REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


CON DOS SENTIDOS, de Enrique Nieto

Una selección de artículos publicados en prensa (1975-2003)

Antología de Victoria Vidal Navarro

Fundación Caja Murcia. Murcia. 2004

 

José María Jiménez Cano

(Universidad de Murcia)

 

Por su manera de ser, de escribir y de pintar no voy a verme en la necesidad de mirar de reojo alguna de las réplicas actuales de la famosa Officina del francés Juan Ravisio Téxtor, Google renacentista, fundamento de la erudición de Lope de Vega y que el manchego universal parodió en su prólogo con ese tropel de referencias a Jenofonte, Zoilo, Zeuxis, Aristóteles, milésima parte de las tabulae que todavía hoy escriben en negrita algunos de nuestros más lopescos periodistas y que nada tienen que ver con el talante y con el talento de Enrique Nieto. Quien es capaz de regalar ‘anónimos’ versos de Shakespeare en el párrafo más humilde de su prosa, no necesita de esas trufas en la cocina de su escritura.

 

En persona, conocí al profesor Enrique Nieto el miércoles 19 de noviembre de 1997. Una media hora antes de las seis de la tarde repartimos los turnos de intervención en la mesa redonda que, bajo el título Problemas en la enseñanza de la lengua española en un contexto de diversidad social y dialectal, celebramos en el Hemiciclo de la Facultad de Letras. La actividad formaba parte del programa del V Curso de Sociolingüística del Español. Llegaba de la mano –me permito la licencia- de Vanesa Luisa, personaje celebérrimo por sus epístolas entre los profesores de enseñanza secundaria y universitaria. Tiempo tendré de referirme a la tradición estilística que desde los orígenes de nuestra literatura ha sabido equilibrar el hablar como si se escribiese y el escribir como si se hablase. Vanesa Luisa ha quedado como el mejor retrato de los cronolectos juveniles de los adolescentes de la década de los noventa. Todavía recuerdo la risa de los asistentes con las citas literales de la forma de hablar de algunas de sus alumnas adolescentes. Allí quedaron expuestos sus diagnósticos, no recuerdo ya si optimistas o pesimistas, sobre el futuro de la enseñanza de nuestra lengua española. A la salida, dos antiguas alumnas de la Facultad, una de ellas ya doctora, se acercaron a saludar a su querido profesor de Inglés en la Cartagena de los inicios de la Transición. Las dos comprobaron sorprendidas como eran recordadas por su nombre y dos apellidos. Con una sonrisa que termina en risa como marcador de cierre nos despedimos.

 

He querido comenzar por su condición de profesor para jerarquizar desde fuera las tres caras que, en geometría picassiana, constituyen el retrato oficial de Enrique Nieto. Pintor y periodista, o periodista y pintor, son los otros dos perfiles de su rostro. Pidiendo perdón por el uso del pretérito imperfecto, el título que acompañaba a su firma en la prensa ha ido alternando del pincel a la pluma y de la pluma al pincel. De la misma forma que, como quien va saltando para no pisar muchos charcos, unas veces publicaba en La verdad y otras veces en La Opinión. Y, si rematamos esta lógica proporcional, unos amaneceres lo despertaban en Cartagena y unos anocheceres lo adormecían en Murcia.

 

La angustia de comprobar que el pasado es un territorio desconocido, como un poco antes de su muerte nos recordaba el judío canadiense Mordecai Richler por boca de su ‘alter ego’ Barney, ha sido, así me consta, tremenda para seleccionar la primera antología de la extensa y distante geografía de la obra escrita de Enrique Nieto. La ventaja para el lector, liberado de esa angustia, es la de poder leer este libro con la libertad de los actuales hipertextos.

 

Los títulos de las secciones fijas que a lo largo de los años han ido cobijando los artículos aquí recogidos han jugado con el dibujo de las palabras y con la caligrafía de la pintura. Las técnicas más sutiles de la narrativa breve, que tan finamente estudiara el profesor Baquero Goyanes, y un dominio, poco frecuente en los escritores españoles, de la escritura epistolar son desde el punto de vista del componente de género, por decirlo esta vez en la jerga de los teóricos de la Literatura, las dos notas que diferencian e identifican esta particular prosa periodística.

 

Sin tener que abrir el frasco de las relaciones entre Pintura y Literatura, los cuadernos de Cano o de Barceló serían el mejor referente analógico para esta manera de escribir, no esos dibujos forenses de corte judicial norteamericana al que recurren tantos periodistas de la vieja escuela. Si me pidiesen ilustrar fotográficamente las siguientes páginas, no faltarían algunas de las instantáneas –al parecer, no tanto- de Robert Doisneau. En ellas reside el deseo de capturar el instante, el gusto por el pequeño detalle y por lo marginal, algunas de las notas básicas de la teleología de la prosa de Enrique Nieto en las que nos vamos a detener un poco.

 

Sería muy fácil recurrir a un adjetivo como el de ‘minimalista’, una de esas palabras ómnibus que, como decía el profesor Manuel Alvar, ‘sirven para todo, pero para nada aprovechan’, para calificar las notas básicas de estilo que acabo de señalar. Sin embargo, basta pensar en la pureza quintaesenciada de los escritos de Ramón Gaya o en el juego del ‘más breve todavía’ de Augusto Monterroso. Cuántos aforismos quedan esparcidos en estos escritos, entre las líneas de las más prosaicas anécdotas.

 

Y de ‘prosaísmo poético’ habría que hablar. Algunos críticos acuñaron en los años sesenta esta fórmula para referirse a muchos de los poemas de Gabriel Celaya. Eran años en los que todavía no era habitual el tono elegíaco y donde el autobiografismo sólo tenía cabida en determinada poesía lírica. Pues bien, en el bastidor de la prosa de Enrique Nieto este prosaísmo elegíaco y un autobiografismo sin complejos son las dos telas donde se bordan sus opiniones. Me vienen a la cabeza referentes actuales como la estructura narrativa de la serie de televisión Sexo en Nueva York, en una escritura tan amante de la primera persona como la norteamericana.

 

Recupero en este momento lo que avanzaba hace un instante: la facilidad para confundir, o como diría un músico, ‘fusionar’ escritura y oratoria. Nuestra lengua literaria supo desde sus inicios equilibrar las diversas variedades de la lengua hablada y escrita, culta y popular, santa y canalla. No hay obra clásica de nuestra literatura que no utilice todos los registros de nuestra lengua. Con esa aparente facilidad de quien parece que va con la grabadora en el bolsillo están construidas muchas de estas páginas.

 

Detrás de todas estas apreciaciones se esconde un espíritu ilustrado, aunque un poco descreído por lo larga que ya va siendo la procesión. Cuánto de voltairiano hay en ese gusto por el género epistolar y por el juego de puntos de vista. Sin embargo, no veo en Enrique Nieto un ánimo satírico, no. Sus palabras no encierran moralina de ninguna marca, sino dosis de una ironía que, si no fuera porque está comprobado el origen cartagenero de nuestro autor, yo tildaría de ‘huertana’, aunque, no faltará quien piense que, a fuerza de enseñar la lengua inglesa, mucho de fino humor británico ha impregnado su manera de ser.

 

Como todos los oficios tienen patrón, no conozco a ningún otro escritor que haya sabido contar las penas de los enseñantes –recupero esta denominación-, que, sin llegar a las de los emigrantes, no dejan de ser igual de serias. Si alguien quiere hacerse una idea cabal de los sentimientos profundos y superficiales de tantos y tantos profesores, dispone de un amplio muestario en la antología.

 

He conseguido llegar al final de esta reseña superando el reto de no corroborar con palabras de Enrique Nieto mis palabras, y, juro, no ha sido tarea fácil.