los elementos físicos que configurarán el ambiente del poema: “en la baranda”, “en busca de aire fresco”, “con la copa”, “en la mano”, “por la fiesta”, “en el palacio de tu padre”. Entre todos ellos, vemos que destaca por su reiterada aparición el sintagma encabezado por la preposición “en”, que nos indica el dónde de las cosas, es decir, se encarga de situar todos los objetos físicos en el espacio que se presenta. La baranda, la copa en la mano, la fiesta, el palacio, más que un ambiente, conforman una escena, un cuadro que bien podría recordarnos cualquier escena de tinte romántico. Pero es una escena cargada de sensualidad, donde todos los elementos rodean a una Nausícaa “desnuda”, que mira al mar y cuya piel es acariciada por el “aire fresco”, que más adelante “inundará sus pulmones”. Este cuadro, con Nausícaa como musa, queda aislado del resto de la escena; algo que podemos observar mejor si atendemos, por ejemplo, a esa locución, “vienen y van”, que nos provoca una inconfundible sensación de movimiento y agitación que contrasta enormemente con la quietud de Nausícaa, aislada de todos “los invitados” y de “la fiesta” en “el palacio de su padre”, elementos que dan forma a una clara isotopía, junto al “néctar” y la “copa”, donde el sema principal es la “fiesta” propiamente dicha. Para terminar con estos versos, no queremos dejar en el tintero un rasgo que, como ya hemos dicho, nos parece nuclear: ya empieza a atisbarse la tremenda ironía de que el autor hará gala a lo largo del poema en el contraste entre elementos clásicos como el “néctar” y el “palacio” y la escena puramente cotidiana que ha empezado a desarrollarse en estos versos. Más adelante seguiremos ejemplificando el concepto de ironía; las muestras son abundantes en este texto.

         “El aire puro inunda tus pulmones / y el néctar se te sube a la cabeza”: dos versos que nos sirven de puente para adentrarnos en la psicología de Nausícaa. Ese aire que ella buscaba lo encuentra y el néctar, el alcohol, “se le sube a la cabeza”, donde tendrán lugar todas las vagas ensoñaciones de Nausícaa que conforman el centro del presente poema. “Pulmones”, “cabeza”, “mano”, y más tarde “oídos”, “ojos”, “sexo”, son elementos que claramente componen una isotopía del cuerpo humano estrechamente relacionada con el deseo y la pasión de Nausícaa, como veremos más adelante.

         A partir de aquí comienza a desarrollarse el núcleo del poema. Tras la quietud de la escena inicial, comienza la acción, por lo que el poema es aquí donde comienza a adquirir su carácter narrativo. No es casualidad que el verbo ocupe la primera posición en el verso, acompañado de un adverbio que indica progresión, avance: “Llega entonces”. Un verbo poderoso que anuncia la aparición de un nuevo elemento que será el objeto del deseo de Nausícaa. No es de extrañar: es el “hombre de su vida”. La mente de Nausícaa ya empieza a hablar a través de esa voz narrativa que, como hemos dicho, se convierte en una especie de estilo indirecto libre, una tercera persona que refleja los pensamientos de una primera persona. Por lo tanto, la voz del poema oscilará entre esos dos estadios, que establecerán casi un diálogo mediante el cual conoceremos todo lo que fluctúa en la mente de Nausícaa. Un buen ejemplo es: “Ulises es su nombre”. En medio de la ensoñación de Nausícaa aparece de nuevo, a modo de paréntesis o acotación, esa tercera persona que se encarga de aclararnos quién es ese hombre tan especial que ha llegado “a la terraza”, otro elemento que se introduce en ese juego de tradición/contemporaneidad que han venido estableciendo ciertos componentes del poema.

         No debemos olvidar que en nuestro planteamiento general señalábamos que una de las principales, si no la principal, dicotomía que el poema iba a manejar era la de físico/psíquico. Los versos 10 y 11 son muy significativos a este respecto: “Es una hermosa mezcla / de fortaleza y de sabiduría”. Ulises, en un solo verso, es magistralmente definido por el autor. En muy pocas palabras, el autor aúna el rasgo físico: “fortaleza”, y el rasgo psicológico: “sabiduría”, que mejor caracterizan a Ulises.

         En este mismo plano, queremos prestar especial atención a la expresión “hombre de tu vida”. Es un ejemplo claro de sintagma coloquial. Expresiones como ésta son buena muestra de la gran ironía que se desprende del poema: el autor utiliza el vocabulario propio del melodrama, como ya habíamos dicho antes, con clara intención irónica, y por tanto, una intención de distanciamiento. Ese vocabulario coloquial de que se sirve el autor dará lugar a una nueva isotopía: “hombre de tu vida”, “pasará de largo”, expresiones coloquiales cargadas de ironía en este contexto, a las que se les podría sumar “se te sube a la cabeza”, aunque no sea propia del amor, podríamos decir “cursi”, del melodrama, sino del ámbito de la fiesta, que, como vimos, también conformaba su propia isotopía.

         Ese ambiente melodramático se acentuará en los siguientes versos: “Tú no ignoras / que pasará de largo. Ya soñaste / su desdén tantas veces…” Descubrimos un nuevo rasgo de la ensoñación de Nausícaa: ella es consciente de su sueño, es consciente de que no será correspondida por Ulises; además, no es la primera vez que sueña con él y su rechazo. Pero es algo que no le importa, es más, es algo que le da vida, que le da ilusión para vivir y con lo que es feliz. No será la primera ni la última vez que sueñe con él, como insinúan esos puntos suspensivos, signo de posible continuidad, de proceso potencialmente repetible, que acaban esa frase tan significativa como es: “Ya soñaste su desdén tantas veces…” Nausícaa seguirá mirando al mar y pensando en Ulises, porque es lo que le da vida, aunque sepa que es un sueño que nunca se hará realidad.

         Los dos versos anteriores anticipan lo que ocurrirá al final del poema, cuando retornemos a la realidad y veamos el rechazo, no explícito, de Ulises. Finalmente, Ulises “pasará de largo”, porque “no se fija en ti, ni ese cuerpo” (verso 23), materializando ese “desdén” que Nausícaa soñó tantas veces y convirtiéndola, una vez más, en esa “diosa acribillada de mensajes / que nunca llegarán a su destino” (versos 24 – 25). Vemos cómo la voz narrativa está a medio camino entre la tercera y la primera persona: se dirige directamente a una segunda persona (“Tú”), que es Nausícaa referida desde la tercera persona, y es en esa tercera persona donde se reflejarán los pensamientos de Nausícaa, primera persona, como ya hemos dicho más arriba.

         Esa fluctuación de personas se verá más claramente a continuación, cuando “pese a todo” (poderosa locución por su situación privilegiada en el verso, que abarca todo lo anterior pero no lo tiene en cuenta para lo siguiente), Nausícaa vuelva a dar rienda suelta a todo ese deseo, ligado al desdén, que ya “soñó tantas veces”. La locución “pese a todo” resume la actitud de Nausícaa: aunque sepa que sólo va a recibir el desdén de Ulises otra vez, ella seguirá soñando, ilusionándose en vano, esperando inútilmente que ese rechazo se convierta algún día en amor. Y así, de nuevo, desatará todo su deseo, su desenfrenado deseo, de la siguiente manera: “Pese a todo, / el brillo de tus ojos insinúa: / “No me canso de verte”. Y tus oídos / reclaman: “Háblame, dame palabras / para vivir”. Y con el sexo dices: / “Dueño mío, haz de mí lo que te plazca”. Analicemos estos versos de una manera detenida.

         El deseo de Nausícaa se expresa mediante una estructura más o menos fija que intentaremos explicar lo mejor posible. En primer lugar, debemos señalar que se manejan los dos estilos discursivos: el estilo indirecto y el estilo directo.

         En el estilo indirecto se dan cita de nuevo algunos elementos físicos de Nausícaa, completando la isotopía que ya habíamos anunciado con anterioridad. Pero, en estos versos, esos elementos (ojos, oídos, sexo) van referidos metonímicamente a la misma Nausícaa, que se expresa a través de ellos. El estilo indirecto lo lleva a cabo una tercera persona que se refiere a Nausícaa (verbos en segunda persona) y que da paso al estilo directo, que reproducirá literalmente los pensamientos de ésta. Básicamente, el estilo indirecto en estos versos se corresponde con la siguiente estructura: elemento físico + verbum dicendi: “el brillo de tus ojos insinúa”, “tus oídos reclaman”, “con el sexo dices”. Esto quiere decir que las tres oraciones están conectadas por un evidente paralelismo sintáctico y un polisíndeton (conjunción “y”) que recalcan e intensifican la concupiscencia de Nausícaa, esa sensualidad que rezuma nuestra diosa.

         Pero será en el estilo directo donde el deseo y el desenfreno de Nausícaa alcancen su cumbre. Los sentidos de Nausícaa insinuarán, reclamarán y dirán de manera directa, firme y apasionada todo lo que desean, todo lo que necesitan de Ulises, todo lo que Nausícaa necesita de Ulises, ya que, como dijimos más arriba, esos sentidos actúan como metonimia de nuestra diosa. Tanta pasión y deseo se percibe, sobre todo, en esos verbos en imperativo, dotados de magnífica fuerza y vigor: “Háblame”, “dame”, “haz”. Son palabras cargadas de sensualidad y sexualidad. Todo ese desenfreno que se ha desarrollado en estos versos se resume a la perfección en el verso 20: “Todo es entrega en ti, dulce Nausícaa”. Esos ojos que no se cansan de ver, esos oídos que necesitan palabras, ese sexo ardiente, “todo es entrega en ti, dulce Nausícaa”. Este verso tan directo es la mejor definición que se puede dar del carácter de Nausícaa; con él se cierra magistralmente el núcleo del poema, donde nos hemos sumergido en la mente de nuestra protagonista y hemos podido ser espectadores de todo el deseo y la sensualidad que anidan en su interior y que despiertan cuando Ulises entra en escena.

         Visto todo esto, ¿cuál es la reacción de Ulises? Los siguientes versos nos lo dirán. Versos que se abren con un súbito “Pero”. Ese “pero” es de importancia capital: nos devuelve a la realidad, dejando atrás a aquella primera persona, a Nausícaa, y permitiendo que de nuevo la tercera persona sea objetiva y se centre en el otro personaje de este poema: Ulises. Un “pero” que fulmina todo lo anterior, que acaba con las ensoñaciones de Nausícaa, con todo el deseo, con toda la pasión que se desprendía de aquellas oraciones directas, periódicamente cortas, de nuestra melodramática heroína, sobre la que el autor ha descargado una buena dosis de ironía y a la que ahora abandona para retornar al mundo material, en el que toda esa fantasía nunca podrá materializarse.

         En estos versos ocurre lo que a todas luces era predecible: el desdén de Ulises. Esto era más que predecible. Eran muchas las señales que nos lo anticipaban. Ulises no corresponderá el deseo de Nausícaa: nuestro héroe “está aburrido de la fiesta”. Y está “perdido”, como Nausícaa, aunque en algo muy diferente: “el recuerdo de su patria”. En este verso aparece de nuevo, levemente, la ironía que nos ha acompañado a lo largo del poema: nuestro héroe está “perdido”, aislado del mundo, igualándose en este aspecto a la melodramática Nausícaa, pero a la vez tenemos al verdadero Ulises, a nuestro verdadero héroe, que no olvida su patria y que navega por ese “mar de Homero” del que se hablaba en el primer verso del poema.

         Los últimos versos del poema son muy significativos. En ellos se “encuentran” los dos personajes, se produce la unión de lo físico y lo psíquico de Nausícaa a través de la mirada, o mejor, de la no – mirada, de Ulises. Como dijimos al hablar de la inventio, es una unión en el desdén. El rechazo de Ulises se produce en los dos niveles: en el nivel psíquico (el pronombre “ti”, representante de Nausícaa y toda su “entrega”) y en el nivel físico (“ese cuerpo / de diosa acribillado de mensajes / que nunca llegarán a su destino”).

         Para ir acabando con nuestro comentario, analizaremos brevemente el sintagma adyacente que acompaña a ese “cuerpo de diosa”. Un cuerpo “acribillado de mensajes que nunca llegarán a su destino”. Sin duda, lo que más nos llama la atención es el adjetivo “acribillado”, que parece estar fuera de lugar en esta composición. En nuestra opinión, su función es acentuar el deseo no realizado de Nausícaa, además de designar su futuro inequívoco: ese cuerpo, metonimia de la existencia de nuestra protagonista, está “acribillado”, es decir, está marcado, ligado fuerte e inextricablemente a una existencia repleta de deseo, repleta de “mensajes” (esos que mandaban los oídos, los ojos, el sexo) “que nunca llegarán a su destino”, un destino en el que Nausícaa seguirá siendo ignorada por Ulises, pero un destino en el que Nausícaa “seguirá soñando” con ese “desdén” de nuestro héroe que tan feliz la hace. Nausícaa y esos “mensajes” siempre estarán unidos por el deseo, por la entrega: “Todo es entrega en ti, Nausícaa”. La historia se repetirá eternamente: Nausícaa seguirá deseando a Ulises, seguirá siendo “acribillada”, y éste seguirá ignorándola, seguirá sin fijarse en ella ni en su cuerpo. Todo ello consecuencia inevitable de algo que ya habíamos apuntado anteriormente: la dicotomía idealidad / realidad en que se mueven los personajes. El mundo de Nausícaa es ideal; Ulises se mueve en el mundo real: el encuentro es imposible.

         Por cierto, y ya acabamos, ambos mundos pueden ser caracterizados desde un plano elocutivo: el plano ideal de Nausícaa, el plano del deseo, maneja un periodo corto, rápido, directo, a veces incluso desenfrenado; el plano real de Ulises es periódicamente más extenso, con un carácter más descriptivo.            



[1] El hacha y la rosa (Renacimiento, Sevilla, 1993).