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Dans un tableau les mots sont de la même substance que les images (René
Magritte).
1.
Introducción
El
título de este artículo, Adversus Cernuda, pretende resumir el contenido
de la misma y el juicio que de ella hubiera merecido por parte del homenajeado
poeta. En primer lugar, porque a lo largo del mismo examinaremos la
interpretación pictórica que el pintor Antonio Martínez Mengual elabora a
propósito de los versos del poeta, en este sentido ad-versus o junto
a los versos de Cernuda, y en segundo lugar, porque es bien conocida la
aversión que el poeta sevillano profesaba a las posibles
"ilustraciones" para su poesía, así pues, dicha representación
poética y el presente estudio supone una oposición a tal idea, o lo que es lo
mismo, de nuevo un adversus Cernuda.
En
el Epistolario del 27 de José Luis Cano, fundador de la colección de
poesía Adonais en la que se recogen cartas inéditas de Guillén, Cernuda
y Prados, Cernuda afirma sucintamente
su rechazo a la ilustración en poesía. En la posdata de la carta
dirigida a José Luis Cano desde el Mount Holyoke College en Massachusets con
fecha de 23 de diciembre de 1947, Cernuda indica que no le agrada el diseño
pictórico de Adonais:
No me gusta la viñeta
que llevan los tomitos de Adonais. ¿Podría suprimirse en mi libro? (Cano,
1992:73).
En
una segunda carta, escrita, asimismo, desde el Mount Holyoke College con fecha
del 18 de febrero de 1948, el poeta vuelve a incidir en su negativa a incluir
dibujos en sus poemarios, dando esta vez razones contundentes que alejan del
horizonte editorial cualquier nueva propuesta al respecto:
Me olvidaba añadir que
no quiero dibujos para Ocnos, ni por lo demás para ningún escrito mío
quiero ilustraciones. Con ellas se limita y equivoca, la imaginación del
lector; si éste no tiene ninguna, lo mejor es que deje el libro
(Cano, 1992:74, la cursiva es nuestra).
Cuanto
menos no dejan de sorprendernos estas afirmaciones del poeta, por varios
motivos. Primeramente porque no era insensible a las vanguardias pictóricas de
su tiempo, porque contaba en su círculo de amistades con la presencia de
pintores como Lahuerta y Prieto, poetas y pintores como lo era Alberti y su
apreciado García Lorca, y porque vivió una época en la que se originó un primer
acercamiento hacia la concepción del texto simultáneo que proliferaría
durante las épocas cubista, futurista, dadá y surrealista. En esta etapa de
vanguardias, el texto se situó muy cerca de la imagen y la pintura por su modo
de significación visual y, a menudo, se dieron colaboraciones entre lo
pictórico y lo verbal como las de André Gide y Maurice Denis en Le voyage
d'Urien en su edición parisina de 1893 (Christin, 2001:171-184) obra muy
apreciada, por otra parte, por Luis Cernuda. De hecho, existen unas acuarelas
sobre papel que ilustraban el poema Égloga en una edición que nunca
llegó a ver la luz[1].
Analizando
detenidamente las palabras del poeta al respecto, a saber, que "la imagen
limita y equivoca la imaginación del lector" no podemos sino situar a
Cernuda en una corriente de pensamiento tan antigua y fecunda como el
nacimiento de la cultura occidental y que puede muy bien resumirse en las
siguientes palabras de Ángel López García:
Históricamente se
constata un claro menosprecio intelectual de las imágenes en beneficio del
análisis de los escritos. Ello tiene que ver, probablemente, con el menosprecio
de la imagen en beneficio de la palabra dentro de la tradición occidental. Pese
al teórico paralelismo que se solía establecer entre las artes plásticas y las
del lenguaje del que la fórmula horaciana del ut pictora poeisis es sólo
una manifestación afortunada más, lo cierto es que la dignidad de ambas artes
no se consideraba equivalente: para los griegos la poesía se basaba en la
inspiración sagrada, la pintura es un arte mecánica (López García, 1998:76).
Con esto queremos
decir que la cultura occidental de raíz judeocristiana concibe el mundo como un
gran texto[2],
en el que las imágenes son un mero adorno, una ayuda para los faltos de
entendimiento o un apoyo a la lectura para los ignorantes tal y como afirmaba
el Papa Gregorio Magno a propósito de las representaciones religiosas de la
Sagradas Escrituras:
Una cosa es adorar una
pintura y otra aprender en profundidad, por medio de pinturas, una historia
venerable. Porque aquello que la escritura hace presente al lector se lo
muestran las pinturas a quienes no saben leer, a aquellos que sólo disponen de
sus ojos, porque los ignorantes ven de ese modo la historia que deberían ser
capaces de seguir, y aquellos que no conocen las letras descubren que pueden,
en cierto modo, leer (cit. por Manguel, 1998:121).
En 1025 el sínodo de Arrás afirmaba que lo
que la gente sencilla no puede captar mediante la lectura de las escrituras
puede aprenderlo contemplando pinturas (íb.). A partir de este momento, y
teniendo en cuenta la escasa consideración histórica de la imagen, la mezcla de
signos lingüísticos y pictóricos es considerada por ciertas mentalidades como
una falta imperdonable:
L’Illustration, en général et l'enseignement par image, en particulier,
parce qu'ils débordent les codes de l'écriture et échappent plus aisément au
contrôle des clercs on été suspects de frivolité et d'inconséquence dans les
milieux lettrés jusqu'au XIX siècle (Melot, 1985:287).
Así, cuando Cernuda
censuraba la aparición de dibujos en su obra participa, en cierta medida, en
este sentir tradicional sobre la "mala imagen de la imagen". Sin
embargo, siendo rigurosos, la historia del objeto de arte en el que confluyen
texto e imagen es antiquísima pues se remonta a los orígenes de la literatura
europea: en la literatura grecolatina se recogen infinidad de descripciones que
toman como pretexto imágenes, tapices, esculturas. También contamos con la
representación teatral griega, la representación total, donde imagen y palabra
conviven productiva y pacíficamente. Conocemos diversas modalidades de la
irrupción de lo visual en el texto, desde las iluminaciones e ilustraciones
medievales al libro ilustrado moderno, pasando por la utilización de la
escritura en la pintura o los caligramas. En la república del arte se han dado
numerosas ocasiones de colaboración entre distintos creadores, como ha ocurrido
con la pintura y la poesía, prisioneras ambas de un mismo espacio. La
coexistencia de lo icónico y lo verbal en una misma página no se entiende sin
la doble materialidad del papel: el espacio en blanco se ofrece del mismo modo
a la creación pictórica que a la literaria. De este modo lo entendió Mallarmé con su poema Invitation
pour "La Revue Indépendante" de 1887. El poema se inscribe en el mismo espacio que la imagen
diseñada por Louis Anquetin, un conjunto de hojas, simbolizando de este modo la
común materialidad de ambas artes (Krüger, 1990:30).
2.
El texto también es una imagen
En estas líneas
queremos destacar un hecho que, pese a su obviedad, pasa desapercibido a
menudo, incluso hoy en día, entre escritores y teóricos especialmente celosos
de la palabra[3] que como en
el caso de Cernuda la enfrentan irremediablemente a la imagen. Y es que hace ya
varios siglos que la literatura ha dejado de ser fundamentalmente la palabra dicha
y oída, abandonando tal vez su primigenio y genuino estatus lingüístico,
para convertirse en palabra escrita y leída, es decir, vista por
lo que lo verbal se aproxima, cada vez más, al estatuto de la imagen. Y en este
devenir histórico, de entre todos los géneros literarios la poesía es, sin
duda, la que más atención ha prestado a su visualidad. Por una parte, porque
siempre se ha visto en la poesía una fuente de imágenes psíquicas,
emocionales, estéticas; por otra, porque tenemos la impresión de que en los
textos poéticos la disposición gráfica, la presencia de elementos visuales, o
bien el contexto visual de una edición, juegan un papel dominante y que serán,
por tanto, elementos perceptivos de capital importancia para la interpretación,
esto es, para la lectura de la obra. Sin embargo, en los estudios lingüísticos
a menudo se ha pasado de puntillas sobre el hecho de que el sistema de signos
escritos ha dejado de ser secundario respecto al logos oral de tradición
clásica. Sólo con los avances de la lingüística textual, la pragmática y la
semiótica se han podido ampliar los horizontes de estudio del hecho
comunicativo-lingüístico hasta incluir en él aspectos como la espacialidad del
texto, su disposición gráfica o las relaciones que éste mantiene con otros
sistemas significantes en textos heterogéneos. Tales aspectos no carecen de
interés para nosotros:
Sin embargo, a poco
que se reflexione sobre el mismo descubrimos de inmediato su importancia, en
primer lugar por su presencia inexcusable en numerosos textos de lengua objeto,
aquellos que operan en el proceso comunicativo por medio de su materialidad
gráfica. La composición o disposición gráfico espacial es la conformación
congénita de las realidades lingüísticas mencionadas, ya como punto final del
proceso de génesis o producción lingüística, ya como punto inicial del proceso
de síntesis o interpretación lingüística (Jiménez Cano, 1983:230).
Saussure ya mencionaba en el Curso de
Lingüística General nuestras dos maneras de leer lo escrito. La palabra
nueva o desconocida es deletreada letra por letra; pero la palabra usual y
familiar se aprehende de un sólo golpe de vista independientemente de las
letras que la compongan: la imagen de esta palabra adquiere para nosotros un
valor ideográfico.
3. La
imagen es también un texto
En la historia del pensamiento
semiótico el tema del iconismo goza de cierta modernidad. Tengamos en cuenta
que la sociedad con imágenes ha existido siempre mientras que la "sociedad
de imágenes" es un producto cultural que apenas alcanza el medio siglo. El
bombardeo visual al que el ciudadano occidental medio se ve diariamente
sometido constituye una nueva fase en la historia de las comunicaciones
humanas. La teoría de la imagen, la comunicación audiovisual, la retórica
de la imagen son sintagmas recientes en el parnaso de las disciplinas
científicas asentadas que nacieron en el seno de las teorías de la comunicación
oral/escrita y que alcanzaron su mayoría de edad tardíamente.
Si bien es verdad que las primeras
preocupaciones teóricas en torno a la imagen como medio de comunicación nacen
con los tratados de arte (Calabrese 1985:19) no es menos cierto que la
textualidad de la imagen es mucho más antigua. Desde las pinturas rupestres
hasta la pintura flamenca, de las esculturas renacentistas hasta la
arquitectura contemporánea, cualquier espectador de las mismas ha percibido un
sentido, una significación más o menos clara en un fenómeno organizado
comunicativamente. El receptor de la obra como co-enunciador de la misma ha
sentido un espacio significante acotado con leyes de organización interna, esto
es, ha vivido la imagen como un texto. Si bien este texto no se regula del
mismo modo que el texto verbal:
El cuadro como el poema, es ante
todo el dominio espacial del alojamiento simbólico; pero no como un espacio
caótico, ajerarquizado sin reglas de constitución estructural causal. La
semántica de los símbolos iconográficos funciona en el cuadro según una
regulada sintaxis de la organización plástica del espacio. Esta a su vez, no es
ajena tampoco a los principios constitutivos de la orientación antropológico-imaginaria
del hombre en su mundo (García Berrio, 1988:16).
Con los primeros análisis
textuales rigurosos de imágenes se llegó al convencimiento de que la imagen es
una forma vacía que necesita de la competencia interpretativa del observador,
ya que las semejanzas entre objeto y discurso no se establecen nunca al azar
sino mediante unas convenciones culturales que productor e intérprete conocen a
la perfección. De lo que se desprende una existencia de reglas y un conjunto de
mínimos que hacen posible la información y la comunicación a través de la
misma. Y estos presupuestos son válidos tanto para la pintura abstracta
contemporánea[4] como para
las obras de arte medieval, donde el espectador contemporáneo debe reconstruir
ciertas reglas de recepción no coetánea. Así, por ejemplo, un espectador actual
al que no se le presuponen conocimientos de arte, le sorprenden las diferencias
de tamaño de las figuras representadas en un cuadro medieval, o no es capaz de
reconocer el simbolismo de los colores, las flores o los animales que aparecen
en escena. Para un lector medieval las diferencias de talla remitirían
rápidamente a una diferenciación social, y reconocería el valor simbólico, en
muchos casos heráldico, de las plantas o los animales representados en el
cuadro.
4. Los textos híbridos
Hasta
el momento, hemos comprobado cómo la relación entre texto imagen se remonta al
propio nacimiento de la civilización humana, y como esta realidad icónicoverbal
se ha ido transformando, sobre todo, en cuanto a la apreciación de la imagen se
refiere, aunque hay que anotar, asimismo, una creciente consideración visual de
la palabra. Es imposible saber a ciencia cierta si fueron los pintores o los
poetas los inventores del texto visual moderno. Si bien Marinetti y Apollinaire
reflexionaron sobre el texto hasta los confines de una concepción de texto
visual, parece que Braque, Picasso, Severini, Carrà entre otros, fueron los
primeros en transgredir su propio campo de significación y en incorporar textos
en sus imágenes o bien en pintar con las palabras. (Krüger, 1990:50-51).
A
nivel teórico esta convivencia pacífica que se da en entre las artes no suele
ser la habitual porque existen discrepancias en torno a:
a. Las especificidades del signo icónico y el
verbal.
b. La controversia de la arbitrariedad o no del
signo icónico.
c. Los distintos modos
de pensamiento en tanto que funciones inherentes a los diferentes sistemas
semióticos: pensamiento simultáneo para la imagen vs pensamiento lineal
para el lenguaje
No podemos detenernos a tratar
todos y cada uno de estos apartados, baste decir que nuestra posición es la que
equipara funcionalmente ambos tipos de textos: tanto el signo visual y signo
verbal se corresponden con una misma función semiótica de significación y
comunicación basada en la convención (en lo referente a la relación que
mantiene cada uno de sus respectivos planos de la expresión y el contenido) y
el emparejamiento por presencia total, parcial o inexistente (en relación a su
referente) lo que Arnheim denomina referencias isomórficas y no isomórficas
(1969:263). La disposición espacial y simultánea del signo visual contrasta,
lógicamente, con la linealidad y temporalidad lingüística, si bien ésta no se
percibe de manera directa en la escritura y mucho menos en la poesía; del mismo
modo que el mayor grado de simbolismo y analiticidad en el lenguaje hace de sus
signos unidades interpretables y reutilizables fuera de contexto frente a las
formas de comunicación visuales que, normalmente, deben ser interpretadas y
redefinidas en su contexto.
De las diferencias más que de las
semejanzas y de la subordinación histórica de la imagen respecto a la palabra
se han nutrido las opiniones de críticos, teóricos e incluso poetas que, como
el propio Cernuda, exaltaron la palabra frente a la imagen por su carácter más
arbitrario y enfrentaron ambas posibilidades poéticas de manera irresoluble. El
filósofo Lessing fue uno de los primeros en escribir un tratado[5]
para describir la superioridad de la poesía sobre la pintura porque el campo
que a la fantasía humana le abren los signos arbitrarios del lenguaje, según
este autor, es incomparablemente más amplio que el que pueden abrirle los
signos naturales de la pintura, cuyo único poder de incitación a la imaginación
humana es el de hacerle reproducir en su interior la realidad representada en
el cuadro (1977:29). Tales afirmaciones deben matizarse contextualmente ya que
esta obra fue escrita a mitad del siglo XVII cuando las artes plásticas eran
todavía figurativas:
Respecto a las semejanzas que
pueda haber entre poesía y pintura, Spence llega a las más peregrinas ideas.
Este autor cree que, entre los antiguos, estas dos artes estuvieron tan
estrechamente ligadas que anduvieron siempre de la mano, y que el poeta no
perdió nunca de vista al pintor ni el pintor al poeta. Que la poesía sea una arte
más amplia que disponga de bellezas[6]
que la pintura no es capaz de alcanzar que muy a menudo tenga motivos para
preferir bellezas no pictóricas a bellezas pictóricas: en todo esto no parece
que Spence haya pensado (íb.:117).
Estas palabras de Lessing aplicadas
a la actualidad pueden servir para equiparar el valor poético tanto del texto
verbal como de la imagen artística. Cuando hablamos de objeto, de signo
artístico, entendemos que éste sólo tiene sentido como tal cuando pone en
evidencia su diferencia con la cosa representada. Debemos, por tanto,
tener presente que esta concepción estética es la base del arte moderno, donde
el concepto de mimesis ya ha sido abandonado por ambas artes y los lazos
entre el signo artístico y el referente se encuentran cada vez más desatados.
No existe, pues, una jerarquía de dificultad o de capacidad intelectual, ni de
valor estético, que sitúe a la poesía por encima de la pintura.
Con esta afirmación, no obstante,
evitamos defender lo contrario, a saber, que la pintura supera a la poesía, ni
siquiera pretendemos nivelarlas en cuanto a la recepción estética se refiere,
pero sí destacar que ambas tienen derecho a una convivencia pacífica (y
añadiríamos fructífera) en el espacio común que supone la hoja en blanco.
5. Lectura de una lectura
Christian Metz
razonaba que el trabajo de un semiótico del cine empieza en el momento en el
que termina el del cineasta. El semiótico encuentra ante sí el filme ya
realizado y no tiene que explicar cómo debería hacerse. No camina hacia
el filme sino desde el film hacia tal o cual de sus sistemas. El
itinerario del semiótico es paralelo al del espectador en este sentido: es el
recorrido de una lectura y no de una escritura. Pero mientras el espectador
franquea este recorrido de un tirón "comprendiendo" el objeto
artístico, el semiótico querría, además, comprender cómo se comprende. La
lectura del semiótico es, pues, una metalectura (Metz, 1973:103). De ahí
que el análisis de la obra de Martínez Mengual a propósito de los versos de
Cernuda supongan otra vuelta de tuerca: es la lectura de una lectura pictórica
de Cernuda.
La obra[7]
se compone de 35 piezas (óleos sobre lienzo, óleos sobre tabla y técnica mixta
sobre papel) estructurados en temas: El amante (figs.: 1, 27, 28, 29,
30, 31, 32, 33, 34, 35), El mar (fig. 29), La primavera (fig. 3),
La casa (fig. 4), El amor (fig. 5), Contigo (fig.
6), Poemas para un cuerpo (fig. 7, 8, 9), Otros aires (figs. 11,
12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25).
Cuando al inicio de
este trabajo afirmábamos que la obra de Martínez Mengual era una lectura ad
versus Cernuda pretendíamos fundamentalmente considerarla como una
interpretación artística, una traducción semiótica, de los versos del poeta.
Esto es, los cuadros no pretenden crear una solución ilustrativa del tipo de la
correlación: el poema A se corresponde con el dibujo B. Si bien es cierto que
el pintor ha elegido unos cuantos poemas para centrar su orientación expresiva,
no es menos cierto que estos poemas resultan emblemáticos para el conjunto de
la obra cernudiana y que son el resultado de una estudiada selección, pues, en
ellos se recogen los temas esenciales de la misma: el amante, el hedonismo y la
soledad, la realidad y el deseo. La interpretación se realiza en ocasiones a
raíz de un sólo verso o puede abarcar en cambio toda una serie como la de los
árboles presente en "Otros aires".
En la composición
pictórica de la imagen, de cualquier imagen, encontramos una serie de elementos
seriados, sistematizados y organizados según unos principios. Estos elementos
son justamente los que nos permiten inferir el sentido a un cuadro. Tales
componentes han convenido en llamarse "signos icónicos" y siguen unas
reglas de disposición semántica y sintáctica (Joly, 1994:96-98).Si bien es
cierto que estas directrices pueden ser reinterpretadas o violadas en la
manifestación artística, tanto en la poesía como en la pintura, no es menos
cierto que cualquier desviación supone implícitamente un recorrido, una norma,
desde la cual nos alejamos en la composición poietica.
Los signos icónicos
son signos complejos constituidos por una expresión y un contenido. Así, un
círculo rodeado de palitos (expresión) nos remite a la idea de sol (contenido).
Pero, a su vez, ambos planos, expresión y contenido, se desdoblan en forma y
sustancia. Esto es, en el plano de la sustancia de la expresión en pintura
tenemos una serie de posibilidades plásticas (material, técnica, color, formas,
continuidad, etc.) que concretamos culturalmente en unas formas. En el ejemplo
anterior se muestra no se elige normalmente un círculo simple o un conjunto de
círculos concéntricos para representar al sol sino un círculo rodeado de líneas
que emanan de él. En el signo icónico el plano formal de la expresión se conoce
como signo plástico. Lo plástico es un continuum que el signo
icónico trocea, y que organiza según unos ejes susceptibles de graduación.
Estos ejes son:
-El color con
todas las tonalidades del espectro luminoso.
-La forma, con
las líneas, las formas geométricas propias, los puntos, las superficies.
-La espacialidad
que incluye la composición interna de la representación por oposición a ejes de
verticalidad y horizontalidad (alto/bajo, izquierda/derecha, cerca/lejos,
orientación, etc.).
-La textura con
la oposición granulado/fino, etc.
Que destaquemos la
parte plástica del signo icónico aquí no es cuestión ociosa, pues, la lectura
de Martínez Mengual es fundamentalmente una lectura plástica. El color,
la disposición espacial (horizontal vs vertical) y la textura son las
tres coordenadas esenciales de la obra que analizamos. Esta opción pictórica
revela ya un sentido general de la misma: se nos ofrece la expresión en su
grado máximo. Lo cual no invalida, por otra parte, la existencia de unas
isotopías o líneas de significación asociadas a estas coordenadas, como veremos
más adelante. En realidad lo que se demuestra ante todo es una voluntad
artística: la de la expresión pura de la imagen. Si el poeta reivindica su
medio físico de expresión, la palabra, el pintor hace lo propio con la imagen.
La expresión liberada de la carga de un contenido formalizado sugiere, más que
explica, incita los sentidos y, en consecuencia, provoca el efecto contrario
del que hablaba Cernuda: no constriñe el significado de los versos sino que les
crea un nuevo itinerario. Como dice André Chenier en su poema L'Invention:
Etale et fait
briller leurs richesses secrètes
Qui, par des
noeuds certains, imprévus et nouveaux,
unissent des
objets qui paraissent rivaux
Examinemos con más
detención estos cuadros.
Si hay una reiteración
de color teniendo en cuenta todas las variantes tonales, esta es, sin duda, la
oposición rojo y azul. En El amante (fig. 1) El mar (fig. 2), La
casa (fig. 4), El Amor (fig. 5) Contigo (fig. 6), Poemas
para un cuerpo (figs. 7,8,9,10) Otros aires (figs. 11, 12, 13, 14,
15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25) y El amante (27, 28, 29, 30,
31, 32, 33, 34, 35) hay una tensión creciente entre estos dos colores, quizá
más destacada en Poemas para un cuerpo, El amante, y Contigo.
De la misma manera, se
percibe una oposición espacial entre la primacía vertical, destacable en la
serie Otros Aires y la horizontal representada por la serie de Poemas
para un cuerpo y El Amante. Estas dos oposiciones, contrastadas y
matizadas en algunos cuadros constituyen el leitmotiv de la lectura de los
versos de Cernuda.
Rojo y azul no son dos
colores señalados nominalmente por el poeta en sus versos, lo que constituiría
una solución de tipo ilustrativo, sino que nacen de las interpretaciones
plásticas en torno a dos ejes clásicos en la obra de Cernuda: la materia y el
espíritu, la realidad y el deseo.
Sabemos que la
percepción del color es un hecho cultural. El historiador Michel Pastoreau en
su Dictionnaire des couleurs de notre temps. Symbolique et Société, da
la razón a Goethe contra Newton. Muestra que el descubrimiento del prisma de
colores por Newton no afecta a la percepción que de éstos se ha elaborado a
través de los siglos y los diferentes países. De este modo, el único discurso
posible sobre el color se resuelve siempre en términos antropológicos (Joly,
1994:103). Así pues, podemos decir que en Occidente se ha constatado antropológicamente
una serie de sensaciones en la percepción del color rojo que nos interesa
destacar aquí.
El rojo etimológicamente
significa "luz" en sánscrito, es el color por excelencia de la vida
en su máxima intensidad, la materialidad física, siendo el color más cálido del
espectro. En el Dictionnaire de symboles de Chevalier y Gheerbrant
(1982) el rojo es considerado universalmente símbolo fundamental del principio
de vida. Asociado al fuego y a la sangre participa de la ambivalencia de estos
símbolos, ya que un exceso de intensidad en los mismos puede significar todo lo
contrario al principio de vida: destrucción y muerte —no olvidemos que el rojo
es, asimismo, el color de la guerra, de Marte y el infierno—.
En los cuadros de
Martínez Mengual, el rojo se presenta en su sentido más terrenal y físico sin
alcanzar, pese a su intensidad, los dominios de la destrucción. Así, aparece en
Poemas para un cuerpo —una serie de cuatro cuadros que no corresponden a
ningún poema concreto— variaciones en torno al imaginario de Cernuda del cuerpo
amado, donde la figura humana es, fundamentalmente, física, carnal, roja. Es la
realidad palpable del cuerpo deseado, como define el propio Cernuda en Sombras
blancas "el ardiente color de la vida ignorado".
Mas mi amor nada puede
sin que tu cuerpo
acceda:
Él sólo informa un
mito
En tu hermosa materia
(Un
hombre con su amor)
Como bien sabemos por
la lingüística estructural, el valor de un elemento en un sistema viene dado
por el resto de componentes de ese sistema. El valor del rojo, por tanto, se
instituye gracias al color que se le opone en la serie pictórica que estamos
comentando, es decir, el azul.
Si respetamos el
espectro científico de colores, el color opuesto al rojo es el verde. Sin
embargo, la realidad antropológica no ratifica precisamente dicha oposición:
Le plus ancienne contraire du rouge était le blanc qui avait deux contraires:le
rouge et le noir. Puis le rouge a été opposé au bleu et au blanc (Joly,
1994:103).
La oposición del rojo
y el azul se debe, en buena medida, precisamente a los valores culturales que
ambos portan, a las sensaciones y a los significados simbólicos generados en el
colectivo antropológico. Técnicamente, el rojo es el color más cálido del
espectro y el azul el más frío. Esta oposición de significado es palpable desde
las pinturas medievales hasta los usos de vanguardia:
Plus le bleu est profond, plus il attire l'homme vers l'infini il éveille
en lui la nostalgie du Pur et de l'ultime suprasensible (Kandisky, 1989:149).
Le rouge (...) agit intérieurement comme une couleur très vivant, vive,
agitée qui n'a cependant pas le caractère insouciant du jaune qui se dissipe de
tous côtés, mais donne l'effet, malgré toute son énergie et son intensité, de
la note puissante d'une force immense presque consciente de son but (íb.:157-158).
De este modo, el azul se define como el más inmaterial de
los colores, hecho de transparencias, esto es, de vacío acumulado como en el
agua y el aire, el cielo y el mar. De ahí que simbolice lo exacto, lo puro, lo
frío. (Chevalier-Gheerbrant, 1982: 129) Como ocurre con el rojo, el azul puede
resultar ambivalente y, por tanto, en ocasiones puede revelar una consideración
negativa de significado sugiriendo en vez de espiritualidad, indiferencia, o
indolencia en el espectador.
El azul destaca por su
intensidad en Poemas para un cuerpo, Contigo, El mar, El
amante aunque las tonalidades más fuertes se registran en la primera
serie. La tensión que emana de esta serie y del cuadro Contigo se debe,
precisamente, a esta oposición casi pura entre los dos colores, en el que se ha
omitido el valor de la textura en pro del juego exclusivo de colores: la
tensión de lo físico (rojo) respecto a lo espiritual (azul), de lo concreto a
lo abstracto, de la emoción al pensamiento, de la realidad al deseo.
La oposición
horizontal/vertical se presenta como la segunda característica de la lectura pictórica
de Martínez Mengual generando tensión significativa en toda la obra. En la
serie de El amante y en El mar prima la horizontalidad frente a
la verticalidad de Otros Aires, El amor o La casa.
Mientras que en Poemas para un cuerpo dos de las obras tienen un
predominio vertical y las otras dos se regulan en la horizontalidad. ¿Por qué
destacamos este juego de ejes espaciales? Porque el pintor ha representado con
esta contraposición plástica, cual eje de abcisas y coordenadas, este espacio
significativo en la poesía cernudiana del que venimos hablando: el que discurre
entre lo presente y lo ausente, lo expresable y lo inexpresable, lo real y lo
anhelado.
La serie de árboles
que emanan del poema Otros aires simbolizan lo real, lo que es y está
para el poeta, un anclaje necesario a la tierra, una propuesta hacia el
equilibrio lo que, sin duda, se significa plásticamente con la predominancia
vertical:
Extraño
nada es sino propicio
Y
familiar, aunque reciente
Seas
aquí; y entre esos troncos
Hallas
tu mundo fiel, que pide
Confianza
y amor de parte tuya
Y
ofrece de la suya
Luz
nueva y soledad inspiradora.
(Otros aires)
En El amor de Ocnos
ocurre lo mismo, el poeta siente que los árboles que contempla son y producen
una armonía y equilibrio palpables, reales:
Yo iba con frecuencia
a verlos. Me sentaba frente a ellos, cara al sol de mediodía, y mientras los
contemplaba, poco a poco sentía cómo iba invadiéndome una especie de beatitud.
Todo en derredor de ellos quedaba teñido, como si aquel paisaje fuera un
pensamiento, de una tranquila hermosura clásica: la colina donde se erguían, la
llanura que desde allí se divisaba, la hierba, el aire, la luz.
Frente a esta
realidad, de equilibrio, de verticalidad y de armonía se sucede la serie de El
amante y El mar absolutamente horizontales. La horizontalidad dibuja
el reposo, la calma, el estatismo, la falta de dinamismo, y en estos cuadros
todo estas propiedades confluyen en una sensación de quietud que, a diferencia
de la poetizada arriba, aparece como irreal. No obstante, percibimos
diferencias de dicha tensión vertical/horizontal entre El mar (fig. 2) y
El amante (fig 1) respecto a la serie completa de El amante
porque en esta última hay un menor contraste cromático y, por tanto, hay un
sentido visual más difuso. Como en la serie Otros Aires volvemos a la
repetición de elementos cromáticos, espaciales y de textura con una serie de
variaciones. Como si una misma realidad fuese capaz de transformarse a merced
de la mirada que la contempla. Estos cuadros con su horizontalidad, su textura
palpitante, a veces enredada (figs. 26, 27, 33) y su cromatismo armónico
enfatizan visualmente la mirada cernudiana del amante, en ocasiones
tremendamente física (tal y como se recoge en la serie Poemas para un cuerpo)
y en otras verdaderamente abstracta: un anhelo puro carente de tiempo y
espacio, una emoción detenida (representada a través de la horizontalidad) e
intensa (representada con un cromatismo puro).
En tregua con la vida
No saber, querer nada
Ni esperar: tu
presencia
Y mi amor. Eso basta.
(Un
hombre con su amor)
En el caso de El
amante (fig. 1) el contraste cromático entre rojos y azules acentuados por
la aparición del negro genera una tensión que predomina sobre la horizontalidad
y, por tanto, anula el valor que anteriormente le atribuimos a la misma en el
resto de la secuencia, es decir, el estatismo asociado a la idea de
contemplación ya que se trata de una horizonte tenso, forzado, inquietante tal
y como lo pinta Martínez Mengual en El mar (fig. 2) y que así describe
el poeta:
El mar estaba de un
azul oscuro y profundo, y todo aparecía quieto, como si el tiempo quisiera
detenerse en un encanto sin fin... Al pie del murallón los pasos se hundían ya
en la arena, y por el aire negro, tal vastos fantasmas, surgieron las velas de
las barcas pesqueras. Allí estaba él, en lo oscuro, un lamento de gozo o de
pena; una voz insomne llamando a nadie sabe qué o quién en la vastedad sin
nombre de la noche. (El mar de Ocnos)
Lo que presenta
Martínez Mengual con estas dos obras es una relación de semejanza entre el
amante y el mar: ambos con predominio de la horizontalidad y cromáticamente
parecidos: tensos, turbados, agitados. Recrea así el pintor una metáfora
cernudiana del amante como mar:
Al fin me lancé al
agua, que apenas agitada por el oleaje, con movimiento tranquilo me fue
llevando mar adentro. Vi a lo lejos la línea grisácea de la playa, y en ella la
mancha blanca de mis ropas caídas. Cuando ellos volvieron, llamando mi nombre
entre la noche, buscándome junto a la envoltura, inerte como cuerpo vacío, yo
les contemplaba invisible en la oscuridad, tal desde otro mundo y otra vida
pudiéramos contemplar, ya sin nosotros, el lugar y los cuerpos que amábamos.
(De El amante, Ocnos)
Podríamos señalar
otros aspectos interesantes en el homenaje pictórico que Martínez Mengual rinde
a Luis Cernuda con motivo del centenario de su nacimiento, puesto que el valor
de esta obra no se resume en los tres aspectos señalados aquí, esto es: a) la
expresión pura de la imagen mediante la elección de elementos de la sustancia
pictórica (color, espacio, textura), b) la oposición rojo/azul, c) la oposición
vertical/horizontal. Igualmente destacables son la ausencia de perspectiva como
señal clara de subjetivismo e implicación de ambos autores en sus obras, o la
relación interna, sintáctica de los cuadros dentro de las series, por destacar
algunos.
Con estas breves
anotaciones en torno a la lectura pictórica de Martinez Mengual adversus
Cernuda hemos querido destacar varios aspectos:
1. Cernuda no creía
posible una convivencia entre su poesía y la imagen porque subordinaba a ésta
respecto a aquella: la pintura aparece en su ideología poética como reductora
de las posibles imágenes psíquicas que emanan de su poesía. Es decir, Cernuda
veía los libros ilustrados de un modo decimonónico: lo que se conoce en las
relaciones texto-imagen como una solución ilustrativa, una relación
semiótica que reposa sobre la coherencia y, fundamentalmente, sobre la
evidencia semántica. Esto es, si en un momento determinado aparece en el poema
una imagen susceptible de ser representada pictóricamente, dicha representación
se hará mediante la figuratividad y, por tanto, se escogerá un/os elemento/s
sueltos del poema que serán finalmente trazados por el pincel. Esta relación implica
un complejo de inferioridad de la imagen, puesto que ésta aspira a un estatus
de precisión significativa en abstracto semejante a la del signo lingüístico.
Pretende significar de la misma manera. Un hecho que en la actualidad la
crítica semiótica define como imposible: no se puede saltar de un sistema
significante a otro sin que se resienta el significado. De otro modo: si
existiera una traducción posible entre la poesía y la pintura, ésta sería sólo
en el dominio de la aproximación de contenido en la que quedaría un flujo de
comunicación compartida. Pero estamos ante dos manifestaciones que, como obras
artísticas, no pueden desligar su contenido de su forma sin perder su estatuto
artístico.
2. La pretensión de
Martínez Mengual lejos de anclarse en esta solución ilustrativa presenta una
lectura artística perfectamente compatible con el texto puesto que ya no se
trata de un enfrentamiento o subordinación imagen-texto sino de un recorrido
conjunto: una tensión significativa que va desde la palabra hacia la imagen y
de la imagen hacia la palabra. Podemos aplicar aquí lo que dice Pierre Reverdy
a propósito de la imagen moderna (Krüger, 1990:27) que nace de la aproximación
insólita de dos realidades:
L'image (...) ne peut naître d'une comparaison mais du rapprochement de
deux réalités plus o moins éloignées (...). Une image n'est pas forte parce
qu'elle est brutale ou fantastique —mais parce que l'association des idées est
lointaine et juste. Le résultat obtenu contrôle immédiatement la justesse de
l'association.
Y
¿qué supone esta relación justa de dos realidades más o menos distantes para la
competencia lectora? La ejecución de la metáfora. La iconotextualidad generada
por la pintura y poesía en este caso, lejos de reducirse mutuamente, puede
ampliar el sentido de ambas creando asociaciones, metáforas, entre dos sistemas
distintos que se aproximan a un mismo hecho y mediante el cual se relacionan.
Porque la yuxtaposición de textos e imágenes es interpretada automáticamente
por el espectador como la enunciación de posibles relaciones entre ellos. Dos
objetos pertenecientes a sistemas semióticos distintos se emparejan para dar
una nueva concepción al texto y a la imagen, concepción que surge precisamente
de esta yuxtaposición como cualidad nueva de la obra (Christin, 2001:172). Como anunciaba
André Gide:
Quand la plastique lutte de près avec l'écriture, dans le livre
apparaissent les énormités.
En este caso la obra de Martínez Mengual no es una ilustración
de la poesía cernudiana puesto que no cercena el sentimiento poético. La
relación de la obra pictórica con la poesía que la ha inspirado es, en sus ejes
fundamentales, justa si realizamos una lectura doble. Lo cual no quiere decir
que el pintor haya seguido impenitentemente un camino significativo preestablecido
por Cernuda, ya que en estos cuadros el origen textual no es directamente
sensible para el lector, debido a su abstracción y falta de correlación directa
con los poemas. Se trata pues de un texto doble, susceptible de una
recepción estética conjunta, lectura de la que se benefician ambas partes, pero
igualmente susceptible de una recepción individual, de la que ninguna de ellas
sale perjudicada puesto que ambas lecturas no se subordinan entre sí. André Gide que cuando recibió las
primeras pruebas de su obra Le Voyage d'Urien realizada en colaboración
con el pintor Maurice Denis inmediatamente escribió a éste para señalarle que
no quería que apareciese la palabra ilustración ya que el trabajo de
Denis no se subordinaba al suyo (Christin, 2001:172). Palabras que resumen
nuestra postura respecto a la dignificación de la pintura frente a la poesía y
la convivencia fructífera de ambas artes:
Car enfin
c'est une collaboration, et ce mot d'illustration semble indiquer une subordination
de la peinture à la littérature qui me scandalise.
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[1] Véase el catálogo de la exposición
Entre la Realidad y el Deseo. Luis Cernuda 1902-1963, celebrada
en la Residencia de Estudiantes de Madrid entre el 15 de mayo y el 21 de julio
de 2002.
[2] La consideración negativa de la
imagen es, ciertamente, anterior al cristianismo y ahí tenemos para
corroborarlo distintos parlamentos en la obra de Platón donde la imagen aparece
como imitación de la apariencia distando, por tanto, tres grados de la verdad.
"Y esa imitación —exclamé yo— ¿no versa, por Zeus, sobre algo que está a
tres puestos de distancia de la verdad? ¿no es así?" (Platón, La
República, cap. X, 602-c)
[3] El análisis de la relación
icónico-verbal no es fácil de construir, ni siquiera sobre un plano teórico ya
que suele suscitar la desconfianza, cuando no el rechazo, en ambos dominios
puesto que amenaza la especificidad de los objetos comparados. Decir que
un texto "hace ver" o "ilumina" una imagen, sea ésta
fotográfica o pictórica puede resultar excesivamente metafórico a la crítica
literaria. Por otro lado, los teóricos de la imagen, empeñados en preservar la
especificidad de su históricamente denostado objeto, comparten el mismo tipo de
reticencia pero en el sentido inverso: decir que una imagen se reduce a
"significar" es someterla a los modelos lingüísticos y negar que
parte de sus poderes proceden, precisamente, a que logran escapar de la
"discursividad". Para las relaciones entre
literatura y fotografía véase Ortel (2002).
[4]
"We
observe a strong and conspicuous tendency to reify visual signs, to connect
them with objects, to ascribe mimesis to
such signs, and try to view them as elements of an 'imitative art' (...).
This universal, innate tendency explains why a naive spectator when looking
at an abstract painting subconsciously assumes it
to be a kind of puzzle picture and then loses his temper when unable to
discover what this work 'is supposed to represent' and concludes that 'this
just a mess!' "
(Jakobson, 1971:341).
[5] Nos referimos a su Laocoonte o
sobre las fronteras de la poesía y la pintura.
[6] Lessing se refiere aquí a la
belleza de tipo intelectual o abstracta que proporciona la palabra.
[7] Presentada bajo el título Donde
la espuma sueña. Homenaje a Cernuda se expuso en las sala Luis Garay de la
Universidad de Murcia entre el 3 y el 11 de octubre de 2002.
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